La Decisión: Víctimas de la culpa. Un accidente que termina en la muerte de un niño pondrá en marcha el descenso de dos hombres a la autodestructiva locura. Un drama iraní premiado por Mejor Director y Mejor Actor en el Festival de Venecia. En los últimos años Irán se ha colocado en el mapa cinematográfico gracias a exitosos dramas con carácter casi teatral, enfocados en lamentables dilemas morales. Liderado puntualmente por los trabajos del doble ganador del Oscar Asghar Farhadi (A Separation, The Salesman y Todos lo Saben), pero escudado también por varios proyectos que han dotado al cine de Asia Occidental con un perfil bien marcado. La Decisión puede encasillarse perfectamente en ese estilo, repitiendo además la saludable costumbre de los galardones obteniendo premios a Mejor Director y Mejor Actor nada menos que en el Festival de Venecia. Los hechos del film son tan simples como trágicos: un doctor se ve envuelto en un accidente automovilístico con una joven familia, y al día siguiente se encuentra con el cadáver del hijo mayor de la misma recién llegado a su hospital. Pero la película esta en las caóticas ramificaciones del accidente, y las complejas respuestas que la tragedia desencadenará en sus protagonistas. La autopsia exonera al doctor, pero es él mismo quién se niega a aceptar que el accidente de la noche anterior no tuvo nada que ver con su muerte. Al mismo tiempo, el padre de la criatura (Navid Mohammadzadeh, premiado en Venecia) deja el hospital convencido de que la carne en mal estado que llevó a su hogar termino costándole la vida a su hijo. Ambos protagonistas se ven envueltos por la culpa que irá consumiendo sus vidas. Es una trama superficialmente universal pero cuyos detalles resultan autóctonos de la cultura iraní. O porque no, aquellas similares. Los dos protagonistas, el médico y el padre del niño fallecido, se hunden en sí mismos y reaccionan con diferentes tipos de violencia ahora que se enfrentan a esta tragedia. Tienen que aceptar y procesar que sus figuras están lejos de representar la perfección, la autoridad siempre verdadera que no acepta tener errores. Conflictos dramáticos inherentemente masculinos. La cámara elige usar en varias ocasiones el punto de vista de autos en movimiento, transmitiendo la forma firme, casi vehemente, y autoritaria con la que se comportan nuestros protagonistas. Ambos además tienen una figura femenina a su lado, aunque definitivamente detrás de ellos. Una colega cercana al doctor y la madre del niño se ocupan no solo de ofrecer reacciones alternativas al hecho sino de reflejar las partes lógicas de nuestros protagonistas. Una insiste en que no hay motivo médico como para que se dude de la causa de muerte que absuelve moralmente al doctor, mientras la madre del fallecido tiene firmemente en claro que la muerte es resultado directo de la incompetencia y “debilidad” del padre. Ellos aceptan su culpa de formas diferentes, uno enfrenta esta noción lógica mientras que el otro la incorpora llevándola a los extremos más destructivos. Estas mujeres alternativamente intentan y logran hacerse escuchar en una sociedad como esta, mientras que la película deja muy en claro (con detalles varios) que de encontrarse ellas en el foco, no terminarían como sus contrapartes masculinas descendiendo en paralelo a un abismo personal. Ellas no dudan de sus habilidades, se enfrentan y cuestionan a la autoridad social, e incluso se muestran activamente en contacto; contrastando con nuestros protagonistas aislados, llenos de dudas y victimas no impunes de su sociedad. Esos cuatro papeles protagónicos son interpretados de gran manera por un excelente elenco, aunque lamentablemente una buena labor actoral a veces no esta acompañada por una dirección que la maneje de la mejor manera. La forma de llevar la narración, al igual que los detalles y elecciones que engrandecen la experiencia, evidencian el pulso justo de un gran director. Sin embargo, en esta su segunda película el director Vahid Jalilvand muestra que su manejo de las escenas más dramáticas se resigna por una efectividad poco elegante. Hay mucho más en el drama que mostrar a tus personajes llorando por un largo rato, pero Jalilvand tiene ese recurso como única arma para enfrentar los momentos de mayor melodrama. Es de esperar por el tipo de historia, que esos momentos no serán pocos, lo que termina dejando un gusto monótono. Usar una palabra con carga tan negativa como “monótono” es fuerte considerando que se trata de una cinta que apenas pasa los 100 minutos. Pero lamentablemente es un film que se las arregla para sentirse de casi dos horas. Definitivamente es una elección estilística que concuerda con varios detalles, como el usual simbolismo de los lentos portones que nuestros protagonistas deben esperar casi a cada paso. A pesar de que es evidentemente algo buscado, hay que decir que termina jugándole en contra a la experiencia. Al fin de cuentas, La Decisión es una experiencia personal acerca de dos hombres que pierden el control ante la tragedia. Y que deben, en medio del dolor y la confusión, aceptar que en realidad nunca tuvieron el control que creían. Un drama intimo que trata un hecho universal complementado por una realidad social iraní, permitiéndole trascender tanto lo puntual como lo general; convirtiéndose en una experiencia valiosa y detallada para todo aquel que desee ver grandes actores enfrentándose a terribles dilemas morales. Una suerte de escapismo melodramático bien entendido, con la brusca elegancia a la que ya nos acostumbra el cine de Medio Oriente moderno.
