La decisión del sueco Daniel Espinosa de adaptar a la pantalla grande la novela Child 44 es extraña, viniendo de una carrera dentro y fuera de Suecia encaminada en el thriller de acción con Snabba Cash: Easy Money y, ya en tierras anglosajonas, con la interesante Safe House. Pasar de la acción a raudales a un thriller político en la era stalinista funciona como paso al costado para el director, ya que Child 44 resulta extremadamente densa y demasiado larga para aguantar su pesimista y mórbida trama. Dentro de ella hay una o varias grandes historias, pero la mezcla de tramas y la no firmeza que se genera al no apoyar sólidamente los pies para uno u otro lado hacen que la atención del espectador pierda fuelle y se termine aburriendo en el camino. Y con semejante argumento, es difícil que se pierda el foco. En medio de una horripilante seguidilla de muertes infantiles, hay una cortina de humo que propone el gobierno, ya que el asesinato no es algo que ocurra bajo su atenta mirada, y es más propio de otras latitudes capitalistas. Ya con ese dato es suficiente para captar todas las miradas y más si el protagonista está interpretado con todas sus aptitudes actorales por Tom Hardy, quien se encuentra a gusto en papeles de este estilo. Hardy es Leo Demidov, un militante de la causa que tiene fe ciega hasta que se demuestra todo lo contrario y, por ir contracorriente, es desviado de su investigación para poner el foco en su propia familia, ya que su esposa es tildada como una traidora al sistema. Entre una trama y la otra fluye el film, salpicado con un elenco de excelente nivel que lamentablemente no lleva a ningún lado. Hardy y Noomi Rapace vuelven a compartir escenas luego de su pasada por The Drop, y tienen el suficiente carisma para sacar adelante su parte, mientras que virtuosos como Gary Oldman, Vincent Cassel y hasta Joel Kinnaman venden con muchas ganas sus papeles de época. Pero el naufragio ocurre desde el guión y la dirección, al intentar Espinosa y su guionista Richard Price abarcar mucho y enfocarse en poco, hasta adicionar un par de escenas de acción que no combinan para nada con el tono político y policial que se vino cimentando desde el comienzo. Así, Child 44 termina siendo un film fallido, que tiene virtudes por sobre su inspirado elenco, pero al final se queda corto con tantos aires de grandeza que tiene. Más allá de la promesa de su trama, no hay mucho más que un par de potentes escenas dramáticas y la ilusión de una historia bien contada.
El pasado enero se dio por terminada la saga del ex-agente Bryan Mills con Taken 3, una triste sombra de lo que alguna vez fueron un excelente comienzo y una aceptable secuela. Tres meses después desembarca en los cines locales la tercera colaboración entre Liam Neeson -nuestro nuevo Chuck Norris- y el barcelonés Jaume Collet-Serra, quien sigue puliendo sus artes en el cine de acción y esta vez entrega una persecución nocturna que tiene sus correspondientes altibajos, pero que resulta mucho más entretenida que el anteriormente mencionado cierre de trilogía. En Run All Night, entonces, tenemos a Neeson como un avejentado matón de la mafia, alcohólico y alejado de su único hijo -Joel Kinnaman-. Por un giro del destino y la metida de mano del guión de Brad Ingelsby, padre e hijo deberán unir fuerzas para sobrevivir a una noche caótica en donde el implacable jefe mafioso interpretado por Ed Harris buscará venganza tras la muerte de su alocado y cocainómano retoño. El primer signo de que estamos ante una propuesta mucho más satisfactoria que Taken 3 es su calificación, una fuerte R en