La saga SAW había llegado a su conclusión en el 2017 con la última entrega, Jigsaw, dirigida por los hermanos Spierig y la productora Twisted Pictures no tenía planeado desarrollar más entregas. Un día Cris Rock se encontró con uno de los directivos del estudio Lionsgate en un casamiento en Brasil y le comentó su deseo de incursionar en el género de terror. El actor era fan de la franquicia originada por James Wan y tenía una idea para relanzar la historia con una perspectiva diferente. Probablemente por tratarse de una figura conocida en Twisted le dieron luz verde al proyecto y Rock consiguió convencer a Darren Lynn Bousman para que se hiciera cargo de la realización. El director había desarrollado los episodios de la época de gloria de Jigsaw que comprenden las entregas 2, 3 y 4. En la campaña vende humo de promoción, los productores llegaron a declarar que la visión de Rock "reinventaba Saw de un modo similar a lo que Eddie Murphy había hecho con las buddy movies en 48 horas" El trailer promocional la verdad que no era malo y generaba intriga por conocer esta historia que establecía un relanzamiento de la saga. Lamentablemente Spiral resultó un desastre y quedará en el recuerdo entre las peores películas relacionadas con esta franquicia. El film falla miserablemente como propuesta de terror y thriller policial y el espectáculo que ofrece es tediosamente aburrido. La verdad que no puedo encontrar ninguna cualidad redimible para destacar de esta producción. En principio la trama no tiene nada que ver con Jigsaw sino que se centra en un imitador que masacra policías en un trillado plan de venganza. No debe pasar más de media hora del inicio del film que enseguida podés descubrir con facilidad la identidad del villano, debido a que el conflicto central es penosamente predecible. El reboot concebido por Rock se siente desapasionado y berreta. Ya de entrada la voz distorsionada del asesino suena terriblemente estúpida y la nueva marioneta que reemplaza a Billy no podría haber sido más pobre. Dos aspectos donde se pierde muchísimo el factor de terror en una película, que encima está más interesada en evocar una propuesta policial al estilo Pecado capitales. Darren Lynn Bousman, quien brindó las mejores continuaciones del film original y construyó su carrera exclusivamente en el género de horror en Spiral ofrece probablemente su peor obra. Más allá que el guión no es bueno, su narración nunca consigue construir esos momentos de tensión y suspenso que asociamos con SAW. Inclusive las secuencias con las trampas carecen del ingenio y creatividad que supieron tener en el pasado. El conjuro 3 estuvo lejos de ser una buena película pero al menos era un producto cuidado desde su puesta en escena y contaba con un buen reparto que levantaba las debilidades argumentales. En Spiral las interpretaciones dejan bastante que desear, muy especialmente la actuación de Cris Rock que se siente extraña. Al margen que su personaje no genera ninguna empatía, el actor te descoloca desde las primeras escenas con una especie de monólogo de stand up donde intenta ser gracioso. Luego su perfomance dramática resulta sobreactuada y hasta incómoda de ver. Ni siquiera un Samuel Jackson anestesiado en piloto automático consigue levantar la calidad de las actuaciones que en general son bastantes pobres. No obstante, la mayor falencia de esta película es que no propone nada interesante a la hora de reinventar una saga que ya que de por sí no necesitaba un capítulo adicional. Tampoco terminé de entender la musicalización centrada en el hip hop y el rhythm and blues que no podía ser menos compatible con el argumento. En resumen, falla como propuesta de terror y thriller policial, el guión es malo, las actuaciones olvidables y nunca consigue despertar interés por ver al falso jigsaw en futuras entregas. Un espectáculo decepcionante que no puedo recomendar.
