Hasta el año 2009 el dúo integrado por Glenn Ficarra y John Requa era conocido por su trabajo como coguionistas en films esencialmente comerciales (“Como perros y gatos”, ”Un santa no tan santa”). Todo cambió cuando en mayo de dicho año la exigente “Quincena de realizadores” del Festival de Cannes los invitó programando su primer e interesante largometraje: “I Love You Phillip Morris”, aquí conocido como “Una pareja despareja”. Con esos antecedentes y el poderoso elenco que integra su segunda película podía esperarse más de lo que “Loco y estúpido amor” (“Crazy, Stupid, Love”) finalmente ofrece. Y como en forma recurrente acontece con las películas norteamericanas, el arranque es excelente pero a mitad del metraje el embeleso inicial en el espectador se va trastocando en creciente decepción. Al final de las casi dos horas de duración el fastidio que producen las típicas “casualidades” habrán borrado la buena impresión de una primera hora divertida y bien actuada. Lo que entonces se rescata permitiendo, pese a los reparos ya señalados, no descartar definitivamente a esta producción son las interpretaciones. Ya en la primera escena en un restaurant en que la cámara muestra el roce “amoroso” de los pies de diversas parejas, hay una, la formada por Carl (Steve Carell) y Emily (Julianne Moore), que desentona. Acto seguido ella le confiesa, a su marido desde hace más de veinte años, que está teniendo un affaire con un colega de oficina (Kevin Bacon) y que no quiere seguir más con él. El asunto pese a lo convencional está bien retratado y gana en interés cuando aparecen otros personajes relevantes a la trama. Por un lado Jacob, un joven exitoso muy bien caracterizado por el ascendiente Ryan Gosling (“Blue Valentine: una historia de amor”) que le empieza a dar consejos a Carl, logrando que éste cambie su “look” y consiga algunas conquistas femeninas, una de las cuales, Kate, es la siempre “sexy” Marisa Tomei (recordar la primera escena de “Antes que el diablo sepas que estás muerto” del lamentablemente desaparecido Sydney Lumet). Pero serán justamente Carl y Kate los que protagonicen las “coincidencias” ya anticipadas y que involucrarán respectivamente a la hija mayor (Emma Stone) y al hijo adolescente (Jonah Bobo) de la pareja central. Este último además tendrá una profunda debilidad por su niñera (Analeigh Tipton) algo mayor que él, quien a su vez sentirá pasión por otro de los personajes masculinos ya mencionados. Lo que entonces venía muy bien pierde fuerza a medida que se aproxima el final de uno, en realidad varios, “happy end” al que es tan afecto el público norteamericano.
Mark Waters es uno de tantos directores norteamericanos a quienes, a veces en forma peyorativa, se suele caracterizar bajo la designación de artesanos. Su octavo largometraje está en la misma línea de varias de sus películas precedentes: “Un viernes de locos”, “Las crónicas de Spiderwick” o la inmediatamente anterior “Los fantasmas de mi ex”. Se trata en todos los casos de comedias amables, calificativo también aplicable a “Los pingüinos de papá”, aunque en este caso los resultados sean un poco más destacables. Quizás pueda atribuirse esta mejoría al libro en que está basado, “Mr. Popper’s Penguins”, un clásico escrito en 1938 por Richard y Florence Atwater y que nunca fue llevado a la pantalla. O también a la elección de actores, particularmente dos de ellos. Jim Carrey es Mr. Popper, un exitoso y creativo ejecutivo, quien vive separado de esposa (Carla Gugino) e hijos en una lujosa mansión de Nueva York. Su hija mayor (Madeline Carroll) particularmente no le guarda afecto al sentir que el padre privilegió el trabajo, descuidando la atención de su familia. Hay también referencias al padre ya fallecido de Popper, que se las pasaba viajando y comunicándose por radio desde lejanas latitudes. Justamente cuando se inicia el film, Popper recibe un regalo póstumo de su progenitor que no es ni más ni menos que el que da título a la obra. Pero en verdad no serán uno sino seis los pingüinos que llegan por correo al departamento y que protagonizarán una serie de divertidas situaciones. Quien más gozará de la visita de las mascotas será el hijo menor de Popper, cuando su padre transforme el piso en que vive en un verdadero hábitat con nieve incluida. Una subtrama importante, relacionada con el trabajo del