Solo nos vemos en los velorios La repentina muerte de un padre de familia hace que su parentela vuelva a reunirse nuevamente bajo el mismo techo. La reciente viuda y sus cuatro hijos deberán pasar una semana en la casa familiar, a la que llegan con parejas, hijos, problemas personales, y traumas varios. Los hermanos no están pasando por su mejor momento, Judd (Jason Bateman) aun no le ha dicho a su familia que se separó de su mujer; Wendy (Tina Fey), quien parece una perfecta esposa y madre, no es tan feliz como parece y aun recuerda a su amor de la adolescencia; Paul (Corey Stoll) está agobiado por la empresa familiar y por una esposa a la que no logra dejar embarazada; y finalmente Phillip (Adam Driver), el menor, es un irresponsable y bastante mujeriego. La forzada convivencia, y la vuelta al pueblo donde pasaron la infancia, los enfrenta a viejos recuerdos, y así algunos rencores y cuentas pendientes salen al a luz. Pero todo está narrado en tono de comedia. El alcohol y las hierbas alivian la estadía, y aunque por momentos parezca que todo va a explotar, los hermanos se mantienen unidos y encuentran la manera de enfrentar juntos los problemas. Construida como una efectiva sitcom de casi dos horas, esta película coral tiene de todo: romance, peleas, un poquito de drama, pero sobre todo mucho humor, todo en la medida justa como para no aburrir, aunque por momentos abusa un poco de los gags y cae en algún que otro lugar común. No es la más original de las historias, y no es la primera comedia que comienza con un funeral, pero es una historia dinámica y efectiva que logra destacarse de otras similares con diálogos que abundan en humor ácido e irónico, y con un gran elenco en el que se destacan Adam Driver, Jason Bateman, Tina Fey y la veterana Jane Fonda, como una psicóloga que atormenta a sus hijos hablando abiertamente de sexo y usándolos como ejemplo en sus libros.
Pagando por los pecados de otros En un pueblo pequeño en el norte de Irlanda, un sacerdote escucha una tras otra las confesiones de los habitantes del lugar como si supiera de memoria los pecados de cada uno. Hasta que un extraño personaje, luego de narrarle los aberrantes hechos que sufrió en su infancia a manos de sacerdotes, le dice que exactamente en una semana va a matarlo. Así se inicia la semana del padre James (Brendan Gleeson), como una cuenta regresiva, esperando el día de su muerte. James no parece desesperado, no hace ninguna denuncia, y parece más interesado en salvar su alma, que su vida. La amenaza latente provoca en él la necesidad de revisar sus asuntos y sus vínculos con los habitantes del pueblo, tratar de ayudarlos, de cumplir su rol de sacerdote, ante una galería de pecadores que no parecen poder o querer abandonar sus pecados. Hay personajes violentos, infieles, mentirosos, avaros, frente a los que cada día ve como su iglesia ha perdido valor. La gente del pueblo no siempre lo respeta, incluso hasta lo increpan, y él por momentos más hombre que sacerdote responde con ironía, sarcasmo y a veces hasta con violencia. La historia es intimista, pequeña, y no pretende ser una reflexión sobre la situación actual de la iglesia católica; es una foto, un retrato de un pueblo que podría estar en Irlanda o en cualquier otro país católico, pero que muestra la relación que las personas comunes tienen con la religión que han heredado, de la que a veces dudan, o a la que a veces se aferran, y quienes pagan las consecuencias son los empleados que atienden al público, en este caso, el cura del pueblo. Puede que el final de la historia no colme del todo las expectativas, pero Brendan Gleeson compone extraordinariamente al padre James, y los elaborados diálogos le dan un enfoque interesante a un tema tan tratado como la crisis religiosa, lejos de lugares comunes, y cargados de cinismo.
