Hace 20 años Luc Besson concibió Taxi, una película dirigida por Gérard Pirès que se destacó entre las grandes producciones del género de acción en los años ´90. Recuerdo que en su momento fue un film que se recomendó muchísimo a través del boca en boca y representó un soplo de aire fresco entre las propuestas de este tipo. Más allá de las secuencias de acción con los autos que eran increíbles, la película de Pirès trascendió por la tremenda dupla que conformaban Samy Naceri, el repartidor de pizzas más rápido de Marsella, y Frédéric Diefenthal como el detective Coutant-Kervalec. Una joven Marion Cotillard, antes de ser famosa en Hollywood también le aportaba simpatía a la trama. Taxi combinaba a la perfección la comedia de enredos con el cine de acción y eventualmente se convirtió en una de las franquicias más taquilleras en la historia del cine francés. Además de convertir al Peugeot 406 en uno de los vehículos icónicos del género. Aunque las tres continuaciones, estrenadas entre el 2000 y el 2007, no consiguieron superar a la entrega original, fueron filmes entretenidos que se dejaban ver por la buena química de los protagonistas. Este año Besson, que últimamente no la pega con sus proyectos, produjo una nueva entrega de la saga que es realmente un espanto. Dudo mucho que algún fan de la franquicia original se enganche con esto ya que la mediocridad de esta película es abrumadora. En principio la historia no tiene el mismo atractivo sin los protagonistas originales y los nuevos personajes no despiertan el menor interés por el conflicto. La quinta entrega decepciona con una representación pobre de todo lo bueno que tuvo la franquicia en el pasado. Las secuencias de acción con los autos son bastante genéricas para tratarse de una entrega de la saga Taxi y no ayuda para nada el tono idiota de la comedia que da vergüenza ajena. Los chistes no son graciosos y se centran en burlarse de enanos, mujeres gordas y situaciones escatológicas. Por cierto, este fue el motivo principal por el cual Frédérick Diefenthal rechazó ser parte de esta producción, debido a que no estaba de acuerdo con este tratamiento de la comedia. La ausencia de Samy Naceri se relacionó con el hecho que el director Frank Gastambide le ofreció un cameo al final de la historia, algo que el actor consideró un insulto después de haber protagonizado cuatro entregas. El film de 1998 y sus continuaciones era películas bien realizadas que no necesitaban caer permanentemente en el mal gusto para hacer reír al público y esto es algo que se perdió bastante en el género de la comedia actual. La nueva entrega levanta un poco hacia el final pero hay que hacer un esfuerzo para completar los 90 minutos previos. Taxi 5 lamentablemente resultó otro exponente de ese cine idiota que también se produce en Hollywood en el último tiempo y en este caso termina por arruinar una saga decente que solía traer buenos recuerdos.
