Partícipes del pasado Este documental explora el pasado de la colonia Salinas Grandes, población asociada a la explotación salinera pampeana, que por decisión empresaria fue relocalizada. En ese pasado y en ese lugar borrado está algo así como el módico paraíso perdido de los testimoniantes, trabajadores que cuentan sobre sus modos de habitar ese particular espacio, su equipo de fútbol, la llegada del primer televisor, los cambios laborales y las luchas. El tono y la música del documental oscilan entre elegía y la nostalgia; también lo hacen varias declaraciones y las muy buenas imágenes del abandono (y las imágenes en general, que aprovechan con sabiduría la luz pampeana). La aparición -afortunadamente no omnipresente- de una voz narradora refuerza lo que ya está establecido, pero con una pátina literaria que no suma, sino que redunda, sobre todo en un documental que ya tenía la falta de concisión como principal defecto. Más allá de ese problema hay una solidez general y una fuerte decisión -una pasión obstinada- por interesarnos en estas historias particulares, por hacernos partícipes de ese pasado. En algunos pasajes de Los cuadros al sol ese objetivo se logra con criterio y sobriedad.
Comedia eficaz y crítica Como pasa en general con las comedias más escatológicas y vulgares Quiero matar a mi jefe 2, por poner un solo ejemplo-, la crítica estadounidense ha destrozado, en promedio, a Vacaciones modelo 2015. Es cierto que hay chistes que podrían funcionar mejor sin tanta obviedad y sin tanto doble o triple remate. Y también es evidente que hay explicaciones injertadas por la indecisión frente a los personajes: ¿hacerlos monigotes imposibles o permitirles la chance de la empatía?, dúo de opciones que en este caso van para lugares distintos y debilitan la narrativa. Pero la cantidad de chistes que despliega la película, el timing perfecto de más de la mitad de ellos un golpe, un accidente y un silencio pueden ser prácticas cómicas perfectamente ejecutadas y una actriz extraordinaria en un personaje superior (Christina Applegate como Debbie Griswold) hacen de esta Vacaciones un ejemplar en muchos momentos singularmente eficaz e inspirado de comedia estadounidense contemporánea. Vacaciones 2015 es la tardía secuela de la trilogía de Vacaciones (1983-1989) con Chevy Chase. Los adolescentes de esa película son ahora los adultos (Ed Helms, protagonista y padre de familia, y Leslie Mann). El viaje es el mismo que en la película de 1983: de Chicago a California, para ir al parque Walley World en auto, un disparate de miles de kilómetros ejecutado por una familia comandada por un descerebrado. La película, vista a contrapelo, es una crítica salvaje y ácida de muchas zonas de la cultura estadounidense: por ejemplo, los Griswold pasan por delante de bellezas naturales deslumbrantes y las soslayan en el afán de llegar a la montaña rusa más bestial y hacer 4 horas de fila (y hay mucha más corrosión sobre usos y costumbres, ya desde las fotos iniciales). No es tan sencillo encontrar esa capacidad de demolición y crítica cultural en comedias contemporáneas de otros países, esa representación esperpéntica, ni siquiera en la ascendente pero todavía escasa comedia argentina actual. Y es aún más difícil mantener un ritmo parejo de chistes, aunque sean resueltos de forma despareja. El rescate por triplicado de la canción "Holiday Road" de Lindsay Buckingham nos lleva, una vez más, a la película de 1983: al volver a ella notamos que su humor ha envejecido notoriamente, y también su forma deudora de la televisión, con música demasiado comentativa. Por su parte, los encuentros familiares con diferencia de clase hacia abajo antes, hacia arriba ahora se mantienen y son un núcleo narrativo importante. Por último, la línea narrativa de la rubia en el descapotable es mucho mejor y más breve en 2015, en esta comedia envenenada detrás de su escatología, vulgaridad y brutalidad, o tal vez gracias a su escatología, vulgaridad y brutalidad.