Sacando la legendaria Palma de Oro, en el Festival de Cannes se entregan varios premios. Algunos oficiales y otros no tanto. Definitivamente una de las categorías y premios más valiosos para el público es la sección Un Certain Regard que colecta producciónes más que curiosas o alternativas con una fuerte vision que desborda personalidad. La ganadora de este año, y elegida como la representante sueca para los Oscars, es “Border”. Dirigida por el inmigrante iraní, y ciudadano sueco, Ali Abbasi, y basada en una historia corta del autor de “Let the Right One In”, novela de género alternativa que se adaptada en la increíble película sueca del mismo nombre hace unos años ya. La película sigue a una empleada de aduana que es especialmente buena en su trabajo, pudiendo “oler” a las personas que llegan al país con algo que no deberían. Al mismo tiempo que una de sus usuales capturas va a revelar una investigación muy importante de la que va a empezar a ser parte, llega a su puesto un hombre del que curiosamente no sabe qué pensar. Es la primera vez que le ocurre algo parecido, y habiendo sufrido toda la vida ser una persona apartada socialmente ve en él alguien con quien conectarse. Conociendo a este no-tan-extraño comienza a redescubrirse a sí misma. Un trabajo verdaderamente valiente que Abbasi consigue mantener tan provocador como apto para el público, que de todas maneras va a tener que ser igual de valerosos. Una mezcla de géneros que desemboca en un thriller dramático con toques de un submundo sobrenatural en medio de nuestra realidad. Con escenas de violencia sugerida muy fuerte, y una sexualidad explícita que conforman una de las escenas de sexo más extrañas y memorables del cine moderno. Uno podrá pensar que sabe lo que se viene, pero definitivamente no está preparado para ver cómo. Entre la producción tan impecable como imaginativa también tenemos la suerte de disfrutar interpretaciones desatadas por parte de dos de los actores protagonicos, Eva Melander y Eero Milonoff. Aunque no termine de redondear una experiencia superlativa, definitivamente es un film único que encuentra en casi todos sus elementos individuales algo valioso. Vale la pena buscar la forma de verla, y es necesario saber lo mínimo posible para disfrutarla al máximo.
Arábia: Un Aladdin sin lámpara. Es raro encontrar un film independiente con todas las características de ese tipo de cine y que no sufra los tantos vicios del mismo. Por suerte este no es sólo un ejemplo de ello, sino también una experiencia sudamericana hasta la médula. La presencia de la producción brasilera Arabia en el BAFICI deja bastante claro para los cinéfilos que tipo de película es. Una cinta independiente con ritmo lento, un elenco desconocido y una fuerte visión por parte de sus cineastas. Aunque en este caso, el hecho de que haya logrado una nominación a Mejor Película y ganado una Mención del Jurado, también habla a las claras de que más allá de sus características se trata de un trabajo con una destacada calidad con respecto a sus pares. Y por supuesto, tampoco esta de más que haya sido nominada al premio Horizontes Latinos en el Festival de San Sebastián. El titulo refiere a la misma Brasil, y el por qué se encuentra dentro de una fábula relatada durante una de las tantas ramas de su narrativa. Es que a diferencia de tantos otros trabajos, el punto de Arabia son las tantas tramas por las que se ira yendo. Estos pequeños relatos, desventuras y personajes que pueden durar pocos minutos en pantalla pero cuyo color no es simple complemento sino la esencia principal de su narrativa. Incluso uno de los fragmentos que más importancia da el narrador, la de su fugaz amor perdido, termina llegando muy tarde en la historia y teniendo un impacto mucho mayor al tiempo que ocupa en pantalla. Es este interlocutor quien le da forma a la película, ya que la misma no es más que las recolecciones de su vida plasmadas en un diario. En este caso descubierto y leído por un joven adolescente que vive al lado de una gran fábrica, cuya figura da vida no sólo al pueblo sino a esta