La poesía es de todos los géneros literarios el que demanda del lector una predisposición distinta para poder apreciarla. Más sensibilidad, mayor apertura mental y espiritual. Uno debe entrar en un estado de disponibilidad absoluta para poder conectarse con esas palabras que, detrás de una mayor profundidad del uso de las palabras, también esconden sentimientos, y acaso una historia. “La casa”, la realización de Gustavo Fontán, tiene todo para convertirse en poesía cinematográfica. Por su extraordinaria fotografía, por un diseño de sonido superlativo, que hasta en los silencios cuenta cosas, y en especial por la meticulosa búsqueda de imágenes en cuya sutileza reside una asombrosa contundencia. Después de “El Arbol” (2005) y “Elegía de Abril” (2008), las dos obras anteriores de Fontán que conforman la trilogía de “esta casa” de Banfield, llegamos a una instancia donde la casa está siendo preparada para ser demolida. A través de imágenes bellísimas el espectador podrá (si está dispuesto) a descubrir parte de la historia de ese lugar en sí mismo. Sombras, reflejos, ecos de risas y emociones de quienes alguna vez la habitaron. Por otro lado, “La casa” puede verse sin haber sin conocer las anteriores; pero queda como un tercio de rompecabezas armado: se puede ver una parte, el resto hay que imaginarlo. En este punto es donde el espectador debe comprender que será él quien deba construir todo el contexto, la historia o una posible narración. Aquí es donde podemos preguntarnos si cinematográficamente está acorde con una estructura que se pueda analizar. La respuesta es NO. Si usted va buscando una historia clásica, lo espera un enorme concierto de bostezos. Como expresaba al comienzo de esta crítica, la poesía requiere de un esfuerzo mayor para apreciarla y decodificarla con la propia subjetividad de cada uno. Si está en onda la recompensa puede ser reveladora y tremendamente movilizadora. Lo mismo sucede con esta obra
La situación es la siguiente: Karla (Valeria Bertuccelli) y Ricky (Juan Minujín) están en el auto en algún lugar casi selvático de Misiones. Tienen mucha plata y un tipo en el baúl del vehículo. Ahora hay que decidir qué hacer con todo esto para salirse con la suya y disfrutar el botín. Luego, un cadáver, una especie de hostería atendida por Charly (Martín Piroyanski), y Rolo, un gendarme, (Luis Ziembrowski) serán los principales personajes que conformaran la comedia negra de enredos que pretende ser “Ni un hombre más”. No conviene revelar más de la trama para no atentar contra su desarrollo. En definitiva, todo lo que sucede es gracias a la estupidez humana necesaria para la existencia de los enredos en cuestión. O sea personajes que ante una circunstancia determinada reaccionan de la manera menos aconsejable de todas. Para que esto sea creíble es necesario contar con un elenco a la altura de las circunstancias, y esta producción lo tiene con creces. Tanto es así que sostienen todos los errores narrativos y de compaginación que, a veces incluso atentan contra el remate de los gags. Se sabe que cuando esto sucede el chiste se estira demasiado y cae en el ridículo o, peor aún, en la confusión respecto de qué género cinematográfico estamos viendo. Raro en un director, Martín Salinas, que sorprendió con un gran cortometraje que vimos este año, “Bajo el cielo azul”, que iba revelando hábilmente, a partir de los juegos inocentes entre niñas, una situación de prostitución infantil. Aun así “Ni un hombre más” tiene más virtudes que defectos, lo cual ayuda a hacerla llevadera, más allá de un final abrupto y confuso.
Una secuencia muy bien filmada es la del comienzo de “Otros silencios”. Vemos una familia bien avenida. Se quieren, son compinches, sonríen, se hacen bromas. Mamá, papá y el hijito son una familia casi publicitaria. Notable forma de establecer una situación que posteriormente contrasta con un golpe de efecto que engancha. Luego de esta primera parte, veremos como una mujer policía de Toronto emprende una cacería humana que la llevará a la Boca en Buenos Aires, y a La Quiaca, en Jujuy. Su deseo de venganza está bien justificado, pero al arribar a la Argentina lo que se va desdibujando es la credibilidad del espectador, empezando por el hecho de que todos hablan inglés bastante fluido, en tanto ella entiende perfectamente español, a pesar de declarar que lo sabe muy poco. Así, por más correcta que sea la dirección, el espectador se distraerá con detalles menores que cobran más importancia de la que tienen. Ahí comienzan las preguntas. ¿Cómo llegó tan rápido a tal lugar? ¿Cómo hizo para ir armada por todos lados al tran sitar por nuestro país? ¿Dónde está la policía, la gente, etc, etc? No hay mucho para decir del elenco. El hecho de mostrar que todos hablan inglés no es una decisión que dependa de ellos. Más bien parece necesario para la distribución en Canadá y Estados Unidos, países que reniegan a la hora de leer subtítulos. En todo caso, no se puede negar que el conjunto de rubros técnicos, y cierta mano de Santiago Amigorena para entender el timing del género, logran entretener un rato… hasta que uno empiece a hacerse preguntas.
