Dirigida por el popular actor de telenovelas Arnaldo André, "Lectura según Justino", es una drama apacible, semi autobiográfico, sobre la niñez del director, con algunos aciertos técnicos, una revelación actoral infantil, y un planteo ideológico algo cuestionable. Alguien dijo alguna vez, sino sabés de qué escribir, escribí de vos mismo. No sabemos si Arnaldo André habrá pasado por ese bloqueo creativo, lo cierto es que para su debut como director y guionista, decidió recrear ficcionalmente parte de su infancia en el país vecino de Paraguay. Es lógico que uno tenga recuerdos entrañables de su propia infancia, y es así como el Paraguay que presenta Lectura según Justino se ve tan apacible como idílico, aunque el contexto nos haga pensar que quizás no haya sido tan así. Entendemos, ante los ojos de un niño todo es inocencia. La historia de sitúa en el pequeño pueblo de San Bernardino, limítrofe con Argentina. Allí se ha instalado una colonia alemana en épocas de la post guerra, 1955 para ser exactos. Allí vive Justino (Diego Gonzales), el Arnaldo André ficcional, junto a su numerosa familia que la pelea día a día para sacar a sus hijos adelante. Justino acaba de perder a su padre, y su madre (una excelente labor de María Laura Cali), le dice que de ahora en más, él será el hombre de la casa, siendo apenas un niño. La mujer quiere lo mejor para él, y es por eso que decide cambiarlo de colegio y enviarlo a un liceo alemán haciendo el mayor de los esfuerzos. Fuera del horario escolar, Justino colabora en su casa siendo el ayudante de cartero del pueblo. "Lectura según Justino" se divide claramente en dos tramos. Por un lado, pinta un fresco muy naturalista y amable de la vida por esos años en San Bernardino. Con las mujeres como presencia fuerte, por lo menos en la vida de Justino (¿será por eso que luego el Justino real se convertiría en galán de telenovelas?), y el proselitismo proveniente de Argentina con una vista ambígua. Justino está rodeado por su madre, sus tías, sus vecinas, y todas de alguna manera son la presencia fuerte que guía el hogar y forman a sus hijos. Largas secuencias de ellas lavando la ropa a orillas del río, dando consejos mientras cocinan, u ocultado sus penas. Claro, esto no es "Dolor y gloria" de Almodóvar ni intenta serlo, André busca hacer una evocación más simple sin anclajes en el presente ni sublecturas profundas. También es el comienzo de un despertar sexual, o interés en el sexo opuesto para Justino; quien comienza interesándose con la única compañerita que lo acepta de entrada en el nuevo colegio. Casi que de inmediato la considera su novia sin siquiera haberse besado. Pero comienza a tomar fuerza otra figura, la señorita de lengua y literatura Ulla (Julieta Cardinali). Es posible que André no haya sabido cómo seguir con el relato de su infancia, y así, casi a mitad del film, introduce una historia en donde Ulla (de la que Justino se irá tiernamente enamorando) les pide como tarea traer un texto en alemán, y Justino los consigue en forma de poemas escritos en puño y letra por Joschka (Mike Amigorena) vecino del pueblo, refugiado nazi. Hay una historia de amor entre Ulla y Joschka, y Justino, voluntaria o involuntariamente se convertirá en el mensajero. Este segundo tramo del film quizás sea el más problemático. Desde "Espérame mucho" a "Malena", pasando por "Cinema Paradiso", hay muchas películas volcadas a una evocación histórica desde la infancia, la mayoría con impronta de neorrealismo italiano, algo de lo que "Lectura según Justino" intenta beber a su modo. Pero se hace difícil dejar pasar algunas cuestiones, como mínimo, llamativas. La historia de lectura según Justino se ubica en un contexto de colonias de refugiados nazis, una dictadura militar atroz en Paraguay como la de Alfredo Stroessner, y Perón en Argentina a punto de sufrir el bombardeo a Plaza de Mayo y posterior derrocamiento por la mal llamada Revolución Libertadora. De todo esto, el film hace una lectura (valga la redundancia) un poco superficial, tratando de eludir lo más posible aunque se vuelque de lleno en el centro de su historia, y hasta quizás dando un visto bueno. A Joschka se evita mostrarlo con excesiva parafernalia nazi, aunque por si no queda claro en el film, el afiche con una edición cuestionable aclara cualquier duda. A Stroessner se lo menciona poco, hay alguna lectura sobre los trabajadores explotados, pero nada muy incisivo. En la pata argentina, Edgardo Moreira compone a un peluquero argentino que vive en San Bernardino, peronista con cierto aire de chanta que colabora con un intendente con pocas luces, y reparte el proselitismo encubierto en ayuda social. Con un pie adentro y otro afuera, Lectura según Justino critica, aunque lo hace por detrás y en forma de burla amable. Por el resto se trata de un film tranquilo, que no llega a atrapar, aunque tampoco aburre en gran medida. André sabe cómo hacer para que esas escenas de las rutinas trabajadoras se fortalezcan con diálogos potentes, si bien algo clichés. La historia de amor entre Ulla y el refugiado nunca a llegar a tomar la fuerza necesaria, se siente impostada, y ninguno de los dos llega a conmovernos. En los secundarios y en los actores infantiles, "Lectura según Justino" encuentra su fuerza interpretativa. María Laura Cali, Moreira, y las pequeñas participaciones de Loren Acuña y Lali Gonzales se muestran con mucha frescura y solidez. El niño Diego Gonzales tiene la difícil labor de cargarse el film al hombro y se muestra con llamativa madurez. Julieta Cardinali, y sobre todo Mike Amigorena, están por debajo del resto, no amoldándose a lo que se solicita, con performances bajas. Filmada en un tono sepia adecuado, y con una banda sonora que arropa (aunque a veces es algo invasiva y subrayada); "Lectura según Justino" parte de un buen punto y se va perdiendo en trayectos que la desinflan y la llevan hacia zonas demasiado grises.
