El argumento de Infierno en la tormenta parece irrealizable: Haley (Kaya Scodelario), una estudiante de la Universidad de Florida aficionada a la natación, decide ir a buscar a su padre (Barry Pepper) ante la inminente amenaza de un huracán categoría 5, ya que este no da señales de vida (lo hace acompañada de su mascota, una perrita llamada Sugar). Una vez que la joven llega al lugar, encuentra a su progenitor desmayado en el sótano de la vivienda. Lo que Haley no sabe es que unos cocodrilos lo atacaron y ahora la están rondando para atacarla a ella también. El problema es que todo a su alrededor está muy complicado: el viento y la lluvia azotan afuera, el sótano empieza a inundarse, los cocodrilos se multiplican, y cada vez que logran superar una dificultad se encuentran ante otra mayor. El reducido espacio se convierte en una experiencia terrorífica de alta tensión y abundante hemoglobina. ¿Cómo salir de ese infierno? ¿Y cómo filmarlo? Imagínense una película de terror como Tiburón pero que en vez de un escualo asesino tenga caimanes hambrientos, y que en vez de desarrollarse en una playa enorme, el escenario sea el pequeño sótano de una casa atrapada en el ojo de un huracán feroz. El director Alexandre Aja (Furia, El despertar del diablo) logra hacer poesía con estos elementos de películas de género clase B. Y lo hace con un manejo del tiempo y el suspenso y la acción como hace mucho no se veía en un producto de evasión que sólo pretende entretener. El resultado es sorprendente: una película simple, concisa, contundente. Una fiesta de adrenalina y suspenso. La película puede funcionar también como un reflejo de la vida. Las cosas no mejoran, empeoran. Puede que al final haya una salida, una salvación, pero el transcurso del camino es un cúmulo de dificultades interminable y agotador. Haley y su padre tendrán que lidiar con sus problemas particulares en el contexto de una catástrofe natural mayor, casi como si se tratara de un experimento cinematográfico de cámara extremo con un crescendo de situaciones desesperantes, donde se recurre con agilidad a fórmulas del mainstream que ya han sido vistas muchas veces. Sin embargo, la cifra de la película está en la perra, casi como si fuera la encarnación del director, quien mira atenta todo lo que les sucede a los personajes. Es en la mascota donde se reúnen la autoconciencia, la bondad y la grandeza de Infierno en la tormenta. La perra es el punto de vista y la clave del filme. Aja demuestra una maestría absoluta para filmar lo imposible y mucho pulso para mantener el suspenso de principio a fin, con un uso eficiente de los efectos especiales (y, en este caso, también espaciales) y con recursos narrativos escasos pero suficientes para convertir a la película en una pequeña obra de arte del terror catastrofista con cocodrilos asesinos. Alexandre Aja en la dirección y Sam Raimi en la producción son de los que creen que el cine lo puede todo.
