Pochoclo del siglo XXI con trama del siglo XX. La actualización a la acción de hoy está hecha a la perfección. A pesar de que sólo comenzó a vérsela como una gran película muchos años después de su estreno, The Magnificent Seven (1960) es una de las más revisitadas e imitadas de la historia del cine. Ella, a su vez, es una adaptación al estilo western de Seven Samurai (1954), aclamadísima película del director japonés Akira Kurosawa. Sobre el cambio enorme que se hizo sobre la película de 1954 se trabajó para traer una nueva historia, igual de absorbente pero con los trucos y la ventajas del cine actual. Una ambientación como el Lejano Oeste tiene muchas complicaciones, sobre todo en la filmación, sin embargo se logró una película bien acabada con todos los sabores de la original. El progreso siempre es doloroso para las comunidades de granjeros. La gran mina de oro que linda con su pueblito está generando caos y desbalance. Como frutilla del postre, Bogue (Peter Sarsgaard), el dueño de la mina, llegó a amenazar a todo el pueblo para que abandone la zona y hasta asesinó a algunos residentes. En su desesperación, la viuda de uno de ellos (Haley Bennett) decide buscar ayuda, y con las pocas riquezas del pueblo logra contratar a siete hábiles luchadores. Ellos son Chisolm (Denzel Washington), Faraday (Chris Pratt), Goodnight (Ethan Hawke), Horne (Vincent D’Onofrio), Billy (Byung-Hun Lee), Vasquez (Manuel Garcia-Rulfo) y Red Harvest (Martin Sensmeier). Juntos harán lo posible por impedir que Bogue continúe arruinando la vida de los granjeros. Una vez más se juntó el trío que trajo Día de Entrenamiento en 2001: Antoine Fuqua en dirección y Denzel Washington con Ethan Hawke en el elenco. El guión estuvo a cargo de Nic Pizzolatto (True Detective, 2014) y Richard Wenk (The Equalizer, 2014). Según Fuqua, todavía hay casos serios de terrorismo y tiranía en el mundo, y por eso decidió aceptar el gran desafío que representa una remake que trata estos temas. El resto del reparto fue elegido con la diversidad en mente y busca mostrar que no todos en el 1800 eran blancos o mexicanos. En el papel de un descendiente de irlandeses está Chris Pratt (Jurassic World, 2015), en el de un cajún está Ethan Hawke, Byung-Hun Lee (I Saw the Devil, 2010) es un asiático, Martin Sensmeier es un comanche y Manuel García-Rulfo (Cake, 2014) es un mexicano. Los acompaña Vincent D’Onofrio (Daredevil, 2015) actuando de rastreador sumamente católico. Completa la formación Haley Bennett (Hardcore Henry, 2016), que es quien junta a los siete para defender su pueblo. Su papel tampoco es como el de cualquier mujer en un western, y se la ve mucho más independiente y aguerrida que lo que estas películas muestran hace años. La hermandad que desarrollan frente a las adversidades que el villano les presenta es sumamente natural y bien guionada, a pesar de que si se los observa con detalle, todos los personajes son muy básicos. La variedad en el elenco también se traslada a las peleas: se combinaron explosiones, tiros de diversas armas, arquería, cuchillos, hachas, trampas, caballos y otras técnicas. El resultado son varias escenas geniales de acción que combinarán la personalidad de cada magnífico con su experiencia en la batalla. Toda la fuerza de estos mortales objetos fue aprovechada al máximo e hizo de estas secuencias un buffet de violencia cómica en el que todos encontrarán algo para servirse. Es el western uno de los géneros audiovisuales más conocidos y parodiados. Sus tropos (el conjunto de estereotipos, motifs, temas, todo eso que puede terminar siendo un cliché) son explotados hasta hoy, y es en la época de The Magnificent Seven que terminaron de afianzar la idea del género que conoce esta generación. Es por eso que muchos de los chistes de esta remake funcionan y otros no tanto: fueron vistos sin descanso por años y años. A pesar de toda la originalidad que cualquiera trate de impartir en una película así, en esta época es difícil de vender. Los pequeños pasos dados por Fuqua, que se desvían de lo que el western fue por años, podrían dar un nuevo carácter al futuro del género.