Durante la mayor parte de su metraje Shang-Chi no se siente en absoluto una película del Universo Marvel y en esta cuestión reside su mayor virtud artística. El director del thriller judicial Buscando justicia (Michael B. Jordan), Destin Daniel Creton, consigue introducir al público en el mundo de este personaje a través de una propuesta que no se aferra exclusivamente a la fórmula del cine de superhéroes. Shang-Chi es un personaje que nació a mediados de los años ´70 durante el fenómeno de Bruce Lee y el auge del género de artes marciales asiático en el continente americano. Este film reimagina el origen del héroe donde se toman algunos elementos de las historieta con el fin de introducirlo al universo cinematográfico. Algo similar ocurre con el Mandarín, interpretado por Tony Leung, que funciona como una adaptación libre del villano de los cómics, aunque mucho más digna de lo que se hizo en Iron Man 3. Ahora no esperen encontrar al mismo antagonista de los cómics porque esta va por otro lado. Durante los primeros dos actos de la trama Creton se aleja bastante de la fórmula Marvel al desarrollar el relato dentro del género de artes marciales de fantasía. Todas las secuencias de acción fueron realizadas por Brad Allan, discípulo de Jackie Chan, quien falleció el pasado mes de agosto a los 48 años. El artista marcial fue el primer miembro occidental del equipo de doble de riesgo de Jackie y en esta película tuvo la oportunidad de lucirse con secuencias magníficas que no pudo incluir en otros filmes hollywoodenses. El tratamiento de la acción que aporta Allan están muy influenciado por el cine de Chan con referencias directas a sus filmes, como Rush Hour o Rumble in the Bronx, además del wuxia de fantasía, estilo Iron Monkey y El tigre y el dragón. Una elección que refuerza por otra parte la representación de la identidad asiática que celebra Shang-Chi. Un tema que me sorprendió de este film es el contenido humorístico que retoma ese equilibrio que tenían las primeras producciones de Marvel antes que empezaran a derrapar con los personajes graciosos. En este contexto sobresale la participación de la actriz Awkafina, quien compone un personaje que representa la mirada del espectador que toma contacto por primera vez con el mundo de fantasía de Shang-Chi. A diferencia de lo que ocurrió con David Harbour en Black Widow, quien se encargaba de arruinar momentos dramáticos con intervenciones estúpidas, la actriz aporta comentarios graciosos pero nunca llega a ser una molestia e inclusive tiene algunos momentos más serios. El personaje cuenta con su propio arco argumental y conforman una dupla simpática junto al héroe. De hecho, el mayor contenido humorístico lo aporta otro personaje. Con respecto al protagonista, Simu Liu, la verdad es que los trailers promocionales lo presentaron con una imagen más fría que después no encontramos en el film. Liu tiene su carisma y consigue despertar empatía por Shang-Chi si bien queda la impresión que le falta un chapuzón en las aguas termales del héroe de acción. Su labor es decente pero en esta primera incursión todavía no demuestra que este personaje es el más grande artista marcial del Universo Marvel. De todos modos comparado con Iron Fist en la serie de Netflix es la reencarnación de Bruce Lee. En lo referido al reparto secundario, Michelle You y Tony Leung, especialmente, le aportan una jerarquía enorme a esta película y levantan la presencia de Liu, quien es menos conocido por el público general. La película de Shang-Chi encuentra sus mejores momentos hasta la llegada de clímax donde el ratón Mickey le marca el territorio al director, con el fin de recordarle que el estudio siempre tiene el control. En el acto final la trama se mete de lleno en la fórmula Marvel con una extravagancia zarpada de CGI y los infaltables monstruos gigantes que esta película no necesitaba. El espectáculo es impecable en lo referido a los aspectos visuales pero la tarea de Bradley Allan queda completamente opacada por el equipo de efectos especiales. Me hubiera gustado ver un duelo final entre Shang-Chi y el Mandarín que remitiera al cine de artes marciales clásico y el recuerdo de Bruce Lee, quien inspiró el cómic, más que el homenaje a Falkor y La historia sin fin. Salvo por ese detalle, esta producción no deja de ser lo más inspirado que brindó Marvel en el último tiempo y le aporta un poco de aire fresco y diversidad a una franquicia que se encuentra en proceso de reconstrucción tras el evento de Infinity Wars.