La guerra según Roland Emmerich, es la propuesta de "Midway: Ataque en Altamar", otro film que propone una visión heroica de los caídos estadounidenses, y lo hace queriendo imitar el estilo de los film bélicos de los años ’50. De vez en cuando aparece un film bélico que ofrece una mirada diferente sobre un hecho histórico que tiene, como mínimo, dos bandos. Alguno que cuestiona el belicismo per se, o las políticas de Estado que llevaron a esa situación; o que trata de rescatar a los pequeños héroes anónimos de pequeñas misiones; o nos habla de las heridas psico sociales que deja el campo de batalla; o mínimamente busca una alegoría artística imponente que la aleja de la mera propaganda. No es ese el caso de "Midway: Ataque en Altamar", el nuevo film del alemán más yanquirizado, Roland Emmerich. No podíamos esperar menos. Un hombre que puso al mismísimo presidente de los EE.UU. a pilotear un jet contra los aliens, y a otra presidente años después inmolándose por su país en el segundo ataque extraterrestre; que hizo viajar a un lagarto gigante de Japón a EE.UU. porque consideraba que el Madison Square Garden era un buen lugar para incubar; y suele poner a ciudadanos comunes y silvestres a salvar las papas de todo un país frente a catástrofes naturales que solo se emperran con ese territorio. Ese es Roland Emmerich, y ahora, por segunda vez (luego de abarcar la guerra civil norteamericana en "El patriota", quizás uno de sus mejores films), vuelve al clima bélico con "Midway: Ataque en Altamar". La batalla de Midway fue un conflicto marítimo en el Océano Pacífico en el marco de la Segunda Guerra Mundial entre el 4 y el 7 de junio de 1942, y se considera que entre el bombardeo a Pearl Harbor y esta batalla se decidieron los pasos siguientes y definitivos de la guerra frenando la expansión de Japón como potencia bélica. No es casual, si en un film tenemos que buscar paralelismos para saber qué podemos encontrarnos en "Midway: Ataque en Altamar", es Pearl Harbor aquel panfleto de Michael Bay que intentó aprovechar la oleada histórica de "Titanic" para contar una historia de amor tripartita con el famoso bombardéo naval como fondo, y figurita para lanzar risibles frases y alegorías pro estadounidenses. Aquí no hay una historia de amor, por lo menos no una con los tintes telenovelescos de conflicto como en aquella. Lo que sí hay es un punto de vista disperso entre varios personajes, algunos en el campo de batalla arriba de los barcos y los aviones, otros tomando decisiones en tierra firme, y otros (o mejor dicho otras) como los civiles sufrientes por tener a sus parejas dando combate, aunque orgullosas de la valentía de sus novios/maridos. El guion de Wes Tooke intenta hacer un fresco desde varios lados, partiendo desde el sorpresivo ataque japonés en la base de Pearl Harbor. EE.UU. y Japón se encontraban en plena negociación, y ese ataque recrudece las relaciones hasta cortarlas. A partir de ahí, comienza un juego de ajedrez en el que siempre Estados Unidos quedará como el heroico que trata de defender a la sociedad de un irracional ataque. Todo hasta llegar a este nuevo ataque japonés que da título, y en el que los norteamericanos finalmente saldrán triunfantes, sin por eso no sufrir importantes bajas. Emmerich no es un hombre que sepa de sutilezas, y el novel Tooke parece haber estado a sus experimentadas órdenes. En "Midway: Ataque en Altamar" podemos encontrar todo lo que nos esperamos de un film propagandístico, eso sí, tuvieron el decoro de no mostrar excesivamente la bandera; probablemente sea redundante con las cosas que tenemos que escuchar. No sabemos si en el film hay una suerte de autoconsciencia, pero a segundos de iniciado, lo primero que escucharemos es “Esto es ridículo”, casi anunciándonos lo que estamos por ver. Luego, acercándose el final, alguien dirá “Esto está por terminar”, en fin. La idea de propaganda de "Midway: Ataque en Altamar" es la de crear dos bandos con posiciones bien diferentes. Por un lado, los estadounidenses son ciudadanos de bien, con familias bien constituidas, un futuro por delante, son galantes, y tienen el heroísmo marcado a fuego. Por el otro, los japoneses son entre pérfidos, inconscientes, o plantean una obediencia debida, de cumplir con su déspota líder aunque no estén de acuerdo, y su sacrificio no será heroico sino inconsciente por un valor sin peso real. Alcanza con ver la recreación de la mítica frase “hemos despertado a un gigante dormido” para ver cómo será el resto del film. Aún con esto, casi irónicamente, la película está dedicada a soldados y marines estadounidenses y japoneses. Quitando la propaganda de lado. "Midway: Ataque en Altamar" responde por un lado a un estilo de film bélico clásico, como aquel que hizo furor entre los ’50 y ’60 con actores como John Wayne y Errol Flynn. La recreación de época apunta a ser detallista, aunque a veces es un poco recargada. Pero como esto es un film de Emmerich, no puede privarse del bombardeo actual, y un efecto que hace que la propuesta esté pensada para el 3D y la pantalla grande, inmensa. En palabras claras, todo repiquetea digitalmente y se nos viene encima. El elenco es numeroso y se divide entre actores clásicos como Patrick Wilson, Dennis Quaid, Aaron Eckhart, y Woody Harrelson (con un aplique capilar que lo asemeja mucho a Rutger Hauer), y otro más joven como Luke Evans, Keean Johnson, Nick Jonas, Darren Criss, o Mandy Moore. Ninguno destaca ni se empantana. "Midway: Ataque en Altamar" no es una película de actores. Obvia, morosa, y por suerte, no excesivamente larga, debemos decir que posiblemente no quede en el recuerdo de los mejores films bélicos de la historia. Como entretenimiento, para quienes no hacen análisis subcutáneos, la propuesta cumple, básicamente porque ya sabemos con que bueyes ara el señor Emmerich y no se le puede exigir más a esa legendaria yunta...o si?
El nuevo film de Paula Hernández, "Los sonámbulos", transita magistralmente los agitadas aguas de una reunión familiar con muchas pulsiones ocultas y el eje puesto sobre la mirada femenina. Con apenas cuatro films en dieciocho años, Paula Hernández construyó una filmografía pequeña y delicada en donde lo primero que resalta es la diversidad en los tonos y temáticas. Desde aquella "Herencia" que ponía el foco entre un personaje cansado que necesitaba una renovación, y la relación con un inmigrante que debía ubicarse en el nuevo territorio; al drama familiar que plantea "Los sonámbulos", las similitudes no parecieran ser muchas. Una realizadora inquieta, que privilegia los vínculos entre sus personajes, y vuelve a dirigir un largometraje luego de ocho años de ausencia. Aquella directora que surgió dentro de la primera camada renovadora del Nuevo Cine Argentino (debutó en la mítica "Historias Breves I") y se fue diferenciando de sus pares al poner el foco en personajes de clase media, con un suave costumbrismo, florecientes historias de amor maduro, y conflictos introspectivos sin caer en la anomia de lo críptico y apático. Si bien se trata de cuatro propuestas diferentes, podemos encontrar una constante en los personajes femeninos fuertes, los que guían el relato. Estos tiempos en los que el feminismo pareciera estar en la agenda de muches cineastas quizás exigía su regreso, y aquí está entregándonos la potente y frágil "Los sonámbulos". Un film que demuestra que se puede poner el feminismo como cuestión central sin necesidad de recurrir a lo obvio y subrayado. Las temporadas festivas han dado mucha tela para cortar en el cine. Época de balances, y sí, reuniones que no siempre elegimos mantener. Eso es lo que atraviesa Luisa (Érica Rivas), quien junto a su familia, se dirige a pasar las fiestas a una casa de campo, o quinta, de la familia de su esposo - de clase media acomodada con crisis económica -, en la que se llevarán a cabo las veladas que la reúnan con su suegra, y sus cuñados. Todos confluirán en esa casa grande en donde el calor y las tensas relaciones fermentarán una situación agobiante. Desde la primera escena intuiremos que las cosas no vienen bien. Su hija adolescente, Ana (Ornella D’Elía) transita la noche padeciendo el sonambulismo que heredó de su familia paterna. No solo camina dormida, también tiene su primera menstruación. Esa sangre pesada escurriéndose entre las piernas simboliza más que mero flujo. Los sonámbulos permite que observemos lo detalles simbólicos para descubrir un lenguaje subcutáneo. Luisa intenta conectarse de todas las formas con Ana, pero esta está cada vez más distante. Madre e hija se van convirtiendo cada vez más en rivales, quizás porque tienen mucho que decirse y ninguna se anima a revelarlo. Luisa fue perdiendo voz dentro de ese núcleo familiar, claramente las cosas con Emilio (Luís Ziembrowski) no están bien; y la familia de él pareciera tener la necesidad de integrar a todos sus