Ver Resentimental es perder el tiempo. Tiempo para pensar, probar y escribir un guión, nunca falta. Aún así, en cualquier tipo de cine hay, como mínimo, una pequeña chance de que la película falle. Si es independiente, esta estadística aumenta. Si es nacional, también (una triste verdad). Pero lo que más eleva las posibilidades de que una película no tenga el éxito que espera es el mal criterio de sus creadores. Cuando nadie detiene a la bola de nieve, esta crece, crece y puede pasar de ser un simple guión bocetado en una PC cualquiera a un estreno en los más grandes cines con el desastre como futuro ineludible. Es la época actual, y la ciudad de Buenos Aires sirve de escenario para un triángulo amoroso muy posible. Eva (Lucila Polak) y Sofía (Brenda Gandini) se amaban mucho y hasta llegaron a casarse. Una directora de cine, la otra actriz y modelo. Sus personalidades, tan distintas, lograron en algún momento encajar, pero es algo que no se extendió en el tiempo. En el medio de un rodaje y de la planificación de la boda, un tercer personaje interviene en su apasionada relación: Andrés (Alejandro Awada). Sofía comenzará a verlo a escondidas, pero el resto del equipo que realiza la película lo mantendrá en secreto para que Eva no caiga en una depresión galopante y detenga el rodaje. Al mismo tiempo, otra actriz, Elena (Belén Chavanne) se involucra románticamente con Eva. La historia de esta pasión mal concebida desde el primer momento, rueda por la Ciudad y prueba que no existen las grandes historias de amor. Todo el equipo de Resentimental es completamente argentino. El director, que también colaboró en el desarrollo del guión, es Leonardo Damario, conocido por su película Olympia (2012). Trata temas adultos y complicados, con mucho sexo para avanzar la historia. Lo acompañan los guionistas Israel Adrián Caetano (Mala, 2013) y Nora Mazzitelli (El Agua del Fin del Mundo, 2010). El departamento de actores tiene algunas caras conocidas. Para su estreno, Lucila Polak (Un Buen Día, 2010), vino a Buenos Aires en compañía de Al Pacino, su novio. Ella interpreta a Eva, la enamoradiza directora de cine. A su lado está Brenda Gandini (Mala, 2013), y cierra el círculo Alejandro Awada (Mecánica Popular, 2015). Resentimental sería una película olvidable si la performance de sus actores no fuese sencillamente espantosa. Los intentos de Gandini por poner un poco de realidad en el diálogo son pisoteados por la penosa intervención de Polak. Awada, ya inmune a cualquier crítica, hace años que actúa de la misma forma. Sus modismos recurrentes de Jack Sparrow urbano no sorprenden a nadie y desafinan, aunque es cierto que ningún elemento de la película afina con el resto, salvo en lo bajo de su calidad. En Resentimental nada sirve más que para exacerbar lo ridículo de la obra en general. El único aspecto valioso y que merece ser explorado más profundamente es su fotografía. Muy actual, muy videoclip, pero ubica a los personajes exactamente donde la trama los quiere: en un entorno intelectual, bohemio y descontracturado. Tiempo atrás no hubiera sido posible, pero gracias a internet, el público para este tipo de films no es inexistente. Desde el amado fiasco de Tommy Wiseau (The Room, 2003) hasta la película argentina Un Buen Día (2010), el ‘tan malo que es bueno’ junta gente con facilidad. Igual de fanáticos de este cine que de cualquier otro, es muy posible que hayan visto Un Buen Día más veces que su película favorita (sólo en caso de que ésta no lo sea). Hay algo muy atractivo en esas comedias que no buscan serlo, y no necesariamente tiene que ver con su grotesquidad: a veces la risa es genuina y sin maldad. Tal vez es esto lo que el equipo de Resentimental quiso lograr, y haberla terminado es ya un gran mérito. Mientras algunos deciden hacerle caso al fantasma y no terminar sus películas, otros se arriesgan y completan su sueño.
