Cuando John Krasinski concibió Un lugar en silencio probablemente nunca imaginó que su película se convertiría en uno de los grandes éxitos de la taquilla en la temporada de estrenos del 2018. Realizado con un presupuesto de apenas 22 millones de dólares, el film recaudó más de 350 millones de dólares alrededor del mundo, además de cosechar muy buenas reseñas. Como suele ocurrir en estos casos el estudio Paramount enseguida apuró la continuación, con la particularidad que esta vez el actor y cineasta también se hizo cargo del guión. El resultado es una producción decente que consigue brindar un entretenimiento ameno si bien no llega a estar a la altura de la entrega previa. Esta debilidad se relaciona con la ansiedad de Paramount por acelerar la continuación donde Krasinski no tuvo demasiado tiempo para pensar un argumento que superara al del film original. Una cuestión que se siente muchísimo en esta propuesta que funciona como una especie de interludio a lo que será seguramente una continuación superior. El director abre el relato con una introducción muy sólida que revela el origen de la invasión alienígena que se cargó a gran parte de la humanidad. En esos primeros 12 minutos se encuentran las mejores escenas de esta producción que luego se limitan a repetir recursos narrativos ya vimos en la primera parte, con el fin de generar momentos de tensión y suspenso. La realidad es que la historia de la familia Abbott no avanza demasiado y el trabajo del director por momentos cae en un refrito de lo que hizo en el 2018. Algo que es comprensible por el hecho que no tuvo tiempo para preparar esta película, cuya producción se gestó semanas después del estreno del primer capítulo. Si tenemos en cuenta esta circunstancia su labor es más que decente y se ve favorecida por la buena dirección del reparto, donde se suma esta vez Cillian Murphy, quien rara vez decepciona con sus interpretaciones. Un lugar en silencio Parte 2 me dejó la sensación que es una obra donde Krasinski cumplió con un contrato comercial para Paramount mientras se toma el tiempo para pensar una mejor película en el próximo episodio.
La purga es una franquicia del género de terror que hace rato viene pidiendo a gritos el tiro de gracia para acabar de una vez por toda con el tedio que ofrece. La primera entrega estrenada en el 2013 tuvo ingredientes atractivos con una trama que trabajaba alegorías políticas interesantes, además de un muy buen reparto. Su recepción positiva generó más continuaciones y una serie de televisión que fueron estirando el concepto de la obra original hasta donde se pudo, siempre con alusiones al contexto social norteamericano del momento. La quinta entrega es la peor de la saga e inclusive desde su calidad artística en lo referido a la realización parece una producción amateur hecha para You Tube. Inclusive en esa plataforma se pueden encontrar fan films con una puesta en escena muy superior. Este capítulo fue realizado con la idea que Donald Trump iba a renovar su mandato presidencial y desarrolla una especie de sueño húmedo de los demócratas progresistas que propone una batalla descerebrada entre supremacistas blancos e inmigrantes ilegales latinos. El simple hecho que los hipsters liberales de la prensa estadounidense, que se desgarraron las vestiduras con el retrato de los narcos mexicanos en la última entrega de Rambo, objetaran el sermón moralista del film y el modo burdo en que se desarrolló no es un dato menor. La purga por siempre comete el error de subestimar al público con su estupidez y ni siquiera llega a ser entretenida como propuesta de cine de género. Las secuencias de acción y violencia son redundantes y predecibles y ni siquiera la impronta western que le quisieron añadir a este relato resulta satisfactoria. La gran paradoja es que esta entrega tuvo más presupuesto que todos los episodios previos y sin embargo no propone nada interesante desde los aspectos visuales. Sumado al hecho que el contenido político se presentó de la manera más tonta posible no hay demasiados elementos como para recomendar su visionado en una pantalla de cine. Lo único rescatable es el reparto que reúne buenos artistas como Tenoch Huerta (Narcos: México), Josh Lucas, Ana de la Reguera (Army of the Dead) y Will Patton que hacen lo que pueden con el material que tuvieron disponible. Así la próxima entrega la hagan con 100 millones de dólares la saga ya agotó todas las posibilidades creativas y no parece tener nada interesante para ofrecer. Los fanáticos más acérrimos tal vez lleguen a disfrutarla un poco más, pero en lo personal me pareció un bodrio y no la puedo recomendar.
