Obra polémica que debe afrontar por igual a defensores y detractores Tenemos una tendencia natural a comparar lo que leemos contra las adaptaciones en formato cinematográfico. Quizás los autores más bastardeados por guionistas en este sentido sean Agatha Christie y Stephen King. ¿Cuando una pieza literaria está bien o mal adaptada a la pantalla? ¿Debe ser literal a los hechos que se narran? Si fuera así, hay casos fallidos como “El código Da Vinci” (2006), por ejemplo. ¿Dónde está la visión del artista? Si Alexander Sokurov hubiera apelado a la mera fidelidad con su “Fausto” (2011), ¿habríamos tenido la fabulosa chance de su mirada sobre lo escrito por Goethe hace siglos? En las respuestas a estas preguntas encontraremos las diferencias existentes cuando el guión de una película esta adaptado, basado en... o simplemente es una versión libre de... Los hermanos Lana y Andy Wachowski tomaron contacto con “Cloud Atlas” (2004) de David Mitchell cuando estaban produciendo “V, de Venganza” (2005). De hecho, Natalie Portman les entregó la novela y desde entonces han re-escrito varias veces el guión hasta llegar a la decisión final. Originalmente el libro narra cinco historias ubicadas aproximadamente en los años 1850, 1931, 1973, el presente y 2144 (no son relevantes los números exactos). Las pequeñas narraciones no concluyen hasta que se lee la sexta historia (en dos mil trescientos y pico) y cierra todas las anteriores volviendo al principio. ¿Por qué al principio? Por el concepto de causa y consecuencia. "Nuestras vidas no nos pertenecen. Estamos unidos unos a otros y en cada acto criminal o de bondad, construimos el futuro", afirma el libro. De la frase anterior se desprenden tres palabras bien presentes en la filmografía de los hermanos Wachowski: libertad, fraternidad y revolución. “Matriz” (1999) se trataba de eso, entre tantos otros temas, al punto de ser material ilustrativo en varias carreras académicas. Después la saga se convirtió en otra cosa, pero el concepto del ser humano liberándose del yugo estaba. En esa obra maestra las máquinas (el sistema capitalista) conectaban al ser humano al mundo sin que éste se de cuenta, mientras licuaba su bio-electricidad para seguir auto-alimentándose. El sistema devorándose a sus propios contribuyentes. En ese contexto, alguien se convertiría en líder de la revolución. Ambos creadores decidieron convocar al amigo Tom Tykwer (el director de “Corre Lola, corre”, 1998) para escribir el guión de “Cloud Atlas: la red invisible”. La premisa fue desarmar el mosaico cronológico y convertirlo en un rompecabezas vertiginoso. Imagine el lector una construcción cinematográfica que cuenta seis historias en forma paralela. Nobleza obliga, otorguémosle el adjetivo de ambicioso a semejante proyecto. Sucede que en el subtexto de la novela yace aquello que despierta el interés de estos artistas, al punto de querer volverlo literal a partir de un eje adicional a lo mencionado anteriormente: la reencarnación. Es mucho. Mucho y difícil. Pero lejos de la pretenciosidad y el preciosismo los tres realizadores logran construir una piedra basal. Un ABC o, si se quiere, una introducción sencilla a temas complejos para que cada espectador decida profundizarlo o no según su interés. "Orden y progreso"; Sistemas económicos, dependencia de los regímenes, libertad (política, sexual, económica, etc), ecología y análisis sociológico e histórico (en tanto los errores se repiten a lo largo de la historia); son sólo algunos de los sólidos mensajes a leer entre líneas porque son varios siglos en los que se desarrolla la trama. Una vez más hay un prodigio de rubros técnicos. Maquillaje, vestuario, fotografía, dirección de arte, efectos visuales y efectos especiales. Ojo, todo al servicio de contar la historia, y no a lo inverso. De hecho sorprende ver en los créditos finales que cada director se ocupó de segmentos distintos, y aún así hay una idea homogénea en toda la obra. Tratar de contar de qué se trata “Cloud Atlas: la red invisible”, sería una trampa mortal para cualquier amante del cine. Le digo dos razones: Una: El arte está para