Película alemana basada en la historia real de Aynur, de 23 años, quien fuera asesinada en 2005 por su hermano menor basándose en la «deshonra» de ella hacia su familia. Hatun “Aynur” Sürücü es una alemana de ascendencia turca perteneciente a una familia musulmana ultra religiosa. Luego de que su matrimonio arreglado no funcionara y sufriera, estando embarazada, violencia doméstica por parte de su marido, ella comenzará a luchar por una vida libre e independiente en oposición a su familia. De esta manera deberá enfrentarse a su comunidad, padres y hermanos, quienes se niegan a aceptar su “rebeldía” llenándola de insultos, amenazas y desaires hasta que la joven decide denunciar a su hermano mayor luego de un aberrante episodio, lo que será el disparador del comienzo del fin de su vida. El film abre con un plano de acompañamiento de personaje sobre una mujer que camina de espaldas y que lleva un niñe en brazos. El plano está asistido por una voz en off que se autopresenta como “Aynur” (“luna resplandeciente”). Desde el comienzo entenderemos que será el relato en off quien nos direccione la historia y, por consecuente, la cámara se convertirá en herramienta descriptiva de apoyo. Esta secuencia de inicio, encargada de realizar la presentación de personaje, culminará cuando el dispositivo, luego de reencuadrarse en varias mujeres que transitan por la calle, se detiene por sobre la protagonista, a quien veremos muerta, literalmente, sobre la vereda y cubierta por una sábana blanca; comprendiendo también, por la materialidad de la imagen, que dicho registro es netamente documental, perteneciendo a imágenes de archivo del asesinato sobre la verdadera Aynur. Desde ahí intuiremos que la película se convertirá en un gran flashback sobre la historia de vida de esta mujer y su consecuente perspectiva del asesinato; y también de que la directora hará uso de materiales de archivos personales, como fotografías y videos caseros, cruzados en el film, que servirán como «prueba» de que si bien estamos transitando una ficción, la historia no deja de ser un suceso real acontecido. Este comienzo, donde la difunta nos interpela como espectadores, nos retrotrae al comienzo narrativo de Sunset Boulevard de Billy Wilder, pero anulando cualquier vinculación con el cine negro, pues aquí sabemos de primera mano quién es su asesino. En cuanto a la forma, podría acercarse al tono de Amelie de Jean-Pierre Jeunet, con un tecnicismo impecable de los departamentos de arte y foto. Hay una elección de estilo que quizás le quite fuerza a la temática, es que la directora nos plantea una construcción “amable” del relato desde la imagen, y si bien utiliza registros documentales de Aynur, puede que no alcancen y su construcción estética termine suavizando, lamentablemente, el femicidio. Sólo una mujer es una película necesaria, sobre todo en estos tiempos que atravesamos las mujeres. Logra interpelar a les espectadores por su sensibilidad en el relato, pero la elección artificial del tono en su imagen terminará restándole importancia al femicidio de Hatun “Aynur” Sürücü, tema principal del film.