Mumblecore cordobés Los besos podría definirse como mumblecore cordobés. ¿Por qué mumblecore? Porque toma las enseñanzas de esa corriente del cine independiente estadounidense, con nombres clave como Andrew Bujalski y Joe Swanberg, que presenta relatos de bajo presupuesto basados en diálogos naturalistas, a veces farfullados con códigos internos, y grupos de actores en general conocidos entre sí y mayormente amateurs o que son, en conjunto, los responsables del guión que se va generando durante el rodaje. ¿Por qué hablamos de mumblecore cordobés? Por el origen de la película y de la directora Jazmín Carballo, pero además porque Los besos es ya el tercer mumblecore estrenado proveniente de la provincia mediterránea. El espacio entre los dos, de Nadir Medina, y El último verano, de Leandro Naranjo, se presentaron en distintas ediciones del Bafici, y Los besos, en la última edición del Festival de Cosquín. Las tres son películas sobre jóvenes que deambulan entre estudios, vocaciones, amores, músicas, en ese limbo entre la adolescencia y la madurez. La de mayor tensión argumental y concentración en pocos personajes es la de Naranjo, también la más ajustada en términos de diálogos. Los besos es otro relato de verano, y tiene como personajes principales a Jerónimo y Lisa (interpretada por la propia Carballo) -ex novios que se reencuentran por un vuelo demorado-, el joven fotógrafo y cineasta Dante y la cantante Lucila (de la banda Un Día Perfecto para el Pez Banana). La película tiene como mayor defecto su laxitud -es propia de este subgénero, pero aquí hace que la pintura endogámica de personajes por momentos se agote- y como mayores virtudes la naturalidad de cada actuación y cada diálogo, y lo diáfano de la combinación del paisaje, las miradas, las lindas canciones, los pequeños gestos de los ecos del amor que fue, y el blanco y negro. Película de una directora con evidentes recursos, Los besos es también un cine-limbo, entre el ejercicio de principiante que prueba sus armas y un futuro promisorio.
Para disfrutar a lo grande Ant-Man supera el complicado desafío de adaptar un cómic sobre un superhéroe diminuto. Mejor aún, lo convierte en un triunfo cinematográfico sorprendente. Ésta es una película de superhéroes que cumple con los pasos correspondientes de una primera entrega, pero, sobre todo, es una comedia exacta. Su director, Peyton Reed, tiene experiencia en trabajar los géneros desde perspectivas inusuales y, a la vez, honrarlos y resignificarlos. Lo hizo, por ejemplo, en Abajo el amor con la "comedia sofisticada" de los años 50 y primeros años 60. En Viviendo con mi ex su sutileza para trazar personajes y su capacidad de demolición emocional disfrazaban un doloroso drama de separación de comedia de guerra de los sexos. En Ant-Man, Reed entrega una película del sello Marvel que incluso supera en diálogos brillantes y en réplicas gestuales perfectas a las Iron Man (contó con el guión de cuatro especialistas en comedias como Edgar Wright, Joe Cornish, Adam McKay y Paul Rudd). Rudd, además, es un protagonista ideal, convencido de que el camino de Robert Downey Jr. y Chris Pratt es el correcto: la comedia llega antes que la acción, y la hace más grande y vistosa. Sin humor hay menos posibilidades de diversión, de movimiento. Pero no sólo de humor y comedia vive esta resplandeciente película. Las peleas son imaginativas y comprensibles y, además, hay un detalle clave: no hay excesos en movimientos y golpizas eternas. De todos modos, es casi imposible que transcurran demasiados minutos de acciones, revelaciones o cambios sin estar condimentados por chistes, humor o grandes ideas visuales con timing preciso, o por alguna mirada zumbona sobre las instancias más habituales de la narración del cine mainstream: éste es un relato que se anima a plantear momentos emocionantes y, a la vez, hacer chistes sobre esos momentos sin restarles potencia: más bien al contrario. La historia del noble ladrón cibernético interpretado por Rudd (como Chris Hemsworth en la inédita Blackhat, de Michael Mann), que debe recuperar a su hija pequeña, se ve potenciada por la historia del científico interpretado por Michael Douglas, que contagia su placer y su prestancia en el manejo de un tipo de personaje que le calza perfectamente y que no ha explorado demasiado en su carrera. Evangeline Lilly resplandece, y Michael Peña se revela como comediante notable. Hay más para elogiar del elenco del film, pero lo más importante es que la película es un ensamble perfecto de interacciones y no una exhibición de actuaciones vanidosas. No hay grandes vueltas de tuerca argumentales, aunque esto no significa que haya poco movimiento narrativo: los personajes cambian, tienen conflictos, deseos, anhelos, pero para eso no necesitan estar atados a vueltas de tuerca, a astucias efímeras. Ant-Man logra lo que parecía imposible en esta temporada en el cine de mayor producción: personajes que importen, gracia para los diálogos, imaginación para usar sus recursos (¡hormigas para la aventura!) y fluidez para contar. Una película talentosa, creativa, rebosante de felicidad.