En los 20 minutos finales, cuando Jason Momoa gracias a la bendición de Neptuno se digna a interpretar a Aquaman, en lugar de emular el Thor chistoso de Chris Hemsworth, la película de James Wan ofrece una oda comiquera épica que genera que le perdones todas sus falencias. De esta producción me quedo con esa gloriosa última imagen que se congela antes de los créditos y me da la esperanza que el director, quien ya se sacó de encima la obligada historia de origen, pueda brindar en el futuro una adaptación más cercana a las raíces de este personaje. El resto de la película si bien cumple con el entretenimiento se presta para el debate. Hay cosas que están muy bien logradas y otras que no terminan de funcionar. Aquaman, quien lleva más de 75 años de vigencia en el arte de la historieta, es por lejos el personaje más vapuleado dentro del género de superhéroes. Siempre fue considerado el bobo que hablaba con los peces y brindó material para burlas en series de animación y memes de internet. Aunque recién a mediados de los ´80 las historias de Arthur Curry adquirieron un perfil más dramático no fue hasta el relanzamiento del 2011, a cargo de Geoff Johns, que la imagen de este clásico fue restaurada. Aquaman se estableció como el gran antihéroe de la Liga de la Justicia con una psicología mucho más compleja que logró destacar a este cómic entre las grandes propuestas de DC de estas últimas décadas. Lamentablemente la película de Wan consigue trasladar la esencia pura del personaje a medias, a través de una película liviana pensada para el público infantil. Algo que es entendible porque el estudio necesita recuperar su inversión. En este proyecto el director enfocó toda su energía y talento en los aspectos visuales del film, donde consigue presentarle a los espectadores la enorme riqueza que tiene la mitología de Aquaman. La reconstrucción de Atlantis y su cultura es de una opulencia visual impactante y en este punto encontramos la mayor fidelidad del esta producción hacia la historieta. Todo el trabajo que hicieron con el diseño de arte en la arquitectura de los edificios, las naves espaciales y en el vestuario con las armaduras la verdad que es brillante. Wan le puso mucha pasión a este aspecto de su trabajo y en materia de acción, como era de esperarse, no defrauda en absoluto. Inclusive hasta se da el lujo en un momento de jugar con género de terror que impulsó su carrera. Como suele ocurrir con esta clase de propuestas donde el CGI juega un factor clave, la película presenta algunas inconsistencias pero en general la calidad de los efectos digitales es muy buena. La decepción de esta obra de Wan para mí es Jason Momoa. El protagonista estanca a Aquaman en rol del forzudo bruto y nunca consigue darle vida al anti-héroe de DC, porque compone un personaje chato y lineal que hasta el clímax de la historia es un clon del Thor de Marvel. El gigante bonachón que se la pasa haciendo chistes y no tiene ninguna complejidad. En Pantera Negra a T´Challa lo veíamos crecer a través de la caída y resurrección de su reino. Aquaman en cambio no tiene ningún desarrollo y no se percibe ninguna diferencia notable entre lo que hace el actor en este film y el resto de sus trabajos en el cine. Momoa tiene carisma y eso no se discute pero es hora que empiece a darle otros matices a sus interpretaciones. Henry Cavill y Gal Gadot al menos compusieron un personaje, el protagonista de este film hace siempre lo mismo y eso le resta mucho al rol principal. Por otra parte, el retrato que se hace de Black Manta, el clásico enemigo del superhéroe, es directamente patético. Un personaje interesante con un carácter complejo, debido a su ideología fundamentalista, que en la película terminó representado como el típico villano clase B de la serie de los Power Rangers y no le aporta nada a la historia. El resto del reparto por suerte brinda una labor más decente donde sobresale especialmente Nicole Kidman como la princesa Atlanna, quien tranquilamente podría tener su propia película. Patrick Wilson como Orm, el hemanastro del héroe, le da un poco de seriedad al film y tiene sus buenos momentos junto a Willem Dafoe y Dolph Lundgren, mientras que Amber Heard está correcta como Mera pero nunca se come el personaje y tampoco se muestra muy apasionada por el rol. En esta obra de James Wan por momentos se nota una tensión entre dos producciones diferentes que pujan entre sí por tomar el control de la narración. Por un lado hay una película interesante cuando se concentra en la mitología de Atlantis y sus cuestiones políticas y después está el film más familiar y exagerado, centrado en la comedia y la acción redundante, que no termina de funcionar. Tras la quinta irrupción de los villanos con una explosión para acabar con los héroes, las peleas de Momoa se vuelven reiterativas y esto alarga la duración de la historia de un modo innecesario. El humor en general es bastante pobre y parece muy forzado como si al director lo hubieran obligado a tener que hacer reír al público. El tema es que todas estas objeciones surgen cuando te ponés a pensar la película, ya que a la salida del cine salís eufórico por ese acto final que levanta muchísimo una propuesta que se siente muy cómoda entre las convenciones del género. De todos modos, después de Wonder Woman, que capturó mejor la esencia pura de la heroína, y el Man of Steel de Zack Snyder esto es lo mejor que presentó DC hasta el momento. Lo positivo es que todas las debilidades del film tienen arreglo en potenciales continuaciones, debido a la riqueza que propone el mundo de Aquaman para narrar buenas historias. Ojalá suceda.