Más que una continuación Space Jam 2 presenta una remake mejorada de la obra de John Pytka, que en 1996 reunió a Michael Jordan con los personajes de los Looney Tunes. En un momento de este film hay un chiste de Bugs Bunny al respecto donde blanquean de entrada esta cuestión y aunque la premisa es la misma, la idea se abordó con una mayor prolijidad. Dentro de las propuestas infantiles esta película es lo mejor que llegó a los cines en los últimos meses y cuenta con el condimento adicional que también es más entretenida para los adultos que acompañen a los chicos. A diferencia del film anterior, el deportista LeBron James tuvo la enorme ventaja de contar con un guión que tiene un desarrollo superior de los personajes, el conflicto central y el concepto general de lo que fue Space Jam. En la película del ´96 por ejemplo había toda una subtrama con el hijo de Jordan que quedaba en la nada y nunca se explicaba por qué el chico volvía triste de la escuela. Todo se enfocaba en la aventura del basquetbolista y la comedia y no había espacio para explorar otro tipo de conflicto. Por el contrario, en esta producción la relación de LeBron con su hijo es el corazón principal del film y todo el arco argumental que tienen estos dos personajes cuenta con un mejor desarrollo. El jugador de los Lakers se desenvuelve con mucha espontaneidad y carisma en la interacción con los dibujos animados y transmite la sensación que disfrutó más la filmación que Jordan en la original. A diferencia de la entrega anterior que fue realizada por un especialista en efectos especiales, la dirección en este caso quedó en manos de Malcom D.Lee (Undercover Brother), un cineasta experimentado en la comedia que supo trabajar mejor este aspecto de la historia. Con la supervisión de Ryan Coogler (Creed, Black Panther) en la producción ejecutiva consiguieron armar un entretenimiento familiar que no deja afuera a los adultos y tiene guiños humorísticos fantásticos. La gran adición y novedad de esta propuesta pasa por el modo en que expandió el concepto de fantasía, que ya no se limita al mundo de los Looney Tunes sino a todas las franquicias populares del estudio Warner. Al abrir el campo de juego en esta cuestión tenemos la posibilidad de disfrutar a LeBron y los compañeros de de Bugs Bunny en la interacción con otros clásicos de la cultura geek y el cine. La secuencia de reclutamiento de los Looney Tunes, que en mi opinión reúne los mejores momentos del film, incluye algunas sorpresas magníficas que no se quemaron en los trailers promocionales. Motivo por el cual recomiendo en lo posible evitar a los resumidores y explicadores seriales de películas en You Tube que arruinarán como siempre la experiencia. Space Jam 2 presenta una combinación de secuencias de animación tradicional con el CGI que estuvieron muy bien equilibradas en la trama. La animación digital toma protagonismo en el partido central, que en esta oportunidad cuenta entre los espectadores con numerosos íconos famosos del cine pochoclero y la televisión. Una idea que probablemente tomaron de Ready Player One que tenía ese tipo de cameos. Con los visionados posteriores probablemente descubramos personajes que se nos pasaron la primera vez porque la atención tiende a recaer en los protagonistas. Entre las celebridades llegué a notar casi al 80 por ciento de los clásicos de Hanna-Barbera (incluidos los Herculoides y Mighty Thor) y los Thundercats entre otros. No obstante, las secuencias de animación tradicional previas al partido son las que ofrecen los mejores momentos, muy especialmente para los adultos. Si tuviera que objetarle algo al film es que con todo el entretenimiento que brinda no deja de ser también un zarpado y obsceno autobombo de Warner para publicitar sus productos. Faltó que a la salida del cine repartieran cupones de descuento para la plataforma HBO Max y la hacían completa. Salvo por ese detalle el balance es más que positivo y reitero Space Jam 2 es la mejor propuesta que surgió para chicos en mucho tiempo.
