Recuerdo que los socios del video club hacían una diferencia tácita cuando pedían algo para reírse. Uno le entregaba “Dos pícaros sinvergüenzas” (1989) y preguntaban: “¿Pero es comedia o cómica?” Una vez me puse a investigar un poco más el asunto en aquel entrañable La Mirage. ¿Dónde estaba la diferencia que algunos hacían? Hubo todo tipo de pruebas, pero la que más me convenció fue hacerle traer al socio una de cada una según su criterio para ver con mis propios ojos cómo funcionaba esa clasificación arbitraria. Una mujer se acercó con aire superado y apoyó la cajita de “La jaula de las locas” (1978) asegurando que esa era una comedia. La “cómica” era “¿Y… dónde está el piloto?” (1980). Esta situación se repitió varias veces. Parecía que una sucesión de gags, uno tras otro, se diferenciaba de un argumento o de un guión más elaborado donde el humor aparecía por razones muy distintas. Tomemos esto como una forma de abordar “¿Y…dónde está el fantasma?”. Es extraño que a esta altura se utilice la traducción comercial de “Y… dónde está…” el “algo”, lo que sea. Generacionalmente ya hay una brecha de años como para enganchar por ese lado a la platea. Ni hablar de la falta total de sutileza y el injustificado uso del humor escatológico en desmedro de todo lo que hicieron Jim Abrahams y David y Jerry Zucker por el género (cuando lo hicieron juntos, cabe aclarar). Los guionistas Marlon Wyans y Rick Alvarez tomaron la posta de la insoportable saga de “Una película de miedo” (2000 – 2006, y se viene una más este año), aunque esta vez hicieron algo distinto al acumular una tonelada de chistes sin sentido. Se supone que una seguidilla interminable de gags sin nada argumental que los sostenga es como tirar al montón. Como disparar a una manada de cebras. Alguna va a caer. Con alguno nos vamos a reír. Desde el comienzo hay claras referencias paródicas al género del terror, pero casi en exclusiva a la saga de “Actividad paranormal” (2007, 2010, 2011 y 2012). Malcom (Marlon Wyans) vive solo y su novia Kisha (Essence Atkins) está a punto de mudarse con él. La mujer viene arrastrando ectoplasmas desde chica, así que uno de ellos se les instala en la casa. Por supuesto que todo se cuenta con una compaginación de lo que registran unas cámaras de seguridad, y alguna en mano, que se alterna entre el novio o la novia. Todo, pero todo lo obvio que tienen las producciones de este tipo lo tiene ¿Y… dónde está el fantasma? Justamente por eso, y por jugar con las situaciones poniendo humor en donde debería haber terror, es que resulta ser una parodia bien hecha de una serie de malas películas. El director, Mike Tiddes, se toma su tiempo para ver qué hacer en las escenas de fantasmas; pero luego termina víctima de la comodidad y el efectismo de los chistes verdes o escatológicos. También juega un rato a parodiar a los personajes desde una mirada étnica y con mucho lunfardo típico de los afro-americanos. No se puede negar que desde la observación del estilo todo está muy cuidado para que la parodia funcione. El único problema es que de tan cuidada esta producción se vuelve tan predecible como las versiones originales en las cuales después del primer susto todo es más de lo mismo.