La princesa encantada es un gran esfuerzo del cine de animación de Ucrania, un país que no cuenta con numerosos antecedentes dentro de esta categoría. En este caso desarrollaron una propuesta de aventuras y fantasía para chicos inspirada por el poema de Alexandre Pushkin (La hija del capitán), Ruslán y Ludmilla, que fue adaptada al cine en esa gloriosa obra maestra de 1972, dirigida por Alexandre Pushtko. Una película que más allá de ser una joya del cine ruso sobresale entre los mejores exponentes de fantasía que se registraron en la historia de este género. Se puede conseguir con facilidad y es una experiencia visual alucinante que nunca me cansaré de recomendar. La historia de Pushkin es muy interesante, ya que el personaje de Ludmilla desafió todas las convenciones y lugares comunes que se asocian generalmente con el concepto de las princesas en los cuentos de hadas. Una particularidad divertida de este relato es que mientras el guerrero Ruslán emprende una aventura épica para rescatar a su amada del hechicero Chermonor, la princesa Ludmilla, lejos de ser una damisela en apuros, mantiene todo el tiempo el control de su cautiverio y lo vuelve loco al villano. Pushkin en 1820 creó una heroína adelantada a su tiempo que nunca llegó a tener reconocimiento en el continente americano. Esta película de animación adapta muy bien el relato tradicional para el público infantil de estos días con una propuesta de aventuras que no abundan en la cartelera. Se estrenan muchas comedias con animales parlantes o personajes graciosos pero hace rato que no llegaba a los cines una propuesta de este estilo que evoca el cine de aventuras de los años ´90, como La espada mágica: En busca de Camelot (1998) o El príncipe encantado (1990), basado en El cascanueces. Desde los aspectos visuales el film de Oleg Malamush no tiene nada que envidiarle a muchos producciones hollwoodenses que vemos habitualmente y todas las secuencias de acción y fantasía están muy bien elaboradas. La mayor objeción para hacerle a este film es que tal vez no tiene una identidad propia y toma muchos elementos del cine de animación estadounidense, con el claro propósito de llegar a un mercado internacional. De todos modos La princesa encantada es una buena producción de dibujos animados que consigue entretener a los más chicos con esta interpretación moderna de un clásico del género de fantasía.
Colette presenta una historia muy interesante que tenía el potencial de brindar una gran producción y terminó convertida en la típica biografía hollywoodense que aparece en esta época del año con la intención de pescar alguna nominación al Oscar. Keira Knightley, una abonada al cine de época, interpreta a Gabriel Colette, una de las escritoras más importantes del siglo 20, quien llegó a ser nominada al premio Nobel de literatura en 1948 y tuvo una vida de película. La autora fue famosa por haber creado en 1900 la saga literaria de Claudine, un coming-of-age femenino que tuvo un enorme suceso comercial y fue pionera en retratar relaciones sentimentales y sexuales entre mujeres. La particularidad de este caso es que los libros se publicaron con el nombre del marido de la escritora, Willy Gauthier Villars, un Luisito Rey (el padre del Luis Miguel) de la era victoriana que explotó y se apropió como editor del arte de su esposa, ya que entendía que las obras firmadas por hombres vendían mejor. Buena parte del conflicto del film gira en torno a la emancipación de Colette de esta relación asfixiante que le impedía expresarse como artista y mujer. La producción del director Wash Westomoreland aborda algunos temas que son muy atractivos y estuvieron bien trabajados dentro del contexto histórico de la trama. Sobresale especialmente todo el submundo de los autores fantasmas que eran contratados