Me gusta ser mujer Nominado a cuatro premios Oscar (Actor protagónico, Actriz principal, Vestuario y Diseño de producción), este melodrama del director de El discurso del rey y Los Miserables resulta un exponente de cine de qualité provocador en su temática sobre la identidad de género, pero bastante esquemático y superficial. Al menos, la historia permite que se destaque la sueca Alicia Vikander, acompañada aquí por Eddie Redmayne. El rostro andrógino de Eddie Redmayne es el preciso para el papel de Einar Wegener/Lili Elbe, un artista plástico que en la Copenhague de los años ‘20 descubrió su verdadera identidad de género. Lo vimos a Redmayne en La teoría del todo en un rol que también comprometía su cuerpo. En este film -que no es danés sino una coproducción multinacional-, Einar/Lili, gracias al estímulo de su esposa y colega Gerda (Alicia Vikander), quien lo requiere para un retrato femenino, el protagonista va tomando conciencia de ser una mujer en el cuerpo de un hombre. Basado en la novela de David Ebershoff que a su vez estaba inspirada en dos personajes reales, este melodrama atraviesa el doloroso proceso de rechazo y aceptación de una realidad conflictiva, que tiene también sus momentos de felicidad, por supuesto. Estos son los que Einar puede vivir como Lili, sentir como mujer, y expresarse como tal. Pero Tom Hooper (director de la multipremiada El discurso del rey y Los Miserables) elige un tratamiento rígido, que no empatiza con el devenir de los protagonistas, fijados desde el principio en sendos puestos de los que nunca logran apartarse. Lo mismo sucede con un tercer personaje, viejo amigo de Einar (Matthias Schoenaerts), quien deviene el compañero de Gerda en su proceso de aceptación, que no es fácil. Por otro lado, el británico Hooper elige quedarse en una superficie que nunca deja ver las aguas profundas, a diferencia del libro original, que sigue los cambios desde la subjetividad de Einar. Hace poco vimos la última película de François Ozon, La nueva amiga, que también versa sobre los diversos conceptos en la identidad de género, con mayor interés por atravesar el conflicto y abriendo diversos interrogantes. Si bien la intención de mostrar el devenir de la primera persona en someterse a una operación quirúrgica de cambio de sexo es solidaria, los resultados no ayudan, debido al esquematismo de la propuesta, enfatizado en las líneas de diálogo. Igual de convencional es el abordaje en el campo de la ciencia, que estigmatiza al paciente como un caso de demencia. No menos importante era profundizar en las contradicciones de Gerda (una excelente Vikander), quien gana éxito y fama en su profesión gracias a su modelo Lili, mientras quiere recuperar a su marido Einar, y atraviesa con enorme dificultad los cambios de esa relación que en algún momento fue un feliz matrimonio. Frente a un ser humano que, en medio de semejante alteración del estado de cosas, sigue tomando las decisiones desde un sitio de dominación. La fotografía y exquisita recreación de época en París, Copenhague y Dresde ayudarían bastante con su qualité a hacer atractiva la visión del film, si no fuera por el regodeo de la cámara por mostrar los mohines de Lili, o su atracción por las sedas, o sus gestos pseudo femeninos -más como un viejo estereotipo de mujer que como una mujer real-, en lugar de profundizar sobre su descomunal desgarro.