Un homenaje actualizado a la original en manos de gente que sabe cómo tratar al género. La manera en la que se presenta el horror fue evolucionando con los años. Desde mostrar todo hasta no mostrar nada, desde escenarios posibles hasta otros extraordinarios, cualquier cosa que alguna vez le puso la piel de gallina a alguien tiene hoy su hora y media de gloria. Una vez que todos los temas se acaban ¿qué queda? Cambiar la forma de contarlos, claro. A pesar de que el género de found footage (“grabaciones encontradas”) ya tenía algunos referentes, la franquicia de Blair Witch Project fue una de las primeras en utilizarla dentro del cine más actual. Aun hoy, esta franquicia es capaz de ponerle a cualquiera los pelos de punta, y tal vez no había mejor momento que este para estrenar una secuela. Veintidós años después de los hechos ocurridos en The Blair Witch Project, un nuevo grupo de jóvenes se adentra en el bosque. Con la ayuda de dos nerdos locales de lo paranormal, James investigará la desaparición misteriosa de su hermana Heather y sus dos amigos, durante la filmación de un documental. La leyenda de la bruja que maldice esos terrenos no los detiene, pero cuando se dan cuenta de que los persiguen, todo el plan quedará obsoleto. Lo único que importa ahora es sobrevivir. A pesar de que hubo un intento de crear una secuela de la aclamadísima Blair Witch Project en 2000, no fue ni la mitad de exitosa y ni siquiera los que trabajaron en la producción quedaron contentos con el resultado. Lionsgate terminó por contratar a Adam Wingard como director y a Simon Barrett como guionista, ya que ambos tienen experiencia con terror found footage por su trabajo en V/H/S (2012). En cuanto al reparto, son todos bastante desconocidos, salvo Valorie Curry que contó con un importante rol en The Following (2013). En el papel del hermano de Heather está James Allen McCune, que formó parte del cast de Shameless en 2014. La elección de actores no muy renombrados para películas de terror es común, y sirve a muchos para darle un arranque importante a su carrera. Todo el breve elenco hizo un buen trabajo, y junto con un guión y dirección apropiados lograron una secuela con todos los trucos de la original pero bien actualizadas a lo que es el terror como género hoy. Desde las primeras películas de found footage (Holocausto Caníbal, 1980), se logró mucho progreso. Blair Witch Project fue la primera en utilizar internet como medio para publicitarse. Esta inmersión, extraña para la época, creó un límite difuso entre la ficción y la realidad que ya nunca va a poder repetirse. La magia que rodeaba toda esta franquicia sólo alcanza para un intento, y por muy efectiva que haya sido, terminó. Lo único que resta es, frente a otras películas de este estilo, darle una vueltita más a la perilla de la suspensión de la incredulidad, algo todavía realizable.
Totalmente olvidable pero sacará del espectador un par de risas. No es secreto que la vida de una madre o padre es difícil. No todos tienen dinero para contratar chefs, niñeras, chóferes o ayuda para la casa y todo eso debe compensarse con tiempo: para cocinar, para cuidar a los niños, llevarlos a todos lados y mantener la casa en orden. La historia ha llevado a ambos padres a formar parte del mercado laboral, por lo que los adultos están cada vez más ocupados. Todos estos problemas son comunes en la mayoría de las casas de trabajadores, y después de hacer tanto esfuerzo todos los días, no les vendría mal un descanso. Esta es la propuesta de Bad Moms. Amy (Mila Kunis) es la única que se encarga de las tareas de la casa, de sus hijos y además trabaja. Su esposo es aniñado y nada de lo que hace es útil. La Asociación de Padres de la escuela de sus chicos es estricta y sofocante, y en un día difícil lo único que logran es llenar a Amy de problemas. Poco después conoce a otras dos mamás algo inadaptadas: Carla (Kathryn Hahn) y Kiki (Kristen Bell). Ninguna de las tres entra dentro del grupo de madres perfectas que la Asociación de Padres prefiere y es por esto que Gwendolyn (Christina Applegate) las tendrá entre ceja y ceja. Las tres deberán elegir entre vivir la vida o seguir siendo esclavas de esa inalcanzable perfección. A pesar de que el dúo de directores de Bad Moms no es muy conocido con nombre y apellido, sus películas construyeron un tipo de comedia muy famoso hoy. Se llaman Jon Lucas y Scott Moore y son los guionistas de ¿Qué pasó ayer? (2009) y Si Fueras Yo (2011), pero para Bad Moms también tomaron la rienda