La capacidad del cine para hacer de un hecho real terrible un espectáculo subyugante queda confirmada, una vez más, con Hotel Mumbai: El atentado. La ópera prima del australiano Anthony Maras, cuyo debut en la dirección es bastante promisorio, aborda los atentados terroristas ocurridos en Bombay el 26 de noviembre de 2008, cuando un grupo de fanáticos religiosos, integrado por diez jóvenes, irrumpió en la capital financiera de la India dispuesto a matar gente a sangre fría. Los ataques sincronizados de aquel día infernal se realizaron en 12 puntos estratégicos de la ciudad y dejaron un saldo de 173 muertos y más de 300 heridos. El grupo islamita, guiado por teléfono por un líder que daba las órdenes en nombre de Alá, disparó a quemarropa en estaciones de trenes, restaurantes y hoteles cinco estrellas. El lugar en el que hace foco la película es el lujoso Taj Mahal Palace & Tower, al que logran ingresar dos de los terroristas para disparar a huéspedes y empleados, mientras caminan por los pasillos del edificio como si estuvieran sumergidos en una especie de videojuego sanguinario. El filme cuenta con un elenco que asegura buenas actuaciones. Dev Patel, Armie Hammer y Jason Isaacs (en un papel despreciable y genial al mismo tiempo) son algunos de los actores que les aportan credibilidad a sus personajes, lo que hace que la situación límite en la que están sea más efectiva. Por supuesto, la película no se pone del lado de los terroristas, pero tampoco los juzga ni los condena. Incluso a algunos los muestra con dudas, con miedo, como si no estuvieran del todo convencidos de que lo que están haciendo les asegure la salvación divina. Anthony Maras maneja el suspenso con pulso firme y logra llevar la tensión a un punto desesperante. El realismo seco de la puesta en escena más la potente banda sonora de Volker Bertelmann generan una atmósfera inmersiva. Pero es en el ritmo vibrante, en las escenas de acción impiadosas y en la violencia imperturbable de los personajes islamitas donde reside todo el potencial cinematográfico de la película. Hotel Mumbai: El atentado es un espectáculo contundente, en el que no hay héroes a la manera hollywoodense sino más bien una afinada sinfonía de personajes secundarios, y en el que queda más que claro que un hijo siempre es más importante que cualquier revolución en nombre de Dios.
El terror es un género que siempre rinde en la taquilla, de modo que el estreno de una película de terror rusa habla más de una estrategia comercial de las distribuidoras que de una decisión que fomente la inclusión de cinematografías de distintas nacionalidades. Sin embargo, a Pesadilla al amanecer hay que ponerle una ficha, ya que es un digno e interesante exponente de lo que se podría denominar "subgénero de pesadillas o sueños mortales". En la película dirigida por Pavel Sidorov tenemos a una madre embarazada que muere tras intentar escapar con su hijo de algo o alguien que la amenaza. Esto ocurre en los primeros minutos, ambientados en 1999. Luego, el filme pasa a la actualidad para mostrar a Sveta (Alexandra Drozdova), la protagonista, que cumple 20 años y lo festeja con sus mejores amigos. A la fiesta llega el hermano mayor de la joven, Anton (Kuzma Kotrelev), el niño ya grande que aparece al comienzo. Esa misma noche, Anton muere en circunstancias misteriosas. Después del triste hecho, Sveta empieza a tener pesadillas recurrentes y decide acudir al Instituto de Somnología Experimental para someterse a una terapia que ayuda a las personas a deshacerse de sus miedos. Es así que Sveta es inducida, junto con otros tres pacientes, a un "sueño lúcido colectivo", en el que la realidad del sueño es complementada por las realidades del sueño de los que están en la misma sesión. El otro elemento que se agrega a la trama es el de una secta que adora al demonio de los sueños llamado "el sin rostro", que sale de la oscuridad en forma de una criatura malvada con un rostro en llamas. Es cierto que la película tiene la lógica del terror norteamericano de fórmula y que cuenta con los efectos y los giros típicos de las películas basadas en pesadillas. Pero a su favor hay que decir que Pesadilla al amanecer está bastante bien pensada y cuenta con un par de sustos que hacen saltar de la butaca hasta al más compadrito. La clave de la película está en la puesta en escena, con lentos travellings hacia adelante y una cámara que sigue a los personajes por pasillos escalofriantes. También recurre a un montaje que salta de una escena a otra anterior, lo que hace que el filme no sea tan lineal y se parezca a los sueños. Al final, todo cierra perfectamente.
