Cómo entrenar a tu dragón fue una trilogía especial dentro del género de animación que supo conservar un nivel de calidad excepcional a lo largo de la serie. El director Dean Debois pudo realizar cada entrega con una libertad artística que no es común de encontrar en Hollywood y mucho menos en este campo donde los departamentos de marketing intervienen con más fuerza en el contenido. Ya sea para incluir personajes que después pueden vender en diversos productos o para estancar a los argumentos en fórmulas comerciales que luego permiten promocionar mejor el proyecto. Debois tuvo claramente el control de la franquicia donde pudo evadir estas cuestiones. En la conclusión de este relato el realizador no decepciona en absoluto y cierra de un modo perfecto la historia del vikingo Hiccup a quien pudimos seguir en las diversas etapas de su vida. El conflicto que dispara la trama de esta película tal vez es menos complejo que el de las entregas previas pero contribuye a darle un final muy digno a la franquicia. Sólo por el imponente nivel de detalles que los realizadores incluyeron en la elaboración de los escenarios esta producción sobresale entre los mejores estrenos que llegaron a la cartelera en el último tiempo. Muy especialmente después de un 2018 que fue muy olvidable, con excepción de la película de Spiderman. Debois y su equipo concibieron una obra para ser disfrutada en la pantalla de un cine por la opulencia visual que ofrece este mundo de fantasía. Todo el ecosistema que rodea a los dragones y el retrato de la cultura vikinga tiene una artesanía y dedicación que no vemos habitualmente en los estrenos de animación. En este caso además se suma el hecho que el espectáculo técnico está muy bien sostenido por un guión que equilibra perfectamente los momentos humorísticos con los dramáticos, si bien este último punto se moderó un poco más en la conclusión. Todo el arco argumental entre Hiccup y Toothless, que tuvo un gran desarrollo en los capítulos previos, acá encuentra un cierre redondo donde sobresalen algunas escenas muy emotivas. Entre las nuevas adiciones el villano de turno tal vez no aporta demasiado, pero consigue tener un rol funcional en la trama, cuyo objetivo es llevar la relación entre el joven vikingo y el dragón a otro nivel. Por lejos, esta es la mejor película que ofreció Dreamworks en el último tiempo y merece ser disfrutada en una pantalla de cine.
Hay que reconocerle a Brad Pitt que sabe seducir como nadie a los miembros de la industria de Hollywood. Las tres producciones que estrenó durante el año pasado en Estados Unidos con su compañía Plan B Entertainment, El vicepresidente, If Beale Street Could Talk y Beautiful Boy, terminaron con nominaciones en diversas competencias. Tres proyectos que trabajan propuestas argumentales muy diferentes y están unidas por un punto en común. Son películas que piden a gritos reconocimientos en las temporadas de premios y parecen concebidas con ese propósito. Esto no desmerece por supuesto sus virtudes pero es fácil entender por qué son tan consideradas por los jurados de estos eventos. En el caso de Beautiful Boy sin ir más lejos le sobran escenas que parecen los típicos clips que repasan las producciones destacadas en la ceremonia del Oscar. Hace unos años se había anunciado esta película como un proyecto de Cameron Crowe, quien inclusive llego a escribir el guión basado en los artículos del periodista del New York Times, David Sheff, sobre la adicción a las drogas de su hijo. Lamentablemente la versión del director de Jerry Maguire no prosperó y Brad Pitt consiguió los derechos de la historia, cuya adaptación delegó en el belga Félix Van Groenigen. En su debut hollywoodense el realizador europeo presenta una película que hace poco por brindar una visión fresca u original a la explotada temática de las adicciones, que tienen centenares de antecedentes en el cine. Honestamente el relato de Beautiful Boy no ofrece