No es que Guy de Maupassant sea un gran novelista y sin embargo se han hecho varias adaptaciones de su trabajo. En especial de los cuentos cortos. La novela “Bel Ami” ha sido llevada al cine una decena de veces. Recuerdo una de mediados de la década del ’70 que alguna vez rescató la industria del VHS, pero nada digno de recordar. El joven Georges Duroy (Robert Pattinson) vuelve a París luego de pasar un tiempo en la guerra de Argelia. Se encuentra en bancarrota, sin trabajo y sin un mango partido al medio, pero en la ciudad se encuentra con un viejo amigo y es invitado por éste a trabajar en el periódico local. Duroy tiene pocas luces, habla mal, escribe peor, no tiene alcurnia, pero eso sí, tiene mucha pinta, y en este atributo es donde encuentra la forma de ir trepando en la alta sociedad, ya que las mujeres más influyentes están loquitas por él, aunque a juzgar por cómo se van dando los acontecimientos, tampoco son un prodigio en el uso de la inteligencia. Así, el muchacho andará entre las sábanas de Madeleine Forestier (Uma Thurman), Virginie Rousset (Kristin Scott Thomas) y Clotilde de Marelle (Christina Ricci). Cada una le es funcional al plan de ascenso social y económico. Con todos los elementos para ser una producción interesante, los directores de “Bel Ami: Historia de un seductor” deciden ir contra la corriente del verosímil planteando situaciones que ni el elenco se lo cree, aunque los espejitos de colores con los que está decorada distraen bien: ambientación de época, vestuario, música, en fin… todo el decorado de la torta que ayuda al espectador a trasladarse en el tiempo (otro de los actos de magia del séptimo arte). Todo ayuda. Compramos. De ahí a creer que un “carlitos” es capaz de lograr que tres mujeres les metan los cuernos a sus maridos, o traicionen sus convicciones en un diálogo que duran menos que el sostenido entre cliente y kioskero para comprar puchos, es otra cosa. Ni hablar de los dos o tres momentos en los cuales los maridos en cuestión quedan como cornudos conscientes. Parece increíble que hayan sido necesarios dos directores para realizar una película con varios baches narrativos pero que, sobre todo, exige al espectador una exagerada predisposición a lo increíble. Uno puede entender la elaboración de productos para un target determinado, o para apuntalar la carrera de un actor. Robert Pattinson probablemente llegue un día a transformar la madera en algo creíble, por ahora debe confiar en su agente a la hora de elegir papeles favorables a sus capacidades. Para colmo se viene otra entrega de la saga “Crepúsculo”. Si acá parece un témpano de quijada cuadrada, imagíneselo maquillado como tal.