Producto sólido, entretenido, de contenido tan simple como contundente Era dura y difícil la prueba para Dreamworks que este año arrancó con despidos por el fracaso de “El origen de los guardianes” (2012). Fracaso es una forma de decir, la película no perdió dinero, pero no colmó las expectativas. Por eso el estreno de “Los Croods” está teñido por algunos elementos externos, además es la primera vez que la productora de Steven Spielberg, Jeffrey Katzemberg y David Geffen aborda una producción animada con una familia como protagonista luego de éxitos de sagas como Shrek y Madagascar, entre otras. ¡Qué bien les salió! Por sobre todas las cosas, “Los Croods” tiene un guión trabajado en función del mensaje que intenta transmitir. Chris Sanders y Kirk De Micco lo tenían muy claro y sobre eso hicieron girar la historia. Por ende, con mucho ingenio y astucia para construir situaciones derivadas en gags, entregan un producto sólido, entretenido y fundamentalmente de contenido tan simple como contundente. Luego de una introducción de la hija adolescente que da paso a los títulos vemos que Grug (Humberto Solórzano, voz en el doblaje al español, y Nicholas Cage en inglés, subtitulado) es el padre de una familia de cavernícolas. Como líder tiene lemas y axiomas sobre los cuales pretende un funcionamiento sin sobresaltos: • Todo cambio es malo. • Lo nuevo es peligroso. • Curiosear y salir al sol trae la muerte. Sólo vale salir a cazar de día, como en esa primera escena en la que corren tras un huevo de ave mientras somos testigos del “nacimiento” del fútbol americano. Es fácil entender por qué Eep (Eiza González voz en el doblaje, y Emma Stone en inglés, subtitulada) la hija mayor y adolescente, se ve atraída por hacer y demostrar exactamente lo contrario a las premisas paternas. Pero más allá de su impronta el disparador de todo lo venidero es el propio planeta Tierra, que por aquellas eras estaba acomodando su columna vertebral con terremotos, movimientos teutónicos y volcanes en erupción, todos eventos propulsores de un cambio en la naturaleza pero que también, al verse obligados a salir de la cueva destruida, reflejan para esta familia (sobre todo para el jefe) el cambio radical de sus paradigmas. Luego veremos cómo hacen pues a partir de esa ruptura deberán ir a algún lado. Aquí es donde entra otro chico, Guy (Alfonso Herrera voz en el doblaje y en Ryan Reynolds en inglés, subtitulado). Los guionistas bifurcan el mundo adolescente que muestran. Por un lado el ímpetu, la fuerza y la reacción por impulso e instinto de Eep, por el otro, el temple, la calma, algo de desparpajo, los sueños y las metas alcanzables a partir del razonamiento de su partenaire, con quien por cierto comienza a descubrir el amor. Adicionalmente Guy representa las nuevas ideas y posturas frente a la vida. Toda una declaración de esperanza para las próximas generaciones, empezando por el objetivo principal del muchacho: salir al sol y buscar el mañana. Casi como si hubieran escuchado la genialidad que el Flaco Spinetta escribió en “Artaud” con eso de que “…nunca voy a decir que todo tiempo, por pasado, fue mejor. Mañana es mejor…” “Los Croods” en nada se parecen a los antecedentes televisivos inmediatos que vienen a la mente. Ni a Los Picapiedras y su condescendencia con la era new wave de los ‘60’, ni a la crítica ácida a la sociedad media norteamericana propuesta por Matt Groening en Los Simpsons, o más acá en el tiempo, por Seth McFarlane en “Padre de Familia” (serie de televisión creada en 1999). Más bien es el retrato de una familia unida a pesar de sus diferencias y dispuesta a salir al cruce de las adversidades. Si no cambian, perecen. Con todos estos elementos, más la fabulosa banda sonora de Alan Silvestri y el efecto 3D correctamente utilizado, “Los Croods” se convierte en uno de los estrenos del año que, por suerte, deja mucho más que un mero entretenimiento.
