Elecciones oscuras Esta nueva versión de Drácula combina la historia real del príncipe Vlad Tell, con el personaje creado por Bram Stoker. El príncipe Vlad, conocido por su brutal costumbre de empalar a sus enemigos, es ahora un hombre casado y con un hijo a quien aún lo torturan los recuerdos, no solo los sangrientos recuerdos de la guerra, sino los de una infancia en la que fue entregado por su padre como rehén al rey turco, donde fue criado y entrenado como guerrero. Sus peores pesadillas se hacen realidad cuando un enviado del imperio Otomano llega a cobrar el tributo, como todos los años, pero esta vez no se conformará solo con oro y plata, sino que también reclama mil niños para engrosar su ejército, y así poder tomar más ciudades europeas; entre esos niños, también se incluye al hijo de Vlad. Sin un ejército para poder hacerles frente -y desesperado ante la idea de que su hijo corra la misma suerte que él-, Vlad recurre a una extraña criatura que vive en una cueva en las montañas, una cueva de la que nadie ha salido vivo. La feroz criatura es nada menos que un vampiro; ambos hacen un pacto, Vlad consigue las fuerzas necesarias para enfrentarse a sus enemigos, pero desconoce el precio que tendrá que pagar por tales beneficios, como la sed de sangre, la oscuridad, y el rechazo de aquellos a quienes a salvado que ahora lo consideran un demonio. La película combina con buen equilibrio batallas épicas, sangre, acción, algunas escenas de amor, y como eje, un personaje trágico que no disfruta de su condición sanguinaria, sino que la vive como una tortura, como el daño colateral de una difícil elección que ha tomado para salvar a su familia y a su reino. Luke Evans hace una buena interpretación del mítico personaje, y si bien ninguna actuación es descollante, nadie a su alrededor desentona. Gary Shore ha realizado una aceptable primera película -probablemente no tan buena para quienes pretendan un Drácula clásico o fiel al libro- estética y técnicamente impecable, donde se destacan las batallas al estilo "300", de esas que aseguran público y pochoclo, con un final abierto, por si los números permiten que una secuela sea posible.
Mi amigo cuervo Jojo (Rick Lens) es un niño bastante solitario, si bien tiene amigos y un muy buen desempeño en el equipo de water polo, siempre juega solo, como si hubiese inventado su propio mundo; camina, canta, habla solo. Un día encuentra un pequeño cuervo al que han echado del nido, y desde ese momento se dedica a cuidarlo, su vida gira en torno a él. El cuervo pasa a ser su mejor amigo, con quien comparte todo, al que cuida y protege. Jojo se convierte en una figura paternal y de protección, tal vez la que a él le falta, ante la ausencia de su madre, y un padre que pasa muchas horas fuera de casa, y que cuando regresa, por más que lo ame, no sabe que hacer con él. A su padre no le gustan los animales, y tarda en comprender la relación entre el niño y el ave, pero es a través de esa relación que ambos logran reconstruir su situación, comprenderse, entender porque Jojo necesita cuidar de alguien, y porque el padre tiene miedo de que se encariñe con el animal. Así de a poco comienzan a largar su enojo, a perdonar y a comprender donde están parados ahora, que son solo dos. Rick Lens es un niño con una gran sensibilidad y dulzura y su interpretación sorprende, siendo un niño tan pequeño es quien sostiene todo el film. La historia es sencilla, de esas que suceden dentro de una familia, pero que aún asi tienen mucho para contar, aunque por momentos puede resultar un poco lenta. La música folk, interpretada por la ausente madre del niño, acompaña las hermosas imágenes de Jojo y su pequeño amigo, en su recorrido juntos, hasta que llega el momento en que cada uno vuele por su cuenta.
