El sólo hecho de que se estrene una comedia francesa siempre me generó un aire renovador. Una ansiedad especial ante la posibilidad de disfrutar de ese humor que, aunque pasen los años, tiene una estética y un concepto medular que se mantiene intacto Desde aquellos “Besos Robados” (1968) de Truffaut a “El Placard” (2001), de François Veber, o de “Mi Tío de América” (1979) de Resnais a la entrañable “Amelié” (2001) de Jeunet. Por favor no quiero que piense que estoy comparando estas películas con “Rompecorazones”, es simplemente para establecer un punto: En la mayoría de los casos la comedia francesa se toma el tiempo necesario para construir los personajes, dándole a sus acciones y diálogos un sustento más importante. Alex (Román Duris) es un seductor nato, viste bien, se perfuma bien, habla más de un idioma y trabaja de “hacer y ser” todo eso. Él; su cuñado y su hermana tienen una agencia que se dedica a romper o separar parejas, basados en la convicción de la existencia de tres tipos de mujeres casadas: a) Satisfechas b) Insatisfechas y resignadas a su destino c) Insatisfechas pero no resignadas. Por definición, queda claro el lugar en que quedan parados los maridos en todo esto, sobre todo los del grupo “C”, que es precisamente donde el trío entra en acción por pedido de algún pariente, amigo o compinche. La verdad es que los guionistas no se molestan mucho en explicar cómo Alex se hace conocer, de donde vienen los clientes, y demás cuestiones. Si lo pienso un poco, es fácil aplicar la frase "tirado de los pelos", También es verdad que los primeros diez minutos de introducción están tan bien planteados que logran desviar todas las preguntas, porque queda muy clarito: para lograr que las mujeres se den cuenta de que están desperdiciando sus vidas “al lado de ese energúmeno” Alex hace de todo, excepto acostarse con ellas. Las seduce, coquetea, y emociona utilizando todos los datos que el equipo averiguó previamente. Un apostolado lo de éste muchacho, no me diga que no. Sin embargo, el conflicto se desata a partir de un encargo que reviste intereses que van mucho más allá de la preocupación inicial, ya que Alex debe separar a Juliette (Vanessa Paradis) de Jonathan (Andrew Lincoln), una pareja aparentemente perfecta. La narración está correctamente llevada por el realizador Pascal Chaumeil en su primer largometraje (luego de algunos trabajos para la TV francesa), apoyado en las buenas actuaciones de todos. Hay momentos en los que François Damiens se roba las escenas. Me pareció extraña la elección de la cantante/actriz Vanessa Paradis (aquella del hit "Joe Le Taxi" ¿recuerda?), interpretando su rol de futura esposa en una pareja prefecta, su actuación está un escalón más abajo que el resto del elenco. De todos modos es un detalle que no hace a la cuestión. La música está totalmente acorde con lo que se plantea, tanto las canciones como el tono casi picaresco de la banda de sonido, como cuando están realizando el trabajo previo al encuentro “casual” de Alex con Juliette. La fotografía cumple adecuadamente su función, al igual que la compaginación que tiende a disminuir un poco de ritmo, por ejemplo alargando un final que resulta, como mínimo, esperable. De todos modos “Rompecorazones” es una agradable comedia romántica con momentos muy graciosos. Nadie que quiera entretenerse un rato va a salir decepcionado. Que se divierta.