de la dirección. El tono general de chick-flick que tiene esta película hace que ninguna de las actuaciones sea natural, sino una caricatura exagerada de la vida suburbana de Estados Unidos. El trío de Kunis, Hahn y Bell tiene buena química y se le dio tanto tiempo en pantalla que dejó a las villanas muy abajo en la lista de personajes relevantes. Su inclusión en la trama se siente completamente rebuscada e imita a estas películas para adolescentes, pero sólo logra ubicar a adultos en papeles que les quedan ridículos. La cantidad exagerada de secuencias musicales, casi videoclips, hicieron difícil y hasta aburrido seguir algunas partes de la trama. El hecho de que la producción haya elegido a Mila Kunis, una modelo y sex-symbol actual, para el papel de alguien frustrado, fuera de forma y con una vida horrible le quita muchísima credibilidad a la película entera. Es cierto que en el resto del elenco hay algo de variedad en cuanto a edad y fenotipo, pero que la protagonista sea alguien tan perfecto hace que todos los problemas que su personaje tiene no resuenen naturalmente con el público, que probablemente es menos atractivo, vive en una casa más fea y trabaja más horas. Nada de esto es responsabilidad de Kunis, que se desenvolvió perfectamente en el papel que le dieron. Por otro lado, si bien es sólo una comedia para pasar el rato, el mensaje sobre los roles de la casa que transmite es poco menos que malintencionado. En una trama que busca poner a la mamá en el centro, la solución al conflicto no debería ser “hay que conformarse con madres medio pelo” sino “la casa es de todos, todos tienen que cuidarla”. No es algo verdaderamente serio, pero sienta un antecedente y reafirma costumbres algo sexistas que en el mundo real empezaban a dejarse atrás.
Lo maduro e interesante de la trama elevará a los espectadores jóvenes y sorprenderá a los adultos. Todo el mundo debería ver Kubo. Al revisar la pila vieja de VHS para chicos, es común terminar viendo alguna de esas películas que durante la infancia estaban en cada pantalla. También es común quedar horrorizado frente a los temas adultos y momentos “shockeantes” que hace 20 años no le movían un pelo a ninguno de los espectadores más chicos. ¿Qué pasa entonces? ¿Están los jóvenes preparados para vivir la muerte de los padres de Bambi, de Mufasa o de Kerchak? Sí. Muchos estudios se han olvidado de que los niños son capaces de entender tragedias y dificultades. Al mismo tiempo que Dreamworks saca secuelas de Minions a rolete porque puede, otros como Laika ahondan en historias con facetas más oscuras pero que traen un premio mayor: una obra con temas duros de la vida real que los chicos pueden ver y discutir sin que la trama los subestime. Kubo (Art Parkinson) es un narrador impresionante. Tocando su shamisen (un instrumento de cuerdas tradicional de Japón) cuenta historias que mantienen la atención de todo su pueblo por horas. Pero cuando baja el sol debe volver a casa, donde su madre lo espera. Los cuentos que él cuenta están basados en los que su mamá le transmitió, y cuando sus tías malvadas comienzan a perseguirlo se revela que no todas esas historias son fantasía. Con la ayuda de un macaco japonés (Charlize Theron) y un samurai escarabajo (Matthew McConaughey) emprenderá una aventura para vencerlas a ellas y a su abuelo, el Rey en la Luna. El estudio Laika es uno de lo más nuevos en el mundo de la animación. Se fundó en 2005 pero en sus pocos años de vida logró grandes cosas, entre ellas una nominación al Oscar por Mejor Película Animada en 2014 con The Boxtrolls. Su especialidad es el stop-motion, y en sus cuatro obras realizadas hasta la fecha (Coraline -Henry Selick, 2009-, ParaNorman -Sam Fell, 2012- y las ya mencionadas The Boxtrolls y Kubo) mostraron su aptitud en lo narrativo y lo técnico. No sólo crearon la película en stop-motion más larga más larga de la historia sino la marioneta para stop-motion más grande hasta la fecha, ambas de la mano de Kubo: verdaderamente aprecian y buscan mejorar su arte. Es en esta película donde el CEO de Laika decidió poner manos a la obra y actuar de director, un trabajo que se le dio muy bien. Se llama Travis Knight y si bien tiene experiencia en animación y stop motion, es la primera vez que toma un puesto tan central en una producción del estudio. El balance entre digital (los fondos) y artesanal (las marionetas) es perfecto, dado que genera una familiaridad con los personajes y un extrañamiento para con los ambientes: exactamente