nada de especial que no se pueda encontrar semanalmente en cualquier producción del canal Lifetime, los reyes absolutos del melodrama lacrimógeno. Dentro del reparto Steve Carrell y Thimothée Chalamet (Call me By Your Name) construyen una relación padre e hijo interesante que despierta empatía por las diversas etapas que atraviesan y sus interpretaciones constituyen el principal gancho del film. Maura Tierney y Amy Ryan como las mujeres del personaje de Carrell están correctas pero no llegan a tener espacio en la trama para aportar algo relevante. La película tiene sus buenas intenciones y retrata que los chicos consentidos de clase media alta también pueden resultar víctimas de esta enfermedad. El eje del conflicto reside especialmente en la impotencia que vive un padre frente a la adicción de un ser querido. Sin embargo, no se percibe en esta producción ninguna característica notable que justifique la exageración en sus elogios. Por otra parte, la construcción del conflicto que propone el director belga no es muy buena. Van Groeningen opta por una narración no lineal plagada de flashbacks, muchos de los cuales son absolutamente intrascendentes e ignora cuestiones importantes de esta historia. Nunca llegamos a ver los cambios radicales que producen en el cuerpo y el organismo la adicción a la heroína que tiene el personaje de Chalamet, quien luce impecable durante todo el relato. Las razones por la que un joven que lleva una vida privilegiada termina siendo víctima de una enfermedad de este tipo es un conflicto interesante que tampoco se explora en profundidad. Beautiful Boy es una película que a través de la corrección política presenta una interpretación bastante aséptica de estos hechos con la manipulación necesaria para hacer llorar al público. Seguramente habrá gente que se enganche con esto y es respetable, pero a la hora de escoger una buena opción para el cine me cuesta recomendar una propuesta de este tipo que se encuentra con facilidad todos los días en cualquier canal de cable.
La comedia dramática del 2011 Amigos intocables logró convertirse en un indiscutido fenómeno popular del cine francés alrededor del mundo. El film producido por Harvey Weistein antes de su caída en Hollywood recaudó más de 400 millones de dólares y funcionó muy bien en todos los países donde se estrenó. En Argentina se hizo la remake dirigida por Marcos Carnevale, con Oscar Martínez y Rodrigo De La Serna y ahora le tocó el turnó a la innecesaria versión norteamericana. En Estados Unidos la obra original de los directores Olivier Nakache y Éric Toledano resultó la producción francesa más popular en los últimos 30 años y tuvo una muy buena recepción del público. La nueva versión realizada por Neil Burger (El ilusionista)no es para nada una mala película pero resulta intrascendente si ya viste la original, debido que se limitaron a copiar la obra francesa. Para quienes no llegaron a descubrir todavía el film del 2011 la mejor recomendación es que disfruten primero la interpretación europea que es la que vale la pena. Bryan Cranston forma una buena dupla con el comediante Kevin Hart que resulta eficiente, mientras que Nicole Kidman no aporta demasiado en un rol secundario. El tema con el film de Burger es que al tratarse de un calco prácticamente de la película francesa los protagonistas no tuvieron ningún margen para explorar estos personajes desde una visión diferente y los artistas resultan muy desaprovechados. Para el público que ya conocía la historia la nueva remake es una propuesta aburrida de ver porque no tiene ningún atractivo especial. La cuestión con este conflicto es que la versión original ofrecía un relato muy humano que trascendía las fronteras culturales. Por esa razón resultó un suceso internacional La idea de refritar el mismo argumento una y otra vez en un contexto diferente no tiene mucho sentido y solo aporta una película olvidable que no merece mayor atención.