contraste con el tímido PG-13 de la última aventura de Bryan Mills. Acá los golpes duelen, las puñaladas desgarran y las balas hacen los suyo con bastante credibilidad, por lo que la carrera contrarreloj es mucho más azarosa y peligrosa. Acá cada segundo cuenta y la vertiginosidad que Collet-Serra le impone al film se siente. También funciona la química entre los actores. Mientras que el frío distanciamiento presente entre Neeson y Kinnaman se antoja real, la relación entre colegas que tienen Nesson y Harris es mucho más satisfactoria. Es una conexión de lealtad que se remonta a muchos años atrás y pone en aprietos a un padre que debe decidir entre el sacrificio de una amistad de hierro y el deber para proteger a su progenie. La feroz disyuntiva es lo mejor que tiene para ofrecer la película, mucho más que sus vistosas escenas de persecución y acción, e impone respeto para con el peso que le otorgan los veteranos actores a su interpretación. Run All Night no tiene esa edición acelerada y estúpida que sí tenía Taken 3, sino que está mas comedida, restringida a los combates cuerpo a cuerpo que Neeson puede proveer a sus increíbles 63 años de edad, y Collet-Serra se encarga de agregar adrenalina en otras escenas, acompañadas por una banda de sonido cortesía de Junkie XL que le dan ese agite extra que el film requiere. Aunque el guión no está mal desarrollado y no toma por idiota al espectador, hay cabos sueltos que merecían un mejor trabajo o simplemente no existir. El detective recio de Vincent D'Onofrio y la pequeña aparición de Nick Nolte saben a poco, así como el indestructible asesino de Common, que entra tarde al juego y se queda durante mucho más tiempo del permitido. La ecuación que han encontrado Collet-Serra y Neeson parece inquebrantable, pero habría que darle un respiro a partir de ahora. Con grandes escenas de acción y un buen sentido del entretenimiento pochoclero, Run All Night sobrevive a su noche de escapismo puro gracias a sus interpretaciones, que mantienen lo que sería un jenga de clichés bien firme.
La imagen ganadora en Avengers: Age of Ultron, ese momento que llena de adrenalina, ya pudo verse en el último trailer y está presente en los primeros cinco minutos de la película: ese glorioso salto en slow motion donde el sexteto vengador ataca sin piedad a sus enemigos. Con esto no quiero decir que la bombástica secuela no tenga una gota de emoción en todo su recorrido, pero con las expectativas tan altas y con la exigencia que se le insufló día a día al director Joss Whedon, el resultado es lo que todos esperaban, pero por otro lado puede haber un pequeño gusto amargo cuando la película termine. Sin perder ni un sólo segundo de tiempo, el guión del propio Whedon pone a los Vengadores en el campo de batalla, invadiendo el territorio de la imaginaria nación de Sokovia, hogar del Barón Strucker y residencia provisoria del Cetro de Loki. También vemos en acción a los gemelos Pietro y Wanda Maximoff, a los que se los separa instantáneamente de su naturaleza X-Men con un diestro movimiento de guión, sencillo pero que funciona. Strucker no es una amenaza poderosa para el grupo, pero sí lo es Wanda, que instila una imagen de terror en Tony Stark, que lo empuja a darle la espalda a su grupo y, con la ayuda de Bruce Banner, intenta crear un escudo de paz mundial que fracasa estrepitosamente. Hola, Ultrón. Ultrón es lo más parecido que tiene el universo Marvel a Skynet, una mente artificial que se hace poderosamente inmensa con la ayuda de Internet, y prontamente está en todos lados. Lo que Skynet no tenía -una personalidad- Ultrón