No se puede escribir con tibieza sobre una película que demuestra que el cine está para hacer el bien. El filósofo Stanley Cavell se preguntaba en uno de sus famosos libros si el cine nos puede hacer mejores, pregunta que queda respondida de manera afirmativa después de ver Ni en tus sueños (Long Shot), la grandiosa comedia romántica dirigida por Jonathan Levine. Lo que hacen Seth Rogen y Charlize Theron, la pareja protagónica, es la prueba más acabada de que la magia del cine reside en su capacidad para enseñarnos el camino del mejoramiento moral. Fred Flarsky (Seth Rogen) es un periodista desempleado, talentoso, comprometido, que cree que el sentido de su trabajo (y de su vida) está en combatir a los poderosos que pisotean la dignidad y los intereses de la mayoría. Charlotte Field (Charlize Theron) es la Secretaria de Estado de Estados Unidos, una mujer importante, inteligente, bella, preocupada por el medio ambiente, y con muchas posibilidades de convertirse en la primera mujer de su país en llegar a la presidencia. Fred y Charlotte se conocieron cuando, en la adolescencia, ella hizo de niñera de él por unos días. Ya desde aquel entonces había entre ellos una atracción magnética. En la actualidad, se vuelven a encontrar en una fiesta. Ella le ofrece trabajar en su equipo porque quiere que se encargue de escribir los discursos de campaña. La moral férrea de Fred lo hace dudar, pero finalmente acepta. Todo parece un sueño. Sin embargo, las dificultades del mundo de la política, y la aversión de algunos personajes del entorno de ella, estropearán un poco la relación entre ambos. El gran secreto de Ni en tus sueños, como de las buenas comedias románticas, es que el espectador va aprendiendo junto con los personajes, cuyo proceso de conocimiento mutuo siempre culmina con el triunfo del amor. La película tiene un ritmo que no decae un segundo. En todas las escenas hay momentos divertidísimos, en los que los actores y actrices se lucen en sus roles. El director Jonathan Levine sabe cuándo tiene que poner un gag físico, una línea de diálogo chispeante, un momento romántico, una situación de pelea, además de hacer un uso efectivo e inteligente de las canciones de la banda sonora. Y que el guion mezcle el amor y la política es uno de sus máximos aciertos. Seth Rogen hace prácticamente de él mismo, lo cual es un punto a favor ya que está en sintonía con la intención del filme de mostrar a los personajes tal como son. Y Charlize Theron es una actriz imponente, monumental. Juntos congenian a la perfección y componen una pareja entrañable. Ni en tus sueños activa el lado luminoso de la vida. Una vez más el cine conmueve y enamora con una comedia romántica.
Después de cinco años de lo sucedido en la Godzilla dirigida por Gareth Edwards, Godzilla 2: El rey de los monstruos viene a plantear un mundo caótico al que los gigantescos dioses que gobernaron la Tierra hace millones de años regresan para restablecer su equilibrio natural. La película es la tercera entrega, después de Kong: la Isla Calavera (2017), del MonsterVerse creado por Warner Bros y Legendary Pictures. Antes de seguir es necesario señalar que la tosquedad de este tipo de producciones es directamente proporcional al dinero invertido. Suscribirme CARTELERA AGENDA CINE MÚSICA TEVE PERSONAJES ESCENA COMER Y BEBER MIRÁ ARTES MEDIOS LA VOZ MUNDO D Inicio Lo último Popular Perfil Micael CINE GODZILLA 2 La revolución de los titanes: cuatro estrellitas para "Godzilla 2" Godzilla 2: El rey de los monstruos es un espectáculo desaforado y ruidoso, que está a la altura de su mítico protagonista. Es un espectáculo felizmente atolondrado. Godzilla 2: El rey de los monstruos Godzilla 2: El rey de los monstruos JESÚS RUBIO Sábado 01 de junio de 2019 - 15:00 Después de cinco años de lo sucedido en la Godzilla dirigida por Gareth Edwards, Godzilla 2: El rey de los monstruos viene a