ser percibido e interpretado, no explicado. Dos: Nada mejor que encontrarse con artistas que proponen algo. Distinto. Desafiante. A partir de ello puede gustar o no, pero no pasa desapercibido. En todo caso podemos dar pistas para calmar la ansiedad. Una, sería dejarse llevar por el prodigioso montaje. Al final todo va a tener explicación a pesar de la innumerable cantidad de saltos temporales, y cada causa y consecuencia va a cerrar al final sin dejar un solo cabo suelto. En otras palabras: luego de los primeros diez minutos su primera sensación e impulso puede ser estar perdido y tratar de elucubrar. De darle sentido a todo, pero los directores dan a entender que es mejor no intentarlo. Todo va a ir desarrollándose sin prisa y sin pausa. Por esta razón no trate de llevar esto al raciocinio inmediato. Otra pista que ayuda a tejer la obra es que los actores principales (Tom Hanks, Halle Berry, Hugo Weaving, Jim Broadbent, James Darcy -fenomenal-, y Hugh Grant) encarnan al menos cinco personajes. Los vemos reencarnarse (en todo sentido) en cada segmento histórico, lo cual no sólo ayuda a subrayar el concepto de la reencarnación; sino a amigarse con el de causalidad. Es más, no necesariamente el bueno es siempre bueno, ni la mujer siempre mujer, ni el hombre siempre hombre. Una perla lujosa: La comparación de una creación musical en pentagrama con la historia del hombre hecha matemática. Por último, habrá defensores y detractores de esta película. Estos últimos lo harán con saña. Justamente la división de opiniones será el motivo principal para ir a verla. Todo tendrá respuestas. Disfrute el viaje.
Algo de nostalgia para los treintañeros y entretenimiento genuino para sus hijos Los choques generacionales tienen muchas formas en la cinematografía y han servido, entre otras cosas, para ayudar a la famosa dicotomía entre pasado y presente, a la que toda generación se enfrenta con la siguiente frase: “todo tiempo pasado fue mejor”. Claro, cuando uno protagonizó el pasado y vive el presente, el contraste funciona mejor. Lo demás es leyenda. “Ralph el demoledor” está levemente teñida de esta impronta, y además toma la posta que dejó “Shrek” (2001) al reunir a varios personajes conocidos (o reconocibles por todos) y construir un mundo en el que giran alrededor de un protagonista. En este caso se abordó el mundo de los videojuegos de hace treinta años, con los de mayor tecnología. Un golazo de media cancha con la marca registrada de John Lasseter, ahora como cabeza creativa de toda la Disney animada, incluyendo Pixar. Todo comienza con una sesión de terapia grupal en la que Ralph nos cuenta que su “trabajo” como villano de un juego en el que debe demoler un edificio ya no lo satisface. Viene haciendo lo mismo desde hace treinta años y no obtiene reconocimiento alguno. Todos los laureles se los lleva Sam, el héroe que con un martillo mágico arregla todo lo que se rompe, para luego llevarse la medalla heroica. En esta terapia participan todos los de su misma condición. Desde un zombie al fantasmita del Pac Man. Básicamente Ralph no quiere renunciar a su rutina, sino que se lo reconozca como parte necesaria y fundamental del juego. Una de las cosas más interesantes que plantea el talentosísimo Rich Moore (director de las mejores temporadas de Los Simpsons) son los lugares en donde transcurre la acción desdoblando el espacio-tiempo. Por un lado, está el local de videojuegos donde están todas estas máquinas. Por el otro, el detrás de la pantalla. El lugar virtual en donde todos los personajes cobran vida cuando todos los chicos se fueron y el local cierra. A esto le podemos agregar una mirada contundente sobre las modas y los olvidos, pues el miedo mayor de todos es que los chicos jueguen pocas fichas y queden apagados para siempre. Para aquellos de 30 años para arriba hay lugar para la nostalgia con la aparición de aquellos jueguitos que tantas fichas costaron hasta “ganarles” (hasta hay un cameo del Atari), y para los más chicos un entretenimiento asegurado con el vértigo y humor a los que ya estamos exigentemente acostumbrados. Uno de los tanques del año.