la tiene, con la convincente y un toque sexy voz de James Spader, que le da corporeidad al personaje aunque el villano no posea un cuerpo de carne y hueso. Whedon dijo en entrevistas que Spader fue la primera y única opción que consideró para Ultrón y es imposible no creerle. La voz del actor crea un peso alucinante y le da potencia a la amenaza, aunque para ser un constructo artificial a veces puede tener demasiada personalidad, e incluso hasta soltar un par de chistes, made in Whedon. Lo que nos lleva al siguiente punto: Age of Ultron se ahoga en humor. Desde el guión, Whedon dispara a morir una cantidad aplastante de one-liners para todos y cada uno de los integrantes del grupo y el resto del elenco. Este humor simplista es el centro neurálgico de la carrera del director y, por ósmosis, de Avengers. Funciona porque distrae y resulta cálido, pero contrastado con la amenaza latente sobre el mundo, hay algo que genera una fricción importante. Le falta un poco del cinismo lúgubre que tanto se le critica a DC Comics, un poco de mala leche, pero no mucho se le puede pedir a Disney, la casa que alberga a Marvel. Con esto no digo que el universo compartido tenga que ser pesimista, pero una pizca no le vendría nada mal. En este punto, ningún villano parece estar a la altura de los Vengadores, e incluso la amenaza de Ultrón no es enemigo de medida para ellos. El riesgo latente de Thanos se presenta como el enemigo final pero ¿mientras tanto? Ultrón les da pelea, pero lo que está en juego no es tan interesante como lo que pasó y lo que vendrá. Mientras tanto, el espectáculo de la acción ocupa toda la pantalla y los sentidos. Durante dos horas y veinte minutos que se sienten como si fuesen quince minutos, el poder de Whedon se siente delante y detrás de la cámara. Delante, porque ya malacostumbró a la platea a esperar una avalancha de efectos asombrosos, y escenas de combate a todo vapor, pero el verdadero talento se encuentra detrás, humanizando a los personajes y dándoles vida a través del guión. La semilla de la discordia y el nacimiento de Ultrón es generada por el ego del Tony Stark de Robert Downey Jr., y hay una pequeña rendija al futuro con el disentimiento entre Stark y el Capitán América de Chris Evans que llevará a su punto álgido en Captain America: Civil War. La historia romántica de la Viuda Negra y Bruce Banner reside en la química entre Scarlett Johansson y Mark Ruffalo. La trágica historia de los gemelos Maximoff está unida al pasado de Tony Stark y, finalmente, se vislumbra la vida del Clint Barton de Jeremy Renner, detrás de la máscara de Hawkeye. Si vamos al caso, las visiones que genera una primeramente villana Elizabeth Olsen en los Vengadores afectan mucho más que las consecuencias más próximas de Ultrón. Todo pasa por el costado humano del grupo y es ahí donde reside la maestría de Whedon, donde inevitablemente Age of Ultron se convierte en una gran secuela, que funciona mas allá de sus costosos efectos especiales y sus lujuriosas persecuciones por el mundo, escenas que todos esperábamos y que ya no impresionan como antes. No se puede negar que Age of Ultron es el espectáculo que todos estaban esperando, pero la sensación de que es un mero tránsito entre continuaciones para llegar al gran clímax le quita un poco de ese sentimiento de evento cinematográfico. En cuanto a lo que está en juego, previos productos de Marvel lo han hecho mejor, pero se agradece mucho que Whedon no se haya visto arrastrado en la vorágine de tantos personajes juntos, e incluso introducir nuevos y no intentar superar lo que hizo antes.