“Locos por los votos”, tal es el título de esta producción que originalmente se denomina "La Campaña". En ambos casos se aplican para poder explicar una parte de la comedia americana que se nutre más de la televisión que del cine, ya que se inscribe dentro de un tipo de humor irreverente, autocrítico, hasta contestatario presente desde hace muchos años en ciclos como “Saturday night live” (SNL), el grupo de National Lampoon y la revista “Mad”, que vendría a ser como aquellas gloriosas publicaciones vernáculas como “Satiricón” y “Humor”. Todas fuentes también generadoras del “Stand Up”, ese tipo de humor cuya virtud principal es tener una aguda visión de la realidad cotidiana. De toda esta época salieron verdaderos talentos como Chevy Chase, Martin Short, Steve Martin y Bill Murria, entre tantos otros, y otras grandes del humor yanqui. En todo este contexto es donde encontramos la crítica voraz a la política y a sus ejecutores, presente en esta producción. La historia es simple. Cam Brady (Will Ferrell) es congresista por Dakota del Norte y jamás tuvo rival en su distrito. Esto lo convierte en corrupto por definición, basado en el hecho de ser un hombre ignorante de los problemas que aquejan a quienes representa. Es torpe, malhablado, cínico y todo lo que usted quiera endilgarle a un político de cualquier lugar del mundo, que cuenta con la anuencia de una clase votante aún peor que él. Sin embargo ahí está. Gozando del poder que le da la gente. Pero esta vez sus gestos son tan evidentes que el dúo millonario detrás de su figura decide financiar a otro títere que lo reemplace. Y lo hace sin importar quién es, ni mucho menos si es por el partido opositor. Se trata de Marty (Zack Galifianakis), de buen corazón pero con cero pasta de político. Ambos personajes son dibujados como la gran contradicción del sueño americano. El espectador asistirá a un sin fin de actos políticos donde la demagogia prima por sobre todas las cosas a la hora de la encarnizada lucha por llegar a ser elegido y, en ese camino, también se podrá ver reflejado en la propia falta de ideas a las cuales seguir en el cuarto oscuro (en este sentido el humor político es absolutamente universal) “Locos por los votos” funciona entonces como una seguidilla de gags sobre los políticos y la maquinaria financiera detrás de ellos. Los dos cómicos en cuestión están ayudados por un buen elenco donde se destacan también Dan Aykroyd y John Lithgow. Desde el punto de vista de la realización, no hay más que ver algunos antecedentes como “De mendigo a millonario” (1983) o “Gracias por fumar” (2006), salvando las grandes distancias. Sólo que ninguno de estos dos ejemplos incurren en el error de concepto de esta película. Una vez establecida la crítica ácida (no al sistema, sino a quienes lo ponen en práctica) el director reconcilia, perdona y redime a sus personajes en un acto que bien podría ser una dosis de su propia medicina. El confundido, como siempre, es el espectador (o el votante, como usted lo prefiera). De todos modos, esto es una comedia y como tal tiene con qué entretener más allá del discurso.
En una nota que leí hace muchos años, Adolfo Aristarain dejaba que el imaginario del espectador decida si había pasado algo o no entre los personajes de José Sacristán y Cecilia Roth en un momento de “Un lugar en el mundo” (1992). Era una sutileza que alimentaba una fantasía. Si se quiere una propuesta lúdica entre público y artista. Pero de ninguna manera este detalle atentaba ni contra la construcción de la historia, ni contra el metamensaje. Ni siquiera ponía en jaque la coherencia de cada uno de los protagonistas. Últimamente parece haber una ruptura por partida triple de esto a lo que hacía referencia, cuando el resultado está puesto (o proyectado sobre la pantalla grande). La primera, es entre el discurso de los realizadores (una vez terminado el proyecto) y lo que realmente se ve. La segunda, es entre los personajes y la historia que los atraviesa. La tercera, (por carácter transitivo) la relación entre la obra y quién la observa. Empecemos por destacar que estéticamente “El sexo de las madres” propone cosas interesantes. Hay una búsqueda deliberada de la (des) conexión entre la vida de la ciudad y otros lugares. No están en duda los logros de la dirección de fotografía de Fabián Giacometti, o la dirección de arte de Elizabeth Cárdenas. El punto es saber a qué pretenden aportar cuando una historia de básicamente cuatro personajes se torna tan confusa que parece demasiada cantidad de gente. Ana llama a Laura, su amiga de toda la vida, para pedirle ayuda (guita en principio). Ambas tienen hijos y el viaje los va a juntar a los cuatro. Se supone que este encuentro depara la revelación de cuestiones del pasado, presente y futuro que deberían importarle al espectador. La elección de Alejandra, para con su propio guión en este caso, es que los personajes cuenten con la complicidad de quién quiera suponer más de la cuenta, y es allí donde reside la mayor dificultad para saber de qué se trata esta historia. ¿La fidelidad entre amigas amparada en momentos del pasado? ¿El abismo generacional entre madres e hijos? ¿El descubrimiento de la sexualidad? ¿Los hijos juzgando a los padres? ¿El desamparo a partir de las propias decisiones? Puedo seguir hasta Wikipedia si quiere. El tema es cuanto del texto cinematográfico permite las respuestas. Algunos diálogos abren el juego de los planteos existenciales y también de lo meramente cotidiano. Luego hay amagues de cierre que van en desmedro de algún relato que funcione al menos como eje conductor. Mucho de lo virtuoso depende casi exclusivamente del elenco (encabezado por Roxana Blanco, Victoria Carreras, Tahiel Arévalo y Carolina Rodríguez Carreras), claramente comprometido, del que se percibe una química especial. La sensación está. Queda presente en cada conversación que escuchamos, y vemos como si fuera un conjunto de sutilezas sobre las cuales el espectador debe armar una historia más o menos coherente. Quizás es eso. “El sexo de las madres” se trata de muchas cosas, y por la misma razón no se trata de ninguna.