Pocas figuras en la historia tienen una trascendencia que excede a sus logros. Van más allá de sus propios sueños, convicciones, expresiones, y se transforman en íconos culturales inermes al paso del tiempo. Se impregnan en el inconsciente colectivo, aún en aquellos ignotos en la materia para los que, un simple nombre, resulta someramente familiar. Se hacen presentes en todos lados y de todas las formas. Mochilas, remeras, graffitis, posters, pines, tatuajes... Resuenan todo el tiempo como hijos adoptivos de cada generación. Por eso son pocos. El Che Guevara, Marilyn Monroe, Jim Morrison (el líder de The Doors)... y no muchos más a ese nivel de representatividad, más allá de los idiomas, los países y las clases sociales. Bob Marley es, sin dudas, una de esas figuras. Se escriben ensayos, libros, artículos periodísticos, y nada del análisis parece ser capaz de abarcar el mito. Con este contexto se estrena “Marley”. Uno pensaría que hay que ser realmente un pésimo realizador para equivocarse con semejante material, por lo tanto, quedarse en las convenciones del género documental puede ser un buen camino para no caer en lo pretencioso. Se requieren las dos o tres preguntas fundamentales para cualquier documentalista, y mucha investigación. Kevin McDonald, el director de “El último rey de Escocia” (2010), hizo bien los deberes. Viajó, filmó Jamaica, entrevistó a cuanta persona tuvo contacto con Bob (desde familiares a amigos, pasando por productores y músicos), reunió material de archivo inédito hasta esta producción, y sobre todo tomó una decisión clave para su abordaje: mostrar que parte del mito se construyó por su condición de mestizo. Se puede estar de acuerdo o no; pero sin dudas ofrece una mirada que va mucho mas allá del marketing. En todo caso todo el contenido político de la discografía tiene grandes momentos de redención y reivindicación en este documental. Cada persona que pasa ante la cámara brindando su testimonio colabora con el logrado objetivo final: desmitificar la leyenda y a la vez mitificar al hombre, ergo, todos los espectadores están incluidos. Los fanáticos de su música lo conocerán mucho más y los que no sepan sólo su nombre saldrán de la sala con ansias de conocer su obra. “Marley” ofrece las piezas que faltan del rompecabezas a partir de un buen nivel técnico y sin más intenciones que exponer todo lo que se puede saber. El resto seguirá siendo lo que es a medida que pasan los años: una leyenda. Esta realización alcanza para entender que Bob Marley es (como decía La Bersuit en la gran canción "Murguita del Sur") un muerto que no para de nacer.
Todas las generaciones cuando chicos hemos tenido las figuras infantiles que forman parte del arcón de los recuerdos. Para algunos será Piluso, para otros el Pato Carret o Carlitos Balá… La segunda década del siglo XXI tendrá seguramente un lugar en el corazón para Piñón Fijo, el payaso cuyo amor por la música es el motor impulsor de su personaje y el del resto de la compañía. Canciones simples y letras con mensajes de valores genuinos. Como sucedió con todos los antecesores, el producto exitoso de TV tiene su versión cinematográfica (un poco tarde si se quiere) y se estrenó el último jueves del año 2012. Convenientemente, una semana antes de “Ralph, el demoledor” que abre 2013 con todas las de ganar. Los atributos de “Piñón Fijo y la magia de la música” deben encontrarse en la fidelidad a los personajes de la TV, un guión simple para una historia con la duración justa y, por supuesto, la buena calidad de las canciones que por suerte están lejos de tratar a los chicos como tontitos adorables. El grillo Cri-Cri entra al camarín de Piñón Fijo para pedirle ayuda. Hay un Cuis intentando monopolizar la música de las sierras con una sola canción. Claro, para lidiar con todos estos bichos Piñón deberá reducir su tamaño y así (bien al estilo del Chapulín Colorado y su pastilla de chiquitolina) dará comienzo a la aventura. Todo envuelto para regalo de los fanáticos. Cada situación desembocará en alguna canción alegórica, no faltará el humor de la mano del payaso de su inefable compañero “Cabrito” que sigue de tamaño normal buscándolo por todas las sierras cordobesas. “Piñón Fijo y la magia de la música” está apuntando a los fanáticos, y allí es donde encuentra la inteligencia de sus hacedores. Desde el punto de vista técnico se puede achacar fallas de dirección a la hora de sincronizar voces y ejes de miradas. Incluso hay una irritante falta de timing para editar los diálogos, pero este tipo de observaciones probablemente escapen a los más chicos quienes se llevarán del cine lo que fueron a buscar. Si ellos están contentos vale la pena, sobre todo porque el hombre detrás de Piñon Fijo es un artista en serio.