por los editores sin tener ninguna posibilidad de reconocimiento. Westomoreland en su película apunta a rescatar la figura de Colette como heroína feminista que desafió los roles de género en la sociedad de 1900, pero nunca convierte al marido de la autora en un villano de caricatura. Por el contrario, el personaje tiene matices muy ricos en su personalidad que se potencian con la sólida interpretación de Dominic West (The Wire). Willy Gauthier Villars no podía escribir la lista de compras del supermercado, pero era un genio del marketing que sabía vender como nadie una buena obra o idea artística. Por un lado explotaba de un modo terrible a su mujer, pero al mismo tiempo ella también aprovechaba los beneficios económicos que generaban las estrategias comerciales de su marido. Si bien Colette luego se rebela y lucha por conseguir su reconocimiento, la película nunca la retrata como una víctima. Otro aspecto de este film que sobresale en la trama se relaciona con la bisexualidad de la artista, que además era consentida por su marido. El director aborda muy bien el tema de la homosexualidad dentro de la conservadora sociedad victoriana en la que estas personas tenían una apertura mental adelantada a su época. Es ese sentido Westomoreland desarrolla con tacto la relación de Colette con Mathilde "Missy"de Morny, quien fue uno de los primeros hombres transgénero reconocidos de la historia. Por supuesto, en ese momento ese término no existía y Missy escandalizaba a la sociedad por ser considerara una lesbiana que se vestía con ropas masculinas. El tema con la película de Colette es que explora conflictos de identidad sexual y de género, más la supresión de los derechos de la mujer, pero nunca se juega a fondo con ninguna de estas cuestiones. Estos conflictos si bien están presentes se retratan de un modo liviano para darle más lugar al melodrama. Por consiguiente, la curiosidad que despierta la vida de la artista termina convertida en una biografía genérica que estaba para más. Desde los aspectos técnicos el film es impecable y sobresale la puesta en escena de la época y los vestuarios. Keira Knightley ofrece una buena interpretación de la escritora pero por el modo en que se desarrolló la historia su labor tampoco se convierte en uno de los grandes trabajos de su carrera. No obstante, para quienes les interesen estos temas o las historias ambientadas en este período histórico, Colette es una buena propuesta para tener en cuenta.
Este año Robin Hood cumple 110 años de vigencia en el cine. Junto con Tarzán y el Rey Arturo integra la trinidad de personajes populares con mayor cantidad de antecedentes en los medios audiovisuales. Hasta la fecha se hizo de todos con ellos en la pantalla grande, la televisión y el género de animación. En consecuencia, que el proyecto de Leonardo DiCaprio, en este contexto lograra hacer algo diferente con el justiciero de Sherwood tiene un enorme valor que no se debería ignorar al analizar el film. Después entran en juego los gustos personales y cada espectador tiene su derecho a no engancharse con la película, pero no se puede desconocer esta cuestión. La nueva versión de Robin Hood es la obra más original que se hizo con el personaje en los últimos 25 años. La última fue Men in Tights (1993), la brillante sátira musical de Mel Brooks que trabajo este clásico desde una perspectiva diferente. Las propuestas que vinieron después, como la decepcionante serie de la BBC del 2006 (que tuvo un comienzo bárbaro y terminó de un modo horrendo) y el film de Ridley Scott del 2010 (que tenía sus virtudes) exploraron al héroe en un terreno familiar sin aportarle ningún condimento especial. DiCaprio delegó la dirección de esta producción en Otto Bathurst, quien no tenía antecedentes en el cine, pero consiguió