Hola. Déme unos segundos que respiro profundo. Me relajo, tomo un té de tilo. Cuento hasta diez… Listo. Ahora sí. Duodécimo documental argentino que se estrena en 2011. Una tendencia que ya lleva años de crecimiento, apuntalada por los festivales DerHumALC y DOCA con sus respectivas ediciones en el primer y segundo semestre de cada año respectivamente. Supongamos (y ojala que así sea) que ya existe un público ávido por el material que entrega este género. Por un lado la tendencia debería ir creciendo en cantidad, y por el otro los realizadores de documentales (y ojala que así sea) deberían crecer en la calidad de sus materiales. Para hablarle de “Qué culpa tiene el tomate” permítame focalizar la atención por un momento en la cuestión de las intenciones, o sea en lo qué pretende el director, en este caso los siete realizadores, con su documental, vele decir cuál es el tema que lo impulsa a preguntarse cosas, y luego prender la cámara. Lo que supimos por la gacetilla de prensa, y por alguna que otra nota en los diarios, es que esta producción pretende mostrar “…cómo los alimentos pueden pasar de la tierra a la mesa. A través de esta documentación emerge todo un cuestionamiento de la comercialización en grandes cadenas de venta y distribución”. Convengamos que la propuesta es por demás interesante. Sobre todo porque idea de Alejo Hoijman, impulsor del proyecto, fue ir más allá de Argentina y convocó a seis realizadores para que cada uno abordara el tema, filmara en su país y enviara su visión de la cuestión. Sin embargo nada de esto ocurre aquí. No hay un sólo momento en el que aparezcan las grandes cadenas que funcionarían como el contrapeso de la información, y de las imágenes que muestran siete mercados de estilo, Mercado Central, en siete países distintos. Ni siquiera un comprador (de los cientos que aparecen) que, por ejemplo, compare los precios. “Qué culpa tiene el tomate” tiene su inicio en Misiones, Argentina, donde por única vez se muestra, con imágenes realmente bien logradas y sin ningún diálogo, el proceso que sigue el cultivo de la tierra, desde un pequeño segmento en una selva virgen que a fuerza de machete se convierte en terreno apropiado para siembra y cría de animales que, una vez procesados por la pareja que vive allí, son llevados a un mercado común en donde se venden. A partir de ese buen comienzo de unos 12 minutos, se lleva a cabo el resto de la película que consiste en un concierto de redundancias repitiendo seis veces más lo que ya vimos, pero en distintas geografías: Bolivia, Brasil, Perú, Colombia, Venezuela y Cataluña (en ese orden). Ante nuestros ojos desfilan una y otra vez etnias, productos, armado de puestos, dialectos, mujeres con bebés vendiendo fruta o verdura, gente comprando y algunas imágenes de personas bostezando (con quienes me sentí muy identificado). Según el realizador y el país a veces hay un seguimiento a personajes pintorescos que están institucionalizados dentro cada predio, lo que ayuda a levantar algo de la monotonía, como por ejemplo aquel buscavidas simpático en el segmento correspondiente a Brasil, o el carnicero catalán y sus técnicas de regateo. “Cuando la comida va de la planta a tu mesa sin el Súper en el medio…” dice el eslogan de la película. Pareciera que la compaginación pretende que esto se decodifique e interprete, simplemente por mostrar la rutina de trabajo de los mercados en Latinoamérica. Es interesante que en algún momento todos los directores hayan puesto su ojo en la presencia de objetos de santería alusivos a la Virgen María, como una suerte simbolizando la esperanza dentro de lo sacrificada y dura que es la vida en este sector de la sociedad. Pero es demasiado poco para un ritmo tan lento. Leí por ahí que Hoijman les pidió a los otros realizadores que evitaran los diálogos y las entrevistas. Por suerte un par de ellos no le hizo caso y son los únicos momentos en los que la obra aporta un poco más a poner luz sobre el planteo original de evidenciar la diferencia de precios entre canales directos y terciarizados. Si es por eso, es verdad que el tomate no tiene la culpa. El espectador tampoco.