Cuando uno está frente a productos como “En la mira” es difícil atenerse al axioma: no importa el discurso, sino si está bien o mal hecho. Porque esta supuesta ficción es un discurso de principio a fin. Como prueba sobra un botón, así que preste atención al arranque. Cámara subjetiva del conductor de un patrullero durante una persecución. Voz en off del policía: “Soy la policía y estoy aquí para arrestarte. Rompiste la ley, yo no la escribí y puedo estar en desacuerdo con ella; pero la voy a defender. No importa cuan simpático me quieras caer o me ruegues, nada que hagas me va a detener para enjaularte. Si corres, te persig, si peleas te la voy a devolver, si me disparas, te disparo. Soy una consecuencia, soy la factura sin pagar, soy el destino con una placa y una pistola y aunque puedo amar, pensar y sangra puedo morir, pero tengo miles de hermanos y hermanas que son como yo. Somos la fina línea azul entre la presa y el predador” ¡Tomá!. ¿Querés mano dura? Ahí la tenés. ¡Mamita!. ¿Quién osa tirar el primer papel de caramelo en la calle ante semejante declaración de principios? El que dice todo esto es Taylor (Jake Gyllenhaal), quien tiene tiempo de hablar así, perseguir a los malos, y es tan, pero tan, efectivo que incluso puede registrarlo todo con una camarita. También tiene tiempo para colocar una en el pecho de su compañero Zavala (Michael Peña) Esto porque la estética elegida para el folletín es una mezcla de “GTA” (Grand Theft Auto), uno de los videojuegos más populares de estos tiempos, “Policías en acción”, la propaganda de la policía bonaerense que emitía canal trece y, finalmente, los reality show y “archivo encontrado”. La idea del director es llevarnos a la rutina de la policía de Los Ángeles mientras cumplen distintas misiones, cuyo riesgo va creciendo a medida que cada una se cumple (como en los videojuegos). Para lograr la empatía con el espectador cada misión tiene una suerte de intervalo en el cual somos testigos de las charlas que ambos mantienen en el patrullero tocando temas como la fidelidad, el amor, la pareja... Un poco como para conocer el costado humano de los protagonistas, y de paso, como sucede en “Gran Hermano”, sentirnos más identificados, o acaso juzgarlos. Sólo que en la proyección no aparece ningún número para votar por su eliminación del programa (lástima). Como suele suceder en este tipo de formato, la propuesta de ver todo a través de las cámaras que propone el realizador se deshace a los diez minutos y ya nunca sabemos quién filma, desde qué ángulo, y todas las licencias arbitrarias que quiera imaginar. Empero no se debe caer en la necedad. Este producto tiene buenas chances de funcionar bien a partir de la muestra de popularidad que tiene la combinación estética. Una cosa no quita la otra. El director David Ayer ya ha trabajado como guionista en diversos aspectos de la vida frenética de la policía, como “Rápido y furioso” (2001), “S.W.A.T”. (2003), “Dark Blue” (2002), y la más destacada, sin ser una maravilla, “Día de entrenamiento” (2001) por la que Denzel Washington ganó el Oscar a mejor actor. “En la mira” no deja más que el vértigo de la compaginación (que se torna muy confusa) y puro efectismo en el mensaje. Eso sí, cabe destacar los trabajos de Jake Gyllenhaal y Michael Peña. Dos actores comprometidos con sus personajes a un punto de extrema realidad. El vínculo entre ambos sostiene todo el relato, que por cierto es bastante flaco y reiterativo. Producciones de “policías-amigos” hay muchas. No va a ser “En la mira” la que rompa con la tradicional falta de ideas. No es la historia sino la forma de contarla, escuché por ahí. Aquí no encontramos valores ni lo uno ni lo otro.