“Tengo ganas de ti” es la segunda parte de “Tres metros sobre el cielo” (2010), no estrenada en nuestro país (aunque me encuentro entre los que la vimos en DVD), dos “novelejas” de un autor italiano que no ha de negársele su sentido del olfato para facturar. Anduvo tan bien que en España hicieron su versión, así hay dos idiomas en los cuales la podemos sufrir. Había una publicidad de chocolate Tofi en la que se veía a varias parejas en la playa con atardeceres sonrosados, sonriendo y tomándose de la mano. “Todo puede ser mejor / si sabemos dar / lo que llevamos dentro” rezaba el jingle, y cortaba a un plano detalle del dulce de leche saliendo del bocado de chocolate. Así de superficial y de mensaje rápido es esta producción española que inexplicablemente se estrena en Argentina. Que haya tenido éxito allá se debe muy probablemente a que ambos protagonistas, Mario Casas y Clara Lago son archi-populares, allá, y da la sensación que hagan lo que hagan el público los va a responder positivamente. Un poco lo que sucede con la saga Crepúsculo, pero sin la base de maquillaje pálido de vampiros-emo Con esta estética (y las de propagandas de jeans, dentífricos, perfumes baratos, desodorantes y bronceadores) es con la que el director Fernando González Molina (culpable también de la anterior) pretende dibujar el mundo de los actuales “veinteañeros” y sus conflictos, chorreando tanta miel de la pantalla que se hace muy difícil correr hacia la salida de la sala. Mario Casas encarna a Hache, un cheto que “tuerce la boca y se arregla el pelito”, como decía Luca Prodan. Está volviendo de Inglaterra luego de haber permanecido en ese país durante un tiempo, debiendo re-adaptarse a Madrid. En el código planteado sería: volver a vivir de noche, chupar y levantar minas, pero sucumbir y conquistar a una sola, mientras el espectador se pregunta como llega a fin de mes. Conoce a Gin (Clara Lago), una de esas pibas con personalidad de reality show, con la cual mantendrá los diálogos menos creíbles de la historia reciente. Habrá un “conflicto” al estilo Corin Tellado, que se resolverá eventualmente confirmando lo que ya se sabía desde el minuto 8. O sea, habrá otros 114 para demostrar que si uno tuviera más tiempo de analizar lo que sucede en una propaganda, concluiría que esta película del mismo tenor debería durar de 38 a 45 segundos (títulos y créditos incluidos) Las comedias y dramas de temática romántica tienen excelentes ejemplos del buen uso de los contextos socio-económico-políticos para contar historias de amor y para utilizar la dosis justa de melodrama (elemento necesario para este estilo). No reniego de eso, sino del cinismo y la superficialidad con los cuales se pretende hablar y mostrar a la juventud. También es verdad que si hay quienes venden espejitos de colores, es porque hay consumidores dispuestos a comprarlos. Los mismos que dentro de unos años, en una reunión exclamarán: “¿Cómo me podía gustar esa idiotez”?
