"Estoy vivo pero ya me asesinaron / Yo ahora vivo con los muertos, / con aquellos olvidados, que encima son los dueños del mundo y la verdad. / Los chorros y los locos, los drogados y borrachos, / ellos fabrican mi realidad / ellos poseen la formula de ser feliz...” Con estas palabras comienza el poema Diagnóstico de esperanza que en el 2009 escribió Camilo Blajaquis a quien hoy día se lo conoce por su nombre real César Gonzáles. Fue con su seudónimo que Gonzáles adquirió cierta relevancia por ser, tal vez, la letra que mejor expresa la situación, el sentimiento de los marginados, aquellos que fueron apartados hace ya muchos años y que hoy día siguen en una situación similar como excluidos de lo que les sucede al resto. Y es que este es un razonamiento lógico, este poeta, estudiante egresado de letras en la UBA pertenece a la Villa Carlos Gardel, ubicada atrás del Hospital Posadas en el barrio El Palomar del Conurbano Bonaerense; nunca salió de ahí (salvo circunstancias adversas de la vida), y no lo necesita, ahí está su pertenencia por más que se los haya llevado ahí como un modo de ocultarlos, taparlos detrás de un bloque de cemento. Es importante hablar de César Gonzáles, director de este film que titulo, no casualmente, de modo similar a aquel poema, Diagnóstico Esperanza. Hablamos de una ópera prima que sale de las entrañas, de un trabajo personal que lleva la firma grabada a fuego como todo lo que hace. Es un trabajo de ficción, no es estrictamente autobiográfico, y sin embargo habla de él y de los suyos. Diagnóstico Esperanza es una suerte de película coral, por llamarlo de algún modo, no hay un protagonista excluyente, o por lo menos no se siente, son varias historias que se cruzan, se muestran en paralelo y se suceden una tras otra; es un radiografía de situación más que de personajes puntuales. Los hay de todo tipo, en un acierto más que feliz, si bien el centro son los marginados, no son los únicos representados, también se muestra el otro costado, el vacío, el indiferente, el reaccionario, aquel que entró al sistema, que fue aceptado por él (en un acto recíproco), y no está dispuesto a abandonarlo... y tampoco parece muy feliz de que otros puedan “pertenecer”. Ya son varios los films que dibujan una radiografía sobre la situación en estos barrios, pero lo que hace particular a Diagnóstico Esperanza principalmente es su realización. No es un director, o un equipo, externo que recrea o se instala en el lugar, acá son ellos mismos no solo los que hablan y se muestran, sino los que escriben lo que dicen y los que manejan la cámara, y saben dónde poner la lente. Sí, talvez no estemos frente a una película de una estética subyugante o puramente cuidada, es más hasta algún descuidado podría emparentarlo con un telefilm; pero aún así hay mucho de lirismo, en el texto, en el mensaje, y también en las imágenes, que no son elegidas al azar. Diagnóstico Esperanza es un descenso a los infiernos, todo es terrible y nada parece mejorar; y sin embargo, su director se encarga de poner la esperanza en el lugar adecuado, en ellos mismos, son ellos los que se van a salvar, no todo está perdido mientras ellos mismos quieran surgir, de distintas maneras, como puedan. Pareciera una respuesta a esas frases de “irrecuperables” “tienen el gen de la maldad”; los “actores” son los propios vecinos y familiares de César, y si bien hay un guión, hablan por sí mismos luciendo puramente creíbles. Ficción política, sin dudarlo y sin arrepentirse, la visión es dura y descarnada, y a la vez tierna para quien la entienda. César Gonzáles trasladó su arte a la gran pantalla y la sensación es la de otro territorio ganado; recuperado por la igualdad, por la superación, por la inclusión.
