Las mil y una noches En la lista de actores que también se dedican a dirigir faltaba el nombre de Russell Crowe, quien por fin se decidió a pasar del otro lado del mostrador para tomar las cámaras. De origen y producción australianos, su opera prima se llama por estos lares Camino a Estambul (su título original es The Water Diviner) y si bien cuenta con algunos desaciertos, aprueba con tranquilidad gracias a algo que es clave en el cine: la pasión. En su primera experiencia como realizador, Crowe dirige con el corazón y se nota. La película comienza en una trinchera en Gallipoli, Turquía, el 20 de diciembre de 1915, plena Primera Guerra Mundial. Después de siete meses de batallas, las tropas de los Anzac (aliados australianos y neozelandeses) son evacuadas. La alegría del bando turco es sólo un respiro momentáneo, ya que en la zona la guerra siempre está latente. Inmediatamente después de este prólogo, y cuatro años después de la batalla de Gillopoli, Crowe nos ubica en un lugar desértico de Australia para presentarnos a Joshua Connor (interpretado por Crowe), un campesino buscador de agua que vive con su esposa alejado de todo. El contexto es el del Imperio Otomano, que está siendo descuartizado: los rusos quieren el Mar Negro; Francia e Italia quieren el Egeo; y en Anatolia, turcos y griegos están convirtiendo el lugar en un baño de sangre. Connor deberá ir en busca de sus tres hijos desaparecidos en la batalla de Gallipoli. La culpa ya no lo deja dormir y quiere traerlos de regreso a casa para darles un entierro como corresponde. Para consolarse y recordarlos, lee Las mil y una noches todas las noches. Camino a Estambul es una aventura de corte clásico adornada con paisajes muy bien fotografiados y con el necesario toque de romanticismo para hacerla más efectiva, ubicándose más cerca del cine analógico que del cine digital que domina la pantalla en la actualidad. La puesta en escena incluye una amplia paleta de colores con el objetivo de lograr el tono adecuado. Y la banda de sonido es un acierto que ayuda a reforzar las buenas intenciones del director neozelandés. Ahora bien, la división del Imperio Otomano y la Primera Guerra Mundial son en realidad la gran excusa, un macguffin para contar la verdadera historia del filme, que brota como un manantial subterráneo, tan increíble que no se puede creer. Con todas las cursilerías de chocolate Dos corazones de por medio, con ese café oracular que no hace más que confirmar lo que el destino ya había decidido, Russel Crowe compone una historia de amor con el personaje de la bellísima Olga Kurylenko que engancha desde el primer momento, cuando con un simple intercambio de miradas se dicen todo. Y la cierra con un tema lento de esos que dan ganas de bailarlo abrazados con el amor de nuestras vidas hasta que las velas no ardan.
El tamaño no importa Aunque es un filme apto para todo público, El séptimo enanito esconde todo tipo de insinuaciones sexuales entre las acciones principales. Si a El séptimo enanito la ve un psicoanalista, seguramente tendrá varias cosas para analizar. Es que en la animación de nacionalidad alemana hay erotismo (cómo presenta a Blancanieves, por ejemplo) e insinuaciones sexuales por todas partes (objetos fálicos, frases con doble sentido, diálogos y situaciones un tanto suspicaces como para estar en una película infantil). Pero todo en segundo plano, dicho al pasar, escondidos entre las acciones principales. Con una especie de dibujos de inferior, una voz en off nos explica de qué va la historia. En el castillo de Fantabularasa, una princesa recién nacida es maldecida por una bruja llamada Dellamorta: si antes de cumplir 18 años se pincha el cuerpo con algo punzante, queda automáticamente dormida por 100 años, tanto ella como su familia, y lo único que puede romper el hechizo es el beso de un muchacho que la ame de verdad. Por lo tanto, para evitar la pinchadura hasta que cumpla la mayoría de edad, el padre de la princesa Rose le pone una armadura para protegerla. El joven enamorado es Jack y tendrá que viajar hasta las profundidades del bosque donde viven los siete enanitos, quienes lo ayudarán a cumplir con su misión. De los siete bajitos, el que sobresale por su torpeza es Bobo, el más pequeño de los pequeños. Es alrededor de él que gira la trama, que además cuenta con un dragón que habla y momentos musicales que son básicos pero entretenidos. La mezcla que los directores Boris Aljinovic y Harald Siepermann hacen de la Bella durmiente con Blancanieves no es lograda, ya que una de ellas desaparece por completo segundos después de aparecer en pantalla. Las buenas animaciones apuestan a la originalidad, el humor inteligente y la inventiva, y es justamente todo esto lo que le falta a El séptimo enanito. A muchos de estos dibujitos los deberían ver primero los mayores para después evaluar si llevar o no a los chicos al cine, ya que en este caso se escuchan diálogos confusos como el siguiente: “¿Crees que el tamaño importa?”, pregunta alguien. “Claro que importa”, responden (y el afiche de promoción viene con el tagline “El tamaño no importa”). También hay que prestar atención a la aparición de Caperucita y el Lobo, personajes que están tapados pero cuyo comportamiento es clave para entender el mensaje no apto para menores. A pesar de esto, que siempre es discutible, es una película que cree en los cuentos de hadas, en el amor verdadero y en la amistad.