miembros, haciéndoles perder su origen. ¿Luisa tiene familia propia? No importa, pareciera que hace años su familia es la familia de su esposo, por más que Memé (Marilú Marini), la suegra, no pierda oportunidad para demostrarle que la desprecia. Todo en ese hogar es como en una cristalería abarrotada, en la que hay que caminar en puntas de pie para no iniciar una avalancha destructiva. Sergio (Daniel Hendler), e Inés (Valeria Lois), los hermanos de Emilio también están en esa reunión, y aportan su propio caldo a la situación. Sergio viene a pecho inflado no sabemos bien por qué, queriendo remover viejos vínculos, Inés rompe en llanto espontáneamente. No hay vínculos sanos. Memé es una matriarca patriarcal. A su propia hija Inés también la menosprecia frente a sus dos varoncitos que tienen lo suyo pero no importa. Durante sus 107 minutos veremos una tensión constante, acumulada y atrapante, digna de un film de suspenso, pero inmersa en un poderoso drama que apenas apela a algunas pinceladas de comedia para relajar. Los roles en esa familia están designados; y cuando finalmente llegue Alejo (Rafaél Federman), el hijo de Sergio, un adolescente tardío y consentido por su padre y su abuela, que no hace nada de su vida pero siempre cae bien parado, ese frágil equilibrio mostrará sus grietas. Ana se siente atraída por su primo, y Luisa muestra su dualidad, entre la preocupación maternal y su propio deseo. Nada nos hará advertir la tragedia que se puede desatar aunque se palpe en el aire. Hernández pone en el centro el rol de la mujer dentro de la familia, es la que simula controlar el juego siendo una falsa déspota, o baja la cabeza y obedece. Luisa no puede más, y se nota. Clara heredera de la Lucrecia Martel de "La ciénaga" y "La niña santa", Paula Hernández demuestra un pulso muy firme para describir las relaciones e incomodar al espectador sin necesidad de subrayar o remarcar. Todo transcurre con naturalidad y fluidez, inquietante naturalidad y fluidez. El uso de la cámara en mano y el plano subjetivo, ese bosque laberíntico, tan usual en este tipo de propuestas, adquiere una razón de ser para demostrar la convulsión interna de sus dos protagonistas. Madre e hija estallan. En el plano interpretativo, Hernández se destaca como una directora capaz de darle su espacio a cada uno. Todos se lucen en su medida. Marilú Marini compone un personaje que ya le vimos hacer, igualmente es un deleite verla actuar. Hendler y Lois en personajes corridos de lo habitual, muy correctos, con gestos controlados, centrados. A Luis Ziembrowski quizás le toque el personaje más difícil. Emilio es un ser irritante, molesto, que no despierta la menor empatía, hiriente, que pretende ser algo que no es, demostrar un poder que en verdad no tiene. El actor de "Un amor" jamás pierde el registro y consigue transmitir todo lo debido. Claro, el foco está puesto en ellas, Érica Rivas y Ornella D’Elia. Entre madre e hija existe la química/anti química exacta y verosímil. D’Elía es toda una revelación, pero quien se lleva las palmas es una Érica Rivas arrolladora, con múltiples capas, siempre al borde del precipicio emocional pero nunca desbordada en histrionismo; como si guardase la lágrima que está por salir, porque tiene que mostrarse fuerte. "Los sonámbulos" es un film que genera comezón, que ahoga y sofoca, inquieta, y termina generando una sensación que nos acompaña mucho tiempo después de abandonar la sala. Paula Hernández regresa al cine como una realizadora madura, actual y con mucho para decir. Los sonámbulos es uno de los grandes títulos de esta temporada.
Exponente del nuevo cine de terror ruso, "Reflejos siniestros", de Aleksandr Domogarov, acumula problemas y errores de todo tipo que la alejan de poseer un espíritu propio. Desde el estreno de "La novia" en 2017, en nuestra cartelera se siente una pequeña pero refrescante oleada de cine de terror proveniente de Rusia. Un puñado significativo de títulos que, con mejor o peor suerte, se destacan por mezclar la estética gótica y expresionista propia de la ex URSS, con un estilo e historias modernas que mezclan los mitos populares del país con personajes que responden a una cultura occidental. Hasta la fecha, estos títulos, si bien no aseguraban siempre la mejor calidad, por lo menos hacían un guiño en la posibilidad de ver algo distinto. Todo esto se da de bruces frente al estreno de "Reflejos siniestros", una de esas propuestas que terminan por interrumpir una secuencia planteada de novedad y volver hacia ideas que ya han sido superadas en el pasado cercano. ¿Cuánto tiempo puede pasar desde el inicio para que algo nos haga bajar las expectativas? La primera escena de "Reflejos siniestros" comienza con una toma aérea, en una carretera oscura, lúgubre, creando un clima sombrío. Sensación que es tajantemente interrumpida por el acompañamiento de música electrónica sin ningún tipo de justificación. Inmediatamente después nos percatamos de un detalle, la copia que llega a nuestras salas, posee un extraño doblaje en inglés sin la más mínima modulación en los tonos. La escena se corta y una placa con el título (en inglés) de la película es acompañada por una locución en off que anuncia impostádamente “Queen of Spades: The Looking Glass”, como si fuese uno de esos títulos de las viejas noches de Canal 9 en las que se bajaba el audio para anunciar un título falso. Bastaron menos de cinco minutos para que por nuestra mente se cruce la idea de que quizás, esto no sea muy bueno. Lo siguiente será un film de terror adolescente muy prototípico y mal ejecutado, que toma como referencia una leyenda, el de la "Reina de espadas"(de hecho, ya hay una película de 2015 con el título "Queen of Spades: The Dark Rite", que no queda muy en claro si es precuela o solo es por hablar de un personaje popular) un ser fantasmal que habita en el reflejo de los espejos. Un alma en pena que cometió el crimen de uno de sus hijos en siglos pasados (o algo así, tampoco es que la película lo explique mucho), y ahora aguarda por capturar almas ajenas que sacien su dolor. Olya (Angelina Strechina) es llevada a un internado o colegio pupilo con otros adolescentes problemáticos, junto a su hermano menor, el niño Artyom (Daniil Izotov); luego de que ambos sufran la muerte de su madre, y su padre básicamente se los quiera sacar de encima. Olya es una joven oscura, con cara de pocos amigos, introvertida y quizás algo dark. La relación con su hermano, que vive aferrado al recuerdo, no es la mejor. En su llegada, se encuentra con el típico variopinto grupo de adolescentes que van desde la golfa y la gorda acomplejada, al galán machirulo. También hay un profesor joven y compinche. Paso siguiente, este grupo digno de Cris Morena se junta una noche a narrar historias de terror, y es así como dan con el sótano del edificio abandonado del instituto que data del Siglo XIX. En este lugar, hay muchos dibujos extraños en las paredes y espejos ¿Qué mejor que utilizarlos para invocar a la Reina de Espadas y pedirle que les cumpla sus deseos más íntimos? Ese es el poder de este espectro, hacer que aquello que habita en nuestras mentes y corazones se haga realidad, a cambio de nuestras almas. Obviamente, el mito es real, y la reina en cuestión se encargará de cumplir de un modo retorcido los deseos; o hacer que estos se vuelvan en nuestra contra. No es el argumento más original del mundo. Es todo lo que esperamos de un film de adolescentes clichés enfrentándose a un espíritu cazador. Pero comprimido, porque el film pierde tiempo en una introducción larga que se supone desarrolla el drama de Olya y su hermano, pero nunca llega a interesar en los más mínimo. "Reflejos siniestros" tiene una duración que no llega a la hora y media de proyección, sin embargo, entre situaciones inconexas, una falta total de clima, terror de ese que no muestra una gota de sangre, un estilo de imitación pobre de Hollywood muy fallido que ni siquiera apunta a la diversión clase B, y personajes de lo más planos, la situación se hace cuesta arriba y eterna. En algún momento, podemos alcanzar el nivel de comedia involuntaria: pero el general es tan aburrido y monótono que difícilmente podamos hablar de consumo irónico. Lo dicho, a Argentina llega con una copia doblada al inglés que le quita todo tipo de expresión. Es como si los intérpretes de doblaje leyesen un texto estilo lista de supermercado, o como ver cine porno sin las escenas que importan y le dan razón de ser a esas películas. Siendo que no se trata de un título muy actual, e infidencia, ya circulan online, copias en buena calidad y audio original, la razón de que esto se estrene así como lo hace es todavía más extraña. "Reflejos siniestros" es un retroceso para el cine de terror de un país que parecía siempre tener algo para ofrecer. Tranquilamente puede ser uno de los peores estrenos del año.
