Una familia con las heridas abiertas El film de Cate Shortland indaga en el devenir de cuatro hermanos que se trasladan a Hamburgo, tras la caída del régimen nazi. Lore, la mayor, es la encargada de transitar su camino a la adultez en medio de la recostrucción. En el final de La caída, el film de Oliver Hirschbiegel, una mujer joven huye con un niño cuando finalmente los aliados toman Berlín y ya se sabe que Hitler está muerto. Probablemente haya una legítima curiosidad sobre el destino de ese chico –que escapa gracias a la ayuda, nada menos, que de la secretaria de Hitler– al que le esperan diferentes horrores y que hasta apenas el día anterior pertenecía a las juventudes nacional-socialistas. La incertidumbres está en saber cuál será su futuro como adulto, con la carga que significa haber atravesado su años de formación bajo el régimen nazi. Lore, de Cate Shortland (Somersault) ubica su historia justo en el momento en que el régimen alemán se desmorona, pero a diferencia de Hirschbiegel, la directora australiana centra su relato en el momento inmediato después de la capitulación alemana, con un alto oficial nazi que vuelve a su casa para trasladar a su esposa y sus cuatro hijos a una casa de campo y partir nuevamente al frente o para huir. Allí, mientras el ejército estadounidense se acerca, la madre de los chicos decide entregarse a las autoridades y deja a la familia al cuidado de Lore (extraordinaria Saskia Rosendahl), que deberá trasladarse con sus hermanos hasta Hamburgo, donde reside su abuela. Desde que su padre regresa del frente y quema documentos que lo vinculan con el exterminio judío, desde que su madre deja casi todo pero ordena empacar los cubiertos de plata, desde que se sorprende a sí misma viendo los juegos infantiles como algo perdido, Lore sabe que la esperan miserias de todo tipo e intuye que el tránsito a la adultez va a ser acelerado y feroz. Los planos cerrados que recoren el cuerpo de Lore van a ir dando cuenta de su crecimiento y de sus deseos en medio del horror, donde las miserias humanas afloran sin contención. En ese camino lleno de peligros, con una responsabilidad que no buscó y que apenas puede sostener, Lore y sus hermanos se cruzan con otros desesperados que no tienen nada que perder y actúan en consecuencia y algunos, como un joven con documentos "de judío", que la ayudan. En el medio la educación, el odio nazi que aprendieron en su breve historia y seguir descubriendo lo que pasó en esos años. El viaje iniciático de Lore y los otros chicos también tiene mucho de experiencia terminal sobre la infancia, la de un mundo seguro, con algunas certezas. Y claro, Lore es una película que también deja el interrogante sobre qué será de esos jóvenes, pero que en su pesimismo, se anima a aventurar un poco más sobre su futuro.
Una reflexión lúcida Las Islas Malvinas, su historia, la guerra y sus secuelas son uno de esos temas que manteniendo su estatus crucial para la identidad argentina, no termina de ser abordado en su totalidad. Y el cine, la propia historia de Malvinas en el cine de los últimos años, tiene múltiples ejemplos de lo inasible del tema. Las Islas Malvinas, su historia, la guerra y sus secuelas son uno de esos temas que manteniendo su estatus crucial para la identidad argentina, no termina de ser abordado en su totalidad. Y el cine, la propia historia de Malvinas en el cine de los últimos años, tiene múltiples ejemplos de lo inasible del tema. La forma exacta de las islas no pretende ser una película definitiva de la cuestión, pero en su intento de entender sus múltiples abordajes y los riesgos que toma a la hora de la puesta, la convierten en una película-ensayo que se acerca bastante a un todo, que por supuesto, puede incorporar otras miradas a futuro. La literatura y el cine sobre Malvinas es el eje de la tesis de Julieta, que llega a las islas para terminar su estudio, pero allí conoce a dos veteranos que volvieron después de 25 años a encontrar su pasado, a cerrar heridas. Ese encuentro hace que Julieta cambie, se sume a los ex combatientes y luego, años después, regrese a ese territorio desolado, esta vez con Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, los dos directores de la película. Lúcida reflexión sobre el tiempo, el nacionalismo, el cine como vehículo para entender los procesos históricos y sobre todo para dejar un documento sobre la experiencia personal, en su búsqueda inteligente y original, la película está más cerca de personajes ficcionales pero tan reales como trágicos de Los Pichiciegos de la novela de Rodolfo Fogwill, que de esa supuesta épica que se le inyecta a la fuerza a todas las guerras.