Siempre vi a Suspiria, de Darío Argento, como una versión retorcida y macabra de Alicia en el País de las Maravillas. En su obra maestra de 1977 el realizador italiano jugaba bastante con esa impronta de cuentos de hadas oscuro que estaba muy presente en su narración. Nos referimos a una producción muy apreciada por los amantes del género de terror que representó la primera entrega de la denominada Trilogía de las Tres Madres, que continuaría en Inferno (1980) y The Mothers of Tears (2007). A diferencia de la obra original, la remake del director Lucas Guadagnino fue un fracaso comercial que no pudo recuperar su presupuesto moderado de 20 millones de dólares y la recepción en la prensa resultó muy polarizada. Algunos la catalogan como una película completamente superior a la de Argento y para otros es un bodrio que no merece mayor atención. En lo personal creo que es una experiencia interesante a la que recomiendo darle una oportunidad siempre que tengas bien claro lo que vas a ver. La nueva versión de Suspiria no es un pasatiempo para desconectar el cerebro con un entretenimiento ligero, como podría brindar la inminente Feliz día de tu muerte 2. El film de Guadadigno demanda atención del espectador y por sobre todas las cosas paciencia. En principio lo que rescato de este estreno es que se desarrolla por la vía en que para mí deben encaminarse las remakes. Muy especialmente cuando se trata de un clásico relevante. El director de Call Me by You Name evitó copiar la obra de Argento para trabajar la misma premisa argumental desde una perspectiva diferente. La nueva interpretación de Suspiria le otorgó una mayor complejidad a la historia y desarrolla con más detalles el origen de la bailarina Susie Bannion, interpretada por Dakota Johnson, quien está excelente en este rol. Por lejos lo mejor que vi de ella en el cine hasta la fecha. El conflicto en esta oportunidad se desarrolla en un instituto de danza de Berlín en 1977, donde el período político de ese país tras la posguerra tiene un vínculo relevante con la recordada agrupación de brujas. En términos generales la remake es más sofisticada que la original por el modo en que desarrolla las relaciones entre los personajes principales. Desde los aspectos visuales el film de Guadadigno también se aleja de la obra de Argento, donde esa fotografía especial con colores saturados, que hizo famosa a esa producción, en este caso es reemplazada por una estética más oscura que trae al recuerdo el cine de los años ´70. En lo referido al reparto, además de Dakota Johnson sobresalen Mia Goth y muy especialmente Tilda Swinton, quien interpreta tres personajes, entre los cuales Madame Blanc es el más destacado. Un detalle fascinante de este film es el modo en que el director utilizó las secuencias de danza como un instrumento más de la narración en la trama. Las escenas de baile en esta remake juegan un papel fundamental en la interacción de los personajes y es una adición original que no tenía el film de Argento. No recuerdo en este momento otras películas que pudiera generar tensión y situaciones de horror a través de una danza. El tema con Suspiria es que si bien presenta una reimaginación muy original del clásico de 1977, el foco del relato se va por las ramas debido a la ambición desmedida de su director. En su intención por abarcar tantos temas en un mismo conflicto esta producción resulta algo pretenciosa. Hay un exceso de subtramas y tópicos que no aportan nada y extienden la duración del film de un modo innecesario. No hay razón de ser para que esta película dure 153 minutos, que encima se hacen eternos. Todo el tema de la culpa alemana tras el nazismo en el contexto de la posguerra y el poder del matriarcado que pretende analizar el cineasta no termina por conducir a nada ni ofrece alguna reflexión relevante. Por otra parte, la excentricidad que Tilda Swinton interpretara a un psicólogo anciano tampoco funcionó. Sus apariciones llaman la atención por el hecho que es un hombre que habla con la voz femenina natural de la actriz. Toda la subtrama de ese personaje se podía haber eliminado y Suspiria tenía un relato mucho más dinámico. Aquellas escenas donde el director se mete de lleno en el género de horror llegan a ser muy efectivas e intensas, pero llegan tarde y para ese momento uno desea que la película cierre la historia de una vez. Guadagnino tuvo la buena intención de hacer algo diferente y eso es muy valorable. Sin embargo, con un guión más enfocado en la premisa central, sin tanto divague político, la remake de este clásico podría haber sido muy superior.
