Insisto en que el género del terror no atraviesa un buen momento. Transcurrida la primera década del siglo XXI todo parece estar agotadísimo. O hacen sagas interminables repitiendo la misma fórmula todo el tiempo (“El juego del miedo”, saga 2004/2010), o se mandan algún delirio escrito por pasantes que arranca bien y luego tira todo al tacho (“La oscuridad”, 2010). Parecía que la esperanza estaba en oriente, donde hicieron algunas cosas interesantes que luego Hollywood se encargó de versionar para su propio mercado, por ejemplo “La llamada” 1998. Pero allá también empezaron a repetirse. Cuando ví la décima película con una adolescente japonesa a la que le tiraron dos kilos de harina en la cara para hacer de fantasmita disconforme, también me dio por pensar que el cine de terror se nos está yendo a la B. Si por lo menos estuviera Roger Corman en esa categoría bueh… pero no. Resulta que ahora la cosa se dio vuelta y “Actividad paranormal 0: el origen” es una especie de remake de “Actividad paranormal”2007, pero con algunos cambios. El principal y peor de todos es coyuntural. Este tipo de películas tiene un gran desafío a la hora de escribirlas: instalar el verosímil. Una vez hecho esto se puede dirigir tranquilo, pero teniendo mucho cuidado de no quebrarlo porque la platea cambiará sustos por risas en dos segundos. La acción se desarrolla en Tokio. Koichi (Aoi Nakamura) y Haruka (Noriko Aoyama) son hermanos. Ella acaba de volver de Nueva York con las dos piernas enyesadas. Él filma todo. Pero todo ¿eh? Y a falta de una tiene tres cámaras. El padre se va de viaje y ellos dos quedan en la casa. Una mañana ella le cuenta que la silla de ruedas se movió mientras dormía, él inmediatamente le dice que su cuarto está embrujado. La excusa perfecta para instalar una cámara que lo filme todo durante la noche. Digamos, como construir su propio “Gran Hermano”, pero con la parte más aburrida que es cuando todos duermen. El realizador Toshikazu Nagae se apiadará de todos nosotros y adelanta los minutos registrados hasta llegar al momento en que “algo” pase. Por las dudas, Koichi tiene siempre la cámara a mano, lista para filmarlo todo. Sorprende la calidad de las baterías japonesas. Nunca se agotan. Hasta casi el final se repetirá varias veces la secuencia: Pantalla dividida en dos mostrando el cuarto de él y el de ella. Duermen. Después de un rato, ella se despierta gritando y el agarra su cámara y corre al piso de arriba sin jamás prender la luz. La cosa se pone cada vez peor. Ya no es un vientito que mueve las cortinas; sino algún espectro que la agarra de los pelos y cosas por el estilo. Pese a todo, cada mañana en el desayuno ambos comentan el hecho como si hablaran del clima. Eso sí, coinciden en que se tienen que ir de ahí. Pero igual se quedan. A esta altura, la película se hundió en su propia propuesta y cualquier cosa que sucede solamente asusta a los personajes. El resto (los espectadores) comenzamos a mirar el reloj y a desear que ese espectro no nos haga un favor y nos arrastre como hace con Haruka pero hasta fuera de la sala.