Dentro del universo cinematográfico de Marvel Black Widow siempre fue un personaje menospreciado que los productores no supieron aprovechar. Recién cuando Warner la pegó con Wonder Woman consideraron la posibilidad de darle una película a la espía rusa donde se pudiera desarrollar más su historia personal. Lamentablemente eso no llegó a suceder porque las reglas de mercadotecnia en este tipo de franquicias pesan más que los riesgos artísticos. Una desventaja que siempre afectó a esta heroína es que las características esenciales de su personalidad y el tono de las historias que brindó en el cómic no son compatibles con la fórmula de cine familiar, para todos los públicos, que ofrecen Marvel y Disney. Para hacerle justicia a Natasha Romanoff era inevitable salir de la zona de confort comercial y jugarse con una propuesta diferente y el tema es que no hay un interés del estudio por seguir ese camino. Por consiguiente, todo lo que puede ofrecer Marvel de la mano de Kevin Feige y Victoria Alonso es una película de relleno insípida y sin corazón, que decepciona por su pereza creativa y falta de inspiración. No ayudó tampoco que el guión quedara a cargo del siempre inepto Eric Pearson (Thor: Ragnarok), quien ni siquiera se tomó el trabajo de por lo menos leer el perfil de Wikipedia del personaje. En más de 50 años de vigencia en la cultura popular, Black Widow jamás protagonizó un argumento tan bobo como el que se presenta en este film y por eso este estreno deja un sabor amargo. La viuda les servía en bandeja la posibilidad de sorprender a los espectadores con algo diferente y fueron a menos con una película que le queda chica a esta heroína. El conflicto central se relaciona con un científico loco que crea mercenarias con una fórmula ridícula en un cuartel flotante. Dejemos de lado lo que hicieron con el villano Taskmaster donde se repiten errores de Iron Man 3 que pensamos que no volveríamos a ver. La dirección de Cate Shortland presenta un film conservador que hace lo imposible por evadir los aspectos más oscuros de la protagonista y su historia de origen. En cada oportunidad que el relato amaga con entrar en alguna cuestión turbia enseguida caen los chistes y diálogos tontos para que esta producción no se desvíe de la fórmula Marvel. Se percibe un conflicto interno permanente en esta cuestión como si la directora hubiera tenido la intención de desarrollar una narrativa más oscura que fue contenida por el estudio. El actor David Harbour a cargo de una versión payasesca de Red Guardian parece haber sido incluido en el proyecto con ese fin. Su función pasa por descomprimir con estupideces el drama y arruinar todas las escenas intimistas de Florence Pugh. Una actriz que cuenta con un papel más destacado que la propia Scarlett Johansson, quien lamentablemente no encontró en esta producción la posibilidad de hacer algo diferente con Black Widow. Cuesta muchísimo comprar a Pugh como mercenaria implacable pero es la única integrante del reparto que no parece anestesiada y ofrece una labor más que respetable. Inclusive en las secuencias de acción llega a humillar al elenco de Los Ángeles de Charlie de Elizabeth Banks. Otra cuestión rara de este film es que parece más interesado en introducir a Florence como la nueva Black Widow que en otorgarle la despedida que se merecía el rol de Johansson. La obra de la cineasta australiana tiene un muy buen primer acto que se apoya en la química entre las dos protagonistas y la intención de explorar el trauma sufrido por sus personajes. Luego el interés se desinfla y la dirección de Shortland queda opacada por la labor de los realizadores de la segunda unidad que toman la posta con secuencias de acción grotescas, pero bien elaboradas, que tal vez esta producción no necesitaba. Motivo por el cual queda la sensación que los mejores momentos de Natasha Romanoff los encontramos en Capitán América: El soldado del invierno que seguía con mayor fidelidad y cariño el espíritu comiquero del personaje. Esta película individual se queda a mitad de camino y no contribuye para nada en enriquecer el arco argumental de la integrante de los Vengadores. En resumen, un espectáculo de relleno estilo Thor 2 y Iron Man 3 que dentro de la saga ofrece una propuesta de visionado opcional entre Capitán América: Guerra Civil y Doctor Strange.