El mundo burtoniano se afirma como marca registrada “Frankenweenie” llega en un momento de la carrera de Tim Burton en la cual todo parece volver a foja cero. El corto sobre el que se basa fue lo primero que filmó como director hace casi treinta años, y ya en ese entonces sus inquietudes sobre el mundo y el séptimo arte pasaban por el mismo tamiz: El cine clase B de los '50, con Roger Corman a la cabeza, se asienta en el descreimiento del mundo color de rosa, en especial la mirada compasiva por los seres distintos en cuya oscuridad el realizador encuentra belleza y esencia, respecto de lo cual sobran botones de muestra como “El joven manos de tijera” (1992), “Batman” (1989), ni qué hablar de “El gran pez” (2003). No es que haya abandonado esto en “Sweeny Todd” (2007) o en “Sombras tenebrosas” (2012), pero por alguna razón este gran realizador necesitó volver a sus fuentes de manera literal. Sería poco recomendable ir a YouTube para apreciar el corto antes de ir al cine a ver esta versión. La historia es la misma, con lo cual se perdería mucho de lo sorpresivo que pueda tener, y resultaría aburrida. Más bien sería al revés, porque el mundo de Tim Burton ya es claramente identificable. Sólo el puede filmar cementerios y molinos con semejante dedicación hacia la estética. El mundo "burtoninano" ya es marca registrada, en estos escenarios y también lo es en el tipo de personajes conflictuados que aborda, la excepción sería su versión de “El planeta de los simios”, de la que él mismo reniega. Víctor Frankenstein es un chico apático, incomprendido y "raro" para el resto. También es un soñador. Construye mundos en el ático donde se recluye incluyendo la posibilidad de filmar en super 8 una película de ficción (clase B, obviamente) para proyectar en el seno familiar, con padres más condescendientes que comprensivos. Todo lo hace acompañado de Sparky, su perro fiel (cuyo diseño fue tomado del que Burton hizo para un capítulo de “Cuentos asombrosos”, en 1992). Un accidente provocará la historia paralela al Frankenstein de Mary Shelley. El director vuelve a elegir el blanco y negro como lo hizo en la fenomenal “Ed Wood” (1994), pero con la técnica del Stop Motion que usó como ideólogo y productor de “El extraño mundo de Jack” (1999) y “El cadáver de la novia” (2005), logrando una estética deslumbrante (otra vez). “Frankenweenie” es un catálogo de imágenes y personajes de la propia filmografía de Tim Burton, así como Steven Speilberg hacía lo propio con su versión de “La guerra de los mundos” (2005). Intriga saber lo próximo qué hará un artista genial cuando rebobina su propia historia. Por lo pronto vaya con los chicos a disfrutar de una gran película bien realizada.
“Rawson” es un ejemplo de por qué anunciar literalmente el objetivo de una obra es un arma de doble filo si esto no se cumple. En off, el director y protagonista del documental dice que vuelve a Rawson para saber qué pasó, qué se hizo en años de dictadura y para buscarse a sí mismo. El eje es la cárcel de Rawson y la posición que esta estructura ocupa en el pueblo. Aquí es donde vemos lo único interesante: testimonios que dan cuenta de una sociedad que prefiere vivir ignorando, dándole la espalada a su propia historia. Como si la existencia de una cárcel fuera algo oscuro y deshonroso. De esta cárcel salieron los masacrados de Trelew, así que historia para ser contada sobra. Sin embargo todo transita por entrevistas a familiares, vecinos, algún miembro de un club al que se le busca la respuesta forzada, y un testimonio que ofrece el momento emotivo de la proyección: un empleado que recuerda haber sido torturado por alguien que hoy sigue dando vueltas por la ciudad como si nada. No hay mucho más. Ninguno de los objetivos se cumple en imágenes. La ciudad casi no se ve, la gente tampoco (salvo los entrevistados), y finalmente uno se queda pensando cuanto más interesante hubiera sido hacer otra cosa con la idea.