La nueva película de James Mangold, "Contra lo imposible", es de esos proyectos con la temporada de premios en la mira. El vigor de Mangold para dirigir, y las actuaciones, en especial de Matt Damon, la elevan, un poco, sobre la media. Estamos en el último cuarto del año, y eso, entre otras cosas, significa una cosa, comienzan a llover los estrenos que, desde su génesis, sabemos que tienen altas chances de aparecer entre los nominados (y ganadores) de los premios de mayor popularidad. En la lista final puede aparecer alguno(s) que le escapa a esta lógica, pero esos no suelen ser películas cuya producción tengan en vista el Oscar desde el vamos, sino más bien como algo colateral (caso "Joker"). De acá en más se avecinan esos estrenos a los que hay que prestarles atención si queremos armar el prode ganador. Contra lo imposible es eso, sin disimulo. Es ese tipo de película que tiene todos sus ingredientes medidos para caer bien en la Academia, que no tienen en sus planes tomarse ninguna osadía, y generan – aun sin saberlo a ciencia cierta – sus promociones de taquilla en estas posibles nominaciones. Es llamativo el título local. "Contra lo imposible" es una horrible “traducción” desapasionada del original "Ford vs Ferrari" más fiel a la historia. Pero también, este título genérico local, desnuda más esas intenciones prototípicas y edificantes que el film se propone. Más allá del vs del título original, Contra lo imposible nos cuenta la historia de una amistad. También es una biopic básica y doble, que toma un momento conjunto y específico en la vida de dos personajes célebres para el mundo del automovilismo norteamericano. El Ford GT40 es un auto insignia de la marca del óvalo y, lo dicho, del automovilismo de su país de origen. Durante la década del ’60 ganó consecutivamente las míticas 24hs de Le Mans, y es el único automóvil estadounidense en lograr ese título. "Contra lo imposible" nos presenta la historia de los dos hombres que lo hicieron posible, el mecánico y automovilista Ken Miller, y el diseñador Carroll Shelby. Son los vibrantes años ’60, años de mucho estilo, elegancia, y masculinidad. Atrás quedó el mito de Ford como esa empresa que metió un coche en la casa de cada obrero. La empresa no atraviesa sus mejores años, y su gerente Leo Beebe (Josh Lucas) no parece encontrarle la vuelta a una reactivación. Por otro lado, Ferrari se convirtió en el líder indiscutido de las pistas, y si bien no tiene una producción gigante y popular, se convirtió en una marca de prestigio y prestancia que amenaza a nivel mundial a la más mundana empresa yanqui. Con la soga al cuello, el plan de Beebe es imitar a sus competidores, y lanzarse a la producción de un auto competitivo que haga ver a Ford como una marca que también tiene con qué. Carroll Shelby (Matt Damon) y Ken Miller (Christian Bale) son dos amigos que se desarrollan como automovilistas y mecánicos. Sus personalidades son algo contrapuestas. Mientras Shelby es más diplomático y carismático, Miller puede ser irascible, incontrolable, y no está dispuesto a conceder para pertenecer. Se sabe que Miller es el mejor automovilista de su generación, pero su carácter no solo no lo ayuda, le hace perder todas las oportunidades. Cuando la Ford busque a Shelby para que diseñe un automóvil para ellos, este aceptará, y luego presionará, manipulará, para que contraten a Miller como el piloto principal para la carrera de las 24hs horas de Le Mans. Por supuesto, Contra lo imposible es una historia de superación. Un personaje que viene de las clases trabajadoras estadounidenses, de los suburbios más clase media humilde, con una familia tradicional, una esposa abnegada, un hijo idílico por el que vale la pena hacer todo para salir adelante, y mil tropiezos hasta el triunfo ¿Se puede ser más cliché? Sí, porque en frente tiene al magnate de Ford y su gerente, y peor aún a los italianos soberbios de Ferrari (a los que ni siquiera se les da una personalidad muy definida, son arrogantes). Carroll Shelby es como el puente entre ambos, el personaje con un pie acá y otro allá, también funcional a los propósitos edificantes de la historia, la amistad entre dos seres de clase distinta es posible. Si existe una formula para este tipo de películas, el guion escrito a seis manos entre Jez Butterworth, John-Henry Butterworth, y Jason Keller la aplica al pie de la letra sin salirse ni una coma. Desde las frases protótipicas a ese patriotismo (no muy) solapado, todo está ahí. También una película que enaltece bastante la masculinidad y el paternalismo, en una época en la que el feminismo pareciera regir más la agenda bien pensante. Ni se lo cuestiona, los autos son un símbolo de virilidad, el hombre es el proveedor, y el único personaje femenino relevante es apoyo incondicional y condescendiente a la conducta más salvaje y antisocial de sus esposo. Por suerte, detrás de cámara se ubica James Mangold, un director que silba bajito, no mantiene un perfil muy alto en Hollywood, pero hace dos décadas que viene metiendo títulos destacables aún en películas por encargo. Desde "Copland"," Identidad", o "Walk the line", a "Kate & Leopold" y "Logan", todas tienen algo que las elevan entre sus similares, y aquí repite. Ese algo es su presencia. Mangold filma con criterio y pasión. Se sube arriba del auto y pisa el acelerador, nos hace parte, sentimos el vértigo sin hacerlo convulsivo ni un mero efecto de montaña rusa adrenalínica. Se equipara a aquella hermosura de Ron Howard en "Rush", la pasión por las pistas logra ser transmitida en el lente del realizador. También pisando suelo, Mangold transmite emoción con sus encuadres, sus tiempos, sus elecciones para la composición de cuadro. Cada vez que el guion descansa sobre un manual que tiene prohibido innovar, Mangold, aún con clasicismo (y alabado que así sea), lo rescata diciendo más con la imagen que en palabras. También demuestra ser un gran director de actores. De esos que arman el cuadro para que todos tengan su espacio sin pisarse y sin salirse de la marcación. La mirada está puesta sobre Christian Bale quien cuenta con el personaje con más herramientas para lucirse. El actor logra sus tics usuales, y un gran trabajo en maquillaje logra relucirse un rictus de cara alargada que lo favorece en este personaje clásico de su década. Matt Damon está más suelto, más desprovisto, y logra una interpretación carismática y brillante. Puede pasar del humor a la emoción en un segundo; y transmite con su mirada mucho más de lo que otros logran con un texto. "Contra lo imposible" es un film pulcro y correcto, que emocionará a los amantes de las pistas, y a quienes busquen historias edificantes. Aquellos que pretendan romper el molde, darle una vuelta de tuerca, o ir más allá, no lo van a conseguir, pero por suerte pueden refugiarse en los ojos de un gran director.