cómo se sentiría un viaje con amigos a través de tierras desconocidas. El trabajo de los actores de voz es impecable: cuando alguien sabe actuar con todo su cuerpo, sabe hacerlo con sus cuerdas vocales. Es este el caso de Charlize Theron en el papel del macaco japonés y de Matthew McConaughey en el del samurai escarabajo. Ambos agregan color y vitalidad y acompañan a Art Parkinson como Kubo en uno de sus primeros trabajos como actor de voz. A pesar de que la performance de los tres favorece a la taquilla y no es peor que la de un actor de voz profesional, muchos se han quejado de que en una película ambientada en Japón no se haya considerado a actores orientales para dar voz a los personajes. Cuando se estrenó Kung-fu Panda en 2008 el público chino la elogió ensu totalidad, por trama y el cuidado con el que se trató a las escenografías y vestuarios. Este mismo grado de cariño se le puso a Kubo and the Two Strings: la atención a los peinados, indumentaria y arte en general habla de una dedicación digna de alabanza. El esmero con el que se investigó la música tradicional japonesa, sus leyendas y folklore se refleja en la historia con claridad y genera en el espectador un interés profundo por la cultura que da tanta importancia a valores como el honor y el coraje, que en occidente son fundamentales pero frecuentemente olvidados. Uno de los puntos que más resalta en Kubo and the Two Strings es la narración, algo pocas veces tratado tan directamente. Que el personaje principal se dedique a contar historias genera un gran potencial para que la trama hable de sí misma y se le da mucha importancia tanto al relato que el espectador presencia (la propia película) como a los cuentos de Kubo, dentro de ella. No es mucho más que el tejido con el que se desarrolla la historia (más bien todas las historias) recibiendo el reconocimiento que se merece; parece innecesario pero quién sabe cuántos futuros narradores generará este discreto homenaje al relato.
Uno de los géneros más abarcativos que tiene el cine es el thriller. No es sencillo de caracterizar por esta misma razón, pero las emociones que debe causar sí son claras. A diferencia de otros géneros, en los que se obedece más a una fórmula o un ritmo ya estudiado, en el thriller se busca tener al espectador con el corazón en la garganta. Hay infinitas posibilidades en cuanto a la trama, pero la excitación, la intranquilidad, la desconfianza, el asco, la euforia y otros sentimientos sumamente fuertes son lo que convierte una película cualquiera en un thriller. Puede hacer pareja con cualquier otro género sin quitarle consistencia, convirtiéndolo en uno de los más ricos y amplios que tiene el cine hace años. El misterioso océano es, naturalmente, uno de esos grandes miedos humanos capaces de generar dichas emociones. La familia de Nancy (Blake Lively) ha recibido un gran golpe: su madre falleció luego de una difícil lucha contra el cáncer. Su manera de manejar esta fea experiencia es viajar sola surfeando alrededor del mundo. Su próxima parada es una playa paradisíaca en México, casi desierta. Las cosas se complican cuando un sangriento accidente la obliga a pasar la noche en una pequeña roca mientras en el agua la espera pacientemente un gigantesco tiburón. La dirección estuvo a cargo de Jaume Collet-Serra, conocido por dirigir La Casa de Cera en 2005 y La Huérfana en 2009. Su guionista, Anthony Jaswinski, no tiene una carrera muy extensa ni celebrada, pero tal vez sea The Shallows lo que lo ponga en el mapa. The Shallows es una de esas películas de suspenso en las que casi todo el trabajo histriónico recae sobre una persona. Al igual que Ryan Reynolds en Buried (2010) o Robert Redford en All Is Lost (2013), Blake Lively (Savages, 2012) es la única encargada de tener al público al borde del asiento, algo que hace sin dificultad. Semejante responsabilidad es difícil de acarrear, pero su habilidad la llevó a lograrlo, a pesar de que en algunos momentos se la usa más como eye-candy que como un personaje de verdad. Es inspirador e interesante ver a personajes femeninos casi de acción cuando son ingeniosos y resourceful, muy a la Mary Elizabeth Winstead en 10 Cloverfield Lane (2016). En los últimos años, estos papeles se han hecho más frecuentes. Si bien son en películas que no llegan a la calidad de Alien (1979) con el personaje de Ripley o de Terminator (1984) con el de Sarah Connor, una tendencia comienza a marcarse y se crea un antecedente interesante para el cine de acción que viene.