No dan muchas ganas de ponderar intenciones, pero lo voy a hacer porque amo el cine argentino. Seré breve. “Desbordar” es una producción basada en hechos reales que tuvieron lugar a fines de la década del 80. Marcos, Iván y Darío son médicos recién recibidos y muy entusiastas que en un hospital neurosiquiátrico encararon una idea nueva, luego convertida en terapia. Consistía en reunir un grupo de internos determinado e iniciar con ellos un proyecto para que puedan expresarse en forma escrita. El proyecto creció y se convirtió en una revista, que llegó a venderse en los kioscos durante algún tiempo. Parece que la burocracia del hospital mismo se les puso en contra, por lo que tuvieron que luchar para poder seguir adelante hasta que todo quedó cancelado. Evidentemente esta historia fue un disparador para que el guionista y realizador Alex Tosserberger decidiera llevarla al cine. Claro, el tema toca varios puntos interesantes como la burocracia contra las ideas nuevas, la discriminación, la libertad de expresión, la trascendencia del ser más allá de los muros que cada uno se construye alrededor, la ley de salud mental… digamos, hay tela para cortar. El problema del proyecto fílmico “Desbordar” es que el director parece haber confiado demasiado en la riqueza de los hechos, considerando que con sólo filmarlos alcanzaba para trasmitir lo que se proponía originariamente. Pues fíjese que no. No alcanza y se nota. Esta realización tiene algunos momentos logrados (pocos), como la escena en la que los internados están en pleno proceso creativo. Pero son sólo instancias aisladas. El resto de lo que sucede está claramente delineado, pero el contenido se va cayendo merced a la indefinición de ser un documental o una ficción. Para los actores “Desbordar” es un escollo. No tiene que ver con su capacidad interpretativa; sino con un guión que se limita a narrar hechos reales en desmedro de la construcción de los personajes. Esta falta de trabajo se nota más en Carlos Echevarría, Julián Doregger y Nacho Ciatti, quienes interpretan la versión joven de los médicos. No es que sean malos actores, simplemente no cuentan un guión sólido con el que trabajar, por no mencionar diálogos que está más cerca de una novelita de TV que de una obra fílmica. Lo mismo sucede con algunas situaciones. La escena de la violación no solamente es innecesaria (haya sucedido o no); sino que el guión jamás entrega un mínimo antecedente que la justifique. El error garrafal de insertar a Fernán Mirás y Manuel Callau para asumir a Marcos e Iván, repectivamente, 20 años después, más allá de sus buenos trabajos, despoja de continuidad a los personajes. Por si no tiene muy presente a Echevarría y Doregger, es cómo si pusiéramos a Gastón Pauls hacer de X y en la versión 20 años más viejo cubierto por Leonardo Sbaraglia. “Desbordar” tiene otra contra en los rubros técnicos. A la compaginación le sobran fotogramas y por momentos está mal efectuado el corte, como la escena de presentación del grupo al principio de la película. La fotografía en su conjunto es bastante dispar. Hay algo en la iluminación que le quita el criterio visual principal (las reuniones con el director del hospital, por ejemplo). Todo esto produce que en esta producción lo importante del “qué” termine opacado por el “cómo”. Muchas veces la frase “basado en hechos reales” es un arma de doble filo, con la que es fácil lastimarse si se confía sólo en eso. No alcanza para hacer cine.
Vamos “a los bifes”. “¿Qué Pasó Ayer? Parte II tiene tantas razones para no ser una buena comedia, como razones para funcionar muy bien. La primera parte de la reflexión tiene que ver con el papel para calcar. ¿Se acuerda cuando tenía que calcar el mapa de Europa en la primaria? No salía igual, igual. Pero era bastante parecido, merced a las virtudes de la transparencia y al pulso de cada uno. En este sentido, los guionistas de la original eran Jon Lucas y Scott Moore, en la continuación son otros: Craig Mazin y Scot Armstrong. Sin embargo, la espantosa sensación es que tomaron el libreto anterior y reemplazaron Las Vegas por Bangkok, tequila por cerveza y resaca por terrible resaca. Sólo un par de situaciones en la vida de cada personaje son distintas dos años después. La fórmula se repite intacta, con lo cual la tercera puede ocurrir en Ghana o en Trenque Lauquen y el resultado será el mismo. En esto hay que darle la derecha al público. Si el “Chavo del 8” o “Polémica en el Bar” (por citar dos ejemplos cercanos) siguen funcionando cada tanto seguramente no es por ser particularmente originales; sino porque se crea una dependencia del mismo remate de cada situación. Es algo que no he podido explicarme nunca. Está ahí, vigente. O sea, en un punto me aburren con la misma proporción de necesidad de poder verlas cada tanto. Ignoro si Sofovich, Gómez Bolaños y Todd Phillips (el director de ésta producción) se conocen. A lo mejor aprendió de otro lado. Claro… Que