Dos contra el mundo El realizador de A salvo, Velvet Goldmine, Lejos del Paraíso, I'm Not There y Mildred Pierce filmó esta exquisita transposición de la controvertida y ya mítica novela autobiográfica de Patricia Highsmith sobre la historia de amor entre dos mujeres de distintas edades y orígenes sociales (notables trabajos de Cate Blanchett y Rooney Mara) en los años '50. Nominado a 6 premios Oscar (pero no a Mejor Película ni Dirección), se trata de uno de los mejores estrenos de los últimos meses. Durante mi cobertura del Festival de Nueva York ya expresé mi entusiasmo por Carol, de Todd Haynes, un film extraordinario en todo sentido. La historia de amor entre Carol (Cate Blanchett), una mujer de clase alta, poderosa pero infelizmente casada, y Therese (Rooney Mara), una muchacha que trabaja en una de las grandes tiendas de Nueva York y que desea ser fotógrafa, da pie a una reflexión sobre la situación de la mujer en el rígido sistema de vida de los Estados Unidos en los años ´50. Verla nuevamente me sugirió otras observaciones. Blanchett y Mara cumplen sendas actuaciones memorables. Mara ganó el premio a mejor actriz en el Festival de Cannes y ambas están nominadas al Oscar. Blanchett (una de las mejores actrices del momento, esta es su séptima nominación, y ganó el Oscar dos veces) tiene una fuerza expresiva arrolladora, sabe manejar su corporalidad que habla por sí misma como signo del deseo y la contención y conoce el efecto que causa en la joven, mientras que el rostro y los gestos de Mara la muestran claramente ansiosa por conocer un mundo nuevo. Mara posee algo de la Audrey Hepburn de La mentira infame (The Children's Hour, 1961), pero en este nuevo film el lesbianismo no está vivido como un problema en sí mismo -como en aquel film-, sino como conflictivo socialmente. Es interesante observar que la autora de la novela algo autobiográfica que dio origen a Carol, Patricia Highsmith (con El precio de la sal, que debió publicar bajo el seudónimo de Claire Morgan) era bisexual, mientras la productora, la talentosa Christine Vachon, colaboradora habitual de Haynes, es lesbiana. Haynes ha demostrado en toda su filmografía tener una especial sensibilidad para plasmar la psicología femenina, y aquí su exquisitez se expande a todos los niveles: el cuadro social, la recreación de época -con un esfuerzo admirable en la dirección y diseño de arte, sobre todo si tenemos en cuenta que el film transcurre en gran parte en exteriores- y lo más notable es la creación de atmósferas. La atracción entre ambas mujeres es inmediata, un coup de foudre; toda la escena del primer encuentro está destinada a la antología. La tensión erótica está sostenida y contenida durante todo el film, y también llega a momentos de expansión. La fotografía de Ed Lachman es muy sofisticada, con un significativo uso del color que evoca el Technicolor de los ‘ 50, planos lejanos tomados tras vidrios o reflejados en espejos, como el mejor melodrama clásico a-lo-Douglas Sirk, o tomas de los rostros que resultan notables retratos. La narración está estructurada con una introducción y un largo flashback, después del cual la escena inicial queda resignificada, en un círculo que sin embargo no llega a cerrar, y deviene espiral. El film muestra el estado de la mujer, encorsetada dentro de un rígido sistema de pautas sociales, pero ellas eligen vivir sus propias elecciones, en una suerte de Thelma y Louise de los '50. Con Carol, Haynes continúa la tarea crítica que ya desarrollara en Lejos del Paraíso (2002) y Safe / A salvo (1995), películas en las que también retrataba el sometimiento de la mujer a normas sociales represivas signadas por el varón, en las que no calza, porque no le son propias. Recientemente, en su serie Mildred Pierce volvió sobre el mismo tema. Carol es una obra del siglo XXI. El cine tiene hoy un tratamiento de la homosexualidad totalmente distinto del que recibió en los ’50, y las resoluciones de la historia hubieran sido impensadas en esa época. Como lo postula Vito Russo en su conocido libro The Celluloid Closet dedicado al tema, el cine de Hollywood castigó con la muerte, el ostracismo y otras penurias a todos los homosexuales, dejando