La acústica de una ciudad Gretta (Keira Knightley) llega a Nueva York junto a su novio, ambos son músicos, pero él ha tenido suerte antes que ella y consiguió un contrato discográfico por el cual se mudaron desde Londres. Apenas llegan su sólida relación comienza a tambalear cuando la fama marea al joven músico, y poco tiempo después ella se encuentra en una ciudad que apenas conoce, y con un solo amigo Steve (James Corden), otro músico inglés, que toca en calles y bares. Dan (Mark Ruffalo) esta tan solo como Gretta, y si bien la ciudad no le es extraña ha perdido todo lo que ha construido. En poco tiempo pasó de ser un exitoso productor discográfico a ser un desempleado solitario que no sabe como criar a su hija. Una noche ambos coinciden en un bar, Gretta canta una hermosa canción que ha compuesto, solo acompañada por su guitarra, y Dan -borracho y apenas en pie en el medio del bar- no ha perdido aún su privilegiado oído y sabe que esa canción es uno de esos éxitos que se convierten en clásicos. Por esas cosas extrañas del destino ambos se han encontrado en ese bar, y ahora deben confiar uno en el otro, para resurgir de las cenizas y creer que sus sueños aún pueden ser posibles. La discográfica donde Dan trabajaba les cierra las puertas en la cara, por eso ambos deciden hacer las cosas a pulmón, y grabar de forma independiente, pero no solo eso: van a grabar cada una de las canciones en un lugar distinto de la ciudad, con el sonido y el espíritu de cada ambiente, la voz de Gretta, los arreglos de Dan y músicos que los acompañan de onda. Las vueltas por la ciudad, las discusiones, las charlas, ayudan a construir una interesante relación entre ambos, descubren cosas de ellos mismos y se ayudan a salir del pozo, mientras revolean críticas a la industria discográfica. La ciudad es la tercera protagonista, Nueva York es definitivamente hermosa, pero esta es una de esas películas donde es aún más hermosa, y no vemos solo el Central Park o los lugares típicos, sino esos rincones perdidos que son los que representan la esencia de una ciudad. Ambos actores realizan una gran interpretación y la química entre ambos funciona de maravillas; Dan es un cínico, y Gretta una malhumorada, pero como en "Once" John Carney vuelve a retratar una hermosa relación a base de buena música y caminatas por la ciudad, con interesantes diálogos cargados de humor, ironía, y algo de esperanza. Hermosas canciones, un aire indie que recorre todo el film, y un guión tan simple como atractivo, "Begin Again" (su título original) es una de esas historias tan disfrutables como una buena canción.
Terrores gemelos Dante (Luis Machín) es un hombre solitario, dueño de una enorme sastrería, que se ha enterado que su hermano gemelo se suicidó, hecho este que le afecta terriblemente, reflotando sus propios problemas psiquiátricos: una terrible depresión y una fobia a los cadáveres. Luego del entierro de su hermano gemelo y ante la traumática situación de ver su propio rostro en un ataúd, Dante comienza a vivir situaciones extrañas, el tiempo vuelve hacia atrás, y una realidad paralela aparece, algo que al principio parece una alucinación lo sigue como una sombra, se adelanta a sus pasos y es capaz de hacer las cosas que él no se atreve. La historia se desarrolla en ese limbo atemporal, entre realidad e irrealidad, donde el protagonista lucha contra sus alucinaciones, contra sí mismo y contra la paranoia de sentirse perseguido. Este extraño personaje muy bien interpretado por Machín nos sumerge en su mundo, quedamos atrapados en sus miedos y sus delirios, haciéndonos las mismas preguntas que él, pero al mismo tiempo mareados en un tiempo que va y viene, con unos diez minutos de diferencia que alcanzan para que por momentos no sepamos donde estamos parados. Más allá de ese "mareo" con el tema del tiempo, el guión tiene elementos interesantes y personajes bien construidos; el suspenso, la tensión y el miedo no faltan en esta historia. La estética merece un capitulo aparte, es la encargada de atraparnos desde el comienzo de la historia, aunque después nos perdamos un poco. La excelente construcción visual con elementos góticos y algo de gore, más con el agregado del 3D termina siendo lo más interesante del film.