Con el estreno de “Los ilegales” Hollywood comete un acto de retorno a las fuentes, algo poco usual en tiempos de secuelas y rescate de personajes de historietas o video juegos. Están algo oxidadas las ideas, pero de alguna manera funcionan. En la primera escena tres hermanos juguetean a pegarle un tiro en la cabeza a un cerdo. La tarea es asignada al menor quien no se anima a apretar el gatillo hasta que el mayor se ocupa del asunto. Música (excelente banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis). Títulos. Mientras esto sucede, una voz en off nos ubica en tiempo y lugar: Condado de Franklin, Virginia, en los años 20. Época de la depresión y de la ley seca. Todo está bastante difícil, pero los hermanos Bondurant, Jack (Shia LeBeouf), Howard (Jason Clarke) y Forrest (Tom Hardy) siguen viviendo de destilar y vender alcohol elaborado en los famosos alambiques clandestinos. Claro, la ley está de acuerdo… por una pequeña comisión. Todo va bien en el bar, salvo sacar algún borracho. Se produce entonces la llegada del agente federal, Charlie Rakes (Guy Pearce). El hombre de modos estrafalarios (a lo Johnny Depp en la saga de Piratas del Caribbe) y métodos poco ortodoxos, está dispuesto a terminar con el contrabando, salvo que haya otra pequeña comisión. En medio de todo esto, el famoso gangster Floyd Banner (Gary Oldman) llega al pueblito, ametralla un auto, a sus integrantes, y se va de lo más campante (condición que, como personaje, mantendrá hasta el final, junto con otros cabos del guión). Hecha la prohibición, hecha la violencia. Máxime si se trata de vicios. Con el tiempo el enfrentamiento entre la ley corrupta y los montañeses va creciendo en intensidad, no así en solidez narrativa. Los personajes se mueven en autos dentro de un marco geográfico realmente pequeño. Uno se pregunta qué les impide hacer 15 cuadras para luego matarse a piñas o a balazos, sin embargo el espectador nunca tiene una respuesta clara de por qué todo demora varios días. Es como esa sensación de ansiedad provocada por ver cuatro cajeros en un banco pero sólo uno atendiendo. Análogamente, “Los ilegales” decae en ritmo en algunos pasajes, repitiendo la misma fórmula cada 10 ó 12 minutos. Rakes amenaza a los hermanos, estos responden, alguien se lastima, y todo vuelve a empezar. De todas maneras estamos ante un producto bien alineado en el relato clásico estadounidense, con una realización técnica impecable. Sobre todo respecto de la música y la fotografía (con destellos sepia). También el elenco ofrece solidez interpretativa, aún cuando algunos deben luchar contra un guión que les impide crecer. Vista en su conjunto la realización de John Hillcoat (con guión de N. Cave en una historia de la que es autor), presentada en Cannes este año, nos resulta un buen entretenimiento, aunque no pasa de eso.
¿Recuerda aquellos primeros minutos de “El discurso del rey” (2010)? Allí veíamos a la familia real escandalizada porque el sucesor del Rey Eduardo VIII abdica en favor de su hermano tartamudo para irse con la mujer que amaba. Bien, “El romance del siglo” es como echar una mirada desde el punto de vista del escándalo, sólo que de manera un poco menos tradicional que la ganadora del Oscar. Veamos: Madonna ha sido, y es, una transgresora en todos los ámbitos y escenarios en donde se ha movido. No una transgresora como algunas “vedetongas” de nuestro medio; sino una verdadera pionera de la liberación sexual, expresiva, religiosa y, por qué no, política. En sus discos y sus videos podemos ver fácilmente como el mito se ha ido transformando, facturando millones y marcando muchas de las tendencias que vemos en las “artistejas” pasajeras que visitan el ranking de las radios un par de veces y luego no saben como reinventarse para mantener satisfecha a la gran bestia pop. Dos o tres mujeres de la historia le quitaban el sueño a la cantante. Evita, Marilyn Monroe (a quien homenajeó en los Oscar con la canción de “Dick Tracy” en 1993), y Wallis Simpson. Con la primera se sacó las ganas en 1995 en la versión cinematográfica de Alan Parker, la tercera la encuentra en un momento de su carrera en la que prácticamente puede hacer lo que se le de la gana. Por ejemplo, poner la guita para hacer esta película. Uno que ha seguido de cerca la carrera de la diva entiende por qué estas mujeres la obsesionan: todas han traspasado barreras en un mundo machista, o al menos lo han intentado marcando precedentes. En 1928, Wallis Simpson (Andrea Riseborough) era "una cualquiera" (según la alta sociedad de la época) que entró en la vida del príncipe Eduardo a costa de meterse en donde debía. En 1998, Wally Winthorp (Abbie Cornish) anda