Película colombiana en coproducción con Alemania, Suecia, Argentina, Uruguay y Países Bajos, con un premiado recorrido por festivales y seleccionada para representar a Colombia como Mejor Película Extranjera en los premios Oscar y Mejor Película Iberoamericana en los Goya. La película da su apertura desde el sonido, donde predomina lo que pareciera ser una especie de “llamador de ángeles” o “sonajero” entre la espesura de un cosmos. Cuando nos abre imagen, la cámara parece salirse de las profundidades de la tierra con un tilt up donde veremos, en la cima de una montaña, siluetas de figuras atléticas de personas pero que, al acercarnos, descubriremos que se tratan de un grupo de adolescentes jugando con una pelota de cascabel, con sus ojos vendados. Esa es la primera impresión descriptiva del film que nos ofrece Landes, una mirada lejana y objetiva de personas adultas que al subjetivizarla nos revela niñes jugando. Pues resulta que les adolescentes son una especie de guerrilleros, autodenominados “Los monos», y que viven bajo las órdenes paramilitares de lo que elles llaman “la Organización”. Este grupo armado, no identificado, habita en un país jamás nombrado pero que podría tratarse de Colombia. Tienen la misión de cuidar a una doctora extranjera que tienen como rehén (Julianne Nicholson), por lo que reciben armas y un exhaustivo entrenamiento militar a cargo de “El mensajero”. Si bien a este grupe se lo ve organizado, ordenado y compacto, la falla por no poder cumplir una simple orden (como la de cuidar a una vaca lechera) dará inicio a una primera fractura en este círculo de confianza, alimentando individualismos que, hasta el momento, eran desconocidos. Las temáticas de la trama son compuestas: abarcando desde los despertares de la propia sexualidad, hasta el cuestionamiento de la simbología de “familia”. Pero lo interesante se despliega en base a que Landes no acude al pasado de sus protagonistas para explicar quiénes son, ni cuáles son sus motivaciones, sino que transitaremos su aquí y ahora, albergando el nacimiento de sentimientos de traición y venganza dentro del grupo y del contexto actual del film, donde los disfraces fraternales parecieran diluirse en un único objetivo: la obtención del poder. Esto lo convierte en un tenso e inquietante thriller, donde el trasfondo del territorio dispara lo impredecible de cada une, consiguiendo que el público empatice respirando soledad, sometimiento y guerrilla. Es que Landes ha conseguido hablar de violencia compasiva desde la propia perspectiva de lxs guerrillerxs, entregándonos un cine más instintivo y brutal, donde los diálogos tienden a desaparecer, logrando que el sonido cobre una relevancia superior y psicológica y que, con la puesta de cámara, nos revele la mirada romántica e idealista de una aguda adolescencia que nos interpela, sobre todo en su final. Monos es una película incómoda porque consigue hablar de política sin decir absolutamente nada de ella, mientras logra que observemos más allá de la pantalla.
Ópera prima de ficción protagonizada por los bolivianos Fernando Arze y Cristian Mercado y por el argentino Pablo Echarri. Seleccionada para representar a Bolivia en los Oscar. A grandes rasgos, la historia nos habla sobre el ocaso de un ídolo, Coco “Muralla” Rivera, quien fuera un prestigioso arquero de fútbol en la Bolivia de los 90. Hoy, este ex futbolista sufre de problemas de alcohol y trabaja humildemente como chofer de combi. Su conflicto principal se dispara cuando no puede afrontar el financiamiento de la operación de su hijo, internado en el hospital a la espera de un trasplante de órganos, por lo que termina involucrándose, de forma desesperada, en el submundo de la trata de personas para juntar el dinero. La película da su apertura con la presentación del personaje de “Muralla”, interpretado por Fernando Arze Echalar, y su cosmos. En él, observaremos a un hombre de unos cuarenta años, desaliñado y abatido, que mira nostálgico, y a plena luz del día, el arco de una canchita de fútbol ubicada en la parte alta de La Paz, mientras que al cerrar sus ojos se sumerge a recuerdos sonoros de sus años de gloria. Luego, pasaremos a comprender su crítica situación económica y descubrir que la salud de su hijo se encuentra en grave peligro. Este factor pone en acción a nuestro protagonista para conseguir una gran suma de dinero de forma rápida, sin importarle cómo, pues es la pasión ciega por salvar a su hijo lo que lo llevará a una decadencia moral y sin medida. Desde el punto de vista formal, dirección, arte y fotografía realizan un trabajo planificado con la luz y los espacios a lo largo del relato, buscando la connotación del descenso del protagonista a los infiernos. De esta manera, veremos al arco lumínico iniciarse en la secuencia de apertura con escenas de día y, casi culminando el film, estaremos transitando por la noche más oscura; este mismo análisis corre para las locaciones, ya que irán variando de mayor a menor en relación a su altura. Estas decisiones, sumadas al extrañamiento que provocan los encuadres aberrantes, nos marcan la psicología del personaje y cómo éste irá consumiéndose a sí mismo a causa de la carga interna que acarrea. Cerca del punto medio, la historia toma un nuevo curso, no voy a spoilear el por qué, pero hace que “Muralla” busque la redención tomando la decisión de rescatar a la niña raptada por él mismo mientras es atormentado por su pasado inmediato. ¿Podrá el protagonista reivindicarse con dignidad? Es aquí donde Patiño se apoya en la simbología cristiana como respuesta y utilizando como herramienta condenatoria a la humanidad. Narrativamente parece centrarse en la intriga policial, con tintes de cine negro y, si bien no profundiza en el negocio de la trata y tráfico de personas, es valedero que la película ponga en pantalla la problemática remarcando la existencia y la indignante naturalización de la venta de seres humanos para fines de explotación laboral, sexual y/o tráfico de órganos. Muralla es una película que consigue reflotar, técnica y artísticamente, al cine boliviano; y si bien el guion no consigue ahondar en sus tramas lo que significa una apatía para con les personajes y la historia, puede que interpele un hasta dónde llegaría nuestra moral en semejante situación.