De lo humano y las clases sociales en una obra destacada del cine chileno Cuatro años después de girar por festivales y cosechar premios, “La nana” se estrena en nuestro país. Este hallazgo cuenta la historia de Raquel, una mucama con “cama adentro”, que trabaja para la misma familia desde hace más de 20 años, por ende es lógico que semejante rutina haga mella en el cuerpo y en la mente de cualquier persona. El día de su cumpleaños la muestra en su “habitat” natural, la cocina. Ese territorio es su pequeño mundo claramente definido a lo largo del relato. Allí es donde transcurren casi todas las pausas en su trabajo, pero también 20 años de desayunos y comidas solitarias. Raquel es convocada por sus empleadores al living para integrarla a su propio festejo con torta, regalos y agasajo, pero ella se niega. Algo conserva de lo que suponemos fueron sus comienzos. Timidez y recato ante la demostración de un cariño que nunca sintió en su propio seno familiar. Así descubrimos la relación casi simbiótica entre La nana y la familia, sobre todo en Pilar (Claudia Celedón), la madre. Lejos de intentar un ensayo sobre las clases sociales, Sebatián Silva bucea más profundo en la siquis de su criatura. Nos deja, como espectadores, a presenciar el desmoronamiento de las estructuras de Raquel, y la dificultad que ésta tiene para soltarse, para liberarse de ella misma, abrirse a sentir por primera vez. Disparador del conflicto son algunas actitudes que llevan a la necesidad de contratar a alguien para ayudarla en las tareas, y sobre todo pueda mediar solapadamente entre algún miembro de la familia. Claro, la nueva mucama podría verse como un apoyo o como una invasión del territorio. Será por eso que la elección es seguir a la protagonista u ofrecer planos móviles entre los marcos de las puertas, como si estuviéramos espiándola en cuerpo y alma. Gracias a la fenomenal actuación de Catalina Saavedra es que La nana tiene tantos momentos graciosos como desconcertantes. Su trabajo ofrece una mirada a la capacidad humana para institucionalizarse, creando un alto e inquebrantable sentido de la dependencia. Sobre todo cuando falta el afecto de origen, el que se mama desde la cuna, ese que nos marca y nos crea un sistema de defensa propio ante la adversidad. “La nana” es un buen retrato humano cuyas pinceladas tiene trazos finos para abordar los temas mencionados además de la tolerancia, los miedos, a poder, y a querer, ser y la reconstrucción del mundo de los afectos ante la propia carencia. Una buena opción de esta semana.
Hay películas que no por pequeñas, en términos de presupuesto, dejan de instalarse en la memoria con una bella marca de alegría o un grabado de profunda reflexión. Por fortuna en menos de un año tres títulos bajo una misma temática revisten esas características. En mayo del año pasado fue la gran “El exótico Hotel Marigold” de John Madden; hace tres semanas la soberbia “Amour” de Michael Haneke, y esta semana se suma “¿Y si vivimos todos juntos?”, de Stéphane Ribelin. La intención no es comparar unas con otras; sino puntualizar la temática que las tres abordan con distinto criterio. Hombres y mujeres mayores de edad y sus elecciones de cómo vivir lo que les queda en este mundo. A su manera, cada una se las arregla para dar su mensaje y no pasar desapercibidas. Al menos no para los espectadores con sensibilidad. Si en “El exótico Hotel Marigold” veíamos a un grupo de octogenarios hallar una salida esperanzadora “escapando” a otro país, en ¿Y si vivimos todos juntos? el director juega a encontrarla en forma interna. En una suerte de auto apoyo grupal en el cual, un grupo similar cede a sus mañas y defectos para sostener el ánimo de los otros. Una variante de que la unión hace la fuerza. Por distintas razones, las rutinas de Jean (Guy Bedos) y Annie Colin (Geraldine Chaplin); Dirk (Daniel Brühl); Jeanne (Jane Fonda); Claude (Claude Rich) y Albert (Pierre Richard) se ven afectadas ante la posibilidad de que un par de ellos termine en un geriátrico. Sucede que son amigos desde hace muchos años y claramente un ánimo repercute indefectiblemente en el de al lado como un efecto dominó. Cada uno estaba con lo suyo. Desde cultivar una huerta casi por inercia, a leer el diario al lado de la ventana que da al patio de recreo de un colegio primario. Todos espejos de la vida o la juventud que se fue. Acaso ese contraste sirve mejor a la idea de la preservación del espíritu joven que el director intenta plasmar. A estos efectos viene muy bien un reparto con tanta experiencia en esto de actuar bien para transmitir mejor. De hecho ver a un Pierre Richard contenido en su gestualidad, a una Geraldine Chaplin despojada de solemnidad en busca de picardía, o a Jane Fonda hablando libremente de los beneficios de la masturbación, le da al elenco el sano ejercicio del desacartonamiento, que se hace extensivo a la narración toda. Por el contrario de lo que podría suponerse a priori leyendo el título y el reparto, ¿Y si vivimos todos juntos? no es una “comedieta” sobre viejos jugando a ser hippies, aunque sí está presente la idea de comunidad y las consecuencias de invadir los derechos del otro. En este sentido la su realización abre una esperanza al observar con atención y precisión el deseo de nuestros viejos de no ser ni olvidados ni abandonados, sobre todo por hijos que pretenden dejarlos en un supuesto sistema de contención tan frío como indiferente. Lo hace a través del humor, muchas veces la mejor herramienta para decir verdades.