¿Autobiografía? Sí y no, ¿documental de archivo? Sí y no, ¿trabajo personal? Definitivamente sí. Aunque "Cirquera" se encuadre en una temática genérica como la del recorrido por el circo de antaño, es antes que nada una reconstrucción de una vida, los comienzos de la propia y el centro de la de sus antepasados, los padres. Hablamos de Diana Rutkus, co-directora junto a Andrés Habegger, y protagonista en escena y en off de este documental. Diana es hija de una trapecista y equilibrista y de un domador de leones, y nació en el medio del ”oficio”, asunto que se terminó a los cinco años cuando sus padres decidieron bajarse del circo y hacerse estables. A la manera de Beirut-Buenos Aires-Beirut en el cual la actriz Grace Spinelli hurgaba en sus orígenes a través de su abuelo libanés; acá Rutkus pareciera tener asuntos sin resolver con su pasado y utiliza el formato documental como un modo compartir sus inquietudes junto a los espectadores. "Cirquera" hace uso de todos los recursos esperables en este tipo de documentales, entrevistas, filmaciones caseras en súper 8, imágenes de archivo, fotos familiares; se percibe la intención de intentar integrar un collage con el cajón como en el que ¿todas? las familias guardan sus distintos recuerdos, con la salvedad de que en esta ocasión la familia es toda la troupe circense. Se nos habla de la vida nómade – de sus virtudes y sus aspectos negativos –, de la gloria de un estilo de circo que ya parece estar extinto, de un modo de vida que lleva el espectáculo en la sangre, y de una historia familiar que necesita ser reconstruída. Todo esto se hace a la vez, en cierta manera, estos temas aparecen a través de anécdotas, entrevistas del pasado y del presente (en lo cual se extraña algún tipo de contraposición en persona), y en las voces en off que se suceden durante casi todo el trayecto. De aspecto técnico formal y efectivo, "Cirquera" busca la emoción y lo cumple en varias capas, quienes disfrutaron de aquel circo sentirán cuanto menos nostalgia, la idea de que “el nuevo circo” (aquel de Cirque Du Soleil digamos para que se entienda) no le llega ni a los talones a lo que fue aquel de la troupe que viajaba por todo el país como una familia en casa rodante ronda la idea central. También hay emotividad por parte de la historia propia de la directora que busca reconocer en fotos a su papá y a su mamá y encontrarse a sí misma rodeada de personajes muy pintorescos, una suerte de viaje iniciatico lleno de incertidumbres que se irán resolviendo con el correr del metraje. No estamos ante un documental perfecto, en algunos tramos puede parecer confuso, repetitivo, y hasta quizás desaprovecha algunos puntos fuertes como las valiosísimas entrevistas con los compañeros de sus padres que parecen no del todo explotadas y quizás aportan sensiblemente menos que otras que no revisten la misma importancia. Mi sensación es en este trabajo, muchas veces ocurre que cuando su eje es autobiográfico (se entiende la movilización que origina el punto de partida) a veces su extensión (en términos de utilización de material) es mayor de la que debería. Pero aún así hablamos de un documental muy interesante, rico en anécdotas, con la emoción a flor de piel (como todo lo encarado desde lo personal), y de visión casi obligatoria para los admiradores de aquel circo; de seguro este, su público, lo disfrutará casi como el mejor de los números de aquél histórico espectáculo, aún con la nostalgia del tiempo que quizás no vuelva.
Muchos – para no generalizar – tanques hollywoodenses deberían traer un anuncio en sus afiches, o antes de comenzar la película, “no analice su argumento, disfrútela”. Eso es lo que nos propone Guillermo del Toro en su nuevo opus con el que ya, definitivamente, se metió de lleno en el sistema de grandes estudios, un gran entretenimiento desde la secuencia pre-títulos hasta la secuencia post-créditos; y aunque no nos lo digan, cuando uno se enfrenta ante estos productos eso es (o debería ser) lo que está buscando. El mundo se encuentra en colisión, de las profundidades del Océano surgen Kaijus (monstruos en japonés) con el sólo propósito de romper todo; para frenar la catástrofe las potencias del mundo – aunque otra vez veamos preponderantemente a EE.UU. – crean unos robots gigantes comandados por dos soldados que se interconectan neuronalmente. El resto es la batalla que crece y crece, los conflictos personales de algunos soldados, una cuasi historia de amor y en realidad más preparación que campo de batalla. ¿Se acuerdan cuando de chicos jugábamos con los muñecos y los hacíamos pelear unos contra otro, lo hacíamos con una historia mínima inventada, y hasta sin darnos cuenta hasta podíamos romper esos juguetes? Imaginen esa misma sensación extrapolada en la gran pantalla. Del Toro se divierte como un nene, pone unos monstruos deformes a puro CGI pero que, a la manera de Peter Jackson tienen movimientos articulados de Stop Motion – y unos robots con lucecitas, cañones, espadas, y pies grandes, igualitos