Coproducción entre Colombia, Dinamarca y México, con un exitoso recorrido en festivales y nacida de los creadores de El abrazo de la serpiente. Basada en una historia real, esta película explica el origen del narcotráfico en la Colombia de los años 70 donde la juventud norteamericana abraza la cultura hippie y la marihuana, provocando que los agricultores de la zona se conviertan en «empresarios» a un ritmo veloz y generando que, en el desierto de Guajira, una familia indígena Wayuu se vea obligada a asumir un papel de liderazgo en esta nueva empresa. La riqueza y el poder se combinan con una guerra fratricida que pondrá en grave peligro a las familias involucradas y sus tradiciones ancestrales. Este film no sólo pone en pantalla los inicios del narcotráfico colombiano dentro de sus pueblos originarios, sino que denota en la trama cómo la avaricia nacida del capitalismo puede infectar y modificar, incluso para siempre, el estilo de vida wayuu en todas sus formas, rompiendo con las generalidades preconcebidas socialmente hacia estos pueblos, relacionadas a temáticas honradas y sagradas. Si bien la historia da su apertura planteando como disparador la necesidad de Rapayet (José Acosta) de conseguir una dote para poder casarse con Zaida (Natalia Reyes), conforme a las celosas órdenes de la matriarca wayuu Úrsula (Carmina Martínez), lo que verdaderamente detona el conflicto es el encuentro casual con les integrantes del Cuerpo de Paz de EE.UU, quienes buscan marihuana, lo que desatará en Rapayet una ambición que desconocía y que lo arrastrará a la mismísima tragedia griega. Desde el punto de vista formal, les directores anclan su elección tonal en lo etnográfico, dándole una nueva mirada al arquetipo del “narco” y los “chicos malos” que conocemos de las clásicas películas de gánsteres, sumándole color y sonido vivaz en referencia a las supersticiones tradicionales de la comunidad a la que retratan y haciendo uso de símbolos del spaghetti western en vista al imponente desierto que habita la historia. Sonoramente tanto el silencio como el viento se convertirán en nido de las imágenes de esos pájaros de verano que llevarán adelante la historia y que son capturados desde una realidad mágica anunciando los acontecimientos venideros. Su estructura narrativa ha sido construida y ordenada en cinco cantos («Hierba salvaje 1968», «Las tumbas 1971», «La prosperidad 1979», «La guerra 1980» y «Los limbos»), quizás sus autores decidieron utilizar esta herramienta retórica como metáfora entre las tradiciones y raíces de un pueblo originario amenazado con el avance de un capitalismo sistemático connotando a su vez cómo la literatura se sintió en peligro ante el progreso del cine. Pájaros de verano es una original y épica película de gánsteres del pueblo wayuu, en la que no hará falta entender sobre la región para acercarse al cine, sino sólo dejarse llevar por una trama que desnuda la esencia humana sea cual sea su origen.