Justicia implacable representa la segunda oportunidad en la que Guy Ritchie realiza una remake basada en la obra de otro director. El antecedente previo había sido Swept Away, el peor título de su filmografía, protagonizado por Madonna (su por entonces esposa) en el 2002. Una comedia romántica fallida que reimaginaba un clásico del cine italiano de los años ´70 y fue aniquilada tanto por el público como la prensa. Desde entonces Ritchie nunca más volvió a explorar ese género. En su nuevo proyecto abordó nuevamente el concepto de la remake para brindar un gran thriller de acción que se destaca entre las novedades de este año. La película está inspirada en la producción francesa Le Convoyeur (2004), de Nicolas Boukhrief, quien luego fue guionista de Silent Hill. Uno de los artistas que mejor entendió la adaptación de un video juego en el cine. Esta producción, que suele emitirse en la televisión con el título en inglés de Cash Truck, fue una propuesta muy interesante que combinaba el neo noir con la heist movie, centrada en la organización de los grandes asaltos. Una característica especial que hizo sobresalir al film en su momento fue el realismo con el que se describía los procedimientos operativos de las compañías de transporte de caudales. Algo que no tenía antecedentes en el género. Más allá del relato de venganza que presentaba el argumento, el director se metía en la cocina de este oficio donde la tensión es constante debido a la sumas de dinero que trasladan los empleados. En Justicia implacable encontramos un gran ejemplo de cómo debería trabajarse el concepto de la remake. Aunque el contenido de la premisa sigue siendo el mismo, Ritchie no ofrece un burdo refrito de la propuesta francesa sino que construye el relato con un tono diferente. Desde las secuencias iniciales queda claro que el guión estuvo a su cargo y no está ausente el despliegue de testosterona, con los infaltables comentarios sexistas, homofóbicos y todas las fobias que quieran incluir. No hay modo que el cineasta inglés se adapte a los tiempos de la corrección política y el tipo hace la suya a través del circuito independiente. Una particularidad de este film es que no se apega a los elementos cotidianos de realización que solemos encontrar en sus obras. En esta oportunidad dejó a un lado la estética de video clip y edición frenética que suelen acompañar sus trabajos, además de la banda de sonido llamativa y el contenido humorístico, con el fin de ofrecer una propuesta que evoca el estilo de cine de acción que se hacía en los años ´70. En ese sentido el rol de Jason Statham claramente se nutre de esos tipos duros con cara de piedra que solía encarnar Charles Bronson. Dentro de la inevitable comparación con la obra francesa, un aspecto donde la remake supera a la original reside en el grado de tensión que le aporta Ritchie a las secuencias de acción y suspenso. La producción original tenía un tono narrativo pausado mientras que la remake cuenta con secuencias más impactantes y cambia varios aspectos del personaje principal. En este caso la trama se vincula al género gánster y el final es diferente, motivo por el cual la remake tampoco cae en el típico refrito hollwoodense. Statham, en su cuarta colaboración con el director se luce también con un rol más dramático que poco tiene que ver con los héroes de acción que encarnó en sus últimos proyectos. Dentro del reparto secundario Holt McCallany (Jack Reacher) y Scott Eastwood son los las figuras que tienen espacio para destacarse y resultan muy efectivos en esta película. Si bien la tensión se desinfla un poco en la mitad cuando Ritchie revela las motivaciones del protagonista, luego el film vuelve a cobrar intensidad con la carnicería que se desata en el clímax. Acción de la vieja escuela, sin abuso pedorro de CGI, cámara lenta y el contenido Plaza Sésamo con lecciones moralistas que son moneda corriente en los estrenos de la actualidad. No inventa nada ni tiene la intención de hacerlo. Justicia implacable es simplemente un thriller de venganza impecablemente filmado que cumple con la función de entretener a través de un sólido exponente del género.