Fiel al material original, poca diversión y muchas lecciones de fe la convierten en una película difícil de querer en esta época tan secular. La religión es uno de los fenómenos humanos más antiguos y estudiados: las hay para toda civilización en cada lado del mundo, mueven cantidades gigantescas de gente desde tiempos inmemoriales y hacen a sus seguidores capaces de acciones terribles o sublimes. A pesar del tiempo colectivo que la humanidad ha invertido en teorizar sobre ellas y practicarlas, la verdad sobre muchas sigue oculta. Una de las facetas más amables de estas creencias tiene que ver con las virtudes del hombre y la organización de la vida social, y a pesar de que muchos de estos valores no pudieron adaptarse a las ideas del siglo XXI, otros como el amor al prójimo, la solidaridad y el perdón son promovidos y practicados por millones hasta el día de hoy. Los jóvenes Judah Ben-Hur (Jack Huston) y Messala (Toby Kebbell) tuvieron una hermosa amistad en Jerusalén durante toda su infancia, como hermanos. Al crecer, Judah se convirtió en un aristócrata judío y Messala en un tribuno romano y durante la dura ocupación de la Ciudad Santa en el año 30 debieron ubicarse en lados opuestos del tablero. El prefecto Poncio Pilato (Pilou Asbæk) pasará por el medio de Jerusalén y es deber de Messala cuidarlo, pero una situación veloz y desafortunada logrará dejar a Judah como culpable de un intento de asesinato. Como castigo se lo enviará lejos a vivir una vida de esclavo, pero, luego de 5 años de sufrimiento, gracias al Sheik Ilderim (Morgan Freeman) encontrará la manera de enfrentarse a su hermano sin que la ley pueda tocarlo: una carrera de carros en el sangriento Circo Romano. Cuando le ofrecieron a Timur Bekmambetov la silla de director en la nueva interpretación del clásico libro de Lew Wallace, la rechazó. La mayoría del público conoce a Ben-Hur gracias a la película estrenada en 1959 con Charlton Heston como protagonista, pero el material original tiene un mensaje más amable y menos orientado a la venganza. Es así que Bekmambetov terminó por aceptar el trabajo: se le presentó un nuevo guión, que trata con otros temas como el perdón, en vez de las otras emociones negativas que la trama permite. Si bien los protagonistas no son de gran renombre, sus performances son precisas y necesarias para construir los personajes tan distintos a los del material original. En el papel principal, Jack Huston se desenvolvió con una sinceridad muy apropiada para Príncipe Judío. No es muy conocido, pero sí recibió halagos por su participación en Boardwalk Empire (2010). En el papel de su hermano Messala está Toby Kebbell, que sorprendió este año en su caracterización de Durotan en la película basada en el videojuego Warcraft. Los acompaña Morgan Freeman como único nombre conocido, interpretando al Sheik Ilderim. Los papeles femeninos no son sustanciales para la trama a pesar de los esfuerzos del guionista John Ridley (12 años de Esclavitud, 2013), sin embargo la iraní Nazanin Boniadi en el papel de Esther, esposa de Judah, hace un genial trabajo con el poco material que tiene. Es complicado hacer que una película de época como Ben-Hur tenga éxito con el público mainstream. Las carreras de carros, una secuencia de acción arriesgada en su producción, es tal vez el único anzuelo con el que se pueda llevar al cine a los que no conocen el material original. Las reflexiones religiosas constantes son inquietantes para el público general, pero son parte ineludible del libro publicado en 1880 y de la evolución de Judah Ben-Hur como personaje dentro de la trama. Las idas y venidas entre acción y lección de fe, entre afecto por el prójimo y venganza contra el camarada, hacen difícil la recepción de un mensaje claro, pero el planteo de estos asuntos ya es útil de por sí.