Basada en la obra "Niños Expósitos" de Rafael Bruza, "El plan divino", dirigida por Victor Laplace, es una comedia con un tono no del todo certero pero valiosa por la osadía temática que aborda. De eso no se habla. Aún hay cuestiones que el cine más perteneciente al establishment evita. Es cierto que en los últimos años hubo una apertura temática favorable, se derribaron varios clichés, y se pueden ver películas o escenas con una mirada que antes parecía impensada. Pero el conservadurismo todavía existe, y más cuando se trata de plantear un producto liviano y pasatista como "El plan divino"… o por lo menos eso es lo que parecería ser. No hay dudas que estamos frente a una comedia, que tiene entre sus productores a Artear, filmada en una Misiones colorida, con un elenco que cuenta con figuras reconocidas, y en sus casi 80 minutos la tónica es ágil y (cuasi) alegre – ya veremos el por qué de ese cuasi – . Sin embargo, la nueva película de Victor Laplace como director, que adapta una obra del off uruguayo, no teme meterse de pleno con algunos planteos con los que no cualquiera se animaría a exponer así, sin disimulo. Los abusos por parte de la Iglesia Católica a los niños que les son confiados a su cuidado es algo que ya fue tratado tanto en thrillers como dramas, muchos de ellos en un válido ejercicio de despertar polémica para abrir el debate. Hablemos de "Philomena", "En primera plana", y hasta la local y reciente "Hombres de piel dura". Lo llamativo de "El plan divino" es que se trate de una comedia ligera, y lo ubique en el núcleo propio de la historia. La sensación es la de una extraña ¿y placentera? Incomodidad. Heriberto (Javier Lester) y Eustaquio (Gastón Pauls) son dos monaguillos y seminaristas que en una pequeña parroquia de la selva misionera aguardan sus nombramientos como sacerdotes. Mientras tanto, cuidan del párroco de la comunidad, el senil Padre Roberto (Victor Laplace) que no puede valerse por sí mismo, y mediante una irritante campanita exige a sus dos súbditos que, no solo se encarguen de todo en la Iglesia (ya ofician extra oficialmente como curas), sino de él mismo en las cuestiones más básicas como darle de comer, asearlo, ayudarlo a hace sus necesidades, y… Eustaquio y Heriberto son dos niños huérfanos (llevan por apellido el genérico Expósito otorgado a quienes nacen en un orfanato) entregados desde muy chico a la guardia de Roberto, por lo que no conocen otra realidad, y sus destinos parecen estar marcados, lamentablemente muy marcados. Todo comienza con una crisis de fe de Heriberto, enamorado de la fiel María (Paula Sartor), que encima está en pareja. Su idea es abandonar los hábitos y declararle su amor a María. Eustaquio, de apariencia mucho más condescendiente, primero pone el grito en el cielo, pero inmediatamente ve la oportunidad de matar (justamente) dos pájaros de un tiro. Mientras que el padre Roberto viva, Heriberto no va a poder abandonar la iglesia, y Eustaquio no será nombrado sacerdote; y la verdad que ya están cansados… Bastará un mensaje divino vía tucán, para que Eustaquio pergeñe un plan que incluye envenenar al Padre. "El plan divino" pone en marcha una comedia ágil, haciendo pie en la complicidad de sus dos protagonistas. Con personalidades diferentes, Eustaquio y Heriberto comparten un infierno que callaron durante mucho tiempo, probablemente no asumiéndolo, y por las circunstancias actuales está por explotar. El guion de Leonel D’Agostino que airea perfectamente la obra teatral al punto de no advertirnos de este sino es buscando información, acierta al ir al choque; pero a su vez, por la misma razón, se siente como un híbrido. Monaguillos que quieren asesinar al cura, deseos libidinosos, muertes involuntarias, un pasado de violación y actualidad de abuso. Cuestiones muy escabrosas que serían bien asimiladas en un drama, y "El plan divino" presenta en abierto formato de comedia. Por otro lado, se creería que el tono más acertado sería el del humor negro, ácido, punzante, molesto; y no. "El plan divino" es una comedia de formato popular, costumbrista, ligera y liviana, de colores estridentes, resoluciones fáciles, remates que apelan al humor típico, música de sketch alegre, que hasta podría ser consumida por un público amplio. Tampoco se adentra en el desparpajo del grotesco, o lo rupturista de Almodóvar. No, logra una mezcla equilibrada entre lo amable y lo perturbador. Como si guionista y director hubiesen querido hacer una comedia de manual, no menor, que escondiera en su centro algo inquietante. De este modo, rompe los moldes y se convierte en algo bastante atípico que puede sorprender a más de uno. Gastón Pauls, y sobre todo Javier Lester despliegan buen timing para el humor, se meten en sus personajes y logran momentos bastante graciosos. La química entre ambos también era fundamental para que la cosa funcione, y es muy lograda. Victor Laplace en un rol muy patético logra lo que se propone, profundo desagrado. La labor como director del Perón del cine viene creando una filmografía ecléctica en cuanto a temáticas, géneros, y estilo, pero siempre eficaz y cumplidora, poniendo el acento en la emotividad. Frases como “no quiero que otros chicos pasen por lo mismo que nosotros” alcanzan para describir un horror y empatizar con los homicidas dolientes, y dichas en el medio de la comedia. La producción se nota controlada, sin un gran despliegue que no necesite, haciendo un muy correcto uso de los exteriores para que luzca más grande de lo que es. Todos méritos de un director con criterio. En el último tercio, el film muestra pinceladas de drama y se inclina más a una cierta condescendencia, entendible en su idea de no ser una película corrosiva. A "El plan divino" se le pueden criticar varios puntos. Trazos de humor grueso, un tono que puede parecer indefinido (según como se lo entienda y mire esto puede agradar o no), y no ser más punzante en determinadas cuestiones. Pero su sola osadía de animarse a plantear abiertamente que podemos reírnos de cualquier cosa, y desde el humor generar concientización, ya la convierte en un producto destacado al que hay que prestarle atención. Como mínimo, es toda una curiosidad.