Durante estos primeros meses del año la cartelera de cine suele ser invadida por las biografías que son un clásico de la temporada de premios en la industria de Hollywood. Dentro de un género que a menudo ofrece propuestas convencionales hay que darle el crédito al director Adam McKay por hacer el esfuerzo de encarar esta producción con un tratamiento distinto. McKay es un realizador asociado por sus colaboraciones con Will Ferrel que brindaron comedias populares como Anchorman, Talladega Nights (la mejor de la dupla) y The Other Guys. En El vicepresidente se mete de lleno en el terreno de la sátira política para narrar la historia de Dick Cheney, el controversial mandatario que acompañó a George Bush hijo durante sus dos períodos de gobierno entre el 2001 y el 2009. A través de una especie de documental ficticio el director describe la carrera política de este hombre que es retratado prácticamente como una mezcla entre Rasputín, Darth Vader y Thanos. Es muy difícil tomarse en serio esta película porque parece el gran sueño húmedo de los liberales de Hollywood, quienes pretenden manifestar su compromiso social con estas producciones pensadas para pescar nominaciones en los premios Oscar. El relato de McKay divide el mundo y la vida en dos bandos específicos. Los demócratas son los ángeles que están con los buenos y los republicanos conservadores, los villanos ineptos que buscan arruinar a los Estados Unidos y el resto de la humanidad. El ambiente de la política es mucho más complejo que eso y esta película tiene una mirada tendenciosa a mostrar una sola campana ideológica. Eso no significa por supuesto que las acciones de Cheney en la Casa Blanca sean defendibles, todo lo contrario, pero el mundo no es blanco y negro como lo retrata el director. Muy especialmente en los círculos de poder de Washington. No hay ninguna hazaña transgresora en realizar una película de este tipo sobre una figura que tiene una pésima imagen negativa dentro del propio partido donde desarrolló su carrera. Pegarle a Bush y Cheney lo hace cualquiera, construir una película que explore con profundidad las políticas internas de la Casa Blanca y sus repercusiones en el resto del mundo es otro tema. El vicepresidente funciona coma una sátira graciosa del período de Bush hijo en el poder pero no hay mucho más que eso. El tratamiento del humor, que es la especialidad del director, funciona muy bien y no recuerdo haber visto otra película que generara situaciones graciosas en torno a un ataque cardíaco. McKay utiliza una narración no lineal para desarrollar diversos períodos de la vida de Cheney. La primera mitad de la película es la más interesante porque se describe muy bien como un burócrata oportunista tuvo la habilidad para llegar a la cumbre del poder político en el país más poderoso del mundo. En la segunda hora del film, que se enfoca en la vida del vicepresidente ya consolidado en Washington, el director abre varias líneas argumentales y su relato se vuelve un poco caótico. Una producción que fue construida con un reparto de personajes que son caricaturas de las versiones reales, donde en algunos casos se percibe una sobreactuación importante. El mejor ejemplo lo encontramos en el exagerado presidente redneck que compone Sam Rockwell. La versión de Josh Brolin en la biografía de Oliver Stone fue más creíble. Christian Bale, con un gran trabajo de caracterización, es la figura destacada que carga en sus hombros el relato de McKay y consigue que la película al menos sea llevadera. Sin embargo su papel tampoco tiene una gran profundidad emocional y queda limitado a una buena imitación de esta figura política. El trabajo de Bale sobresale en aquellos momentos donde abandona la interpretación del Cheney Vader para concentrarse en los aspectos más humanos del personaje. En el caso de Amy Adams, quien consiguió una inexplicable nominación al Oscar por el rol de la esposa del protagonista, resulta bastante desaprovechada en el film y no aporta demasiado. En resumen, el director Adam McKay hizo un trabajo contundente a la hora de expresar su odio hacia el ex vicepresidente norteamericano y el pasado reciente de su país, pero la película en términos generales es una obra bastante superficial que no relata nada nuevo que no se haya visto en otras producciones.