En el 2013 Los Croods se convirtió en el segundo film más taquillero en la historia de la compañía Dreamworks (después de Kung Fu Panda) al conseguir una recaudación de 587 millones de dólares. La propuesta era entretenida, los personajes conectaron con el público y por supuesto enseguida se anunció la continuación. Sin embargo, tras la adquisición del estudio por parte de Universal la película luego fue cancelada y no se supo más nada de la familia de cavernarios. En el 2017 revivieron el proyecto y cuando la realización se encontraba en su etapa final surgió la pandemia de Covid que demoró su estreno. Los artistas tuvieron que terminar el trabajo desde sus casas, ya que las oficinas de Dreamworks estaban cerradas. Si tenemos en cuenta la situación caótica e inusual que rodeó a la producción de este film el resultado final es más que admirable. Desde los aspectos técnicos es una obra que consigue presentar el estándar de calidad de la compañía, donde sobresalen especialmente todos los paisajes coloridos que ambientan la historia y la ejecución de las secuencias de aventuras y acción que son muy buenas. Lamentablemente la trama no presenta la misma inspiración ni ofrece la creatividad que tuvo la original. A la forzada y trillada impronta feminista, que hoy se volvió un burdo lugar común en el cine hollywoodense, se suma el hecho que el argumento se enfoca demasiado en un triángulo amoroso adolescente que resulta aburrido. En la película original el núcleo familiar y las relaciones entre los Croods representaban el principal atractivo de la historia, mientras que en la continuación eso se perdió bastante para darle prioridad al romance teen. Los más chicos seguramente encontrarán el entretenimiento en las situaciones de comedia física y los momentos de aventura que están bien logrados. La gran debilidad de este estreno reside en que a diferencia de Cómo entrenar a tu dragón y Kung Fu Panda, donde las continuaciones siempre elevaron la calidad de los argumentos, la segunda entrega de Los Crood se siente una obra más genérica. Cumple para distraer un rato al público infantil pero lo más probable es que con el paso del tiempo quede en el olvido dentro de la filmografía del estudio.
A lo largo de la historia del cine de acción este fenómeno se repitió en varias ocasiones. En los años ´70 se dio con El vengador anónimo (Charles Bronson) y Harry, el sucio (Clint Eastwood); en los ´80 con Rambo y Comando; mientras que a comienzos del siglo 21 tuvimos el ejemplo de la saga de Jason Bourne. En cada oportunidad que una película genera un impacto popular considerable suele ocurrir que el tratamiento de la acción o las características del personaje luego tienen una influencia notable en los estrenos siguientes. Actualmente atravesamos la era de John Wick. Desde hace un tiempo los cineastas que trabajan en esta clase de películas empezaron a replicar el estilo de realización que estableció el director Chad Stahelski en el 2014 con la primera entrega de esa franquicia y eso no es algo malo en absoluto. Prefiero toda la vida ver una propuesta que se aferra al estilo de la vieja escuela de Wick, que títulos como Hobbs y Shaw o Bad Boys 3 que optan por el carnaval de CGI. Nadie es un "primo cinematográfico" de la obra de Stahelski y me pareció estupenda. La película fue realizada por el cineasta ruso, Ilya Nashuller, cuya ópera prima Hardcore Henry (estrenada en el 2015) había apreciado bastante, sobre todo por su homenaje a los videos juegos clásicos de disparos. Un elemento que une a sus dos trabajos es el humor absurdo que invita a no tomarse en serio la trama que vemos en la pantalla y a disfrutarla por el delirio que propone. Así como en John Wick la carnicería que se desataba encontraba su origen en la muerte de la mascota del protagonista, en Nadie el catalizador es la pulserita perdida de una niña. Una vuelta interesante que le da Nashuller al concepto del vengador urbano es que el rol protagónico quedó a cargo de Bob Odenkirk (más conocido por la serie Breaking Bad), la última persona en el mundo que imaginarías en una producción de este tipo. Keanu Reeves cuando hizo Wick ya contaba con laureles importantes en el género, en cambio Odenkirk era una incógnita para una propuesta de estas características y sorprende con una labor fantástica. Su personaje, Hutch Mansell, es introducido como un oficinista que lleva una existencia miserable, debido a la rutina de un trabajo que no lo satisface. La relación con su esposa y sus hijos está marcada por esa crisis existencial. Eventualmente termina involucrado en un conflicto delirante con un grupo de mafiosos rusos que escala a niveles demenciales. En un comienzo Hutch amaga con seguir los pasos de William Foster (Michael Douglas) en Un día de furia pero el argumento luego toma otra dirección. En materia de acción las secuencias de peleas y tiroteos tienen una realización extraordinaria. La tensión que le aporta el director a la escena del colectivo, especialmente, representa el gran momento del film que quedará asociado con el personaje de Odenkirk. Hay una combinación muy interesante de brutalidad y absurdo que era también parte de Wick, pero en esta producción se trabaja desde otra perspectiva. Nadie tiene además un buen reparto secundario integrado por Michael Ironside, Connie Nielsen, el rapero RZA y Christopher Lloyd, quien cuenta con los momentos cómicos más divertidos. Su rol es limitado pero muy efectivo, sobre todo porque nunca lo vimos en esta clase de películas. El guión corrió por cuenta de Derek Kolstad, el creador de John Wick, quien hace poco manifestó que existe la posibilidad de ver un encuentro de estos personajes en el futuro. Una idea que podría ofrecer una buddy movie gloriosa, sobre todo por el estilo de humor que comparten ambas propuestas. Habrá que ver por donde se encamina la historia de Nadie si llega a tener una continuación. Por lo pronto su introducción sobresale entre lo más destacado del año dentro del género.