Por cuestiones de presupuesto, post producción y demás avatares de la industria, “Villa” se estrena unos cinco años después de haber sido realizada. ¿Por qué es importante saberlo? Porque si se hubiera estrenado en 2007 ó 2008, aproximadamente, hubiésemos visto mucho del estilo que se usa hoy en cuanto a manejo de cámara en mano, encuadres en movimiento, compaginación vertiginosa y, sobre todo, la intención de no caer en estereotipos a la hora de retratar personajes de las zonas marginales de Buenos Aires. Si es por esto, “Villa” sería, por ejemplo, un gran antecedente de algunas cosas que luego vimos en “El puntero”, la telenovela de canal 13. Situada en 2002, la trama central gira en torno Fredy (Julio Zarza) Lupín (Fernando Roa) y Cuzco (Jonathan Rodríguez), tres chicos de la villa 21 que desean fervientemente ver el primer partido que la selección Argentina de fútbol jugaría en el mundial de Corea-Japón. Los tres se conocen de allí; tienen y entienden los mismos códigos de la villa y buscan el mismo objetivo, aún en el marco de la estación Buenos Aires, Pompeya y Constitución. La primera toma es casi una declaración de principios al poner símbolos contextuales en la mente del espectador. El Gauchito Gil, una vela que se enciende con impronta de rezo y esperanza, una pistola y las espaldas de alguien que lleva una campera que dice “inseguridad”. Pero Ezio Massa no se queda con lo meramente anecdótico. Va por más al dotar a los protagonistas con una naturalidad funcional, no sólo a ser creíbles, sino también a transmitir aquello que subyace en el texto. Hay un dejo de resentimiento hacia la circunstancia que los atraviesa. Los tres saben que hay un mundo con más oportunidades pero que no les toca en suerte vivirlo. Se genera entonces un clima de tensión y de rebeldía latente hacia la coyuntura social en donde se mueven. Sobre todo cuando los planes para ver el partido se van cayendo. Cada paso hacia esa obsesión de ver el cotejo Argentina-Nigeria se va tornando más pesado, más comprometido, y en especial mejor tamizado para que el mensaje salga a la luz. Porque los podemos ver robando plata, sí; pero también la ropa (pantalón y saco) que permita entrar a un bar de mala muerte y ser tratado con dignidad, sin que esto signifique una justificación o una redención hacia la delincuencia. Mucho menos una bajada de línea. Por eso, en “Villa” el fútbol de la selección (sin otra bandera que la argentina) en 2002 no es casual. La vuelta a casa en primera ronda de aquel mundial también fue un símbolo de la debacle a nivel país si pudiéramos trazar un paralelo entre aquella selección y una nación también lujosa, vistosa y rica, pero condenada al fracaso por la impericia de los que la manejaban.