historia. Arabia es un relato sobre un joven sin educación que despierta en medio de sus incontables días de trabajo para darse cuenta que su vida es emblema de todo un país: peones que no están dispuestos a levantar la cabeza y cuestionar por un segundo una vida de incansable trabajo. Revelación que no es inmediata, sino paulatina, y lejos de causar una revolución termina de a poco coloreando una vida tan corriente y mundana. Esta misma película podría devenir en una lucha de clases, una épica melodramática o un ensayo proletario. Pero en este caso Arabia se mantiene en su juego, y nunca sale de su camino de entregar sus calmas pero punzantes vivencias. El dueño del diario no tiene el lujo de bajar los brazos, por lo que cualquier reflexión pasajera será en medio de sus trabajos. Varias de ellas pasarán, destacadas por la película pero sin dudas como breves fotogramas de su vida, sin un impacto inmediatamente aparente. Sin embargo, encontraremos como nuestro narrador fue cambiando a lo largo de sus días. Todas estas vivencias se irán sumando inconscientemente hasta llegar al punto justo durante la conexión que descubre con su gran amor, al igual que el desenlace de esa relación que sabemos antes de que se inicie la lectura, que ya no es más. Uno los cambios que logran impactarlo en su superficie es la existencia misma del diario en cuestión, justificado por la decisión de mojar los pies en las artes junto al grupo de teatro de una de las fábrica. Una vez más, ese grupo de teatro que provoca esta exploración virgen al mundo de la literatura podría parecer un detalle entre tantos. Pero más allá de darle una estructura a la narración, no es ni más ni menos que el punto de todo el film. El trabajo no es un fin en si mismo, y un pueblo adicto a una noble ética laboral podrá esconder las consecuencias en el orgullo que ello conlleva. Culpables, como con todas cuestiones tan complejas, hay muchos y en todo sector social. Pero la realidad es que cuando un país se malacostumbra a algo, incluso algo tan sano a primera vista como la ética laboral, termina pagando el precio con el tiempo. El arte y la cultura es una bendición que florece con facilidad en las sociedades con estabilidad económica y dispuestas al ocio. Esta reflexión, viaje y proceso, es por el cuál pasa nuestro protagonista indirecto. Sea en el primer o tercer mundo, el nuestro es un planeta repleto de problemas que se multiplican y exacerban a pasos agigantados. Aún así, es la función del arte explorar varios de estos por más pequeños, insignificantes o incluso ofensivos que estos parezcan. A simple vista no hay dudas de que, dentro de la ya poca audiencia de la que dispondrá un trabajo de las características de Arabia, no tardara en encontrar alguno ofendido por “una simple peliculita que se atreve a desalentar el trabajo“. Pero verdaderamente es una de esas cuestiones que servirá como reflexión para unos tantos, mientras que otros que ya tenían algo similar en su cabeza, podrán debatir acerca del modo en que se eligió explorar la temática. Uno de los pocos vicios del cine indie que logra impactar de forma negativa al film es su duración: aunque logra alcanzar una cómoda hora y media, no le haría mal reducir el tiempo en pantalla de lo que ocurre antes de que el diario comience a ser leído. Uno de esos detalles tan discutibles como entendibles, que al fin y al cabo va a quedar lejos en el recuerdo para cuando arranquen los créditos. Es una cinta independiente, que tiene la características pero no sufre los vicios de este tipo de cine. El dúo de directores-guionistas de Affonso Uchoa y Joao Dumans se aseguraron de crear una cuidada experiencia rebosante de personalidad, pero con la sobriedad de opacar sus colores. Ritmo de cine poco comercial, pero asegurándose la riqueza suficiente para satisfacer a conocedores y desprevenidos. Una experiencia suave, potente y sudamericana hasta la médula que termina coronándose con una secuencia tan ambiciosa como de pocas luces que resultaría insoportablemente independiente en un producto de menor calidad.