La remake de un clásico Hace años que Hollywood quería encarar una remake del film de culto surcoreano. Se habló de Spielberg y Will Smith, pero finalmente lo realizó Spike Lee En 2003, el director Park Chan-wook estrenaba Oldboy, basada en un manga de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi, segundo capítulo de un tríptico que había comenzado un año antes con Sympathy for Mr. Vengeance y terminaría en 2005 con Sympathy for Lady Vengeance. La llamada "Trilogía de la venganza" se convirtió casi de inmediato en un clásico, y Oldboy en particular pasó a ser el paradigma del extraordinario cine coreano, capaz de mezclar géneros sin culpa, ir un paso más allá en el melodrama desaforado, demostrar un particular timing para la violencia, e incluir la comedia de manera insospechada y con un lirismo sin techo, donde la belleza de cada plano de condice con un relato intrincado pero coherente y absolutamente absorbente. Pues bien, diez años después, es Spike Lee quien vuelve sobre la historia de un hombre (Josh Brolin) que una noche es secuestrado y encerrado en una habitación durante 15 años. Allí, con la única compañía de un televisor, el protagonista se entera de la muerte de su esposa –los noticieros dicen que él es el culpable del brutal asesinato de la mujer– y que su hija fue entregada en adopción. Desde eses momento, el preso comienza escribir todos sus pecados, llega a la conclusión que alguien a quien perjudicó es el responsable de la muerte de su mujer y de su cautiverio, y comienza a entrenarse consumiendo obsesivamente a través de la televisión programas de ejercicios y artes marciales. Y un día, misteriosamente, está libre para investigar qué paso y llevar a cabo su venganza, ayudado por Marie (Elizabeth Olsen), una trabajadora social con quien de inmediato lo une un vínculo que va más allá de la atracción física. La remake sin Park pero también sin el brillante Choi Min-sik interpretando al patético Dae-su, con el correcto Brolin ocupando su lugar, es apenas un boceto de la densidad y el vuelo narrativo de Park, porque sin lugar a dudas Lee podría haber sido una elección correcta al intentar recrear el film original, aunque no había ninguna necesidad. Sin embargo, hace rato que el realizador estadounidense perdió el nervio que demostró en películas formidables como Haz lo correcto, Fiebre de amor y locura o Malcolm X, y entonces la película terminada da todos los indicios que se trata de un trabajo por encargo y que el director estadounidense se limitó a cumplir profesionalmente.
Road movie emocional de Piñeyro El director argentino de películas de ruta como Caballos salvajes y otros éxitos de taquilla como Plata quemada y Tango Feroz, ahora incursiona en la historia de un niño que en España decide ir a buscar a su padre biológico Ismael (el joven actor Larsson do Amaral) tiene diez años y un día decide que es hora de saber quién es su padre. Con una vieja carta donde figura la única pista que tiene sobre su paradero, se toma un tren desde Madrid a donde vive hasta Barcelona, en donde se supone que reside Felix, su papá biológico. En la dirección de la capital catalana encuentra a Nora (Belén Rueda), que resulta ser su abuela y que le informa que su padre se mudó a un pequeño pueblo. Mientras Ismael comienza a entablar una relación con la mujer que lo lleva a encontrase con Felix, su mamá Alika (Ella Kweku) y su esposo Eduardo (Juan Diego Botto) también se dirigen al pueblo para reencontrase con el niño. Road movie emocional, ensayo sobre la identidad, fresco sobre las familias rearmadas y multirraciales –Ismael y su madre son negros–, toda la historia apunta al encuentro de todos los personajes, que estarán prolijamente perfilados y que así, dan cuenta de sus acciones pasadas y el camino que tomarán en el futuro, donde amores contrariados, segundas oportunidades y la posibilidad de una familia ampliada se abren al debate. Cinco años después de Las viudas de los jueves, su última película, Marcelo Piñeyro presenta su primer trabajo enteramente español, más allá que varios de sus films habían sido coproducciones. Como uno de los directores que sin llegar a ser parte del llamado Nuevo Cine Argentino pero que tampoco puede considerarse de la vieja guardia, sin lugar a dudas es uno de los realizadores imprescindibles a la hora de repasar el cine industrial de calidad, como Plata quemada, Cenizas del paraíso, Caballos salvajes y Tango feroz: La leyenda de Tanguito, títulos que dan cuenta de un afinado olfato para lo popular. Sin embargo, parece que filmar en tierras extrañas hizo que su probada intuición mostrara grietas, en un relato que pretende funcionar en varios niveles (por supuesto que la cuestión racial forma parte del menú y la cuestión social también) pero en realidad cierra en muy pocos, con mucho cálculo y un cuidado extremo porque nada altere la exposición civilizada de los conflictos, que se resuelven de manera amable, en un mismo tono apagado, dando como resultado un film chato, sin demasiada vida, salvo cuando entra en escena el formidable Sergi López, algo así como un seductor bon vivant de provincias, un personaje menor pero definitivamente interesante, sobre todo cuando el estudiado guión le permite jugar al romance con Belén Rueda.