tonto, discúlpeme. Si en USA tuvieron 7 entregas de “Locademia de Policía” en el cine, más una serie de TV, evidentemente el análisis pasa por otro lado, lo que me lleva a la segunda parte de la reflexión. Mucho de estas fórmulas depende del reparto. Si se tienen buenos actores para la comedia liviana con los que el público se engancha, el guión es lo de menos, o pasa a un segundo plano en importancia (“Piratas del Caribe, navegando aguas misteriosas” sería otro ejemplo válido). Con correr algunas comas alcanza. “¿Que Pasó Ayer?” Parte II sitúa a Phil (Bradley Cooper), Stu (Ed Helms), Alan (Zach Galifianakis) y a Doug (Justin Bartha) al borde del casamiento del segundo (en la primera era Doug). Este quiere un desayuno como despedida de soltero (¿?), en desmedro de lo que quieren sus amigos, además de elegir casarse en Tailandia. Ocho minutos después están todos allá para cumplir con Stu, aunque antes de irse a dormir Phil lo convence ir a tomar un porroncito de cerveza a la playa. Uno diría: que la cerveza Tailandesa pega como ninguna, pero no, pues toman Budweiser nomás. Para descendientes de alemanes como yo, es como el agua con gas más cara, así que aquí hay alucinógeno encerrado, qué quiere que le diga, para que protagonicen una serie de situaciones descabelladas en tiempo presente directo, similares a las de la primera, con inclusión en paralelo de otras recientes en visión retrospectiva (vuelta atrás o flashback). Con esto dicho, sería perverso de mi parte adelantar algo de lo predecible de la trama porque ya acordamos que esto no importa. Lo que importa son ellos y sus reacciones (por segunda vez) ante el cuadro de situación. Es allí cuando el espectador es invitado a ver un disparate tras otro (en el más amplio sentido de la palabra). He aquí la razón por la cual esta producción va a funcionar bien para los que gustaron de la primera y pésimo para los otros. Nobleza obliga. Hay situaciones con las que me reí mucho por mérito de los actores, sobre todo merced a Zach Galifianakis (aquel de la buena comedia “Todo un parto” (2010), quién ya debería entender que está para algo mejor porque es realmente bueno. Muchas de las escenas se sostienen debido a él. Tanto la fotografía como la edición son funcionales a la receta, lo mismo que la música. La elección de los temas (con letras que, en inglés, son alusivas a lo que pasa) parece un poco forzada. Punto en contra para el maquillaje que se cruzó varias veces con la continuidad del diseño de producción. De todos modos es un detalle. ¿Esta producción funciona como entretenimiento? Si le gustó la primera, sí. ¿Es buena? No. Salvo que exista mérito en repetirse. Le apuesto lo que quiera que la próxima es en África. Punto.
Claramente la figura histórica del “Che” Guevara despierta más curiosidad que nunca. Mucho de los ideales de la revolución cubana se explican en él y en todos los hechos y personajes que lo rodearon. De un tiempo a esta parte él y la Revolución Cubana en general provocan en los realizadores de documentales y ficción una búsqueda de respuestas que hace algunos años era impensada. Dentro de este marco surgen personajes históricos que ayudan a tener una visión más importante de la coyuntura y en particular de los hechos que la fortalecieron. La llegada a la pantalla de “La Palabra Empeñada” propone una interesantísima visión desde el punto de vista periodístico, en tanto se trate del periodismo a favor o en contra de la posición sostenida. Vamos a lo positivo. La realización de Juan Pablo Ruiz y Martín Masetti pone el foco en la carrera de Jorge Ricardo Masetti que en 1958 realiza la cobertura de la revolución para Radio el Mundo, con históricas entrevistas al “Che” y a Fidel Castro en plena acción en Sierra Maestra. En este sentido, los fragmentos de dichas entrevistas son de colección. También lo son las entrevistas a la gente que lo rodeó en ese momento. Hay un antes y un después de estas entrevistas que tiene que ver con el compromiso de Masetti con una causa que él mismo transforma en propia. Cada uno de los entrevistados desde Alejandro Agresti a Gabriel García Márquez, Ciro Bustos o Rogelio García Lupo, por ejemplo, ayudan a poner algo de luz sobre lo poco que se conoce sobre la intención del “Che” a incluir a la Argentina dentro de sus planes de liberación. Sin duda, un contenido conceptualmente rico cuyo elemento más importante es la creación de Prensa Latina., la agencia que oficio como contraparte del resto de los medios oficialistas de la época. Lo negativo, me molesta decirlo. Mi gran decepción a este respecto es la pobrísima calidad de sonido de la obra. Por momentos es tan irritante que a uno sólo le queda escuchar algo y adivinar el resto de lo que está diciendo el entrevistado. El ejemplo que más recuerdo es el del ruido del tránsito callejero que mata las palabras de uno de ellos. ¿A nadie se le ocurrió limpiarlo técnicamente o desgrabarlo para luego