En mi adolescencia tenía una novia que siempre me planteaba lo mismo. No importaba ni siquiera si el conflicto era por los gastos que implicaban tener una mascota, o por la demora de la universidad donde estudiaba su carrera a la hora de darle los resultados de los parciales. Yo la escuchaba y le contestaba seguramente con frases que a ella le resultaban igual de tediosas y obvias. Ahora que lo pienso, incluso escuchábamos las mismas canciones mientras todo esto sucedía: Charly García, Fito Paez... entre ella y yo, lográbamos vaciar de contenido esas canciones al punto de creer que sonaban todas iguales. Vaya a saber por qué repetíamos siempre lo mismo. De igual manera la discusión, igual manera de resolución. Insisto, el quid de la cuestión era lo de menos. Supongo que se trataba de inventar un conflicto donde no existía y, para peor, resolverlo con alguna cursilería, de modo tal que diez minutos después de acontecido el hecho ninguno recordaba el motivo que lo había originado. Era como ver cada edición de “Gran Hermano”, año a año hay un intento de trasgresión que depende tanto de los participantes como de los espectadores, pero en definitiva se trata de la misma rutina. ¿Por qué hablaba de todo esto? ¡Ah Sí...! Se estrenó “Step Up 4. La revolución”, y para hacer un culto al “aguante”, es en 3D. ¿Vio las anteriores? No importa. Las mismas heces con distinto olor. Similar a esas discusiones tendientes a avivar el fuego como para que suceda algo, pero que terminan repitiendo todo. En la línea de mezclar “Fama” (1979) con “Flashdance” (1984), y argumentos inconsistentes, Hollywood está empeñadísimo en enterrar para siempre las buenas ideas en pos de la taquilla y de sacar "estrellas" salidas de un pantano de mediocridad. Un fast food del arte apoyado en los conflictos de siempre. Repitiéndolos hasta el hartazgo, casi con las mismas coreografías de los musicales de antaño. Vea alguna de las “High school musical” (2006), “Hanna Montana” (2009), o cualquier producto de Cris Morena, y se dará cuenta de la espantosa reedición de fórmulas creadas para un público lo suficientemente naif como para perpetuarlas en pos ese merchandising efímero que termina ocupando un lugar importante en los centros de reciclaje. Cinematográficamente, el género musical intentaba contar una historia a través de la lírica y su banda sonora. Esta fábrica de chorizos tiende a olvidar todo esto para convertirse en un semillero de celebridades efímeras de las cuales una o dos sobreviven al mainstream. Canciones forzadas, coreografías independientes del relato (como si fueran un conjunto de videoclips para la TV) y actuaciones más preocupadas por mostrar perfiles favorables que por transmitir algo. Para sostener lo que digo no haré referencia a los intérpretes de esta cuarta entrega ni al director. Son funcionales a lo que se pretende de esta manufactura con la cual estoy en contra. En todo caso la ficha técnica está más arriba si quiere consultarla. Me va a disculpar, pero hasta que se estrene la nueva versión de “Los Miserables” (sin esperar gran cosa) prefiero las discusiones con las novias de antes. Al menos conservaban algo de espontaneidad al principio, y en esto ni Charly ni Fito tienen la culpa. El séptimo arte tampoco.