Si estuviéramos en otro momento histórico, La Cocina sería simplemente (es una manera de decir) un documental. Pero estamos en este presente y faltará bastante tiempo para que esta porción de la historia argentina pueda ser revisada por los futuros cineastas. Siempre tuve la sensación de que los acontecimientos que nos son contemporáneos, esos que le vamos a contar a nuestros hijos y nietos, necesitan justamente el paso de los años para poder mirar y tener una posibilidad mas profunda de reflexionar. Red Social (David Fincher, 2010) es una película bien hecha pero a lo sumo podrá ser analizada como “oportuna” por el momento en que se filmó. Cuando la historia marque el siguiente capítulo en el área de la comunicación, seguramente no será la piedra fundamental para el cine de revisión. Lo mismo sucede con La Cocina de David Blaustein y Osvaldo Daicich. Todos los hechos concernientes a la ley de medios no sólo están muy a flor de piel; sino también generando cambios hoy; ahora. Ya. Las consecuencias y resultados de su aplicación (en pos de un análisis más abarcativo) todavía están por verse. Todo esto me lleva al punto que quería tocar en este comentario. La Cocina es una película netamente política. La batalla de los medios (lejos de tener un ganador) recién comienza, razón por la cual, para muchos será una propaganda oficialista que aprovecha el momento de campaña electoral para alzar otra bandera más de sus logros. Para otros, en cambio, será un valiente documento que muestra las causas de su promulgación y los beneficios otorgados a todos los argentinos que quieran hacer oír su voz. Si Ud no está dispuesto a verla de esta manera (esté a favor o en contra de la ley) es bastante probable que pierda su tiempo. Analizar La Cocina desde un punto de vista estrictamente cinematográfico parecería ser la única manera de lograr cierta neutralidad, pero tratándose de lo que se trata ¿Cómo hacer para que quien lea estas palabras pueda disociar el análisis de una película de una toma de posición por parte de quién escribe?. Irónicamente, todo esto ayuda a condimentar y alimentar el deseo de verla. Durante los 80 minutos de duración veremos un poco de historia reciente, una interesante recorrida por tierras lejanas para descubrir por ejemplo, cómo una comunidad aborigen puede hoy tener también un medio de expresión. Sumado a esto, la palabra de muchas personas públicas exponiendo su posición cuando todo se estaba debatiendo. Es en estos pasajes en donde se puede vislumbrar si existe una bajada de línea o no de acuerdo a lo que se extrae de cada discurso. Técnicamente hay algunos altibajos con el sonido, un problema habitual de las proyecciones en DVD en salas no aptas tecnológicamente para esta época. En cuanto a la edición, algunos hechos están concatenados pero otros parecen haber quedado a la merced interpretativa de cada uno. Hay como una suerte de distintas líneas narrativas, una de las cuales hasta genera cierto suspenso en el momento de la decisión final. De todos modos, la película genera interés por razones extra-cinematográficas. Para cualquiera que haya estado en una burbuja cuando esto se discutió en todos lados, puede tener una buena chance de ponerse al día y de ahí en más buscar su conclusión en todas las campanas que consiga hacer sonar. Es más, sería interesante sentarse en la butaca y no esperar a ver lo qué le quieren dar. Vaya exigente. Pida saber más y verá que no le resultará extraño si terminada la proyección le queda la sensación de que falta algo.
No hay nada que hacerle. Cuando algo sale redondito, bien hecho y sin melodramatizar la inteligencia de nadie; hay que admitirlo. Esto es lo que sucede con Justicia final. El director y actor Tony Goldwyn (recuerde el villano de Ghost: la sombra del amor) saca adelante una película que desde el primer segundo se centra en la pista para no desviarse ni un milímetro del relato clásico hollywoodense, ni de la estructura narrativa convencional. A veces es mejor empezar así. Yendo a lo seguro. ¿Quiere una prueba? La sala se oscurece y después de los logos Ud leerá: Basada en una historia real. Obviamente con esto no alcanza para hacer buen cine, pero convengamos algo: con el famoso cartelito es difícil discutir los hechos que se cuentan, ¿no? Por eso da bronca la traducción al español. El título original es Conviction (condena) Acá le pusieron Justica final. Los que salían del cine contando el final de la película (chiste que ha caído en desuso) eran individuos merecedores de ser corridos por toda la cuadra pero, ¿Se puede ser tan perverso de contar un final desde el título en el afiche? En fin… Las primeras imágenes son varios paneos cortos de una típica casa de clase media baja bastante alejada de los suburbios. Todo parece estar bien, excepto por manchas de sangre y un cuerpo tirado al lado de la cama. Si señor, acertó. Alguien mató brutalmente a una persona. Kenneth (Sam Rockwell) nunca tuvo fama de santo en el pueblo. Cada vez que había alguna barahúnda la policía lo iba a buscar a él, imagínese con esto que pasó. Parece que por fin los uniformados lo van a poder guardar para siempre. Para colmo, su mujer y alguna amante