Documental argentino que recibió una Mención especial en la Competencia Derechos Humanos del 21 BAFICI. El 31 de enero de 2009, Luciano Arruga (16) nunca llegó a casa de su hermana Vanesa. Comienza entonces una búsqueda desesperada que enfrenta las diferentes manipulaciones del poder. Su voz y la de amigxs, familiares y militantes de los derechos humanos descubren las complicidades del Estado en esa desaparición. Una fuerte película de denuncia que logra hacernos carne de la indignación e impotencia que enfrenta Vanesa, junto a amigxs y familiares con escasos recursos, quienes no dejaron nunca de golpear puertas en una exasperada búsqueda por saber qué pasó con Luciano y sobre quiénes fueron los verdaderos responsables de su desaparición forzada en plena democracia. Con un claro punto de vista, el de Vanesa, acompañado por su familia y amigxs, la narración del film va hacia adelante mientras desgrana, de a poco, la información sobre lo que sucedió con su hermano de 16 años. Marcando así el claro lugar de la familia y amigxs convertidos en los investigadores del hecho. Les realizadores hacen uso de cámaras “rastreras” entre escenas que recorren, una y otra y otra vez, el camino realizado por Luciano antes de su desaparición, emulando patrullar la zona. Signo de la vigilia angustiante por la que Vanesa ha pasado y sigue pasando, mientras intenta reorganizar los datos, recabar la información y rearmar un rompecabezas donde las piezas no faltan, sólo que ella no puede tenerlas en sus manos porque el Estado se las niega, incluso actualmente. En esta historia, les realizadores logran utilizar al material de archivo como fragmentos de reconstrucción que van transformando al registro en peregrinación. Y así se van fusionando las marchas, las luchas, las constantes denuncias, las protestas incoherentes de vecinos del barrio “residencial” en donde funcionaba el destacamento en el cual fue detenido Luciano, hoy convertido en radio abierta, quienes piden absurdamente a Vanesa “un poco de paz” ante el reclamo sistemático de justicia por su hermano, el acompañamiento de las asociaciones de derechos humanos, las abuelas, Adolfo Pérez Esquivel, los amigxs, el juicio, las caras de los abogados defensores, la vulnerabilidad de una madre expuesta a preguntas inapropiadas, el rostro del único acusado (Torales), la entereza de una hermana, el miedo, las amenazas, el silencio, la noche. ¿Quién mató a mi hermano? es un documental que al finalizar nos deja impotentes, mudos y pensantes, aplaudiendo sí la fuerza de lucha de una hermana contra un gigante.
Resultado de una adaptación libre de la novela homónima de Juan Enrique Gruber, publicada en 1979, nace Así habló el cambista en coproducción con Uruguay, Argentina y Alemania. Seleccionada para competir como mejor película extranjera en los Oscar. El film retrata la historia de ambición de Humberto Brause (Daniel Hendler), un uruguayo, quien fuera herramienta de enriquecimiento para élites de Latinoamérica y codicioso experto en el cambio de moneda. Durante la trama, el personaje de Hendler, se verá envuelto en una serie de maniobras moralmente cuestionables y aunque no todo ese dinero es sucio, la mayoría provendrá de evasiones impositivas, e incluso de guerrillas y mafias. La película da inicio con una voz en off del protagonista, como narrador de su propia historia, que reza «los cambistas somos el origen de todos los males, culpables de lo que se malogra y se pudre en este mundo», mientras que en imagen el director nos ofrece a una Jerusalén en la que vemos a Jesús expulsar a los mercaderes. Y por si aún no se comprendió la analogía, la secuencia culmina con “Jesús lo había entendido todo”. Tan solo esas pequeñas frases de apertura logran pintar en retrospectiva lo que en definitiva transcurrirá durante el film con la vida de este hombre que se reconoce un antihéroe. Desconozco si Federico Veiroj estará parafraseando la obra de Niestzsche Así habló Zaratustra, pero en esta narración Humberto Brause irá desmenuzando en primera persona toda su filosofía en relación a su profesión, negocio y vida personal, explicando cómo se fue convirtiendo en el cambista más demandado de Montevideo del 75. Esta historia se verá atravesada por flashbacks que nos transportarán a 1956, 1962 y 1966 en pro de la reconstrucción del personaje