a los que funcionan a batería; y los hace chocar y romperse con mucho agua de por medio para disimular las aún falencias del mundo digital. Todo lo que pueda suceder en el medio es relleno, aunque se agradece como el merecido y necesario descanso visual. Sí, quizás los personajes de Charlie Hunnam (Raeley), Idris Elba (Stacker Pentecost), y Rinko Kikuchi (Maco Mora) tengan más carnadura que otros similares en otras películas y despierten algo más de empatía... pero uno quiere ver a los robots dándose con todo. Estamos quizás frente al film menos personal de Guillermo del Toro, mucho de lo que fue su estilo aquí costará encontrarlo; y aún así, el director nos hace recordar quién se encuentra detrás de cámara a través de guiños constantes, personajes que funcionan como “comic relief” en manos de actores, y sobre todo por el gran despliegue visual pero manejado por una mano capaz. Pocos directores son capaces de despertar algún sentimiento en medio de una marea de FX’s, aquí basta ver la secuencia del recuerdo de Maco para generar verdadera y pura emoción. Así como otras veces se recomienda al espectador ahorrarse el dinero y buscar salas tradicionales, en esta oportunidad el logradísimo efecto 3D cumple un importante rol de impacto, y hasta podríamos decir que es fundamental para el disfrute. Titanes del pacífico es pura diversión, una entrada a sentirnos infantes otra vez, a hacer algo que en la vida real ya no haríamnos, sentarnos en el piso, desparramar toda nuestra caja de muñecos y correr por toda la casa y/o el barrio jugando con ellos hasta cansarnos ¿o es que nunca nos cansábamos?; están todos invitados a este revival.
Con un trabajo de material registrado a lo largo de extensos dos años, los directores Hugo Crexell y Mónica Salerno logran en Kartún (el año del Salomé) un realista fresco sobre el proceso creativo; algo similar a lo sucedido con Martín Blaszco III, documental estrenado hace algunos meses, pero esta vez enfocado en el arte de la dramaturgia, en el riquísimo mundo del teatro. Como se advierte desde el título, la figura central es Mauricio Kartún, dramaturgo de amplia trayectoria, varias veces reconocido y galardonado, también profesor de teatro en varios institutos y casas de teatro, un hombre al que sin lugar a dudas vale la pena escuchar sobre lo suyo; Crexell y Salerno lo saben. Al principio remarcamos ciertas similitudes con otro film, en definitiva son las mismas que las de cualquier documental centrado sobre una personalidad, y más sobre alguien relacionado al arte. Pero hallá donde Martín Blaszco III remarcaba el costado “pintoresco” de su protagonista; en esta oportunidad el espectro se amplía hacia otros horizontes, se centra en la figura sí, pero también en su entorno, en el mundo creado. Estamos frente al proceso de creación de una de sus últimas puestas en escena, Salomé de Chacra, y como si supiesen de antemano lo grandioso que sería el resultado, se nos muestra desde la idea original hasta el estreno, todo el abanico que sucede en el medio; y quizás suceda porque el espectador ya sabe cómo terminó todo, pero el aire que se respira es el de tener una obra maestra entre las manos. Kartún habla a cámara, es interpelado, escribe, da clases, enseña, se lo sigue en diferentes ambientes; y también hablan los actores de la obra y otros involucrados. Por lo tanto tenemos dos protagonistas, Mauricio Kartún, y la obra, Salomé de Chacra que en un momento se desprende de su autor, cobra vida propia y hasta se lo fagocita ocupando el plano absoluto. Lo cierto es que en los dos aspectos, en las charlas “técnicas” y en lo referente al ensayo, al detrás de escena de la obra, el documental resulta más que interesante, hasta atrapante para quien quiera descubrir más sobre el arte teatral. Ahí están el propio autor, Manuel Vicente y Osqui Guzmán entre otros explicándonos, desentrañando esa gran pregunta, ¿qué se esconde detrás de una puesta en escena, cuál es el secreto de la magia?... si es que acaso esa pregunta tiene alguna respuesta o simplemente es así. Quienes estén un poco más alejados de la escena teatral quizás se encuentren un poco más desamparados, Kartún (el año del Salomé) no tiene mucho que ver con loo estrictamente cinematográfico más allá de alguna inquietud técnica/estética, logra una amalgama entre las dos artes, pero prepondera el documental de entrevista casi investigativo y ahí tiene que atrapar el tema del cual se habla, sino no hay salida. Kartún es un personaje interesantísimo que se dedica a hablar de lo que sabe como un maestro, pero casi no hay lugar para lo anecdótico, para la nota de color, y bienvenido sea. Trabajo riguroso, técnico, de interesante introspección, Salerno y Crexell saben a qué publico apuntar su film, y es a ellos a quienes encantará escuchar a este verdadero maestro y a quienes lo rodean. Ver estos documentales es como observar una radiografía, meterse en el interior, y sí dan ganas de salir corriendo a meterse en la sala de teatro más cercana.