declaran en su contra. No lo salva nadie. Sin embargo, fíjese que Betty Anne (Hilary Swank) está convencida de la inocencia de su hermano al cual se siente naturalmente unida porque desde la infancia, ambos aguantan de todo y más de una vez se han mandado alguna que otra travesura de la cual han reído juntos. Acá los flashbacks están correctamente utilizados. Ninguno entrega información de más ni efectista. Construyen la relación entre hermanos y de hecho, esta base solidifica la postura de la Betty Ann adulta. Ante el fracaso de la defensa, decide sacar a su hermano por todas las vías legales posibles. Incluso si eso significa ponerse a terminar el colegio y estudiar abogacía. “Los hermanos sean unidos…” El director no debe haber leído el Martín Fierro pero que aplica la “ley primera”, la aplica. Yo no le voy a contar como termina, de eso se encargan los distribuidores con el poster. Sí le digo que las actuaciones tanto de Rockwell como de Swank son de colección, sobre todo cuando comparten encuadres. Lo mismo se corresponde con Bailee Madison y Tobias Campbell, los chicos que personifican a Betty Ann y Kenny cuando eran chicos. Un ejemplo de buena dirección de actores. El relato casi no tiene subtramas, se nutre así mismo de la investigación que realiza la hermana y de personajes ocasionales que aportan al tiempo en que se desarrolla el guión como el de Minnie Driver, compañera de estudios y futura amiga de Betty Ann. Una película realizada con mucho oficio (frase hecha, ya sé; pero le juro que esta vez aplica) y especialmente sin otra pretensión que la de ser una historia bien contada y que no subestima a nadie. Olvídese de comparar esto con películas como Silkwood, Norma Rae o Erin Brockovich. Justicia final no es la lucha de una mujer contra el sistema porque salvo un par de guiños arbitrarios, nadie le niega apelaciones u otras acciones. Betty Ann lucha contra sus propias limitaciones ante la impotencia que le causa desconocimiento. En todo caso hubo dos ejemplos este año en la cartelera local si queremos buscar historias simples, lineales y entretenidas (sean verídicas o no): Poder que mata y La verdad oculta (Esto me hace acordar a cuando trabajaba en el video club), vaya a verla. Es probable que se lleve algo más que entretenimiento.
¡Ahh! Queríamos tanto a Arnold… Esto pensé cuando salí de ver la última versión de “Conan, el barbaro” Hay algo insoslayable que ocurrirá con los mayores de 30: La comparación entre Jason Momoa y Arnold Schwarzenegger. Es natural que eso ocurra, porque para el cine de los ‘80 el actor austríaco representa un icono fuertemente arraigado en esa generación. No pasa tanto con otros personajes. A lo mejor el Guasón de Jack Nicholson en la “Batman” de Tim Burton (1989) estaría en el mismo nivel de comparación cuando nos tocó ver la interpretación de Heath Ledger en “Batman: El caballero de la noche” (2008). Lo cierto es que “Conan el destructor” versión 2011 será más disfrutable si se la ve como una película que se corresponde con la dinámica de compaginación de esta época, y más emparentada con la estética de la historieta original (sobre la que está basada); que con el cine de aventuras artesanal filmado en 1981 por John Milius y en 1984 por Richard Fleischer (la secuela “Conan el destructor”) En la introducción conocemos a Corin (Ron Perlman) quien ve nacer a su hijo (lo llamarán Conan) en el fragor de una batalla. Años después, papá es jefe de la aldea y manda a los chicos a que se hagan hombres al bosque. Su hijo demostrará habilidades natas como la de sostener un huevo de ave en la boca sin romperlo mientras se escabecha a cuatro o cinco salvajes. Luego entrarán en escena Khalar Zym (Stephen Lang) y su hija hechicera Marique (Rose McGowan). Ambos buscan la última pieza de una máscara para obtener poder ilimitado, ergo, atacan la aldea y así el niño verá morir a su padre. Ese hecho generará todas las acciones futuras del personaje. Años después ya vemos al Conan adulto (Jason Momoa), quién lejos de olvidar el hecho buscará venganza a como de lugar. La película gira en torno a esta aplicación de la ley del talión, para lo cual habrá muchas escenas de batalla a espadazo limpio. Algunas acciones resultan confundidas en el vértigo del montaje y no siempre se ve a los dobles caer a tiempo o de forma creíble. Es entendible viniendo de un director (Marcus Nispel) que ha hecho varios viedoclips y un par de remakes de cine de terror como “Martes 13” (2009). Los rubros técnicos están acorde a lo que pide la historia, hasta se nota cierta falta de presupuesto que no va en desmedro de la calidad del producto final, al contrario, hasta le da cierto tono de cine clase B, algo bastante saludable en estos días tan digitales. Pero no hay que buscarle la quinta pata al gato. La historieta de Robert Howard siempre tuvo esta dosis de violencia y sexo (sobre todo cuando el personaje fue tomado por Marvel durante un tiempo) El guerrero cimerio es bruto, sangriento y casi no razona sus acciones. Eso es lo que entrega esta realización. Sí, yo me quedo con las de Arnold pero, salvo algún detalle menor, no hay razón para que los seguidores del comic salgan defraudados.