Muy al estilo Dreamworks. Los números musicales constantes tal vez aburran a algunos, pero el humor ATP compensará muy bien esta desventaja. Hace rato que la industria de los juguetes no crea una monstruosidad que absolutamente todos tienen en sus casas. La Barbie como objeto coleccionable murió, el patio del recreo hace años que no ve un BeyBlade y el Furby que miraba todo desde una repisa está guardado en una caja desde la década del 90. No es extraño, dada la sobreestimulación que los más chicos reciben de otros lugares: tal vez tener la misma ropa que una celebridad es hoy más atractivo que un juguete, y los videojuegos y celulares que se actualizan constantemente son una obsesión que atraviesa generaciones. Una de las modas más duraderas son los muñequitos Trolls, que se crearon en 1959 y regresan hoy a las pantallas buscando repetir esa gloria inmensa que alguna vez tuvieron. Los bergenos, durante muchos años, conservaron un árbol de trolls en el medio de su reino. Vivían constantemente deprimidos o enojados, y el sabor de un troll era lo único capaz de darles un ratito de felicidad. Hace ya 20 años que los trolls escaparon de estos depredadores, pero una chef bergena sigue obsesionada con ellos. La princesa de los trolls, Poppy (Belinda), ama bailar, cantar y abrazar, igual que todos los de su especie, y organizó una enorme y ruidosa fiesta. Ramón (Aleks Syntek) no baila ni canta ni abraza, y se opone a la fiesta para no atraer bergenos. Dicho y hecho, la chef los encuentra y se lleva unos cuantos a su reino. Poppy, que se siente culpable por haber causado semejante desgracia, se une a Ramón y a pesar de sus personalidades opuestas, salen juntos a rescatar a sus amigos. Dreamworks decidió darle mucha confianza a personas que hace bastante trabajan con ellos. Trolls tiene dos directores: Mike Mitchell, director de Shrek Para Siempre (2010), y Walt Dohrn, que colaboró en partes menores, desde guión hasta actuación de voz en casi toda la franquicia de Shrek. Los guionistas, Jonathan Aibel y Glenn Berger, trabajan juntos hace años y una de las películas más famosas del estudio: Kung Fu Panda (2008), es creación suya. El resultado es muy Dreamworks: canciones, colores, chistes ridículos y silencios incómodos. Funciona, aunque también cansa un poco. Los artistas de doblaje hicieron un trabajo excelente. Como los números musicales son muchísimos, se eligieron a dos cantantes para prestar su voz a los personajes principales. Belinda, la cantante mexicana, le da vida a la Princesa Poppy y Aleks Syntek, al chinchudo Ramón. El diseño del mundo en el que los personajes se desenvuelven es espectacular. Las texturas de los bosques, indumentaria y objetos es similar a la del paño lenci, pero dentro del reino de los bergenos todo es duro y frío, como de piedra. Es una elección de diseño inteligente, que permite al espectador sumergirse más efectivamente en la atmósfera de cada parte de la trama. La constante búsqueda de nuevos bichitos tiernos para invadir el cine y la TV es un poco alarmante. El fenómeno que fueron los Minions parece difícil de repetir, y mientras tanto Universal llena sus arcas hasta que la fiebre amarilla deje de tener efecto. ¿Será Trolls el nuevo monstruo mediático que saturará el mercado con soquetes, mochilas, lápices, juguetes y disfraces? No hay manera de saberlo. Lo que sí se sabe es que el mundo necesita personajes nuevos para adorar, como en una época lo fueron Felix el Gato (1919), Garfield (1978), los Looney Tunes (1947), Hello Kitty (1975) o Winnie Pooh (1926).