El nuevo film de Paula de Luque, "La forma de las horas", realizado mediante el sistema del cooperativismo; narra el epílogo de una pareja a través de la visión de una mujer y su mente. El talento de la directora y sus intérpretes, realzan una propuesta chica pero enriquecedora. Una casa en el bosque y en la playa, una ex pareja que se rencuentra, los recuerdos expresados en palabras, y una sensación de que algo quedó sin cerrarse en esa relación. Ana (Julieta Díaz) y su ex (Jean Pierre Noher) se encuentran en el que fue su hogar para ultimar detalles antes de abandonar el inmueble para siempre. No pasa mucho tiempo para que empecemos a sospechar, y confirmar, que él no está ahí, que ya se fue, y que estamos dentro de la confusa cabeza de Ana, que debe cerrar varias puertas antes de abandonar. ¿O no? ¿Sucede otra cosa? ¿Es su ex? "La forma de las horas" se desarrolla por capítulos, como la novela que está escribiendo Ana y a la que le cuesta encontrarle forma. Comienza siendo autobiográfica, luego quiere virar hacia la ficción, pero no puede, o sí, no sabemos ¿Qué es real y que es lo idílico de lo que vemos? El nuevo film de Paula de Luque es una propuesta frágil y delicada, con muchos vaivenes, idas y venidas; como la mente de alguien que atraviesa por un cambio fundamental en su vida. En algún punto, comparte temática con la reciente y excelente "La cama" de Mónica Lairana. Pero en aquella no sólo se ponía atención en la corporización de lo físico, en esos cuerpos achacados de una adultez dura; sino que los hechos eran más concretos, y la sensación de encierro favorecía a lo sombrío y la sensación de ocaso. En "La forma de las horas", los personajes son más vitales, algo más jóvenes, de una clase media intelectual; y el asunto no pasa tanto por lo físico como por lo emocional, el no querer soltar y aferrarse a lo efímero, sea lo que sea que esté sucediendo. La luz penetra, hay puertas abiertas, y el bosque funciona como laberinto a la vez que la playa como una inmensidad de soledad. El tiempo se repliega, los cuadros se repiten, todo se envuelve en lo onírico, y la conciencia que replantea se hace real ¿Hasta cuándo seguir así? "La forma de los horas" es un film pequeño, intimista, calmo, profundamente reflexivo, en el que importan más lo que se dice que lo que sucede. El texto no sólo sale de sus bocas, los párrafos del libro invaden la pantalla mientras Ana logra desbloquearse y escribe… para luego arrepentirse, borrar, y reiniciar ¿Avanzará en el texto? ¿Le encontrará una respuesta al bloqueo creativo? De Luque no construyó un cuento de hadas, una historia feliz. Si la pareja no se terminó definitivamente, atraviesa un momento de duda e incertidumbre; sea lo que sea, es una zona con sombras y oscuridad. El ritmo es lento si bien no estático, y la puesta juega a lo austero con recursos que requieren más talento que gran producción. "La forma de las horas" creó una cooperativa de colaboración entre todos los intervinientes para poder ser realizada sin el financiamiento del INCAA (son conocidos los conflictos que la realizadora tuvo con esta entidad); y esto abrevó en que sea una película de estructura pequeña en la que se requiere de gran talento para resolver ciertas cuestiones técnicas. Por suerte, talento es lo que sobra. No necesita de más de dos actores (y unos inserts bailados libremente por Paula Robles), y jamás se siente teatral. De Luque airea permanentemente gracias a los juegos de luces, y una puesta aséptica que recurre a una fotografía blanca luminosa en la que menos es más. Hay efectos de cámara y otros detalles que en otras manos hubiesen mostrando los hilos, y sin embargo, en las manos de la realizadora de Juan y Eva quedan equilibrados y correctos, jamás se siente el artificio si no es buscado. Una película así, necesita de actores comprometidos, y ambos entregan performance muy comprometidas. Sobre todo una Julieta Díaz alejada de lo usual, empalidecida, natural, alejada de la estridencia, y transmitiendo el dolor en todo su cuerpo. El apoyo en el sonido y la musicalización, sumado a un acorde leit motiv final entonado por ambos actores en los créditos, son datos que no pasan desapercibidos. En el vestuario de ropas holgadas y oscuras o pálidas, y un maquillaje imperceptible, también hay un acierto por los detalles. Contracara de películas como "El amor menos pensado", "La forma de las horas" no busca “lo rosa”, la complacencia, ni hacerle una caricia al espectador. Más bien le presta un espejo y un hombro a aquellos que se vean reflejados en esta historia de la (im)posibilidad de soltar. Como una poesía triste hecha film, "La forma de las horas" deberá interpretarse, y en ese juego nos acompañará aún después de finalizada. No es poco mérito para una película que plantea algo tan etéreo como un vínculo que probablemente ya no exista.
Adaptación de la novela de Stephen King secuela de "El resplandor", "Doctor Sueño", tiene en su realizador, Mike Flanagan el arma secreta para resolver positivamente los muchos desafíos que tenía por delante. Una novela inadaptable. Término muy usual a la hora de hablar de libros cuyo traspaso al ámbito cinematográfico pareciera ser dificultoso de ser concretado. Hay varias, clásicas; y de hecho, en su mayoría, cuando se terminan animando, los resultados no suelen ser los más satisfactorios. "Doctor sueño" podía ser considerada una de esas novelas inadaptables, aunque no por las razones usuales. De hecho, casi inmediatamente publicada la novela, se sabía, o se suponía, que terminaría siendo llevada al cine. El tema es ¿Cómo lo harían? "El resplandor" es la tercer novela de su autor, publicada en 1977, y una de las más conocidas y aclamadas. Es más, su texto es transversal a otras historias del mismo King. Cuando en 1980 Stanley Kubrick realizó la adaptación cinematográfica, las aguas se dividieron, básicamente entre Stephen King que no le gustó lo que hicieron con su obra por las muchas libertades que se tomó, y todo el resto (salvo los adeptos más fieles al autor) que inmediatamente la catapultaron al estirpe de clásico, referencia, e ícono del género. Recién en 2013, Stephen King publicó una secuela de su novela. Que en realidad sigue la historia de uno de sus personajes en la actualidad, pero viviendo hechos bastante distintos a los anteriores. Quizás por las altas expectativas, "Doctor Sueño" tuvo un recibimiento más tibio del esperado, y muchos la consideran entre los textos más flojos del autor de "It"; probablemente por este hecho de no ser una secuela pura y derecha. Ahora en 2019 los temores regresan, "Doctor Sueño", la película, no sólo adapta una novela que debe mejorar las expectativas de los lectores, sino plantearse entre ser fiel y estar a la altura (o ser digna) del clásico de Kubrick, o respetar más a la obra y espíritu del Tío Stephen. Por suerte, quien se ubica detrás de cámara es Mike Flanagan, uno de los realizadores de género más sólidos y talentosos de la actualidad, acostumbrados a tomar riesgos en sus proyectos, que otros directores más amoldados elegirían eludir. ¿Cómo ubicarse a la altura de un grande como Kubrick? ¿Cómo seguir sus pasos? Flanagan ni lo intenta, hace su propio camino, y traza los homenajes y guiños justos, para que el fan salga contento pero que sienta que se lo respeta. Hay una decisión estética que puede enfrentar opiniones respecto a las escenas que traen al anterior film, entre ser y no ser lo mismo, usar las últimas tecnologías o ir hacia las prácticas tradicionales. Flanagan es un director que suele hacer gala del mejor clasicismo bien entendido, y esta no es la excepción. Habrá que estar atento, en sus dos horas y media, un primer tramo entrega mucha información comprimida, trae varios personajes, cambia intermitentemente de ambiente y año, y arma un gran mosaico como aquel alfombrado que Danny recorría con su triciclo. Todo esto nos dirá que su director elige no apurarse ni simplificar, prefiere tomarse el tiempo necesario para que entremos a la nueva historia, comprendamos sus reglas, y recién ahí encender los motores para un juego de tensión que no abandona. Danny y su madre sobrevivieron y se recluyen en Florida. Allí, él crece, guardando los fantasmas de su pasado (literalmente), y superando los conflictos del ser especial gracias a su poder de resplandecer. Tanto las visitas de Tony como de los espectros del Overlook van mermando, y en su adultez (Ewan McGregor) se convirtió en un personaje con demonios a superar para no convertirse en su padre. Drogadicto y alcohólico en recuperación, parece poder utilizar el resplandor para un fin noble como enfermero ayudante en un geriátrico. Pero las sombras pueden regresar. Hace ocho años que mantiene una comunicación sensorial, similar a la que él mantenía con Tony, con una niña llamada Abra (Kyliegh