Héroes y nerds Hiro es un niño con una enorme capacidad, a pesar de tener tan solo trece años ya ha terminado el secundario y pasa sus días armando sofisticados robots, con los que gana dinero en peleas clandestinas. Su hermano Tadashi, tan inteligente como él, pero más aplicado, lo convence de concurrir con él a la universidad y allí conoce a su grupo de amigos, unos simpáticos y brillantes nerds: Gogo Tomago, Honey Lemon, Wasabi y Fred, tan raros como inteligentes, capaces de crear cualquier cosa. Luego de un hecho dramático, Hiro se refugia en su habitación y nada parece poder sacarlo de allí, hasta que dentro de una caja encuentra a Baymax, el robot en el que estaba trabajando su hermano. Baymax es un enorme y gordo robot, parecido al muñeco de Michelín, al que Tadashi programó para ser un amable y simpático asistente médico. Pronto se convierten en compañeros y amigos, y es esa relación la que le aporta humor y ternura a la historia. Ante la llegada de un malvado enmascarado a la ciudad que ha robado la tecnología creada por Hiro -y como sucede en estos casos la utiliza para el mal-, este se une a sus amigos, quienes creando sofisticados trajes se convierten en super héroes, junto a ellos y con la ayuda de Baymax, al que ha tuneado y reprogramado para que pueda luchar y volar, tratarán de salvar la ciudad. La estética animé está presente en toda la historia, tanto que la ciudad donde se desarrolla se llama San Fransokio, y es una detallada y colorida mixtura entre la ciudad californiana y la japonesa. La película tiene la estructura clásica del camino del héroe en versión infantil, pero tiene además detalles que remiten a películas como "Godzilla" o series como "Mazinger Z" (de la que es imposible no acordarse cuando Baymax lanza sus poderosos puños) que la hacen entretenida para los adultos y le abren la puerta a los chicos para conocer otra clase de animación. Disney y Marvel se fusionan en una película que tiene como protagonista a un niño huérfano, que luego se une a un grupo de variados super héroes (con trajes que nada tienen que envidiarle a Iron Man) dando como resultado una de las mejores películas de animación del año.
Atrapados en los 80´s Lisa Johnson (Abigail Breslin) vive con su familia en una hermosa casa de los suburbios. Papá, mamá, y un hermano pequeño, todos viven en armonía, un día tras otro, pero apenas pasados unos minutos de la película notamos que esa armonía tiene algo extraño, que se torna monótono, rutinario, porque cada día es exactamente igual al otro, todo en el mismo lugar, en el mismo horario, y siempre dentro de la casa, la familia no tiene conexión alguna con el exterior. Algunos elementos como un Atari, un antiguo teléfono con cable o algunos pósters en la habitación nos señalan que la familia vive en la década del ochenta. Lisa sabe que algo no anda bien, conoce de memoria todo lo que va a suceder en esa agobiante rutina, porque Lisa es la única que sabe que los cuatro estan muertos. Atrapados en la casa, como una especie de limbo del que no pueden salir. Agobiada por la situación trata de averiguar qué ha pasado con su familia, cómo murieron, y tal vez de esa forma pueda despertar a los demás. Las respuestas llegan cuando Lisa logra conectarse con una chica que vive en la casa en la actualidad, es ella quien la ayudará a obtener respuestas, al mismo tiempo que un extraño y amenazante personaje (Stephen McHattie) visitará la casa y tratará por todos los medios de que Lisa no obtenga información y que la familia nunca pueda salir de allí. La historia construye un clima opresivo y angustioso, que logra que empaticemos con la protagonista, que podamos compartir su encierro y sus ansias de libertad. A medida que Lisa se conecta con el presente y el pasado de la casa, la película se torna más dinámica y se suman elementos de terror y suspenso. La trama es un tanto predecible, ya hemos visto varias historias similares sobre muertos que no saben que lo son, o que quedan atrapados en este mundo hasta que logran pasar a otro plano. Vincenzo Natali construye de forma minuciosa una espiral de situaciones que al llegar al final nos deja un poco con las ganas, ya que de algun modo, todos sabemos como terminan este tipo de historias. Abigail Breslin logra una muy buena interpretación de esta heroína adolescente que se pone al hombro la situación y enfrenta todo tipo de penurias para llegar a la verdad, y Stephen McHattie encarna a un siniestro personaje que realmente da miedo. "Un pasado infernal" es una entretenida película de suspenso, filmada de forma prolija, con una muy buena fotografía y una interesante estética, que utiliza elementos clásicos y conocidos, y que sabe enganchar al espectador logrando que salga del cine bastante asustado.