cómoda y paseando por Sothesby en Nueva York, hipnotizada por una pronta subasta de los objetos y joyas que pertenecieron a Simpson. “El romance del siglo” intenta trazar un paralelo entre estas dos vidas, misión cuyo resultado fallido dispar atenta contra el alma de la obra más que respecto de la carcaza. Porque desde el punto de vista técnico y visual Madonna ha logrado una cabal demostración de minuciosidad en la hegemonía de la fotografía, una dirección de arte casi siempre bien acompañada de la música (en la que no interviene) y un montaje pausado que encuentra buenos momentos entre los saltos de tiempo. No son en esos aspectos donde reside la falla, sino en el tenue punto de contacto entre una historia y la otra. La debilidad de la conexión entre una mujer condenada y juzgada por la sociedad y otra que sufre el abandono y la violencia doméstica de su marido hace más difícil el compromiso del espectador con ambos destinos. Un vacío de humanidad, como si los bellos pero escuetos momentos filmados a lo "videoclip de tema “lento", fueran el único vehículo por el que transitan las emociones. De todos modos, nobleza obliga, se cuentan dos historias y todo está bien filmado. Con más puntos a favor que en contra, uno se queda con las ganas de decir que esta película correcta podría haber sido mucho mejor.
Estamos siendo testigos presenciales de un verdadero clásico Que las peleas entre New Line Cinema y Peter Jackson, que la operación de úlcera, que Guillermo del Toro iba a dirigir y se bajó por todos los líos legales, que el sindicato, que Christopher Lee e Ian Holm filmaban en Londres por problemas de salud… Miles de problemas pero… Finalmente llegó la primera parte de la tan anunciada y esperada saga de “El Hobbit”. Las otras tienen fecha de estreno para diciembre de 2013 y Julio de 2014. También son producciones de la Wingnut y están realizadas por Peter Jackson, el neocelandés detrás de la saga de El señor de los anillos. El comienzo de la trilogía se llama “El Hobbit: Un viaje inesperado”. En la primera escena el director nos relaciona con lo visto antes en “El señor de los anillos: la comunidad del anillo”. Todo arranca minutos previos a aquel principio en 2001 con Froddo (Elijah Wood) y Bilbo Bolsón (Ian Holm) en la casa de la comarca esperando por el cumpleaños de éste último mientras se pone a escribir sus aventuras pasadas. Propios y extraños asistimos a una narración donde se nos cuenta como el reino de los "Enanos" cayó en manos del dragón Smaug. La voz en off nos va pasando por años de mil batallas y nombres legendarios hasta llegar al momento en que Bilbo joven conoce a Gandalf (Ian McKellen), una mañana en la que recibirá a muchos e inesperados visitantes. Entre ellos Thórin (Richard Armitage), el "enano" que erigido líder intenta recuperar, junto a sus fieles guerreros, la montaña solitaria. A diferencia de todas las anteriores, “El Hobbit” resulta más directo en su relato pues, salvo en una secuencia, no hay lugar para el montaje paralelo que contaba tres y hasta cuatro historias a la vez. Sin embargo hay dos personajes que son los pilares fundamentales de esta parte: la versión joven de Bilbo (Martin Freeman) y Thórin, ambos con Gandalf funcionando como el nexo y a la vez catalizador de todos los hechos. En el mago es donde siempre centramos nuestra atención como si quisiéramos adivinar qué está pensando. Él tiene la información y la dosifica. Por supuesto que prevalecen la grandilocuencia de los efectos especiales (siempre al servicio de contar la historia); el desarrollo de los personajes que siempre van creciendo durante la acción dramática y, desde ya, la forma narrativa clásica del Hollywood de antaño. Para los fanáticos, y no tanto, también será una oportunidad para reencontrarse con parte del viejo elenco encarnando los mismos personajes que traerán algunas respuestas sobre la saga anterior. Por caso están Galadriel (Cate Blanchett), Elrond (Hugo Weaving), Saruman (Christopher Lee) y, por supuesto, Gollum, cuya voz es de Andy Serkis, quien vuelve a componer un trabajo extraordinario al servicio de la tecnología pues ninguna de estas producciones sería lo mismo sin él. En cuanto a los nuevos personajes, digamos que la injerencia de cada uno todavía está por descubrirse, pero es de destacar el trabajo de Martin Freeman como Bilbo de joven. Todo lo que vemos brillar de él en la trilogía anterior se ha producido por un cambio que va de "bicho de comarca" al hobbit entregado a la aventura. Como ocurría antes, la obra y el accionar de sus protagonistas están muy bien teñidos de los valores presentes en toda la bibliografía de Tolkien: amistad, fidelidad, defensa de