Diálogo interno - ¿Qué le pide usted a una película de acción? Básicamente. No es un concurso. No hay respuestas correctas o incorrectas. Lo que nos gusta de una de acción lisa y llanamente. - Que tenga tiros. - Bien. Esta los tiene. ¿Piñas? ¿Patadas? ¿Estamos de acuerdo? - Por supuesto - Genial. También hay de eso en “Parker”. ¿Persecuciones? - Obvio. - Estamos de acuerdo entonces. ¿Y el argumento? ¿La historia? ¿Importa? - Si, claro. ¿Cómo no va a importar la historia? - Si pero, ¿cuánto importa? - Bastante -¡Ah! No es fundamental entonces. Puede haber otros factores… - Y… el actor influye. - Vale decir, no es lo mismo que dispare Sylvester Stallone que un “Carlitos” - No. - Pero “Halcón” (1987) era una mierda - “Halcón” era un drama. Yverla, ni le cuento. Stallone en general era un buen phsique du rol del género. - ¿Y Jason Statham? - Una garantía. Con las tres de “El transportador” (2002-2008), las dos de “Crank” (2006 y 2009) y “El código del miedo” (2012). Ya se ganó un lugar. - ¿Haga lo que haga? “Crank” es como si “El transportador” hubiera aspirado una montaña de cocaína. - Era entretenidísima. Bien hecha. Yo veo cine de acción y a esta altura después de Schwarzenegger, Stallone, Norris, Van Damme, Seagal; si se estrena una de Statham puedo ir tranquilo. - O sea, para los que ven este género ¿podemos decir que “Parker” tiene todo lo que uno quiere en una película con Jason Statham? - Y… sí… Para los que vemos este género, “El mecánico” (2011) fue un acto fallido. Inverosímil. Era mejor la versión con Charles Bronson, pero no empaña lo hecho hasta el momento por el actor inglés. Y ahora que lo pienso, este género necesita del factor de lo “creíble”. Si instala bien el verosímil entonces se puede entender el código y salir adelante, a menos que la misma película lo traicione. Por ejemplo si el héroe sufre de vértigo no puede tirotearse en la terraza de un rascacielos sin justificación, o sin marearse un poco aunque sea. Parker (Jason Statham) es ladrón profesional. Uno de esos que bien podría ser miembro de los “Perros de la calle” (1992). Eso sí, es ante todo un chorro con ética. Nada de víctimas inocentes ni kilombos. Se hace un plan, se pianta con la guita y se reparte. Punto. Si fuera por él entregaría tarjetas personales pidiendo perdón por el mal momento pero afanársela, pero se la afana igual. No va que a los 15 minutos lo traiciona la misma banda que armó su amigo Hurley (Nick Nolte). No quieran saber lo que pasa cuando Parker se enoja. Agárrese fuerte porque empieza a repartir castañazos de los buenos. En medio hay una subtrama con una agente de bienes raíces (Jennifer López) que se topa con el pelado por codiciosa. La dirección de Taylor Hackford funciona porque no es ajeno al género (“Prueba de vida” (2000), por ejemplo), y porque cuenta con el actor de acción del momento, por no decir el único de la nueva generación. Las características del personaje, salvo por lo de respetar sus códigos, no existen. Podría llamarse Chev Chelios, Luke Martin, o Lee Christmas (sus personajes anteriores) y da lo mismo. El guión es de John McLaughlin quien no la pega una desde “El cisne negro” (2010). En este caso no puede decirse que no cumpla con el género, pero convengamos que cambiando unas pocas cosas está al borde del plagio con el de “Revancha” (1999), aquella con Mel Gibson en la que era traicionado por su propia banda… y si sigo para atrás terminan todos en tribunales. - Voy a ver una con “el pelado” de “El transportador”.Listo. Perfecto. Es lo que va a buscar al cine y es precisamente lo que se va a llevar.