Una hermana en las sombras Nanneri (Marie Féret) fue la hermana mayor del celebre Wolfgang Amadeus Mozart. Su padre era un estricto músico que instruyó a sus hijos desde pequeños, y los llevó en interminables giras por cortes y palacios mostrando las habilidades musicales de los pequeños, que en general dejaban boquiabiertos a los espectadores. Pero en esa época ciertas cosas no eran para mujeres, por lo que Nanneri debía limitarse a tocar el piano y cantar con su aguda y dulce voz. No se le permitía tocar el violín en público, y las lecciones de composición musical eran solo para su hermano. Por esto, la joven debió recurrir a su astucia y esfuerzo para aprender a escribir música, y convertirse en compositora. Si bien a simple vista es una película de época, que describe con veracidad cual era el lugar de las mujeres en la sociedad francesa del siglo XVIII, se trata al mismo tiempo de una historia familiar, intimista, cuyo núcleo es la relación de un padre con sus hijos. La película refleja la adolescencia de Nanneri, cuando vive una etapa de conocimiento tanto interno como externo, cuando llega a ser consciente de su capacidad, y de cuales son sus verdaderos deseos y al mismo tiempo los conciertos donde su padre la presenta la llevan hasta la corte de Francia donde conoce a gente que aprecia su talento, lo que la convence aun más de lo que quiere. Nanneri experimenta entonces su despertar como intérprete y como mujer, pero los desencantos amorosos, sumados a las presiones sociales y sobre todo a las exigencias de su padre, la obligan a renunciar a lo que quiere. La hermosa y detallada reconstrucción de época, la estética rococó, refleja la recargada y opresiva atmósfera en la que se vivía, el riguroso protocolo, y las presiones con que debía lidiar una mujer. Muchos datos históricos están ajustados -por ejemplo las composiciones de Nanneri, en realidad jamas se han conocido- dándole más valor a la mirada femenina sobre la historia, que a la veracidad de los hechos, lo que hace que por momentos la historia se torne un tanto redundante, y caiga en algunos lugares comunes, cuando en realidad no hace falta aclarar demasiado que en ese tiempo se estaba bastante lejos de la igualdad de géneros. Pero aun así la película muestra sin interpretaciones exageradas y con gran sensibilidad, la historia de una mujer que vivió a la sombra de su hermano y que nunca consiguió el reconocimiento que merecía, o al menos el que esperaba.
Un pasaje en el desierto En el año 1882 el ingeniero danés Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen) llega a la patagonia junto con su hija Ingeborg (Viilbjork Malling) para trabajar en la campaña del desierto. Allí ambos se encuentran en un mundo totalmente diferente, un ambiente hostil, tanto por el clima desértico, como por lo difícil de la convivencia entre los militares; más aun cuando Ingeborg, la única mujer en el campamento, comienza a despertar el interés de algunos de ellos. Finalmente, una noche Ingeborg huye con un soldado, y su padre ante la desesperación de no encontrarla se calza el uniforme y sale armado a buscarla. En el camino encontrará de todo: muertos, violencia, indios desesperados, hasta que quedará a pie y perdido buscando a su hija. Narrada con muchas imágenes y pocas palabras, con luces ficticias en un clima natural -lo que provoca una atmósfera onírica que será la que abra el camino para lo que vendrá después-; el filme de época desaparece para darle lugar a un sueño, a una extraña reflexión existencial sobre el tiempo, sobre el lugar, sobre ese mundo que cerca o lejos siempre va a estar ahí, y el tiempo como una constante en la que siempre importan las mismas cosas, como por ejemplo la relación entre padre e hija. La película comienza como un filme histórico, con una minuciosa y minimalista reconstrucción de época, en el enorme desierto son los objetos los que nos ubican en la época; la ropa, los elementos que usan los agrimensores, las armas. La película pretende luego ir más allá de eso y se torna en un relato existencial sobre el tiempo y nuestra situación en el mundo, y es al dar ese volantazo que pierde el rumbo, y nos perdemos también nosotros como espectadores, porque el ritmo en el que está narrada no puede sostener semejante cambio, y termina convirtiéndose en una historia pretenciosa que no alcanza ni la categoría de western o filme de época, ni la de uno reflexivo o artístico. La fotografía merece un capitulo aparte, la forma en que retrata la patagonia, que de por sí es hermosa, aunque el desierto no sea su cara más conocida ni más turística, pero la erosión de las rocas y los estragos del viento cerca de la costa resultaron ser el escenario ideal para una historia despojada, que por momentos no parece tener ni pies ni cabeza, pero que si algo logra es un clima extraño e interesante, donde Viggo Mortensen realiza una gran actuación.