subtitularlo? Incluyo una escena que podría ser de colección con un guía que lleva al equipo de filmación hasta la cabaña desde donde se transmitía clandestinamente para el pueblo cubano. La proyección para prensa ocurrió con gran esfuerzo de la distribuidora en la Casa del Bicentenario, en la calle Riobamba de la Capital Federal. Un lugar acústicamente inapropiado si se quiere apreciar “La Palabra Empeñada”. De todos modos me tomé el trabajo de verla (hoy 27 de Mayo de 2011) en el Cine Gaumont por las dudas. El problema fue el mismo, por lo que se trata de una evidente deficiencia de realización. A lo mejor Juan Pablo Ruiz tenía todo muy claro, pero no está demás delegar algunas funciones para poder focalizarse mejor a la hora de tener la obra terminada. Los créditos lo tienen como director, guionista, camarógrafo, sonidista y compaginador. El riesgo es demasiado ante la falta de oficio. Hasta se me ocurre quizá una mejor apreciación si la puedo ver en pantalla chica, porque la proyección en sí quizá equilibra y compacta el sonido de otra manera. “La Palabra Empeñada” toca una parte interesante e importante de la historia reciente que por razones técnicas en este caso no puede apreciarse mejor.
Una propuesta distinta, poética y reflexiva El filósofo y matemático griego Pitágoras De Samos (Pitágoras para los amigos), creía, y tenía elaborada, la teoría de trasmigración de las almas. Sin entrar en los complejos vericuetos de la filosofía griega, y para explicarlo con manzanas, el fundamento de esta creencia se basaba en que una vez muerto el cuerpo humano lo que quedaba era el alma, la verdadera energía de la vida, que no sólo se reencarnaba en algún ser vivo del cosmos sino que tenía el poder de decidir en cual. Luego Empédocles amplió este concepto de reencarnación a cualquier ser vivo, incluso vegetal. Las líneas generales de estos conceptos, sumados a la posibilidad de plasmar en imágenes el ciclo de la vida, es lo que, a mi entender, inspiró a Michelangelo Frammartino para escribir y dirigir “Le quattro volte”. Una posibilidad de contar los estados de la vida con un hilo conductor. El comienzo de la película revela el primer eslabón de la cadena. Hay gente trabajando en una parva para hacer carbón vegetal. Esto despide humo y hollín, que merced al viento, viaja hacia el centro del pueblito donde hay una iglesia. En la puerta de la iglesia hay una señora que barre este hollín y lo guarda cuidadosamente ensobrándolo en hojas de revista. En este pueblito de Italia, El Pastor (Guiseppe Fuda) arría sus cabras. Las lleva y las trae con una parsimonia que asusta. Una rutina que parece haberse llevado a cabo de la misma manera durante siglos y que sigue manteniéndose intacta. El Pastor está enfermo. Se ve venir el final de su vida, pero sin renunciar a su destino. Así irá hasta la iglesia de donde se llevará uno de esos sobres con tierra y hollín, para mezclarlo con agua e ingerirlo antes de irse a dormir. Del polvo venimos y al polvo volvemos, no sin antes pasar por otros estados. A la muerte del viejo le sucede el nacimiento de otra cabra, que a su vez tendrá su participación en este ciclo. El realizador Michelangelo Frammartino juega con sus planos y con el tiempo. Hace literal el descanso en cada toma trazando un paralelo con el lugar en donde planteas la acción de la historia. En este pueblo parece no haber existido jamás un reloj, una computadora, teléfono, la televisión, un celular o siquiera una radio. De hecho, la película no tiene un solo diálogo en los 88 minutos que dura. Todos los días son iguales y necesarios para contar esto que vemos, porque sería imposible encontrar este ciclo si uno no se toma el tiempo para observarlo. El espectador acostumbrado al montaje frenético del cine de Hollywood, deberá tener en cuenta esto para que no le resulte “lenta”, y darse a la vez la posibilidad de observar la obra con más detenimiento. Como si estuviera mirando un cuadro. Ayuda mucho la fotografía de Andrea Locatelli, y la compaginación de Benni Atria y Maurizio Grillo, dos hombres que parecieran haber visto todo sobre el concepto Tarkovskiano del montaje, sus ideas de atrapar un momento en el tiempo con la cámara, y dejarlo respirar para que siga vivo. Cuando todo vuelve a empezar, nos hemos dado cuenta que transitamos un camino al ritmo mismo del arte y de la vida. “Le quattro volte” puede ser una pintura del impresionismo; un film realista o una combinación de ambos. Para el caso la visualidad no pasa por esperar cortes de plano, sino por descubrir el diseño de arte que creó la naturaleza. Yo le diría al potencial espectador que se prepare para una propuesta distinta, reflexiva, poética y, sobre todo, muy pensada. No importa si es en un paraje de algún lugar del mundo o en la ciudad. Cuando el tiempo se detiene el desafío no es dejarse llevar; sino tomar uno la decisión de qué hacer cuando una obra de este tipo se presenta ante nuestros ojos.