La comedia tiene muchos tipos. En cada país se le da importancia a diferentes subgéneros y es así como en Argentina la comedia más característica es el grotesco criollo de Esperando la Carroza (1985), en Estados Unidos el descontrol ridículo toma el protagonismo (como en 21 Jump Street) y en el Reino Unido la parodia de un viejo género hace reir a miles (Kingsman, 2014). Pero cuando la comedia tiene que ver con el absurdo y se mezcla con el drama es más complicado venderla y no suele abandonar la góndola del cine independiente a pesar de tener cada vez más exposición. Maldito Seas Waterfall sufre de esta hiperespecificidad; le será difícil insertarse en un mercado en el que la comedia grosera y fácil tiene protagonismo desde siempre. La vida de Roque Waterfall (Martín Piroyansky) desde afuera parece muy fácil. Sus padres le dejaron su casa, un departamento que alquila para solventar sus gastos y no tener que trabajar. No hacer nada productivo con su vida, ni tiene interés en absolutamente nada más que su equipo favorito de fútbol, Atlanta, y los poetas malditos. Como encuentra este estilo de vida interesante, el director de cine Hans Hofer (Rafael Spregelburd) lo filmará para crear un documental sobre su vida (ignorando completamente las promesas a sus inversores). En el medio del caos que es la Ciudad de Buenos Aires, una abejita para nada trabajadora será el centro de una producción que parodia todo a su paso: desde el mismísimo género documental hasta sus propios personajes. Alejandro Chomski es el director y se basó en el libro de Jorge Parrondo para confeccionar el guión Sus trabajos previos como Dormir al Sol (2010) y Hoy y Mañana (2003) le dieron un lugarcito entre los directores relevantes de la actualidad argentina, aunque más de la mitad de su carrera está compuesta de cortos. El elenco es breve pero conciso: nadie sobra y todos dan lo justo y necesario para hacer funcionar la historia. El protagonista, Roque Waterfall, es interpretado por Piroyansky, una cara recurrente en el cine argentino (Voley, 2014; Permitidos, 2016). Lo acompaña Spregelburd, conocido por su trabajo como actor (El Hombre de al Lado, 2010) y como guionista de teatro (La Escala Humana, 2002), que resulta ser el único que parece saber lo que hace. Completa el círculo protagónico Juana Schindler. Ningún aspecto de la película es sobresaliente, así que las actuaciones a media máquina no desentonan. Hay algunos temas que sacados de las páginas no surten el mismo efecto. La comedia intelectualoide puede funcionar muy bien y con facilidad en un libro, pero saber si es adaptable a la pantalla merece un ojo entrenado. Maldito seas, Roque Waterfall! y su humor deprimente y resignado podrían haber hecho su tránsito a la pantalla de mejor manera si hubiese sido menos literal y aprovechado mejor las herramientas que el cine otorga.
Uno de los géneros cinematográficos más baratos que hay, en cuanto a producción, es el del terror. Las sensaciones que busca causar no precisan de caros trajes, destrucción de autos, ni nombres célebres en el poster. Es por esto que también es uno de los que más creativos. Posee muchos estrenos por año y, como consecuencia, las salas se llenan de fans del horror. Los actores no suelen volverse muy famosos al clásico estilo hollywoodense porque son lo que menos importa: el ingenio es el fuerte del género. Aún así, la del cine de terror es una de las comunidades más amorosas y agradecidas que hay: figuras como Tom Savini (genial maquillador de FX) y Robert Englund (el primer Freddy Krueger) son muy queridas y recordadas a pesar de que hace años no estrenan nada que conquiste el corazón del público mainstream. Sin prisa pero sin pausa, una enfermedad viral altamente contagiosa comenzó a infestar a la población estadounidense. Las hermanas Stacey (Analeight Tipton) y Emma (Sofia Black D’Elia), dos chicas de secundaria, tuvieron que mudarse muy lejos de su casa, a California. La situación que esta enfermedad generó en todo el país las alcanzó hasta su nuevo hogar y alteró la vida diaria de su familia. Luego de que todo su pueblo sea puesto en cuarentena y registrado constantemente por el gobierno, una fiesta clandestina las pone cara a cara con la enfermedad. Emma, junto a su amigo Evan (Travis Tope), deberá mantener la infección de su hermana a raya e intentar curarla antes de que el gobierno la encuentre y las separe en el medio de tanto caos. En el cine de terror suele utilizarse al productor como ‘garantía de calidad’. En este caso, Jason Blum avala: participó en otras películas más celebradas como Sinister (2012), The Purge (2013) y Whiplash (2014). En cuanto a dirección, son dos los encargados: Ariel Schulman y Henry Joost. Ambos trabajaron juntos