reconocimiento por su labor en la serie Peaky Blinders, además de realizar el piloto de Black Mirror. Cuando en el futuro se analice la filmografía de Robin Hood la película de Bathurst quedará como un exponente de la clase de cine pochoclero que se hacía en el momento de su estreno. También ocurrió con Tarzán y el mito artúrico donde los personajes regresaron a los cines para acomodarse a la corriente en voga de Hollywood. Un lugar que hoy ocupa el género de superhéroes con infinidades de propuestas en la pantalla grande y la televisión. El nuevo Hood fue desarrollado por este camino y toma una influencia notable del cómic de DC, Green Arrow, que a su vez estuvo inspirado en el justiciero inglés. Esto se percibe especialmente en el modo en que la película trabaja la dualidad del héroe (Green Arrow/ Robin Hood) y su álter ego (Oliver Queen/Robin de Locksley). Algo que no tenía antecedentes en la filmografía del personaje. La idea del noble o millonario que enfrenta las injusticias por el bien de la sociedad es muy propia del cómic y también la vimos en otros personajes como El Zorro, Batman o el Avispón Verde. Es importante destacar esto porque toda la ambientación de la película se desarrolla en un mundo alternativo de fantasía donde la era medieval se fusiona con elementos de la vida moderna, como los vestuarios y cortes de pelo, que no se rigen por una rigurosidad histórica. El director Bathurst establece esta cuestión de entrada en la primera secuencia de acción que es muy ingeniosa. Robin se encuentra en las campañas de las cruzadas y en un momento le ordenan matar a un francotirador árabe. Si a esa escena se le cambian las ballestas por rifles modernos parece una película bélica de la actualidad sobre la guerra de Irak. A partir de ese momento el film presenta permanentemente analogías de lo que ocurre en la trama con el mundo moderno y eso deriva en la interpretación de Robin Hood más política que se hizo en las últimas décadas. El modo en que trabaja especialmente la corrupción de la iglesia católica y sus vínculos con lo peor de la política tampoco se había abordado en otras propuestas del personaje de este modo. Por eso el ensañamiento de la prensa norteamericana con esta película es una estupidez que no tiene sustento. No está a la altura de las mejores obras que se hicieron con el héroe en el pasado, como la obra maestra con Errol Flynn de 1938, Robin y Marian (1976) o la versión de 1991 con Kevin Costner, pero tiene su personalidad y por sobre todas las cosas nunca se olvida de brindar una aventura de Robin Hood. Taron Egerton domina con carisma el rol principal, que más allá de la obvia referencia a Green Arrow recuerda esa clase de héroe acrobático que compuso Douglas Fairbanks en el pasado. En esta película está muy bien e integra una buena dupla con Jamie Foxx, quien encarna un personaje parecido al turco Hazeen que compuso Morgan Freeman en el ´91 pero con una historia personal diferente. Entre los puntos más débiles del film se destaca el tratamiento de los villanos que parecen caricaturas exageradas y no tienen demasiado desarrollo. Tampoco ayudó el casting de Ben Mendelson como el Sheriff de Nottingham, quien ya compuso villanos similares en Star Wars: Rogue One y hace poco en Ready Player One. El romance entre Robin y Marian tampoco logra destacarse como otras interpretaciones del pasado, pese a la presencia de la bella Eve Hewson, quien tiene una participación más activa en el conflicto. Lo cierto es que los trailers de esta película no auguraban un buen espectáculo y al final resultó más decente de lo que se esperaba. Robin Hood es muy entretenida, cuenta con buenas secuencias de acción, y consigue hacer algo diferente con un personaje que desde hace más de un siglo es parte del arte del cine.