los actos nobles, la inclusión y el trabajo en equipo y, en este caso en particular, podríamos agregar las consecuencias de la codicia y el sentido de la pertenencia a algún lugar. Se habla de "hogar" en El Hobbit y la defensa a ultranza del terruño a donde uno pertenece. Lo bien que hacen el trío de guionistas Philippa Boyens, Fran Walsh y Peter Jackson (a quienes se suma Guillermo del Toro, hombre que en algún momento sonó como el posible director). El rescate de estos valores en una película de este género es uno de los pilares en donde se apoyó la multi-premiación que recibió “El señor de los anillos: El retorno del rey” (2003). Once Oscar de once nominaciones. Todo un récord. En cuanto a la dirección, Peter Jackson es un artista muy inteligente. Ya maneja de taquito los relatos extensos, pero además sabe de memoria lo que esperan los fanáticos y así ha creado un universo cinematográfico alrededor de la Tierra Media que se auto-alimenta. Al igual que Star Wars poco importa ya lo que digan los críticos o los espectadores de otro tipo de cine. Este tríptico y el anterior se amalgaman perfectamente y conviven sin problemas. En cuestión de segundos somos transportados al mundo que ya conocemos, primero con la banda de sonido de Howard Shore (un clásico) y luego con la estética. Si en aquel éxito de principios de la década pasada los fanáticos "cuestionaban" algunas omisiones, nadie podrá quejarse de la literalidad de esta entrega. Incluso se agrega un personaje que no está en el libro (sí, en el apéndice creado por el autor de los libros que describe a todos). Se trata de Azog, un Orco que va en busca de venganza. Por otro lado, si usted jamás vio ninguna y tiene ganas de comenzar, sugiero hacerlo en el cine con “El Hobbit: Un viaje inesperado”, esperar las otras (total si esperó tanto tiempo, un año más…) y luego continuar en casa con el resto. Porque ya es parte de rica la historia de la cinematografía, porque responde perfectamente a las expectativas, pero en especial porque es cine de gran producción cuya calidad va a la par. Estamos siendo testigos presenciales de un verdadero clásico. Imperdible.
En el marco de las comedias estadounidenses del último tiempo “Despedida de soltera” se inscribe claramente del lado de aquellas que a partir de un humor ácido, negro, literal y a veces soez y escatológico, intentan poner su mirada sobre el mundo femenino (en este caso) y sus tribulaciones. El problema es cuando los recursos humorísticos abusan de su propia efectividad, en un exceso de auto-confianza que lleva todo de la posible risa al mal gusto y, por qué no, a la discriminación. A esta altura pensar que alguien puede reírse de otra persona porque es gorda es, además de ingenuo, anacrónico y fuera de lugar. Lejos de instalar una moralina en este texto, intento explicar la inutilidad de mofarse de esa condición. Es como hacer chistes de putos. Si sucede en una película, la burla por la burla misma en estos tiempos me genera la sensación de que me están tomando el pelo. Distinto sería que el humor gire en torno a esas características para establecer puntos más profundos. Pero no. Este no es el caso. Según el argumento de esta producción Becky (Rebel Wilson) es gorda. Bien gorda y fea. Así hablan de ella sus mejores amigas. Un trío de estúpidas que chupan, fuman y se dan pases de cocaína cada vez que aparecen en pantalla. Regan (Kristen Dunst), Gena (Lizzie Caplan) y Katie (Isla Fisher) no pueden creer que su amiga se case primero siendo tan gorda, fea (¿ya lo dije?, perdón es que se repite tantas veces en la película que me mareo) y tras cartón con un novio muy pintón que para colmo la quiere. ¿Cómo puede ser?, se preguntan ellas y el guionista. Nada mejor que un par de pases de merca para olvidarse de todo, organizarle a Becky una despedida en donde le hacen sentir su condición y de paso, rato después, romperle el vestido de novia y arreglarlo sin que esta se entere. La cantidad de sandeces que suceden luego potencian lo dicho en el primer párrafo, sin justificar en lo más mínimo por qué. O sea, sin subtexto, con lo cual la burla se transforma en discurso. Las actuaciones, la banda sonora, el timing y la realización en general cumplen con la función de aportarle corrección al género. En definitiva, la dirección y el guión de Leslye Headland pasan por otro lado. Es cierto, hay público para esta comedia al que probablemente no le interese todo este tipo de cuestiones. Uno tiende a creer que en ese par de escenas donde el espectador pasa de incómodo a compasivo hacia Becky, es donde se va a detectar la idea de que nadie puede escudarse detrás del humor para decir o hacer cualquier cosa.