en Actividad Paranormal 3 y 4 (2011, 2012) y la recién estrenada Nerve (2016) (agregar link a la review de ELG, por favor gastonnnnn). El elenco no tiene nombres muy conocidos salvo el de Michael Kelly, por su papel en House of Cards (2013). A sus hijas, Stacey y Emma las interpretan Analeigh Tipton (Warm Bodies, 2013) y Sofia Black D’Elia (Gossip Girl, 2012): ambas muy grandes para actuar en el papel de chicas de secundaria. Las acompaña Travis Tope, que tiene una carrera bastante breve. Su más reciente trabajo fue en Independence Day: Resurgence, estrenada hace unos meses. Sus actuaciones fueron apropiadas para el tipo de película que es Viral: malas pero no llegan a desentonar con la trama. Es muy difícil ser lo suficientemente creativo como para sacar de la nada una buena película de terror. En general, a la hora de explicar el fenómeno que persigue a los protagonistas todo cae y deja en evidencia lo barato de la trama. Con las películas de epidemias, este punto crítico se resuelve desde el principio y salva al guión de dar una explicación demasiado deslucida. Aún con esta utilidad, Viral no logra dar la vuelta de tuerca necesaria para satisfacer esas ganas de saltar del asiento que hasta el más miedoso tiene de tanto en tanto. Los momentos de acción no son demasiado emocionantes ni los de terror, demasiado terroríficos, valga la redundancia. Los personajes, superficiales y aburridos, generan empatía solamente porque son humanos. La historia en general es más bien sosa y la ambientación suburbana inmediatamente remite a The Purge, que en la comparación deja a Viral, sin duda, en un lugar de amplia desventaja. A pesar del tremendo potencial de su trama, Viral no supo aprovechar las herramientas más efectivas que tiene el género.
Hay películas que son para adultos, pero alguna faceta un poco infantil las hace súper populares entre varias generaciones. Esto es común en el género de aventuras, que suele incluir algunos temas adultos y oscuros, pero que inspiran a gente de cualquier edad con sus expediciones, personajes carismáticos y paisajes espectaculares. Es así que el amor por películas como Star Wars (1977) o El Señor de los Anillos (2001) trasciende las barreras etarias. La obra literaria de Dan Brown es tal vez un poquito más sombría, pero la sensación de asombro y maravilla que crea en cada aventura de Robert Langdon invade a grandes y chicos por igual. No es noticia que el crecimiento constante de la población en la Tierra hace la vida casi insostenible. Esta es la opinión del magnate Zobrist (Ben Foster), cuyo suicidio revela una serie de pistas misteriosas. Luego de despertar en un hospital de Fiorenza con un severo caso de amnesia, Robert Langdon (Tom Hanks) comenzará su travesía por Europa en compañía de Sienna Brooks (Felicity Jones). Los rastros que Zobrist dejó atrás sugieren que creó un virus con el potencial de liquidar a un tercio de la raza humana. Perseguidos por la OMS y los mercenarios de Zobrist, estará en manos de Langdon y Brooks encontrar este virus antes de que se libere y el mundo que conocen llegue a su fin. Los libros de Dan Brown son el material perfecto para crear películas que tengan al espectador al borde del asiento. Fueron David Koepp, uno de los guionistas más exitosos de Hollywood (Jurassic Park [1993], La Guerra de los Mundos [2005]) y Ron Howard (A Beautiful Mind [2001], Apollo 13 [1995]) los que trajeron la trilogía de Langdon a la gran pantalla. El papel protagónico es de Tom Hanks, por supuesto. Lo acompañan Felicity Jones (The Theory of Everything [2014]) y Ben Foster (Warcraft [2016]). Ilustrando bien lo internacional de la trama, se incluyeron a Sidse Babett Knudsen (Westworld [2016]) de Dinamarca e Irrfan Khan (Life of Pi [2012]) de India. Es muy común que las películas basadas en novelas tan largas tengan la trama original recortada sin piedad o con cambios tan importantes que alteran el mismísimo desenlace (como pasó recientemente con Miss Peregrine y los Niños Peculiares). Las implicaciones éticas y morales del planteo que hace el personaje de Zobrist son muy pesadas, y Dan Brown las exploró profundamente en el libro Inferno, pero la acción y misterio de la película le quitaron lugar. El transhumanismo es una corriente de la filosofía que discute sobre el futuro del cuerpo humano y su posible comunión con los avances tecnológicos y genéticos. Muchos lo habrán escuchado mencionar en la saga de videojuegos Deus Ex (2000/2011/2016). Si bien recién se está entrando en la parte de la historia humana que permitirá todo esto, es interesante la manera en la que estos temas se filtran de a poco en la cultura mainstream y plantan en el espectador una semilla de la filosofía que cada vez es más relevante.