Hay más de un punto de vista para analizar “Poder que mata”. No. Espere. No es esto lo que quiero decir, lo que pasa es que este film provoca estas indecisiones a la hora de hablar de él. Así que disculpe, empiezo otra vez. “Poder que mata” es la primera producción estadounidense seria que aborda el tema de la guerra con Irak. Descarto la ganadora del Oscar “Vivir al límite” (“Kathryn Bigelow”, 2009) porque, además de ser un folleto reiterativo, no me pareció una buena película. Sin meternos directamente en la discusión de la gestión Bush per sé; siento que todo el mundo estuvo siempre convencido que en Irak no había armas de destrucción masiva, ergo la invasión con ese justificativo era un disparate. En este sentido “Poder que mata” tiene el acierto porque pone luz sobre lo que antes era un oscuro manto de sospecha. Todos teníamos razón. La guerra de Irak fue una excusa para vaya a saber qué, y como respuesta vana al espantoso dolor del tristemente célebre 11 de septiembre de 2001. Ahora bien, desde el punto de vista cinematográfico la realización se confunde entre ser un falso documental ficcionado o una ficción documental (valga la contradicción). Pero soy yo ¿eh? Usted quédese tranquilo que cada uno va a tener la posibilidad de decodificar cuál fue la intención del director de “Sr. y Sra. Smith” (2005). En 2002 Joe Wilson (Sean Penn), un ex diplomático en tierras de Oriente Medio, es consultado por la CIA con la firme intención de que dé a entender que Irak tenía poder nuclear. Algo que éste niega. Su mujer, Valerie Plane (Naomi Watts), es agente de ese organismo y también concluye en que no hay tal cosa en Irak. Pero Bush quería guerra sí o sí, con lo cual las opiniones de ambos son contraproducentes. De todos modos la invasión estaba decidida. Todo bien hasta ahí (todo mal), hasta que Joe, movido por lo que considera una estafa mediática al público estadounidense, decide publicar un artículo en el New York Times en el cual básicamente explica por qué esa guerra no tiene fundamentos. Por ese artículo alguien de la administración presidencial revela la identidad de la Sra Wilson a los medios partidarios para que literalmente defenestren la credibilidad de la pareja. En la vida real el matrimonio Wilson escribió un libro cada uno (luego de que se comprobara que tenían razón). Doug Liman tomó un ejemplar de cada uno y recurrió a los guionistas Jez y John-Henry Butterworth para que le dieran efecto dramático a la historia. Adicionalmente, decoró todo lo escrito con extractos de discursos y noticieros de TV para enfatizar el punto de vista anti-republicano a su película. Casi podría decirse que con esta tendencia el guión se escribió solo, pero esto no va en desmedro del ritmo y la tensión que genera. La verdad es que el entretenimiento está asegurado más allá de la posición que cada uno tenga respecto al conflicto, lo cual bien puede explicar por qué en Estados Unidos perdió plata, en tanto probablemente en países como el nuestro sea bien recibida por el público. El “pero” que yo le encuentro es que Liman declaró que esta es una producción sobre una pareja que se desmorona, pero que sale adelante a partir de no renunciar a los valores morales que sus dos profesiones exigen para con la sociedad. Cuando el guión se ocupa de esto, la película parece una novelita y la intención política que tiene se diluye un poco, como si el realizador no quisiera hacerse cargo de la historia que decidió contar. Por ejemplo, la figura de Bush se siente en toda la narración, pero nadie “hace” de Bush. Sólo aparece en fragmentos de noticieros como si hubiera un respetuoso temor a poner en palabras guionadas una opinión clara. Penn y Watts (en su segundo trabajo fílmico juntos) trabajan de memoria. Por eso es raro que los actores secundarios (que no es que desentonen) estén un escalón maá abajo. El único momento en el que alguien más se destaca es una charla en un banco de plaza entre