Comedias, tragedias y diferencias Hay películas felices. Más que eso, hay películas tocadas por la gracia. Películas que uno quiere volver a ver, y que además recuerda como mullidas y sanadoras. Una de ellas es Letra y música, de Marc Lawrence, con Hugh Grant y Drew Barrymore. Lawrence, que había comenzado su carrera como director con Hugh Grant de protagonista (Amor a segunda vista), hizo su segunda película también con Hugh Grant (la tocada por la gracia), y la tercera también (¿Y… dónde están los Morgan?). Y ahora llegó la cuarta, también con Hugh Grant. La cuarta Grant-Lawrence película se titula The Rewrite, se estrenó en junio del año pasado en el festival de Shangai, y luego tuvo un lanzamiento bastante escalonado por el mundo. A Argentina llegó bastante tarde, pero llegó, con el título de Escribiendo de amor. Y es una comedia romántica que a varios de mis compañeros de El Amante les gusta mucho más que a mí. No es que no me guste, es que no logré llegar al nivel de entusiasmo de ellos mientras la veía. Sin embargo, leo sus notas y me entusiasmo, me contagian su gusto por la película con convicción. Y pienso en las extraordinarias interacciones entre Grant, Marisa Tomei, J. K. Simmons, Allison Janney y Chris Elliott, un quinteto de comedia que parece jugar de memoria, porque tienen la práctica de otras películas con otros grandes. Y además hay algo en Hugh Grant de triunfo cada vez más lejano y de derrota posterior -que de alguna manera es la derrota de la comedia romántica en general en la actualidad, relegada en el éxito y en ejemplos- que tiñe todo de elegíaco. Elegía, no herejía. Herejía, aparentemente, es la que cometí al escribir en contra de Intensa-mente (http://www.rollingstone.com.ar/1804317-cinco-razones-para-oponerse-intensamente-a-intensa-mente). Esa pequeña nota hizo que gente buscara mi mail para escribirme mensajes de ofensa personalizada, que en Facebook linkearan la nota con desprecio, que comentaran, comentaran y comentaran. Recibí unos cuantos insultos, agresiones de un nivel sorprendente, enojos diversos. Ante las cosas que decían los comentarios, las acusaciones de decir esto y lo otro, releí mi nota. Y la verdad es que no entiendo los insultos, las suposiciones absurdas, las agresiones personales, y un largo etcétera. La posibilidad de comentar y conectarse en Internet por momentos da lugar a un espectáculo realmente penoso. A una exhibición por momentos desopilante de carencias a la hora de leer y de argumentar. A la tentación del exabrupto como vía de escape de vaya a saber uno qué tragedias. Opinar distinto sobre una película es una de esas cosas que, lamento desilusionarlos, suelen ocurrir. Es probable que Intensa-mente toque alguna fibra del orgullo de algunos espectadores que, como pasó con Match Point, provoca que se enojen cuando alguien escribe en contra de su preciada película, su film adorado, ese que recompensa sus extraordinarias sensibilidades ante éxitos globales. Éxito, pero no global. Esta semana se estrena 8 apellidos vascos, la película más vista de la historia del cine español, con 10 millones de entradas vendidas, una cifra realmente extraordinaria. De esas inusuales, fenomenales, que representan a un porcentaje altísimo de la población, un 22%. Para comparar, sería como si en Argentina una película fuera vista por un poco más de 9 millones de espectadores, algo impensable, porque ninguna película argentina de la historia ha logrado llegar ni siquiera a la mitad de esa cantidad. Pero claro, comparar exclusivamente porcentajes de población no sirve, porque hay que ver cuánta cantidad de esa población cuenta realmente con posibilidades de ir al cine, económicas y de acceso geográfico. Por otro lado, ya lo escribí en diferentes ocasiones, el éxito de una película no estadounidense en su país de origen no implica que replicará ese éxito en otros territorios. Fijense los casos de The Host, de Bong Joon-ho en Corea del Sur o de Stefan v/s Kramer en Chile, entre muchos otros ejemplos. El cine no hablado en inglés no viaja con facilidad. 