Una historia sobre exorcismo que sale mal. Dios está cansado: tanto le han pedido que venga a ayudar en un exorcismo que probablemente esté de vacaciones. Esta historia sobre exorcismo que sale mal/cadáver desfigurado/extraños y terribles incidentes/ sustos realizados con sonido estridente e imágenes/flash requeriría también un tratamiento que la exorcice de lugares comunes, esa materia en la que el Diablo sigue metiendo impunemente la cola.
La vida misma es ese esquema pasado por lavandina, con una ambición multinacional y un resultado unilateral y tedioso. Una de las cosas que enseñó cierta tendencia del cine independiente americano de los noventa fue un esquema de producción: contar una historia familiar y simple con acento en los problemas a través de un multielenco para que pueda hacerse algo largo con pocas escenas de cada actor. La vida misma es ese esquema pasado por lavandina, con una ambición multinacional y un resultado unilateral y tedioso. Como la vida misma, amigos: por eso vamos al cine.
Es probable que “El primer hombre…” sea no sólo la mejor película de Damien Chazelle (“La La Land”) sino también una respuesta contundente a cómo acomodar el cine cuando el gran espectáculo monopoliza las pantallas. La historia de Neil Armstrong hasta su primer paso en la Luna combina dos procedimientos: pantalla gigante y cámara muy cerca del protagonista. Lo que permite transmitir las sensaciones de encierro, de angustia y de miedo que rodean a esa epopeya tremenda. Chazelle hace que Ryan Gosling –que no es tampoco demasiado expresivo– reprima toda posibilidad de emoción y juegue a mirar; la cámara acompaña esa mirada y vemos los pequeños detalles: chapas mínimas, tornillos inseguros, plásticos temibles. Sentimos vibraciones tremendas, la posibilidad de que en cualquier momento llegue la muerte ya desde la primera excelente secuencia. Toda la tecnología –especialmente el sonido– están al servicio de la reconstrucción hiperrealista y minuciosa que combina con el elemento melodramático que es el verdadero tema –presente en las anteriores películas del director: el sentido de la vocación, la necesidad imperiosa, irracional, de atender ese llamado. Aquí hay, además, la tensión con la vida familiar que está mucho mejor descripto que en el demagógico cuadro final de “La La Land”. Este grado de minucia espectacular solo es posible en el cine. Ahora sí, Chazelle es un cineasta: veremos hasta dónde es capaz de llegar.
Una mujer que alguna vez fue una actriz y su hija de 12 años viajan a un lugar agreste, a una casa que ha sido vandalizada y donde es difícil vivir. Lo que tienen entre manos es un duelo, tratar de rearmarse tras la muerte del marido de la primera y padre de la segunda. No es sencillo y el ambiente refleja el estado de desolación de estos personajes que vemos próximos, casi como seres de otro mundo con los que nos cuesta empatizar.
Y buéh. La cosa es “hagamos de TODO mito una película de superhéroes” y ahí tenemos a un super Robin lleno de anacronismos. Eso no es problema. El problema es que el despelote visual no está equilibrado por desarrollo de personajes, guión, empatía humana o algo que nos provoque deseos de seguir mirando (contraejemplo: aquella bellísima “Corazón de caballero”). Mucho, muchísimo ruido y ni una miserable cáscara de nuez.
La historia de Lizzie Borden (una mujer sospechosa de matar a su familia a hachazos y salió libre a fines del siglo XIX) ha dado lugar a múltiples adaptaciones. Aquí, con algún eco lejano de “La Ceremonia”, aparece el posible amor (sexual) entre Lizzie y una criada, y al sexo en sí como desencadenante del caso. Historia de represión y liberación en clave sórdida, hay algo de “aggiornamiento” políticamente correcto que molesta, pero el suspenso funciona bien.
Lejos de las excelencias de “La chica del dragón tatuado” versión David Fincher esta quinta adaptación de las aventuras y desventuras de Lisbeth Salander a la sombra del diario Millenium (la saga creada por Stieg Larsson, claro) tiene sus ventajas, de todos modos. Al ser una película mucho más modesta en presupuesto, duración y alcance, le permite al realizador ejercer una buena mano para lo que en el fondo es una película clase B con buen presupuesto. Y la clase B era género –nunca fue un término despectivo, aclaremos– y juego con sus elementos. Aquí sabemos algo más del pasado de Lisbeth y también cómo cierta falta vuelve a tomar venganza o revancha (que no es lo mismo). Y sí, tenemos como siempre hombres que no quieren para nada a las mujeres. En cierto punto, es casi una de superhéroes, con Lisbeth como una Batgirl menos respetuosa de la vida de los villanos.
Por suerte ya podemos encontrar “estilos de la casa” alrededor de las firmas más famosas, como Pixar, DreamWorks, BlueSky o Illumination. Estos últimos, europeos de origen, han logrado tomar los elementos más recurrentes del cartoon tradicional y recrearlos para el público contemporáneo de un modo especialmente colorido y musical, como lo demuestran “Mi villano favorito”, “Minions” o la bellísima “¡Sing!”. “El Grinch” es la tercera adaptación a la pantalla (las anteriores, la del maestro Chuck Jones para TV y una muy floja versión de Ron Howard con Jim Carrey) del libro del Dr. Seuss, y probablemente sea la mejor si tenemos en cuenta que el cuento no es precisamente lo mejor que escribió el clásico de la rima infantil estadounidense. De hecho, es la breve historia de un tipo malhumorado que decide robarse la Navidad y a quien el espíritu de la fiesta convierte en última instancia. Lo que hace de esta película algo superior a las anteriores es la justeza y precisión de los gags (hay que llenar noventa minutos con chistes gráficos y la mayoría funciona bien y hasta muy bien) y el diseño, incluso si este nuevo Grinch es muy (muy, pero muy) parecido al Gru de “Mi villano favorito”. Lo más difícil con este cuento es combinar la parte cómica, el sarcasmo del personaje y la ternura que debe terminar triunfando, y esta película lo logra aunque gana más por puntos que por nocaut.
Pareja joven, ella embarazada, muda a casa lindísima que tiene un defecto: una entidad malévola que desea destruirlos. Hay investigación paranormal, escalofríos a reglamento y todo lo que se supone que tiene que tener una película de este tipo. El gran problema es que no decide ser un drama psicológico sobre los miedos que aparecen ante la maternidad o un cuento metafísico sobre la naturaleza del mal. Y en esa diletancia pierde muchas de sus posibilidades como relato de terror.
Después de la sobrevalorada “12 años de esclavitud”, el realizador Steve McQueen decide que va a contar una historia criminal con súper golpe incluido que realiza un grupo de mujeres y, al mismo tiempo, incluir comentarios sobre los problemas políticos y raciales de los Estados Unidos. Demasiada “seriedad” para lo que, de otro modo, sería una linda película de robo sofisticado. El lastre y la necesidad de ser “relevante” están destruyendo todo, y no solo el cine. De paso: le dijeron a Viola Davis que era un drama y consiguió en oferta un rostro crispado que usa toda la película.