“Otra a lo Taken…”, pensaron varios cuando se enteraron de esta nueva cinta que pone a Liam Neeson en el centro de la acción. Aunque a eso apuntó mucho del marketing, la realidad es que “Venganza” es mucho más comedia negra que película de acción hecha y derecha. Que por supuesto arranca cuando un grupo de criminales asesina a su hijo y destruye su matrimonio. No hace falta más que ver el cambio de nombre del protagonista, entre la original y esta remake, para comprender el tono de humor predilecto: pasó de apellidarse Dickman a Coxman en esta nueva versión. Pero más allá de esa cuota de humor básico casi adolescente, la cual está siempre presente, se trata más que nada de una comedia bien negra que no le hace asco a la violencia cuando hace falta. Hasta el punto de que varias muertes sirven como remates y chistes en sí mismos. Remake de un film reciente realizado por el mismo director (“En Orden de Desaparicion”, de 2014), producción noruega que le valió al mismo una nominación al Oso de Oro en el Festival de Berlín. Dato que habla a las claras de que la visión de Hans Petter Moland dista bastante de lo que podemos esperar de un producto genérico hollywoodense. El humor negro viene acompañado en gran parte de una atmósfera bastante siniesta y, por supuesto, fría, que tiene lugar (y ocasiona) un brutal enfrentamiento entre pandillas en la parte más fría de Norteamérica. Justamente esta locación, sumada a la cualidad europea de Moland, hace que nos encontremos con “pandillas” un tanto particulares que se reparten el territorio. El color de estos villanos, no solo en sus líderes, sino en los tantos secuaces que irán cayendo en el camino, es uno de encantos más fuertes del film. Una de estas bandas es un grupo de nativos americanos que disfrutan de sus riquezas al mismo tiempo que su cabecilla se cuestiona si eligió bien su camino de vida. Esta cuestión de los caminos tomados y los dejados atrás es una temática del film, pero cualquier intento de algo más termina avasallado por una voluntad por entretener que coloca siempre al pochoclo sobre todas las otras cosas. Hay muchos nombres que se destacan inmediatamente entre el elenco, pero la mayoría de ellos termina desperdiciado. La presencia de Laura Dern y Emmy Rossum en el producto final puntualmente parece un chiste de mal gusto por la limitada cantidad de minutos e influencia total que tienen en la cinta. En su lugar, son los relativos desconocidos quienes le dan más brillo al asunto. Particularmente Tom Bateman (“Da Vinci’s Demons” y “Murder on the Orient Express”) como el principal antagonista se roba cada segundo que esta en pantalla. Por su parte, Neeson realiza un buen trabajo e incluso se desenvuelve muy bien cuando la comedia se lo pide, pero principalmente se beneficia bastante de que su protagónico no sea tan omnipresente en una trama que está más que contenta con centrarse también en las bandas criminales. Como algo diferente, logra cumplir. Aunque lamentablemente su mayor pecado es que abundan las lagunas de entretenimiento. Cuando es graciosa y llevadera, hay largas secuencias que hacen valer la pena haber elegido un curioso relato con sensibilidades europeas y producción nortamericana. Pero la falta de miedo de esta combinación termina condenando un film con demasiados baches de humor, que no siempre resulta efectivo, y sobre todo demasiado a gusto con las escenas sin diálogo y con mucho slo-mo. Resulta una experiencia que se disfruta más en retrospectiva que mientras uno la está viendo, gracias a demasiados momentos que aportan poco y duran mucho. La realidad es que, si uno mide sus expectativas y tiene ganas de darle una oportunidad a un proyecto que seguramente cada vez cueste más realizarse a esta escala, va a saber pasar un buen rato bajo la nieve con el buen Liam y sus amigos.
Alita es complicada. El film se encarga de adentrar a la audiencia en un complejo y ambicioso mundo de ciencia ficción asiática, basado en el manga y anime Alita (o GUNNM), que espera unir al público general de Cameron con el nicho de audiencia amante del cine de género y el ya clásico japonés que sirve como material original. En esto resulta más que exitosa, se encarga de presentar sin problemas un impresionante mundo como para que cualquiera se vea sin obstáculos para adentrarse en la película. Además de esa simple pero tan difícil tarea, hay que decir que los fanáticos del género que ingresen a la sala aún sin mucho interés por el manga y anime se encontrarán con una producción de ciencia ficción distópica que verdaderamenten pone en vergüenza a muchos intentos baratos del género, y a la altura de lo que siempre se espera del genio inigualable de Cameron. Lo primero que uno va a notar de “Battle Angel” son los dos grandes nombres en su poster. Y con razón, los nombres de James Cameron y Robert Rodriguez traen consigo mucho interés, al igual que ciertas expectativas. Seguramente lo segundo que uno note son esos tremendos ojos gigantes en la protagonista, que de inmediato sugieren