En lo que representa una semana de lo más variada en cuanto a cantidad y calidad de estrenos “Sie7e psicópatas” tiene cierto aire renovador, aunque su suerte en la taquilla no depende sólo de este factor. En la primera escena dos matones hablan mientras esperan a su víctima. Alguien se acerca a sus espaldas y los liquida. Luego de esta introducción supondremos más de lo que sabremos, y así transcurrirá gran parte del metraje. Recuerde: son siete. Luego conocemos a Marty (Colin Farrell). El hombre es fumador, alcohólico, autoindulgente y guionista. Está trabajando en su próxima idea (la del título) pero la inspiración no aparece por ningún lado. Su amigo Billy (Sam Rockwell) se presenta como alguien desafectado de la vida en general, como si el estar en otra frecuencia lo pusiera en el lugar de no importarle nada de nada. Esta actitud de "que sea lo que sea..." la completa con un curro consistente en secuestrar perros para luego mandar a su secuaz Hans (Christopher Walken) a cobrar el rescate, quien también quiere ayudar a Marty a escribir el guión. En realidad, el director Marty McDonagh pareciera intentar plantear todo como si fuera un conjunto de subtramas, dejando que sea el espectador el que vaya armando el rompecabezas hasta descubrir cual es la médula espinal del guión. Así vamos yendo y viniendo por los distintos argumentos mientras la importancia de los personajes va cambiando. Lentamente vemos salir a luces varias de las características personales que harían las delicias de los psicólogos. El juego es a ver quién está más loco, o quién está a punto de estallar en cualquier momento. En el medio hay muy buenas dosis de humor negro al estilo de Quentin Tarantino, Roberto Rodríguez o Guy Ritchie, y acciónes de la misma categoría. “Sie7e psicópatas” roza varias veces el absurdo hasta que el verosímil vuelve a instalarse y la obra se transforma en una comedia de nivel paródico sobre Hollywood, su maquinaria y la gente que la compone. Algo de ingenio y originalidad que, viniendo del país del Norte, es toda una novedad entre tanta historieta y secuelas.
Por un momento (breve, es cierto) recordé la sana intención de “El laberinto del Fauno” (2006): mostrar a una niña en un contexto socio-político para ella ingobernable, en el cual necesita de su imaginación y fantasía para soslayar una circunstancia que en su capacidad psíquica le es adversa. En aquella oportunidad, el contexto era el régimen Franquista. “Las malas intenciones” intenta esto mismo en el Perú de los atentados constantes de la década del ochenta. Es la producción que ese país envió en el 2012 al Oscar y traza una relación ambigua en el texto cinematográfico. Como si para la guionista y realizadora el contexto funcionara en el inconsciente de su criatura como el paradigma de "lo no deseado", ergo, lo mismo le ocurre a Cayetana (Fátima Buntinx) cuando se entera del embarazo de su madre. No se sabe bien a qué obedece la decisión de terminar con su vida, más que por una latente suposición del posible abandono. Demasiados condicionales para un relato que en definitiva llega a los tumbos al meollo de la cuestión. Sin embargo (aquí viene la vuelta de tuerca intrigante) los héroes nacionales de manual escolar cobran vida para ayudar a la niña a rescatar algunos valores universales que, por decantación, derivan en un sentido homenaje a la tolerancia. No a las ideas, sino a la convivencia con ellas. Es este costado es donde la obra de Rosario García-Montero tiene tantos puntos a favor como en contra. Si el momento histórico es este ¿por qué el vehículo es la niña con sus decisiones y no un mundo adulto que trata de guiarla? Al mismo tiempo esto funciona como un deseo de que la historia sea escrita por las mentes inmaculadas y las ideas pasen en forma directa a las nuevas generaciones. Por esta razón “Las malas intenciones” tiene como premisa una utopía lógica, sin abandonar los procesos por los cuales un chico (en este caso una niña) vive, piensa y siente. La historia de cada país está para ser revisada y cuestionada constantemente. Desde el punto de vista cinematográfico (acaso lo que nos convoca a estas líneas) el relato está bien delineado y logra lo que se propone, aún cuando el paralelo entre el presente y el pasado queden en una nebulosa a resolver por cuenta de quien esté atento. Como puede ver, este es mi planteo y es tan relativo como lo que percibe cada espectador, luego el lugar para la polémica está abierto. Los efectos residuales de la historia hacen que el arte se preocupe y se comprometa a convertirse en un espejo en donde reflejarse. Esta realización tiene con qué sentar precedentes para que la cinematografía peruana comience a exorcizar sus propios demonios. ¡Vaya si vale la pena ser testigo frente a la pantalla!