Aires de nueva comedia americana Con dosis medidas pero devastadoras de humor escatológico e incorrección política, el director Nicholas Stoller (el mismo de Eternamente comprometidos) logra fusionar un poco de Qué pasó ayer con la obra de los hermanos Farrelly. En apariencia, Marc (Seth Rogen) y Kelly (Rose Byrne) están satisfechos por como salieron las cosas. Están en el inicio de su vida de casados, son padres flamantes, se sienten enamorados y cómodos en su rol de esposos y bastante lejos de lo que se supone que significa la fiesta permanente de los días como despreocupados estudiantes. Sin embargo, el perfecto equilibrio empieza a dar muestras de inestabilidad con la llegada a su nuevo barrio de una fraternidad –esos clubes universitarios de gente afín, dedicados a pasarla bien–, con su habitual menú de fiestas, ruido y excesos varios. Dispuestos a no arruinarles nada a nadie, el matrimonio llega a un cierto entendimiento con Teddy (Zac Efron), el presidente de la fraternidad, y parece que casa sector puede vivir sin molestar al otro. Pero algo sale mal y empieza la guerra entre los jóvenes padres –que se ven a si mismos como cool pero responsables– y los jóvenes en serio, con todo lo que eso significa. Una vez más, Rogen interpreta a esa especia de niño grande, de un corazón enorme y un poco bobalicón (como hizo en Ligeramente embarazada o Hazme reír, solo por citar dos de sus trabajos), acompañado por la eficaz Rose Byrne (la misma de La boda de mi mejor amiga), y del otro lado Zac Efron, que luego de High School Musical lo intentó con varios dramones olvidables, estuvo más que aceptable en Hairspray y finalmente parece que encontró su lugar en el mundo cinematográfico en la comedia, interpretando a un joven vengativo y bastante perverso. Cruza de géneros entre las películas centradas en el desenfreno estudiantil y las historias de jóvenes en tránsito hacia el mundo adulto, Buenos vecinos es sin lugar a dudas parte de la llamada nueva comedia americana, con un director como Nicholas Stoller (realizador de Eternamente comprometidos y Misión Rockstar), formado en la cantera de Judd Apatow, algo así como el patriarca del género, que para muchos se domesticó y se puso más conservador. Por el contrario, Stoller parece reivindicar la ferocidad perdida con dosis medidas pero devastadoras de humor escatológico e incorrección política, pero cuidando que cada uno de los personajes tenga un desarrollo completo, que dentro del planteo de subir la apuesta más y más con chistes groseros o situaciones incómodas, esté justificado por el perfil de los protagonistas, dando como resultado un relato que de alguna manera se las ingenia para fusionar con éxito el "legado" de la saga de Qué pasó ayer con la obra de los hermanos Farrelly.
Dos personajes idénticos, pero con vidas incompletas El director Denis Villeneuve adaptó con éxito una famosa novela de José Saramago, sobre paradojas y eventos encadenados. La vieja pero siempre efectiva máxima de Hegel de que la historia se repite, y que Marx completó con un sensato "primero como tragedia y después como farsa", le sirve desde siempre a Adam para explicar a sus alumnos las modalidades del poder y las recurrentes dictaduras. Además, claro, es un elemento decisivo para que el director Denis Villeneuve adelante y dé algunas pistas sobre lo que le va a pasar al protagonista, una casualidad que llevará a un encuentro sorpresivo y después, claro, a la tragedia. Luego de Prisioneros, el realizador franco-candiense vuelve a trabajar con Jake Gyllenhaal, esta vez en una adaptación del la novela O homem duplicado del portugués José Saramago, que se interna sobre las cuestiones de la identidad, difuminada en el contexto de la modernidad. Pero la película además se asienta en la paradoja del tiempo que por caso planteaba Isaac Asimov en su novela El fin de la eternidad, donde Andrew Harlan se encontraba a sí mismo, desencadenando una serie de eventos enlazados y difíciles de prever. Aquí, el personaje central se muestra insatisfecho con su vida, desde su rutina laboral hasta la relación que mantiene con su pareja Mary (Mélanie Laurent, protagonista de Bastardos sin gloria). Hasta que, viendo una película, descubre a Anthony St. Claire, un actor idéntico a él. Una vez que supera la sorpresa, decide buscarlo. Y cuando lo encuentra descubre que hay algo mucho más intenso que el parecido físico, empezando por la esposa de Anthony (Sarah Gadon), una versión de su pareja, más tensa, más agobiada. Así, dos personajes idénticos pero con vidas tan diferentes como incompletas y en apariencia carentes de sentido, se empiezan a cruzar y enmarañar (la sensación de agobio atravesado por el suspenso marca el ritmo de la historia), para contar la insatisfacción, el sinsentido de la existencia. Sin perder de vista una narración clásica, la puesta logra hacer olvidar las referencias, o mejor, se asienta en ellas para trabajar desde un cuidado esteticismo, con partes de surrealismo y una sistema de espejos deformados que van dando pistas sobre la psiquis del protagonista y a la vez complejiza las razones de su insatisfacción. Lo cierto es que si bien Villeneuve es el responsable de la muy interesante Incendies, luego tuvo un traspié con la sobrevalorada Prisioneros pero ahora, con El hombre duplicado, alcanza nuevamente su mejor forma y se supera.