un potencial para arruinar la inmersión en el mundo de la película pero que, como todo el film en general, terminará acomodándose con el correr de los minutos como una jugada arriesgada pero más que interesante. La combinación de Cameron en el papel de productor y el de Rodriguez en la silla de director termina siendo tan entretenida como fue intrigante en un principio. Viendo el producto final, puede verse la influencia de ambos al igual que sus roles bien definidos. Rodriguez evidentemente fue parte integral de que las escenas de acción de esta película sean no solo lo mejor de la misma sino potencialmente un antes y un después en el género de las adaptaciones live-action de manga y anime. Mientras que la producción va de excelente a increíble en todo momento, con un universo increíblemente realizado que (como es usual con el director de “Titanic” y “Avatar”) sube la vara de los efectos al servicio de una experiencia cinematográfica. Aunque no todas son completamente positivas. Por su parte, Rodriguez parece haber bajado un cambio en el nivel de personalidad e ingenio volátil que suelen tener los proyectos que dirige, que definitivamente dicen presente en las impresionantes escenas de acción pero brillan por su ausencia en largos tramos de la película. Mientras que Cameron también trae consigo su ingrediente predilecto que suele, para bien (cientos de millones de taquilla) o para mal (algunas que otras quejas), impregnar por completo sus películas: un romance tan potente como superficial. Lo apurado y superficial de este romance está también en el centro de los problemas que van a tener que sufrir quienes se adentren en una película que realmente vale la pena de todos modos. Aunque el guion de Cameron no sufre solo de ese elemento individual, sino que más allá de los tórtolos hay una larga cantidad de detalles que verdaderamente tiran abajo todo el buen trabajo que se realiza en las otras áreas del film. Pero, afortunadamente, no terminan por cantar victoria. Hay que decirlo, además, que aunque el romance central suele estar mal llevado también resulta ser un centro positivo de la trama y que con algunos cambios podría haber resultado sin ningun problema en parte positiva de la película, como sin duda fue en las ya mencionadas “Titanic” y “Avatar”. También tiene un elenco que va más allá de los nombres, a pesar de que tenga varios de la talla de Christoph Waltz, Jennifer Connelly y Mahershala Ali (“Moonlight”, “True Detective” S3), entre otros. Este último, Ali, definitivamente temina siendo una de las presencias más potentes del film, mientras que Waltz consigue crear un personaje central que sirve para anclar gran parte de la historia al mismo tiempo que resulta una figura paterna conflictiva y completísima a la vez. Pero son varios de los actores de poco renombre o identidades escondidas en tanto CGI los que redondean un elenco que logró darle vida y personalidad a este tan ambicioso mundo. Los asesinos cyborg, los cazarecompensas cyborg, los genios y villanos detrás de una sociedad adicta al reemplazo de partes humanas con robóticas, todos y cada uno de ellos rebozan de personalidad en todo sentido. Esos son los detalles clave que Cameron y Rodriguez se aseguraron de que llenen de color a este gigantesco universo, una apuesta no tan arriesgada como tantas otras de este proyecto pero que sin duda será una de las que mayor impacto tenga a la hora de que sea una película que resuene con su audiencia predilecta. “Battle Angel” trae consigo la garantía Cameron de superproducciónes live-action con un CGI de punta y mucho corazón. Además de demostrar que una adaptación fiel de animes de acción, no sólo está en la capacidad de los cineastas de turno, sino que puede ser tan espectacular como los ejemplos más excepcionales que esperan su momento para una adaptación a la altura.
Beautiful Boy: Dolor incondicional. Con espíritu de época de premios, esta adaptación de las memorias conjuntas de padre e hijo contra las adicciones pone en el foco un gran elenco y una lucha diaria de por vida. En los alrededores de las fiestas y las semanas que rodean a los Oscars suelen encontrarse gran cantidad de películas que parecen creadas con el fin de ganar nominaciones y presencia en aquellos premios. Afortunadamente siempre hay alguna que más allá de lo que aparenta a simple vista, ofrece una visión mucho más profunda que la de un intento de plástico para vestirse de traje y adorar hombrecitos de oro. Steve Carrell y Timothée Chalamet protagonizan a dúo esta adaptación de las memorias compartidas de padre e hijo sobre el duro y eterno camino contra las adicciones. A pesar de lo que uno podría esperar de un producto de menor calidad, no ofrece explosiones melodramáticas. Sino que elige mantener un grado de dramatismo muy realista que apunta más a la pesadez de un padre intentando vivir su vida sabiendo que su hijo esta en algún lugar sufriendo con las drogas, que a monólogos bajo la lluvia para ilustrar nominaciones en los Oscars. Aunque