8 apellidos vascos, dirigida por el veterano Emilio Martínez Lázaro es también, como The Rewrite, una comedia romántica. Y es sobre un andaluz que se enamora de una vasca. Y que se hace pasar por vasco ante el padre -recontra vasco- de ella. Un planteo vendedor llevado a cabo de forma poco sofisticada aunque eficaz y con algunos chistes afilados, que además exhibe a un cine nacional que puede trabajar con personajes de dos lugares diferentes de un país, con identidades marcadas, y sin necesidad de pasar por la capital, ni siquiera por la segunda ciudad en importancia, algo difícil de imaginar en el cine argentino, que cuando sale de la ciudad de Buenos Aires es para quedarse en ese otro lugar, mayormente sin conectarse con otro tercero fuera del imán portuario (y dejemos de lado las películas que se dedican a mostrar la relación del porteño con “otros lugares). The Rewrite no fue vista por mucha gente, y espero equivocarme pero no creo que 8 apellidos vascos sea un gran éxito localmente. En los cines solamente parece haber lugar para aquellas películas “que ve todo el mundo” y para algunas pocas películas locales, y 8 apellidos vascos es local en otro lado, a miles de kilómetros. Esas películas “que ve todo el mundo” a veces generan fanatismos, y producen fanáticos que responden -tampoco hay que sorprenderse tanto- como tales. Alguna vez, otra vez, habría que explicar las diferencias entre apasionarse y fanatizarse, pero las diferencias suelen no tener demasiada aceptación.
Cuando la lógica queda arrinconada Es posible acercarse a La horca con ciertas expectativas: una película de terror de bajo presupuesto, sin estrellas, que fue tomada para su distribución por Warner Bros. Quizá, tal vez, a lo mejor, haya algo original o atractivo aquí. Empieza la película y otra vez estamos ante un film de terror con cámaras diegéticas (es decir, las imágenes que vemos son las que algún personaje registra). Graban en video, graban en el teléfono, graban porque tienen que grabar y también porque necesitan la luz de los dispositivos y ya que están graban (¿?). No importa que hayamos visto muchas películas con este recurso, siempre se puede aspirar a hacerlo bien, con consistencia. Pero no: en La horca el planteo se va forzando hasta llegar a un final en con la lógica arrinconada, averiada, tanto la de las camaritas como la de las situaciones (teléfonos que andan a veces sí y a veces no, para empezar). La horca parte de una muerte en una obra de teatro escolar. Y veinte años después en el mismo colegio se prepara la misma obra. Y la escuela de noche, y puertas que se cierran: un argumento con reminiscencias de Scooby-Doo que por momentos hace sistema, hasta que la coherencia se pulveriza, y se apela a explicaciones que se permiten atajos fáciles y todoterreno que no vamos a revelar aquí, pero que terminan de arruinar lo que prometía la media hora inicial, en la que, sin apelar a susto alguno, los dos directores parecían haber montado un relato ingenioso. Con el correr de los minutos, el ingenio se erosiona y empiezan a dominar el abuso del encuadre y de la luz pegados al punto de vista de los personajes, que "descubren" una y otra vez espacios potencialmente macabros para generar tensión, sensación física y emocional que, al no ser alimentada con coherencia, termina mutando en tedio y fastidio.