El nuevo trabajo de Damien Chazelle (Whiplash, La La Land) está destinado a sobresalir entre las producciones más elogiadas del año por la prensa y tiene bien merecidos sus cumplidos, pero la recepción que pueda tener en el público general podría llegar a ser distinta. El director tomó el riesgo de evadir los típicos clichés de las biografías de manual de Hollywood para hacer algo diferente con la historia de Neil Armstrong y el primer aterrizaje del hombre en la luna. Tal vez su narración pausada podría resultar densa para algunas personas y no ayuda demasiado que el personaje principal tampoco sea una figura que derroche carisma. Por el contrario, cuesta muchísimo conectarse con él. No obstante, el gran valor de esta propuesta pasa por el realismo con el que se describe la misión de la NASA y la visión de Chazelle de bajar a Armstrong del pedestal de los héroes norteamericanos, para representarlo con un perfil más humano y honesto en lugar de retratarlo como algo que no fue. Un hombre que en menos de una década sufrió pérdidas personales terribles que hubieran sumergido a cualquier otra persona en un pozo depresivo complicado y este tipo no sólo superó ese dolor con una enorme fortaleza interna sino que además lideró la misión espacial que cambió la historia de la humanidad. Chazelle y Ryan Gosling, en una gran interpretación, retratan al astronauta como un hombre extremadamente introvertido y frío que presenta grandes dificultades para abrirse con su familia y vínculos sociales. Sin embargo, a medida que se desarrolla el argumento el espectador llega a comprender mejor su carácter y la clase de dolor con la que tuvo que lidiar en su vida. El director evita los lugares comunes de las biografía hollywoodenses para narrar la crónica de un hecho histórico desde una mirada más intimista. Hace unos meses esta producción despertó una polémica absurda en Estados Unidos por el hecho que no muestra en detalle el momento en que los astronautas plantaron la bandera norteamericana en la luna. Chazelle si bien evitó la escena Michael Bay de esa situación tampoco reescribe la historia. En la película queda claro que la misión de la NASA no tuvo otro objetivo que ganarle a los rusos la carrera por la conquista del espacio y el proyecto no fue un logro de la comunidad internacional. Los norteamericanos financiaron la misión con su propio personal y ese orgullo está muy presente en la trama, lo que ocurre es que no se excede con la exaltación patriotera. Por el contrario, el director convierte la primera caminata de Armstrong en la luna en un momento muy solemne y personal para el astronauta que brinda una de las secuencias más emotivas que encontré en el cine este año. Los últimos 25 minutos que se centran en la misión espacial levantan por completo ese bache narrativo que se produce en la mitad del film. Sobre todo cuando Chazelle se pone un poco denso al emular el cine de Terrence Malick en aquellos momentos donde retrata los vínculos afectivos del protagonista. Escenas donde sobresale Claire Foy como la esposa del astronauta, cuya interpretación le escapó al estereotipo de la ama de casa de los años ´60. Su personaje tiene muy buenos momentos y establece un buen contraste con la personalidad más gélida de Armstrong. Un detalle muy interesante para resaltar de esta producción es la experiencia inmersiva que propone desde los aspectos más técnicos. En 1969 la misión a la luna era prácticamente una tarea suicida por todos los antecedentes frustrados que se habían registrado en la NASA con algunos hechos trágicos. Chazelle logra transmitir muy bien esa sensación de peligro y claustrofobia que vivían los astronautas, donde juega un papel clave el plano con el punto de vista del personaje. Con una puesta en escena y fotografía que remite al cine norteamericano de los años ´60 y un buen uso de la música de Justin Hurtwitz, que nunca resulta invasiva, El primer hombre en la luna presenta una sólida construcción de ese período, donde no queda afuera el contexto social y político del momento. Si hubiera que encontrarle alguna objeción a la obra del director, además de su duración excesiva, es que el planteo que desarrolla de esta historia dejó en un lugar muy marginal las acciones de los compañeros de Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins que fueron un componente importante de la misión del Apolo XI. La película nunca se llega a explorar la camaradería del equipo porque el relato sólo le da relevancia al rol de Gosling. En resumen, para los amantes de esta temática es una cita obligada en el cine que no defraudará a quienes busquen conocer en profundidad la historia detrás del primer astronauta que pisó la luna.
