Escena 1. Toma aérea de Venecia en el siglo XVII. La ciudad se ve un poquito más iluminada que Nueva York, pero en esta época. No hay que subestimar el poder lumínico de miles de velas. Escena 2. “Calle” de Venecia en el siglo XVII. Un hombre emerge con un traje de buzo, para que nadie haga preguntas cuando desde abajo del agua y con la puntería de Rambo salga un cuchillo a clavarse en uno de los guardias. Acto seguido el hombre sale del agua con una pirueta, saca armas que se despliegan en cada una de sus manos como dos molinetes llenos de cuchillos. Se escabecha a los guardias. Luego entra el palazio. Descubre su cara. La imagen se congela en primer plano y toma la estética de un afiche de feria. Un cartel dice: Athos (Matthew MacFadyen). Otro tanto sucederá con Portos (Ray Stevenson), Aramis (Luke Evans, muy parecido a Orlando Bloom) y Milady (Milla Jovovich), que por ahora está entre los buenos. Los cuatro están ahí para robar los planos que Leonardo da Vinci hizo de una “Máquina de guerra”. Deben pasar por un pasillo-trampa, así que Milla Jovovich se acordó de todo lo que hizo en la saga “Resident evil” (2002/2010), y corre activando y esquivando dardos en una escena que sirve para anticipar al espectador a la sarta de ridiculeces que ocurrirán con la película, la historia, los personajes y casi todos los rubros técnicos. Del libro de Alejandro Dumas (que los guionistas Alex Litvak y Andrew Davies deben usar como posafuentes en el comedor) sólo están los nombres y algunos hechos puntuales mencionados en la historia, como la traición de Milady, el viaje a Londres a recuperar el collar, y algo de la historia de D’artagnan (interpretado acá por Logan Lerman). No mucho más. Cada vez que la historia se encauza con la que conocemos todos, sucede algo que la desvía por completo. Imagínese cuando aparece en el aire un engendro de barco pirata con un zeppelin ante la mirada atónita de los actores, y de los espectadores. La verdad, y perdone la expresión, se fueron al carajo. En cuanto a los rubros técnicos, mucho no ayudan. Para empezar no hay vestuario, lo que tienen puesto, desde los protagonistas al último extra, son disfraces diseñados por Pierre-Yves Gayraud. Excepto el cardenal Richelieu (Christoph Waltz), cuya vestimenta es la más próxima a lo creíble, el resto de la ropa parece estar copiada de de la revista infantil Billiken. La dirección de arte es flojísima, pero para el caso está bien porque es coherente con todo lo demás. Hay tanto efecto especial cortado por croma que debe haber sido difícil la fotografía, único rubro que sale airoso, porque hasta la música de Paul Haslinger es excesivamente trillada. “Los tres mosqueteros 3D” podría ser disfrutada por el público más joven, o por aquellos que no conozca la novela y la historia que narra y, por lo tanto, por los menos avezados. También por cualquiera que vaya advertido de buscar algo parecido a lo que Stephen Sommers hizo con “Van Helsing” (2004) y “La Momia” (1999), o mejor aún, comparándola con aquella adaptación de “Wild Wild West” hecha por Barry Sonnenfeld en 1999. Vale decir: Tomar personajes históricos de la literatura, del cine o de la TV y hacer con ellos otra cosa. Sino entra al cine sabiendo, esto perderá tiempo y plata.