Que hacer con lo que han hecho de mí Guillaume Gallienne ha adaptado al cine su unipersonal teatral, basado en su vida, y especialmente en la relación con su madre. El titulo original del film "Les garçons et Guillaume, à table!" -algo así como "chicos y Guillaume, a la mesa!"- era el llamado de su madre cada noche antes de sentarse en la mesa familiar, y nos adelanta un poco de qué se trata todo esto; Guillaume no era considerado en casa uno más de los chicos, pero tampoco era una chica, aunque así él lo sintiera. Nacido en una familia burguesa y tradicional, la fuerte presencia y el mandato de su madre lo marcaron desde pequeño; Guillaume no era uno más, era el diferente, el que nunca encajaba. Lo mismo le sucedió en otros ámbitos, como la escuela o la universidad. Guillaume relata estas situaciones con una brutal honestidad, sin sentir lástima por sí mismo, sino más bien con un catártico desconcierto, en esa búsqueda de su madurez y su identidad sexual, interpretándose tanto a él mismo como a su madre, tanto a quien manda como a quien obedece; esa mujer fuerte a la que admira e imita, y a la que con el tiempo debe aprender a poner a un lado, para poder construirse. Muy bien armada tanto desde lo narrativo como desde lo estético, Gallienne combina perfectamente las escenas intimistas desde el escenario, con aquellas más dinámicas donde recrea situaciones. Logra que desde el principio empaticemos con su personaje, quien con un tono directo narra todo lo que ha debido atravesar. Él es el eje central de esta historia, y durante la primera mitad de la película logra engancharnos, pero luego algunas situaciones se tornan un poco repetitivas e incluso hasta estereotipadas, en un momento ya parece regodearse en su propio dolor y desconcierto. En el paso del unipersonal al cine el director no ha desarrollado demasiado a los demás personajes, solo a él y a su madre, por lo que el resto parecen la escenografía típica y estereotipada de la vida gay: los hermanos que se burlan, el padre que no comprende, los compañeros de colegio que lo molestan, las chicas que lo tratan como si fuera una más. La película es una propuesta diferente, un humor logrado a base de confesiones por alguien que ha dejado atrás un complicado trauma y ha sabido aprender a reírse de sí mismo, un humor muy disfrutable para aquellos que no buscan una comedia típica y que son adeptos al psicoanálisis.
Las secuelas de la locura nazi Katrine (Juliane Köhler) es una mujer alemana que vive en Noruega, está casada, tiene una hija y una nieta, y a simple vista una vida bastante tranquila. Pero es el año 1990 y luego de la caída del muro algunas cosas empiezan a salir a la luz. Katrine recibe la visita de un abogado (Ken Duken) que requiere su testimonio y el de su madre en un juicio en el cual demandará al estado noruego por los maltratos que han sufrido los niños del plan Lebensborn. Katrine trata de evitar la situación, pero su madre insiste con colaborar, no quiere olvidar lo que ambas han atravesado. Pero que algunas verdades se revelen no será beneficioso para ella. Con una narración simple, interrumpida por flashbacks que nos aportan piezas de este complejo rompecabezas, la película nos atrapa desde el minuto uno, con un suspenso construido a base de un solido guión y muy buenas actuaciones, sin los impactos visuales y sonoros a los que nos tienen acostumbrados últimamente los productos hollywoodenses. La película tiene como escenario el fin de la guerra fria, y el trabajo de la stasi más allá de los muros, pero además remueve un tema tan doloroso como el de los niños de Lebensborn, aquellos concebidos por madres noruegas y soldados nazis durante la ocupación, que primero fueron tratados como niños superiores por considerarlos arios y puros, pero que luego del fin de la guerra fueron considerados una vergüenza, y no solo vivieron maltratos sino que la mayoría de ellos jamás pudo recuperar su identidad. La película muestra un lado muy interesante y poco visto en el cine sobre las consecuencias de la segunda guerra, y Juliane Köhler compone sobriamente a una mujer que no puede sostener la vida que ha construido y que debe hacerle frente a las consecuencias de sus actos, cuando creía que ya todo había terminado.