A los muertos vivos les llegó la hora, tomó su tiempo pero cruzaron la puerta grande. El mainstream hollywoodense suele nutrirse para el terror de ideas “prestadas” del cine clase B, real origen del género; los subgéneros nacen en películas chicas, “independientes” y cuando los grandes estudios ven el filón adaptan esas mismas historias con más parafernalia, grandilocuencia, y lavando todo el material hasta dejarlo apto para todo consumo. Sucedió con el slasher, con el más puro gore, con las casas embrujadas, con los documentales falsos, y recién ahora a 45 años del estreno de "La noche de los muertos vivos" le tocó el turno a los zombis de una superproducción. El resultado, como era de esperarse, cumple con todas las reglas antes enumeradas. Lo cierto es que, basada en el best seller de Max Brooks, lo que se prometía era una suerte de vuelta de tuerca al subgénero de zombis, con un argumento algo más complejo y mucha producción en grandes efectos; vamos por partes. La historia comienza a todo ritmo y pulsión de nervios con la clásica secuencia de títulos que mezcla imágenes mediáticas que anuncian un colapso mundial a causa de una pandemia; en ese contexto aparece nuestro protagonista, Gerry Lane (Brad Pitt, demostrando que es incapaz de despeinarse o aparecer desmaquillado aunque sea una escena) un ex investigador de la ONU, retirado, que ahora cumple la única labor de padre de dos niñas y marido. El virus se expande descontroladamente, la población humana comienza a desaparecer, se pierden ciudades enteras, y se desconoce cuál es su origen (lo cual tampoco parece importar mucho en el relato). Ante semejante caos, el Secretario de la ONU recurre a Lane casi como única y última esperanza para que acompañe a un grupo formado, en primer lugar, por un científico y militares a Corea en busca de una posible explicación y una cura; de mientras su familia aguardará intranquilamente en un bunker proporcionado por la organización. Lo que sigue es lo (aún más) obvio, Lane y los suyos – los que vayan quedando – y los que se sumen recorrerán el mundo siguiendo variadas pistas y enfrentándose a zombis más similares a los de Resident Evil que a los de George Romero. Lo primero que podemos decir es que el argumento no es tan complejo como aparentaba, hay pequeñas subtramas de conflictos gubernamentales entre los países, pero todo es mirado con simpleza y con el clásico lente patriota. Por otro lado, la película tiene una construcción simple y directa, y eso termina ayudándola. "Guerra Mundial Z" puede no ser grandiosa, pero sí es un film entretenido y llevadero; claro, no esperen el gore y el delirio de una producción “más libre”, acá eso está lavado, y Marc Forster demostró ya ser un buen director de dramas, pero no ser tan ducho en escenas de acción, lo cual se disimula con buenos rubros técnicos y una fotografía simple pero cuidada, acompañada de una ajustada banda sonora tecnificada. Pitt es el protagonista absoluto, el héroe, y cumple. A la bellísima y telentosa Mireille Enos se la lamenta por sus pocos minutos en pantallas, pero le alcanzan para mostrar ductilidad. Podemos decir que "World War Z" es la película que los zombis necesitan para ser Clase A, no tiene los mensajes de Romero, el delirio berreta de Resident Evil, la gracia de Dan O’Bannon, ni el glorioso gore de Lucio Fulci; pero atrapa, entretiene y no decae, no se puede pedir más de un típico producto alla Hollywood.