Capitalismo y soledad Doble o nada", desafía Lucho (Pablo Cedrón), "Te voy a dejar pelado", responde Gary (Nicolás Saavedra), que no duda en dejar la plata que había tomado de la mesa, seguro que va a embolsarse 600 pesos en otra partida del… videojuego. Doble o nada", desafía Lucho (Pablo Cedrón), "Te voy a dejar pelado", responde Gary (Nicolás Saavedra), que no duda en dejar la plata que había tomado de la mesa, seguro que va a embolsarse 600 pesos en otra partida del… videojuego. La escena se ubica casi a 15 minutos del comienzo de la historia, que ya se encargó de mostrar las duras condiciones laborales de los trabajadores del petróleo y el relato ya se encamina a reflejar a Lucho en su hogar, cuando baja a la ciudad, un trabajador bien pago que sin embargo no encuentra sosiego y se gasta sus importantes ingresos en prostitutas, cocaína y consumos desaforados. Después de Tiempos menos modernos, donde relataba la derrota de un hombre solitario frente a los avances de la modernidad, el director neuquino centra su segundo film en la capacidad intrínseca del capitalismo de ser el vehículo para la infelicidad del hombre. Así, el mundo del trabajo, que en general es uno de los espacios de excelencia de la injusticia y las privaciones, es abordado por Franco en un trabajador calificado que puede representar a muchos, que luego de trabajar en las condiciones más penosas, lejos de su familia y aislado, recibe una paga mayor que el común de los asalariados pero no sabe que hacer con ese dinero, que sin ninguna duda no es un sosiego para el permanente estado de insatisfacción. Cedrón está inmejorable en un protagónico que parece haber sido hecho a su medida y más allá de algunos esquematismos, el film dialoga con la obra de los hermanos Dardenne o Ken Loach, es decir, incursiona dignamente en terrenos poco transitados del cine argentino en los últimos años.
Un estado de fractura social Luis Ziembrowski participó en muchas películas del llamado nuevo cine argentino y a la hora de su debut detrás de las cámaras, parece que logró una síntesis de los mejor de los directores para los que tuvo que trabajar, construyendo una puesta al servicio de un relato tenso, por momentos agobiante, pero necesario para contar un estado de fractura social, de derrota, de un diagnóstico terminal. Luis Ziembrowski participó en muchas películas del llamado nuevo cine argentino y a la hora de su debut detrás de las cámaras, parece que logró una síntesis de los mejor de los directores para los que tuvo que trabajar, construyendo una puesta al servicio de un relato tenso, por momentos agobiante, pero necesario para contar un estado de fractura social, de derrota, de un diagnóstico terminal. Todo parece indicar que la historia se ubica en 2002, ese momento crucial y devastador de la historia argentina que llega a través de la desesperación de los personajes, del sonido de bombos, del noticiero que aplasta, algo así como la banda de sonido de la desesperanza en un país que parece naufragar sin remedio. En ese contexto Bruno (extraordinario Sergio Boris) lucha y pierde contra sus prejuicios de clase media, se deja ganar por el miedo del entorno, del ocupa del barrio, de la miseria que mantiene a raya con changas, pero sobre todo, la principal y vital preocupación de Bruno y por qué no, de su pareja (Analía Couceyro), es su hijo adolescente. En ese universo cerrado, asfixiante, claustrofóbico es Damián (Alan Daisc) la única criatura que no tiene un costado miserable, puro futuro, tal vez dañado, pero definitivamente vital. Toda una declaración de principios del debutante Ziembrowski, atormentado, ferozmente lúcido y dispuesto a eludir cualquier atajo simplista a la hora de plantar sus obsesiones, de mostrar su visión del mundo.