Candyman fue una película que en 1992 le otorgó un soplo de aire fresco al terror sobrenatural y en especial al subgénero slasher. Inspirada por un cuento de Clive Barker (creador de Hellraiser), la obra del director Bernard Rose sorprendió con una gran exploración de la mitología de las leyendas urbanas y el racismo en los Estados Unidos. Eventualmente se convirtió en una propuesta de culto que quedó en el recuerdo por la interpretación de Tony Todd en el rol del villano y la tremenda banda sonora de Philip Glass. Lamentablemente los productores luego no supieron explotar el potencial del personaje y expandieron la franquicia con dos filmes horrendos que carecían de la calidad artística de la entrega original. La nueva película que llega a los cines esta semana se establece como una continuación directa de la obra de Rose y contó con la producción de Jordan Peele. Un cineasta obsesionado con el racismo y la constante victimización de la comunidad negra norteamericana que hasta ahora no se le cayó una idea en su filmografía, más allá de repetir una y otra vez estas temáticas. Esta versión de Candyman adapta el concepto del personaje en los tiempos del Black Live Matters donde obviamente el tema de la brutalidad policial no podía quedar afuera. En este contexto lo mejor que le pudo pasar al proyecto fue que la dirección quedara a cargo de Nia DaCosta, quien supo encontrar un balance más equilibrado entre el cine de género y el sermón del comentario social que en manos de Peele hubiera sido infumable. DaCosta, quien actualmente trabaja en Capitana Marvel 2, debutó hace unos años con el neo western Little Woods (con Lily James) y en este caso ofrece un film decente que se conecta con la obra original. Si no tienen muy presente la primera Candyman lo ideal sería repasarla antes de ver esta película para apreciar mejor los detalles que vinculan a las dos historias. De hecho, el origen del nuevo protagonista representó una subtrama de la producción del ´92. De todos modos para quienes no llegaron a verla el argumento también incluye un resumen de los acontecimientos previos que se narran a través de secuencias de animación con siluetas. Uno de los aportes artísticos más inspirados de esta continuación.
El padre es esa clase de propuestas que demanda encarar su visionado con el mejor estado anímico posible, ya que es una experiencia fuerte que toca fibras muy sensibles que te pueden dejar demolido en la butaca si no estás preparado de antemano. Muy especialmente para aquellas personas que hayan tenido algún ser querido que enfrentó la enfermedad del Alzheimer. La ópera prima del director Florian Zeller es una adaptación de una obra de teatro que escribió en el 2012, inspirada por las vivencias de su abuelo con la demencia. En Buenos Aires el mismo espectáculo lo protagonizaron en el 2016 Pepe Soriano y Carola Reyna, con dirección de Daniel Veronese. Aunque se hicieron varios filmes sobre esta temática El padre tiene la particularidad de abordar el drama de la demencia desde el punto de vista del enfermo, algo que no recuerdo haber visto en otras producciones similares. Al menos con los recursos narrativos que plantea Zeller. Su relato tiene la virtud de sacar adelante un concepto que no era sencillo de trasladar en imágenes, ya que el espectador pasa experimentar el deterioro psicológico del protagonista desde una mirada subjetiva que llega a ser por momentos aterradora. A los desvaríos mentales se le suma la pérdida absoluta de la identidad que genera un enorme dolor en el círculo familiar. Zeller desarrolla gran parte de la acción dentro de un departamento, como ocurría en la obra original, con la particularidad que en este caso utiliza recursos visuales del cine que trabaja con ingenio para introducir al espectador en la perspectiva del protagonista. Anthony Hopkins entrega todo en una interpretación inolvidable que quedará en el recuerdo entro lo mejor de su filmografía, junto a su labor en El silencio de los inocentes y Magic, el clásico de horror psicológico de Richard Attemborough. Lo que hace con este personaje es muy complejo por todo el rango de emociones extremas que atraviesa el personaje, que además cambia de un instante a otro debido a su salud mental. Olivia Coleman (La favorita) representa la otra cara que tiene este drama con los familiares que deben lidiar con una situación tan dolorosa. Su labor es clave en este relato ya que le aporta esa sensibilidad y humanidad a la historia que permite conectarnos con el drama que propone Zeller. Para tratarse de un debut cinematográfico esta primera incursión del dramaturgo es magnífica y será interesante seguir por donde se encamina su carrera. En lo personal me encantó El padre por la puesta en escena original que presenta del tratamiento de la demencia y la labor de los protagonistas pero la verdad es que no volvería a repasarla otra vez, ya que la experiencia es durísima. Por eso también comencé la reseña con el tema de estar preparado para verla, debido a que es un crimen perderse semejante cátedra de actuación de Hopkins, pero al mismo tiempo pega duro en el corazón y te deja con una tristeza absoluta. En un contexto de pandemia una propuesta de estas características es complicada y hay que encontrar el momento adecuado para disfrutarla, pero no deja de ser una gran película que merece su recomendación.