Una aventura que se desinfla rápido Como Los pingüinos de Madagascar, Minions es un spin-off. Es decir, una película que parte de personajes secundarios de otra u otras -las tres Madagascar en el primer caso, las dos Mi villano favorito en el que nos ocupa- que pasan a ser protagonistas de otro film hecho a su medida. Pero si los pingüinos lograban mantener su humor lunático y marxiano en su relato customizado, los Minions se desinflan. En parte porque -como plantea el punto de partida-, necesitan un villano que los cobije, necesitan de un discurso-personaje fuerte al que puedan comentar como nota al pie delirante (la jerigonza que hablan sigue siendo un gran hallazgo). Pero el principal problema de esta película es que ofrece apenas la puesta en una maquinaria sin alma de un concepto de venta, de una frase para ofrecer un guión: vamos a ver a los Minions desde el origen de las especies prehistóricas, y los vamos a ver incluidos en momentos clave de la historia y en diferentes países. Todo eso está ilustrado con una apuesta narrativa escuálida, desdeñosa: no hay conflicto, no hay cambio, los personajes no se apoyan en sus interacciones ni en móviles con alguna cohesión. Se le notan las costillas al argumento esquelético, no convertido en trama y sin tensión alguna. Hay una villana que se desarrolla a medias, un novio que es la mismísima falta de gracia (quizás sean mejores con las voces de Sandra Bullock y Jon Hamm, pero aquí no hay otra opción que la doblada) y un "plan" para robar la corona británica. En el cine ya se planeó otras veces ese robo, incluso está el antecedente, del año pasado, de Muppets 2: los más buscados. Pero el problema central de Minions no es que sea más o menos original sino su absoluta falta de consideración por narrar. Su disposición de meros chistes, mayormente basados en "qué cosa estos Minions", una fórmula que se agota pronto y luego se expone crudamente en su arbitrariedad para sumar situaciones y países de forma descarada y desganada, como el pase de Australia a la India, que podría ser un chiste sobre los propios mecanismos del relato si condujera a algún lado. Las situaciones se acumulan pero no se integran, y el mundo de Mi villano favorito -que empezó con una primera película notable- se va pulverizando en una hora y media que apenas disimula su aspecto de trailer largo, de publicidad de una serie de muñecos y otros productos amarillos.
Una vuelta poco convincente Hace casi un año se estrenaba Socios por accidente, una comedia policial anclada en la fórmula de la buddy-movie hollywoodense (dos opuestos que se terminan complementando) y con sendas estrellas del universo televisivo (José María Listorti y Pedro Alfonso) incursionando en la pantalla grande. El resultado artístico fue apenas correcto, pero la apuesta comercial salió muy bien: 560.000 espectadores (tercer film argentino más visto de 2014). Los mismos protagonistas, los mismos realizadores y prácticamente el mismo equipo técnico regresan con esta apurada y poco convincente secuela que involuciona en todo aquello que se podía haber mejorado. Una lástima porque los codirectores que aceptaron otra vez el "encargo" habían demostrado no poco talento en sus trabajos previos (Fabián Forte hizo La corporación y Nicanor Loreti filmó Diablo). En Socios por accidente 2 nos reencontramos con Matías (Listorti) convertido en prestigioso traductor de lengua rusa, con una bella novia llamada Jessi (Luz Cipriota) y una relación muy mejorada con su hija adolescente, Rocío (Lourdes Mansilla). La llegada del primer ministro ruso (Mario Pasik), que lo elige como intérprete, parece una gran oportunidad profesional, pero es entonces cuando aparece en escena Rody (Peter Alfonso), el agente que asegura que hay una confabulación internacional para asesinar al visitante y que además quiere proteger a su "amigo". La acción se traslada a La Rioja (los productores se encargarán de destacar una y otra vez los múltiples encantos de la provincia), donde se irán acumulando situaciones torpes, bromas remanidas, sobreactuaciones varias y breves participaciones (o meros cameos) de famosos como Paula Chávez, Nico Vázquez, Campi, Gabriel Schultz y Christian Sancho. Si bien no es lo más irritante del film, resulta particularmente penoso el rubro del product placement: la cantidad de chivos y publicidades encubiertas (o no tanto) es abrumadora y demasiado obvia (en Hollywood es todo un arte cómo incluir productos en la trama de manera ingeniosa y hasta podría decirse artística). Un detalle más que hace de Socios por accidente 2 un film tan efímero como olvidable.