insólito personaje central, será la tarea que le imponen sus jefes de lograr cerrar la compra de un famoso restaurant neoyorquino. Lo que ignora su dueña es que el plan consiste en tirarlo abajo y transformarlo en propiedad horizontal. Y aquí aparece el “plus” prometido para los cinéfilos, dado que quien interpreta a la posible vendedora es una dama inglesa de 85 años en plena forma. Algunos la recordarán por “Travesuras de una bruja”, pero si uno revisa su abundante filmografía se encuentra con la sorpresa de que su debut en 1944 la encuentra en roles no tan secundarios en dos films antológicos. Angela Lansbury debutó junto a Ingrid Bergman, Charles Boyer y Joseph Cotten en “La luz que agoniza” (“Gaslight”) del gran George Cukor. Y como si fuera poco ese mismo año acompañó a la recientemente fallecida Elizabeth Taylor y a Mickey Rooney (que le lleva cinco años con 90 cumplidos) en “Fuego de juventud” (“National Velvet”) de otro grande, Clarence Brown. La sola posibilidad de ver a la veterana actriz justifica esta película que en ningún momento aburre logrando además que los pingüinos, tanto los amaestrados como los digitales, sean otro de los atractivos de esta agradable comedia. Lástima que esté doblada al castellano.
En “El retrato postergado” pueden verse imágenes en que el autor, lamentablemente desaparecido durante la dictadura militar, señala su amor por Chacabuco, su ciudad natal, y por otro de sus lugares favoritos, el Delta. En la película de Andrés Nicolás Cuervo se lo ve afirmando que “Buenos Aires sólo me da tristeza por lo que me escapé de ella con Sudeste”. Siendo ésta su primera novela, publicada en 1962 y por la cual ganó el premio Fabril, es bueno recordar que tuvo una digna versión cinematográfica cuarenta años después, de la mano del director Sergio Bellotti. No fue ésta la única de sus novelas llevadas al cine ya que por ejemplo “Alrededor de la jaula” (1966) fue la base de la segunda película de Sergio Renán, conocida como “Crecer de golpe” y estrenada increíblemente en 1977, en plena época del Proceso. Lo notable del documental ahora estrenado, hubo uno anterior (“Haroldo Conti, homo viator”) hace apenas dos años dirigido por Miguel Mato, es que se trata de una obra que empezó Roberto Cuervo, padre del joven realizador Andrés Nicolás, y amigo de Conti. Distintas circunstancias entre las cuales la muerte prematura de su progenitor impidieron su terminación. Como señala el hijo, él era apenas un bebé cuando se produjo el deceso de su padre por lo que la obra es un caso bastante singular de una película codirigida por padre e hijo. Hay aún algunas otras curiosidades o casualidades como el hecho de que esta película llega justo 35 años después de la fecha estimada de la muerte de Conti y de que acaban de ser condenados por crímenes de lesa humanidad varios de los responsables del centro de detención “El Vesuvio”, donde estuvieron alojados entre otros Haroldo Conti, Raymundo Gleyzer y Héctor Oesterheld. Gran mérito del documental es conseguir en apenas una hora abarcar múltiples facetas de la vida del escritor. En ella se compara el ritmo de la vida de Conti con el ritmo del río, el Tigre y su delta y se completa ese paralelo al señalar que “así como el río abraza a las islas, la literatura de Haroldo abraza los personajes y les da vida”. Entre los testimonios presentados se destaca el de su amigo Eduardo Galeano cuando señala que Conti no era feliz cuando escribía ya que le costaba hacerlo y que para él la literatura no tenía sentido como mero ejercicio sino como posibilidad “de vivir momentos de su vida”. En otro momento del film se lo ve a Conti diferenciándose de Vargas Llosa al afirmar que no amaba la libertad de la misma manera que lo hacía el Nobel peruano. Decía que éste amaba una libertad en abstracto, “la que puede entrar y salir de cualquier parte, pero sin modificar nada”. Hay por supuesto apuntes sobre los viajes del escritor en América Latina y particularmente a Cuba, donde recibió el Premio Casa de las Américas. Pudo haber emigrado a la isla y de hecho un tío militar ofreció ayudarlo, pero el prefirió quedarse y correr el riesgo. El 5 de mayo de 1976, una fecha triste para la memoria, fue secuestrado. Haroldo Conti vive a través de su obra y del recuerdo de su figura y de testimonios como el muy valioso que “El retrato postergado” aporta.