Valerie y una autoridad de la CIA (en una escena conceptualmente parecida a la que tuvieron Kevin Costner y Donald Sutherland en “JFK”, 1991). Este proyecta merecía la presencia de mejores actores secundarios. La fotografía y la compaginación son dos puntos fuertes a destacar, también la banda de sonido de John Powell en su mejor trabajo desde “Bolt” (2008). En definitiva, en “Poder que mata” sobra el melodrama porque tiene con qué interesar al espectador, hasta propone la sana charla-debate en el café por el tema que trata. A la luz de lo que pasó últimamente parece que llegó tarde a la pantalla, pero seguramente habrá más tela para cortar en el futuro. Nos hablamos cuando hagan la del asesinato de Bin Laden (1)
Es más, tome algo fuerte, porque necesito de su imaginación para seguir adelante... o mejor dicho atrás, porque para entender, y acaso disfrutar, “Mujeres al Poder”, hay que retroceder unos 35 ó 40 años en el tiempo, momento en el cual la comedia francesa de tono “comercial” tenía una forma de decir de los personajes; una estética y hasta un contenido muy característico que si se lo revisa hoy es tan inocente que roza el ridículo. No es que esto tenga particularmente nada de malo, pero si uno alquila “El Salvaje” (“Le Sauvage”, 1975), por poner un ejemplo, tiene que estar listo para gags tipo “había Una-vez-truz”. Todo muy naive ¿Me comprende? En “Mujeres al Poder”, hasta la escena de la aparición del hijo parece sacada de algún capítulo de “La Tribu Brady”, así que ya está avisado. Dicho esto, puedo hablar del cuentito de “Mujeres al Poder”. Ubicada en un pueblo de Francia en 1978, pleno apogeo de del 2º movimiento de la liberación de la mujer, el guión se centra en Suzanne (Catherine Denueve) que claramente representa todo lo contrario a eso. Entregada, resignada, sumisa, casi autista en su mundo de negación de estar viviendo desde hace 30 años con Robert (Fabrice Luchini), justamente el arquetipo del macho con poder (dirige la fábrica de paraguas del su ya fallecido suegro), quien además tiene por amante a la secretaria. Por otro lado Maurice Babin (Gerard Depardieu), un diputado socialista que promueve la huelga que los trabajadores están haciendo en la fábrica. Algunas idas y venidas del guión (y un preinfarto de Robert) derivan en que Suzanne “salga del jarrón”, que es de hecho el objeto que representa la analogía con su actitud frente a la vida. Esta parte del guión me hizo ruido por el lugar en el que queda parada la mujer después de que se revela que Suzanne ha sido bastante promiscua antes y durante su matrimonio. Cada cual a lo suyo, pero es insoslayable que si este personaje es el arquetipo de la mujer naive que debe toma las riendas de una empresa en el machista mundo de los hombres, parece cuestionable que luego se haga tanto hincapié en la aventuras sexuales que tuvo como si eso le quitara méritos. El realizador François Ozon se ocupa de dos cosas fundamentalmente: que ocurran tantos hechos como sean posibles en los 103 minutos que dura la película, muchos de los cuales no parecen necesarios para contar la historia; y de mantener su realización al estilo y altura del Claude Lelouch de los ‘70. Hay hasta escenas teatrales con planos generales en donde los actores desarrollan la acción. El diseño de arte, la fotografía y la música están tan estancados en el tiempo como la dirección, aunque en estos rubros es muy destacable el diseño de vestuario de Pascaline Chavanne, habitué de las películas de Ozon, y la selección musical de temas propios de la música disco superficial de los ’70, pero muy característica de esa década. Dicho de otra manera, “Mujeres al Poder” es una comedia muy inocente y con poco trasfondo a pesar de los temas que toca; pero a su vez sabe descansar en ese tipo de humor para llegar al público que esté dispuesto a recibirlo. Es eso, o, efectivamente, esto se filmó en los ’70 y quedó congelado hasta hoy para su estreno. Hasta luego.