Mire que bien viene este documental para poner más luz sobre varios puntos. El primero tiene que ver con la utilidad de ver un documental, si este da cosas por sentado. Por ejemplo: Supongamos que me interesa saber por qué un león mata cachorros de su misma especie. Un documental no podría arrancar asumiendo que el espectador sabe todo sobre el dominio territorial de los felinos. Una introducción al tema es tan necesaria como el motivo principal que empuja al realizador a filmar algo de este género. Testimonios de una Vocación es un claro ejemplo de cómo introducir un tema, desarrollarlo con todo tipo de aportes y concluirlo dejando abierta una puerta para que cada uno continúe el camino de ir tras la s huellas de un artista inigualable. Los directores bien podrían decir: “Señoras y señores con ustedes: Edmund Valladares” El documental conecta desde el principio con el arte. Distintos artistas plásticos hablan de la historieta allá por los años 40 / 50 y una descripción cabal de lo difícil que era no sólo conseguirlas; sino obtener papel para dibujar las propias. Por otro lado, sirve como antecedente para conocer el descubrimiento de la vocación de artista. Primero dibujando y luego pintando, esculpiendo, filmando y por qué no; haciendo docencia desde un lugar avalado por el conocimiento y por la humildad. Jorge Valencia, Eduardo López y Jaime Lozano son los tres directores que nos van llevando en orden cronológico por la vida y la obra de Valladares. No solamente con su crecimiento como artista que fue ampliando la gama de recursos expresivos a lo largo de su trayectoria; sino como el hombre habitante de Argentina y del mundo cuya experiencia de vida tuvo un impacto directo en su obra. Valladares habla en un momento de compromiso. Su vida en Venezuela, en México y en Europa va acrecentando su estilo expresionista a medida que los hechos políticos y sociales van impactando en su ser. Los testimonios del propio artista le dan a la película un carácter de autorretrato pergeñado desde la razón y sin la necesidad de caer en la explicación de ninguna de sus obras. Acaso sea ésta, la mayor virtud de esta película. La realización está muy cuidada en lo técnico y hasta provoca a veces, querer ver durante más tiempo la enorme cantidad de pinturas, esculturas y películas compiladas que conforman en universo de uno de los artistas más importantes de nuestro país y que todavía sigue creando. No hay simbolismos personales para contar la vida de Valladares como ocurría en El retrato postergado (sobre Haroldo Conti); ni la falta de conexión entre directores y el artista a documentar como sucedía en Tito, el navegante. Un documental hecho y derecho capaz de generar interés más allá de la importancia artística del protagonista.