sentado un código de conducta. Por otra parte, era inconcebible ver escenas de sexo entre mujeres en la pantalla hasta hace muy poco. Incluso la diferencia de clases hubiera hecho difícil semejante romance. La sutileza de Haynes evita caer en diálogos obvios; contada desde el punto de vista de Therese, adivinamos su atracción por esa mujer que se le acerca desde una posición de poder, su curiosidad, la imagen que va creando de ella, la mezcla de turbación y determinación ante el cruce del umbral, los conflictos emocionales de ambas gracias a la expresividad de sus cuerpos, de sus gestos y miradas, sin necesidad de palabras. Aunque el film mantiene un cierto distanciamiento, incluso frialdad, aun en los momentos más dramáticos, lo cual es un rasgo de la literatura de Highsmith. Los secundarios a cargo de los excelentes Kyle Chandler y Sarah Paulson son también dignos de mención, pero la fuerza de las dos protagonistas los reserva a un segundo plano. El Oscar siempre le ha sido esquivo a Haynes, ícono del cine gay: ni el director ni su película están nominados, aunque sí lo están el guión adaptado, la fotografía, el vestuario y la música, además de ambas actrices. Todos merecen un premio. Pero yo no tengo devoción ni fe en los Oscar…
Con gusto a poco Otra película gastronómica con los ingredientes ya un poco rancios. Decididamente, el tema del destino de los chefs y su comida se ha impuesto en el cine. Reflejo de una tendencia de la vida cotidiana, de una nueva forma de consumo, de una nueva concepción de la cocina en el mundo occidental. John Wells, el director de Agosto, suma un nuevo título a una larga lista que en los últimos años ha aumentado significativamente. Desde La gran comilona (Marco Ferreri, 1973) y La fiesta de Babette (Gabriel Axel, 1987), que mostraron el poder de la comida y maravillosos platos en pantalla, el auge por la cocina gourmet llegó acompañado por títulos como Chef, La cocina del presidente, Amor a la carta, entre muchos más. Baste decir que festivales como los de Berlín y San Sebastián tienen una sección dedicada al cine gastronómico… Los títulos merecen un análisis, proponen un tema, que las distribuidoras a veces no respetan. El chef protagonista de este film no trae una buena receta sino que está burnt, es decir, quemado. El abuso de drogas, alcohol y mujeres le cortó el camino en una carrera ascendente en París, donde trabajaba junto a un gran chef, y había logrado dos estrellas Michelin. El mismo se impuso una penitencia, cumplida la cual llega a Londres en busca de su reivindicación profesional con la simbólica tercera estrella Michelin, máximo galardón para un chef. (También el protagonista de Un viaje de cien metros ansiaba esa codiciada tercera estrella.) El bonito Bradley Cooper ya es un actor todoterreno. Aquí protagoniza otra historia de superación personal tan cara a Hollywood, con una reivindicación final del trabajo en equipo, que ha formado con colegas de variado origen, interpretados por Omar Sy, Sienna Miller, Riccardo Scamarcio y Daniel Brühl como el sacrificado dueño del restorán. Emma Thompson y Uma Thurman tienen sus apariciones, soslayables. El problema del film es como el título local: constituye una receta armada con ingredientes precocidos, es decir, ya vistos en esa larga lista mencionada. Competencia entre colegas, un chef ególatra, neurótico y tirano, escenas de cocina exigente y frenética e innumerables primeros planos (bien logrados) de platos minimalistas exquisitamente decorados. Todo igualito a los varios canales de TV dedicados al gourmet, con mucho de diseño publicitario. Más el tópico caída/redención, egoísmo/solidaridad. Ni siquiera los ingredientes del subtema romántico llegan a amalgamar. Y eso es todo, no se le cae ninguna idea original, o que no repita los clichés del género. A mi juicio, Una buena receta no merece su tercera estrella