Washington Heights. La nación Riverito de Nueva York donde todos los problemas de la vida se resuelven con un billete de lotería. En esa locación poblada de bailarines felices se desarrolla este cuento de hadas musical que probablemente tendrá una recepción más calurosa en los fanáticos acérrimos del género. Quienes tengan ganas de sacudir sus nalgas en la butaca luego de la cuarentena, al ritmo del reggaeton y hip hop, encontrarán en este estreno el pasatiempo perfecto. No obstante, para el resto del público podría resultar una experiencia diferente, debido a la innecesaria duración de 143 minutos que hacen de esta producción una pesadilla. En el barrio es la adaptación del musical de Broadway, In the Heights, producido por Lin-Manuel Miranda (El regreso de Mary Poppins), que en la versión para cines contó con la dirección de John M. Chu. Un muchacho en cuyo prontuario figuran títulos como Step Up 2 y 3, el bodrio de Crazy Rich Asians y la infame Jem and the Holograms. Su nueva película tiene la intención noble de celebrar la cultura de los inmigrantes latinos en los Estados Unidos. El problema es que lo hace a través de un espectáculo artificial donde los personajes parecen caricaturas estereotipadas de una publicidad de Coca-Cola. Todo se siente falso y aséptico como si se tratara de la mirada de unos publicistas norteamericanos acerca de lo que ellos creen entender es la cultura latina. La dirección de Chu ofrece un compilado de video clips con coreografías de baile genéricas y canciones olvidables, más aptas para un concurso de Show Match que una producción hollywoodense. Su narración nunca llega a tener un foco definido y sigue las tramas de varios personajes que protagonizan diversas tribulaciones mientras intentan conquistar el sueño americano. Si a esto se le suma que la principal historia romántica parece salida de un film de Palito Ortega de los años ´60, el espectáculo que se extiende durante más de dos horas termina siendo tedioso. Sobre todo por el modo en que Chu encara las secuencias musicales. A lo largo del film no hay espacio para desarrollar las subtramas que se presentan o los momentos íntimos entre los personajes porque todo se enfoca en la explosión de colores y sonidos con la energía de los actores al palo. En consecuencia, lejos de poder disfrutar la "celebración del espíritu latino" después de dos horas llegás al final con la cabeza saturada por los excesos del director. Tras la cuarta canción consecutiva con el mensaje de “no dejes de luchar por tu sueños” surge la misteriosa tentación de buscar algún objeto para tirarle a la pantalla. Más allá que En el barrio no tiene nada interesante para expresar sobre la experiencia de los inmigrantes, como propuesta musical está destinada a quedar en el olvido. En un par de meses Steven Spielberg debutará en este género con la remake del clásico West Side Story donde tal vez encontremos un espectáculo más ameno.