Madrugada. Las 5:00 en Buenos Aires. Particularmente, en la estación Constitución y en la plaza del mismo nombre. La película Un día en Constitución tiene un poder de observación a través de la cámara como pocas veces se ve. Las imágenes van desfilando ante los ojos del espectador al ritmo sincopado del jazz, la bossa nova o el tango electrónico. Música de ciudad, de asfalto, neones y un tablero electrónico que marca la hora y el pulso de ese pulmón fundamental de Buenos Aires. Desde el primer tren hasta el último, Un día en constitución nunca para, aunque se detenga por momentos a observar lo que pasa. La cámara se posa en los rincones altos de los andenes y de la Terminal para mostrar desde esa inmensa altura la danza de gente que viene y va durante todo el día. Parece un documental, pero no lo es. O mejor dicho, lo es a medias. En vez de caer en lugares comunes como entrevistar a un panchero con la estética de “Policías en Acción”, el director Juan Dickinson y el productor Fernando Musa, se han puesto a observar detenidamente todo lo que pasa allí hasta dar con “algo”. Ese algo cuya búsqueda es anunciada por uno de los personajes. Una suerte de “capo” del lugar que lleva a uno de los camarógrafos a recorrerlo todo hasta encontrar “la posta” de lo que va a pasar. Un día… nos propone a cada uno detenernos a mirar a la gente de todos los días hasta construirnos una historia. El director eligió armar pequeños retazos de ficción con aquellos personajes que le habrán llamado la atención y por eso esta película no pertenece sólo a un género. Vale decir, no deja de ser una observación minuciosa sobre una estación de tren y sus alrededores pero a su vez ofrece una paleta de personas sobre las que se arman pequeños microcosmos de su andar cotidiano. Una camarera, una prostituta, un guardia, un artista callejero, etc; pero cuidado: estos personajes son guiados por un falso documental, solamente para ser parte de la protagonista exclusiva de la película: la estación Constitución. Por que si bien hay una cámara que sigue a cada uno, también hay otra que mira fijamente a los colectivos afuera, la comida chatarra, los carteles, los horarios de salida de tren y a toda la gente que integra ese ecosistema. Dickinson deja ver que Constitución es el lugar en donde alguien puede perderse para siempre o volver a encontrarse. El polo extremo entre frustración y esperanza y sobre todo la gran bestia que devora y vomita gente desde sus puertas hacia la vida diaria. Hay imágenes de esta película urbanamente poéticas. Prodigiosamente fotografiadas por José María Hermo y editadas por Fernando Vega y Eva Poncet, tres técnicos a tener en cuenta como garantía de buen gusto para sus trabajos futuros. La música de Pablo Gignoli, está durante casi toda la película, marcando claramente los momentos del día y algunas acciones dramáticas. Todos al servicio de una obra que el director, evidentemente, siempre tuvo clara desde la primera locomotora que enciende su motor hasta el último pasajero que vuelve a su casa. Sí. Los 63 minutos de Un día en Constitución se pasan volando, como la vida diaria. Quién pudiera salir de la rutina simplemente observando así y con la imaginación dispuesta.
Con películas como El Guardián del Zoológico a veces se hace difícil elaborar una opinión. Uno anda deambulando por las letras del teclado pensando: “¿Por dónde empiezo?”, mientras las imágenes y los diálogos siguen rondando por ahí. La primera escena tiene a Griffin (Kevin James con bastante sobrepeso) y a Stephanie (Leslie Bibb –bellísima-) paseando románticamente a caballo en una playa. El preparó todo para proponerle matrimonio incluyendo unos mariachis, pero ella pone cara de asquito y rechaza la propuesta porque piensa que su novio no tiene futuro económico como guardia de un zoológico y que le ve mas potencial como vendedor de autos en la concesionaria del hermano (¿!?!¿!?). Okey. Sé que suena ridículo pero también lo es pensar en alguna razón por la cual estos dos estaban juntos en primer lugar. Cinco años después… Iba a decir “las vueltas de la vida” pero en realidad no, porque Griffin sigue trabajando en el zoológico. Digamos, el guionista escribió que el hermano se casa y en la fiesta vuelve a ver a Stephanie. Cimbronazo al corazón. Este hombre es increíblemente tímido e influenciable y le pide ayuda a Kate (Rosario Dawson) su compañera de trabajo para darle celos a su ex y lograr que vuelva ¿Le suena? Esto debe ocurrir en la fiesta de casamiento. Toda esa secuencia es una antología del ridículo pero en realidad Griffin no es un genio, todos estos consejos fueron dados por los animales del zoológico que oh sorpresa, hablan como usted o como yo y no están dispuestos a perder a su guardia favorito. A partir del primer animal que habla, toda la película parece caer en un pozo sin fondo ayudada por la fuerza de gravedad de algunos de los diálogos. Para colmo, los animales (un elefante; una jirafa; un cuervo; dos osos; un monito -robado de Una noche en el museo-; un avestruz y un gorila) parecen haber fumado de la buena o estar enchufados a una silla eléctrica. No paran de