Demonio de medianoche es la típica película de terror clase B que se puede encontrar a menudo en el cable o en la programación de Netflix y por esos milagros inexplicables de la distribución argentina terminó en una sala de cine. La premisa es la misma de siempre. Unos chicos estúpidos invocan a modo de entretenimiento a una entidad maligna que luego los persigue para matarlos. No deja de ser curioso en este caso que a ninguno de los 30 productores que reunió este proyecto (Cleopatra y Ben-Hur fueron gestadas por menos personas) se les cayera una idea decente para hacer algo interesante con esta premisa. Ni siquiera un mínimo esfuerzo por evadir los lugares comunes en el argumento. Los diálogos y las actuaciones son terribles y el film del director Travis Zarywni no presenta un espectáculo atractivo más allá de algunas secuencias con efectos especiales que están bien logradas. La película es un refrito mediocre de centenares de propuestas similares que vimos en el pasado, donde todas la situaciones de suspenso se desarrollan de un modo predecible. La misma premisa hace poco la pudimos ver en filmes superiores como Ouija (2014) y La posesión de Verónica (2017) que al menos ofrecían situaciones más intensas. Lo único rescatable de esta producción, es justo destacarlo, son las presencias de Robert Englund y Lin Shaye (La noche del demonio), dos figuras famosas del género que al menos el director supo aprovechar. Los artistas veteranos hacen posible con su trabajo que uno pueda llegar a completar los 95 minutos que dura este fiasco y ambos tienen sus momentos destacados. Pese a todo, no es una razón lo suficientemente fuerte para pagar una entrada de cine. ver crítica resumida
En estos últimos años se estrenaron películas tan malas dentro del subgénero de posesiones demoníacas que Malicious, con todas sus falencias, no resulta tan terrible. La trama no ofrece nada nuevo o interesante que no se pudiera ver en centenares de propuesta similares que giran sobre lo mismo y la verdad que esta película no vale la pena el costo de una entrada al cine. Pese a todo, el film se hace llevadero en el caso que no te hayas aburrido de ver siempre lo mismo. La dirección corrió por cuenta de Michael Winnick, que tiene entre sus antecedentes producciones malas con Steven Seagal hechas para el dvd. En este caso al menos pudo contar con un reparto decente liderado por Bojana Novakovic (Drag me to Hell) y Josh Stewart (The collector) que reman con mucha dignidad y profesionalismo una historia trillada. Delroy Lindo (Get Shorty) le da un poco de jerarquía al elenco aunque su personaje tiene un rol secundario y tampoco tiene el espacio para hacer demasiado. A lo largo del relato Winnick cada tanto se las arregla para establecer algún momento de terror efectivo con un buen uso de unas figuras con cara de muñecas decrépitas, pero el suspenso que intenta construir el director se ve afectado por la familiaridad que presenta el conflicto. No faltan tampoco las referencias a los filmes de la saga Amityville y El exorcista que se volvieron un lugar común en las películas que trabajan esta temática. El fan de las historias de fantasmas y posesiones demoníacas tal vez le encuentre un mayor atractivo, pero para el resto Malicious es una película de cable menor de las que abundan en la programación de cualquier canal.