Atrás en el tiempo quedaron las declaraciones de Liam Neeson con su despedida del cine de acción luego de Búsqueda implacable 3. En el último tiempo no paró de hacer filmes de este tipo y dentro de poco estrena otra (The Ice Road) que trae de regreso a los camioneros entre los héroes del género. El protector es un neo western dirigido por Robert Lorenz, el socio de Clint Easwtood y su mano derecha como productor en los últimos 20 años. Previamente había debutado como cineasta en el drama deportivo, Curvas de la vida en este caso elabora el homenaje número 500 a Shane. El super clásico que inmortalizó Alan Ladd con su interpretación en 1953. Dentro de los grandes cowboys de la ficción este es por lejos uno de los más celebrados y por alguna razón a los directores les encanta evocar continuamente. Un caso popular reciente fue el de Logan, de James Mangold, que hasta incluyó escenas del film original y le dio a Wolverine el perfil de Shane. Son esas obras maestras del cine hollywoodense que tuvieron un enorme impacto cultural y todavía encontramos su eco en los estrenos del siglo 21. En este caso particular la relación que se establece entre el ex marine que encarna Neeson con el niño mexicano al que ayuda a escapar de un grupo de narcos evoca claramente la relación de Shane con Joey en el film de George Stevens. Lorenz ofrece un relato predecible que vimos infinidades de veces en otras propuestas similares y que pese a esa debilidad consigue ser entretenido por la presencia de su protagonista. No hay grandes secuencias pirotécnicas ni momentos exagerados con uso de efectos digitales y las situaciones de violencia fueron trabajadas con el estilo de la vieja escuela. El director buscó también irritar a los hipsters de la prensa norteamericana con momentos que seguramente generará una urticaria en los progres liberales. No falta el vendedor de armas campechano que asiste de onda a nuestro héroe en un momento clave y la escena donde Neeson le enseña a disparar un revólver al chico. El tema de los narcos estuvo bien trabajado y muestra toda la logística que tienen detrás de sus acciones y el modo en que se filtran en las autoridades norteamericanas. Una objeción para hacerle a esta película es el desperdicio criminal que se hace de Katherine Winnick (actriz de la serie Vikingos), cuyo rol termina completamente desdibujado en la historia. Al principio amaga con tener un mayor relevancia y después queda marginada como si el director no hubiera sabido que hacer con el personaje. Después hay cuestiones argumentales que hacen ruido. Por ejemplo, nunca se entiende por qué Neeson no cambia de vehículo para despistar a los narcos durante la persecución con la plata que tiene disponible. Supongo que es un elemento que el director necesitaba para mantener a los villanos en marcha. Al margen de esos detalles el film logra ser entretenido por más que no sobresalga dentro de los grandes estrenos del género que ofreció el 2021 hasta el momento. Si la idea es desconectarse un rato con una de tiros con Liam Neeson el pasatiempo es efectivo.
El conjuro 3 es una película donde los realizadores y sus dos protagonistas le sacan agua a las piedras dentro de una franquicia que no da para más. Creo que si tenés claro de entrada que no vas a encontrar una propuesta de terror el espectáculo que ofrece puede ser más llevadero. Especialmente si se disfruta en una sala de cine que levanta muchísimo la experiencia del visionado. La dirección de la nueva entrega quedó a cargo de Michael Chaves, responsable de La llorona, quien tuvo que lidiar con dos grandes desafíos en este proyecto. En primer lugar reemplazar a James Wan, quien hizo un trabajo formidable con los capítulos previos, que fueron filmes muchos más intensos. En la inevitable comparación ya de entrada estaba destinado a salir mal parado, debido al nivel de calidad que tuvieron aquellas producciones. Por otra parte, también tuvo que lidiar con el enorme desgaste que arrastra esta franquicia con todos los spin off de Anabelle, La monja y La llorona que trataron los mismos temas. Es decir, relatos de posesiones demoníacas. A esta altura ya usaron todos los trucos disponibles para cautivar al espectador con grandes momentos de tensión y en esta película en particular se nota que la creatividad se agotó. Por consiguiente, más que un film de terror, El conjuro 3 es una propuesta de misterio con tintes de cine de horror. Dentro de este contexto no me parece que la obra de Chaves sea una desgracia y si fuera el último episodio de la franquicia (algo que no va a ocurrir) por lo menos presentaría un cierre decoroso. Una cualidad que tiene Chavez como director es su capacidad para crear esas "atmósferas de Scooby Doo", que ya le había destacado en la reseña de La Llorona. El tipo tiene un sentido de la estética y saber armar buenos climas desde la ambientación, con un gran trabajo en la fotografía, la iluminación y la composición de las escenas. Su debilidad es que carece de ese dominio especial con el que cuenta James Wan para ejecutar situaciones de tensión. En los primeros diez minutos del film, que incluyen un homenaje a El exorcista de William Friedkin, encontramos tal vez la única secuencia que se puede asociar con el cine de terror. La introducción es buena y luego lamentablemente la narración se desinfla bastante, en parte también a que la historia es mucho menos atractiva que la de las películas previas. En consecuencia, la obra de Chaves se sostiene con los climas Scooby Doo y las interpretaciones de Vera Farmiga y Patrick Wilson, quienes se cargan en sus hombros todo el peso de la producción. Si esta película logra ser entretenida es gracias a la química que tienen ellos y la conexión que a esta altura se gestó con el matrimonio de los Warren. De hecho, en este relato termina siendo más importante la salud del personaje de Wilson y la intriga por saber si llegará vivo al final, que el conflicto central, por más que este inspirado en un caso real. Aunque en la trilogía de El conjuro la tercera entrega es la más floja, por lo menos está bien filmada y cuenta con un buen reparto. Dentro de esta temática tuvimos estrenos peores y este por lo menos se deja ver, si tenés en cuenta que no es una obra de terror como las que ofreció James Wan en el pasado.