gritar(se) cosas, hablar fuerte y moverse como neuróticos por el set. Un gorila aislado será de todos, el animal que establecerá el equilibrio en la historia y el generador de los momentos mas… bueh! Pongámosle graciosos. Huelga contarle el resto del argumento pero es cierto que El Guardián del Zoológico se las arregla para levantar un poco al final (siempre y cuando ud haya cedido su inteligencia a todo el resto de las propuestas del director, esta claro ¿no?). Lo técnico no es un prodigio. La sensación es de un abuso y/o mal uso del CG y otros efectos, por ejemplo en la velocidad del movimiento de la boca de los animales al hablar resultando este poco convincente. La banda de sonido de Rupert Gregson Williams tiene de todo en la orquesta pero mal utilizado y en lugar de subrayar alguna escena parece querer taparla. También hay un rubro poco usual en el cual El Guardián… resulta floja. El doblaje. En líneas generales, esta realización no está bien doblada en cuanto a la elección de las voces pero sobre todo en la dirección actoral de las mismas. Hay algo estridente en casi todo el elenco, como si no hubieran podido atemperar con su talante, lo que se adivina mal manejado en el idioma original. Apenas se destaca el gran trabajo de Octavio Rojas en a voz del gorila y el de Carla Falcón en la voz de Stephanie. El resto es una caterva de acentos latinoamericanos que en la mayoría de los diálogos resultan forzados. La suma de todos estos factores atentan contra la posibilidad de engancharse en una trama que no invita precisamente a dejar volar la imaginación. Si todo depende de las secuencias con animales, es demasiado poco.
Inscripta como “para toda la familia”, se estrenó este jueves “Winter, el delfín”. La verdad es que estructuralmente el guión cumple con todas las pautas habituales de éste tipo de producciones. Por caso, las películas con animales tiernos casi siempre funcionaron bien. Desde aquella Lassie en “La cadena invisible” (1943), protagonizada por Elizabeth Taylor y Roddy McDowall, pasando por la saga de Benji iniciada en 1974. Por lo general son los chicos y el animal en cuestión los que muestran el costado frágil dentro del mundo de los adultos. En éste caso, también está la famosa y condicionante fracesita, “basada en hechos reales”. Un delfín (Winter) aparece un día en una playa traído por la corriente marina, muy lastimado luego de enredarse con una trampa para cangrejos. Es descubierto por Sawyer (Nathan Gamble), un chico tímido y con cierta carencia afectiva, que comienza a interesarse por la suerte del cetáceo. Así conoce a la gente del Hospital de Animales Marinos, quienes se debaten por la continuidad del instituto, entidad que está enfrentando serios problemas económicos. Sawyer hace un tándem con Hazel (Cozi Zuehldorff), su nueva amiguita, hija de Clay (Harry Conick Jr.) que como médico hará lo posible para seguir adelante pero denotando siempre una impronta derrotista. Convocado por Sawyer llegará el tozudo Dr. McCarthy (Morgan Freeman), quien diseña prótesis para los soldados que vuelven de la guerra. El bueno de Morgan pondrá su sapiencia como actor para traer tranquilidad al elenco y una cola nueva para Winter ya que la suya original fue amputada para salvarle la vida. Charles Martin Smith es en realidad más conocido por algún sólido trabajo actoral (“Los Intocables”, 1987), que por su trabajo como director; pero como hombre de Hollywood conoce el paño en el que juega. Lleva adelante el guión de Karen Janszen y Noam Dormi en forma solvente. Sin arriesgar nada porque sabe a qué público va dirigida esta producción. También cumple con la coordinación de los rubros técnicos, aunque la secuencia inicial de los títulos evidencia algunas computadoras de menos de las necesarias en el presupuesto. De todos modos no hace a la cuestión. Mark Isham sigue siendo un virtuoso compositor de bandas de sonido, mientras que la compaginación de Harvey Rosenstock suma el ritmo que impone una historia predecible y agradable a la vez. Quedará el mensaje bien instalado. Esto de reponerse ante una situación que se presenta imposible de resolver. Una intención muy noble y de simple decodificación para los más chicos. En este sentido, llevarlos a ver Winter es una buena opción. Para separar la paja del trigo hago este punto y aparte. El documental ganador del Oscar el año pasado fue “The Cove” (la ensenada). Al principio de esta película se explica claramente que los delfines y demás animales “animadores” de los espectáculos tipo Mundo Marino sufren un tremendo stress al verse rodeado del sonido y el bullicio generados por el público. En el caso de los delfines, se potencia por el tipo de frecuencia sonora con la que se comunican. Con esto demostrado, cuesta ver películas que involucran delfines y eventualmente cualquier animal no doméstico. Winter es un delfín que tuvo que “actuar” algunas escenas en las que aparece para contar su propia historia. Por ende ha sido dirigido por profesionales, tal cual sucede en cada función de Sea World. Permítame poner en duda esta vez la leyenda de los créditos finales que indica que ningún animal fue dañado.