Dos amigos inseparables se enfrentarán con un mundo adulto, a veces terrible y a veces amoroso. La figura del gigante ha visto muchísimas facetas durante los años. En numerosas civilizaciones, algunas sin relación entre sí, se contaban historias terribles sobre estos humanoides enormes. Cuando todavía se creía que podían existir, eran representados como criaturas feroces y sedientas de sangre, pero con el tiempo se los comenzó a incluir en todo tipo de narraciones, convirtiéndolos en verdaderos personajes, más que en un obstáculo que los protagonistas deben sortear. La relación niño-gigante es una de las más visitadas por el cine, y explora casi siempre la idea de que es posible ser enorme e inocente a la vez. Se dice hace años que, en una ciudad del norte de EEUU, un dragón merodea el bosque circundante. Sólo Meacham (Robert Redford) lo ha visto, pero nadie cree sus historias. Su hija Grace (Bryce Dallas Howard) que es guardabosques, tampoco. Todo cambia cuando encuentra un niño salvaje, Pete (Oakes Fegley), que hace años vive en ese bosque tan amado por ella, pero le extraña que un niño tan pequeño haya sobrevivido allí solo. Los relatos de Pete sobre Elliott, su amigo dragón, le harán creer a Grace en las historias de su padre e impulsarán a algunos ambiciosos a emprender una terrible cacería. La primera versión de Pete’s Dragon fue una película musical estrenada en 1977 y a pesar de que no es una gran obra se convirtió en un clásico para la familia. La combinación de live-action y animación fue muy explorada por los estudios de Disney; algunas de sus producciones más famosas que usan este recurso son Mary Poppins (1964) y Tron (1982). En la nueva versión, la trama es muy diferente a la original, pero se ajusta muy bien al vínculo niño-gigante que se ve en la gran pantalla hoy, al estilo de The BFG (Steven Spielberg, 2016) o The Iron Giant (Brad Bird, 1999). Por otro lado, el mensaje ambientalista es muy evidente, pero no todo gira en torno a él: no es una de esas películas para niños completamente interesadas en adoctrinar. Su director y guionista es David Lowery, que a pesar de no tener una larga carrera en dirección, trabajó como editor en Upstream Color (2013) y co-guionista en Pit Stop (2013). Su película más celebrada, Ain’t Them Bodies Saints (2013), ganó un importante premio en el Festival Sundance de ese año. Entre los actores adultos hay muchas caras conocidas. Bryce Dallas Howard, en el papel de Grace, es conocida por su trabajo en Jurassic World (2015). Su padre es interpretado por Robert Redford, un señor con una larguísima carrera actoral, famoso hace décadas por trabajos como Propuesta Indecente (1993) y El Gran Gatsby (1974). Los acompañan Karl Urban (Dredd, 2012) y Wes Bentley (The Hunger Games, 2012). El pequeño Pete es interpretado por Oakes Fegley, que a pesar de no tener una larga carrera mostró mucho talento y química con el resto de los actores. Si bien Pete’s Dragon sobresale entre ellas, viene de una larga lista de películas recientes que, con muchos golpes bajos, buscan lograr el llanto del espectador. No es esta razón suficiente para descartarla, tampoco hay muchas maneras de concluir una narración así (ver The Iron Giant), pero tal vez ya sea hora de cambiar un poquito esa mano lacrimosa y apoyarse en otros fuertes para generar emociones en el público. Hace muchas décadas que se abusa de esta fórmula, el momento de evolucionar llegó.