En algún momento de su reciente carrera, Tim Burton se perdió en ese mundo psicodélico y torcido en el que vive. Por cada pequeña joya como Frankenweenie, tuvimos que aguantar las pesadas y fláccidas Dark Shadows y Alice in Wonderland, y ya su relación casi sexual con su actor fetiche Johnny Depp se ha vuelto motivo para revolear los ojos en desdén. Para volver a sus raíces, Burton necesitaba un relato interesante, centrado, y ahí es donde entra Big Eyes, basado en una historia real muy humana y con grandes protagonistas que, por una vez en la vida, se agradece que no sean el Depp y Helena Bonham Carter. Trabajando por primera vez -y esperemos, no sea la última- Amy Adams encarna a la tímida artista Margaret, quien al escapar de un matrimonio fallido cae en las fauces del encantador pero traicionero Walter Keane, del deliciosamente malvado Christoph Waltz, quien la empuja a una vida de engaños al verse forzada a mentir con tal de que su arte se vea en casi todos los hogares. Margaret le dice en algún momento de la película a su mejor amiga que no es ingenua, pero es precisamente esa ingenuidad la que la hace caer en las pequeñas mentiras de Walter, que irán creciendo poco a poco hasta conformar el fenómeno de los ojos grandes que fue furor en los '60. Burton no tiene que enroscarse mucho con la historia y se agradece que elija aumentarla con esos pequeños detalles que tan bien le funcionaron en el pasado: una tranquila banda sonora compuesta por Danny Elfman, la fotografía luminosa y llena de colores de Bruno Delbonnel, y esos diminutos toques extravagantes que no ahogan, sino que ayudan a expresar las emociones de la protagonista y el encierro en el que vivió durante toda su vida. En la historia de Scott Alexander y Larry Karaszewski no se busca juzgar las decisiones de Margaret, sino realzar la vida sofocante de ser la persona más callada del matrimonio. Esta idea es ayudada gracias a la interpretación de Adams, de una sencillez apabullante. Amy ya ha demostrado antes sus credenciales y sorprende una vez más en la creación de un personaje sentido y muy humano. Uno con emociones a flor de piel y una ingenuidad tan grande como los ojos de sus pinturas, una ingenuidad que irá desapareciendo poco a poco a medida que encuentre las fuerzas para ir batallando al monstruo de su marido, que ha ido alimentando ella misma con los años. Waltz está en su salsa como el timador que aún con el agua al cuello encuentra motivos para seguir mintiendo, incluso cuando queda en ridículo constantemente con la sucesión de eventos presentes. Big Eyes nunca llega a ser una comedia, pero tampoco tiene pinceladas gruesas de drama. Es un territorio francamente poco explorado por el director, pero que le funciona de maravillas para contar una historia increíble pero muy cierta. Después de algunos desaciertos con aventuras pasadas de locura, es una bocanada de aire fresco que Burton se haya enfocado en algo de un calibre tan comedido y agradable.
Luego de haber generado una piedra fundamental en el horror con The Blair Witch Project, Eduardo Sánchez y su compañero Daniel Myrick siguieron sendas separadas, pero siempre dentro del género. Ninguno pudo llegar nuevamente a pisarle los talones a ese film esencial del metraje encontrado, pero claro está que lo han intentado varias veces. En este caso, Sánchez eligió seguir su carrera con el enfoque de la cámara en mano, pero abordando la leyenda de Pie Grande y con algún que otro cambio en una fórmula claramente gastada. El resultado final es Exists, una mezcla de buenas y malas ideas que es sólo un 25% del potencial que alguna vez supo demostrar el director. Todo comienza entonces con un grupo de cinco amigos en ruta a una cabaña en el bosque para pasar un fin de semana de descanso, alcohol, música, drogas y sexo. Vamos, el combo perfecto para que todo salga mal. En el camino, en plena oscuridad y en el medio de la nada, embisten algo. Sin hacerle mucho caso y culpando a un animal, el quinteto sigue sin mirar atrás, sin saber que han cometido uno de los peores -y quizás últimos- errores de sus vidas. Si algo no se le puede reprochar a Exists es que vaya al grano casi instantáneamente. El film tiene que aprovechar sus acotados 85 minutos de duración y utilizarlos convincentemente, y lo hace... con clichés a morir. Uno de los grandes protagonistas de The Blair Witch Project y las subsiguientes películas de Sánchez era el diseño de sonido, que asustaba mucho más que las imágenes, o lo que se vislumbraba en las penumbras. Acá es uno de los motores de la película, que estremece con cada aullido del villano peludo, mucho más que sus apariciones a la luz del día. El gran cambio de la amenaza -tanto de noche como a plena luz del día- es una brisa de aire fresco, pero que le quita un poco de mística al acoso nocturno de siempre. Eso y que el diseño de la criatura causa pavor por su veracidad y rapidez. Es una lástima que los pequeños detalles no sumen a la hora de establecer credibilidad con los protagonistas, una pandilla de idiotas detestables a los que, en vez de vitorear para que sobrevivan, uno grita a la pantalla por las decisiones imbéciles que cometen. Sin estas no habría película, sí, pero el nivel de idiotez no permite que se conecte en forma fehaciente con ellos. Aún así, la revelación final realza un poco la historia y conlleva a una interesante resolución, que si bien no salva el resto del film, termina con algo de dignidad un proyecto fallido. Exists se queda en territorio explorado y ofrece poco en materia de terror en estado puro, como sabemos que el cubano Sánchez supo conjurar en algún momento de su carrera. Si quieren acercarse a un film de Pie Grande más cercano en espíritu a The Blair Witch Project, les recomiendo Willow Creek, de Bobcat Goldthwait, una película mucho más lenta que la presente, pero con escenas más escalofriantes y sugestivas que la explotación acá presente.