Joven por siempre Mezcla géneros y arruina lo que podría haber sido una simple y buena historia de amor. Después de ver El secreto de Adaline probablemente no se sepa si se trata de una tomada de pelo, de una comedia para pocos o de un verdadero desastre. Adaline Bowman (la hermosa Blake Lively) nació en 1908 y en 1937 sufre un accidente automovilístico que casi le cuesta la vida, si no fuera por un rayo que le cae para revivirla y dotarla de una cualidad imposible: la juventud eterna. Su belleza se mantendrá intacta con el paso de los años y el milagroso atributo será explicado en el año 2035, según nos adelanta una voz en off. Conocerá al primer hombre de su vida, se casará y tendrá a su única hija. Luego el destino se llevará a su marido en otro accidente y ella continuará con su lozanía perenne durante todo el siglo 20. Por supuesto, Adaline levanta sospecha, a su alrededor todos envejecen y ella sigue joven y bonita. Es por esto que se ve obligada a cambiar de identidad cada tanto, a huir a otros lugares y a empezar una nueva vida bajo un nombre falso. Así llega hasta el presente, donde conoce al muchacho del que se volverá a enamorar, Ellis Jones (Michiel Huisman). Pero si todo esto parece demasiado, lo peor viene a la mitad del filme, con la aparición del padre de Ellis, William Jones, interpretado por un lamentable Harrison Ford. El secreto de Adaline, dirigida por un ignoto Lee Toland Krieger, está en la misma sintonía que Un cuento de invierno (con Colin Farrell) o que algunos dramas románticos basados en novelas de Nicholas Sparks. Sin embargo, la mezcolanza de géneros (película de fenómenos, ciencia ficción, romance, drama) y la trama ambiciosa arruinan lo que podría haber sido una simple y conmovedora historia de amor. En El lado luminoso de la vida (2012), por ejemplo, funcionan todos los lugares comunes. Su director David O. Russell comprende el género que aborda y lo demuestra contando una historia perfecta. Incluso hasta la maltratada 50 sombras de Grey maneja los estereotipos y la cursilería de una manera que es consecuente con la historia. Aquí no sucede nada de esto y Lee Toland Krieger hasta atenta contra lo que podría haber tenido de honesta e inteligente: cree que envejecer es lo que vale la pena. La explicación de la Luna y su influencia sobre la conducta de los humanos podría ser el indicador de que se trata de una joda. Pero no, la cosa va en serio y eso es lo más terrible. El secreto de Adaline es una película que subestima al espectador y le falta el respeto, en el peor sentido, al cine.