Jake Kasdan, hijo de Lawrence (“Silverado”, “Wyatt Earp”) recién llega a nuestros cines con su quinto largometraje, pese a que algunos títulos anteriores tuvieron cierto éxito en los Estados Unidos. Y lo hace con “Malas enseñanzas” (“Bad Teacher”), merced seguramente al atractivo que despierta en el público Cameron Diaz, su actriz (y personaje) principal. Acostumbrados, casi diríamos resignados, a ver tanta comedia “boba” norteamericana, la que ahora nos ocupa nos sorprende gratamente sin por ello alcanzar a ser una muestra de visión imprescindible. Pero al menos puede ser una razonable opción para pasar un momento disfrutable. Elizabeth (Diaz) es una atractiva maestra secundaria que está a punto de casarse con un hombre por su dinero, por lo que abandona el colegio. Pero no llegará a buen puerto su determinación, al interponerse en sus planes una futura suegra, que no llegará a serlo. Abandonada por el rico ex pretendiente volverá al establecimiento de enseñanza y se topará con sus compañeros de enseñanza. La “fauna” que puebla a la escuela es una de los aciertos del film, con algunas interpretaciones destacables. Amy es una profesora que compite con Elizabeth en la búsqueda de pareja así como en ganar el premio que se otorga anualmente al mejor docente. Lucy Punch, que la interpreta, ya había sido una revelación en “Conocerás al hombre de tus sueños”, la penúltima película de Woody Allen. Pero aquí su figura se agiganta al tener que enfrentar en duelo actoral a la muy efectiva Cameron Diaz. Lástima que el popular Justin Timberlake, que aquí compone a un profesor suplente poco brillante, no esté a la altura de las dos actrices, que en la ficción compiten por él. Hay aún otros dos personajes relevantes, uno es un profesor de educación física (Jason Segel) siendo la otra la clásica “gorda”, algo tímida y glotona, que muy bien caracteriza Phyllis Smith. Una de las obsesiones de Elizabeth es una costosa operación para aumentar el tamaño de sus pechos. Y para juntar los diez mil dólares necesarios no vacilará en aprovechar cuanta oportunidad se le presente. Ello genera algunos de los momentos más divertidos de “Malas enseñanzas”. Pero también habrá otros menos logrados y cercanos al mal gusto donde Kasdan, imitando a tantos de sus colegas, apelará a imágenes escatológicas o baratas de sexo. Lo notable es como el director, que va alternando entre momentos brillantes y otras escenas remanidas, logra en el balance salir airoso. A ello contribuyen sin duda las ya señaladas buenas interpretaciones con algún que otro “cameo” (David Paymer) y un conjunto de jóvenes actores en el papel de los alumnos, de los que seguramente surgirá alguna nueva estrella.
“Go Get Some Rosemary” y “Ajami” son las únicas dos películas, integrantes de la Quinzaine de Réalisateurs del Festival de Cannes 2009, que integraron la Selección Oficial Internacional del 12º BAFICI. La Quinzaine es posiblemente la mayor fuente de películas de nuestro Festival, lo que se explica al ser una de las muestras que más se parece en lo estético y por contenido a la nuestra. No es casualidad que prácticamente la mitad de lo presentado en esa muestra en Cannes 2009 (24 films) esté programada en alguna de las secciones del 12º BAFICI (Panorama, Cine del Futuro, etc). Joshua Safdie debutó en el largometraje con “The Pleasure of Being Robbed “ que el año pasado integró la sección Cine del Futuro de nuestro Festival de Cine Independiente. Su segundo film, “Go Get Some Rosemary”, fue codirigido por su hermano Ben, estando ambos en Buenos Aires en este momento. Asistimos a una trama bastante delirante cuyo centro es Lenny Sokol (Roonie Bronstein), un padre de familia del cual no sabemos si rescatar su ternura hacia sus dos hijos Sage y Frey (tal sus nombres en la ficción y en la vida real) o rechazar su inmadurez e irresponsabilidad. Separado de su esposa, que podría reclamar la custodia exclusiva de los niños, Lenny los recibe en su casa cada tanto y los lleva a la escuela primaria, aunque a menudo no los busca a tiempo. Su profesión de proyectorista en una sala que da films clásicos (por ahí se lo ve a Cary Grant en una película del cine o en un afiche a Micheline Presle) es caótica y a menudo se confía en que un colega lo reemplace o cuide de sus hijos, no siempre en forma exitosa. Hay momentos logrados como el de una visita a un museo donde se exhibe un mosquito gigante (y recurrente), o la escena en que los chicos se quedan dormidos (no diremos porqué) así como el desenlace. Otros pueden resultar fatigosos, dada la profusión de tomas con cámara en mano y un uso excesivo de close ups. Film netamente independiente y por ello bien seleccionado para este Festival, gustará sobre todo a las generaciones más jóvenes.