La “road movie” debe estar dentro de los inventos más raros que se usaron para clasificar películas en tanto género. Me pregunto a quién se le ocurrió tal cosa. Comedia, drama, aventura, bélica, todo dentro de la misma bolsa, sólo porque la acción (o la mayor parte de ella) se desarrolla en un camino, ruta, autopista, etc. Menos mal que no proliferó esta forma de definición. Ya me veía hablando de riachuelo movies, tribunales movies, supermercado movies, ¡o vaya a saber que otra ridiculez! “Paul” de Greg Mottola ocurre en la ruta, y la trama se desarrolla durante un viaje, pero es una comedia. Créame. ¡Y de las buenas! Dos nerds, Graeme (Simon Pegg) y Clive (Nick Frost), fanáticos de todo lo relacionado con la ciencia ficción, incluyendo historietas y series, llegan de Inglaterra a Estados Unidos para la convención anual de Comicon, encuentro que reúne a los fanáticos de todo el planeta. Pero el viaje tiene otro propósito aún más importante para ellos: hacer un recorrido en casa rodante por aquellos lugares de USA en donde hubo contacto extraterrestre. Eventualmente se encuentran con uno. Adivine como se llama: Paul. Se trata de un alien que se ha escapado del Área 51 con la idea de retornar a su planeta. En cautiverio durante décadas, el sujeto ha tomado todos los modismos y costumbres del ser estadounidense de medio pelo y grosero: Insulta, fuma, toma alcohol, habla de minas y tiene un humor bastante ácido. Le diría que se imagine al humor de Alf aggiornado a esta época y no apto para todo público. Paul conoce a los británicos, se une a ellos emprendiendo una huida cuyo destino final es el punto de cita del alienígena con los congéneres que llegarán desde el espacio para rescatarlo. Enterada de la fuga, la jefa de jefas (actriz sorpresa) ordena a uno de sus agentes la búsqueda y captura de Paul, un agente de pocas pulgas y pocos amigos. El resto, imagínelo durante medio minuto. Sí, es exactamente lo que pensó. Sin embargo, esta vez lo predecible no resulta un factor negativo. Esta comedia se sustenta sobre dos pilares fundamentales: El extraterrestre cool y ocurrente (en la voz de Seth Rogen), con un humor apuntado directamente sobre las convenciones del género para reírse de ellas, y la excelente química de Simon Pegg y Nick Frost, a los que se suma la gran comediante Kristen Wiig como una chica caída del catre que aprende de todo en el viaje. Por supuesto que cuanto más fanático sea usted, y más sepa de ciencia ficción, más gags y guiños podrá agarrar al voleo, pero es importante destacar que “Paul” se puede disfrutar aún si vio muy poco, hasta le diría que con “Encuentros cercanos del tercer tipo” (1977) alcanza. Al director Greg Mottola le falta poco para lograr que se lo empiece a usar como referencia. Sabe muy bien esto del humor rebuscado, y ya manejó su propio código en películas como “Un verano memorable” (“Adventureland”, 2009) o “Super Cool” (“Superbad”, 2007), y en el caso de “Paul” con el agregado de construir un personaje muy sólido, a tal punto que hace olvidar al espectador que se trata de un ser enteramente digital. Las tramas paralelas se desarrollan por los carriles normales. En este sentido los guionistas (los mismos actores Simon Pegg y Nick Frost) siempre tuvieron claro que esta producción es un gran gag dividido en secciones, que bien podrían ser parte de cualquier sketch de Saturday night live o Mad TV. Probablemente “Paul” no pase a la historia del género, pero seguramente será de culto y, en el mejor de los casos, si usted detesta la ciencia ficción o las historietas, esta realización será su mejor compinche para entender por qué.