como justificación de su accionar en tiempos liderados por dictaduras militares que dominaban o asomaban en Uruguay, Argentina, Chile y Brasil. El uso de la música clásica en la película evidencia a un Brause gris y deshumanizado, connotando que su ambición aspira a una grandilocuencia de hombre que le queda holgada. Sin embargo, Daniel Hendler se supera a sí mismo en su interpretación; y si bien la decisión del director de ponerle dientes postizos a un actor tan incrustado en la retina cinematográfica haya sido sólo para cambiar quizás su fisonomía, es mérito de Hendler hacer un uso correcto de esa herramienta y no caer en la ridiculización, logrando que su actuación revele un compromiso honesto con el personaje que encarna dado que atraviesa la pantalla y consigue que el público se olvide del actor y sus dientes, empatizando con su mejor papel hasta el momento. Lo mismo ocurre con las actuaciones de Dolores Fonzi, Luis Machín, Benjamín Vicuña y German De Silva, donde claramente prueban, junto a Hendler, que la dirección de actores de Veiroj es indiscutible como lo es su mirada en la puesta en escena. Extrañada, obturada, ahogando sutilmente la elegancia de sus encuadres, haciendo uso de ritmos y paletas que acompañan el vacío de un ser que se conforta en la monotonía de una nada que se repite hasta el final, en donde les espectadores, sentados en nuestras butacas, viviremos ese mismo hastío redundante. Así hablo el cambista, quinto film de Federico Veiroj, retrata la vida ambiciosa de Humberto Brause (Daniel Hendler), cambista de profesión, quien acusa que “todo lo bueno huele a podrido”.
Registro documental codirigido por Almudena Carracedo y Robert Bahar y en coproducción con Pedro Almodóvar. El silencio de otros ofrece un retrato cinematográfico del primer intento en la historia de procesar a los criminales de la dictadura franquista (1939-1975), quienes han gozado de impunidad durante décadas debido a la Ley de Amnistía de 1977. Su estructura narrativa se despliega en dos continentes: España, donde abogados de derechos humanos y víctimas construyen la querella, y Argentina, donde la jueza María Servini se hace cargo del caso basándose en el principio de jurisdicción universal. El film avanza mientras se va desarrollando la querella internacional a través de las experiencias vividas de las diferentes víctimas de la dictadura franquista que han decidido romper el “pacto de silencio”. Esta construcción permite abrirnos a conocer íntimamente a las personas querellantes, quienes mediante reflexiones, recuerdos y anhelos se dejan atravesar valientemente por lo no dicho en busca de una justicia que parece no llegar nunca. Les directores utilizan materiales de archivo de prensa para englobar lo sucedido y callado, exponiendo sobre la superficie del film cómo España inicia y sostiene este “pacto de silencio” político y social que busca borrar las heridas indelebles de una historia que sangra en cada rincón del país; entonces apoyados por el liderazgo de Carlos Slepoy, abogado de derechos humanos que llevó adelante el caso contra Pinochet junto a Baltasar Garzón, y Ana Messuti, filósofa del derecho, lograron elevar el sonido de las voces susurrantes de cada querellante. Su asertividad recae en priorizar la dolorosa lucha humana por sobre los datos históricos, convirtiendo a les espectadores en testigos directos de un combate, lento pero valiente, contra un gigante casi imposible: el silencio. Esta cercanía con las historias contadas en primera persona son las que marcan el pulso del relato y nos permiten acompañar a María Martín, por ejemplo, a llevarle flores a su mamá quien está “enterrada” al borde de una ruta, o a Ascensión Mendieta quien observa atenta el desentierro de su padre luego de la autorización de exhumación de su cuerpo en una fosa común, o escuchar a José “Chato” Galante, vecino de su torturador, contándonos que su supervivencia se debió a que ha “aguantado por rabia” y no por ser humano. Estas dolorosas escenas son las que denotan un perdón pero quizás nunca un olvido, donde sus directores como autores toman una posición clara registrando la voz del oprimido mientras reescriben la historia española exponiendo las gravemente agudas consecuencias que arrastran los “pactos de silencio”. Un pueblo sin memoria es un pueblo condenado a repetirse.