Steven Soderbergh es, curiosamente, uno de esos directores cuya carrera es como una montaña rusa: rápida, vertiginosa y con muchos altibajos. Claro, no debe ser fácil para ningún realizador debutar en cine con una película que se lleva la Palma de Oro en Cannes y después tener que sostenerlo en el tiempo. A él le pasó con “Sexo, mentiras y video” (1989). De ahí en adelante fue de delirios como “Kafka” (1991) a comedias livianas como “Un romance peligroso” (1998), y de estar nominado a dos Oscar el mismo año (2002) por dos películas (“Erin Brockovich” y “Traffic”, ganándolo por esta última), a filmar una saga con un mega reparto de súper estrellas (las tres de “La gran estafa”, 2001). Si uno analiza la carrera completa de Soderbergh se dará cuenta que es un director mucho más funcional a Hollywood que a él mismo. Vale decir, cuando quiere volver a filmar lo que a él le gusta, o algo más personal, suele dar pasos en falso como, por ejemplo, ver en su casa “Solaris” (1972) de Tarkovsky y luego hacer una película del mismo nombre, en 2002, para explicársela al público americano despojándola de metáforas, simbolismos y demás. El estreno de “Contagio” parece un resumen de todo lo expuesto anteriormente, o sea un muestrario de la carrera de Soderbergh en todos los sentidos. Algo parecido al racconto de la filmografía de Spielberg claramente visible en su versión de “La guerra de los mundos” en 2004. Punto. Hollywood se las ha arreglado siempre para describir lo bestial, poderoso, tremendo e invencible. Esa amenaza generadora de miedo y paranoia en cualquiera de sus formatos, ya sea un gorila gigante, un terremoto, un avión fuera de control, un tornado, un meteorito que va a chocar contra el planeta, y ni qué hablar de los extraterrestres o el terrorismo. Todos fantasmas que rondan el inconsciente colectivo convirtiéndose en lo que se conoce como cine catástrofe. La mayoría de las veces han sido amenazas palpables o visibles. ¿Pero qué pasa cuando esa amenaza no se puede ver ni controlar? Bien, Soderbergh usa dos generadores de paranoia colectiva al mismo tiempo en “Contagio”: Una enfermedad letal, peor que la gripe A, y la histeria colectiva disparada desde los medios de comunicación con hincapié en las redes sociales. En los primeros 40 minutos el realizador se las arregla para ser absolutamente contundente en su propuesta. Se sabe que el virus N1H1 no sólo no pasó desapercibido para la opinión pública; sino que además instaló en los medios y en la calle una reacción en cadena como pocas veces se ha visto. Así, el espectador se va conectando con todo aquello que vio y escuchó respecto de la transmisión del virus, y asiste a un in crescendo ansioso con planos detalles de gente estornudando, tocando puertas, ventanas, caños de subte, manijas, maníes, y ¡vaya a saber cuanta otra cosa!. Vivo como el hambre, el director instala el miedo y la desesperación en el espectador a partir de conocer perfectamente los mecanismos mediáticos, y la reacción de la población mundial ante semejante epidemia. El guión de Scott Z Burns (quién ya había trabajado con Soderbergh en “El desinformante” en 2009) arranca inteligentemente con en inicio del contagio y un cartel que dice “Dia 2”. El espectador sabrá que falta información y no estará de más pensar en una suerte de McGuffin en este sentido, o sea ese interés generado en el espectador por algo que en realidad no es lo importante. A partir de que Beth (Gwyneth Paltrow) sale de China con síntomas de gripe contagiando a gente que va a otros destinos del mundo, y comienzan a crecer un manojo de historias que no siempre están resueltas al mismo ritmo. El cruce de intereses por el manejo de la situación por parte de las autoridades, científicos calificados (animados por Lawrence Fishburne, Marion Cotillard y Kate Winslet) con la tarea de diagnosticar y tratar la pandemia, un blogger (Jude Law) que empieza a tener millones de seguidores a partir de publicar el nombre de un remedio, además de tirarse contra los laboratorios incluidos en el sistema médico estadounidense y, finalmente, la marca de las consecuencias de semejante catástrofe personificada mayormente en Mitch (Matt Damon), el esposo de Beth. Una historia vertiginosa al principio, con algunos altibajos en la mitad y un desenlace en el cual parecen haber chocado el deseo del director con el bolsillo de los productores, dada la resolución de algunas de las situaciones planteadas tendientes a corregir la incorrección política del realizador como, por ejemplo, instalar a los grandes laboratorios como villanos ocultos y luego desviar culpas hacia el personaje de Jude Law. De todos modos, “Contagio” es una producción entretenida que se da el lugar para algún mini debate, café mediante, a la salida del cine. Tenga cuidado con tocar el pocillo, la cucharita, el respaldo de la silla y el vuelto del mozo...
Cuadro de situación: Dave (Jason Bateman) es un hombre bastante estructurado, prolijo, pulcro, padre de dos bebés mellizos y una nena en edad de escuela primaria. Es exitoso pero adicto a su trabajo como abogado de una firma; lo que deriva en una esforzada y escasa atención a su esposa Jamie (Leslie Mann) quién sólo pretende dialogar un poco y que su esposo sea felíz...