Después de su paso por los festivales de Toronto y Mar del Plata -donde participó de la Competencia Argentina-, se estrena en Buenos Aires Un tango más, documental dedicado al tango bailado y a dos de sus figuras icónicas: Juan Carlos Copes y María Nieves. Copes instaló un modo, un estilo propio para el tango bailado, y su pareja con Nieves fue un modelo para generaciones que vendrían después. Copes es el guía que da un gran lugar al vituosismo de las piernas de María. Fue una pareja artística y también sentimental, hasta que acabó esta última y, sin embargo, siguieron bailando juntos. El film está narrado en tres planos: por un lado, la recreación ficcional de la historia de esa pareja, con actores y bailarines jóvenes, una recreación de época impecable, y la fundamental y excelente fotografía de Félix Monti. Este plano incluye muchas coreografías creadas especialmente para el film por Pablo Verón, entre otros. En ocasiones, la coreografía responde a la evolución dramática de la hisotria. Por otro, escenas documentales de las performances históricas de ambos bailarines. Y, por último (y más importante), las entrevistas a los protagonistas, hoy octogenarios. María Nieves con su franqueza y simpatía se roba la película y seduce al público con su inclaudicable sentido del humor. Después de su separación afectiva, ambos continuaron bailando juntos, odiándose en el escenario, siempre con una sonrisa. Preguntada sobre cómo podía sostenerse ese vínculo artístico existiendo una relación tan tormentosa, ella responde: “Eramos profesionales”. No es esta la primera película que Germán Kral dedica al tango y a sus figuras emblemáticas. El último aplauso (2009) era un homenaje al mítico bar El Chino de Pompeya. En esta ocasión, Kral coprodujo Un tango más con instituciones de Alemania, donde vive, y Wim Wenders es uno de sus productores ejecutivos. Sin duda, su película tiene una fuerte impronta exportadora, y habrá de interesar a extranjeros, pero no sólo a ellos: para culaquier amante del tango, su música y su baile, esta obra constituye un deleite.
Entre el cielo y el infierno La directora de El juego de la silla, Una novia errante y Los Marziano aborda un tema tan universal y al mismo tiempo inasible, contradictorio y lleno de matices como el de la maternidad sin caer en subrayados, psicologismos ni resoluciones políticamente correctas o tranquilizadoras. Protagonizada por una exquisita Julieta Zylberberg, se trata de una tragicomedia incómoda y fascinante a la vez donde las pequeñas desventuras cotidianas se convierten en épicas aventuras de superación. Liz (Julieta Zylberberg) es una madre primeriza. Su propia mamá ha muerto hace un año, y ella se encuentra ante esa nueva situación, desconocida, a solas, porque para colmo su marido Gustavo (Daniel Hendler) se ha ido en un largo viaje de trabajo al sur. La protagonista está desorientada, abrumada por un mundo nuevo que se le abre y en el que no sabe muy bien cómo actuar. Para colmo, no tiene leche para amamantar a su bebé Nicanor, con el cual vive -como toda madre reciente- una relación simbiótica amorosa y mutuamente dependiente. En el parque donde pasea con Nicanor conoce a Rosa (Ana Katz), quien también lleva a una beba, hija de su hermana Renata (Maricel Álvarez), aunque Rosa parece ser la verdadera madre de Clarisa. Katz vuelve a desplegar su inteligencia para desarrollar un tema femenino, sin declamaciones de género. Como en Una novia errante, se interna en el universo de la mujer desde un lugar poco habitual, dada la hegemonía de la mirada masculina en todo el cine hasta fines del siglo XX. La maternidad como una aventura, la entrada a un mundo desconocido y lleno de sorpresas. El film está presentado desde el punto de vista de Liz, sin subrayados, sin psicologismos. Todo son indicios, sutilezas del proceso de apertura que está viviendo. Apertura a su bebé y asomarse a otras formas alternativas de constituirse como madre. Rosa y Renata, con toda su inestabilidad, su conducta algo dudosa, no dejan de mostrarle que no existe una sola forma de ser madre. Mi amiga del parque se estrena en el mismo mes que El clan, celebrado y promocionado estreno nacional. Estéticamente, el film de Katz se ubica en la vereda opuesta del de Trapero. Si El clan se limita a ilustrar una historia muy sonada, por todos conocida, sin permitirse el menor gesto de vuelo imaginativo, Mi amiga del parque también se basa en un hecho conocido por todas las madres, pero a partir de allí se permite todas las libertades para imaginar