Un intenso y osado relato Delfina es una mujer casada. Con su marido, más que llevarse mal se lleva poco. Tienen una hija adolescente, buen pasar económico y una mucama disruptiva, planteada como un personaje nada verosímil. Tampoco es verosímil Kamil, un señor mayor que juega de forma sinuosa y artificiosa a las finanzas en modo mayor, a manipular 24/7, a ser un hombre de mundo. Kamil es presentado a Delfina por una amiga. Y Delfina entra en un proceso de infatuación, sumisión y degradación con, por y debido a su amante Kamil. Y están las amigas de Delfina, que están obsesionadas por el sexo. Y la mucama reaparece a intervalos regulares y nos indica, con su intensidad, sus reclamos extemporáneos y su particular humor, que la propuesta de Campusano huye de cualquier idea de sobriedad y también de medianía. Y del promedio del cine argentino. Un cine que se desmarca. La compañía productora de Campusano se llama Cinebruto, y hay un programa de acción en todo esto que incluye la frase "se filma o se filma", y la apuesta por convivir con la "incertidumbre, el azar y el riesgo". En las películas anteriores de Campusano, Legión, tribus urbanas motorizadas (2006), Vil romance (2008), Vikingo (2009), Fango (2012), Fantasmas de la ruta (2013) y El Perro Molina (2014), los temas y personajes suburbanos y/o marginales se conectaban con los bordes desprolijos de su estilo, con las actuaciones singularísimas, ásperas y a veces toscas, aunque exactas dentro de la propuesta general. En Placer y martirio, premio a la mejor dirección de la Competencia argentina del último Bafici, Campusano no modificó su acercamiento a la puesta en escena, pero cambió de ámbito e hizo un melodrama sobre lo que él interpreta como el aburrimiento de las clases alta o medio-alta. Y la incursión del realizador quilmeño en este mundo nuevo y extraño en su cine nos pone -otra vez en su carrera- frente a un relato con una idea nada corriente sobre la actuación y los diálogos, artificialmente consistentes y cargados de una energía distintiva. Aburrimiento, sumisión y sexo -temas de tanto cine que circula por festivales- pocas veces han generado relatos con tanto vigor, con tan poco miedo al ridículo, tan intensos, con tanto ritmo. Campusano no se nutre del temor al error, no cree en lo apolíneo y va, con su acabado estrambótico, a la búsqueda de espectadores que no valoren perfecciones, sino estímulos, mediante un cine que se permite la osadía de no parecerse a otros cines, de no adaptar sus bordes rústicos y de no resignar personalidad en aras de la aceptación.
Comedias, tragedias y diferencias Hay películas felices. Más que eso, hay películas tocadas por la gracia. Películas que uno quiere volver a ver, y que además recuerda como mullidas y sanadoras. Una de ellas es Letra y música, de Marc Lawrence, con Hugh Grant y Drew Barrymore. Lawrence, que había comenzado su carrera como director con Hugh Grant de protagonista (Amor a segunda vista), hizo su segunda película también con Hugh Grant (la tocada por la gracia), y la tercera también (¿Y… dónde están los Morgan?). Y ahora llegó la cuarta, también con Hugh Grant. La cuarta Grant-Lawrence película se titula The Rewrite, se estrenó en junio del año pasado en el festival de Shangai, y luego tuvo un lanzamiento bastante escalonado por el mundo. A Argentina llegó bastante tarde, pero llegó, con el título de Escribiendo de amor. Y es una comedia romántica que a varios de mis compañeros de El Amante les gusta mucho más que a mí. No es que no me guste, es que no logré llegar al nivel de entusiasmo de ellos mientras la veía. Sin embargo, leo sus notas y me entusiasmo, me contagian su gusto por la película con convicción. Y pienso en las extraordinarias interacciones entre Grant, Marisa Tomei, J. K. Simmons, Allison Janney y Chris Elliott, un quinteto de comedia que parece jugar de memoria, porque tienen la práctica de otras películas con otros grandes. Y además hay algo en Hugh Grant de triunfo cada vez más lejano y de derrota posterior -que de alguna manera es la derrota de la comedia