Dentro del marco del DocBaires, la muestra internacional de documentales que se realiza cada año en la ciudad de Buenos Aires, pudimos ver A Usted no le Gusta la Verdad, 4 Días en Guantánamo. En realidad este documental dirigido por Patricio Enriquez y Luc Côté, supera en un punto el aspecto de análisis cinematográfico pues la estructura fundamental se basa en tres videos confidenciales dados a conocer por tribunales canadienses...
En 2011 si el género del terror no se va al descenso; como mínimo juega la promoción. Habida cuenta de la cantidad de estrenos en el año, Actividad Paranormal 3 estaría sumando un par de puntos para evitar que este tipo de películas juegue directamente en otra categoría. Se ha perdido originalidad, tratamiento narrativo, estética y lo peor de todo, se ha perdido el condimento fundamental: la capacidad para llegar al verosímil. Ni siquiera los viejos maestros han sabido reinventarse o al menos reciclarse acorde a esta época tales los casos de John Carpenter y George A. Romero con Atrapada y La Reencarnación de los Muertos respectivamente. Irónico teniendo en cuenta que lo mejor de esta temporada vino de la mano de una especialidad de ambos: las secuelas. Scream 4 es ver un divertido diccionario enciclopédico del género y Destino Final 5 no sólo es una de las mejores de la serie; sino también una de las que entendió a la perfección el concepto de saga con un guión que en el final se aferraba al origen para cerrar todos los cabos desde la primera en adelante. Finalmente, La casa muda ofreció, con dos pesos con cincuenta, algo bastante novedoso de guión aceptable y con sustos genuinos no provocados por un “chan” de la banda de sonido. Entretanto, a los amantes de este género, 2011 (por ponerle una figura) nos hizo sufrir películas mediocres como El Rito, Piraña 3D, La Noche del Demonio y la remake de La Hora del Espanto o directamente desastres mal hechos como Apollo 18, No le Temas a la Oscuridad, La Oscuridad y Detrás de las Paredes. Se imagina que entrar a ver la decimosexta de terror del año no era nada alentador factor que, por carácter de oposición, suele funcionar al revés dándose el siguiente “axioma”: si entra a la sala para ver un desastre, es probable que no sea tan mala. El guión de Actividad Paranormal 3 fue escrito por la misma gente de las anteriores, Oren Peli y Chris Landon. Los dos sabían bien una cosa: si seguían por el camino de la segunda parte, la fórmula se caía a pedazos. Por eso retrocedieron en el tiempo estableciendo un parámetro visual fundamental que redobla la apuesta: la tecnología. Es mucho el hincapié que se hace en el manejo del VHS de la época como para ser sólo un detalle de rigor histórico. Y es que lo insinuado funciona mejor que lo explícito por lo tanto ahí estaba yo lidiando con las “filmaciones de calidad inferior”, para tratar de entender qué pasaba mientras el miedo iba ganando terreno. Luego de una introducción en la cual los viejos videocasetes son encontrados, los guionistas encuentran una buena justificación para explicar la presencia de tantas cámaras en una casa alegando que el jefe de la familia se dedicaba a filmar casamientos, eventos y demás. A partir de poner “play”, la película se ubica en la década del ochenta y repite la misma estructura pero con Katie y Kristi cuando eran chicas (bien dirigidas las dos nenas Chloe Csengery y Jessica Tyler Brown). Las cámaras instaladas volverán a registrar la paranormalidad y lo harán saltar de la butaca más de una vez. No hace falta decir más de la historia. Los directores de Catfish, Henry Joost y Ariel Schulman se las arreglaron para dejar su sello lo cual es bastante difícil cuando se entra a un formato que ya funciona. La trama es bastante simple y ciertamente puede ir cualquier espectador a verla sin necesidad de recurrir a las anteriores o sea, sí: es la tercera parte, pero puede funcionar por mérito propio. Hay dos o tres momentos (de esos en los que se pudre todo) que realmente están muy bien logrados merced al clima opresivo y asfixiante provocado por la supuesta “realidad” que estamos viendo. Si viene tan decepcionado del género como yo Actividad Paranormal es una suerte de placebo que funcionará bien mientras esperamos algo que salve el año.