Superficialidad al sol Un grupo de seis amigas se reunen en una terraza a fines de diciembre de 1995 para tomar sol, ya que esa misma noche van a participar en un concurso de salsa y quieren estar bronceadísimas. En ese escenario, las chicas pasan el día al sol. Con un texto en letras amarillas que cada tanto nos informa la hora, desde temprano hasta que comienza a atardecer, las seis se extienden al sol sobre sus lonitas y se untan con extraños bronceadores caseros. Aparentemente en los noventa no les preocupaba demasiado el cuidado de la piel, ya que ninguna saca de su bolso un protector solar. Entre música en cassettes, lonas transpiradas, bikinis de colores, un poco de ron y un poco de porro, las chicas pasan la tarde casi sin parar de hablar, y lo que comienza como una charla amena y pasatista se convierte de a poco en una catarsis colectiva. Karina (Elisa Carricajo) la psicóloga del grupo -estudiante de psicología, en realidad, y amante de toda terapia alternativa existente- les hace ver que los objetivos que se plantean son imposibles, que no son más que sueños: el novio perfecto, la casa propia, el trabajo donde te valoren. Las convence entonces de que deben plantearse un objetivo más simple, posible de alcanzar, y el sueño común que todas proponen es que dentro de un año en vez de juntarse en esa terraza a asarse como pollos, van a estar en una hermosa playa en Cuba, todas juntas. A partir de ahí, Flor (Carla Peterson) la líder del grupo, una promotora simpática y con carisma, las arenga y las organiza para cumplir el objetivo; las propuestas van y vienen, el sueño se pincha tantas veces como se vuelve a inflar, y mientras tanto las chicas se enojan entre ellas, se critican, se ayudan, se juntan, y siguen manteniendo el mismo objetivo hasta el final de la historia. La película funciona como una buena postal de los 90´s, esa época en que el uno a uno les permitía a muchos viajar, comprar en el súper productos importados, y la superficialidad se nos metía por los poros. Sin embargo, la historia falla cuando pretende ser algo más. Por momentos creemos que las chicas van a ir un paso más allá, y aparecerá alguna crítica o reflexión más profunda, o que a pesar de tanto sol la cosa puede volverse tragicómica, pero no, todo se queda en la superficie, como una foto o un simple retrato. La química entre las actrices funciona muy bien, aunque los personajes son por momentos un poco estereotipados, y a pesar de que cae en algunos lugares comunes sobre la amistad femenina, la película es graciosa, entretenida, y tiene momentos de humor muy bien logrados, la mayoría aportados por Violeta Urtizberea, quien compone a una peluquera un tanto hueca, pero muy extrovertida. El sol parece otro protagonista más de la historia -el mejor logrado-, casi sentimos el mismo calor que ellas, con tanto color cálido que nos sofoca desde la pantalla. La historia ha llegado y se ha ido como una tarde de verano, de esas en las que hemos pasado un buen rato, pero nada más.
Entre dos mundos Mia (Chloë Moretz) tiene 17 años y muchos planes por delante. Una tarde va con su familia en el auto hacia la casa de sus abuelos y sufren un terrible accidente. Mia se despierta en la nieve y se ve a sí misma siendo atendida por los paramédicos, se ha quedado en una especie de limbo en el que puede ver lo que sucede a su alrededor, pero nadie puede verla. Al salir de una complicada cirugía, una enferemera le susurra al oido que ahora todo depende de ella, que tiene que pelearla y que de ella depende si decide quedarse o dejarse morir. El panorama no es muy alentador, Mia recorre el hospital viendo lo que ha pasado con su familia, pero también ve a los amigos que la visitan y la cuidan; la vida no va a ser la misma si despierta, pero a través de recuerdos y recorriendo partes de su vida, Mia podría encontrar razones para quedarse. Así la película relata como Mia llegó a este mundo con padres bohemios y cómo se dedicó a la música desde pequeña convirtiéndose en una talentosa concertista de violonchelo, y cómo su mundo de música clásica colapsó el día que conoció a su novio, un cantante de rock, con una banda en ascenso. Si bien la esencia de la historia podría ser bastante filosófica -cómo la vida cambia en un segundo y si todo lo que hemos construido será suficiente para sostenernos en los momentos difíciles-, la película es un drama romántico para adolescentes. Por eso el director elige deliberadamente tratar el tema filosófico de forma superficial para ahondar en el melodrama juvenil, y así la relación entre Mia y Adam (Jamie Blackley) pasa a ser el eje de la película, entonces el dilema ya no pasa por qué es lo que vale la pena para seguir vivo, sino que todo gira alrededor de los mundos diferentes de los que vienen los enamorados, y si la relación soportará los compromisos musicales de ambos. Chloë Moretz tiene el suficiente carisma y talento como para ser más que una estrella adolescente, por lo que es capaz de llevar muy bien tanto las escenas románticas como las más dramáticas; ninguno de los actores desentona, por el contrario, Mireille Enos y Joshua Leonard interpretan un matrimonio que todos quisiéramos tener como padres. Con hermosas caras jóvenes, y Portland lleno de nieve como escenario, esta película es bastante más que una teen movie, el dilema de la protagonista es realmente complicado y vale la pena ver casi dos horas de película para, de yapa, escuchar una hermosa versión acústica de "Today" de los Smashing Pumpkins.