hay que aclarar, que a pesar de que hay bastantes cosas que aplaudir en esta producción, la película en su totalidad termina siendo una experiencia que se queda un tanto corta del potencial dramático de su material. La estructura, tono y decisiones narrativas son más que interesantes pero no hay nada especialmente destacable más allá del todo, ningún elemento es realmente excepcional. Quizás el elemento que más podamos destacar es el guion, gracias a que la muy buena dirección del belga Felix van Groeningen. él entiende a la perfección que su rol debía rendirse ante las palabras que co-guionó junto a Luke Davies (Life de 2015 y Lion de 2016). La estructura creada por el guion sumado a esta dirección tan sobria y controlada le permiten a los grandes actores entregar interpretaciones de alto nivel. De todas maneras, termina siendo un gran film sobre adicciones desde una perspectiva no explotada: la de un padre. Definitivamente se trata de una cinta particularmente fuerte apuntada a aquellos con hijos, que saben el potencial sufrimiento que significa dedicarle su vida a otra persona. El film tiene reducidos, aunque para nada minúsculos, roles para las madres. Pero es el rol de padre que encapsula a la perfección Carrell el verdadero motor emotivo de la película. La narrativa en general logra reflejar las dificultades y los temores que pueden tener los padres llevándolos a una situación tan limite y difícil como esta. Tan excepcional como mundana para las miles y miles de familias que lidian con las adicciones todos los días. Es la primera cinta en idioma inglés para Groeningen, y sin dudas muestra toda la capacidad que tiene como cineasta. Encuentra potencia supraterrenal en ese drama tan mundano, y jamás recurre al melodrama, moneda corriente en otros ejemplos del género. Es una historia de adicciones centrada en una perspectiva todavía por explotar, y que con una voz propia logra colocarse con total justicia por delante de opciones mucho más pochocleras. Para sus productores, que claramente tenían expectativas de estatuillas, seguramente sea un fracaso al no haber conseguido ninguna nominación. Pero afortunadamente para nosotros los espectadores es un triunfo con el que realmente vale la pena sufrir.
Suspiria: Una nueva cosecha. Esta nueva versión de uno de los clásicos cinéfilos de culto por excelencia baila en la cornisa del cine comercial, resistiéndose a ser una simple remake. Las revelaciones finales del film original sirven como premisa inicial de esta nueva versión. Más que remake o cualquier otro termino industrial de uso típico, esta es más bien una reimaginación de la clásica Suspiria de 1977 nacida exclusivamente del interés artístico del ya celebre director de Call Me By Your Name. Aunque la trama no es necesariamente lo primero que uno se preguntaba antes de ver esta nueva Suspiria: Luca Guadagnino cambia totalmente la estética de esta historia, dejando de lado lo icónico de la potente banda sonora y los estridentes colores del eterno clásico del giallo italiano. Una joven aspirante a bailarina llega a una prestigiosa escuela de danza en Berlín del Oeste, academia fundada y formada por un grupo de brujas con intenciones tan violentas como misteriosas. El misterio y la intriga son la base de este film. Desde el primer momento Guadagnino juega con una audiencia que sabe se sentó a ver la película por pura curiosidad por ver como sería esta nueva versión de una de las cintas de culto más populares en el mundo cinéfilo. No pasará mucho hasta que todo fanático comprenda que hay muy poco en común entre este y el trabajo que le dio origen. Uno de los grandes logros del italiano es justamente que la experiencia de la película acabara siendo particularmente similar haya uno visto la original o no. Como resultado, y sacando de la ecuación los sentimientos que cualquiera pueda tener sobre su desenlace, logra ser una experiencia que se mantiene atrapante durante su larga duración. Siguiendo una estructura de seis actos y un epilogo, develados apenas comenzado el film, se trata de un trabajo denso en contenido que esta completamente desinteresado en alivianar las dos horas y media para su audiencia. Agotador en más de una ocasión, es una película que sin ser definitivamente lenta sí se toma su tiempo en absolutamente todo. Una cinta que logra con relativo éxito mezclar algo de cine industrial de estudios con unas profundas sensibilidades del cine festivalero europeo. Como su director, esta nueva Suspiria disfruta de los excesos. Varias secuencias se estiran lo más posible, pero aún así hay excelentes escenas para el recuerdo; aún para los desafortunados que no estén disfrutando la experiencia en su totalidad, es en definitiva una película que seguramente disguste tanto como guste y que a pesar de eso vale mucho la pena. Intrigante y potente en su admirable ambición, es una gran obra rica en contenido para satisfacer (o irritar) a cualquier tipo de cinéfilo, incluso aquellos que busquen satisfacciones más superficiales.