Si uno no tuviera la vocación de medir todas las películas que ve con la misma vara (léase: poniendo lo máximo de conocimiento y criterio al servicio de desglosarlas y analizarlas), este comentario tendría sólo un par de líneas. Algo así como: “A la función privada de prensa asistió el club de fans oficial de Glee en Argentina. Terminada la proyección el aplauso fue elocuente”. Este hecho real colabora con el axioma:“Es para los fanáticos de…” pero no alcanza para saber si “Glee 3D. La película” está bien hecha o no. Debo decirle al respecto que este producto no puede ser analizado desde el punto de vista cinematográfico, aunque como hecho cultural lo sea. Si usted no está al tanto le comento que Glee es una serie de Fox que está entrando en su tercera temporada. La acción dramática se posa en un grupo de estudiantes secundarios unidos por una característica común: Son y se consideran “perdedores”. De hecho la señal con la que se manejan es la de formar una L (de Loser = perdedor) con los dedos índice y pulgar, llevarla a la frente. ¿Reclamará derechos de autor Pettinato?. Cada personaje atraviesa el conflicto de ser aceptado socialmente con alguna característica particular como, por ejemplo, ser gay y no poder decirlo, ser inválido, negro, tímido, gordo, etc, etc. Todos ellos encontrarán en la música, el canto y el baile el lugar en donde poder expresarse sin tapujos, encontrar amor, compasión, compañerismo y la ya consabida, y ansiada, inclusión, siendo aceptado cada uno como es. En medio de todo esto hay una tremenda parafernalia de castings de actores y actrices que conforman el elenco, millones de dólares en merchandising y en las cuentas de todos los involucrados. Por supuesto que detrás de la música hay super profesionales del medio como Adam Anders, el compositor y productor detrás de otros fenómenos como “High School Musical”(sreie de TV 2006/2011) o “Hannah Montana”(Serie de TV 2006)2011).. Glee es un fenómeno juvenil como alguna vez lo fue American Idol, o su versión vernácula Operación Triunfo. ¿O era Escalera a la fama?. Como sea. Ante la oportunidad de preguntarles a la creadora y a la presidenta del club de fans (Verónica Antelo y Valeria Massignani, respectivamente), cuál es el motivo de semejante fenómeno, la respuesta fue exactamente lo que se ve en la TV: Glee es una serie con historias de perdedores que a pesar de su condición pueden llegar al éxito, la fama y a triunfar. Cualquier semejanza con el sueño americano no es pura coincidencia. Ambas se encargaron, además, de subrayar que el baile y las canciones tienen tanta importancia como los protagonistas. No lo aburro más. “Glee 3D. La película” es el registro de un concierto que todo el elenco dio durante su gira por los Estados Unidos. Veremos números musicales de todos los “perdedores” (por separado y todos juntos), incluyendo una aparición de Gwyneth Paltrow cantando una de las canciones del repertorio. Todo este recital está cortado por dos tipos de inserts. Los obvios del backstage con los protagonistas tirándose bromas internas, y los más obvios aún que son los de la gente fuera del estadio antes de entrar al concierto, lugar en el que me gustaría detenerme por un instante. Ya dijimos que Glee es la historia de perdedores que llegan al éxito, razón principal por la cual tiene tantos seguidores. Pues bien, fíjese que los chicos elegidos del público para ser compaginados en “Glee 3D...” tienen las mismas características. Aparece una nena de no más de 15 años con una patología llamada Asperger (dificultades para interactuar socialmente), o un chico de no más de 16 que pudo salir del armario orgullosamente, sólo para citarlos como alguno de los ejemplos. Vale decir, es la gente de la producción buscando “perdedores” entre los asistentes. Perdedores con una historia horrible para contar y cuya solución parcial fue… Glee. Pregunta: ¿Hace falta aclarar que los descartados para la edición fue gente sin demasiados dramas? No quiero imaginar la cantidad de entrevistas a fanáticos “ganadores” fuera del escenario que la producción habrá hecho hasta llegar a las que aparecen en la película. Así que si lleva a la nena a ver a Glee cuando llegue a nuestro país, y lo entrevistan en las afueras del Monumental, ya sabe como la ven los creativos del show. Lo musical es impecable destacándose las tremendas versiones de “Somebody to love” y “Fat bottomed girls” (originales de Queen), “P.Y.T”. (original de Michael Jackson) y el leit motive de Glee, un tema muy pegadizo que se llama “Don’t stop believin’. ¿El 3D? Absolutamente desperdiciado. Intrascendente, ¡bah! Si usted quiere empezar a entender el fenómeno Glee comience por la TV. Esto es un concierto bien filmado, pero con pocas respuestas para los desinformados.