Seis meses en una granjita de rehabilitación para combatir la Deadpool dependencia. Una estadía que le vendría bien a Ryan Reynolds con el objetivo de recuperar la espontaneidad perdida en sus interpretaciones. Inclusive cuando compone otros personajes, como el caso de esta producción que no tiene nada que ver con el superhéroe de Marvel, sus expresiones y el modo que remata los diálogos graciosos arrastran los modismos de Wade Wilson y ya terminó por cansar. Todavía cuenta con el apoyo del fandom geek que le festeja cualquier cosa y su nueva película mima bastante a ese target de espectadores, sin embargo el estilo de humor que propone se volvió redundante y hasta predecible. Free Guy es una propuesta familiar construida en base al robo de ideas ajenas que se maquillan como "homenajes", con el fin de armar una ensalada argumental que combina elementos (de un modo muy burdo) de The Truman Show, Tron, The Lego Movie, El día de la marmota, They Live (de John Carpenter), Matrix, Ralph, el demoledor y Ready Player One. La pereza creativa del guión es realmente impactante y gran parte del entretenimiento del film se apoya en la comedia reiterativa de Reynolds y el fan service de Disney, que no es menos burdo que el de Space Jam 2. Sin la necesidad de entrar en spoilers pueden imaginarse por donde va la mano. El film apunta a conectar principalmente con la generación Tik Tok de gamers que pasan horas en You Tube para nutrirse con la sabiduría divina de los "influencers", quienes les venden productos a sus seguidores y desarrollan tutoriales para completar los videojuegos. La trama inclusive cuenta con la participación de youtubers norteamericanos y periodistas de medios de prensa mercenarios como IGN, cuya finalidad es establecer un puente entre esta producción y ese nicho de espectadores que probablemente se enganchará más con la propuesta. La narración del director Shawn Levy (Una noche en el museo) construye el conflicto central a través de dos líneas argumentales que se cruzan entre sí. Una se desarrolla en la realidad y tiene como protagonistas a Jodie Comer (Killing Eve) y Joe Keery (Strangers Things), quienes sobresalen como lo mejor del reparto, y la otra se ambienta dentro de un video juego con Reynolds y sus momentos humorísticos. Un penoso y sobreactuado Taika Waititi (el director de Thor: Ragnarok) interpreta al villano principal en un intento por ser gracioso que no termina de funcionar. El tema con esta película es que no todo está mal y durante el transcurso de la historia la obra de Levy trabaja cuestiones interesantes que podían haber elevado un poco más la calidad del contenido. Hay por momentos una especie de comentario sobre el modo en que la mercadotecnia atenta contra el desarrollo de la creatividad en la industria del video juego e inclusive todo un rollo con una mujer que consigue experimentar un poco de romance en su vida a través de una relación con un código de inteligencia artificial. Lamentablemente, el film no presenta ningún interés en explorar esas cuestiones a fondo y el foco de atención se concentra en un entretenimiento más genérico que tampoco despierta tantas carcajadas desde la comedia. Después del tercer chiste sobre la virginidad de los gamers se hace evidente que los guionistas no estuvieron muy inspirados. Free guy cuenta con un primer acto muy bueno, donde se genera un espectáculo atractivo con la presentación de los personajes principales y luego se empieza a desinflar para llegar a un final soso donde resuelven a las apuradas el conflicto central. Es justo destacar que desde los aspectos más técnicos la obra de Levy se destaca en el campo de los efectos especiales y la elaboración de algunas secuencias de acción con autos que se disfrutan especialmente en la pantalla de cine. Más allá que Reynolds se volvió infumable, la película tampoco es mala y funciona como pasatiempo pochoclero para entretenerse un rato. Una cuestión que en estos días tiene un enorme valor. Sin embargo, me quedó la sensación que el producto final, por el concepto que manejaba, podría haber ofrecido una producción muy superior sin tanta obsecuencia al fandom geek que busca complacer con desesperación.