A pesar de la torpe dirección, es una película cautivadora con personajes queribles. Uno de los temas más populares en el cine, televisión y literatura durante el siglo XX es el mundo del espía. Cien años repletos de guerras en todo el mundo lograron llenar el imaginario colectivo con la fantasía de un personaje menos violento y más táctico. James Bond nació en los libros, al igual que Jason Bourne y Jack Ryan, pero ellos tres son hombres entrenados, profesionales dentro de su área. ¿Qué pasa cuando el héroe es un tipo común y no un superhombre? El libro de John le Carré “Un traidor entre nosotros,” publicado en 2010, desarrolla esta posibilidad. La relación entre Perry (Ewan McGregor) y Gail (Naomie Harris) no está yendo para nada bien. Intentarán mejorarla durante una escapada romántica a Turquía. Allí conocen a Dima (Stellan Skarsgard) y sus vacaciones se verán interrumpidas: él es miembro de la mafia rusa, y un cambio de mandato dentro de la organización pondrá su vida y la de su familia en peligro. Para ayudarlo, Perry y Gail deberán llevar información delicada al MI6 (el Servicio de Inteligencia de Reino Unido). Su compatriota Hector (Damian Lewis), representante de esta institución, comenzará a tratar con Dima a través suyo. A pesar de no querer involucrarse en asuntos tan peligrosos, el profesor y la abogada ya están metidos hasta la coronilla. John le Carré trabajó en el MI6 durante las décadas del 50’ y 60’, pero abandonó ese trabajo después del éxito de su primera novela. La directora de esta versión cinematográfica es Susanna White, bastante conocida en Reino Unido gracias a su trabajo en televisión (Bleak House, 2005) y el guionista es Hossin Amini. Uno de los actores más queridos de los últimos años toma el papel protagónico, Ewan McGregor. A su lado se encuentra Naomie Harris, conocida por su rol de Eve Moneypenny en las dos películas más recientes de Bond (Skyfall de 2012 y Spectre de 2015). Interpretando a Dima, el mafioso ruso, está Stellan Skarsgard, cuyo acento se escucha forzado en su primera aparición, pero a medida que la película avanza se lo ve más cómodo y por lo tanto, hace un trabajo más natural. Hay que destacar que Skarsgard es de nacionalidad sueca y no habla ruso. Damian Lewis, ganador de un Globo de Oro por su trabajo en Homeland (2011), es Hector, el representante del MI6 que ayudará a los protagonistas en su dilema. Una de las facetas más interesantes de Our Kind of Traitor es el tipo de héroe que pone como protagonista. En la última década, sobre todo en el cine de acción, se le dio mucho lugar al antihéroe. Esa área moral tan gris, lejos de sorprender como la primera vez que apareció, es ahora casi una regla, una manera fácil de agregar ‘complejidad’ a una narración que probablemente no sea tan compleja. El personaje principal de esta película, por el contrario, vuelve al extremo ‘bueno’. Es amable, es pacífico, busca complacer tanto a los que conoce como a los que no. En un mar de personajes iguales, Perry se destaca por su inaptitud para trabajar en un entorno de espionaje y violencia, pero incluso los hombres más duros de su entorno lo ven como alguien de confianza. Opuesto a personajes como el Bond de Daniel Craig o el Bryan Mills de Liam Neeson, el personaje de Ewan McGregor estira la mano hacia el hombre común y le da un merecido lugar en el panteón de los héroes del cine de espías.