Registro documental dirigido por la periodista española Chelo Alvarez-Stehle, coproducido por EE.UU. y España, basado en una investigación sobre el submundo de la explotación sexual, la trata, agresión y cultura de las violaciones a mujeres y niñes, logrando enlazar a su vez relatos en primera persona acerca de sus propios secretos familiares. El film da comienzo con una escena abocada más a la presentación de personaje que a la temática en sí. Es que este inicio nos plantea que la directora no sólo llevará adelante la investigación, sino que será parte activa de la misma. Esto lo entendemos con un simple encuadre de playa, seguido por el fotomontaje de archivos personales direccionados por su propia voz en off. Es así como ingresamos a un recuerdo de su más tierna infancia, en el cual ella y su hermana menor perdieron su inocencia mientras jugaban en la orilla del mar cuando un señor se les acerca y logra llevarse a su hermanita a unas carpas cercanas, dejando, después de ello, un gran silencio en la familia por décadas. Años más tarde y ambas adultas, la familia sigue sin hablar del tema. Motivada la directora por este vacío y cargando con la culpa de no haber podido cuidar a su hermana, comienza una búsqueda de relato introspectivo concluyendo que, quizás, su trabajo basado en la visibilización de la explotación sexual se deba a este suceso familiar en particular. Es ahí donde aparecen los relatos de otras mujeres dispersas en varios países y que ella ha conocido mediante entrevistas e investigaciones pasadas. Estas historias directas, crudas y dolorosas, son contadas por las supervivientes de explotación sexual. Cada palabra de ellas es un silencio que se dobla, una grieta que se asoma y un llamado sororo que grita ahogado pero valiente. Los testimonios van desde una violación colectiva a una niña en un país asiático como rito de iniciación a la prostitución forzada, hasta la historia del secuestro de una mujer junto a su beba en México, quien fue obligada a participar junto a ella de una película porno, acercándonos así, en imagen y voz, a los rostros de una esclavitud humana que aún sigue subsistiendo. Es una película muy necesaria y valiosa, no sólo como documento de denuncia sino porque, desde allí, la directora realiza un viaje paralelo de introspección en el que logra fracturar el silencio de toda su familia hasta poder desenmascarar los propios abusos sufridos; donde una cámara desprolija pasa a ser testigo único de transformaciones en el seguimiento de sus protagonistas, dejando de lado cualquier tecnicismo debido a que la temática se «come» la puesta, evidenciando la ruptura de un silencio estructural basado en un miedo absoluto hasta llegar a un qué dirán. Es acá donde el film logra su clima más sincero e inspirador, cuando las distintas víctimas de abuso, hoy supervivientes, dialogan entre ellas haciéndonos sentir las diferentes capas de estadio que atravesaron y atraviesan e infundiéndonos a romper el silencio por sobre todas las cosas. Arenas de Silencio. Olas de valor es una película sobre el abuso y tráfico humano que logra unir las diferentes ramas de violencia sexual encontrando un factor común dominante: el silencio.
Se estrena Paso San Ignacio, documental de Pablo Reyero. Este film retrata la vida cotidiana, la cultura y creencias de los descendientes directos del cacique Juan Calfucurá, principal líder espiritual, político y guerrero de la Nación Mapuche, ubicada al este de la cordillera de los Andes y cuyo padre fue guía del general San Martín en el cruce de los Andes. Dichos descendientes hoy son habitantes del Paso San Ignacio, en la precordillera de la provincia de Neuquén. La apertura del documental se realiza de forma clásica con una serie de placas informativas, en las cuales se vuelcan datos sobre el contexto histórico, no sólo para ejercer una capacidad de síntesis sino, también, para brindar equidad de información a les espectadores. Luego de ello, abre el mundo de la historia con paisajes imponentes donde su puesta en escena nos entrega una contemplación íntima sobre el universo que retrata, huyendo de la observación propiamente dicha y haciendo foco en los sujetos como protagonistas, quienes con sus voces guiarán el relato, entregándonos un testimonio coral sin más intervención del director que la propia mirada. La importancia de este documental recae en las historias silenciadas de los Curá, y por lo tanto desconocidas, que son recuperadas a través del registro de cada testimonio directo, convirtiéndose el film en un documento de valor en sí mismo. Igualmente podemos dilucidar que el punto de vista del director se concentra en la humanidad de sus protagonistas, lejos de su etnografía. Por ejemplo, la mujer es mostrada por ellos, los Curá, como las personas que poseen la sabiduría, la oralidad de transmitir la cultura, las que interpretan los sueños, las curanderas, etc. Pero en una de las escenas del documental podemos sentir una contradicción. Tal es el caso de la mujer que habla en la última familia del film. Cuando esos ojos de Miriam, oscuros y húmedos, invaden la pantalla completa al momento de quiebre, mientras confiesa haber sufrido abuso físico doméstico por parte de su marido y por la madre de este, sin dudas pone en riesgo la mirada construida desde el romanticismo cultural, el cual va desvaneciéndose por la propia realidad que la atraviesa. Paso San Ignacio es un documental que nos acerca a los descendientes directos del linaje Curá, quienes comparten su cultura primitiva pero también construyen con la memoria oral las hasta ahora silenciadas historias de los oprimidos durante la campaña de exterminio.