Un camino peligroso Valle Viejo y Malabrigo son dos pueblos separados por un bosque, casi pueblos fantasma desde que se cerró el aserradero que le daba trabajo a la mayoría de sus habitantes. En esos desolados pueblos se cuenta una leyenda sobre el día de los muertos, y verdad o no, todos los días dos Noviembre algo sucede, alguien desaparece. Y este año no será la excepción. Un chico bañado en sangre aparece caminando por la ruta, desorientado, y pronto descubren que es Elías (Nicolás Alberti) el hermano de Santiago (Juan Gil Navarro), un policía del pueblo, quien lo lleva a su casa en estado de shock. La relación entre los hermanos no es buena, ambos han sido pareja de la misma mujer (Agustina Lecouna) y nunca han podido arreglar las cosas. Mientras la policía investiga, Santiago tratará de averiguar por su cuenta qué es lo que sucedió esa noche, cuando luego de que Elías salió con tres amigos, solo él apareció con vida. Varios flashbacks y recuerdos de una noche de campamento, en que los hermanos escuchaban una historia de terror cuando eran pequeños, son piezas para ir armando el rompecabezas para saber si lo que sucede es leyenda o realidad, si es sobrenatural, o si como dice quien cuenta la leyenda, solo hay que tenerle miedo a las personas. Desde el comienzo la historia construye un buen clima de suspenso, con elementos clásicos del genero, como noches de campamento, cosas extrañas que suceden en un camino por el que nadie se atreve a transitar, y leyendas de pueblo. Es una historia de terror que no innova demasiado, pero que sabe generar miedo y tensión, con algunos lugares comunes y un final que nos deja un poco con las ganas, todo se resuelve muy rápido y de manera abrupta. El trío protagónico realiza buenas actuaciones, al igual que Carlos Kaspar, quien interpreta a un policía que no tiene miedo en investigar lo que sucede, y será el encargado de ayudar a Santiago. Flashes de imágenes rojas, sangrientas, se mezclan con las imágenes reales, como un contraste entre ese pueblo gris y el secreto que esconde, y los protagonistas deberán encargarse de descubrir de una vez por todas que es eso que todos los años atormenta al lugar.
Un detective sin licencia Matt Scudder (Liam Neeson) es un expolicía, alcohólico en recuperación, devenido en detective privado sin licencia. Un traficante de heroína lo contrata para encontrar a quienes secuestraron y mataron a su esposa. Le cuesta aceptar el encargo, pero lo hace y ya le resulta imposible no involucrarse demasiado. Los hombres que está buscando no son simples secuestradores, son asesinos de mujeres, y el modo en que las matan cargado de sadismo, hace que tome las cosas de modo personal, y a través de la resolución de ese crimen encontrar su propia redención. Narrada con las características típicas de un policial negro, la película nos envuelve en un rompecabezas cada vez más perverso, en el que el protagonista parece nunca perder el control y actúa con calma y precisión, como un hombre que ha visto de todo y que nada parece afectarle. El rol del detective que actúa al margen de la ley, parece hecho a medida para Liam Neeson, que últimamente viene haciendo un policial tras otro, solo que en este, por suerte, no lo vemos en ridículas escenas de acción, sino como un hombre oscuro, que parece estar de vuelta. La historia no innova demasiado; es más, por momentos es hasta predecible, pero tiene un buen guión, una mezcla de suspenso y policial, con una atmósfera oscura que atrapa desde el comienzo, con escenas potentes y brutales, y un desenlace efectivo que le da un buen cierre a la historia.