En El regreso de Mary Poppins se repite una experiencia similar a lo que fue El Cascanueces y los cuatro reinos. Las puesta en escena es espectacular y está al nivel de lo que el espectador puede esperar de una producción de Disney y muy especialmente de un musical de Rob Marshall (Chicago). Los fans del estudio celebrarán el regreso de la animación tradicional que es parte del alma de la compañía y todo el reparto seleccionado es impecable. Lamentablemente, la falta de imaginación y creatividad con la que desarrollaron esta producción es tan abrumadora que el resultado final termina siendo una obra insulsa y olvidable. El gran problema de este film es que El regreso de Mary Poppins funciona más como un tributo nostálgico a la producción de 1964 que una continuación con identidad propia. No existe una sola secuencia musical en este trabajo de Marshall que no remita directamente al clásico con Julie Andrews y el relato del director se excede de un modo absurdo con los guiños a la primera encarnación de la famosa niñera. Por consiguiente, en lugar de aprovechar la oportunidad para expandir la historia del personaje y hacer algo diferente, la nueva producción se limita a recordarnos lo genial que fue la película original. El director Marshall calca prácticamente la misma estructura narrativa que implementó Robert Stevenson en el ´64 y no ayuda el hecho que la mayoría de las canciones suenen todas iguales. La desventaja de hacer una continuación que se apoya tanto en la explotación de la nostalgia es que impide desarrollar cualquier expresión creativa que podría haber aportado una visión fresca y más espontánea de este personaje. Muy especialmente en lo referido al tratamiento de la fantasía. Los únicos elementos nuevos que le añadieron a la trama son la presencia de un banquero villano (completamente innecesario) y numerosas conversaciones sobre trámites y finanzas que seguramente serán muy divertidas para los niños. Salvo por las secuencias musicales donde se pueden disfrutar situaciones entretenidas, el resto de las escenas, cuando los protagonistas no cantan, son un bodrio. En lo referido al reparto, si bien Emily Blunt no es una figura que derroche carisma, en el rol de Mary Poppins está correcta pero no tiene muchas chances de destacarse por el modo en que se encaró esta entrega. La dupla que forma con Lin-Manuel Miranda se complementa con éxito y encuentra sus mejores momentos en los números musicales. Ben Wishaw y Emily Mortimer (en mi opinión lo mejor del film) consiguen hacernos creer que son la versión adulta de los hermanos Banks y resulta imposible no disfrutar las participaciones especiales de Dick Van Dyke y Angela Lansbury. Una actriz que para los espectadores de más de 30 años siempre será recordada en este género por su labor en Travesuras de una bruja (1971), que fue un clon divertido de Mary Poppins. Estos pequeños detalles que te sacan una sonrisa contribuyen a que el espectáculo se disfrute en la sala del cine. Sin embargo, queda la sensación que el regreso de Mary Poppins podría haber sido mucho más interesante si los productores no hubieran estancado el film en los recuerdos del pasado.
Pese a la ausencia de Ryan Coogler en la dirección, Creed 2 no defrauda en absoluto y aporta una buena entrega de esta franquicia que cuenta con varios momentos memorables. Para el fan de Rocky esta es una película especial porque representa la despedida definitiva de Sylvester Stallone en este rol que marcó a fuego el corazón de muchos amantes del cine. La historia concluye el arco argumental de Adonis Creed a través de un film que combina numerosos elementos de Rocky 2, 3 y 4 sin perder su propia identidad. En esta oportunidad Stallone delegó la dirección en Steve Caple jr, otro joven cineasta independiente que retiene en su narración la mística de esta saga deportiva al mismo tiempo que desarrolla los vínculos humanos entre los personajes. Una particularidad muy interesante de esta continuación es que si bien el boxeo es el motor que impulsa el conflicto el eje de la trama se centra las relaciones familiares. Una característica que genera que veamos a los antagonistas desde una óptica muy diferente. En esta entrega podemos descubrir que pasó con Ivan Drago en las últimas décadas tras su derrota en Moscú y toda la subtrama del vínculo con su