Antes de hablar de esta producción me tomé un té, puse un sahumerio, música hindú, y medité durante varias decenas de minutos. La idea era poder evitar insultos, improperios y calificativos fuertes. Apuesto que Antti J. Jokinen, el director de “Invasión a la privacidad”, ha cometido la torpeza de abordar su primera película sin leer el guión. O mejor dicho, lo debe haber ido leyendo a medida que la filmaba, o algo así. Es más, estoy casi seguro de que no la vio una vez terminada. De otra manera resulta incomprensible como se puede hacer esto y dejarlo así como está, sin alegar demencia temporal. Esto explica por qué en Estados Unidos apenas si se estrenó en algunas salas y luego fue directo a DVD. Tiene unos 20 minutos iniciales que coquetean bastante con la intriga, hasta podría decirse que se logra una atmósfera interesante. Juliet Deverau (Hilary Swank) es residente en un hospital. Se acaba de pelear con el novio y está buscando departamento para poder dejar atrás esa circunstancia y sacarse los cuernos. La narración nos va introduciendo en el personaje como alguien que practica deportes, maneja situaciones complicadas y tiene un alto grado de autosuficiencia. Un buen día encuentra el lugar que le gusta, de esos soñados y con dueño directo. En el viejo edificio (que nunca se muestra bien) encuentra a Max (Jeffrey Dean Morgan), el propietario, un hombre amable y cortes dispuesto a terminar de arreglar su edificio para que ella se mude cuanto antes. El día de la mudanza Christopher Lee (como August) subió al set de filmación para poner su cara de pocos amigos a Juliet. Esto lo repetirá tres veces más durante el desarrollo de la trama, ya sea frente a ella o espiándola con la puerta entornada. El motivo de la presencia de éste personaje es un secreto que los guionistas guardarán bajo llave y se lo llevarán a la tumba, porque en la historia jamás tiene sentido alguno; salvo para tener miradas cómplices con Max, y una conversación con él en la cual el ex–Drácula lo califica de “débil” y “celoso”. Juliet hace días que no está con su ex-novio y le van entrando ganas sexuales. ¿Y quién sino el dueño para satisfacerlas? Además, vive en el mismo edificio, con lo cual no hay que gastar ni en telo ni en taxi. Juliet se le insinúa, lo avanza, y el beso queda ahí sin consumarse pues Max recula un poco, porque el guión necesita mostrar la situación una vez más. Cumplido el minuto número 31, el realizador Antti J. Jokinen pone pausa (literalmente) en su película, y como si fuera un homenaje al retroceso cuadro por cuadro de las viejas videocassetteras, rebobina todo para mostrarle al espectador lo mismo, pero un poco más rápido y desde la perspectiva de Max, quien había seguido a Juliet durante todo este tiempo (algo que, por otro lado, ya sabíamos). Quedará una hora más de proyección para mostrar una suerte de thriller psicológico, en el que la obsesión y el fetichismo de Max explotan y se desarrolla el famoso juego del gato y el ratón, que en este caso no es un eufemismo. Son Tom y Jerry. Sobre todo cuando se persiguen detrás de las paredes. Hay tanto espacio ahí como para subarrendarlo a otros inquilinos. Lástima, hubiera sido un negoción. Respecto de las supuestas referencias “hitchcockianas” de “Invasión a la privacidad”, uno no sabe si el realizador quiso homenajearlo y le salió mal o si quiso directamente burlarse del maestro. Parece mentira que todavía queden directores en Hollywood dispuestos a dotar a sus villanos del síndrome de Terminator. ¿Vio esa gente que no se muere nunca, le den con lo que le den? ¿Para qué escribir más? En todo caso puede que sea mi enojo por haber visto algo tan malo. Como dijo un colega en esta misma página: ¡Queda advertido!