Muchos podrán decir llegó el día; hace años que la dualidad eterna de los comics estadounidenses, Marvel Vs DC, se trasladó a la gran pantalla; y esta última se mantenía alto en la taquilla con el único personaje de Batman, en comparación con toda la catarata de la cuna de Stan Lee. Por eso la expectativa era enorme, y lo primero que hay que decir es sí, "El hombre de acero" es la gran película que todos esperaban, y DC tiene todas las armas para defenderse nuevamente con otro gran personaje. Luego de lo significó el fracaso en recaudaciones de "Superman Regresa" (no en matería artística, que creo es un film maravilloso pero fuera de época), la franquicia tuvo que replantearse nuevamente, y para eso contrataron a gente experta en el tema; el guión quedó a cargo de David S. Goyer, más la historia pensada y la producción de Christopher Nolan – para incautos, el equipo detrás de la última trilogía del murciélago – ya dan una idea de hacia dónde puede ir la película... y eso se cumple, estamos ante una historia más introspectiva, que busca analizar al personaje, así como se buscó al Bruce Wayne detrás de Batman, ahora se ve al Kal-El detrás de lo que va a ser Superman. Pero hasta ahí llegan las comparaciones, las historias de ambos superhéroes son diferentes, y por lo tanto las películas si bien comparten puntos no son iguales. Lo primero que vemos es la debacle de Kriptón, el planeta origen del protagonista, en un largo e impresionante prólogo. Un ambiente en agonía, el ambicioso General Zod (Michael Shannon) dispuesto a cualquier cosa para salvar a su población condenada, y Jor-El (Russell Crowe) que tiene otra idea, cree que la esperanza se encuentra en empezar de nuevo, en un mundo libre; por eso junto a su esposa engendraron el primer hijo nacido de parto natural en mucho tiempo y antes de que todo caiga lo enviarán a otro destino junto con el secreto para la salvación, el códice; claro ese niño es Kal-El y el destino es la Tierra. Lo que quedará luego, es ver a Kal convertido en Clark Kent (Henry Cavill) que en sucesivos flashback recuerda su infancia rural con sus padres terrenales (Diane Lane y Kevin Costner) y constantemente lucha para que los humanos no descubran quién es realmente, lucha que también la lleva internamente. Siempre hay un momento de quiebre, y cuando una expedición, en la que se encuentra Lois Lane (Amy Adams), descubra la “guarida” elegida para esconder el templo de Kriptón, será momento de que Clark deje salir a Kal... más aún cuando Zod y los suyos se liberen de su prisión interestelar y caigan en nuestro planeta en busca de lo que es suyo, el códice, su coterráneo Kal-El, y claro un nuevo territorio para forjar su antiguo planeta. La historia, acertadamente se hace varios planteos, pone el foco más que nunca en la figura de Kal-El/Superman como un Dios para la humanidad, y el debate será como lo afrontará aquel que no quiere serlo pero que cada vez siente más que debe serlo. El hombre de acero es una película de trama compleja, y a su vez completamente entretenida, sus 143 minutos pasan realmente volando, y eso se debe no solo a un guión atrapante, sino también a un efecto bombástico. Detrás de cámara se ubica al probadísimo Zach Snyder, y eso se nota, las escenas de acción son tan estruendosas como claras y comprensibles, y no hay nada que ahorrarse hay un golpe de efecto cada diez minutos más o menos. Visualmente luce impecable, no hay dudas que estamos ante un film mayor, algo más que un simple pochoclero de temporada. Otro acierto es su banda sonora acrecentando el espíritu místico y épico del relato de un modo constante, y engrandeciendo la idea de estar frente a una película enorme. Párrafo aparte para el cast actoral, quizás el mayor acierto de todos, Cavill tiene carisma para calzarse el traje, y Shannon, Crowe, Costner, Lane, y Adams enaltecen un elenco de lujo con grandes actuaciones. Si se la hila fino, encontrarán sus errores aquí y allá, pero no hay dudas que estamos frente a un film importante grande, hecho en serio, una verdadera aventura épica la cual parece que estamos solo frente al comienzo.