Diez estrenos un jueves es, claramente, un número inusual. Raro. Y vienen varios más. ¿Cual es este apuro? ¿Cómo se miden las chances reales de éxito por parte del público? Teniendo conocimiento de la causa, uno podría entender que después de los créditos y subsidios es hora de recaudar para recuperar lo invertido. Sí, ya sé... hay miles de "peros" Este es sólo uno de los numerosos puntos de vista que se pueden tener sobre la producción nacional, y la intención de parcializarlo en estas líneas es simplemente para comparar esto con la aguja en el pajar. Entre tanta oferta se diluye la calidad y el público se puede perder las oportunidades. “Dulce de leche” es un ejemplo. La película de Mariano Galperín es interesante por partida doble. Por un lado, porque logra esquivar de modo original lo que a priori podría suponer una historia previsible sobre la amistad y el descubrimiento del amor en el conflictivo pasaje de la pubertad a la adolescencia. Por el otro, porque cuando uno se define como espectador el hecho de elegir ver algo cuyo título tiene más en contra que a favor puede deparar en una agradable sorpresa. Entre Luis (Camilo Cuello Vitale) y Ana (Ailín Salas) se trazará una narración cuyo eje principal pasa por los viejos axiomas del cine romántico del descubrimiento del amor. Pero la cosa no es tan simple en términos cinematográficos. Si hoy se estrenara “Melody” (1965) sería un bodrio, por lo que una mejor referencia sería “Mi primer beso” (1992). Por esta razón elijo no adelantar absolutamente nada de la trama. El espectador que lea estas líneas y vaya al cine me lo agradecerá, le guste o no la película. En todo caso puedo decir que el camino se bifurca en un momento en que parecía que los padres estaban ausentes del relato, ahí es donde el dulce se vuelve agrio, genera climas y propone a la platea pensar en algo que no se esperaba. Mariano Galperín logra plantar la situación apoyándose en una sólida dirección de actores jóvenes (tarea difícil en nuestro medio), pero más que nada en una idea clara. Al término de “Dulce de leche” nadie podrá alegar haber visto un relato errático. Es un caso en el que deberá consultar la disponibilidad de horarios y salas. Esta vez puede que valga la pena.
Brillante documental testigo de una gesta, casi una quijotada contra la burocracia Este es uno de esos casos en los que poco importan los antecedentes. Los artistas son seres en constante búsqueda, y en ese camino van ampliando sus horizontes expresivos recorriendo otros andariveles en pos de un resultado. Dos casos emblemáticos, en comparación con sus filmografías anteriores, estrenados este año, serían Wim Wenders con “Pina 3D” y Werner Herzog con “La cueva de los sueños olvidados” (también en 3D). Ambos se abocaron al género documental (aunque éste último ya viene haciéndolo hace algún tiempo), pero con una profunda concepción e implementación de los nuevos elementos del cine. El día que Hollywood aprenda a usar el 3D así estaremos ante un nuevo paso a nivel industrial. Perdón, me fui por las ramas, pero viene bien para hablar de “El impenetrable”. Así se denominaba a la extensa y frondosa vegetación que abarcaba en tiempos inmemoriales a toda la zona que hoy va desde Chaco al Paraguay, conocida como Chaco Paraguayo. Si esa zona estuviera ahora como hace 500 años, pocos seres humanos se animarían a internarse allí. Quizás en esto resida su nombre y su leyenda. El cineasta Danièle Incalcaterra debe conocer muy bien esa parte de la historia y a lo mejor, sin querer queriendo, ha logrado un gran documental trazando un paralelo entre el mito creado por la propia naturaleza y el inventado