Monkey Kingdom es el octavo documental patrocinado por la rama Disneynature, esa productora que cada año y medio conecta a los espectadores con el lado más salvaje y tierno de la naturaleza. La ocasión en esta oportunidad es presenciar sigilosamente la vida y obra de una manada de macacos, en un documental tan inmersivo como sorprendente. Con la grandiosa ayuda de la voz en off de la comediante Tina Fey, el foco de Monkey Kingdom es la graciosa Maya, una mona obrera que está en lo más bajo de la cadena de la sociedad a la que pertenece. Pero como bien lo indica la narradora, Maya es la heroína de esta historia y, como buen producto de Disney que se precie, todo saldrá bien al final. Por supuesto, no sin antes transitar unas cuantas lecciones de vida. Dirigida por Mark Linfield y Alastair Fothergill, quienes no son novatos en el campo de estos documentales, los ochenta minutos de duración se pasan volando con una historia mínima pero bien contada, y unas imágenes bellísimas y sorprendentes. Mas allá de la simpática y amable historia, ideal para una salida en familia con los más pequeños, es para aplaudir la inmersión que lograron los directores en el mundo de los monos, donde los animales parecen no notar la presencia de que algo los observa continuamente y se abocan a vivir sus fascinantes vidas en el ocio de su palacio en ruinas, que coparon hace muchos años atrás. Y no sólo el grupo de primates, sino que también son partícipes de un momento de cámara elefantes, pavos reales, leopardos, una elusiva mangosta y hasta un majestuoso pero temible Dragón de Komodo. La fórmula de estos documentales no les escapa a lo simplista, ya que es un conjunto de ideas que ha funcionado en el pasado, pero el extraordinario material capturado es lo suficientemente potente para garantizar una interesante aventura, sobrepasando el enfoque narrativo que parece impuesto para no perder a un sector infante de la platea.