plantear un mundo caótico al que los gigantescos dioses que gobernaron la Tierra hace millones de años regresan para restablecer su equilibrio natural. La película es la tercera entrega, después de Kong: la Isla Calavera (2017), del MonsterVerse creado por Warner Bros y Legendary Pictures. Antes de seguir es necesario señalar que la tosquedad de este tipo de producciones es directamente proporcional al dinero invertido. Y aquí el presupuesto es abultado y por lo tanto todo es más grande, más exagerado, más bochinchero. Si la anterior Godzilla empieza con un lento desarrollo y el monstruo principal tarda una hora en aparecer, en esta secuela dirigida por Michael Dougherty la acción arranca de entrada y no se detiene hasta los créditos finales. De hecho, la película empieza con el personaje de Vera Farmiga en medio del caos desatado en San Francisco en 2014, para luego ubicarse en el presente y continuar por dos horas con una película mastodóntica de espíritu clase B y pulso catastrofista. Una de las virtudes de la película es que presenta a cada uno de sus personajes (tanto monstruos como humanos) sin mermar nunca el ritmo agitante de la acción. En una de las bases de Monarca, la organización que se encarga de estudiar a las bestias prehistóricas, la doctora Emma Russell (Farmiga) y su hija (Millie Bobby Brown) presentan a Mothra, la mariposa gigante que, por el momento, está del lado del Bien. También se presenta a ORCA, un dispositivo que permite controlar a los monstruos. Luego viene la presentación del villano interpretado por Charles Dance y del enemigo principal: King Ghidorah, el monstruo de tres cabezas. La naturaleza tiene el poder para restablecer el equilibrio. Godzilla es ese poder y es el último en aparecer. Todas las presentaciones están muy bien logradas a pesar de la saturación de CGI (Imágenes Generadas por Computadora) y del constante movimiento de cámara. Sorprende, además, la capacidad de la película para hacer comulgar la cultura pop con lo científico, el mensaje ecológico con los géneros populares, lo mítico con el drama familiar, la política con el espectáculo masivo. Es cierto que cuenta con el guion modélico de las superproducciones, pero también es cierto que cuenta con la suficiente solidez para aguantar los embates de las licenciosas pero siempre necesarias subtramas. Sin embargo, la mayor virtud de la película es la preocupación por el prójimo que demuestran sus personajes, a tal punto que son capaces de sacrificar sus vidas por la humanidad. Godzilla 2: El rey de los monstruos es cine consciente de su ridiculez, un espectáculo felizmente atolondrado y orgulloso de su trazo grueso y su ruidosa pirotecnia de efectos especiales, un entretenimiento hiperkinético con banda sonora machacante, que no permite que el espectador se distraiga un segundo gracias a su frenética sucesión de escenas apocalíptico-apoteósicas.
La característica principal de los géneros populares es la repetición de una fórmula. Esto quiere decir que en una película de terror sobrenatural se seguirá un criterio que el género mismo se ocupó de definir. Por ejemplo, va a haber un fantasma que provoca muertes y sustos mediante una sucesión de violentas apariciones, hasta que los protagonistas logren vencerlo mediante los recursos habituales: un exorcismo, una pelea final mano a mano, una ceremonia ritual. El director y productor James Wan y sus colegas trabajan con fórmulas, con criterios narrativos que no obedecen a la lógica del denominado cine arte, cuya característica sería la capacidad de ser siempre “original”. Es decir, Wan pertenece a esa tradición de artesanos que trabajan con cierto tipo de modelos de relatos, a los que, desde luego, tienen que ponerles el contenido. Justamente, el problema de las películas de Wan es el contenido, ya que nunca se preocupa por introducir alguna variante interesante o por contar una