La figura de Eva Perón seguirá siendo para siempre una divisora de opiniones, posiciones e ideologías en nuestro país. Cualquier forma de arte que quiera abordar su historia sabrá de antemano a qué atenerse respecto de las futuras repercusiones de su difusión. Esta verdad de Perogrullo, sumada a la inexistencia de misterios en torno la vida de Evita, hacen difícil encontrar una propuesta fuera de lo común. Eva de la Argentina, sin embargo, tiene los suficientes aciertos como para meterse en el lote de excepciones.
Después de varias presentaciones, llega finalmente Tierra Sublevada II –Oro Negro- la última producción de Pino Solanas precedida en Agosto por Mosconi de Lorena Riposati. En el caso de Oro Negro, se realizó una vasta investigación sobre la historia de la explotación del petróleo en Argentina. Comienza con jugoso material de archivo narrado por el propio director, el cual nos va subrayando no sólo la riqueza mineral descubierta, sino también la gran obra infraestructural comandada por el General Mosconi, tanto en Comodoro Rivadavia como en la región salteña. Se describen todos los beneficios y la instrucción recibidos por los trabajadores de la ya prolífica YPF. También se hace hincapié en el orgullo con el que dichos trabajadores y especialistas llevaban a cabo sus tareas a la vez de mostrar las grandes comunidades que se formaban alrededor de cada lugar en el que se montaban las refinerías. Como sucedió con sus documentales (y también con ficciones como El Viaje, 1989) Pino Solanas inyecta una alta dosis de contenido político con lo cual es difícil a veces disociar la propaganda de la denuncia. El director toma testimonios de expertos en el tema para llevarnos a la insoslayable conclusión de la gran pérdida sufrida por los argentinos al privatizarse YPF durante la presidencia de Menem y las consecuencias posteriores incluida la política de Kirchner. Oro Negro resulta un documental útil para conocer la vejación que se ha hecho con YPF y para concientizar sobre la importancia de estar mas enterados del tema. No es lo mejor de Pino Solanas (acaso la mas lograda sigue siendo La Última Estación); pero es coherente con su ideología, su manera de filmar y su línea narrativa. Pino Solanas hace docencia primero y baja línea después aunque en realidad, con la docencia sólo alcanza para sacar las trágicas conclusiones con sólo ver las imágenes de archivo y prestar atención a los testimonios. Si el cine documental sirve para ponernos al tanto, bienvenido sea. En este sentido, técnicamente es impecable y ojala se pueda ver en buenas salas. Eso si, la parte política decídala Ud.
Está claro que el “pochoclo” no es un género cinematográfico ¿no? Pero el término ya está instalado entre todos para denominar un tipo de cine que sólo apunta a dos cosas: entretener y vender muchas entradas. Estados Unidos puede proclamarse como el país de mayor producción de este estilo, sin que esto signifique necesariamente un mérito. Ahora bien, dentro del cine “pochoclo” hay también convenciones, reglas y demás aditamentos que de no estar puede derivarse en un “pochoclo” incomible, y por el mismo precio en un fracaso de taquilla. Voy a hablar de “Gigantes de acero”. Si las páginas de los guiones de “Halcón” (Menahem Golan, 1987) y “El campeón” (Franco Zeffirelli, 1979) fueran cartas de un mazo y las mezcláramos durante varios minutos, seguramente al barajar quedaría el guión que John Gatins escribió para “Gigantes de acero”. En un futuro cercano, el ex boxeador Charlie Kenton (Hugh Jackman) es el dueño de un robot a control remoto que sirve para pelear (contra otros robots o contra algún toro en un rodeo). Fue tanto el deseo de sangre del público de boxeo que se decidió reemplazar a los hombres por máquinas así, de última, las que se hacen pedazos son ellas. En realidad Charlie es un perdedor nato. Todo le sale mal. Incluso ser padre de Max (Dakota Goyo), un niño de 11 años a quién está dispuesto a vender (dar en adopción) al marido de su ex – mujer con tal de conseguir