Hay elementos llamativos de sobra en "Después de la Tierra" como para predisponer al espectador para un lado o el otro. El marketing enfatiza en que se trata de una película de Ciencia Ficción post apocalíptica, claramente “naturista” o ecologista, y sobre todo que sus figuras centrales son Will Smith y Jaden Smith, padre e hijo en la vida real así como en la película. Pero también estamos frente a un nuevo film de M. Night Shyamalan (aunque la publicidad ¿extrañamente? trate de ocultarlo, o por lo menos no lo destaque) con todo lo que eso puede implicar – recordemos que lo más cercano del director con lo ecologista fue la nefasta "El fin de los tiempos"– ; y otro dato que puede darnos indicios, la dupla actoral ya tiene experiencia (recordar "En busca de la felicidad") y no hay que recordar los resultados. Aún con todo, estamos frente a un film que, para quienes no exijan demasiadas pretensiones, cumple con lo básico; sin sobrarle ni un punto, pero llega a la meta. Son miles de años en el futuro, la Tierra fue abandonada por desastres naturales y todos viven en un mundo que mezcla lo ascético con lo ecológico de aspecto reciclado. La acción llega cuando el General Cypher y su hijo Kitai (los Smith, lógicamente) se estrellan con su nave cayendo en un Planeta Tierra inhóspito (para los humanos), terrible, lleno de peligros, y de ahí deberán emprender un escape inmediato. Para acrecentar los problemas, Cypher está herido y será Kitai quien deba ponerse la misión al mando dando muestras de inmenso valor. Como leerán el argumento no es un cúmulo de originalidad, pero el aspecto positivo es que tampoco busca serlo. Así como hablamos de los variados aspectos previos que pueden predisponer al espectador; variadas son las sensaciones que deja luego de que la vemos, como si fuesen varias películas en una; o mejor dicho como si se tratase de una película fuera de su época y que intenta adaptarse, veamos. Ya eran varios los rumores desde que se vislumbró su trailer de una cierta similitud con "El Planeta de los Simios." La impresión que dejó para quien escribe es que estamos frente a un posible exponente del cine de Ray Harryhousen, salvando las enormes distancias, sobre todo, aquellas películas en las que un grupo de personas debían enfrentarse a terribles monstruos la mayoría desatados por la propia ambición del hombre. No solamente se asemeja mucho en su trama y parte de su desarrollo lineal, Harryhousen (como productor además de creador de FX’s) trabajó siempre con directores ignotos, en este caso, Will Smith (que también produce junto a su esposa Jada Pinkett) trabaja con Shyamalan, que supo tener un nombre importante, pero no hay ningún registro notable de eso en la película, ya no hay “marca del director”, casi como si fuese lo mismo que cualquiera la dirigiese. En esa suerte de híbrido que logra con una aventura al estilo años ’60, choca con la modernidad a la hora de darle un aspecto visual. Algo similar sucedió cuando Roland Emmerich emprendió su ramake de 10.000 A.C., el reemplazo del stop motion por del CGI y un uso de la cámara de por más vertiginoso terminan por hacer caer algún intento de un film “como los de antes”. Por el resto, Will y Jaden tienen protagonismo absoluto, y más que nada al segundo, pareciera quedarle un poco grande la sobrexposición. Ni una cosa ni la otra, hay elementos para la risa involuntaria sí, pero pueden obviarse tranquilamente. "Después de la Tierra" es unas película entretenida, que pudo ser mucho mejor y también mucho peor. Al fin y al cabo, la medianidad pareciera sentarle cómodo.
Lo primero que hay para decir sobre Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica es que se trata de un documental para todos los gustos, y probablemente todos salgan con la misma sensación del que escribe. Puede (debe) ser vista por quienes siguieron la carrera de La Negra, y también por quienes desconocen de quien se trata; por un público adulto o un público joven; por quienes sentimos admiración por esta enorme artista y la música folklórica en general y por quienes son ajenos al estilo musical; nadie se va a quedar afuera, y esa es su gran virtud. Sobre la idea de Fabian Matus, hijo de la cantante que además oficia como productor y entrevistador frente a la pantalla (o con voz en off), el director Rodrigo Vila – en su ópera prima en largometraje – logra lo que pocos documentalistas consiguen, traspasar las barreras del género. A pesar de tener una construcción simple y directa (la necesaria), estamos frente a una historia de vida, frente a un documental musical, y también frente a un drama y frente a una comedia. Todas esas son las sensaciones que despierta durante sus casi dos horas de duración, de la emoción al llanto y de ahí a la gracia, siempre en boca de la propia artista o de quienes mejor la conocieron hablando de ella. No se trata del primer trabajo sobre la artista, existen un número de documentales con Mercedes Sosa como figura (recordar el local Como un pájaro libre), pero probablemente sí sea el mejor de ellos. Aquí se sigue una línea cronológica, desde su Tucumán natal hasta sus últimos días – aunque en verdad, por una cuestión de respeto no se habla demasiado sobre su última etapa, mas bien se evoca su recuerdo –, y ahí esta ella como si no se hubiese ido contando su propia historia como ningún otro la podría contar. Se tratan, lógicamente, de diferentes entrevistas realizadas a lo largo de toda su carrera, pero bien podría ser Mercedes Sosa que oficia como presentadora. Inteligentemente cada “nueva etapa” es