La divina comedia Es una película efectiva, sostenida en el humor físico y en la exageración. El mismo lamentable prejuicio de siempre: si hace reír y es un producto fabricado con ese único propósito, su destino tiene que ser la reproducción en colectivos de larga distancia. Ya se sabe, la comedia siempre fue un género marginal, más aún si su ligereza y efectividad están sostenidas en el humor físico y en la inverosimilitud más exagerada. Por eso, para poder disfrutar y valorar correctamente este género, es necesario dejar a un lado todo preconcepto. Nacida de la pequeña factoría creada por Adam Sandler y amigos, Héroe de centro comercial 2 es un alivio en una cartelera atiborrada de superhéroes que no se relajan nunca y donde la seriedad es la constante. Dirigida por Andy Fickman, y secuela de una primera parte que salió directamente en DVD, podrá ser superficial, torpe, absurda, delirante, ridícula, exagerada, pero también tiene méritos como para hacer dulce. Y, justamente, algo dulce es lo que siempre necesita Paul Blart (Kevin James), el gordinflón hipoglucémico que se desvanece cuando a su sangre le falta azúcar, el solterón perdedor con actitud de ganador que tiene una hija divina como él y a la que necesita tener siempre a su lado. La acción de esta segunda entrega del guardia de seguridad transcurre en un inmenso hotel, con casino y cuadros de pintores famosos. El argumento es simple: después de seis años desde la primera, y con un divorcio y el accidente fatal de su madre de por medio, Paul recibe una invitación para una convención de oficiales de seguridad en Las Vegas, y decide viajar con su inseparable hija, Sapito/Maya (Raini Rodríguez). Pero en el lujoso hotel donde se alojan también se encuentra una comitiva de ladrones de guante blanco. La misión de Paul será detener a la banda liderada por Vincent (Neal McDonough), un temible mafioso con ojos de distinto color que por accidente secuestra a su hija, con la clásica rencilla romántica con la chica de turno (Divina Martínez, personaje de Daniella Alonso, de lo más acertado de la cinta) y los gags físicos y la ridiculez llevados al extremo. Hay una escena que justifica toda la película: Paul sale a tomar aire a una especie de patio del hotel donde hay un piano blanco ejecutado por un hombre que saluda y asiente con la cabeza, sin articular palabras. De repente, surge de la nada un extraño pajarraco del tamaño de un suri, y la pelea que se desencadena a continuación entre el bicho y Paul, con el piano sonando de fondo, es del orden de lo antológico. Héroe de centro comercial 2 es de esas películas que si se la engancha en el bondi, no se pueden dejar de ver, por más sueño que se tenga. Pero antes, y por los mismos motivos, también vale la pena verla en el cine.
Plaga Zombie: flojo debut para la película de terror argentina, "El desierto" El desierto es una película argentina de terror y romance, dirigida por Christoph Behl. Lo que hoy conocemos como Nuevo Cine Argentino irrumpió en la década de 1990 y se consolidó gracias a nuevas generaciones de directores, críticos y espectadores que empezaron a hacer, entender y ver el cine de otra manera, acompañado de festivales (principalmente el Bafici) y respaldado por el Incaa. Paralelamente, comenzaron a surgir modos de producción más independientes aún, películas amateurs hechas por amigos que preconizaban una cinefilia de género, deudora del Hollywood clase B (Farsa producciones es un claro ejemplo). Pero todo centro tiene sus márgenes, y los que quedaban fuera de la corriente en boga se largaron a rodar sin dar más vueltas y sin ajustarse a los requisitos que exigía el Incaa, demostrando que era posible filmar una película con escasos recursos económicos. Es entre estos dos paradigmas donde se ubica El desierto, filme atípico que comparte características de ambas maneras de hacer cine y que está dirigido por un nombre desconocido, un documentalista alemán radicado en argentina llamado Christoph Behl. El desierto es básicamente el retrato de tres personajes que viven encerrados en una casa y que se disputan inconscientemente un amor no correspondido: el de Jonathan (William Prociuk) por Ana (Victoria Almeida), que en realidad ama a Axel (Lautaro Delgado), quien no sabe si ama a Ana. Afuera acecha el peligro, los muertos vivos rodean el lugar y la amenaza se hace sentir a través de un sistema de parlantes y micrófonos que los tres jóvenes instalaron en la casa para controlar y prevenir la avanzada zombi. No saber dónde están exactamente, ni cómo es el mundo exterior, ni quiénes son ni cómo llegaron hasta ahí, es un acierto. Están las huellas de George A. Romero, por supuesto, y de John Carpenter. Sin embargo, la película no llega a ser una de zombis completamente, sino más bien un drama romántico con zombis, hecho a base de pinceladas minimalistas, una historia de desamor que su director intenta contar en clave de terror. El resto es ocio y languidez que se distribuyen entre videojuegos, prácticas boxísticas y un interminable entrar y salir de una especie de confesionario a lo Gran Hermano, donde graban en una cámara analógica las cosas que sienten, que hacen y que les pasan día a día. Hay varios planos que no agregan información, ni ayudan a que la trama avance (cuando están haciendo fuego en la parrilla del patio, entre otros). El bajo presupuesto, la elección del color, la puesta en escena que en todo momento quiere resaltar la atmósfera apocalíptica y austera, el encuadre indie y los planos cortos (una cámara pegada a las caras de los personajes) son algunos de sus rasgos formales. Si bien la representación del terror está fuera de campo (a excepción del zombi cautivo) también es cierto que el terror verdadero, el que viven ahí adentro, el de la convivencia, está en foco permanente. En este caso el terror, una vez más, no es la amenaza que acecha desde afuera sino la que está adentro, tanto en las proximidades de un cuarto como en el interior de los personajes.