Si bien el estilo de Burton no se vé más que en lo estético, esta historia sin duda encontrará en los más peculiares a su público ideal. El estilo del director Tim Burton es, a esta altura, muy reconocible. Después de años de poner el foco en los mismos aspectos visuales y temas en lo narrativo, cualquier persona, aunque no sea su fan, puede señalar una película de Burton apenas la ve. Gracias a personajes como Edward, Jack, los niños de La Melancólica Muerte del Chico Ostra, y muchos otros, se convirtió en un representante de los que no se sienten cómodos en su propio mundo. Con Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children retoma estas temáticas que ya exploró en varias oportunidades. Su infancia no fue para nada extraña, pero al ser muy introvertido empezó a encontrar confort en el arte, sobre todo las artes visuales y el cine. Esto se refleja fuertemente en sus trabajos, que en general incluyen personajes no del todo cómodos con los grupos con los que conviven. Esto lo hizo, en alguna época, casi un representante de los más alienados, pero cuando su carrera dejó de tener la calidad que antes era algo común, su afinidad con sus fans comenzó a caer. Con Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children regresó a esos temas que lo llevaron a la cima: las aventuras de niños que no encajan fácilmente en la sociedad. Jake (Asa Butterfield) no es como todos los chicos de su edad: es callado e introvertido. Creció con las historias que su abuelo, Abe (Terence Stamp), le contaba antes de dormir. En ellas hablaba de niños fantásticos con poderes y de la directora del hogar, Miss Peregrine (Eva Green). Luego de la misteriosa muerte de Abe, Jake decidió ir en busca de este hogar de chicos y descubrió que los cuentos no eran del todo ficción. Su relación con Miss Peregrine se hace más estrecha mientras conoce a los chicos peculiares que, hace muchos años, fueron amigos de su abuelo. Los chicos de Peregrine no son los únicos particulares en el mundo, y deberán defenderse de otros, liderados por el Sr. Barron (Samuel L. Jackson), más violentos y crueles. El guión fue basado en el libro del mismo título, escrito por Ransom Riggs y publicado en 2011. Fue una éxito y los derechos para la adaptación cinematográfica fueron vendidos un mes después de su lanzamiento. Tim Burton no se unió en el papel de director hasta fin de ese año, pero muchos lo recibieron con los brazos abiertos: su preferencia por las historias de los marginados lo convertía en el candidato perfecto. A cargo del guión está Jane Goldman, conocida por Kingsman (2014) y Kick-Ass (2010). El reparto está compuesto por actores ya consagrados, como Judi Dench y Samuel L. Jackson, por algunas caras conocidas como la de Eva Green (Casino Royale, 2006 – Dark Shadows, 2012) y la del protagonista Asa Butterfield (Hugo, 2011 – El Niño con el Pijama de Rayas, 2008). El estilo de Green para actuar es muy peculiar: su acento y manera de gesticular no son del todo naturales o no se ven muy a menudo y por eso en estas historias de fantasía, al igual que en Dark Shadows o Penny Dreadful (2014), su manera de trabajar no sólo encuentra lugar, sino que da un nuevo carácter a la producción entera; Miss Peregrine es uno de sus mejores personajes. La adaptación a la pantalla grande fue bastante libre. El libro tiene tres instancias, pero esta película sólo abarca la primera. Desde intercambiar los poderes de dos personajes hasta literalmente alterar todo el desenlace, bastantes cosas de los escritos originales no han encontrado lugar en el cine. Muchas puntas de la historia no son exploradas en la profundidad que tienen en el libro. Sin embargo, la trama encuentra dónde cerrar el círculo cómodamente y sin que sea demasiado inverosímil, dando como resultado una historia diferente pero que promueve los mismos valores. Algunas partes de la trama se acercan mucho a lo que Roald Dahl (autor de Matilda, Charlie y la Fábrica de Chocolate) planteaba en sus historias. No es extraño que haya sido Burton el encargado de traer a ambos a la pantalla. Por el momento parece improbable que Riggs sea el heredero de Dahl y sus históricos cuentos, pero el potencial está y el público lo recibió, tanto en la literatura como en el cine, con los brazos muy abiertos.