Para tratarse de una franquicia que en los últimos años brindó más decepciones que alegrías, la nueva entrega del Escuadrón Suicida sobresale entre las mejores producciones de DC desde la primera película de Wonder Woman. Cuando los créditos finales empiezan a correr en la pantalla queda la impresión que el director James Gunn por lo menos se tomó el trabajo de repasar algunas historietas para tener una mínima noción del contenido de esta propuesta. Algo que no ocurría con el decepcionante film de David Ayer estrenado en el 2016. Más allá que después el estudio Warner intervino en la edición, el tratamiento que tuvo la premisa central del cómic fue un desastre. La obra de Gunn es muy respetuosa hacia la fuente original y al aprovechar el atractivo que tiene el concepto del escuadrón el espectáculo también resulta más entretenido. Una inquietud que despertaba esta propuesta pasaba por el hecho que la dirección quedaba a cargo de un realizador que no suele hacer películas por encargo. Por lo general Gunn se involucra personalmente con los proyectos que elige y a su trabajo le aporta su impronta de autor. Por consiguiente, cuando nos encontramos con su obra hay elementos concretos que nos indican que el tipo fue responsable de la realización. Desde el tono de los chistes y el tratamiento del humor negro hasta la estética que elige para la fotografía, la narración de las secuencias de acción y por supuesto el modo en que trabaja la musicalización del relato. A diferencia de Black Widow donde se notaba el manoseo del estudio para imponer su fórmula comercial, en Escuadrón Suicida no queda ninguna duda que esta es una película de James Gunn. El director abre el film con una muy buena secuencia que prácticamente funciona como un pedido de disculpas de DC por el film del 2016. Desde los primeros minutos establece de un modo impecable el concepto de esta agrupación de villanos que son explotados como mercenarios por el gobierno de Washington. Gunn claramente evoca las historietas de John Ostrander para cimentar las bases de la trama y después le da rienda suelta a sus excentricidades. Afortunadamente la película nunca cae en los excesos de Guardianes de la Galaxia 2 donde los personajes se pasaban de idiotas con los diálogos chistosos. En esta producción hay un mayor equilibrio en este aspecto, donde encontramos muchas situaciones disparatadas (algunas funcionan mejor que otras), sin embargo el director nunca olvida la premisa de la misión suicida y el hecho que cualquiera de los personajes puede morir en el momento menos pensado. Una particularidad especial de esta propuesta es que Gunn le rinde homenaje a los cómics de DC de los años ´60 (La Era de Plata) y al cine de ciencia ficción clase B de esa época. La elección de Starro el conquistador como antagonista, sumado a villanos olvidados de la tercera y cuarta división de DC entre los miembros del escuadrón son un claro ejemplo de esta cuestión. No obstante, la gran sorpresa de esta película la brinda Margot Robbie, quien finalmente le pudo hacer justicia a Harley Quinn con otro perfil que no pudimos ver en sus intervenciones previas. Gunn la corre de esa representación insoportable, donde se limitaba a ofrecer el contenido humorístico, para recordarle al público que es una psicópata enferma, víctima de numerosos traumas, que no debería ser tan simpática. Hay una escena puntual entre Robbie y Juan Diego Botto (el recordado Martín Hache) que es una síntesis perfecta de lo que siempre fue Harley y que en el cine no le terminaban de encontrar la vuelta. En lo referido al reparto la elección de Idris Elba como Bloodsport resultó un enorme acierto. El actor no solo sobresale como protagonista, sino que además consigue que nos olvidemos por completo de Will Smith, a quien no se lo extraña para nada. A lo largo de la trama forma una buena dupla con John Cena a cargo de Peacemaker, otro clásico de los cómics de los ´60 que Gunn rescata del olvido. Por otra parte el rol de Syvester Stallone como King Shark es bastante limitado, ya que el director optó por no exponerlo demasiado. El tiburón tiene sus momentos pero ocupa un rol similar al de Groot en Guardianes de la galaxia. La mayor virtud de este film es que se siente como una adaptación del Escuadrón suicida, donde se añaden las excentricidades de este director para ofrecer un buen entretenimiento. Cabe resaltar que si bien hay alguna referencia a la entrega previa de David Ayer, la trama funciona como un relanzamiento de esta agrupación en la etapa post-Snyderverse. Bien por DC, ojalá sigan por este camino. Después de tantas pifiadas al fin apareció una película que se puede recomendar.