romántica en general en la actualidad, relegada en el éxito y en ejemplos- que tiñe todo de elegíaco. Elegía, no herejía. Herejía, aparentemente, es la que cometí al escribir en contra de Intensa-mente (http://www.rollingstone.com.ar/1804317-cinco-razones-para-oponerse-intensamente-a-intensa-mente). Esa pequeña nota hizo que gente buscara mi mail para escribirme mensajes de ofensa personalizada, que en Facebook linkearan la nota con desprecio, que comentaran, comentaran y comentaran. Recibí unos cuantos insultos, agresiones de un nivel sorprendente, enojos diversos. Ante las cosas que decían los comentarios, las acusaciones de decir esto y lo otro, releí mi nota. Y la verdad es que no entiendo los insultos, las suposiciones absurdas, las agresiones personales, y un largo etcétera. La posibilidad de comentar y conectarse en Internet por momentos da lugar a un espectáculo realmente penoso. A una exhibición por momentos desopilante de carencias a la hora de leer y de argumentar. A la tentación del exabrupto como vía de escape de vaya a saber uno qué tragedias. Opinar distinto sobre una película es una de esas cosas que, lamento desilusionarlos, suelen ocurrir. Es probable que Intensa-mente toque alguna fibra del orgullo de algunos espectadores que, como pasó con Match Point, provoca que se enojen cuando alguien escribe en contra de su preciada película, su film adorado, ese que recompensa sus extraordinarias sensibilidades ante éxitos globales. Éxito, pero no global. Esta semana se estrena 8 apellidos vascos, la película más vista de la historia del cine español, con 10 millones de entradas vendidas, una cifra realmente extraordinaria. De esas inusuales, fenomenales, que representan a un porcentaje altísimo de la población, un 22%. Para comparar, sería como si en Argentina una película fuera vista por un poco más de 9 millones de espectadores, algo impensable, porque ninguna película argentina de la historia ha logrado llegar ni siquiera a la mitad de esa cantidad. Pero claro, comparar exclusivamente porcentajes de población no sirve, porque hay que ver cuánta cantidad de esa población cuenta realmente con posibilidades de ir al cine, económicas y de acceso geográfico. Por otro lado, ya lo escribí en diferentes ocasiones, el éxito de una película no estadounidense en su país de origen no implica que replicará ese éxito en otros territorios. Fijense los casos de The Host, de Bong Joon-ho en Corea del Sur o de Stefan v/s Kramer en Chile, entre muchos otros ejemplos. El cine no hablado en inglés no viaja con facilidad. 8 apellidos vascos, dirigida por el veterano Emilio Martínez Lázaro es también, como The Rewrite, una comedia romántica. Y es sobre un andaluz que se enamora de una vasca. Y que se hace pasar por vasco ante el padre -recontra vasco- de ella. Un planteo vendedor llevado a cabo de forma poco sofisticada aunque eficaz y con algunos chistes afilados, que además exhibe a un cine nacional que puede trabajar con personajes de dos lugares diferentes de un país, con identidades marcadas, y sin necesidad de pasar por la capital, ni siquiera por la segunda ciudad en importancia, algo difícil de imaginar en el cine argentino, que cuando sale de la ciudad de Buenos Aires es para quedarse en ese otro lugar, mayormente sin conectarse con otro tercero fuera del imán portuario (y dejemos de lado las películas que se dedican a mostrar la relación del porteño con “otros lugares). The Rewrite no fue vista por mucha gente, y espero equivocarme pero no creo que 8 apellidos vascos sea un gran éxito localmente. En los cines solamente parece haber lugar para aquellas películas “que ve todo el mundo” y para algunas pocas películas locales, y 8 apellidos vascos es local en otro lado, a miles de kilómetros. Esas películas “que ve todo el mundo” a veces generan fanatismos, y producen fanáticos que responden -tampoco hay que sorprenderse tanto- como tales. Alguna vez, otra vez, habría que explicar las diferencias entre apasionarse y fanatizarse, pero las diferencias suelen no tener demasiada aceptación.