El Vicepresidente: Voto en blanco. Desconocido para el mundo incluso durante su mandato, esta comedia basada en hechos reales retrata la vida y carrera política del vicepresidente con más poder en la historia moderna. Conocido por sus grandes colaboraciones con Will Ferrel a lo largo de los años, hace un tiempo ya que el director Adam McKay ha hecho suyo el género de la sátira política. Desde su trabajo como guionista en Saturday Night Live, que tiene una rica historia de parodias de políticos, pasando por su guion para la comedia La Campaña (2012), sobre un enfrentamiento de candidatos durante el camino a una elección. Finalmente su gran salto en 2015 con The Big Short claramente siguió esos pasos, no centrándose en la política puntualmente sino en la crisis económica que envolvió a los Estados Unidos en 2008. Le valió cuatro nominaciones al Oscar y una estatuilla por Mejor Guion Adaptado, por lo que no sorprende que haya repetido formula para este proyecto también basado en hechos reales y que espera una respuesta similar en los próximos premios de la Academia. Vice se centra en la figura del vicepresidente estadounidense Dick Cheney. Su carrera política al igual que vida personal, y como terminó ascendiendo hasta una posición de poder incomparable a la de cualquier vicepresidente en la historia. No es ninguna exageración decir que este ignoto político al que pocos conocían incluso cuando fue elegido para su mandato llegó a moldear de forma sorprendente el mundo moderno en el que los Estados Unidos se encuentra sobreviviendo; aunque eso sí: que la película sea o no una exageración en sí misma es otra historia. No es difícil ver porque el film fue polémico y dividió las aguas en su tierra natal. Tampoco es que sea muy difícil hacerlo, pero es innegable que este es un retrato de una figura política enteramente pintado por el partido contrario. La misma película en un momento muestra una discusión entre un demócrata y un republicano, haciendo el clásico de apuntar a que están conscientes de esta dicotomía sin realmente ofrecer solución o evidencia alguna de que tuvieron algún interés en que las cosas no estén en blanco y negro. De todas maneras, nosotros que vivimos lejos de esa realidad política norteamericana podemos verla ajenos a esa rivalidad puntual (por más similar que sea a las nuestras) y dejarnos llevar por las aguas de la peligrosa simplicidad de “Republicano es malo y Demócrata es bueno”. Después de todo otras de las cosas innegables es que, por más que intente ser fiel y serio en las cuestiones más fuertes de la trama, el objetivo del film es en todo momento entretener de la forma más pochoclera posible. Por otro lado, hay un punto en el que todos parecen estar de acuerdo: en esta película hay excelentes actuaciones, comandados por un irreconocible Christian Bale que logra liderar un film tan salvaje y desencadenado como este. A su lado lo escudan Steve Carrell y Sam Rockwell con dos interpretaciones que logran brillar en cada segundo que ambos están en pantalla. En la otra cara de la moneda esta el otro gran nombre del poster. Amy Adams hace un papel muy similar a otros que le vimos a hacer de gran manera en el pasado y en esta ocasión se siente como una copia más aguada de lo mismo. Una gran actriz cuya interpretación es victima de un casting repetitivo con culpas repartidas tanto para ella como para la producción. Es una caricaturesca odisea basada en hechos reales que siempre tiene clara su prioridad de entretener, al mismo tiempo que intenta hacer malabares para mantener serios algunos de los aspectos de la historia real. La visión de McKay es demasiado irregular, pero al mismo tiempo se asegura de hacer lo que podría haber sido una biopic más en una experiencia peculiar y sobretodo entretenida realmente para cualquiera. Lamentablemente aún disponiendo de elementos tan excelentes individualmente, la gran mayoría de las cosas que hace bien terminan ahogadas por las valientes decisiones creativas que no terminan de salir del todo. Es tan imperfecta como fácil de recomendar, uno de esos casos en que hay que agradecer que una película sea demasiado ambiciosa para su propio bien.
Descubriendo a mi hijo: Los accidentes de la vida. Un hombre se entera de la existencia de su hijo al recibir la noticia de que falleció en un accidente automovilístico, otorgándole la extraña oportunidad de ser padre póstumo. Descubriendo a mi hijo (o Longing), llega con un estreno humilde a algunas salas de nuestro país después de tener su lugar en el Festival de Cine Internacional de Toronto el año pasado. Aunque si hizo bastante ruido jugando de local al conseguir 13 nominaciones en los premios Ophir, los Oscars israelíes, llevándose a casa los premios por Mejor Guion y el de Favorito de la Audiencia. El desencadenante de toda la trama es la información con la que nuestro protagonista arranca la película: hace 19 años su ex descubrió que estaba embarazada y tuvo un hijo sin decirle nada. Pero inmediatamente viene acompañada de una tragedia que no le da tiempo ni de acomodarse, ya que se está enterando ahora porque el joven falleció recientemente en un accidente automovilístico. El guion de este drama se encarga de hacerlo impredecible, encontrando vueltas de tuercas más que interesantes una y otra vez. Con un tono que se mantiene en ese popular terreno que mezcla la pesadez de la tragedia dramática realista con una liviandad que no depende tanto del humor, a pesar de que lo tenga, como sí lo hacen otras alternativas más comerciales y genéricas. La tragedia fue el disparador de esta historia, pero de ninguna manera entierra el viaje de un hombre con la intención de conocer todo aspecto posible del hijo que no sabia que tenia y que acaba de perder. Poco a poco, vamos descubriendo junto a él la vida que tenia su hijo. Con una progresión realmente estupenda aprendemos cada vez más como era, al igual que nos topamos con detalles que pintan un retrato detallista de un conflictivo adolescente. Su escuela, amigos y afectos irán presentándose para asegurarse de que tanto el protagonista como la audiencia pase un buen rato sin saber como procesar la existencia de una persona que significa tanto ahora que ya no esta. Es realmente un film que encuentra la forma de reinventarse continuamente, al punto de que la segunda mitad es prácticamente una película totalmente distinta. Pero todas sus transformaciones parte de una base emotiva y humana que sostienen cualquier revelación con una estructura más que sólida. Una pequeña sorpresa que resulta muy fácil de recomendar, y que definitivamente hace que el 2019 arranque con un buen pie para el saludable cine menos comercial.