No será una película inolvidable pero es un paso interesante y bien realizado para el lado al que la comedia internacional está yendo. Hay un tipo de comedia que en los últimos años se escurrió de a poco pero sin detenerse en las pantallas de todo el mundo: la fiesta descontrolada. En su momento, American Pie era una película única entre un montón de su género que poco descontrol tenían para ofrecer, pero pronto la cosa cambió. La fórmula planteada en esa saga comenzó a afinarse, mejorarse, y adaptarse a la actualidad. Ahora la comedia de descontrol está claramente definida y casi tiene suficientes ejemplos como para ser considerada un subgénero. La más famosa de las recientes es ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009). Movió tanto al público que terminó convirtiéndose en una trilogía; concluyó en 2013 luego de generar más de un billón de dólares alrededor del mundo. Luego de la separación de Dante (Alan Sabbagh), sus dos mejores amigos Alan (Nicolás Vázquez) y Pedro (Benjamín Amadeo) deciden hacer una gigantesca fiesta para animarlo. Alan es vendedor inmobiliario, y eligió una mansión que iba a estar vacía el fin de semana para llenarla de gente, alcohol y música. A la mañana siguiente descubre, para su sorpresa, que una de las pertenencias más queridas del violento dueño de la casa, desapareció. Los tres amigos deberán combinar lo poco que recuerdan de la noche anterior con todas las pistas que puedan encontrar para recuperar este preciado objeto y la sospechosa, interpretada por Eva De Dominici. La comedia argentina está resurgiendo de a poco. Cada vez son más actuales y menos familieras, dejaron de intentar repetir fórmulas del pasado. La dirección de La Última Fiesta está a cargo de dos personas: Nicolás Silbert y Leandro Mark, juntos ya habían dirigido Caídos del Mapa (2013). El reparto tiene algunas caras conocidas y otras no tanto. Los tres protagonistas son interpretados por Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh y Benjamín Amadeo. Los acompañan Eva de Dominici (Los Ricos no Piden Permiso, 2016) y Julián Kartún, conocidísimo por su personaje Caro Pardíaco. Las actuaciones son poco comprometidas pero entonan perfectamente con el conflicto ridículo que el film plantea en su trama. Es como un sketch muy largo, y eso es tal vez lo que más compre al público. A pesar de ser un subgénero bastante nuevo, esta comedia descontrolada llena de fiestas llegó muy rápido a la cima. Películas como 21 Jump Street (2012) o The Hangover (2009) se alejaron del combo simple de ‘amigos + fiesta’ y lo convirtieron en casi una comedia noir, si puede hacerse esa combinación. Al estilo de Lock, Stock and Two Smokin’ Barrels (1998) o Superbad (2007), los personajes van de mal en peor de forma constante, casi siempre en el transcurso de una sola noche, y es ahí de donde La Última Fiesta toma prestado. El toque argentino, sumado a lo actual del slang de los personajes hacen de esta una comedia bien redondeada y hasta mejor que muchas producciones millonarias del extranjero.