Sin dejar huella sobresale entre los mejores filmes policiales que se estrenaron este año y representa una interesante incursión en el género del director francés Eric Zonka. Un realizador que consiguió notoriedad internacional con El pequeño ladrón, una propuesta intensa sobre la delincuencia juvenil que se conoció a fines de los años ´90. Zonka había explorado el thriller en el 2008 con Julia, una buena película con Tilda Swinton, pero en su nuevo trabajo se mete de lleno en el terreno del noir con una de las historias más oscuras y retorcidas que se hicieron en el último tiempo. Vincent Cassell y Roman Durais (La muñecas rusas) dos figuras del cine francés que rara vez decepcionan con sus interpretaciones, son los protagonista de esta propuesta que tiene más giros inesperados que una novela de Jim Thompson (La fuga, The Killer Inside Me) Un autor que algo entendía a la hora de explorar en la literatura las zonas más oscuras de la psicología humana con thrillers apasionantes. Sin dejar huella desarrolla temas turbios en un misterio policial que está impecablemente construido por el director Zonka, quien logra mantener la tensión y el suspenso de su relato hasta su resolución. La trama está muy bien organizada y explora de un modo interesante la psicología de los personajes, más allá del misterio principal. Si hubiera que objetarle algo a este film es que el rol de Cassel cae en el lugar común del detective torturado y alcohólico que es uno de los peores clichés que tiene el género policial. El concepto se trabajó en exceso en infinidades de películas y libros y en este caso se podía haber excluido tranquilamente, debido a que la investigación que lidera el protagonista ya tenía la suficiente carga dramática e intriga necesaria para capturar la atención del espectador. Un aspecto positivo de esta situación es que al menos el papel quedó a cargo de un tremendo actor como Cassel, quien lleva adelante esta característica de su personaje con mucha altura. Una interpretación que tiene más valor todavía si se tiene en cuenta que el artista no tuvo tiempo de preparar el personaje, ya que reemplazó a último momento a Gérard Depardieu, quien fue hospitalizado por una complicación en su salud durante la primera semana del rodaje. En estos días donde el género encuentra sus mejores exponentes en la televisión, el director Zonka, con un sólido regreso al cine después de 10 años, aporta una muy buena película que no defraudará a los amantes del policial negro.
En un momento donde no abundan las propuestas infantiles en la cartelera, El Grinch ofrece un buen pasatiempo para los más chicos (especialmente a los espectadores de entre tres y ocho años) aunque se trate de la adaptación más floja del personaje. En defensa del estudio Illumination es justo destacar que el desafío que tenían con este proyecto no era sencillo. El cuento de Dr. Seuss es un clásico emblemático de la temática navideña y ya contaba con dos antecedentes muy populares. El especial de animación de Chuck Jones se convirtió en un clásico del género y desde su estreno en 1966 nunca dejó emitirse en la televisión norteamericana. A esto se suma la adaptación live action que hizo Ron Howard con un excelente Jim Carrey en el rol principal. Por consiguiente, salvo que el Grinch se trabaje desde una perspectiva diferente la idea de una nueva remake estaba condenada al olvido debido a los filmes previos que fueron muy sólidos. El hecho que el clásico socio de Kevin Smith, Scott Mosier (productor de todos los filmes del cineasta) fuera responsable de la dirección podía prometer una alternativa distinta por el lado del humor. Sin embargo, junto al realizador Yarrow Cheney (La vida secreta de tus mascotas) Mosier ofrece el típico film genérico de Illumination que se hace con el objetivo de promocionar productos en las góndolas de supermercados, más que con la intención de narrar una buena historia. La película tiene un buen comienzo con la presentación del protagonista y la aldea de Whoville, que es justo reconocerlo, se ve espectacular con todas las decoraciones navideñas. En el segundo acto la película cae en un bache narrativo con varios momentos de relleno que no presentan mucha inspiración en el humor y genera que la trama se vuelva aburrida. No obstante, los directores consiguen salir de ese problema en el tramo final cuando la historia se vuelve más emotiva y el Grinch logra destacarse un poco más. El problema con esta versión es que el personaje no es tan malo como se lo retrataba en el relato de Dr Seuss. Simplemente es un tipo que no disfruta de la Navidad y prefiere no participar de las celebraciones del pueblo. Al atenuar esa característica de su personalidad el protagonista perdió su principal atractivo y por ese motivo la interpretación de Benedict Cumberbatch no deja una gran impresión. Si a esto le sumamos una horrenda banda de sonido donde arruinaron el clásico tema del Grinch con una desapasionada versión Hip Hop, no hay grandes méritos para destacarle al film. Como propuesta de animación cumple al entretener a los más chicos, lo que no es poco, pero dentro del género es una remake que quedará en el olvido.