actitudes alternativas, libres, opciones fuera de la convención o de lo que se espera de la nueva madre, de la maternidad compartida, de la solidaridad entre las madres. Mientras El clan se acerca a la superproducción, con una recreación de época estupendamente lograda, Mi amiga del parque sólo cuenta -ni más ni menos- con un buen guión y actrices extraordinarias, que poseen una enorme convicción por su trabajo, y dejan lo mejor de sí ante la cámara. Zylberberg está genial como la contradictoria Rosa, confundida en su nuevo rol, que atraviesa momentos delirantes -cuando está pendiente de su bebé mientras ella llora bajo la ducha, o cuando revisa la cartera de su nueva amiga-; Katz y Álvarez componen a las “hermanas R”, ese dúo de hermanas freak, siempre con la frase ambigua, el detalle sorprendente, la propuesta inusitada. Entre las tres se logra un clima suspensivo, intrigante, que nos deja alertas porque puede sobrevenir cualquier sorpresa desde lo cotidiano y, sobre todo, cuando aparece una pistola en escena. El film siempre realiza una pirueta para no colocarse en el lugar esperado, siempre corre el foco de donde se supone que debería estar. Katz ha declarado que la película avanza hasta el borde del juicio, evitando caer en él. Para ello está allí el juicio de los otros: la opinión de las madres del parque (“Rosa es un personaje que te la voglio dire…”) o la mirada censuradora de la empleada de Liz, interpretada por la contundente Mirella Pascual, célebre por su rol en Whisky. Si bien el hombre está ausente, o muy lejano, en la figura del marido, hay un padre presente en el grupo que pasea por ese parque. Y el otro varón relevante es Bill Nieto, el fotógrafo, que supo mostrar ese parque como el espacio abierto y de libertad (en Montevideo, claro, aquí están casi todos enrejados) donde las madres buscan su camino.
Hacía muchos años que no se estrenaba un film de Peter Bogdanovich en Argentina. Vuelve a las salas con una comedia mainstream que es un homenaje a la screwball comedy de los años dorados de Hollywood, con el recuerdo explícito de Lubitsch, Hawks y tantos otros. Película de enredos, de coincidencias azarosas, de parejas que se cruzan en un torbellino de situaciones equívocas en las que reina la confusión divertida. Terapia en Broadway cuenta con muchos intérpretes conocidos: Owen Wilson es aquí un director de teatro felizmente casado que, en sus noches de libertad, contrata prostitutas a las que después patrocina para que dejen su profesión y se dediquen a alguna tarea creativa que les interese. Pasa su primera noche en Nueva York con una encantadora call girl de gran corazón llamada Isabella (Imogen Poots), con quien cumple su ritual, sin saber que al día siguiente, en la audición de su obra, ella será la mejor postulante para compartir escenario con su esposa (Kathryn Hahn) y un viejo amigo de ambos (Rhys Ifans), testigo de esa noche de infidelidad. A partir de allí, los enredos se suceden, con el agregado de la intervención del autor de la obra y su novia psicoterapeuta, una desopilante Jennifer Aniston. También tendrá su lugar Cybill Shepherd y otros más, todos confluyendo casualmente en sitios emblemáticos de Nueva York. Como en toda screwball, el diálogo es permanente, con líneas filosas y rápidas como látigos, y la tensión va en aumento mientras estamos pendientes de que todo estalle en el colapso final. Así como se disparan las palabras, también los sentimientos entran en juego en cruces mortales: atracción, deseo, celos, competencia, revancha que cobran sus víctimas. Y por añadidura, la obra teatral que se ensaya constituye una puesta en abismo de las situaciones que viven los personajes en su vida real. Estructurado como un largo flashback de Isabella, quien es entrevistada cuando ya es una actriz famosa, su relato funciona como paréntesis o momentos de reposo en esa vorágine. Por momentos divertida, la película, sin embargo, no suena del todo original. Sus toques cinéfilos, el uso de la música de jazz, los diálogos y las locaciones en Nueva York, incluso la paleta de colores elegida, siguen con gracia las huellas de Woody Allen, pero sin la genialidad que aquél supo mostrar en sus años dorados.