historia novedosa. El contenido de sus películas (sobre todo las que produce) es tan repetitivo, mecánico y predecible como la fórmula en la que se basa (desde Annabelle hasta La monja). Como su título lo indica, La maldición de La Llorona aborda la antigua leyenda de un espectro de mujer vestida de blanco que solloza de modo escalofriante y ataca a los niños. La película pertenece al universo expandido de El conjuro y está producida por James Wan y dirigida por Michael Chaves, quien también dirigirá El conjuro 3 (2020). El filme empieza en 1673, en México, y muestra a una madre que ahoga a sus hijos para vengarse de la traición de su marido. Luego pasa a 1973, a Los Ángeles, cuando una trabajadora social llamada Anna (Linda Cardellini) va a la casa de Patricia (Patricia Velasquez), una madre que mantiene a sus dos hijos encerrados en una habitación. Lo que Anna no sabe es que Patricia no ejerce violencia contra los menores como se cree, sino que los protege de La Llorona, que desde el siglo 17 se encarga de llevarse a los hijos de otros como reemplazo de los suyos. Si bien al principio no cree en la historia del fantasma, pronto Anna y sus hijos empiezan a vivir en carne propia la presencia de la horrible mujer con velo, que los arrastra a un mundo terrorífico del que solo podrán salir con la ayuda de un chamán especialista en ahuyentar espíritus maliciosos. El abuso del susto efectista (puertas que chirrían, pasillos con luces que se prenden y apagan, apariciones repentinas, gritos abruptos), la falta de ideas originales y la predictibilidad son algunos de los trillados recursos a los que recurre la película, cuyo mayor problema es que no se anima a tomar ningún tipo de riesgo. Todo es de una prolijidad técnica desalmada, de un profesionalismo sin vuelo, sin creatividad alguna para meter miedo. Si no la ven, no se pierden de nada.
Es incomprensible el encono con que la crítica trató a la nueva Hellboy, reinicio recargado de la saga de acción apocalíptica iniciada por Guillermo del Toro en 2004 y protagonizada por Ron Perlman como el demonio superheroico del título, personaje salido de las páginas de la novela gráfica creada por Mike Mignola. El director de esta nueva versión es Neil Marshall (El descenso) y hace unos días salieron a la luz los problemas que tuvo en el rodaje, tanto con el actor David Harbour, encargado de interpretar a Hellboy, como con los productores. Pero más allá de estos entretelones, los que escribieron en contra parecen no haber entendido cuál es la gracia de este tipo de películas bochincheras. Lo cierto es que el detective forzudo de la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal (AIDP) volvió más encendido e incendiario que nunca. Esta vez, Hellboy deberá enfrentar a Nimue (Milla Jovovich), una bruja de los tiempos del rey Arturo a la que llaman “La reina de la sangre” y que fue amante del mago Merlín, de quien aprendió los hechizos que la convirtieron en una de las brujas más temibles y poderosas. Lo grandioso del cine norteamericano es esa capacidad que tiene para deglutir todos los productos de la cultura popular y procesarlos de tal manera que el resultado sea algo sorprendente y encantador. Hellboy es una mezcla muy lograda de elementos disímiles en apariencia, como la historia del rey Arturo y su espada Excálibur, la Segunda Guerra Mundial y los experimentos nazi y una grotesca y espeluznante Baba Yaga, como para agregarle más leña al fuego del infierno. Y todo aderezado con las peleas más rimbombantes y atolondradas que se puedan imaginar, propias de las películas de bajo presupuesto del siglo pasado. Hellboy es un espectáculo machacante, donde las aventuras de sus personajes abominables se disfrutan como un balde de pochoclos exuberante y delicioso, imposible de dejar de masticar con fruición nerdo-cinéfaga. El ritmo de la acción es trepidante y la banda sonora es una