Vamos a tratar de no confundir los tantos, así es más fácil decodificar la obra a la que nos referimos. “Mátalos suavemente” aborda los gángsters modernos. Mafia. Vemos la estructura de la organización, las jerarquías y hasta quienes actúan al margen de esta. Por ejemplo Johnny (Vincent Curatola) y Russell (Ben Mendelshon). A estos dos tarambanas se les ocurre la “brillante” idea de asaltar un garito. Un antro regenteado por Markie (Ray Liotta) donde “los muchachos” juegan al poker. Algo tan estúpido como un mosquito yendo a robarle sangre a Drácula. El tema es que Markie, con anterioridad, había fraguado un auto-robo, y este episodio provoca una ruptura en la organización. Aquí es donde entra Jackie (Brad Pitt), quien tiene varias charlas previas en el auto con el Conductor (Richard Jenkins). El tipo de conversaciones, muy jugosas, que, uno imagina, tendrían dos tipos antes de pasar a la acción, en las que prima el sentido común y el razonamiento en lugar del impulso. En efecto, Jackie tiene la misión de arreglar las cosas para que todo vuelva a funcionar normalmente. “Me gusta matarlos suavemente”, dice. Hay un factor tan interesante como confuso en este texto cinematográfico. No porque no se lo entienda; sino porque se mezcla tanto en la acción que por momentos pareciera querer imponerse en desmedro de la trama. Esta circunstancia es coherente en la filmografía de Andrew Dominio, lo que es observable en “Chopper” (2000) y en “El asesinato de Jesse James por el cobarde de Robert Ford” (2007). En ambos casos había una necesidad de mostrar claramente el mundo donde viven sus criaturas y como los afecta. Dominik, como guionista y realizador, elige un momento específico de la historia para emplazar su guión: el contexto socio-económico-político reinante en Estados Unidos en 2008. Post huracán Katrina (estamos en Nueva Orleáns) y antes de las elecciones ganadas por Barak Obama, cuando la crisis institucional hacía prever la decadencia, y caída, del capitalismo, por consiguiente también del imperio estadounidense. Más que la música, los discursos de campaña y las noticias sobre la debacle financiera funcionan como la verdadera banda de sonido. Es lo que subraya casi todas las acciones y las imágenes. En especial aquellas mostrando una ciudad (y una sociedad) devastada. El realizador tiene la precisión de un bisturí para delinear a sus personajes, sin embargo este contexto del que hablamos nunca deja de estar presente. Por esta razón, está clara su preferencia a tomar distancia de la gente que pasa ante su cámara. Se convierte en observador de su propia obra y en esa tesitura es donde logra también poner al espectador. “Mátalos suavemente” también tiene una gran dosis de preciosa sutileza para filmar escenas de violencia. Esa belleza que solía encontrar John Woo contrasta con otras cuyo diseño de sonido les da un realismo apabullante, como los golpes en la cara por ejemplo. Se trata de uno de los sólidos estrenos de este año, que puede emparentarse con el cine de Tarantino. Sólo emparentarlo porque Domink ya tiene una personalidad de esas que hacen esperar ansiosamente su próxima propuesta.