Las garras del poder Nominada al Oscar extranjero y ganadora de varios premios en festivales como Cannes, esta película del realizador palestino Hany Abu-Assad llega finalmente a los cines argentinos luego de su paso por el BAFICI 2014. Como en la estremecedora Paraíso ahora, Hany Abu-Hassad expone en Omar las consecuencias de la ocupación represiva israelí en Palestina, en los habitantes que la sufren. Consecuencias que se perciben sobre los cuerpos y en la psicología de los ocupados. Y, también como en su film previo, se niega a maniqueísmos simplistas. Omar habita en Cisjordania y, para visitar a su amigos y a su novia secreta, hermana de uno de ellos, debe trepar el altísimo muro que los israelíes han levantado en medio de Palestina. Su vida es un ir y venir por motivos amorosos y activistas, ya que Omar pertenece a un pequeño grupo de la resistencia, que lleva a cabo un atentado matando un soldado israelí. Muy pronto cae preso, los opresores lo someten a durísimas torturas físicas y lo tendrán presionado incluso después de soltarlo, a cambio de dar información sobre sus compañeros. Se plantea entonces el dilema de la lealtad a una causa o la colaboración con ese enemigo, en un medio donde impera la traición y la delación. El film está tratado como thriller político, también con elementos propios del melodrama, pero sobre todo como una película de acción, con un guión que parece haber sido escrito de manera algo apresurada, dejando algunas zonas confusas. Omar muestra también cómo la presión psíquica y física fuerza el colaboracionismo incluso contra las propias voluntades. Abu-Assad expone cuán débil es la línea que separan las decisiones, sobre todo cuando el joven Omar (y por extensión todos los palestinos) parece no tener escapatoria. Así tienen atadas las manos -y las voluntades- de sus víctimas los regímenes opresivos.
El conflicto israelí-palestino -la violencia en las zonas ocupadas, la coexistencia en un mismo territorio, la lucha armada- ha generado numerosas películas, muchas de ellas documentales, por parte de extranjeros, judíos y -en menor medida- palestinos. Casi todos ellos coinciden en denunciar las invasiones del territorio árabe por parte del ejército israelí y los abusos que éste comete sobre tierras y habitantes. Por el otro lado, los israelíes cuestionan la reacción de los grupos armados palestinos. Nicolas Avruj -más conocido entre nosotros como productor de Refugiado, La mirada invisilble, Mi amiga del parque- se lanza con su opera prima como director de documentales. Hijo de familia judía argentina, en el año 2000 realizó el clásico viaje a Israel para visitar familiares. Cuando llega y descubre que su familia no estaba para recibirlo, decide viajar a su aire por el país, visitando también Cisjordania y la Franja de Gaza, zonas palestinas. Allí toma contacto con jóvenes árabes que le muestran otra realidad, que conoce con los ojos ingenuos de un adolescente, y filma el registro de ese viaje iniciático. 15 años después, decide editar y transformar ese material sensible, fresco y espontáneo en una película documental. Resulta evidente en sus entrevistas a jóvenes israelíes y palestinos el conflicto que vive el propio Avruj. Desde el inicio, cuestiona que quieran ubicarlo en uno de los dos bandos. En sus entrevistas a jóvenes y adultos, pacifistas y belicistas, algunos fundamentalistas, a veces en zonas ocupadas donde la violencia estalla a cada instante, demuestra sus simpatías por unos y otros, y también agrega observaciones mordaces, sin comentarios. En el juego dialéctico del montaje, enfrenta a israelíes con palestinos, haciéndolos dialogar sin saberlo. Avruj no pretende que su film sea una respuesta a la guerra, ni mucho menos una solución, dado que “la respuesta al conflicto no está en los argumentos de cada parte”.