A toda marcha "Rápidos y furiosos 7" se suma a la saga de acción con aciertos dentro del género. Las escenas con el fallecido actor Paul Walker están incluidas en la trama. Antes de que los motores de Rápidos y furiosos 7 empezaran a rugir, varios interrogantes daban vuelta: ¿cómo la dirigirá James Wan, un director que viene del terror? ¿Cómo ensamblarán las escenas que no pudo terminar Paul Walker? La presencia de Jason Statham, ¿opacará a Toretto y su banda de dementes trogloditas amantes de los fierros y la velocidad? Estas y muchas cuestiones más sobrevolaban por los pasillos y preocupaban a su público fiel, quien esperaba ansioso su estreno. Para alivio de todos, la séptima entrega pudo sortear con prepotencia cada una de las dificultades que se le presentaron. La película comienza minutos antes de que Deckard Shaw (Statham) haga la llamada telefónica a Dom Toretto (Diesel), el final de la anterior. La apertura con Shaw caminando a la salida del hospital, mientras la cámara va abriendo el ángulo para mostrar el reguero de gente muerta a su alrededor, funciona como un prólogo que anticipa la violencia. Después de que Dom recibe la amenaza decide convocar a sus amigos para atrapar a lo que parece ser una impiadosa máquina de matar. Es ahí cuando entra en escena Don Nadie (Kurt Russell), un mafioso que les ofrece ayuda pero sólo si le consiguen un dispositivo de avanzada al que llaman “el ojo de Dios”, una especie de pendrive que permite ver todos los movimientos del enemigo. Para eso necesitan la ayuda de Ramsey (Nathalie Emmanuel), una hacker que sabe dónde se encuentra escondido el pequeño artefacto y a quien deberán rescatar (la llevan prisionera en un camión blindado) para luego poder atrapar a Shaw. Rápidos y furiosos 7 quizás sea de las películas e la saga la que más vuelve a la primera, la que más presente tiene en su recuerdo el origen de todo: regresan las carreras del desierto y los flashbacks y referencias a cómo se conocieron Brian (Paul Walker) y Mia (Jordana Brewster) son constantes. James Wan nos ubica rápidamente en el universo simbólico de la saga. La puesta en escena, las actuaciones, los diálogos y su estética de videoclip de Pitbull se ajustan a lo que debe ser este tipo de películas. Y no sólo respeta las reglas del género (con todos sus lugares comunes) sino que se arriesga a dar un poco más. Las escenas de acción son tan poderosas que hacen la diferencia. La secuencia de la persecución en la montaña es superlativa y el enfrentamiento mano a mano entre Toretto y Shaw es del orden de lo épico. Si bien a los momentos dramáticos se los puede considerar como puntos flojos, también se puede decir que son necesarios para bajarle un cambio a más de dos horas de puro vértigo. Como si se tratara de un deporte extremo, Rápidos y furiosos 7 es una película de riesgo, en la que sus protagonistas no tienen miedo de arrojarse al vacío en sus autos tuneados. La importancia de la familia, la preservación de los códigos y la venganza son sus temas principales. El final es tan emotivo que deja un nudo marinero en la garganta. La gran virtud de la saga es que no sólo sabe captar la sensibilidad de un público al que se denomina popular (en su mayoría latino e hispanoparlante) sino que lo entiende y lo hace propio. Aquí el cine incluye al espectador y lo entretiene.