Dentro de unos meses se conocerá en Netflix la adaptación de Pinocho del director Guillermo del Toro, quien tardó 20 años en concretar ese proyecto personal. Un caso similar al del realizador italiano Matteo Garrone (Gomorra), quien es otro fan apasionado de la novela de Carlos Collodi y desde los inicios de su carrera deseaba filmar esta película. Su trabajo trae al recuerdo esas propuestas de fantasía de los años ´80 (como Regreso a Oz) que tenían un notable grado de oscuridad y podían perturbar a los más chicos y encantar también con sus rarezas al segmento de los niños freaks. En la obra de Garrone se percibe una influencia notable del cine de Tim Burton (más la estética que su sensibilidad) y la vieja serie de televisión de Jim Henson, El narrador de cuentos (1988). Motivo por el cual esta es probablemente una de las representaciones más fieles que se hicieron de la novela original de Collodi que tenía situaciones sombrías. Walt Disney después endulcoró la trama en el film animado 1940 para que el relato fuera más accesible al público infantil, pero la realidad es que Pinocho nunca fue un canto a la vida. Garrone optó en este caso por acercar el relato a su fuente original dentro de un espectáculo que sobresale especialmente en su puesta en escena. Toda la ambientación, los vestuarios y la fotografía transmiten un esfuerzo apasionado por darle vida a ese cuento de hadas oscuro que trascendió como un clásico de la literatura italiana. El director además optó por trabajar los elementos de fantasía a través de los efectos prácticos más que el uso del CGI, otro detalle que conecta al film con el tipo de cine que se hacía en los ´80. En lo referido al reparto Pinocho representa la redención de Roberto Benigni con esta obra, quien en el 2002 interpretó al personaje principal en una película horrenda. Esta vez deja una mejor impresión en el rol del zapatero Geppetto con un trabajo más contenido, donde el director evitó que se desbande con sus excentricidades. Federico Ielapi por su parte consigue transmitir la inocencia de Pinocho y lleva adelante el rol protagónico con un trabajo decente. Como mencioné al comienzo, la película de Garrone se alimenta de la estética de Burton pero carece de esa sensibilidad que le hubiera otorgado el cineasta norteamericano. Durante más de dos horas seguimos al protagonista en diversas aventuras extrañas, sin embargo cuesta conectarse con él y la emotividad que intenta transmitir su relación con Geppetto. Esto por supuesto puede percibirse de un modo diferente en cada espectador. En mi caso sentí a la narración bastante fría y por momentos algo densa. Aunque Pinocho nunca fue un santo de mi devoción. Me quedo con la versión japonesa de Osamu Tezuka en Astroboy que tenía más onda. De hecho, el animé de 1980 contaba con referencias directas a la novela de Collodi. Probablemente los fans del personaje la aprecien con más entusiasmo por una cuestión nostálgica. Cabe destacar que el film no es muy recomendable para niños pequeños porque contiene algunos momentos que pueden ser aterradores. A partir de los diez años si se enganchan con el personaje la película es más llevadera.