hijo me pareció lo mejor de la película. Un detalle fantástico de esta entrega es que Victor Drago no se establece como un villano acartonado que amenaza el momento de gloria del protagonista. Detrás del personaje hay toda una historia de vida muy interesante y cuando la trama explora su origen y entendemos la relación que tiene con su padre, la pelea final adquiere otro significado. Una genialidad absoluta del guión de Stallone, debido a que el encuentro en el ring entre los dos jóvenes boxeadores ya no tiene que ver con cuestiones nacionalistas o una búsqueda de venganza, sino que se trata de dos tipos que en realidad salen a pelear contra sus propios demonios internos. Por ese motivo es imposible no sentir empatía por la familia Drago en esta película. Si bien los personajes tienen un rol secundario porque el foco de atención reside en Adonis Creed, el director desarrolla muy bien la subtrama de los pugilistas rusos. Aunque Creed 2 es una gran película de esta franquicia yo la ubicaría un escalón por debajo de la primera entrega, ya que carece de esa sofisticación que tuvo el film de Coogler en materia de realización. Me refiero a detalles como la elección de filmar un round de boxeo a través de un plano secuencia o ese tono emocional que tenía el montaje del entrenamiento que no lo encontré en Creed 2. La tarea de Steve Caple jr. tampoco era fácil porque tenía que lidiar con el recuerdo popular de las escenas épicas de entrenamiento de Rocky 4 que son imposibles de superar. En esta película optó por encaminar el clásico montaje por una dirección opuesta en lo referido al escenario escogido y si bien brinda un buen momento no tiene el mismo impacto de la primera Creed. La labor del director se luce más en el tratamiento brutal de la acción en la pelea final que se ve potenciada por un buen uso de la música tradicional de Bill Conti. Aunque Sylvester Stallone tiene un rol mucho más limitado en esta historia, cada escena en la que aparece se la roba con su presencia y los diálogos donde Rocky guía a Creed Jr. con sus lecciones de vida. La película además contiene algunas sorpresas hacia el final que emocionarán al público más fan que vive con otra intensidad las entregas de esta saga. Desde mi punto de vista la historia de Adonis Creed queda completamente cerrada y no se justifica que la extiendan con más continuaciones. Resultaría innecesario. No obstante, me encantaría ver una película más con la familia Drago con quienes se podría crear un argumento interesante.
Glass es una película que integró la lista de las producciones más esperadas del 2019 y la expectativa que había por este estreno era enorme. Las razones eran más que justificadas. El protegido, en mi opinión la mejor obra de M.Night Shyamalan, fue una producción que en el año 2000 deconstruyó con mucha creatividad el género de supehéroes en el cómic a través de un thriller psicológico fascinante. Luego vinieron "los años oscuros" del director y tras una sucesión de películas malas volvió a sus raíces con esa sólida propuesta de terror que fue La visita. El hijo pródigo, odiado y denostado por los críticos, había regresado con todo su esplendor y un año después consolidó su compromiso con el buen cine en esa gran historia que fue Fragmentado. Otra producción de bajo presupuesto donde pudimos disfrutar una de las mejores interpretaciones en la carrera de James McAcoy. Más allá de ciertos elementos bizarros la película era buena y se disfrutaba bastante. Sin embargo, ese giro inesperado del final donde el director conectaba la trama con el mundo de El protegido generó que las grandes expectativas por su siguiente trabajo estuvieran justificadas. Glass, la producción que concluye esta trilogía, finalmente llegó a los cines con una reacción negativa bastante exagerada de la crítica norteamericana. El modo en que el director concluye la trama no dejará a todos los espectadores conformes, pero tampoco es la peor película de la carrera de Shyamalan como anunciaron en algunas reseñas. El film tiene un comienzo muy sólido donde el director recupera el mejor Bruce Willis de Hollywood que no aparecía desde el estreno de Looper, en el 2012. Tras varias películas malas que hizo para el dvd en los últimos años al actor se lo nota mucho más comprometido con el rol de David Dunn. El primer acto de Glass