por el hombre. El bosque casi no existe. Hoy, ese lugar devastado a fuerza de topadoras por los "grandes" terratenientes, es invulnerable para el hombre, pero no por su ya casi inexistente naturaleza sino por la burocracia y la corrupción del país vecino (algo parecido a lo que sucede con nuestra Patagonia). En el comienzo nos enteramos de todo. Danièle y su hermano son poseedores de una herencia no deseada de la que ellos mismos reniegan. Cinco mil hectáreas compradas por su padre en la época de la dictadura de Stroesner, cuando el Estado paraguayo remataba tierras al mejor postor. Cualquiera se hacía agropecuario en esa época. Ese pasado, contado en dos frases en off arriba del auto, se vuelve presente para que el espectador sienta en carne propia los avatares que sufre el protagonista para poder disponer de su propiedad. Incalcaterra se ha referido a este hecho expresando que su intención primera “era devolver esa tierra al pueblo Guaraní-Ñandeva, habitantes originarios de la llamada selva Impenetrable. Prontamente descubriría que mi propio espacio era inaccesible, impenetrable, debido al negocio de los latifundistas que habían revendido no sólo mi tierra heredada, sino miles y miles de quilómetros de monte virgen para su sobreexplotación. Casi, sin quererlo, me ví en medio de una cruzada contra grandes capitalistas, políticos y burócratas para tratar no sólo de recuperar lo que por derecho era mío, sino también para poder fundar “Arcadia” una reserva protegida para el futuro. Esta es la crónica de esa lucha. Esta es la crónica de una lucha por el futuro nuestro. En un sistema dominado por la economía, descubrí un espacio para una idea diferente de aquella que ve la tierra como un bien que se posee y se explota, donde las vidas humanas ya no tienen valor.” Aquí está la clave genial de “El impenetrable”. La espada y la pared. Danièle no quiere estas tierras, pero son suyas, y tampoco las quiere regalar. Todo lo que sucede a continuación, brillantemente documentado, es convidar a ser testigo de una gesta. Casi una quijotada contra los molinos de la burocracia. Es poco frecuente ver una obra autoreferencial que genere estos climas. Usualmente uno imagina un documental como algo con lo que se cruza haciendo zapping televisivo un domingo a la tarde, cuando ya no hay nada para ver. Lograr un interés inmediato por lo que sucede está más allá del tema per sé. Se impone entonces la forma, virtud fundamental de esta película, que por más de un motivo genera tensión, impotencia y repulsión por los aparatos prehistóricos (pero aún vigentes) del Estado. El realizador logra hacer del pasado un sufrido presente. Bien vale la pena buscarla el en cine. No se la pierda.
Extraña apuesta la de Dreamworks en esta parte del año. Estamos saliendo de Halloween (más para ellos que para nosotros) con tres productos para chicos que tuvieron buena suerte en la taquilla: “Frankenweenie”, “Paranormal” y “Hotel Transilvana”, de esta última ya se anunció una secuela para 2015. Sin embargo estamos comercialmente lejos de la navidad, considerando que la supervivencia exclusiva en cartelera para cualquier película no supera las tres semanas. Luego se puede ver todo on line , o conseguirlo en la boca del subte. Resulta más extraño todavía porque “El origen de los guardianes” tiene enormes puntos a favor, aún persiguiendo el estigma creativo de “Shrek” (2001). A partir de aquella genialidad cada estudio, tanto de animación como de ficción en carne y hueso, ha intentado mezclar personajes universales de todas las épocas. Ejemplos de suertes dispares serían “Van Helsing” (2004) o la anteriormente mencionada “Hotel