presentada con una canción entonada por la protagonista, lo que da pie a la voz en off de Mercedes, material de archivo importantísimo (y alguno inédito o desconocido para la gran mayoría), y las entrevistas que el propio Matus realiza a sus tíos y a otros artistas que la acompañaron. Más allá del cuidadísimo y muy valioso aspecto técnico que mantiene el documental, lo cual lo hace muy agradable de ver; el mayor logro está en su guión que logra capturar a la mujer detrás de la artista pero siempre poniendo en primer plano el aspecto público: lo que Mercedes dijo en vida, acá no hay revelaciones escandalosas, sí facetas más desconocidas, pero que nunca negó. La Sosa fue una mujer que sufrió mucho, tuvo vivencias que dejaron marcas imborrables, y el fantasma de la depresión estuvo siempre al acecho; todo eso está en el documental, pero lo que es fundamental, contado por la propia persona, lo cual enfatiza más la emoción... Así como la vida le puso grandes obstáculos, siempre pudo reponerse y entregar lo mejor de sí, esa es la enseñanza de su recorrido. Matus y Vila son conscientes que la homenajeada experimentó gran parte de la historia del país, por eso, "Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica" funciona perfectamente además como un trabajo histórico, todo el dolor desgarrador, las buenas etapas narradas con muchísima gracia y ternura como solo ella despertaba, los procesos de cambio, fueron registrados y desfilan frente a cámara para el espectador. Mercedes Sosa basó su carrera en ser una artista integradora, se animó a correrse de los límites del folklore tradicional y cantó con músicos de todos los géneros; lo mismo hacen Vila y Matus, quitan solemnidad, logran apertura, y así consiguen que este documental se transforme en una suerte de representación de lo que La Negra Sosa fue en vida. Este documental, la reafirma lo que todos sabemos, lo que Mercedes representa para todos nosotros: una artista excepcional (única) que está instalada en la memoria colectiva de su pueblo. Y aquí se hace justicia a esa imagen. Tamaño homenaje.
Son tiempos convulsivos para los medios de comunicación, una etapa de grandes discusiones, de re-definición sobre la función de los mismos, el rol que cumplen en la sociedad, y su poder de captación; un momento de transición. Hace unas semanas veíamos en cartel el magistral documental de Daniel Stefanello, Imágenes del Tio Sam sobre la penetración de un medio como el cine en la cultura de una sociedad para implantar determinadas costumbres, todo girando alrededor de la sanción de la nueva ley de medios audiovisuales que algunos plantean como polémica. Mucho menos político (lo cual no quiere decir mejor) resulta TV Utopía, dirigido por Sebastián Deus, que vuelve a mostrar la misma situación si se quiere, pero esta vez, claro está, hablando de la televisión, quizás el medio de comunicación más masivo. A diferencia de Stefanello, Deus, no pone el foco principal en la penetración de los grandes medios y por consiguiente el poco espacio que queda para el resto; aunque algo de eso hay. Utopía fue un canal de televisión local del barrio de Caballito de durante la década del ’90 se emitió a pulmón mostrando distintos hechos sociales que los grandes canales ocultaban (marchas y reclamos sociales, por ejemplo) y haciendo hincapié en la propia gente del barrio, como una ventana para que ellos mismos puedan verse. Los que todavía teníamos antena de aire a fines del Siglo XX, quizás pudimos disfrutar de varios de estos canales que nos ofrecían una programación quizás austera, mínima, con escasa producción, pero muy representativa del lugar en que se emitía (un fenómeno más frecuente en el conurbano bonaerense con algunas señales “piratas” que hasta subsisten hoy día). Utopía hoy en día ya no existe, pero se podría decir que fue un canal pionero, porque propiamente de la apertura de este tipo de medios es lo que habla la citada ley. Medios en los que el espectador se identifique, se muestre su día a día, y se de especio a lo que los otros no muestran. Esto se hace más evidente y carente en el interior y en pequeñas comunidades. Deus, que trabajó en el canal, realiza un documental como si saliese del propio Utopía, para ser emitido allí. Abundan las imágenes del archivo de lo que se emitía en el canal, de las manifestaciones en las que participaba, del momento de debate en el Congreso por la ley, y testimonios de ex trabajadores y espectadores del canal; en definitiva, todo funciona como botón de muestra para tener una idea cabal de lo que fue, podría haber sido, y podría ser para otros de ahora en más si todo se allanara. Decíamos que TV Utopía parece salido del propio canal, porque (probablemente de manera deliberada) su producción resulta tan austera como la que uno recuerda de los programas de TV locales. Poca utilización de recursos, expresiones mínimas, simpleza de material, todo es directo y sin lugar para las dudas. Las imágenes de archivo del canal se acoplan perfectamente con el resto del documental, y esto puede ser, perjudicial para quienes busquen algo más de técnica cuidada, pero también funciona perfectamente para lo que se quiere contar y demostrar. Con TV Utopía, Sebastián Deus logra un film ameno, quizás no muy cinematográfico, simpático y en cierta manera didáctico, y eso es lo importante, que todos podamos aprender lo que la televisión como medio puede llegar a ser, mucho más de lo que nos quieren mostrar. En ese sentido, como mero botón de un todo amplísimo, hablamos de un documental muy logrado.
