Primero: hay que ir a ver este film porque solo asistir a su proyección es un acto en defensa de la vida y la libertad de su realizador, Jafar Panahi, injustamente puesto en arresto domiciliario por el régimen iraní. Por una vez, ver una película es también un acto de solidaridad y de justicia. Segundo: hay que ir a ver este film porque es excelente, y esto debería colocarse primero. Con una cámara, en su casa, encarcelado, Panahi narra el absurdo laberinto burocrático y la causa imbécil por la que se lo encarcela, sin perder nada –pero nada– de humor. Lo hace de modo documental. Pero también narra o muestra la intrusión de vecinos, la vida de una iguana que lo acompaña, las discusiones breves por las compras con su esposa y, en el tramo final, la posible intervención de un oscuro agente de la inteligencia iraní disfrazado de muchacho inofensivo. O no, pero la paranoia es indescriptible y todo se vuelve un perfecto cuento de suspenso. Que no sería más que un cuento, si no fuera que Panahi, por hacer campaña contra el rival de Mahmoud Ahmadinejad, por defender en sus films sobre todo el derecho de las mujeres a ser ciudadanas de primera en una teocracia (puede ver “El círculo”, una de sus mejores películas), por querer el regreso a un Irán laico y moderno, por ser un enorme artista, sigue encarcelado. Además, va a ver una obra maestra realizada en absoluta clandestinidad.
La familia de un capo mafia que “cuenta todo” es relocalizada en Normandía. Americanos en Francia, violentos y anárquicos enfrentados a un mundo que no los quiere, resultan campo preciso para otra ficción de Luc Besson, un cineasta cuyo talento intermitente se pelea con la corrección política. Hay buenos momentos y malos diálogos, pero De Niro y Pfeiffer están perfectos (eso es oficio), Tommy Lee Jones también y se lleva las palmas la joven Dianna Agron. Sí, simpática.
Como se sabe, el día de Acción de Gracias (fiesta estadounidense) tiene como centro la cena de un pavo. Todos los años, el Presidente “perdona” uno. Esta es la historia de cómo un pavo perdonado y uno “revolucionario” viajan al pasado para que nunca más se coma pavo en Acción de Gracias (claro que se puede comer en otros días, por cierto). El film es animado, es en 3D, tiene algunos buenos gags y no aburre. En inglés (Owen Wilson, Woody Harrelson y Amy Poehler mediante) es muchísimo mejor.
Le damos esas estrellas solo por una razón: no aburre. La novela original, escrita a principios de los 80, generó un cambio en la ciencia ficción y abrió las puertas a la poética del mundo virtual, del desdoblamiento de la realidad y de -atención- la interactividad como parte del mundo que anticipó nuestros tiempos. Lástima que también inspiró otras ficciones: Matrix, Invasión (la de Paul Verhoeven, de la que esta Ender... parece una versión para Nickelodeon) y varias otras. Lo que quedó es una más de guerra contra bichos extraterrestres aunque con “mensaje” (en los últimos minutos, donde el torpe Gavin Hood nos da una “excusa” para haber disfrutado de las imágenes), y cuyas escenas de acción se esperan ansiosamente dado lo poco que importa el resto de la trama. Los chicos están bien; los grandes, más o menos, y su condena al militarismo -que es el que nos permite disfrutar del rompan todo que propone parte del film- es una bobada insigne. Pero hay tiros y rayos láser y esas cosas.
Las películas de Daniel Burman, que ya forman parte del paradigma del cine comercial argentino (como si otros cines no lo fueran, de paso) se destacan por un medio tono y un uso en clave menor del costumbrismo que no se ve en otros cineastas. Hay algo de observación sobre los personajes que es mucho más preciso: justamente que los observa y no los “usa” para decir verdades importantes. Aquí cuenta la historia de un hombre (Francella, quien quizás en algunas escenas olvide que el párpado superior puede otorgar matices a la actuación, pero igual está muy bien) que vive para su mejor amigo y para el negocio que llevan montado juntos desde hace décadas. Hasta que ese amigo se va (no muere, no es secuestrado: simplemente se va), y este señor soltero debe llevar adelante los negocios inconclusos con la mujer del “ausente” (Inés Estévez). Puede verse desde allí la comedia romántica, pero no es una comedia romántica porque el foco no es la relación entre ambos personajes sino cómo acostumbrarse o adaptarse a que el mundo no siempre responde a nuestras costumbres más arraigadas. El misterio de la felicidad, aunque parezca trivial en la trama del film, permanece inasible para el espectador: puede ser una playa lejana, el amor o volver todos los días a lo mismo, o ninguna de esas cosas. Lo interesante de esta película es que Burman lo mantiene así de lábil y le deja la pregunta al espectador.