Claustrofobia con cámara en mano Una vez más llega a la pantalla otra película de terror narrada en forma de documental. Scarlett (Perdita Weeks) es una arqueóloga obsesionada con encontrar la piedra filosofal, por lo que ha recorrido medio mundo y atravesado toda clase de aventuras para encontrar datos que finalmente la dirigen a las catacumbas que se encuentran debajo de la ciudad de París. Allí se dirige con su documentalista, tres "guías" franceses a los que encuentra en una especie de fiesta gótica y que se dedican a llevar turistas por esos oscuros y tétricos laberintos; y finalmente completa el equipo otro arqueólogo, amigo de la protagonista, cuyos conocimientos de arameo son fundamentales para la misión, pero que ha tenido malas experiencias trabajando con Scarlett. El ecléctico equipo se sumerge en las catacumbas a través de una entrada no oficial, y guiados por los tres franceses comienzan a recorrer la laberíntica y lúgubre zona llena de huesos, encontrando antiguos escritos en las piedras que los guían hacia zonas cada vez más profundas. No pasa mucho tiempo hasta que la expedición arqueológica deja de ser tal y los sucesos sobrenaturales comienzan: apariciones, sangre, y todo tipo de estruendosos accidentes de alto impacto registrados por las cámaras que llevan en sus cascos. Aparentemente el equipo se está acercando demasiado a las puertas del infierno, y salir de allí les va a costar bastante. La película maneja la misma estética y dinamismo de otras historias similares que aún sacan provecho de "The Blair Witch Project". Pese a los bruscos movimientos de las cámaras la historia está bien filmada, las locaciones parisinas le dan un toque interesante, y el recorrido por las catacumbas logra una sensación no apta para espectadores claustrofóbicos; pero la historia llena de lugares comunes del género no logra despertar interés, el miedo está construido a base de impacto, sobre un guión que parece un "copy-paste" de otras tantas historias similares.
Microclima para cuatro Roz (Robin Wright) y Lil (Naomi Watts) son amigas desde la infancia, muy unidas, viven en casas vecinas, trabajan juntas, y cuando no están trabajando pasan sus días en la playa o en los jardines de sus casas en un pueblito paradisíaco, en la soleada Australia. Con tanta amistad entre las chicas es lógico que sus hijos se hayan criado juntos, casi como hermanos, y que sean tan unidos como sus madres. Lil es viuda y a Roz no le interesa mudarse con su marido cuando este consigue trabajo en Sidney, por lo que con el tiempo la pareja se separa. La única constante en sus vidas son ellos cuatro, sus cenas, sus charlas, ese equilibrio y ese microclima que han logrado en el que los cuatro son realmente plenos, y el afuera parece no existir. Todo parecería una especie de idílica familia ensamblada sino fuera porque cada una comienza un romance con el hijo de la otra, ambas historias empiezan con el atractivo de lo prohibido y algo de culpa, ambas relaciones se mantienen en secreto por un tiempo, pero luego las cosas se blanquean, los cuatro aceptan la situación, y parecen ser aun más felices que antes. Basada en la obra de Doris Lessing titulada "The Grandmothers", el relato no se trata de una historia erótica sobre relaciones prohibidas, ni sobre mujeres cuarentonas que se liberan, sino del amor que se encuentra de formas no tradicionales, y que debe mantenerse en secreto en una especie de clandestinidad, cuando la vida íntima no parece compatible con el afuera, y es entonces que los protagonistas se debaten entre hacer lo correcto, lo esperable, o hacerle caso a sus pulsiones. Ambas actrices están muy bien en sus roles, interpretan con naturalidad a madres cariñosas que se van a la cama con un chico de la edad de su hijo, y las relaciones son creíbles, logran que uno vea amor en esas parejas, no solo sensualidad. La historia está narrada con simpleza, de forma intimista, pero por momentos demasiado contenida, sobre todo a partir de la mitad de la historia donde el relato pierde un poco de fuerza y cuando esperamos ver las consecuencias de esas relaciones complicadas, socialmente objetables, solo vemos dos mujeres a las que les preocupa más el abandono, que el resultado de sus acciones.