Caer o no caer en lo clichés, esa parece ser la cuestión de “Locamente enamoradas”; el intento de realizar una comedia romántica y contarla de un modo original, hasta tomándose en solfa las reglas pre-establecidas del género... pero también sin alejarse demasiado, porque sin lugar a dudas se trata de un producto popular, reconocible para el público, y eso puede significar darle lo que esperan; entonces ubiquémonos en las medias tintas. La actriz devenida en directora Hilde Van Mieghem nos muestra un momento en la vida de cuatro mujeres, de diferentes edades y personalidades, pero todas redundan en lo mismo, las cuatro andan con problemas del corazón. El nexo familiar es Judith (Verlee Dobbelaere, muy parecida a Kristin Scott Thomas), una ¿cuarentona? ¿cincuentona? Que todavía prueba suerte en el arte de la conquista, actriz de profesión, mantiene relaciones con hombres que no la merecen y siempre termina cayendo en el regazo de Bert (Koen De Bouw) su ex marido a quien solo usa como paño de lágrimas. Ambos comparten una hija, la pequeña Eva (Aline Van Hullen), que es quien lleva el relato adelante mediante la voz en off, preadolescente que descubre el amor por primera vez pero no está claro si es correspondida. También contamos a Michelle (Marie Vinck, hija de la directora), hermanastra de Eva, hija de un primer matrimonio de Bert con una amiga de Judith y criada por esta última como una hija; por un lado, intenta ser reconocida por su padre profesionalmente (es además su jefe en un estudio de arquitectura), tiene una relación a la que siente estancada y terminal, y está enamorada desde muy chica del novio de Bárbara (Wine Dierickx). ¿Quién es Bárbara? La hermana menor treintañera de Judith, buscando infructuosamente un hijo con su novio, algo frígida en un principio, termina descubriendo la pasión en un amorío con un colega profesor de la escuela de Eva. Los enredos quedan en familia y todo está revuelto. La idea de Mieghem (que además oficia como co-guionista) es contar un argumento que no destaque por su originalidad, pero sí hacerlo de un modo innovador. De este modo, la película se complementa con escenas oníricas, pensamientos vívidos de las chicas, diálogos chispeantes e inteligentes que rozan lo intelectual al estilo Woody Allen, y mucho, mucho desparpajo. Todos los sentimientos por los que pasan nuestras cuatro heroínas son demostrados a través de secuencias imaginarias. Como ya ha sucedido otras veces, las dualidades son peligrosas, pueden convencer a la amplitud, o desconcertar en igual medida. La historia que mejor funciona es la de Bárbara, y sin embargo, es en la que más clichés cae, y como espectador puede que quede una duda si esos pasos obvios de fórmula están puestos de manera burlona (como la escena de la propuesta de casamiento) o si simplemente se rindió ante lo inevitable. Con todo, no puede negarse que estamos ante una película muy colorida, divertida, con momentos de gracia genuina, una fotografía interesante, convincentemente interpretada en su conjunto y que cumple perfectamente con el objetivo nada menor de ser pasatista. No por tratarse de un film belga, no proveniente del mainstream hollywoodense tiene que tratarse de una película diferente. “Locamente enamorada” sale a ganarse al gran público, y las amables armas que utiliza son más que nobles