especie de colisión de música electrónica electrizante, punk rock y orquesta sinfónica, con guitarras y tambores que ponen los pelos de punta. La escena de la pelea con los gigantes es magistral, por cómo el director entiende el espacio, los movimientos de cámara, la perspectiva, las distancias entre Hellboy y sus hambrientos contrincantes. Toda la secuencia es una lección de cómo hay que filmar el espacio y el movimiento cuando se enfrentan personajes de distintas proporciones. CARTELERA AGENDA CINE MÚSICA TEVE PERSONAJES ESCENA COMER Y BEBER MIRÁ ARTES MEDIOS LA VOZ MUNDO D Inicio Lo último Popular Iniciar sesión Los monstruos están vivos: nuestro comentario de "Hellboy" Aunque fue criticada por cierto sector de la crítica, la nueva película sobre Hellboy es un espectáculo mainstream de gran calidad. Calificación: Muy Buena. Hellboy Hellboy JESÚS RUBIO Sábado 13 de abril de 2019 - 09:03 | Es incomprensible el encono con que la crítica trató a la nueva Hellboy, reinicio recargado de la saga de acción apocalíptica iniciada por Guillermo del Toro en 2004 y protagonizada por Ron Perlman como el demonio superheroico del título, personaje salido de las páginas de la novela gráfica creada por Mike Mignola. El director de esta nueva versión es Neil Marshall (El descenso) y hace unos días salieron a la luz los problemas que tuvo en el rodaje, tanto con el actor David Harbour, encargado de interpretar a Hellboy, como con los productores. Pero más allá de estos entretelones, los que escribieron en contra parecen no haber entendido cuál es la gracia de este tipo de películas bochincheras. Lo cierto es que el detective forzudo de la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal (AIDP) volvió más encendido e incendiario que nunca. Esta vez, Hellboy deberá enfrentar a Nimue (Milla Jovovich), una bruja de los tiempos del rey Arturo a la que llaman “La reina de la sangre” y que fue amante del mago Merlín, de quien aprendió los hechizos que la convirtieron en una de las brujas más temibles y poderosas. Lo grandioso del cine norteamericano es esa capacidad que tiene para deglutir todos los productos de la cultura popular y procesarlos de tal manera que el resultado sea algo sorprendente y encantador. Hellboy es una mezcla muy lograda de elementos disímiles en apariencia, como la historia del rey Arturo y su espada Excálibur, la Segunda Guerra Mundial y los experimentos nazi y una grotesca y espeluznante Baba Yaga, como para agregarle más leña al fuego del infierno. Y todo aderezado con las peleas más rimbombantes y atolondradas que se puedan imaginar, propias de las películas de bajo presupuesto del siglo pasado. Hellboy es un espectáculo machacante, donde las aventuras de sus personajes abominables se disfrutan como un balde de pochoclos exuberante y delicioso, imposible de dejar de masticar con fruición nerdo-cinéfaga. El ritmo de la acción es trepidante y la banda sonora es una especie de colisión de música electrónica electrizante, punk rock y orquesta sinfónica, con guitarras y tambores que ponen los pelos de punta. La escena de la pelea con los gigantes es magistral, por cómo el director entiende el espacio, los movimientos de cámara, la perspectiva, las distancias entre Hellboy y sus hambrientos contrincantes. Toda la secuencia es una lección de cómo hay que filmar el espacio y el movimiento cuando se enfrentan personajes de distintas proporciones. Otro punto a favor es esa desfachatez e irreverencia del musculoso de cuernos amputados y el tono desenfadado, porque una película mainstream de monstruos tiene la obligación de ser una fiesta desbocada, donde los humanos vuelen por los aires descuartizados y la sangre salpique la pantalla hasta hacerla estallar. Por eso mismo estamos en condiciones de afirmar que, una vez más, Hellboy se consagra como el rey infernal del blockbuster más estruendoso. A celebrarlo se ha dicho.