Sin rastros es esa clase de película clase B sin difusión que suele estar perdida en plataformas de streaming como Amazon y Netflix y en este caso por milagro divino de la distribución encontró un hueco en la cartelera comercial. El actor Peter Facinelli, quien suele aparecer a menudo en series de televisión (Nurse Jackie, Supergirl) y es más conocido por su participación en la saga Crepúsculo, ofrece un intento de thriller psicológico que representa su segunda obra como director. La premisa argumental evoca por momentos a Prisoners, un film del mismo género que protagonizaron hace unos años, Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal. La diferencia es que aquella obra contaba con la dirección de un gran realizador como Dennis Villeneuve, quien suele tener un gran dominio del suspenso y por lo general le aporta una mayor complejidad emocional a los personajes que protagonizan sus historias. Facinelli, quien parece más interesado en seguir los pasos de M.Night Shyamalan en su etapa decadente, no se encuentra en la misma categoría y por eso tampoco se le puede exigir demasiado a este film. Se trata de una producción independiente sin personalidad que intenta construir un thriller con un exceso de lugares comunes que la vuelven demasiado torpe y predecible. Sin rastros comienza con una sólida presentación del misterio y tanto Thomas Jane como Anne Heche llevan adelante sus roles con dignidad, pese a que no se percibe demasiada química entre ellos. Lamentablemente el relato luego se vuelve frustrante cuando el director apela a generar suspenso con situaciones inverosímiles que confluyen en un giro sorpresivo decepcionante. El resultado final es un producto olvidable cuyo visionado está más para la televisión que una salida al cine.
Jungle Cruise es una película que toma la popular atracción del parque temático Disney World para desarrollar una propuesta que evoca el estilo de cine de aventuras que se hacía en los años ´90 y comienzos del 2000. El film tiene una influencia notable de las producciones de La momia, de Stephen Sommers, y la primera entrega de Piratas del Caribe que desarrollaron una fórmula parecida. Como propuesta familiar ofrece un buen espectáculo que consigue ser entretenido gracias a la inesperada química de la dupla que conforma The Rock con Emily Blunt. Una pareja que me parece la gran mayoría del público no hubiera imaginado para este film y funciona muy bien a tal punto que la interacción entre ellos termina siendo el corazón del film. Los amantes de la animación de más de 30 años van a notar que el vínculo de los personajes principales prácticamente es un calco de la serie Aventureros del aire (TaleSpin) que fue popular a comienzos los ´90. Las interacciones de los protagonistas tiene una dinámica muy similar a la de los osos Balloo y Rebecca e inclusive The Rock cuneta como asistente en su trabajo de navegación con un niño que recuerda al cachorro Kit Nubarrón. Aquella propuesta tomaba su inspiración a su vez del viejo cine clásico de aventuras hollywoodense por lo que estas referencias difícilmente sean una simple casualidad. La dirección corrió por cuenta Jaume de Collet-Serra, quien en los últimos años fue responsable de la mayoría de las películas de acción que hizo Liam Neeson. Todo el entrenamiento que tuvo con esa saga de filmes supo explotarlo en esta producción donde elaboró muy buenas secuencias en las que hace lucir a los protagonistas. Esta es la producción más grande que dirigió en su carrera y sobresale en varios aspectos técnicos como el diseño de producción, la fotografía y los vestuarios. Cabe destacar también la colaboración entre James Newton Howard y Metallica que aportanuna muy buena versión instrumental de Nothing Else Matters. Una elección loca para el tono familiar de la película pero que funciona muy bien en el contexto de la historia. Jungle Cruise no está exenta de algunas debilidades que le impiden ser una mejor película. Por un lado no faltan las narrativas forzadas con calzador que a