Transilvana” (2012). Esto no tiene nada de malo si se lo sabe combinar detrás de una buena idea. “El origen de los guardianes”, basada en cuentos de William Joyce, lo hace muy bien. ¿La clave? Dos o tres personajes que conocemos todos, aggiornados de forma arbitraria pero conveniente para darle fuerza a la esencia de sus características. Bajo la premisa "hay que proteger a los chicos", la Luna (no habla ni nada, pero es un personaje más) elige a Jack Frost (para la mitología anglosajona europea es una suerte de Elfo solitario, con pocas pulgas y creador de la escarcha y la nieve en invierno) como nuevo miembro de la liga de los guardianes integrada por Papá Noel, el conejo de pascuas, Sandman, el mudo amo de los sueños, el Hada de los dientes -acá sería el Ratón Pérez- y otros más. Todo para combatir a Pitch Black, el villano que convierte todo en pesadillas. Mas allá de las diferencias culturales todo se entiende en pocos minutos, o sea que no hay preguntas flotando mientras transcurren los hechos. Lo cierto es que, ya sea con varios pasajes de comedia "clownesca" a-la-Chaplin (o a-la-Pepe Biondi, como prefiera) por parte de los duendes resignados de Papá Noel o de diálogos ingeniosos, “El origen de los Guardianes” se las arregla para instalar cómodamente una historia entretenida con una enorme dosis del buen cine de aventuras de antaño, sin dejar de respetar los códigos de lenguaje para chicos de ésta época. El doblaje en español es notable aunque el elenco en inglés es multiestelar (Alec Baldwin, Jude Law, Chris Pine y Hugh Jackman, entre otros) Es este sentido Dreamworks ha logrado algo que parecía muy difícil: Salirse de la Shrek-dependencia en términos de originalidad, para acercarse bastante a la inventiva de Pixar. Con un aditamento impensado hasta ahora: la estética. Peter Ramsey debuta como director pero tiene amplia experiencia como artista de storyboard en obras como “Hombres de Negro” (1997), “Inteligencia Artificial” (2001) y “Ladrón de Orquídeas” (2002). En esta disparidad de obras se explica una dirección de arte inusual para el cine de animación. Es como si estuviéramos ante una película de Pixar dirigida industrialmente por Tim Burton (si esto fuera posible). Para el caso hay una variante de la utilización del 3D. Puede verse en formato tradicional, pero algo de la profundidad de campo (sobre todo en las acciones que ocurren de noche en "exteriores") se distingue del resto de lo que hemos visto antes. Ahondar en el resto de la trama sería quitar sorpresa. En todo caso valores como la pertenencia al trabajo en equipo, la tolerancia y la ponderación de los actos nobles en pos de la nobleza de los buenos actos, bien subrayados en esta obra, de la cual uno espera que por única vez, llegue a muchos chicos y grandes, pero que la dejen ahí. Así está bien con “El origen de los guardianes”. Si usted quiere pruebe pensar una idea de secuela y verá que, ante semejante peligro, nada puede surgir más que ejemplos forzados de lo que ya de por sí (sin ser una obra maestra) está bien contado. Por una vez dejen que la fantasía perdure por años. Dejen vivir la leyenda por difícil que sea. Oblíguese Hollywood a pensar en otra cosa. Verán que la intención de proteger la fantasía universal de cada niño a posteriori es mucho más valiosa que descuartizar una idea en pedazos rentables. Vaya tranquilo con los chicos. Esta película es un buen entretenimiento que justifica el paseo.
Notable muestra de lectura política. sin discursos ideológicos (por lo menos no en los diálogos), Pierre Schoeller se mete en la vida de Bertrand Saint-Jean (Olivier Gourmet) como Ministro de Transporte...