Ocurre con cierta frecuencia que el título local de una película difiere significativamente del original. A menudo son razones comerciales las que explican tales modificaciones. No es el caso de “Source Code”, que aquí se conoce con el nombre mucho más explícito de “8 minutos antes de morir”. Podrá quizás criticarse esta denominación que devela ya antes de ver el film algo de la trama. Pero no se trata de nada muy grave puesto que apenas transcurridos unos pocos minutos ya se menciona dicho lapso de tiempo. Por otra parte era razonable el cambio de nombre dado que el original, que se refiere a un programa de computación, sería de muy difícil traducción. Se trata una vez más de una obra de ciencia ficción, aunque roce elementos de nuestra realidad actual. La dirigió el inglés Duncan Jones, cuyo padre es nada menos que David Bowie. El personaje central, muy bien interpretado por Jake Gyllenhall, es el capitán del ejército norteamericano Colter Stevens del que pronto conoceremos cuál ha sido su suerte en Afghanistan. La película lo encuentra al inicio viajando inexplicablemente en un tren que se acerca a Chicago. Junto a él se encuentra una joven (Michelle Monaghan), que parece ser su pareja y al que ella llama Sean, nombre que para el militar no tiene ningún significado como identificación personal. Pronto aparecerán otros dos personajes centrales que se comunicarán con la mente del capitán Stevens. Se trata de Goodwin, una mujer con rango militar y de su jefe el Dr. Rutledge, interpretados respectivamente por Vera Farmiga (“Amor sin escalas”) y Jeffrey Wright. Algún espectador podrá sentir que aportan algo de confusión a la historia ya que son ellos quienes, manipulando el tiempo, harán que la escena en el tren (que dura unos ocho minutos) se repita una media docena de veces. Lo interesante es que cada vez la situación será diferente por motivos que es preferible no revelar pero que tienen que ver con la seguridad del país. Lo que si se puede garantizar es que el todo está dotado de una gran coherencia, lo que en definitiva gratificará a quien este buscando una propuesta original y distinta. Pese a que situaciones repetidas en el tiempo y a la vez diferentes se daban en “Hechizo del tiempo”, un film muy citado por varios críticos locales y del exterior, no existen en verdad muchos puntos de contacto con “8 minutos antes de morir”. Aquí se trata de un tema fantástico que incluso hace referencia a la mecánica cuántica y a “cálculos parabólicos”, que no deben desanimar a quien no conozca esos temas. Y si usted es una de esas mentes que cree en universos paralelos, lo invitamos a consultar la base de datos más popular del cine (IMDB), donde encontrará un análisis que alude a ese tipo de cuestiones. Para el resto, valga la recomendación de ver esta original propuesta.