Formas de volver a casa Es una película de animación que tiene un mensaje familiar, pacífico y reconciliador. Home. No hay lugar como el hogar, la nueva animación de DreamWorks basada en la novela The True Meaning of Smekday, de Adam Rex, empieza con la invasiva mudanza intergaláctica de los Boov, unos pequeños alienígenas morados que valoran y admiran la cobardía y que cambian de color de acuerdo a la emoción que sienten. Una vez que llegan a la Tierra para huir de los Gorg, unos enormes monstruos con armaduras puntiagudas, los simpáticos aliens se encargan de reordenar a los humanos y los llevan a una villa de refugiados creada por el Capitán Smek, jefe de los extraterrestres, para disponer del resto del planeta. Los Boov se creen mejores que los nativos, a quienes consideran simples y subdesarrollados. Tienen, además, un sentido de la probabilidad mucho menos arriesgado que el de los terrícolas: si la probabilidad de éxito es inferior al 50 por ciento, renuncian. Oh (voz de Jim Parsons en su versión original) es el más entusiasmado de ellos y su espíritu alegre lo lleva a organizar una fiesta. El problema surge cuando aprieta el botón equivocado de un dispositivo que se parece a un teléfono celular y el mensaje de invitación se envía a toda la galaxia, lo que significa que los Gorg recibirán la señal y podrán localizarlos. Smek pide la detención de Oh, quien se convierte en un fugitivo. Mientras escapa se mete en un drugstore desocupado para ocultarse y se encuentra con Tip (voz de Rihanna), una jovencita que está tratando de encontrar a su madre, que fue llevada por los Boov a la villa de los humanos. A pesar de las diferencias, Oh y Tip se harán amigos inseparables. El resto es una aventura amable que se desarrolla en distintos lugares, con París y su torre Eiffel como centro preponderante. Toda la secuencia de la persecución de Oh es digna de los máximos exponentes del género de acción, y la sincronicidad de la escena en la que Tip y Oh se encuentran cara a cara es sencillamente magnífica. La música es muy importante para la sensación que transmite una película, y aquí se la aprovecha al máximo. Cada vez que suena una canción, encaja con la imagen y la realza. Home nos enseña que siempre hay que tener el valor de apostar por lo que queremos. A Tim Johnson, director del filme, deberían darle el premio Nobel de la paz, porque hizo una película reconciliadora y ejemplar, que prioriza la familia, que cree en la bondad de las personas, que tiene esperanza en la humanidad.
La verdad siempre fue una mentira La película que Will Smith filmó en Argentina, se queda a mitad de camino. Todas las historias incluyen algún tipo de mentira, dice Orson Welles en la introducción de F for Fake. Y la de Focus, maestros de la estafa no es una excepción, aunque comete la imprudencia de incluir varias mentiras como para empalagar al espectador con sensibilidad cinéfila. Jess (Margot Robbie), una blonda infernal, intenta robarle a Nicky (Will Smith), un estafador profesional, en un primer encuentro tan forzado como insípido. Pero Nicky es mucho más experto que la neófita Jess y se da cuenta enseguida de la trampa. La metodología aplicada por Jess es básica: hace uso de su belleza para seducirlo y llevarlo a la habitación, donde entra un cómplice con una pistola para sacarle la plata. Jess queda asombrada con la astucia de Nicky, a tal punto que quiere ser parte de su equipo. Luego llega el enamoramiento y la decisión, por parte de él, de tomar caminos diferentes. Después de tres años se encuentran nuevamente en Argentina. En la segunda parte, la que transcurre en Buenos Aires, hay un momento clave para entender aún más lo que es Focus: un personaje sale de una farmacia y se escucha la discusión en español de una pareja de porteños. La mujer dice "No es nada", y el muchacho interrumpe diciendo "Siempre lo mismo". La película es eso: no es nada y siempre es lo mismo. La incorporación del elemento dramático hacia el final, el del padre adoptivo explicando con mucha seriedad por qué abandonó a Nicky de chico, desencaja en el aparato inverosímil que se viene construyendo desde el comienzo. Y la atención de la película, su focus, es sin dudas la belleza pornográfica de Margot Robbie. Esta es su única virtud: la fotogenia de su rostro perfecto. Al igual que F for Fake, el filme dirigido por Glenn Ficarra y John Requa es también una película acerca de los trucos y el fraude. Pero el propósito no es compararla con la obra maestra de Welles, con la que no tiene nada que ver, sino darle un contexto en la historia del cine para reducirla con tranquilidad a lo que es: una postal colorida para vendérsela al turista interesado en conocer Caminito o San Telmo, un filme carterista, que le descuida la billetera al espectador.