No hay que buscar mucho mas allá del título de Hector and the Search for Happiness para saber que estamos frente a una feel good movie de esas que incluyen un viaje introspectivo para el protagonista, uno con itinerario incluido, y si es alrededor del mundo, mejor. Casi a la manera de Eat, Pray, Love pero con una figura masculina al frente y un tono bastante menos rosado y meloso, el film de Peter Chelsom (Serendipity, Shall We Dance?) propone un camino bastante transitado por los dramas de autodescubrimiento. La ruta la conocemos con anterioridad, sabemos el principio del viaje, los nudos básicamente son los mismos y el final tampoco es que lo deja a uno boquiabierto por su inventiva, pero Hector... tiene suficiente carisma y alma como para dejarse disfrutar a pleno. El comediante Simon Pegg encarna al psicólogo del título, quien tiene una vida rutinaria con su igualmente rutinaria novia Clara -la despampanante y fresca Rosamund Pike- y arrastra un trauma de su niñez que le impide ser completamente feliz. Empujando a la rutina bajo el proverbial autobús, Hector se propone entonces un viaje por el mundo que lo ayude a descifrar cuál es el misterio de la felicidad. Para disfrutar por completo de la propuesta de Chelsom y compañía es imprescindible tener una buena predisposición y evitar mirarle los defectos de la película, que los tiene y a raudales. Es imposible no verse aplastado por el almíbar que destila el viaje de Hector por Asia, África y su última parada en Estados Unidos, así como también gran parte del guión ayuda al sentimiento lacrimógeno con diálogos y carteles animados que indican los diferentes estadíos para encontrar la felicidad. Un hombre rico, un grupo de mujeres pobres, un traficante de drogas, una mujer moribunda, un médico sin fronteras, todos tienen diferentes perspectivas de lo que significa ser feliz y cada fragmento de su viaje se acopla al del protagonista, que en la piel de Pegg destaca muchísimo. El inglés tiene a su favor un papel que transita entre la comedia y el drama a pleno, llevándolo a lugares donde su carrera nunca lo ha llevado, y el resultado es muy satisfactorio. En donde otros comediantes han fallado en hacer la transición, Pegg la salta como un pequeño charco en el suelo, ayudado además por un destacamento de grandes figuras en roles secundarios, como Stellan Skarsgård, Jean Reno o el incombustible Christopher Plummer, mientras que Pike es la contraparte femenina y Toni Collette se tiene reservado un papelito saliente como el amor perdido de Hector. Hector and the Search for Happiness tiene pasajes entretenidos y es agradable a la vista, mezcla drama y comedia con resultados agridulces y, en definitiva, resulta casi efímera y superficial si se la piensa mucho, pero completamente disfrutable si se está de buen ánimo para sonreír.
Casi una secuela espiritual de su ópera prima J'ai tué ma mère, Xavier Dolan arremete con todo en su quinto largometraje y sigue alimentando al niño terrible que es en Mommy, un drama con pequeñas gotas de sci-fi en su entramado tan aplastante como catártico. Nuevamente, el centro narrativo de la historia de Dolan es la relación madre-hijo, en este caso entre la atolondrada Diane 'Die' Després de Anne Dorval, y su acelerado y violento hijo adolescente Steve, interpretado por Antoine-Olivier Pilon. Imposibles de encasillar e inevitablemente rotos por dentro, tanto Die como Steve no pueden vivir el uno sin el otro, ni tampoco evitar golpearse, tanto física como psíquicamente. El amor de una madre -dicen- lo puede todo, pero quizás en este caso en particular ambos estén lejos de salvarse y la decisión de la madre de encerrar a su hijo contra su voluntad gracias a una nueva ley en un futuro muy cercano pende sobre sus cabezas como una pesada espada de Damocles. Quizás puedan encontrar refugio en Kyla, la extraña vecina de enfrente que padece de una acuciante incapacidad de comunicarse, pero que poco a poco irá ganando confianza en sí misma, gracias a la ayuda de sus vecinos. El trío busca la libertad de alguna u otra manera, pero ¿la conseguirán? Filmada en un angustiante encuadre 1:1 -básicamente, la pantalla es un cuadrado- el nuevo capricho del director se suma a las escenas donde los personajes se gritan sus miserias a viva voz, y los números musicales se suceden uno tras otro. La extravagante manera como está presentada la película puede fastidiar -y con razón, ya que más de dos horas de este peculiar formato puede cansar hasta al más paciente- pero el sofoco que le aporta la cámara a las emociones de los personajes bien vale el experimento. Eso, y que hay una secuencia casi mágica al son de "Wonderwall" de Oasis, donde el formato maravillosamente muta en una escena magnífica. Ésto puede resultarle a muchos artificial, pero Xavier sabe lo que quiere ver en pantalla y todos los que sigan su carrera también. El jovencísimo director se vale de sus actrices fetiche -Dorval y Suzanne Clément- que tan bien trabajaron con él en el pasado, y se les suma la explosiva revelación de Pilon como el flamable retoño de Die. Si algo puede hacer bien Dolan es sacarle jugo a sus protagonistas y el trío tiene increíbles escenas emotivas y liberadoras, donde la carga emocional puede pasarse de la raya de vez en cuando, pero se transmiten a través de la pantalla y tocan una fibra en cada espectador. Seguro, casi dos horas y media de griterío y momentos musicales pueden hacer claudicar a cualquiera, pero el núcleo de la propuesta es lo suficientemente interesante para seguir hasta el final. Luego del tibio thriller Tom à la ferme, Xavier Dolan vuelve a sus raíces dramáticas y Mommy es la demostración absoluta del talento del joven canadiense.