Curran) de poderes iguales a los suyos. Abra logra conectar con otro niño especial que fue secuestrado y asesinado por la banda dirigida por Rose The Hat (Rebecca Ferguson). También con los poderes mentales del resplandor, esta banda se dedica a absorber los vapores de otros niños para asegurarse una juventud prolongada indefinidamente. Abra desea frenar a este grupo, se expone más de lo necesario, por lo que recurre a Danny, quien deberá remover las zonas oscuras que quiere dejar atrás, para poder enfrentar los problemas de este presente. "Doctor Sueño" es un film por encargo para Mike Flanagan, como lo era "Ouija 2: el origen del mal"; y como en aquella oportunidad, logra hacer propio aquello que le era ajeno; aunque esta vez, quizás hablemos de su film menos personal. El director de Ausencia suele transmitir el terror desde el drama y la angustia, desarrollar los vínculos entre los personajes y hacer que comprendamos sus sombras internas. "Doctor sueño" no es la excepción. Quizás en ese primer tramo, cuenta alguna historia paralela que no sume tanto a la historia general, pero funciona para comprender el mecanismo del conjunto de los personajes. Nada es librado al azar. Como si estuviésemos frente al enfrentamiento entre el Profesor Xavier y Magneto en la primer "X-Men" que se disputaban la pertenencia de Rogue. Aquí se forman dos clanes con vínculos y relaciones internas. Danny encuentra en Abra, y en su mentor de la AA, los vínculos para salir adelante y reinsertarse adecuadamente sin repetir los hechos de Jack. Rose y los suyos se nuclean, viven en comunidad, y en esa eternidad hay también una respuesta a huir de la soledad. "Doctor Sueño" expone su mayor temor de los personajes en el ser incomprendidos y quedarse solo. Sombría, con los tiempos necesarios para crear tensión sin que se sienta el martillazo. Flanagan también recurre a la visón de los clásicos sin recaer en lo obvio, no sólo en el film de Kubrick; en aquel clan y su forma de ataque y convivencia también sentiremos la presencia de "The Lost Boys" de Joel Schumacher, y "Vampires" de John Carpenter: los monstruos rockstar dirán presente de forma comunitaria. Ewan McGregor muestra su solidez habitual y no entiende al género como una propuesta menor, los tintes dramáticos de su composición son logrados. Rebeca Ferguson compone a un personaje afectado, diferente a lo que le vimos hasta ahora, no recurre a lo básico para generar miedo, es un personaje fuerte y frágil a la vez, una dualidad muy atractiva y seductora, de una villana para nada típica. "Doctor Sueño" es una propuesta muy lograda, no solo por sus nobles resultados, sino por la sumatoria de riesgos que resuelve con mano firme y convincente. No intenta ser el clásico que fue aquella gema de 1980, ni tampoco pasarla por alto. Tampoco descuida al fan del autor al que siempre le está tendiendo una mano (es la segunda adaptación del director a King, luego de la también lograda "Gerald's Game"). Mike Flanagan sigue a paso firme en una filmografía cada vez más nutrida y variada.
Adaptación de una obra teatral, "Piedra, papel y tijera", de Marín Blousson, y Macarena García Lenzi; narra una tensa relación entre tres hermanos y un único ambiente que funciona como otro personaje más. En sus pinceladas de humor negro y lo intenso del relato, encuentra sus mejores formas. Adaptar una obra de teatro al cine puede ser una de las funciones más problemáticas para un realizador. Ambas artes presentan atmósferas diferentes, y lo que puede funcionar de maravillas en las tablas, puede relucir demasiado esquemático en una pantalla. El recurso que suele utilizarse es airear lo más posible los cuadros, introducir rellenos en exteriores, o trasladar algunas escenas a otro ambiente para hacer que el asunto no resulte tan cerrado y estático como en una sala teatral. "Piedra, papel y tijera" elige un camino diferente. No, no hay exteriores, ni quiera hay marcadas ventanas hacia el afuera. Tampoco se sale de lo que es la casa que funciona como único escenario con varios ambientes, algo que en teatro también se puede hacer. La ópera prima de Martín Blousson y Macarena García Lenzi opta por utilizar un recurso puramente cinematográfico, el montaje, la creación de un clima que más allá de su tensión permanente nunca se siente pesado. Es un film movedizo, pese a no presentar cambios notorios entre sus decorados, y no más de tres personajes. De hecho, hace de ese encierro y agobio una cuestión propia del ambiente cinemático. Estrenada en 2013 en el circuito off, Sangre de mi sangre, contaba con la dramaturgia y dirección de la propia García Lenzi. Para su traslado al cine, se reunió con Martín Blousson, bicho de cine, que viene de trabajar en edición y como guionista en muchos de los proyectos más notorios del pujante cine de género local. Súmenle, la producción de un hombre de pura cepa del cine de género como Valentín Javier Diment, que no pareciera ser un dato aleatorio en "Piedra, papel y tijera". Entre los tres se propusieron llevar a la gran pantalla esta más que inteligente historia, y el resultado es sorpresivo. María José (Valeria Giorcelli), y Jesús (Pablo Sigal, que remplaza al gran Matias Marmorato de la puesta teatral) son dos hermanos que viven en la casa familiar, y mantienen una relación de mutuo y enfermizo acompañamiento. Ambos acaban de sufrir la reciente muerte de su padre, al que hace rato se encargaban de cuidar luego de quedar postrado. Pareciera que nada puede perturbar su aniñada armonía; hasta que suena el timbre y es “La Negra” Guadalupe (Agustina Cerviño), la hermanastra mayor por parte de padre, que salió hace rato de esa casa, y regresa con el único fin de organizar los papeles de la sucesión. En el medio hay una casa. Jesús y María (como ahora quiere que la llamen, aunque nombrar a José no la sacaría de la santísima trinidad) se encargaron de todo cuando Guadalupe se fue, o la fueron; y no verán con buenos ojos, que ella ahora quiera reclamar su parte. A ella no le importa, está decidida a hacer todo lo más rápido posible y continuar con su vida lejos de ahí. Pero algo ocurre, y la relación entre los tres se intensificará. Es imposible que al ver "Piedra, papel y tijera", no pensemos en "Misery". Sin embargo, las similitudes quedan en la temática o la mecánica, y el film de Blousson y García Lenzi realiza su propio camino. Al ser adaptación de teatro, es lógico que el mayor atractivo recaiga en un texto contundente y de alto voltaje. La tensión va creciendo, los vínculos se van enrareciendo, todos muestran sus hilachas, y la situación se torna extremadamente intensa; no sólo desde los físico, también desde lo emocional. "Piedra, papel y tijera" presenta relaciones endogámicas, personajes que (mal) expresan su soledad, y desarrollan su patetismo hasta grados impensados. Van más allá del cliché, y más allá de la obvia parodia y hasta grotesco, crean un verosímil atendible. Hay mucha sublectura y doble sentido en las decisiones y gustos de las criaturas, y hay una gran atención al detalle. Desde la fascinación de María José con "El mago de Oz"(que Jesús acompaña), también su oportunismo religioso; la homosexualidad latente de Jesús y ese deseo de filmar que lo lleva a andar con una camarita, y las imitaciones con tonadas extranjeras; las repentinas muestras que montan; los confusos recuerdos del pasado; las intenciones no tan caras de Guadalupe; los secretos que guardan. Todo se tornará mucho más turbio de lo esperado. Blousson y García Lenzi manejan el impacto y la sorpresa aunque algunos hechos y escenas puedan adivinarse y verse llegar en algún momento. Gracias al uso del montaje y la edición, el corte abrupto de clima, que pasa sin dificultad e intermitentemente entre el humor absurdo y el suspenso, hacen que una escena fuerte choque gratamente por el hecho de estar precedida de un momento ameno e inesperado. La fluidez del elenco es otro gran aporte. La dirección de actores es firme para que nada se salga de control, y entre los tres hay armonía y entendimiento. Algo muy aceitado, propio del acostumbramiento, pese a que Sigal sea nuevo en el elenco, la química en el trío es perfecta. Los tres actores logran grandes composiciones, no solo se apoderan del texto, lo llenan de gestos y poses, y crean un tándem ideal para que todo funcione de maravillas. Piedra, papel, y tijera moviliza y genera un risa incómoda; es salvaje e inquietante. En todo momento el film no se detiene, y siempre mantiene expectante al espectador sobre lo que puede suceder. Realizada con mucha solvencia y talento, "Piedra, papel y tijera", es una pequeña gran sorpresa de la cartelera, un film atípico de género, y un excelente primer paso para dos realizadores que ojalá aún tengan mucho más para entregar. Es de esas propuestas que se recomiendan sin dudar.