Muestra genuina de cine sencillo y emotivo Después de pasearse exitosamente por BAFICI 2011 y por salas alternativas, llegó al circuito comercial “Amateur”, una realización de Diego Frenkel. Esta preciosa realización explora desde la nostalgia parte de la historia del formato hogareño para filmar súper 8. En la era digital la cosa no parece haber cambiado mucho en términos del uso que se le puede dar a una cámara en la casa de uno. Apenas comienza, las imágenes de viejas filmaciones que la producción se encargó de compilar van mostrando pequeños fragmentos de lo cotidiano. La voz en off de Federico Figueroa le pone humor al texto, y todo este primer recorrido de “Amateur” se convierte en una graciosa y nostálgica paleta de aficionados que han prendido sus cámaras hace varias décadas para registrar sus momentos importantes. Luego el documental se posa en Entre Ríos, particularmente en la figura de Jorge Mario. El hombre, además de ser dentista, jefe de un grupo de boy scouts, cinéfilo, coleccionista de todo tipo de objetos, encaró su propia campaña para preservar el ombú donde se filmó el final de la película “El camino del gaucho” (1952), tiene tiempo de mostrar un pequeño western que filmó en su pueblo durante la década del ‘60. Diego Frenkel toma a Mario como ejemplo universal del uso del súper 8. Como si quisiera descubrir el director que todos llevamos adentro, a partir de la idea del hombre de hacer una remake de su propia obra con los mismos habitantes/actores que usó en su época. “Amateur” es una realización bien montada, dinámica y, sobre todo; sentimental. Una de las producciones argentinas estrenadas este año que realmente vale la pena. Para aquellos que conocieron esta forma de filmar resultará una hermosa revisión del pasado, en cuanto a los más jóvenes, sin duda una excelente muestra de parte de la historia y de cómo hacer buen cine.
Duro reflejo de pequeñas comunidades argentinas abandonadas por sus gobernantes Buenas, tome algo. El sexto documental argentino que se estrena en nuestro medio este año es tan elocuente que uno se queda sin palabras para describirlo. Estamos muy lejos de Pampa Blanca, Jujuy; pero lo estamos mucho más de Filomena, una de las tantas mujeres que viven allí de quien el tiempo, la desidia de los gobiernos, y la falta de acciones concretas, dan cuenta de su situación actual. “Un Tren a Pampa Blanca” es un documental de Fito Pochat que refleja el recorrido de un tren/sanatorio que se acerca a ese, y otros pueblos olvidados, para prestar atención sanitaria gratuita a sus habitantes. Luego nos enteraremos que no responde a iniciativas oficiales, sino que se trata de una actividad que la Fundación Alma, entidad privada, viene desarrollando desde hace treinta años, y que el arribo de la formación a cada lugar representa mucho más que atención médica, pues su llegada es celebrada por comunidades que muchas veces ni siquiera disponen de una sala de primeros auxilios, mucho menos con algún médico residente Las imágenes para esta realización están tan bien seleccionadas que difícilmente nos dejen indiferentes. Tanto las historias de los profesionales voluntarios (médicos clínicos, pediatras, odontólogos, técnicos de laboratorio y radiólogos, trabajadores sociales y enfermeras), como la de los pobladores, se van sucediéndose con mucha naturalidad, y a medida que se desarrollan uno comienza a sentir incomodidad, rabia e impotencia. Sería un facilismo tratar de interpretar si existe la intención de una bajada de línea, porque definitivamente no es la intención del realizador. El Estado no está presente en estos rincones del país. Así de sencillo, así de complicado, así de increíble. Los únicos momentos en los que la cámara no muestra la vida de estas personas tal cual es, son aquellos que tienen que ver con las imágenes del recorrido incansable de este tren solitario en la inmensidad de un paisaje deslumbrante, potenciado por una muy buena fotografía y una excelente música. Es un documental, sí. Pero con un guión que propone un hilo narrativo concreto que deja muy en claro que el realizador siempre estuvo seguro de lo que quiso contar. Salvo por la insulsa y olvidable “Hacerme Feriante” (2010), este año se están estrenando producciones documentales argentinas con gran contenido y bien realizados. Definitivamente, “Un Tren a Pampa Blanca” es el mejor hasta ahora.