La travesía de los refugiados y la vida de los isleños se cruzan en silencio en este imponente documental. A pesar de que una gran parte de la gente del mundo es capaz de vivir tranquila en ciudades cosmopolitas y, por ejemplo, consumir cine, hay personas en otros lugares que no tienen una vida tan fácil. Parece algo muy lejano, pero aún hoy hay guerras civiles que destruyen las casas, las familias y las vidas de quienes tuvieron la mala suerte de quedar en el medio. Son muchísimos hombres, mujeres y niños que, en su afán por escapar de esta desgracia se convirtieron de un día para el otro en una de las grandes crisis globales de la actualidad. Mucha de la visibilidad que obtuvieron se debe a las historias de refugiados que plagan las redes sociales o las noticias, pero el texto que las rodea siempre contamina la idea. A veces sólo las imágenes alcanzan para entender su experiencia. En el medio del Mediterráneo hay una isla llamada Lampedusa. Durante la crisis migratoria en Europa del año 2015 fue lugar de paso de muchos botes con inmigrantes asiáticos y africanos que huían de sus países natales por distintas razones (la más común es la guerra). Los procedimientos de rescate de estos inmigrantes se llevan a cabo al mismo tiempo que los habitantes de Lampedusa viven su vida diaria como gente normal. El contacto entre ellos es casi nulo y el silencio unirá un cabo con el otro, dejando al espectador entre lo familiar y lo desconocido. En febrero de este año se llevó a cabo la edición número 66 del Festival Internacional de Cine de Berlín, en la que se premió a Fuocoammare con el galardón mayor, el Oso de Oro. Su director, Gianfranco Rosi, nació en Eritrea y a los 13 años se vio obligado a huir sin su familia a Italia durante la Guerra Eritrea de Independencia: si alguien sabe cómo tratar un relato de refugiados, es él. Con sus documentales Below Sea Level (2008) y Sacro GRA (2013) fue premiado en el Festival Internacional de Cine de Venecia de sus respectivos años. A pesar de que la mayoría de los documentales son encauzados de antemano, sea por preguntas de entrevistadores, presentadores o del guión que un relator imprime sobre las imágenes, puede encontrarse narración en cualquier cosa, en todos lados, en la realidad. Acostumbrados a la historia fácil, en la que todos los datos son anunciados sin rodeos y hasta ilustrados con gráficos, será un bello paso para el documental mainstream el que Fuocoammare da. No deja de ser documental por tener menos datos, ni por ser silencioso, ni por dejarle al espectador la tarea de pensar lo que quiera: todo lo que hace Rosi es mostrar lo que está pasando, algo que cada uno interpretará a su manera.
El cine de acción tuvo tantas épocas que alcanzan para armar eternos enfrentamientos en cualquier reunión. Desde los tiros desvergonzados de Schwarzenegger hasta los saltos locos de Milla Jovovich, muchas modas han llenado la pantalla grande década a década. Desde 2002 y gracias a Bourne (un personaje que tiene origen en los libros de Robert Ludlum, casi una mezcla de Tom Clancy e Ian Fleming) el público vio el surgimiento de un nuevo estilo de cine de acción. Esta franquicia, a lo largo de los años, estableció sus propias reglas, tanto visuales como de narración, y las siguió a rajatabla, algo que no se puede decir de muchas otras. El personaje que convirtió a Matt Damon en un hombre de acción vuelve con su equipo a mostrarle al mundo de lo que es capaz. El regreso de Nicky Parsons (Julia Stiles) sólo puede traer problemas. Luego de hackear a la CIA y obtener archivos clasificados sobre todas las operaciones negras llevadas a cabo desde Treadstone, que convirtió a Bourne (Matt Damon) en quien es hoy, decide contactarlo para hacerle saber la verdad sobre su reclutamiento. El hackeo es descubierto por la CIA, donde Heather Lee (Alicia Vikander) está haciendo todo en su poder para desplazar a su jefe, Dewey (Tommy Lee Jones) y la caza de Parsons y Bourne puede convertirse en su comodín para lograrlo. En el año 2012 hubo un intento de revivir la saga, cuando todavía no había planes para la vuelta de Matt Damon y Greengrass. Se llamó The Bourne Legacy, y fue dirigida por Tony Gilroy, quien escribió el guión de la trilogía original, basándose en los libros de Robert Ludlum pero creando a un personaje original, Aaron Cross (Jeremy Renner). A pesar de los esfuerzos, la película no fue bien recibida. Aunque no hay aún proyectos para una Bourne más con el equipo original, se planea un regreso de Renner en la franquicia para 2018. Luego del lanzamiento de The Bourne Ultimatum (2007), Matt Damon contó en una entrevista que no volvería a interpretar a Bourne a menos que sea en