Sabrá la historia de esta publicación, y luego la historia del cine comercial en la Argentina, la razón por la cual estoy hablando de la misma película tres meses después de haberla visto y corroborado su estreno en el Malba. Supongo que esta es la instancia en donde escribir sobre una película se transforma en una suerte de apostolado. Los espectadores de “Porfirio” (entre los cuales me incluyo) sabrán de qué hablo a la hora de pensar, analizar, necesitar, y reclamar un espacio para todas las obras cinematográficas. Un hecho real disparó esta realización. Un hombre discapacitado, harto de todo, decidió hacer justicia por mano propia. Porfirio llegó hasta las últimas consecuencias, sin embargo el director elige contar los antecedentes. Aquí es donde se encuentra el mayor atractivo de esta producción. No me voy a aventurar con los nuevos términos. Encasillar a una obra como “docu/ficción” es, para quién escribe, un acto de cobardía artística. Me cito: “o haces ficción, o hacés documental, flaco” Es decir: ante todo soy espectador. Si sirve tomar una historia real para establecer un punto de vista sobre… no sé… la gente, la idiosincrasia, la política social, o lo que sea, genial. Registrar con una cámara a gente, haciendo lo que hace la gente, no es necesariamente una construcción cinematográfica. Para colmo no puedo quitarle valor a la decisión. El hecho que se desencadenó en noticia existió. Punto. Esto que vemos son las instancias previas a ser noticia en los diarios con el aditamento del protagonista real. En todo caso hay una decisión de armar un contexto. Mostrar qué llevó a Porfirio a hacer lo que hizo, aunque los que nunca hayan escuchado o leído su periplo lo vean, no significa una identificación circunstancial. Es una historia más del hombre contra la burocracia, pero luego… ni las imágenes, ni los encuadres, ni los testimonios, ni nada parecido, nos acerca a la visión del artista. Como si uno tuviera que tomar la parte por el todo. “Porfirio” es la historia de cada uno con la burocracia, pero soy yo, en este caso, el que decide interpretar lo que vio. Tuve tiempo para hacerlo y escribir sobre ello. Usted es un posible espectador… Sinceramente no sé que decirle. Supongo que, sin quitarle valores a “Porfirio”, me gusta guiarme por instinto a la hora de pagar una entrada. Para mí… el arte es, entre otras cosas, una toma de decisión. “Porfirio” es “una puerta a…” El tiempo es suyo.
Otra cálida mirada de Sorín a las historias mínimas de las vivencias humanas Para los que nos gusta el cine clásico, el hecho que Carlos Sorín esté filmando ya supone un interés previo que genera expectativa. Un poco como les sucede a los fanáticos de la Saga Crepúsculo (2008-2012 QEPD), sólo que a mi no me da para ponerme una máscara de Alejandro Awada en la cola del cine. Será que todavía creo que una película me debe contar una historia y tener un armado coherente al hacerlo. Sencillo. Así es la obra de Sorín. Simple y bien hecha, pero ojo, no es fácil trazar bocetos humanos. No puede hacerse sin una profunda capacidad de observación de la gente y sus conflictos. En este caso, desde aquella genial “La película del Rey” (1985), vemos en este realizador una progresiva minimalización de sus personajes. Cercana a la perfección tanto en términos de construcción cinematográfica, como en el rubro actuaciones. Solemos ver poco cine que aborda estos retratos de manera tan minuciosa. Un ejemplo de este año podría ser “El extraño Sr. Horten” (2010), donde Bent Hammer también utiliza una gran actuación que se adueña de las situaciones, los sonidos, y sobre todo los silencios del texto cinematográfico. En una gran primera escena nos damos cuenta de que Marco (Alejandro Awada) llegó de Buenos Aires con la intención de salir del paisaje urbano. Ese que lo sumió en el alcohol, lo rescató, y ahora ofrece un escapismo a un paisaje nuevo para él. Gran detalle del guión: el trayecto ya está comenzado. Cientos de kilómetros se instalan en el inconsciente del espectador. Aquellos que viajaron muchas horas en soledad podrán dar cuenta de todo lo que se acumula en la mente cuando esto