Dramedy francés basado en un fragmento del libro de Christian Streiff “J’étais un homme pressé: AVC, un grand patron témoigne”, inspirado en la vida real del ex-director de Peugeot. Alain (Fabrice Luchini) es un respetado CEO de una compañía automotriz y un excelente orador, que no se permite tener un lugar para el ocio o la familia, pues es todo un workaholic. Un día, sufre un ACV en el trabajo y se ve obligado a frenar su gran carrera profesional debido a que el derrame le ha causado problemas en el habla y la memoria. Durante su rehabilitación contará con el apoyo de una joven fonoaudióloga, Jeanne (Leïla Bekhti), y su hija mientras intentará reponerse para retornar a su vida agitada. Si bien la película arma toda una secuencia de inicio dejando bien en claro que su protagonista es un hombre de gran poder, principalmente adicto al trabajo, personalidad reconfirmada en diálogos como “Descansaré cuando esté muerto”, comienza a decaer a medida que el conflicto se dispara. Entendemos que el film se basa en una comedia y puede que aceptemos ciertas literalidades del director, ya que trataremos de encajar las piezas, pero cuando Alain sufre el ACV, dándole inicio al segundo acto, la puesta en escena dramática se desluce entre el drama y la comedia generando una liviandad en las fuerzas que intentan llevar adelante la historia. Su recurso del gag apoyado total y textualmente en la dificultad del lenguaje del protagonista empieza a perder peso al querer sostenerlo durante toda la película, y si bien al principio es efectista debido a que el personaje es un brillante orador, se torna reiterativo y vacío. Entonces como espectadores, empezamos a sentirnos subestimados y, hasta por momentos, culpables de reírnos sobre ello, por lo que la trama empieza a estancarse, volviéndose previsible, para después pasar a sentirse forzada, incómoda, y finalmente perecer por completo. Quizás sea una película que logre dejar ciertos mensajes banales como “no somos nuestro trabajo” o “compartir con la familia es lo más importante” etc., pero creo que el realizador dirigió con tibieza a sus actores y actrices dado que a todos los perfiles les falto profundidad en la construcción de las capas ya que todo sobrevuela en una superficialidad que contrarresta al mensaje que el film acusa perseguir. Puede que este error también se deba al agregado de subtramas, como la búsqueda de la mamá biológica de la terapeuta o la del enfermero enamorado, que le han quitado espacio valioso al desarrollo del personaje de Alain y que incluso no son trascendentales al mismo. Entonces si se le hubiera dado un foco más detallado a la problemática que le genera un ACV a un CEO de semejante magnitud como la impotencia de no poder ser el superhombre que fue, con todo el trauma interno que ello acarrea, sumado a la vulnerabilidad a la que lo expone frente a sus empleados y colegas para luego trabajar en su fortalecimiento del vínculo con su hija, quizás la conexión con el público hubiese sido más honesta y por consiguiente empática. Un hombre en apuros es un tibio dramedy fránces que utiliza como gag las confusiones lingüísticas de su protagonista post ACV lo que genera un alejamiento en les espectadores debido a la ausencia de exploración en las transiciones emocionales en el personaje y su trauma.