Mar adentro ¿Qué pasaría si la persona que amamos fallece en un accidente y después de unos años la volvemos a encontrar, como si se tratara de un clon o un replicante salido de una novela de Philip K. Dick? La respuesta es el tema principal de La mirada del amor, filme dirigido por el israelí Arie Posin al que se podría definir como una rara mezcla entre drama y ciencia ficción. La película arranca con un prólogo en el que se ve a Nikki (Annette Bening) de espaldas y frente a una pileta de material. Sola y pensativa, se la siente sollozar, se la ve sufrir. Nikki está al borde de la pileta para zambullirse en recuerdos inevitables, que la invaden con insistencia. El recurso formal para mostrar lo que Nikki recuerda es el flashback, al que Posin intercala con imágenes de ella sentada en lo que parece ser el fondo de su casa. Los flashbacks sirven para contar cómo fue el accidente fatal de Garret, su marido (Ed Harris). Posin finaliza el arranque con un plano que obliga a verla por fuera del realismo del drama clásico. En un momento, cuando los recuerdos culminan con el cuerpo rígido de Garret a la orilla del mar, la cámara vuelve al tiempo presente y hace un plano detalle en las manos ensangrentadas de Nikki, quien aprieta con impotencia el vidrio de una copa rota (¿quién en su sano juicio haría algo semejante?). La introducción del elemento inverosímil funciona como la primera cláusula de un pacto entre el filme y el espectador. Lo que se ve a continuación es la historia de esta mujer eternamente enamorada de su cónyuge y la reactivación de sus efluvios interiores, el redespertar de sus más bajos instintos al toparse con Tom (también Ed Harris), un hombre físicamente igual a su difunto esposo (es un artista incomprendido y bohemio que enseña Arte en la facultad y pinta en su tiempo libre). La tesis de la cinta es trillada: amamos siempre a una misma persona. El mensajito esperanzador empieza a emerger como un iceberg invisible, subrepticio, como una línea que no se ve pero que se intuye escondida en la trama, desplazándose subterráneamente para susurrarle al oído del espectador que nada está perdido, que siempre es posible encontrar al amor de su vida, sin importar la edad que se tenga. Por otra parte, La mirada del amor llega anunciada como la película póstuma de Robin Williams, el vecino y amigo enamorado de Nikki, el eterno segundón que la visita todos los días para nadar en su pileta, y quien la escucha y contiene. La película camina, por momentos, por esa difusa línea que separa la realidad de lo soñado. Y en el final da toda la impresión de que su director se abatata y no sabe cómo concluir la historia, dando un giro tan torpe como ridículo. Aun así, es un filme ideal para quienes creen que se puede recuperar la juventud y el amor perdidos.
Pastiche insustancial. Todos saben que los hermanos Wachowski ganaron prestigio y fama gracias a la trilogía Matrix, su creación más importante hasta la fecha. Por eso el estreno de su nueva película trajo aparejado una enorme expectativa por parte de sus seguidores. Pero como pasó con la segunda y tercera parte de la saga con Keanu Reeves, su nuevo producto no está a la altura de lo mejor de su filmografía. El destino de Júpiter es una ópera espacial de escaso humor y gran pomposidad que tiene como protagonista principal a Júpiter Jones (Mila Kunis), una inmigrante rusa que trabaja de empleada doméstica en Chicago. Sin saberlo, Júpiter es parte de la realeza, una dinastía muy poderosa de la Casa de Abrasax, ubicada en algún lugar del espacio sideral, y es, además, una de las tres herederas (los otros son Titus y Balem) del poderío dinástico y la elegida para ser la próxima reina del universo. Los problemas empiezan cuando unos cazadores escurridizos que se parecen al Gollum de Tolkien intentan raptarla para llevársela a Balem (Eddie Redmayne), quien tiene el titulo de dueño de la Tierra. Es aquí donde aparece Caine Wise (Channing Tatum), un licántropo que se desplaza en una especie de rollers que dominan la gravedad y cuya misión es protegerla. El amor a primera vista no tarda en llegar. El filme ostenta serias negligencias narrativas. Allí donde está la supuesta originalidad (la de ese mundo creado para la ocasión) también están las fallas. Los múltiples personajes no llegan a ser queribles ni se sabe qué les pasa, y son tantos y tan variados que el espectador puede llegar a perderse con facilidad. Su construcción es tan endeble que no logra que el espectador se interese por ellos. La solemnidad de algunas escenas, las sobreactuaciones, la posición respecto a la familia, la ética protestante que rige la vida de los personajes (aquí lo más preciado es también el tiempo) son algunos de sus problemas. Tampoco se entiende cómo un mundo tan evolucionado no puede erradicar la burocracia racional propia de las sociedades actuales. Los Wachowski mezclan todos los géneros (desde el cine épico hasta la ciencia ficción y la fantasía), meten todo en una licuadora y sacan un producto completamente insustancial, un entretenimiento vacuo que no aporta nada nuevo al mainstream americano. Y, por último, el peor pecado que cometen los Wachowski es creer que citar bien es recrear un plano y una secuencia de otra película, cuando en realidad citar bien es hacer que el plano de otro filme venga a decir algo en el nuevo.