Hay que decirlo: Shazam! es la consolidación de DC y su mejor película hasta la fecha. Dirigida por el sueco David F. Sandberg, el filme entiende el espíritu lúdico y juvenil de las historias de superhéroes. También entiende esa mezcla de juego de niños, guiños a fans exigentes, sabiduría comiquera y sentido del humor. La película tiene todos estos elementos y los hace encajar a la perfección. Cuenta, además, con momentos inspirados, escenas formidables y una sorpresa final para el infarto. Shazam! es también un secreto ajuste de cuentas de los niños abandonados contra el mundo, es la venganza de los nerds disfuncionales, la prueba de su triunfo. Hay un villano temible y un superhéroe encantador, con sus historias dramáticas como telón de fondo y la amistad como el tema más importante de la película, y con la obligatoria corrección política y las libertades de guion habituales, sin las cuales no se podrían resolver algunas cuestiones de la trama. El filme empieza con un prólogo ambientado en 1974, cuando el joven Thad viaja en auto con su padre y su hermano mayor y de pronto ingresa a la dimensión del hechicero Shazam, quien busca a un sucesor que sea puro de corazón y fuerte de espíritu. Pero el niño toca un objeto que despierta a los siete pecados mortales. Luego pasamos a Filadelfia, a la actualidad. Billy, un joven de 14 años, va a parar a una casa adoptiva, junto con otros niños y niñas en su misma condición. La madre de Billy lo abandonó cuando el muchacho era pequeño porque ella se sentía incapaz de criarlo como correspondía. Una noche que viaja en subte, Billy entra al templo del hechicero y el viejo Shazam se da cuenta de que es el elegido. Con el grito de la palabra mágica “¡Shazam!”, el joven se convierte en el superhéroe adulto interpretado por un efectivo Zachary Levi. Shazam! se ve distinta a los anteriores títulos de DC. Luce más como una película de aventuras noventosa, donde lo que importa es el juego y la diversión, siempre respetando los códigos y las reglas de las películas de superhéroes de ahora. Eso sí, hay algunos puntos flojos. Por ejemplo, resuelve muy burdamente el tema de la madre de Billy, como si a la película no le interesara el asunto y estuviera desesperada por volver a las aventuras de los jóvenes. Otro problema es que, si bien es políticamente correcta, cuando los niños se convierten en superhéroes son todos de una belleza apolínea, en vez de seguir siendo como son. Pero pedirle tanta conciencia es demasiado. También hay algo que tiene que ver con la nostalgia, pero no con la manifestación atolondrada de un sentimiento de amor enfermizo hacia el pasado, sino con una explícita celebración de la adolescencia. Shazam! es una gran película sobre adolescentes que, de algún modo, se desquitan del mundo. Sin que esto signifique sacrificar diversión y bondad.
Los primeros minutos de Yo, mi mujer y mi mujer muerta son interesantes. Oscar Martínez es Bernardo, un arquitecto con prestigio y profesor respetado de la Universidad de Buenos Aires que acaba de enterrar a su mujer. Debido a su personalidad conservadora, Bernardo se negó a cumplir el deseo de su esposa de ser incinerada y arrojada en la Costa del Sol, en España, donde la mujer volvía cada año para pasar un mes con su hermana. Cuando Bernardo vuelve a casa acompañado por su hija (Malena Solda), empieza a percibir lo que él cree que son señales del más allá: una cortina que se cae, ropa tirada en el piso, un suvenir con forma de corazón que se prende y se apaga. Cuando la película dirigida por el español Santi Amodeo amaga con tomar el camino de lo sobrenatural se hace verdaderamente interesante. Las manifestaciones del alma en pena son cada vez más intensas, hasta que un día llaman por teléfono para informar que profanaron la tumba de la recién muerta. Este hecho desagradable termina de convencer a Bernardo de hacer el viaje a España y cumplir el último deseo de su compañera de toda la vida. Pero cuando llega al lugar, descubre un aspecto de su mujer que no conocía, una suerte de doble vida. La primera sorpresa que se lleva es cuando llega a una especie de playa vip nudista New Age para gente adinerada, un lugar rodeado de yates y de casas de pésimo gusto arquitectónico. Bernardo no puede creer que su mujer haya participado de esa locura con psicoterapeutas de dudosas intenciones. En un casino conoce al personaje de Carlos Areces, que en un principio parece complementarse con Bernardo pero que lamentablemente queda desaprovechado. Luego entra en escena otro personaje: Amalia (Ingrid García Jonsson), una rubia modelo que no se sabe por qué llega ni a qué, solo la vemos como una acompañante más en el viaje de Bernardo. La sensación que deja el filme es que al director se le fue un poco de las manos la trama. No se sabe muy bien donde está parado, qué es lo que quiere hacer, a dónde quiere llegar, cuál es su postura. No se sabe si defiende la vida conservadora de su personaje principal o si asume una postura crítica; si ataca la filosofía New Age o si la defiende. O si hace las dos cosas. Yo, mi mujer y mi mujer muerta tiene rasgos de comedia negra, de comedia romántica y de comedia dramática. Es un poco de todo sin llegar a ser ninguna de las tres cosas. Es cierto que Amodeo no busca el gag y que tiene breves momentos que arrancan una sonrisa, y que Martínez encarna de taquito a su personaje, como si hiciera de él mismo. Sin embargo, es una película a la que se podría calificar de fallida. Muchas veces, los directores creen que tienen claro el guion que están rodando, aunque el resultado diga lo contrario.
Durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, la ciudad de Buenos Aires vivió el apogeo del teatro de revista. Las vedettes y capocómicos del momento desfilaban por la avenida Corrientes y los teatros Maipo y Tabaris, entre otros, eran los templos sagrados del espectáculo argentino. En el medio de esa vorágine de brillantina y plumas estelares, unas tímidas hermanas oriundas de Bogotá, que llegaron a la ciudad en 1958, montaron un estudio de fotografía ubicado en el corazón de la famosa calle Corrientes. Durante más de 30 años, Foto Estudio Luisita retrató a las celebridades del mundo del espectáculo porteño como nunca nadie lo hizo. Detrás de la cámara estaba Luisita, mujer sensible que, a fuerza de trabajo silencioso, logró posicionarse en el campo de la fotografía, dominado básicamente por hombres. A Luisita la ayudaban sus hermanas inseparables, Chela y Rosita, quienes tenían un trabajo más en las sombras, más artesanal, más minucioso: la iluminación, el montaje, perfeccionar los negativos, pintarlos, retocarlos. Más de 25 mil fotos encajonadas en el departamento de las hermanas Escarria fueron el disparador para que Sol Miraglia, una de las directoras del documental junto con Hugo Manso, se hiciera amiga de Luisita y decidiera dar a conocer ese enorme archivo fotográfico de la farándula vernácula. Foto Estudio Luisita recupera el valioso trabajo de estas mujeres dejadas de lado durante mucho tiempo por el circuito oficial de la fotografía. Luisita, Chela y Rosita se encargaron de sacarle fotos a artistas populares como Atahualpa Yupanqui, Tita Merello, Luis Sandrini, Libertad Lamarque, José Marrone, Jorge Porcel, Susana Giménez, Moria Casán, Alberto Omedo, Amelita Vargas, entre muchos otros. Además de encargarse de las marquesinas y de hacer fotografías innovadoras de grupos tropicales de la época. Pero el documental no es sólo el retrato nostálgico de estas pequeñas genias de la fotografía. Foto Estudio Luisita tiene algo del orden de lo singular. Que tres hermanas, hoy octogenarias, hayan llevado adelante un estudio de fotografía en el centro de Buenos Aires, con todo lo que eso significa, es de por sí una anomalía que roza lo freak, lo genial, lo único. Son justamente sus condiciones de mujeres con talento natural e invisibilidad involuntaria, y su simple personalidad, las que la dotan de encanto y singularidad. Se podría decir que el don de Lusita consistía en hacer fotogénico cualquier rostro. “Un artista es encontrar lo bello de la vida; saber distinguir lo bueno de lo malo; siempre buscar lo mejor y todo lo que sea bueno”, dice su hermana Chela. En un momento, Luisita casi que revela el secreto de su arte: “Hay que hacerlos pensar algo lindo, eso le transmite serenidad al rostro y lo transforma”. La obra de Luisita es tímida como ella. No levanta la voz ni llama la atención. Está ahí, esperándonos, paciente.