Vamos a denominar documental a “Los días”, sólo porque no es ficción, aunque intenta contar una historia, intenta contar algo… una situación. O mejor dicho, un momento en particular en la vida de dos personas reales. Para ello, Ezequiel Yanco toma elementos del reality, una experiencia que ya tuvimos este año con “Natal” de Sergio Mazza quien, en franca charla con éste crítico expuso su visión sobre la importancia como artista de experimentar con todos los elementos visuales disponibles. Hay que darle la derecha al director de “Graba”. En este experimento el realizador se mete en la vida de Martina y Micaela Méndez, dos gemelas de unos 9 ó 10 años que viven en algún barrio de Capital Federal, o del conurbano. Nunca queda muy claro. Lo primero que notamos es una intención de meterse en la intimidad del funcionamiento de esta familia. La madre oficia como una voz de mando ante la ausencia física del padre. Todo parece funcionar por mandato, así que las chicas van al colegio, hacen la tarea, miran la tele, comen, van a catecismo… Hay una única actividad que se sale de lo común. La madre las lleva al castings de distintas agencias pues son gemelas y bonitas. En “Los días” el momento en el que escriben un formulario de scouting para una agencia, es el más logrado en términos de mostrar a los padres proyectándose a través de sus hijos. Paradójicamente, esto también parece predestinado. Obviamente, no hay guión. Sólo un registro de imágenes buscadas y encuadradas deliberadamente con (suponemos) una gran cantidad de horas de grabación, luego editadas para darle cierta forma de relato. Se puede endilgar algo de post producción, cierta búsqueda estética en los encuadres y atisbos de recortar la realidad para transformarla en subjetividad. No hay pies, no hay cabeza. Sólo un cuerpo de 75 minutos donde el espectador es el conejillo de indias y el encargado de construir el resto. Es cierto, “Los días” logra un nivel de intimidad interesante con las imágenes y la preservación de algunos silencios. ¿Alcanza esto como propuesta al espectador? Quiero decir, con el producto terminado, ¿alguien se plantea la posibilidad de estrenar un experimento pase lo que pase con el público? Ya sé. Pagando la entrada siempre se corren riesgos. Ya sé (¡Uf!), la tangente de siempre es esa de que el arte es arte y cada uno lo recibe según su subjetividad y… bla bla. Yo creo en todas esas cosas, todos los espectadores de arte creemos en esas cosas pero… vidrio no comemos.
Es difícil abordar una película como “Hitchcock” sin caer en una mirada profunda sobre el genial director. Pero sería más un dossier que una crítica o comentario. Es más práctico establecer un cuadro de situación en el cual tendremos dos tipos de posibles espectadores: Los que conocen y vieron la vida y obra del maestro Los que apenas escucharon su nombre, o directamente ignoran de quién se trata.. Siempre habrá sido tentador el libro de Stephen Rebello “Alfred Hitchock y la realización de Psicosis”, editado en 1990. Narraba minuciosamente el día a día desde que Alfred consiguió los derechos del libro hasta el estreno “Psicosis” en 1960, pasando por todas las vicisitudes posibles, incluyendo el casting, dos guionistas, la puja con la Paramount que no quería financiarla, la hipoteca de su propia casa, la relación con Janet Leigh, etc. También era prometedor que John McLaughlin estuviera a cargo de la adaptación luego de su auspicioso trabajo con “El cisne negro” (2010). ¿Y el director? Sacha Gervasi tiene en su currículum el trabajo como guionista de “La Terminal” (2004). Quién no se sentiría convocado por un reparto en el cual Anthony Hopkins tiene el rol principal, luego de haberlo buscado afanosamente, y a Helen Mirren personificando la eterna y fundamental esposa, Alma Reville. Todos los condimentos dados para una película inolvidable. Bueno, poco de esto ocurre aquí. El problema principal está, paradójicamente, en el guión. Es como si en lugar de adaptar el libro, tomando la minuciosidad de los detalles como elementos novedosos y contribuyentes al efecto dramático de la historia, McLaughlin hubiera adaptado la síntesis de la contratapa. Luego, para los conocedores no habrá sorpresa alguna, pues nada de lo que se cuenta se destaca por sobre lo que podamos haber escuchado de generaciones