Nada te puede preparar para la experiencia que es Inherent Vice. No es lo que uno espera al ver el trailer, y todavía después de terminada quedan asuntos por resolver en la trama, de tan caótica y aderezada con hierbas y sustancias varias que resulta ser. Un segundo visionado se impone para cerrar los conflictos que hay desperdigados en la trama, pero lo que se puede decir a ciencia cierta es que Paul Thomas Anderson se marcó otra película totalmente extravagante y loca. De más está decir que la nueva película de Anderson no es para todos. Es muy fácil caer en la tentación de odiarla por su desestructurado centro narrativo, o dejarse llevar por la sensación de que la trama no va hacia ningún lado. Inherent Vice precisa de la concentración del espectador para hacerse llevadera o terminar aplastado por el innumerable desfile de estrellas que se prestan a la historia del escritor Thomas Pynchon, la cual se considera su novela más accesible. Ambientada soberbiamente tanto desde lo estético como desde el apartado visual y lo musical -la banda de sonido da escalofríos de lo bien construida que está-, el film propone una historia que involucra playas hippies, paranoia policial y sexualidad desbordante, todo un combo mezclado con drogas y psicodelia, con textos profundos e incoherentes que dan paso a una película dispersa y muy volátil. El universo de Pynchon choca fuertemente con el mundo de Anderson y el resultado es intrigante, pero algo carente de alma. La mezcla, el resultado final, es una trama ennrevesada, surrealismo a todo vapor y verborrea constante de personajes que entran y salen de escena como si fuese un sueño onírico. Si The Master les resultó pesada, el camino que sigue el director es el mismo, pero con el agregado de un toque de humor negro agitado en el mismo envase que un policial noir. Entre tanto extrañamiento entre personajes y situaciones absurdas, lo mejor de la propuesta es su elenco, encabezado por el actor fetiche de Anderson, Joaquin Phoenix, quien parece repetir siempre el mismo papel de perezoso y drogado pero que encaja perfecto con el ambiente de la historia. Junto a él, es toda una revelación la magia y el carisma que aporta Katherine Waterston, y el oficial recio de Josh Brolin, que se presta a grandes momentos de comedia durante la trama. Es casi imposible destacar al elenco coral reunido bajo el cartel andersoniano, pero destacan Benicio del Toro, Owen Wilson y Reese Witherspoon entre otros, formando un sólido núcleo actoral por el cual también vale la pena darle una chance al film. Inherent Vice es una película que no dejará indiferente y que será por demás valorada por los acérrimos seguidores del excéntrico director. En lo personal me quedo a medio camino, ya que el conglomerado de personajes y situaciones poco definidas hace que el resultado me sepa a poco, demasiado extraño e irregular aunque mantenga su elegancia. Hay que conectar con su trama desde el comienzo o el resto será un mal viaje lisérgico.