Adios a un amigo Dicen que cuando alguien cercano muere una parte de él queda con nosotros y una parte nuestra se va con él. Algo de eso tiene este documental. Federico Fellini y Ettore Scola trabajaron en la misma revista, "Marc Aurelio", siendo ambos muy jóvenes; allí comenzaron a desplegar su creatividad, se desarrollaron en la historieta, el dibujo, el humor, y se hicieron muy amigos. A través de un narrador (Vittorio Viviani), vemos los comienzos de ambos en la redacción de la revista, los momentos que compartían, y entre recreaciones, fragmentos de archivo, y escenas surrealistas, se desarrolla este homenaje de un amigo a otro. Lo más llamativo de la historia es su construcción visual, es impecable, desde detalladas recreaciones de época en blanco y negro, hasta creaciones de escenas felinescas, bizarras y coloridas, todo condimentado con los dibujos de ambos, sus charlas, e imágenes de sus películas. Más allá de un homenaje a uno de los más impresionantes creadores cinematográficos, este nostálgico documental es un homenaje, una despedida, de un amigo a otro, vemos la obra de Fellini a través de los ojos de un amigo, de alguien que lo comprendía, y que trasnochaba con él por Roma en busca de inspiración. Scola no solo describe y muestra todo lo que Fellini ha aportado como cineasta sino también lo que le ha dejado como compañero, y cómo su obra ha trascendido más allá de la muerte, como ya es parte de la identidad italiana. Entre jóvenes que quieren crear, Roma de noche, infaltables gordas, circos que parecen de otro mundo e inolvidables mesas de bar, transcurre esta historia llena de imágenes, con la estética de ambos realizadores, donde dos amigos han construido historias, mundos y belleza.
Ni surf, ni canguros La historia comienza diez años después de un colapso económico, sin dar más especificaciones que eso. Todo transcurre en un clima desértico -donde parece no haber refugio para tanto sol, donde la piel de los protagonistas parece estar tan sucia y agrietada como la tierra. Eric (Guy Pearce) es un vagabundo que no tiene nada en la vida más que su auto, cuando un día una banda de delincuentes se lo roba durante una fuga. Sin pensarlo se lanza tras ellos para recuperarlo. En el camino se encuentra a Rey (Robert Pattinson), un miembro de la banda al que dejaron abandonado luego de recibir una herida de bala. Rey es el único vínculo entre Eric y quienes tienen su auto; se convierte entonces en su aliado en una persecución que por momentos parece no tener sentido. La relación entre ambos se da primero por necesidad, y luego porque lo poco que queda de humanidad en ambos parece conectarlos. Rey fue abandonado por su hermano, quien lo dejo -literalmente- desangrándose en el piso; y Eric parece ser el único capaz de cuidarlo, aunque sea para recuperar su auto. Así surge en Rey una especie de lealtad hacia él. El director David Michôd redobla la apuesta luego de "Animal Kingdom" -no estrenada aquí- con personajes aún más viscerales y desbordados, rodeados de agresiones. En esta especie de road movie desértica que por momentos recuerda a "Mad Max", las imágenes son fuertes, los personajes en su mayoría son delincuentes capaces de hacer cualquier cosa por sobrevivir y hay desde tratantes de blancas hasta enanos dealers. Y en el medio de tanta desolación y crueldad, los protagonistas se contienen el uno al otro. La violencia y el salvajismo va escalando escena tras escena hasta que desencadena en un final muy bien logrado. Guy Pearce compone un gran personaje. Duro, de pocas palabras, hermético, y Robert Pattinson sorprende componiendo a un joven débil, levemente retrasado, que parece no tener lugar en un mundo tan violento. Lejos de la imagen turística de canguros y surfers rubios, la película que transcurre en una Australia profunda, atrapa con una atmósfera desértica y violenta que retrata a dos personajes que apenas pueden sobrevivir, sin ninguna estructura social o familiar que los contenga, solo la que ellos construyen.