anteriores de cinéfilos, o en cualquier charla-debate sobre la filmografía del maestro. Para cuando el realizador se da cuenta de todo esto ya es tarde para transformar el contexto de la filmación de “Psicosis” en la historia del amor incondicional que Alma tenía por Alfred. Por suerte dos grandes actores logran momentos de gran fuerza interpretativa como para justificar el intento. Por otro lado están los espectadores que nada saben de esto. “Hitchock” arranca desde el primer minuto asumiendo que todos saben de qué y de quién se está hablando. Es mas, en la primera escena, Alfred rompe la cuarta pared retrocediendo en el tiempo y al escenario en donde ocurre el crimen que inspiró el libro de la película en cuestión: “si no hubiera ocurrido este crimen, no habría película”, y se retira con la música de la serie Alfred Hitchcock presenta. Corte al estreno de “Intriga internacional” (1959). Corte a una mañana en la cual el maestro busca inspiración para su próximo proyecto. Así hay poca información como para que los espectadores ignotos entren en el juego de la propuesta, aunque es cierto que la estructura narrativa responde a los cánones clásicos del cine estadounidense. Hay una historia que se cuenta y el ritmo narrativo no decae merced, principalmente, a las actuaciones. ¿Pero hay buenos momentos? Dos: La escena en la que Hitch dirige la escena de la ducha y la del estreno de “Psicosis”, con un Hopkins (Hitchcock) impagable. Ocurrió con “Titanic” (1997) y con varias otras buenas películas que abordaron el desafío de contar una historia con todo el público sabiendo como termina. Sabemos cuando arranca “Hitchcock”, que “Psicosis” se filmó y es considerada como una de las obras maestras del cine de todos los tiempos. Lo que pasó en el medio puede resultar atrapante y divertido por conocer, pero no es lo que ocurre con esta producción.
Hallazgo en una temática con obras últimamente muy cuestionadas Con lo mal que veníamos en el género del terror en los últimos tres años que se estrene una buena, es un verdadero hallazgo. Luego de matar a su esposa, el papá se lleva a sus dos hijas a una cabaña del bosque, donde intenta disponer de ellas hasta que algo se lo impide. Títulos. Tiempo después, el tío de ellas las sigue buscando. Y las encuentra nomás. Las chicas están en estado semisalvaje y fueron criadas por… Ante todo, “Mamá” es un título que no deja mucho lugar a la imaginación. Sucede que si uno lo relaciona con este tipo de películas, con sólo pensarlo un poco la cosa se vuelve más macabra. Justamente este factor es el que ayuda a una constante generación de climas entre angustiantes y siniestros, remarcados por una fotografía gélida que transmite como pocas veces la alucinante soledad de los bosques. También la dirección de arte, la edición y hasta la música no abusa tanto del poder de anticipación, a lo sumo puede achacársele algunos golpes de efecto de sonido que ya parecen inevitables. El argentino Andres Muschietti debuta con gran pericia a la hora de manejarse con un producto hollywoodense. Casi se podrían adivina los lugares en donde, de no ser por la intervención de Guillermo del Toro como productor, la cosa hubiera sido aún más interesante, acaso más de autor. De todos modos hay aspectos raros, como por ejemplo el cambio arbitrario de punto de vista que pasa del tío, a las chicas, o a su mujer, pero esto no va en desmedro de un relato bien hecho. Al elenco le sobra talento. Bien Nikolaj Coster-Waldau en el papel del tío y Jessica Chastain componiendo una suerte de antagonismo de la maternidad. Las dos chicas, merced a una brillante dirección de actores, están estupendas. Tanto Megan Charpentier como Isabelle Nélisse logran transmitir un estado salvaje e impredecible. Párrafo aparte para el flaco y huesudo Javier Botet, su composición del personaje del título remite a lo que Andy Serkis hace con Gollum en la saga de “El señor de los anillos”. Claramente no sería lo mismo sin su trabajo. Parece mentira la necesidad de mencionar casi todos los rubros, pero un exponente del género como “Mamá” lo merece. Fíjese que todavía no mencioné el requisito principal de una película de terror y que aquí se cumple con creces: asustar. Vaya al cine dispuesto a engancharse con la historia… y con el apoyabrazos de la butaca.