sucede. Marco empezó hace mucho el viaje a lo desconocido (en todo aspecto), con lo cual deberá congeniar si quiere conseguir el objetivo de volver a ver a su hija luego de varios años de silencio. Así comienza a cruzar su camino con personajes por los que parece bien dispuesto a dejarse llevar. Como si de alguna manera necesitara codearse con el costado más humano de la gente. Ese costado que quizás él mismo dejó de registrar. Ahora ve el mundo y a las personas desde otro lugar en su adultez. Sobrio, y por las dudas con barreras autoimpuestas para no perder el motivo principal: encontrar y solidificar los lazos perdidos. La sensación es que el título bien podría ser parte de una frase que él mismo se propuso: "Me voy unos..." aunque esto no ocurra (u ocurra a medias), porque en definitiva el viaje introspectivo ya consumado se exterioriza en la ruta y así es como se nos presenta. Tenemos mucho por descubrir en este tipo. “Días de pesca” no sería lo mismo sin el estupendo trabajo de Alejandro Awada. En su impronta y en sus gestos, magistralmente registrados por la cámara, es donde logra transmitir una conexión con la circunstancia de su personaje y con la vida real per sé. Cada gesto, por mínimo que sea, refleja estados de ánimo, genera climas y sobre todo sirven de pilar fundamental para contar lo que le pasa y anticipar lo que se viene. La elección de los no-actores por parte del director es acertadísima. Mochileros, instructor de pesca, entrenador de boxeo... Gente. A través de la filmografía de Sorín conocemos eso. Gente. Eventuales amigos o conocidos que hacemos en una reunión, en un bar o en el trabajo. Probablemente en cada uno de nosotros exista una historia para contar. Este gran realizador elige algunas y las cuenta llegando a una profundidad inusual en cualquier arte, apelando a su honestidad y rodeándose de grandes talentos como el del actor principal, la brillante participación de Victoria Almeida como la hija, y por supuesto de un director de fotografía que está varios escalones arriba de lo habitual; una dirección de arte realmente ocupada en que la Patagonia sea un personaje más (no fotos de postal): y, en este caso, una banda de sonido puesta en la dosis justa como para que uno quiera escuchar más. La melodía principal es la que se silba a la salida del cine y claramente identifica a “Días de pesca”. Las historias que vemos y escuchamos a lo largo de nuestra vida pueden llegarnos al corazón o pasarnos desapercibidas. En esto todo depende de cada espectador y su predisposición a abrirse con los sentidos. Desde la pantalla está todo bien hecho. Ahora falta usted.
Y tenía que suceder nomás. Llegó el final (?) de la saga Crepúsculo que comenzó en 2008 y en cuatro años recaudó miles de millones de dólares en todo el mundo, además de catapultar la carrera de varios de los intérpretes. Aquí tenemos la conclusión de los cuatro libros escritos. Recordemos que así como sucedió con el final de Harry Potter el último fue dividió en dos películas “Amanecer parte 2” retoma desde que Bella (Kristen Stewart) había quedado embarazada de Edward (Robert Pattinson) y ya convertida en vampiro. Durante los primeros 40 minutos todo es color de rosa, pues salvo por un episodio aislado chorrea miel de la pantalla. Las parejitas ya formadas anteriormente habitan todas juntas en unas lujosas cabañas en el bosque. Una suerte de comunidad hippie con mucha guita. Viven de la caza y de evitar la carne humana (no vaya a ser que se agoten los recursos naturales ¿no?). Se abrazan, se besan, se miran y hablan anhelando que llegue algún guionista. Mientras tanto, Bella ya es mamá la de Renesmee (si se le ocurre un nombre más horrible avise así dejo de reírme de este). Supongo que por razones de seguridad no le da de mamar a la cría, aunque esta no parece muy desesperada, lo cual le da tiempo a la madre para aprender a usar sus poderes junto al marido. Salta, corre rápido, hace alpinismo con las manos y genera un campo de fuerza protector (¡¿Qué?!) También está Jacob (el fachero e inexpresivo Chaning Tatum), el hombre lobo, siempre un poco enamorado de Bella. Para evitar la