Divergent fue el inicio de una saga que se parecía a muchas otras y no tenía muchas virtudes de por medio, exceptuando el carisma de Shailene Woodley como su protagonista. Basada en la trilogía de novelas de Veronica Roth, tiene demasiados lugares comunes del género fantástico que tantas reversiones ha tenido estos años con The Hunger Games y la reciente The Maze Runner que es difícil engancharse con la propuesta cuando apenas tiene ápices de genialidad desperdigados por su trama. Eso, y que se recurra a hacer cuatro películas de tres libros, dividiendo el último en dos partes, movimiento que puede resultar todo un éxito -Harry Potter- o un fracaso atroz -Twilight-. De cualquier manera, la separación final es un fastidio para el espectador asiduo de la saga, y para el público pasajero un tedio absoluto, y si a esto se le suma el aditivo del inservible 3D del que ya casi nos habíamos librado, las expectativas generadas son prácticamente nulas. Pero a pesar de tener casi todo en contra, Insurgent sobrevive al escarnio público al generar un interés mínimo por la historia de Tris y sus renegados amigos, y la guerra civil a punto de estallar en esa ciudad derruida que es el último bastión de la humanidad. La secuela está más orientada a la acción, el trauma por el que atraviesa la profética protagonista se siente real gracias al talento joven de Woodley, y el relleno secundario con grandes nombres funciona para sostener la atención durante las dos horas que dura este nuevo viaje postapocalíptico. Entiendo que no es nada fácil comprar una nueva saga que parece no terminar nunca y vivir una y otra vez el complejo mesiánico de ser el Elegido para salvar a la humanidad, pero si en la primera parte era cansina la sociedad utópica en la que la gente estaba dividida en facciones y los que eran diferentes no cabían en ella, en esta segunda parte las reglas se tiran por la ventana y hay focos de rebelión y desconfianza en cada rincón y esquina. Tris y su amado Cuatro -el adusto y serio Theo James, que ni corta ni pincha en la historia- están en pleno escape de las fuerzas que los persiguen, en especial la Erudita Jeanine, la villana más edulcorada de la historia del cine en la piel de una Kate Winslet que se la pasa de maravillas sabiendo lo divertido que es estar en una saga juvenil. Hay un sentimiento de cambio en la saga y se debe al volantazo que pegaron desde la producción. Neil Burger no pudo retornar a la saga por conflictos con la terminación de la primera entrega -todas las películas se estrenarán con un año de diferencia entre ellas- y su lugar lo tomó Robert Schwentke, mientras que también hubo un reseteo de los guionistas y ninguno del anterior equipo volvió. Junto al novato Brian Duffield se encuentra la leyenda de Hollywood Akiva Goldsman y Mark Bomback, dos muchachos que saben cómo hacer funcionar un blockbuster, cómo transladar una historia de tinta a una pantalla grande. Los más afectados de este cambio serán los fanáticos, ya que aparentemente ciertos aspectos de la historia están completamente inventados, todo a partir de la inclusión de un objeto, una caja misteriosa que será el epicentro de la trama. Anteriormente, mi mayor preocupación al abordar la saga era que a Shailene no se la veía cómoda en su papel de heroína rebelde. Un año después y un corte de pelo de por medio, Tris se calza ropa ajustada y cualquier arma que tenga de por medio para librarse de la amenaza que se cierne sobre lo que resta de la humanidad. Tiene sus problemas en el camino, se la ve más determinada que de costumbre, y en algunas escenas dramáticas deja brillar a la genial actriz que tiene dentro. Sigue dando pena que se le de tanta importancia al romance de turno, tecla que sigue fallando ya que Woodley y James no tienen la química al estilo Romeo y Julieta a la que apunta, ni nunca la tendrá. Grandes actrices como Octavia Spencer y Naomi Watts se suben al carro de la fantasía adolescente, en pequeños papeles que no aportan demasiado -pero con oportunidades a expandirse en futuras secuelas- y que tampoco lastiman a la trama en general, ya que son caras conocidas ya fogueadas en el medio. Si gustó la primera entrega, Insurgent gustará aún más. Si te dejó indiferente, ésta quizás lo haga también, pero entrar con cero expectativas quizás hace que valga la pena. Lo que no se puede negar es el brillo de la estrella que irradia Shailene Woodley, que demuestra que está más allá de toda crítica posible con su candor.