Nacido en 1955 y con una docena de largometrajes en su haber desde su debut en 1986, Olivier Assayas recién fue conocido y reconocido en Argentina hace diez años exactamente. Por una parte fue durante el 16º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (marzo 2001) en que se realizó una primera retrospectiva, con cuatro de los ocho títulos que acumulaba su filmografía hasta ese momento. Dicho Festival marcó además uno de los puntos más altos en la historia reciente de dicho evento con la presencia simultánea de nombres tan rutilantes como Nikita Mijalkov, Liv Ullmann, Krzysztof Zanussi, Ben Gazzara,Taylor Hackford, Benoit Jacquot, Maria de Medeiros, Marta Meszáros, Julie Delpy (jurado) y una pléyade de realizadores y actores latinoamericanos, incluidos los locales. Qué bueno sería que en el futuro nuestros festivales volvieran a recuperar el protagonismo que alguna vez tuvieron. Pero ya que de Assayas y su film “Carlos” se trata conviene rescatar el nombre de Rubén Katzowicz, un cinéfilo de alma lamentablemente fallecido con apenas medio siglo de vida, quien con su distribuidora Good Movies estrenó por primera vez dos títulos de Assayas: “Irma Vep” y “Los destinos sentimentales”. Vaya con esta nota nuestro sentido homenaje a Rubén. Originalmente presentado en el Festival de Cannes 2010 en su duración original de 330 minutos, en verdad una miniserie en tres capítulos, la versión que ahora nos llega dura exactamente la mitad por decisión de su realizador. El no haber visto la versión extendida nos impide la comparación con la que ahora se comenta, cuyo mérito es mantener en vilo al espectador a lo largo de toda su extensión. El trabajo de edición de Assayas puede considerarse exitoso al no notarse que se haya resentido el interés de la trama o la aparición de incoherencias u omisiones. El venezolano Ilich Ramírez Sánchez era más conocido por sus seudónimos entre los cuales Carlos y también El Chacal. Esta última denominación puede llevar a confusión ya que otro famoso terrorista, también así conocido, fue llevado al cine por Fred Zinnemann en su célebre “El día del Chacal”. Pero al momento del atentado a De Gaulle nuestro “Chacal” era apenas un adolescente cuya lengua materna era el español. A propósito de los idiomas, y en una muy acertada decisión del director, en “Carlos” cada personaje se expresa en la suya propia por lo que no extraña que se hable en inglés, francés, alemán, árabe o ruso además del castellano. Mérito aparte merece la decisión del “casting” que concluyó con la selección de actores en su totalidad desconocidos o noveles. Quien interpreta al rol central es Edgar Ramírez, visto en roles secundarios en “Bourne: el ultimátum “y en la segunda parte del “Che” de Soderbergh. Nadie más alejado del Che Guevara era Carlos, pese a que por momentos por su forma de vestir y hablar parecen similares. Assayas no busca demonizar al personaje pero tampoco crear de él un mito. En sus primeros años de militancia puede haber habido algún grado de idealismo. Pero ya al momento en que, junto a varios compañeros, toman en Viena en carácter de rehenes a los representantes de la OPEP en su reunión en diciembre de 1975 se percibe que lo motivan otras causas como el dinero, la fama y el lujo. El director en la edición parece haber privilegiado este episodio europeo posiblemente porque fue muy importante en su “crecimiento” personal, pero también porque está notablemente recreado y encadenado a la posterior etapa en que en avión buscan un lugar en algún país árabe que los acepte acoger. La parte final muestra la evidente decadencia del terrorista en que no sólo fue cambiando su accionar y la convicción con que se movía, sino también su aspecto físico degradado por aumento de peso, consumo de alcohol y relaciones ocasionales con numerosas mujeres. El final, y no se comete en este caso ninguna infidencia (“spoiler” como suele decirse en inglés), es conocido al punto de que actualmente sigue en prisión en Francia. La oportunidad de conocer la última realización de Assayas se ve realzada al comenzar a partir del martes 21 y hasta el domingo 26 de julio un ciclo retrospectivo con algunas de la obras más importantes de su importante filmografía en la sala Leopoldo Lugones.