Pocas veces el cine catástrofe está basado en hechos reales. Acostumbrados a accidentes y calamidades espectaculares, no será tan fácil de vender una película en la que los sucesos son apenas posibles. El Día Después de Mañana (2004), 2012 (2009), Battle Los Angeles (2011) y Lo Imposible (2013), son ejemplos de películas de este género que, apoyadas en historias fantásticas, dominaron la taquilla y son recordadas hasta el día de hoy. Este año se estrenó la película noruega Bølgen (La Ola), que muestra un evento que no por ser posible es menos dramático. Parece que con el tiempo se comenzó a apostar por lo más cercano a la realidad. El accidente petrolero de Deepwater Horizon no sólo es una historia que sucedió sino un hecho muy reciente. Deepwater Horizon era una gran estructura flotante que se utilizaba para sacar gas del fondo del océano en distintos pozos. Luego de que en 2010 se ignoraran muchas medidas de seguridad en pos de ahorrar dinero, un tremendo accidente puso en peligro la vida de casi 150 trabajadores. El film sigue la experiencia de Mike Williams (Mark Wahlberg) y Jimmy Harrell (Kurt Russell), dos operarios en la planta flotante. Las malas decisiones económicas de Donald Vidrine (John Malkovich) y su codiciosa empresa son la causa de la catástrofe. El film está basado en una extensiva investigación del periodista David Barstow, publicada en el New York Times en el año 2010. A cargo de la adaptación está el guionista Matthew Carnahan (The Kingdom, 2007) y en la silla del director se sienta Peter Berg, con un par de películas bien recibidas bajo el brazo: Hancock (2008) y Lone Survivor (2013). En esta última colaboró con Wahlberg, que repite el protagónico en este film. Dos actorazos consagrados lo acompañan: Kurt Russell y John Malkovich. Las carreras de Gina Rodríguez y Dylan O’Brien, que interpretan a dos operarios de la planta, no son tan extensas como las de los otros actores, sin embargo hicieron un gran trabajo (y probaron que no son solamente caras bonitas). Una de las sensaciones más explotadas en este tipo de películas es la desesperación. El hecho de que Deepwater Horizon sea una plataforma en el medio del océano juega perfectamente con este sentimiento, pero la vida de los sobrevivientes no dejó de tener momentos así. Con una multa de 4 billones de dólares, los dos responsables del desastre lograron evitar una severa sentencia. Algunos esperan que esta película reavive el fuego, tan fuerte en 2010, y se logre dar a los culpables el castigo que merecen.
Un buddy flick como cualquier otro. Las actuaciones, una joya. Muchas de las películas más inspiracionales que hay son biopics. La vida de personas de carne y hueso, llevadas a la pantalla, no siempre son un registro cronológicamente perfecto, sino que pueden llegar a ser exageraciones de un período particular en la vida de una celebridad (por ejemplo Miles Ahead, 2016). Combinar una historia real con un género de cine ya conocido o con el estilo de determinado director (como el de Scorsese en The Wolf of Wall Street, 2013) puede resultar en una película que no parece biográfica. Es entonces que la realidad lo choca a uno en la cara: estas vidas, fantásticas, peligrosas o trágicas, fueron vividas por alguien que existe. El poder de la realidad a veces es muy grande. El comienzo de la vida de Srinivasa Ramanujan (Dev Patel) no fue fácil. La pobreza en la que estaba sumido junto a su familia era enorme, pero su mente albergaba algo muy importante. Su genialidad en el campo de la matemática lo llevó desde lo más bajo a colaborar con G.H. Hardy (Jeremy Irons) en la Universidad de Cambridge. La adaptación al nuevo país le resulta dura, sobre todo por su condición de inmigrante, pero su pasión y talento por la matemática le ayudará a encontrar su lugar. The Man Who Knew Infinity está basada en el libro de Robert Kanigel, que tiene el mismo título. El talento casi nato de Srinivasa Ramanujan asombró y asombra a muchos: a los 11 años ya estaba al nivel de un estudiante universitario de matemática y redescubrió teoremas complicadísimos sin ayuda. En esta biopic es Dev Patel (Slumdog Millionaire, 2008) quien lo representa, de manera simpática y bien lograda. Los breves momentos cómicos no faltan, y dan a una historia con la que no cualquiera puede identificarse, un lado más afable. Las explicaciones específicas probablemente superen el conocimiento matemático de muchos de los espectadores, pero solo son accesorios. Su gran colaborador y amigo G.H. Hardy es interpretado por Jeremy Irons (Reversal of Fortune, 1990), que con la calidad que promete el ganador de un Oscar, no decepciona. La dirección y el guión estuvieron a cargo de Matthew Brown: esta película es su segundo trabajo, después de Ropewalk (2000). A pesar de que el film está basado en la vida de un personaje real, el intento de venderla como un buddy flick (películas en las que se sigue la amistad de dos personas, casi siempre hombres) funciona bastante bien. La biografía de Srinivasa Ramanujan es sumamente interesante, pero muy nerd. Sólo con la fuerza de su historia sería difícil atraer al público no especializado a las salas.