Glass: Quilombo. Una inesperada secuela dio lugar a este anticipado cierre de trilogía, tan polémico como el mismo Shyamalan. Shyamalan siempre fue un director que une la polémica con el entretenimiento. Con varios éxitos en continuado desde fines de los 90′ a mediado de los 00′, se hizo un nombre como pochoclero de las masas. Pero hoy en día ha devenido en un hazmerreir gracias a hilarantes desastres que cerraron la última década. Su alianza con la productora Blumhouse, conocida por obras de género y bajo presupuesto, hizo que volviera a lo grande con The Visit y Fragmentado, dándole la chance ahora de cerrar una trilogía que él siempre tuvo en mente con Unbreakable como punto de partida. Tres personajes se creen superpoderosos, pero una doctora tiene la chance de hacerlos entrar en razón con una terapia de tres días en los que se verán cara a cara tras muchos años (y películas) de conflicto. Se trata de un híbrido entre la capacidad cinematográfica que ya ha demostrado muchas veces su director, con el gusto por las estupideces que también se encuentra presente en todas y cada una de sus películas por igual. Aún sus films considerados “los buenos” tienen muchísimos detalles y momentos que evidencian el poco asco que le hace a decisiones que podría registrar como bastante cuestionables para cualquier otro cineasta. Algo que, como otras de sus más desencadenadas películas se encargaron de mostrar, aunque suene raro no es del todo negativo. ¿No es acaso The Happening, además de una terrible y desastrosa película, una muy entretenida de ver? Shyamalan no es ciego a sus decisiones, solo que tiene una visión… bastante particular. Incluso sin tener en cuenta esta cualidad de la que estamos hablando, Glass tiene muchísimos momentos de calidad mucho más tradicional. Aquellos que hayan disfrutado de Fragmentado, y que se hayan sorprendido por una de las obras menos Shyamalanescas del director, puede estar tranquilo que la mayor parte de este film es una experiencia excelente para cualquiera. Constantemente intrigando al espectador y logrando pequeños momentos de tensión que más que sufrir, gozan de una escala tan pequeña y personal. Asimismo, todos los personajes que regresan de entregas anteriores tienen bastante tiempo en pantalla y momentos de protagonismo, incluso la sobreviviente de Fragmentado y el hijo en Unbreakable. Pero es una realidad que para saborear por completo la cinta, y para no salir de la sala bastante irritado, uno debe saber disfrutar el gusto de un guion que no se preocupa demasiado por su seriedad. Momentos melodramáticos, ridículos y hasta incluso bastante infantiles dicen presente, aún cuando el mundo logra ser una mezcla balanceada entre nuestro realismo y el mundo en donde los superhéroes podrían ser una realidad. De igual manera es una cínica respuesta y conflictiva celebración de un mundo moderno obsesionado con los cómics. Sin dudas, esta es una película que se asegura no satisfacer a todo el mundo. Aunque lo hace de una forma particular y original, es una experiencia conflictiva que muchos no tendrán ni siquiera las ganas de excusar. Afortunadamente en los últimos años este tipo de películas tan comerciales como polémicas han encontrado un lugar más que aceptado por las audiencias del planeta. Venom y Aquaman son dos ejemplos perfectos, siendo de las más exitosas del año pasado al mismo tiempo que de las más destrozadas por la crítica e incluso el público por igual. Aún si uno no termina de ser fan definitivo de estas imperfectas películas, es un alivio que la cartelera anual de blockbusters no consista exclusivamente de superproducciones genéricas moldeadas para el consumo más sencillo de las masas.