Del director británico Joe Wright, cuyo debut fue en 2005 con “Orgullo y prejuicio” y posterior consagración dos años después con “Expiación, deseo y pecado”, podía esperarse más de lo que su más reciente “Hanna” ofrece. Y eso que cuenta nuevamente con la notable y joven actriz Saoirse Ronan, que tiene apenas 17 años y una muy promisoria carrera por delante. A menudo se ha dicho, con justa razón, que una de las principales limitaciones del cine norteamericano es la no mezcla de géneros, de manera que casi todos sus films, excluidos los independientes, pertenecen a uno sólo. Así por ejemplo tendremos comedias (muchas muy tontas), dramas, thrillers, películas animadas o de ciencia ficción. No es el caso de “Hanna”, quizás porque se trata de una coproducción de Estados Unidos con Europa (Alemania y Gran Bretaña) y por la procedencia de su realizador del último de los países nombrados. Ya desde el inicio se atisba que Wright intentó hacer algo diferente en una escena bastante cruel en que una joven en medio de un bosque helado persigue a un enorme alce al que mata aunque como ella lo dice “apenas errando su corazón”. Esta misma expresión resurgirá hacia el final del relato en inteligente contrapunto. La joven vive junto a su padre Erik (Eric Bana) en total aislamiento y pronto sabremos que él trabaja para la CIA en un experimento cuyos detalles conviene no develar salvo la indicación que se relaciona con la fortaleza física de su hija. Esta introducción podría perfectamente encajar en el género fantástico o de ciencia ficción, pero luego el film sufre un viraje al thriller en que Erik debe escapar para proteger su vida, separándose de la adolescente que también opta por salvar la suya. Es entonces que aparece un nuevo personaje, interpretado por la usualmente excelente Cate Blanchett, que aquí no tiene muchas oportunidades de lucirse, lo que habla más bien en contra de quien la dirige. Los cambios de paisajes y países aportan cierto atractivo a esta especie de película de James Bond, al pasar sucesivamente por Marruecos (un país visitado recientemente en dos oportunidades por este cronista y que será objeto de una nota futura en este sitio), España, Francia y Alemania. Hay una buena filmación en un puerto de contenedores, una sesión completa de baile flamenco y ya en la parte final del film varias escenas en Alemania, Berlin entre otras locaciones. Justamente hay un lugar que sería un parque de diversiones dedicado a los hermanos Grimm donde tiene lugar el desenlace de esta movida y algo despareja trama. Hay cierto exceso en determinadas situaciones como la persecución que sufre Hanna por parte de un alemán casi albino, un personaje que parece salido de un “comic”. El exotismo de la propuesta no siempre funciona y entre los más destacable conviene mencionar la banda sonora de “The Chemical Brothers”.
Segunda “precuela” de una famosa serie de películas comercialmente exitosas que rompe sin embargo el esquema de previsibilidad. La creciente participación de secuelas, remakes y precuelas del cine norteamericano en la cartelera porteña (y mundial) es una realidad inquietante para los espectadores que buscan algo más que un simple cine de entretenimiento, sin imaginación y “pochoclero”. Luego de las tres X-MEN, dirigidas en 2000 y 2003 por Bryan Singer y en 2006 por Brett Ratner, se presentó en 2009 una fallida precuela (“X-Men Orígenes Wolverine”) del sudafricano Gavin Hood, que parecía cerrar un ciclo. Y de golpe surge otra precuela: “X-MEN: Primera generación” (“X-MEN: First Class), que aparecía a priori engrosando la larga lista de películas comerciales de fórmula. Por suerte no es este el caso ya que por una vez un buen guión y la dirección a cargo del inglés Matthew Vaughn (“Stardust”, “Kick Ass”) logran justificar su realización. Sin duda la propuesta será mejor apreciada por la importante legión de espectadores que ya han visto las anteriores y están familiarizados con los personajes principales, en su mayoría mutantes con poderes especiales. El comienzo de la que ahora nos ocupa no difiere en mucho de la primera de la serie, al estar ambientada en un campo de concentración en Polonia en 1944. Un muy joven Eric Lehnsherr sufrirá con horror la separación y posterior aniquilación de su madre, que será el germen del que nacerá Magneto, personificado por Michael Fassbender (y en las series anteriores y con mayor edad por Ian McKellen). Cambio de escenario para pasar a Inglaterra, también en 1944 para presentar al aún niño Charles Xavier y casi 20 años después, estamos en 1962, al ahora joven profesor de Oxford interpretado por James McAvoy. Para los