esta altura del siglo 21 Disney podría empezar a trabajar con más naturalidad. Cuando vimos La momia en los ´90 no le importaba a nadie con quien se iba a la cama el hermano del Rachel Weisz, en parte porque no tenía nada que ver con la trama. Hoy incluyen un personaje gay y lo subrayan de una manera tan burda como si esperaran ser reconocidos con un Premio Nobel a la inclusión, cuando la sexualidad de ese rol es irrelevante dentro de la función que tiene en la trama. El argumento cuenta además con un exceso de villanos a cargo de muy buenos actores donde Jesse Plemons (Breaking Bad) termina siendo el más beneficiado. Paul Giamatti y Édgard Ramírez no están mal con sus intervenciones pero la narración no les habilita demasiado espacio para destacarse y es una lástima porque terminan desaprovechados. Un inconveniente mayor es el tratamiento de los efectos especiales que en varias escenas dejan bastante que desear. Jungle Cruise podría haber sido un espectáculo muy superior si Disney le daba más tiempo al equipo de FX para pulir un poco el CGI. Queda la sensación que acortaron los tiempos de post-producción y salieron a las salas con lo que tenían. Ahora bien, para quienes no les interesan todas estas cuestiones técnicas y quieren saber si vale la pena la entrada al cine para llevar a los niños. Definitivamente es una opción para tener en cuenta. Más allá de sus debilidades en términos generales es una buena propuesta de aventuras que no defrauda en materia de entretenimiento.
Viejos no quedará en el recuerdo entre las grandes películas de M.Night Shyamalan pero tampoco representa un regreso a su etapa más decadente. Esta es la tercera oportunidad en la que gesta un proyecto basado en una idea ajena, ya que por lo general el cineasta suele ser el autor de sus historias. Los casos anteriores quedaron asociados con algunos de sus peores trabajos, como fueron Avatar: The Last Airbender (2010) y Después de la Tierra (2013), que fue una propuesta por encargo que hizo para Will Smith. En esta ocasión adaptó el cómic europeo Sandcastle, del autor Pierre Oscar Levy y el ilustrador Frederick Peetes, conocido por esa excelente novela gráfica que fue Blue Pills. La particularidad de este caso es que la obra original jugaba con algunos elementos del terror sobrenatural que la mayoría de la gente asociaría con el cine de Shyamalan, por eso no es tan extraño que él se encargara de llevar este relato al cine. El film sigue la misma premisa que la historieta con la diferencia que al director no le interesa tanto plantear una reflexión profunda sobre la mortalidad, como lo hacía el cómic, sino entretener al público con una propuesta de misterio. Algo que logra con solidez durante la mayor parte de su narración. El concepto de la trama, que es muy atractivo, está bien presentado y el realizador juega con elementos del cine de terror y el thriller donde elabora los giros sorpresivos necesarios para capturar la atención del público. La labor del reparto en general es muy correcta si bien no hay ninguna figura que sobresalga especialmente. Como suele ocurrir habitualmente con el cine de este artista el tercer acto siempre es complicado porque puede ofrecer una genialidad o una tontería. En el caso de Viejos se da la particularidad que tanto la historieta como su adaptación en el cine no terminan de brindar una conclusión satisfactoria. Al menos para mi gusto. La historia original era demasiado ambigua y el misterio de la isla quedaba en la nada. Por el contrario, Shyamalan en su película explica demasiado y construye su propio final con un concepto más hollywoodense. Su idea delirante para cerrar el relato tampoco es un desastre pero no está a la altura de la intriga que se había construido hasta ese momento. En esta cuestión las opiniones del público probablemente se dividan bastante. En resumen, Viejos propone un entretenimiento pasatista que se disfruta un poco más si llegás al cine con las expectativas moderadas, ya que se trata de una obra menor de este realizador.