funciona como una continuación de El protegido y luego se fusiona con la historia de Fragmentado donde McAvoy vuelve a ofrecer otra interpretación memorable. Quienes se engancharon con el personaje de Kevin y la Horda en esta película lo van a disfrutar más todavía, ya que sobresale como la gran figura destacada del reparto. Por ese motivo también resulta una exageración el ensañamiento que hubo con el director porque su trabajo funciona muy bien en varios aspectos. En general el elenco se luce con sus interpretaciones y el misterio que establece el conflicto está bien construido. Las debilidades de Glass cobran fuerza en la segunda mitad cuando el relato de Shyamalan se vuelve redundante. Por momentos hay un exceso de explicaciones en el argumento donde se repiten conceptos que a esa altura el espectador ya tiene claro. Por otra parte, el director comete el error de desplazar al rol de Bruce Willis a un plano muy secundario y el encuentro entre los tres personajes no tiene el impacto esperado, sobre todo por el rumbo que toma la historia hacia el final. No es que la conclusión sea mala, sino que el modo en que Shyamalan desarrolla el giro inesperado del final deja demasiadas incógnitas abiertas y hay algunas acciones de los personajes que no tienen mucho sentido. Por eso la película deja ciertos sentimientos encontrados ya que Glass se disfruta mucho en el cine, los tres protagonistas están impecables en sus roles, pero el destino final al que arriba el argumento no explota el potencial que tenían estos personajes. Lamentablemente no se puede desarrollar esta cuestión sin meternos en terreno de los spoilers. De todos modos si esta era una película que esperabas mucho yo recomiendo disfrutarla en el cine y no dejarse llevar por las impresiones ajenas. Después vendrá el tiempo del debate donde Glass deja varios temas para discutir. Si bien el destino final al que llega la trilogía no dejará satisfecho a todo el mundo, el viaje que propuso Shyamalan con estos personajes fue fabuloso y elijo quedarme con eso. El director creó un universo de ficción muy interesante que no estaba basado en ninguna franquicia literaria y exploró la psicología del género de superhéroes con un enfoque original que no encontré en otras producciones. Por ese motivo no sería extraño que el amante de la historieta valore a Glass, con todas sus debilidades, un poco más que el público general menos aficionado a estos temas.
Cinco minutos. Ese es el tiempo que necesitó el director Travis Knight (Kubo y la búsqueda samurái) para restablecer la dignidad perdida de los Transformers en el cine, a través de una memorable secuencia inicial en Cibertrón que no es otra cosa que un pasional homenaje a la serie animada de 1984. Bumblebee a partir de ese momento sumerge a los espectadores que crecieron en la infancia con estos personajes en una experiencia de regresión infantil donde volverán a tener siete años otra vez. La gran paradoja de esta cuestión es que el film fue producido por los mismos responsables de la infame saga original (Steven Spielberg y Lorenzo di Bonaventura) y hasta se incluyó a Michael Bay en los créditos. No se entiende por qué no pudieron corregir el rumbo de la franquicia antes y de esa manera evitarnos esos filmes mediocres que vimos entre el 2004 y el 2017. Muy especialmente a partir de la segunda entrega. El caso de Bumblebee es muy curioso porque no pasaron diez años del reboot de la franquicia sino que el último bodrio se estrenó el año pasado. En apenas un año el estudio Paramount revirtió una serie que sufría un enorme desgaste en los cines con un resultado excepcional. No recuerdo un antecedente similar. Esta es una película realizada por un fan de la serie animada para los fans de los personajes. El público general por supuesto puede disfrutarla pero los seguidores de esta legendaria línea de juguetes la vivirán con otra intensidad. El director Knight desechó todos esos elementos nefastos que me atrevería afirmar la gran mayoría del público odió de los trabajos de Bay. Los chistes idiotas, escenas de acción donde se no se entendía nada, incoherencias argumentales y los personajes femeninos hipersexualizados que parecían concebidos por un adicto crónico a la masturbación. Bumblebee evoca el cine de fantasía y ciencia ficción clásico de los años ´80, estilo