seguidores evidentemente el mismo que en su madurez encarnaba Patrick Stewart. De Wolverine en esta precuela poco y nada, apenas un cameo de Hugo Jackman. Pero sí en cambio un nuevo personaje, Sebastián Shaw, que en 1944 se llamaba Klaus Schmitt dirigiendo el campo de concentración antes mencionado. Un gran acierto del casting de esta “primera generación” es la elección de Kevin Bacon para interpretar al siniestro Shaw. En cambio, aunque no afecte mucho a la historia, un despropósito mostrar al nazi en un paisaje montañoso de Argentina donde se confundieron de “villa” al denominarla Villa Gesell. Otros personajes con poderes diversos se irán sumando a lo largo de la primera mitad de la película, destacándose en los roles femeninos Jennifer Lawrence (Raven/Mystique), January Jones (Frost) y Rose Byrne (Moira). La extensa parte final de esta precuela estará centrada en un evento real que tuvo en vilo al mundo. Nos referimos a la crisis de los misiles en Cuba que casi enfrenta a los Estados Unidos, era la época de John F. Kennedy, con la Unión Soviética en una posible tercera guerra mundial. Los imaginativos guionistas le agregaron una parte de ficción en la que intervienen los X-men, evitando el conflicto. Hay en esta parte mucha acción con ambas flotas enfrentadas y enfrentando a los mutantes creados por Stan Lee, el artífice de la famosa Marvel Comics. Finalmente “X-MEN: Primera generación” le agrega un plus a los fanáticos de la saga al ofrecer una explicación de cómo Erik y Xavier, que se consideraban hermanos (“mutantes y orgullosos”), terminaron enfrentados a muerte en las tres secuelas estrenadas entre 2000 y 2006.
Obviamente nos estamos refiriendo a Alfred Hitchcock, por quien Carlos Sorín siente gran admiración. En “El gato desaparece” hay numerosos guiños que incluyen incluso un Mc Guffin, que no revelaremos. Si hasta el propio Sorín aparece en una escena, emulando los famosos “cameos” tan esperados en las películas del notable director inglés. La carrera de Sorín en el largometraje se inicia algo tardíamente en 1986 con “La película del rey” en que un muy joven Julio Cháves interpreta a un director de cine que pretende hacer una película sobre un francés que realmente existió y que se proclamó rey de Araucania y de la Patagonia. Premiada con un Goya a la mejor película extranjera de habla hispana y el León de Plata en Venecia interrumpió casi 20 años dedicados con gran éxito al cine publicitario. Tres años después seguiría la muy fallida “Eversmile, New Jersey” con Daniel Day-Lewis, que no tendría estreno local. Pasaron muchos años y recién a inicios de la década pasada se volvió a hablar de Sorín con dos largometrajes, “Historias mínimas” y “El perro”, que le dieron merecida fama en Argentina. Los tiempos entre estrenos se fueron acortando, aunque con películas poco logradas como “El camino de San Diego” y “La ventana”. “El gato desaparece” será probablemente, como el propio director comenta, un caso aislado en su carrera ya que él se siente muy cómodo con las interpretaciones de “no actores”, como él los denomina. De hecho, Juan Villegas (“El perro”) aparece en una breve escena del thriller que ahora nos ocupa y donde Beatriz (Beatriz Spelzini) interpreta a la esposa de Luís (Luís Luque), quien está internado en una clínica neuropsiquiátrica. Casi toda la acción transcurre en una casa, con algún parecido a la de “Psicosis”, adonde regresa Luís en compañía de su mujer. Profesor de literatura con una biblioteca voluminosa lo sorprende la reacción agresiva de Donatello, el gato negro de la pareja, quien parece no reconocerlo. Y de pronto haciendo honor al título del film, el felino no aparece y quien comienza a tener dudas es la esposa. El espectador también duda al no tener en claro si lo que imagina Beatriz es reflejo de un cambio en su marido o de su propio desvarío. Por primera vez Sorín usa el Cinemascope, lo que se revela particularmente apto para este tipo de cine de género. También es acertada la música compuesta, como en obras anteriores por Nicolás Sorín, hijo del realizador. A nivel de actuaciones descuella Beatriz Spelzini, quien recientemente ganó un premio importante del cine alemán (Lola) como mejor actriz de reparto en “El día que nací”. Luís Luque la acompaña adecuadamente aunque sin alcanzar el brillo de su compañera, mientras que Norma Argentina cumple bien un rol menor pero de importancia en la trama. Una buena película nacional que demuestra, en claro contraste con la competencia oficial argentina del reciente BAFICI, que se puede hacer buen cine en un “lugar aislado” y con una duración de algo menos de 90 minutos.