Si vio Dinosaurio, aquella película de Disney de principios de siglo, este film le va a parecer muy similar: es también la historia de un pequeño ser que crece y cuida a los suyos en un viaje. Basada en una serie de la BBC (que era algo así como un documental reconstruido), lo mejor reside en algunos efectos especiales y dramáticos y en el uso intensivo de la “inmersión” gracias al 3D. Mejor habría sido mantener el aspecto “documental” antes de crear voces y drama algo remanidos.
Empecemos por lo que el film tiene de malo: se parece a un grotesco argentino, a una película “de familia”, no del orden “Los Campanelli” (perdón por lo arcaico del recuerdo) sino más bien del orden “Buscavidas” (ídem, aunque menos). Sí, bueno, son ejemplos televisivos pero también los más adecuados. El actor y aquí guionista y director Joseph Gordon-Leavitt (Looper, El origen, Batman: El caballero de la noche asciende) narra la historia de un chico de barrio piola, conforme con su vida salvo por el hecho de que es adicto al porno, o bien a la visión irreal que del sexo provee el porno. Consigue una novia preciosa (Scarlett Johansson) pero su adicción al triple equis es más fuerte. Lo que mejor funciona en el film es la actuación y el timing para lo cómico de la mayoría de los protagonistas y el retrato realista suburbano. Esquiva, desgraciada e inadvertidamente, el gran tema: la relación que cada persona establece con la imaginación y con la fantasía, los límites de lo real, y lo hace para dar “un mensaje”. Ese error se compensa por la gracia del paisaje.
Si lee en inglés, recomendamos al curioso buscar en medios como ariety.com la historia de la producción de este film, uno de los mayores fracasos económicos de Hollywood en los últimos años. Claro que fracasar en la taquilla no significa nada: “El mago de Oz” y “¡Qué bello es vivir!” son ejemplos de debacle comercial. Pero en este caso lo que se lee es cómo los estudios buscan, desesperadamente, una nueva “franquicia”, un film que pueda dar origen a una serie, el mayor negocio de hoy. Tomando un mito histórico japonés (la de los 47 samuráis que perdieron a su shogun y deciden vengarlo), sin el menor contacto con la genial película de Kenji Mizoguchi de 1941, e insertando de un modo rarísimo a Keanu Reeves en un elenco básicamente japonés, nació este Frankenstein épico en 3D gigante, con peleas y filos y dragones y magia y violencia. Que, en el rubro “drama”, sigue la mecánica de un videojuego (y hasta uno imagina que pensaron “de este film venderemos un videojuego”). Dicho esto –una descripción lo más honesta posible del film–, es necesario aclarar que tiene, esparcidas en su metraje, algunas grandes secuencias, momentos de pura invención móvil, incluso cierto aliento épico que se vuelve creíble. El problema es que esos grandes momentos, ese gran film que pudo haber sido, navega a la deriva en el mar de la indecisión, del cine ordenado por inversores. Captura la imaginación solo espasmódicamente.
Bueno, en fin: el malvado ente que le hizo la vida imposible a las dos nenas de la(s) películas anteriores ahora viene por un muchacho, latino él, vaya uno a saber (si ve la película más o menos se va a entera) por qué. Ya dijimos: lo que se basaba en el miedo repentino de no saber se está volviendo una novela por entregas cuya pesadez es mucho mayor (y menos interesante) que el ejercicio del miedo.
Ben Stiller es un actor gigante y un gran director. Si este film, nueva adaptación (la primera, con Danny Kaye, es de 1947) de un relato de James Thurber sobre un hombre tímido con gran imaginación, no llega a las cimas de locura de Tropic Thunder o al filo de Zoolander es porque está en otro tono, y porque, por una vez, Stiller quiere hacer comedia con lo que pasa dentro del personaje, y no con lo que hace. Así, quizás esta no sea la gran película cómica que se podía esperar, pero su ambición -y su corazón, y el ejercicio notable de la imaginación fantástica- le otorgan nobleza y belleza.