Tango-rock, con sangre, música y cuchillos La honestidad estética y temática de Campusano nuevamente se corrobora en cada uno de los fotogramas de Fango, anteúltimo opus del director de Vil romance, Legión y Vikingo. La honestidad estética y temática de Campusano nuevamente se corrobora en cada uno de los fotogramas de Fango, anteúltimo opus del director de Vil romance, Legión y Vikingo. Cine de márgenes, de espacios en tensión y personajes sobrevivientes de un contexto, la historia de Fango parte de un pretexto argumental para luego extenderse hacia otras zonas y criaturas del Conurbano. El Indio y el Brujo (Miño, Génova), metaleros de raza, desean conformar una banda que fusione el rock duro con el tango, una especie de tango-crash sin red. Para lograrlo, recorren las calles de tierra y visitan los hogares ajenos a cualquier indicador económico con el propósito de conformar la banda y convencer, entre otros, a un veterano experto con el bandoneón. Pero como ocurre en los films de Campusano, el disparador argumental deja lugar al retrato de personajes duros, pesados, de armas tomar, junto con historias donde se concilia el amor en estado salvaje con la defensa a ultranza del macho o la hembra. De allí que en la trama cobre importancia Nadia (Batista), una mujer que implanta su propia justicia defendiendo a pura sangre con fierro en mano a la cría que necesita su ayuda o a cualquiera que requiera de sus servicios. Pero hay más en el recorrido barrial y sincero de Fango: chulos, cafishios, lesbianas, esposas infieles, músicos rockeros, nostalgia tanguera, junto al ámbito geográfico que el director conoce al detalle, donde la violencia puede estar a la vuelta de esquina, en una casa de la supervivencia o en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo crudo y genuino. Las dos líneas narrativas de Fango –la conformación de la banda y las apariciones de Nadia y su gente– no tardan en reunirse en un mismo punto, momento en que Campusano convierte a la violencia visceral del contexto en una gran tragedia o, en todo caso, en una tragedia tanguera, donde los guapos y guapas transmiten autenticidad, valiéndose del cuchillo en mano en un duelo cerca del final que resultará difícil de olvidar. Como si Borges conviviera con Enrique Medina, y Pappo se reuniera con Homero Manzi, la tango-tragedia que cuenta Fango es una película perfecta que, ya de por sí, se postula como uno de los mejores estrenos del presente año.
Infancia bajo el Corán Wadjda está obsesionada con una bicicleta verde porque quiere jugar con su amigo. Tiene 10 años, va a la escuela, habla con su madre, pero no tiene dinero. Vive en Arabia Saudita y planea competir y ganar en un concurso sobre lectura y rezo del Corán y así conseguir la bicicleta. Pero claro, Wadjda vive en un contexto que no la favorece: es una niña y recibe retos de la maestra y la mamá por su carácter indócil, que oscila entre una inicial rebeldía y una simpatía que sorprende a propios y extraños. Wadjda está obsesionada con una bicicleta verde porque quiere jugar con su amigo. Tiene 10 años, va a la escuela, habla con su madre, pero no tiene dinero. Vive en Arabia Saudita y planea competir y ganar en un concurso sobre lectura y rezo del Corán y así conseguir la bicicleta. Pero claro, Wadjda vive en un contexto que no la favorece: es una niña y recibe retos de la maestra y la mamá por su carácter indócil, que oscila entre una inicial rebeldía y una simpatía que sorprende a propios y extraños. El panorama se completa con la ausencia del padre, que de vez cuando aparece por la casa según las reglas impartidas por Alá. La bicicleta verde ganó premios en festivales y fue la primera película dirigida por una mujer, quien se basó en la historia de su sobrina. Por lo tanto, el marco geográfico cobra protagonismo en la historia, resultando invasivo e incómodo, de acuerdo a las reglas del Corán. La narración fluye sin caer en golpes bajos o escenas miserables que critiquen con énfasis a ese paisaje donde la mujer es un objeto decorativo, tal como se observa cuando la mamá llora a solas, acaso planteando un presente y futuro sin salida. La directora muestra astucia para describir a un personaje y un contexto determinado, sin cargar las tintas, ofreciendo a esa bicicleta como disparadora de la trama. La forma en que la realizadora se acerca a la historia recuerda a las películas iraníes donde la infancia es analizada bajo el rígido reglamento de un contexto: ¿Dónde queda la casa de mi amigo?, El globo blanco y Offside, entre otros títulos, reflejaban historias similares a la que cuenta La bicicleta verde. De allí la lógica premiación en festivales y la admiración que se le tiene a esta clase de relatos humanos con la niñez como protagonista.