Cortocircuito, con una sensibilidad más cercana a lo que suelen ser las obras de Spielberg, quien parece haber tenido una influencia notable en esta producción. El director Knight logra capturar la esencia pura de la serie animada de los Transformers al concentrar su relato en un punto que Michael Bay jamás llegó a entender. El protagonismo pertenece a los robots. La gente paga la entrada para ver a los Autobots contra los Decepticons y a nadie le importa los enredos humorísticos de los personajes humanos. El nuevo film consigue resolver esta cuestión pero además presenta una excelente co-protagonista como Haylee Steinfeld (Temple de acero), quien encarna a la versión femenina de Spike, el adolescente que acompañaba a los robots en la serie animada. El personaje de Charlie tiene un muy buen desarrollo y las interacciones de ella con el Autobot hasta consiguen brindar algunos momentos emotivos. No obstante, la gran figura de esta película es Bumblebee, quien tiene una mayor capacidad expresiva que Jason Momoa, pese a ser un personaje recreado con efectos digitales. El film de Knight no complica la narración con un exceso de robots sino que se concentra en un grupo más reducido de personajes que sobresalen en la secuencias de acción. Finalmente se puede disfrutar escenas de peleas donde los movimientos de los personajes se pueden distinguir sin problemas. El director Knight tampoco presenta esas secuencias ridículas que solían filmar Bay centradas en la destrucción masiva, sino que la acción está más contenida y es funcional a conflicto que se presenta. Otro detalle impecable de esta película es el modo en que se trabajó el contexto de los años 80 sin excederse en la nostalgia. Si bien hay guiños a elementos clásicos de la cultura popular de ese período nunca se destacan de un modo forzado sino que fluyen con la historia. Algo que también se da con las situaciones humorísticas y el uso de la banda de sonido y canciones clásicas que es brillante. Nos encontramos ante una inesperada resurrección de los Transformers en el cine que por este camino podrían brindar películas más decentes de lo que se hizo hasta ahora. En materia de producciones centradas en el puro entretenimiento Bumblebee es una de mis grandes favoritas del año y recomiendo no dejarla pasar en el cine.
Hasta la fecha esta producción rusa cosechó más cariño de la prensa en Latinomérica que en su país de origen donde los críticos la aniquilaron. Probablemente esto se deba a que en esta región del mundo estamos acostumbrados a ver mensualmente muchas más bazofias que esta propuesta que tampoco es tan terrible. Si bien como película de terror resulta un producto fallido (luego explico por qué) como thriller sobrenatural tiene algunos elementos interesantes. La historia tiene como protagonista a un clásico de la mitología eslava como es la Rusalka. Un ser demoníaco que suele ser descripto como una sirena que habita generalmente en lagos o ríos. En la mayoría de los relatos son villanas que seducen hombres en los embarcaderos para luego matarlos. No sería un error calificarlas como la versión psicópata de la clásica sirenita de Hans Christian Andersen. La película de Svyatoslav Podgaevskiy encuentra sus puntos más fuertes cuando se concentra en el misticismo de estos personajes que es realmente muy atractivo. Todo el misterio y la historia romántica que se construye no está mal y por momentos llega a ser intrigante. Sobre todo porque se trata de un personaje que no es popular en nuestra cultura. El reparto es decente y cuenta una fotografía cuidada que en ocasiones sobresale en algunas ambientaciones tétricas. El problema con La sirena es que pierde todo su atractivo cuando se encamina en el terreno del terror, donde el director ruso emula lo peor del cine norteamericano actual dentro de este género. La película se convierte literalmente en un catálogo de jump scares trillados que ya vimos infinidades de veces en otras producciones mediocres. De ese modo, el mínimo atractivo que podía despertar la figura de la Rusalka, con el desarrollo de la trama se desvirtúa en el clásico ser sobrenatural vengativo de manual que arruina una premisa argumental que tenía un buen comienzo. En lo personal recomendaría su visión en el cable más que en el cine donde se pueden encontrar otras propuestas superiores.