¿El Reboot? ¿Sexta entrega? De la saga iniciada por James Cameron hace ya 35 años; "Terminator: Destino oculto", dirigida por Tim Miller, no devuelve las cosas a sus mejores épocas, pero cumple con ser un entretenimiento de acción cumplidor y más pensado para las generaciones actuales. Sin muchas pretensiones, aprueba. Vuelve Sarah Connor interpretada por su actriz original, aparece otra vez un T-800 en el curtido cuero del Mister Olympia austríaco, se repiten las frases de siempre (con ligeros cambios) y hay referencias a las escenas clásicas; y sin embargo, esta "Terminator: Destino oculto" termina siendo pensada más para el público nuevo que para aquel que intenta recuperar los buenos momentos. Extraño híbrido. Terminator probablemente sea la franquicia más manoseada y devaluada de los tanques hollywoodenses. Algo similar a lo que ocurre con Star Wars, durante años fue algo casi intocable. Una película y una secuela (con casi diez años de diferencia entre sí), manejadas por el mismo equipo, que se convirtieron en clásicos instantáneos y parte de la cultural popular y cinéfila (la segunda suma un prodigio de FX que la hizo relevante históricamente). Doce años después esa sacralidad comenzó a quebrarse. Lo que parecía que ya había cerrado perfecto, con la excusa de que las fechas presentadas en la historia estaban “desactualizándose”, generó continuaciones en medio de un pase de derechos de la criatura que hicieron que cada entrega (con una serie de TV en el medio) se distanciase más y más de lo que fue, variara el estilo, y cada director/guionista/productor contase lo que quisiese con el sello de una saga a la que ya intentar hilvanar en conjunto es una tarea insalubre. No es que de "La rebelión de las máquinas" a "Genisys" sean malas películas/serie (Bueno, alguna si lo es, cada uno elige la suya), simplemente es una ensalada con gustos demasiados contrastados. La llegada de "Terminator: Destino oculto" encendió una luz de esperanza en algunos de que las cosas podían volver a su cauce. No sólo porque Linda Hamilton vuelve a su personaje icónico (convengamos que Arnold no se perdió una), sino porque papá Cameron prometía tomar las riendas. Primero se rumoreó que la podía dirigir, finalmente la produjo y, según dicen, metió la cuchara en el guión de David S. Goyer (con experiencia en esto de apropiarse de franquicias), Justin Rodhes, y Billy Ray. Bueno, lo dicho, "Terminator: Destino oculto" le hace guiños a los fans de siempre, como palmadas en la espalda, pero se presenta de un modo tan actual que, salvo por pequeños detalles, podría ser vista por alguien que no tiene ni idea qué es un T-800, o quién es John Connor. Una escena inicial, de gran realización aunque alguno le podrá encontrar algún detalle, ¿alcanza? para saber por dónde viene la mano. Alguna línea de diálogo escueta más termina por despejar el horizonte. Esta realización incluso puede ser una continuación directa de "Terminator 2: El día del juicio final", o no, ser la sexta parte de un todo; pero por el melange existente, sabe que sería imposible explicar lo inexplicable; y a diferencia de Terminator: Genisys que se enroscaba explicando y sólo enrarecía más todo, acá nos dicen que las cosas son como son, hay cosas que no tienen lógica, peeeeroooo… Estamos en el 2020 y el mundo sigue andando. Dani Ramos (Natalia Reyes) trabaja en una fábrica de chasis automovilísticos en la frontera de México con EE.UU. Ella será el nuevo target de un Terminator que llega del futuro, el Rev-9 (Gabriel Luna), con el objetivo de aniquilarla y sin dudar en asesinar a cualquiera que se interponga en el camino. Antes que este, llega Grace (Mackenzie Davis), una humana mejorada, una Ciborg (Albert Pyum le robó a Terminator y ahora le devuelven el favor), dispuesta a proteger a Dani de los ataques del Rev-9. Cuando las cosas se compliquen a la primera de cambios, porque los Terminator son cada vez más implacables e imparables, aparecerá una segunda ayuda para Dani, o una nueva amenaza para el Rev-9; Sarah Connor haciendo un ingreso triunfal bien de sobreviviente. Sarah recibe desde 1997 mensajes de un anónimo que le avisa las coordenadas de las llegadas de los nuevos Terminator, y ella se encarga de truncarle los planes. Dani, Grace, y Sarah formarán un power trío de resistencia con la progesterona bien alta. El mensaje feminista en "Terminator: Destino oculto" es obvio, directo, y subrayado; y más allá de algún prurito, no está nada mal. Habrá que sumarle una vuelta de tuerca que se venir mucho antes de que se revele, y que refuerza esta cuestión ¿Y Arnold? Habrá que esperar – bastante – para verlo. No esperen aquí que haya demasiadas respuestas, esta peli no ofrece demasiadas vueltas. No explica mucho más de lo necesario (y hasta ahí), es básica, y se entrega rápido a lo que quiere mostrar, secuencias de acción y persecución seguidas de unos cuantos momentos más tranquilos en los que se desarrolla la relación entre los personajes y se lanzan frases para los varios mensajes que quiere dejar. Al fan intenta contentarlo con guiños y homenajes, e implícitamente le dice que ya está, que dé vuelta la página y deje disfrutar a los que vienen. A los nuevos les entrega una película no muy original ni esplendorosa pero cumplidora, principalmente porque se pone objetivos no muy altos. No intenta estar a la altura de una saga antológica, quizás porque sabe que luego de cinco películas y una serie ya no lo es. Mackenzie Davis y Natalia Reyes tienen buena química entre sí, ambos tienen buenos personajes, y es obvia la intención de repetir el esquema de T2. A Arnold le pesan los años, pero es inoxidable, se lo banca tal cual es, aunque acá el eje está lejos de ser su presencia. Las miradas se la lleva Linda Hamilton, que refuerza sus arrugas y su voz de whisky y cigarros, es una batalladora que termina de cerrar el arco de transformación de su personaje, todos los aplausos a ella. En el debe, el Rev-9 de Gabriel Luna no le hace ni cosquillas al T-800, el T-1000, ni a la T-X de Kristanna Loken. Quizás sí supere al androide de Genisys, que ni nombre de modelo tuvo. Le falta peso, presencia, actitud para infundir temor y respeto. Cada ves hacen más cosas, este hasta divide en dos su exoesqueleto, pero a Robert Patrick le alcanzaba con un dedo haciendo no y una mirada helada para saber que con ese tipo no se jodía. Tim Miller no hace mucho desde la dirección. Las escenas de acción no eran lo mejor de Deadpool, estas están un poco mejor, y vuelve a ubicar la acción en soleados y sucios días más que en la luz de la luna y la oscuridad. "Terminator: Destino Oculto" no está mal. Sabe que las dos primeras entregas no se tocan ni se igualan, y no le molesta colocarse varios escalones por debajo. Le alanza con dejar un mejor sabor que ¿algunas? de las otras secuelas, e intentar hacer su propio camino ¿Será legendaria? Lo dudo, pero las poco más de dos horas pasan rápido, entretienen, y – para bien o mal – se olvidan bastante rápido.