dinero para otro robot y así saldar deudas, y ver si puede salir de pobre con el dinero generado en apuestas. Pero antes de deshacerse de su hijo deberá hacerse cargo él durante unos días, hasta que su madre vuelva de vacaciones. Momento propicio para que la relación entre ambos fluya, ya que Max es fanático de las peleas de robots, o sea la punta del ovillo para desarrollar el resto de la trama que irá deambulando entre acuerdos y desacuerdos. Entre los dos descubren a Atom, un robot sparring, al que entrenarán para intentar llevarlo de ser un “don nada” a campeón. Igualito a Rocky, vea lo que son las cosas. Como toda producción de este tipo, el trabajo de compaginación es fundamental para mantener el nivel de verosimilitud intacto (o sea que no se noten los efectos) En este aspecto el mérito es de Dean Zimmerman, quién ya hizo trabajos sólidos en producciones flojas como “Los viajes de Gulliver”, (2010) o la segunda parte de “Una noche en el museo”. (2006/2009) Gran parte de todo esto también se lo lleva el destacable trabajo de fotografía de Mauro Fiore. Por supuesto que los climas de pelea y de actos heroicos están bien apuntalados por la banda de sonido de Danny Elfman cuya composición salió casi de taquito. “Gigantes de acero” tiene el mérito de no jugar con la inteligencia de nadie; ni pecar de pretensiosa con alguna moraleja de ocasión. Es técnicamente ambiciosa (todas las secuencias de robots tienen un realismo asombroso) y estructuralmente sencilla. A usted le va a sonar haber visto esta película más de una vez, pero con otros actores y en todo caso sin robots. No va a estar equivocado. Por otro lado, si vio “Halcón” (1987) todas las veces que se dio por TV, entonces no tiene excusas para no entretenerse con “Gigantes de acero”. Vaya tranquilo con los chicos.
En esta última parte del año el cine argentino en general está pasando realmente un buen momento. A la seguidilla de buenos documentales como “Tierra adentro”, “Mosconi”, “Testimonios de una vocación” o “Ceremonias de barro” se le suman buenas ficciones en estas últimas tres o cuatro semanas como “El estudiante”, “Juan y Eva”, “El fin de la espera”, “Medianeras”, “Cerro Bayo” o “Rita y Li”. “El agua del fin del mundo” está, felizmente, instalada dentro de este grupo de realizaciones simples, bien contadas y bien dirigidas. Con guión y dirección de Paula Siero narra la historia de dos hermanas, Laura (Guadalupe Docampo) y Adriana (Diana Lamas). Esta última padece una enfermedad terminal y le queda poco tiempo de vida. Al borde de la depresión total Adriana decide que quiere pasar sus últimos días en el fin del mundo (Tierra del fuego). Laura por su parte, se desvive por su hermana y no sólo trabaja para tratar de solventar el viaje; además su amor le permite absorber la negatividad y apuntalar el estado de ánimo cada vez que puede. El guión transita por la profunda relación entre ambas y por un conflicto simple: Laura trabaja en negro y por un sueldo magro, Adriana no tiene ingresos, y ambas están en una carrera contra el reloj para poder realizar el viaje antes de que sea demasiado tarde. Las guionistas incluyeron un personaje más del que no se desprende ninguna subtrama (ni hace falta). Más bien se presenta como una prueba de amor y fidelidad entre ellas, ya que se trata de Martín (Facundo Arana) componiendo a un hombre mitad bohemio, mitad alcohólico, del que, por supuesto, ambas mujeres se sienten atraídas. “El agua del fin del mundo” tiene la saludable virtud de no incluir elementos desviadores de atención, pudiendo así llevar adelante el argumento de manera sencilla, y todo el texto cinematográfico es entregado a la excelente calidad interpretativa de Docampo y Lamas. Hay mucho de teatral en sus trabajos e imagino varias escenas en donde pudieron improvisar desde un lugar seguro y dejar buen material para la edición final. Una interesante relación entre hermanas que nunca cae en el melodrama ni en el facilismo de los golpes bajos. Una buena opción para ver cine argentino.