huida de la pareja tiene una escena patética en la que se saca la ropa para pasar de stripper con calzoncillo tipo boxer a lobo. Todo para informar al padre de la nena de algo que, en definitiva, nunca se le aclara. O sea que la acepte como es (sin saber como es). Un homenaje al ridículo. Al igual que las anteriores los diálogos están a la altura de la muñeca Barbie (en todo sentido) y varias de las imágenes están cercanas a publicidades de cosméticos, perfumes caros, desodorantes de ambiente tipo "flores del bosque" y, por supuesto, de pasta dental cada vez que alguien del elenco sonríe. ¿La intención narrativa de todo esto? Ejem... Sigo. Recién en el minuto 41 asoma algo parecido a un conflicto. También aparece el único actor serio de la saga. A cuenta de una vampiresa chismosa Aro (Michael Sheen) anuncia que el nacimiento de la niña híbrida supone un peligro (débilmente justificado en el guión) pero que moviliza al clan Volturi para ajusticiarla. Pasarán largos, larguisimos e interminables, minutos en donde los "buenos" van por el mundo reclutando testigos para evitar el infanticidio. Cada uno de los aliados es un estereotipo de la colección verano-invierno de cualquier revista de moda. Hasta hay un modelo Pocahontas y todo. En un momento son tantos personajes que el director se olvida o pierde de vista su presencia. Eso explica por qué cada tanto los va acercando a la cámara para que hablen como si estuviera haciendo ta-te-tí: Un rato del rubio estilo Thor, un poco de la indígena, luego los rusos, etc. Seguramente alguien de la producción le habrá recordado que para algo contrataron a los actores. Así el relato se hace denso, pesado, plagado de situaciones y diálogos de relleno. Hasta los amantes del pochoclo pueden encontrarse a sí mismos bostezando con la mano quieta adentro del balde.Todo gracias a dividir una novela en dos partes cuando apenas si se puede contar en una. No contento con esto Bill Condon (un realizador del montón, salvo por “Dioses y monstruos” (1998), y algunos minutos de “Dreamgirls” en 2006), hará caer las mandíbulas de varios al mejor estilo de los dibujos de Tex Avery con un final de resolución insólitamente vergonzoso que incita a la demanda judicial. Dijimos que hay vampiros. De sustos ni hablar. Las características de estos personajes van totalmente en contra de la mitología vampírica. Se reflejan en los espejos, viven de día, las cruces o el ajo ni fu ni fa... En “Amanecer parte 2”, por ejemplo, deben ser unos 40 chupasangres entre ambos clanes y sin embargo usted no verá un sólo colmillo en las dos horas de duración. Como en toda la saga el maquillaje y la dirección de fotografía jamás se ponen de acuerdo, y según el plano elegido veremos a todos cambiar el color de piel como si algo en el ambiente destiñera de pálido a piel y viceversa. La banda sonora es otra compilación de artistas del momento, aunque no haya una sola canción que justifique su presencia. Excepto una cuya letra subraya espantosamente lo que ya queda claro en imágenes. Más que cinematográficamente hemos de analizar este conjunto de producciones como un fenómeno cultural que caló profundo en un sector de la juventud que de alguna manera se siente representado. Por algo tiene el éxito que tiene, y esta vez no será la excepción. Desde hace rato están agotadas varias funciones antes del estreno en las grandes cadenas. Vampiros medio "emos” escuchan música entre pop y dark. A lo mejor en la literatura en la que se basa todo esto está la verdad, pero lo confieso que no pude tolerar más allá del quinto capítulo del primero. Intentarlo, lo intenté Al parecer a Stephenie Meyer, la autora de los libros, nunca le importaron los vampiros más que para establecerlos como ejemplo de tribu urbana de jóvenes autoexcluidos. Pero a su vez, los jóvenes de su discurso son perfectos, lindos, bien vestidos, de clase alta, con muy buenos modales, etc. No hay lugar para otras clases sociales con lo cual sólo podemos suponer que no existen para la autora. En ese contexto hay una historia de amor "como las de antes" que por definición sufre de originalidad pero factura mucha plata.