conjunto con el director Paul Greengrass. A su vez, Greengrass manifestó que no volvería a la franquicia salvo que le llegue “el guion correcto,” que al final terminó por escribir él. Su trabajo en Jason Bourne es muy parecido a lo de siempre: cámara en mano, constante tensión y persecuciones espectaculares. Es lo que sabe hacer y lo hace bien. A pesar de que estas características se repitieron en Captain Phillips (2013), es en la saga de Bourne donde verdaderamente hacen la diferencia. Después de tantos años, componen la imagen de la saga, y lo respeta con maestría en cada nueva entrega. Las actuaciones son impecables, a pesar de que las complejidades de los personajes son medio groseras. Desde las oficinas de la CIA, Alicia Vikander y Tommy Lee Jones simulan a la perfección los nervios bien manejados que la trama les exige y Vincent Cassel, desde las sombras, hace a un personaje con la idea fija que no deja de ser interesante. Matt Damon, como siempre, hace un trabajo decente, y si bien su personaje no es tan hablador como peleador, en ambas facetas se desempeñó bien. Una de las partes más interesantes que la franquicia de Bourne tiene para ofrecer es su trama. Más allá de las persecuciones y tiros, no es fácil establecer una narración en la que todos los personajes, potencialmente, tienen razón. El cine fácil acostumbra al público a historias en las que el héroe es irreprochablemente bueno y el villano es tan malo que casi no se puede creer. Por otro lado, está Bourne, con un guion en el que todos tienen objetivos dignos y claros, pero que a veces no permiten la convivencia pacífica. El hecho de que los personajes estén involucrados en espionaje y vida militar sube la barra de agresión posible a niveles muy violentos, y es así como se convierte en una historia de gente que quiere lo que tiene el otro, con el poder de matarse entre sí. No todas las películas de acción, por más modernas que sean, cuentan con guiones tan trenzados e ingeniosos como los que Bourne ha tenido hasta ahora.
Los dramas de deportes siempre promueven los mismos valores: compañerismo, perseverancia, disciplina y trabajo en equipo. Todos los deportes que existen multiplicados por todas las posibles circunstancias en las que se practican, dan como resultado un lindo paquete de cine dramático que ya hace décadas que prospera. Un subgénero al que no se le dio mucho cariño en este tiempo es el de carreras, a pesar de que cerca de los 70’ vieron su cima. Gracias a franquicias como Rápido y Furioso (Fast and Furious, 2009), la idea del público sobre las carreras en el cine ha dado un giro de 180º, pero Veloce Come Il Vento los llevará hacia atrás, a conocer una faceta casi olvidada del género. Luego de la muerte de su padre, Giulia, una chica de 17 años, debe recibir en su casa a su hermano mayor, Loris, al que casi no conoce. Ella participa como piloto en el GT Italiano, y él era conocido y célebre en la escena del rally. Su vida cambió para mal con el uso de las drogas y ahora Giulia debe soportar su decadencia. Un día se enteran de que su padre le debía dinero a uno de sus sponsors, y que si ella no gana el GT tendrán que entregar su casa en forma de pago. Es allí cuando ambos deciden resolver sus diferencias y trabajar juntos para no perder el techo sobre sus cabezas. Todo el guión, la idea y la dirección estuvieron a cargo de Matteo Rovere, que se inspiró en la historia de Carlo Capone para el personaje de Loris. Su vida luego de retirarse del rally fue sumamente trágica y es este aspecto de él en el que se apoyaron para escribir Veloce Come Il Vento. Stefano Accorsi es quien interpreta a Loris De Martino y su carrera cuenta con 50 intervenciones en el cine y televisión italianos a los largo de 24 años. La actriz en el papel de Giulia De Martino es Matilda De Angelis, tiene sólo 20 años y una participación en Tutto può succedere, un programa de tv, entre el 2015 y 2016. Si bien las películas sobre carreras más conocidas son pocas, nunca defraudan. Tanto Días de Trueno (Days of Thunder, 1990) como Rush (2013) muestran distintas facetas de deportes parecidos y muchas similitudes entre sus estrellas. Hasta visitando el reino de la comedia se puede considerar Ricky Bobby (Talladega Nights, 2006) como una buena representación de la escena de los fans y celebridades de las carreras que muchos espectadores no conocen salvo por las noticias. Cada una de estas películas tomó algo del género y le dio otra cosa a cambio. Es así cómo se construye la imagen que el cine de carreras transmite, cada vez con más claridad. Es inspirador ver al cine europeo, estereotipado como cómico o snob, apostando también su ficha al juego del drama deportivo.