Desgarradora historia narrada con mesura que exalta el espíritu humano Fuerte, comprometido, claro y conciso. Tales son las características fundamentales de “El círculo”. Este documental de José Pedro Charlo y Aldo Garay se destaca porque sus máximos responsables tienen muy en claro tanto sus objetivos como la realización sustentados en qué y cómo narrar los acontecimientos y quienes los han vivido. Henry Engler vive en Suecia. Se nos va presentando como una eminencia en el campo de la neurología, algo que como noticia de color sería motivo de orgullo para cualquier país, en este caso Uruguay. Lenta y contundentemente iremos conociendo la ruta que lo llevó a tierras tan lejanas, nada agradable por cierto. Henry fue uno de los integrantes de la cúpula del Movimiento Tupamaro, capturado por la dictadura, puesto preso, torturado e incomunicado, utilizado como rehén durante los 13 años de su cautiverio En ese período este hombre atraviesa distintos grados de alienación y locura que son descriptos sin eufemismos. Sin embargo, lo que podría caer fácilmente en el golpe de efecto es aislado por un guión que va encauzando la historia hasta meternos en el alma de éste ser humano. Un juego introspectivo en el que mantener el equilibrio psicológico resulta vital para contarlo hoy. Lateralmente iremos conociendo mucho más del contexto socio político de la época, sin apartarnos nunca de la idea del triunfo del espíritu. Hay mucho más material que no conviene revelar, dejando que los valla descubriendo el espectado Acaso la compaginación y la dosificación de información es la manera que encuentran los realizadores para mantener una tensa calma con la que se atraviesa esta tremenda historia de vida.
En épocas de incorporar a nuestra cultura festejos ajenos, divertidos quizás, pero ajenos al fin y al cabo, el de Halloween debe ser el más complicado de asimilar. Con el consabido intercambio de sustos por caramelos viene toda la parafernalia de productos merchandising alusivo, y por supuesto el cine. Llega Noche de Brujas, llegan las de terror para grandes y las de monstruos para los chicos. A partir de la historia real de Blythe Hollow (un pueblito de USA cuya corte condenó y quemó a una niña en el 1.600 y pico, acusándola de bruja, el guionista y realizador Chris Butler se las arregla para retratar el costado más cínico y oscuro de la clase media yanqui disfrazada de animación para no tan chicos. Norman ve fantasmas, de allí el juego de palabras entre “paranormal”. El resto, no. Motivo suficiente para que el chico sea tímido, retraído, desconfiado y escéptico, tanto de su entorno estudiantil (donde no falta la discriminación y el abusivo de turno), como del mundo adulto empezando por sus padres que apenas si notan su presencia (por no decir que lo sienten como una carga). El chico no ayuda mucho a integrarse ¿eh? No vaya a creer. Al menos no con su habitación decorada de piso a techo con alusiones a los muertos vivos, incluyendo muñecos, posters, chucherías, veladores, hasta un despertador. Su tío Penderghast tenía el mismo problema de ver gente muerta y terminó casi expulsado de la familia por raro, orate, etc. Eso que los une dispara la aventura, ya que el tío lega a su sobrino la tarea de mantener al pueblo a salvo de la maldición de una bruja. Precisamente la que convirtió al pueblo en leyenda (y en atracción turística, claro). “ParaNorman” dice mucho más de lo que parece a simple vista. Dibuja una clase media decadente que sigue teniendo miedo a lo distinto, vive paranoica, discrimina, rechaza al distinto y sobre todo ignora a sus semejantes. Hay una escena en la biblioteca del pueblo en la cual sólo Norman aprecia y sabe qué hacer con los libros. Enriquecer el conocimiento es, en definitiva, lo que lleva a entender el problema y resolverlo. Lo que hace el resto de la pandilla es patético. Uno toma libros pesados para hacer físico culturismo; otro huye; un tercero les teme, y así se van sucediendo. Es como si el director intentara retratar la creciente ignorancia de esta época en la que no sólo no se lee… tampoco se encuentran alternativas para interesar a los chicos al aprendizaje Particularmente debido a esta escena es por lo que, un relato entretenido con personajes bien delineados y su acción continua, “ParaNorman” está un escalón mas arriba, escapando de los productos de ocasión que solemos ver.