Pacino se ríe de sí mismo La decadencia de un viejo actor es la propuesta de este nuevo film del director de Rain Man y Buenos días, Vietnam. Al Pacino fue una de las estrellas que parpadearon en la última Mostra de Venecia. Como otros famosos actores, está dedicado a sacar partido de su edad, a mostrar sin tapujos las penurias de quienes han entrado en la tercera etapa de su vida y se sienten con fuerzas para seguir en la lucha, o quieren corregir errores del pasado, o incluso encarar nuevos proyectos. Y esto ocurre en la realidad y en la ficción. Lo vemos también en otro film suyo que estuvo hace poco en cartelera, Directo al corazón. En este caso, se trata de una historia de redención, con su excelente composición de un hombre en espiral decadente. Actor shakesperiano, el personaje se encuentra muy cercano a la persona del propio Pacino (sabemos de su trayectoria e interés por los clásicos, él mismo dirigió un documental sobre Ricardo III y otro sobre Oscar Wilde). Después de atravesar un bloqueo actoral, se refugia en soledad en su casa del interior, adonde llega a buscarlo la hija de unos amigos (Greta Gerwig). Muy joven y sexualmente confundida, ella establece con él una relación que resultará complicada para ambos. Basada en la novela La humillación, del gran Philip Roth, esta nueva película del director Barry Levinson (Rain Man, Buenos días, Vietnam) se permite libertades con la historia, le imprime humor, y Pacino le otorga patetismo a ese personaje de actor teatral en crisis que se va descomponiendo física y mentalmente (son muchos los films que abordan este tema). Aunque nunca alcanza la genialidad de la novela -y en eso conspiran varias subtramas nunca bien resueltas-, el film encara también un aspecto tan común a los actores: el cruce entre fantasía y realidad, la dificultad de discernir entre ambos, no saber si lo que les sucede es vida real u obra teatral, que viven y actúan a la vez, donde la vida imita al arte y es común fantasear con la idea del suicidio, etc. (la comparación con Birdman resulta muy cercana). Greta Gerwig en el papel de la joven, un rol complejo y contradictorio, y la estupenda Diane Wiest como su madre y vieja amiga del actor, acompañan al protagonista en esta parodia de sí mismo, en un film íntimo, farsesco, por momentos ridículo, en el cual Pacino se ríe de su propia decadencia.
Mujeres al borde de un ataque de nervios Ganadora del premio al Mejor Guión de la Competencia Oficial de la última Mostra de Venecia, esta nueva película de la elogiada directora iraní ofrece una mirada coral y abarcadora sobre el estado de las cosas en la sociedad -sobre todo entre las mujeres de distintas clases sociales- de su país. Film coral, con diversas historias o mini situaciones angustiantes que hablan con elocuencia de la sociedad de Irán en la actualidad, de la condición de la mujer y de esos problemas en los que lo personal y lo social se interrelacionan. En un país en crisis, la desocupación, la burocracia y la represión condicionan las relaciones personales y familiares, el amor entre padres e hijos y en la pareja. La presencia de un documentalista que regresa a filmar y registrar la idiosincrasia de su propio país abre estas distintas historias de contenido social y cultural, algunas de las cuales -como el cuadro familiar de quienes reciben un regalo- merecían un mayor desarrollo. La propia película refleja mucho del espíritu documental que busca ese personaje del inicio. El taxi es el ámbito en que las historias se vinculan unas con otras, imprime cohesión y constituye espacio para el diálogo. Desde Abbas Kiarostami, el automóvil ocupa un lugar preponderante en el cine iraní, espacio para la reflexión, la comunicación, la observación social, como en la célebre Ten, y también en Taxi, el último trabajo de Jafar Panahi. La directora de Fuera de límites, Bajo la piel de la ciudad, Gilaneh y Mainline pasa con solvencia de una situación a la otra, tensando por momentos la cuerda, y transmite con intensidad una sensación de irritación generalizada. Un retrato social tan duro como valioso.