Luego de consagrarse como uno de los talentos jóvenes de esta generación, Joseph Gordon-Levitt incursiona en la dirección y el guionado por partida doble con Don Jon una ligera comedia que tiene más de drama que de momentos hilarantes, con una construcción minuciosa de personajes muy opuestos entre sí, y en conjunto un gran ejercicio fílmico que destaca por ser la primera vez de Joseph. Ya sea de fiesta con sus amigos, poniéndoles puntajes a mujeres de acuerdo a sus atributos, o en la burbuja en la que se encierra Jon mientras ve pornografía - donde finalmente logra trascender a otro estado, se pierde - la radiografía de este personaje que parece salido de esa barrabasada llamada Jersey Shore se antoja superficial, y ahí reside la gracia. A través de esta hora y media de - comedido - descontrol pornográfico, la adicción de Jon supone un escollo para con sus relaciones interpersonales, ya sea con la blonda explosiva y manipuladora Barbara de Scarlett Johansson o la sincera y centrada Esther de uan siempre destacada Julianne Moore. Por más sexo que tenga, él siempre a su santuario, la Internet. Cuando su diez perfecto le pide que cambie, que no vea más porno por ella, ¿podrá este muchacho hacerle caso a su otra mitad, o su adición será más fuerte que él? Don Jon bien podría dividirse en dos partes. La primera, con edición y estética videoclipera, bien MTV - con todo lo que el monólogo inicial conlleva, eso de mi cuerpo, mis amigos, mi familia, mi auto, mi porno - mientras que la segunda se enfoca más en el cambio del protagonista, dándole un giro más intimista, menos epiléptico en su corte y más pausado. La trama puede generar más de un exabrupto, sobre todo por el tramo final, en donde el conflicto se resuelve de una manera más o menos definitiva. Puede o no gustar esta revelación final, este rompimiento del nudo conflictivo que tiene una doble lectura, pero Joseph es fiel a su guión, y más que melodramático y mañido, el díalogo final tiene un gran peso y, aunque edulcorado, es un buen final al viaje de su Don Juan matador. Comprender fehacientemente la psicología de los personajes es complicado, y más si la excelente caracterización del elenco no ayuda a que el espectador sienta empatía por estos deplorables seres que usan sudaderas, o cuyas manicuras y bronceados están impecables. Scarlett eligió un papel arriesgado, para nada agradable, y sale airosa en la construcción de su mezquina Barbara, mientras que Joseph y toda su núcleo familiar, incluídos sus amigos, tienen ese aire pesado a Jersey que hasta puede resultar repelente. Misión cumplida, Joseph, si has querido crear una visión realista de esas costas tan iletradas. No es increíblemente relevante, pero como opera prima, Don Jon le sirve a Joseph Gordon-Levitt de maravillas, para presentar sus capacidades cinéfilas poco exploradas en pantalla. Con poco de comedia y mucho de drama, es otra faceta del joven actor que promete mucho si sigue en esta senda directorial.
Una de las primeras cosas que se me vienen a la cabeza luego de ver Walking with Dinosaurs es que, quitándole el pesado e infantil diálogo y el arco narrativo, el resultado es digno de una película de tarde de la señal Disney Channel, lo cual es desconcertante, ya que los directores tienen pedigree de sobra. Por un lado, Barry Cook co-dirigió la excelente Mulan y estuvo en el departamento técnico de otras películas del estudio, mientras que Neil Nighttingale es el creador directivo de la BBC Earth, rama del canal inglés que se dedica a construir films naturalistas de gran calidad. El problema que tienen los directores es querer insuflarle a un documental de 1999 -narrado por nada más y nada menos que Kenneth Branagh- un aire hollywoodense, ávidos de una recaudación cuantiosa, acechando cual dinosaurios carnívoros a aquellos jovencitos que gustan de los lagartos gigantes. Desafortunadamente, el sector demográfico que logran captar con su propuesta es uno muy pequeño, el de los infantes de 3 a 8 años y no más, ya que durante la función de prensa hubo varias caras de aburrimiento y resoplidos por parte de los más grandecitos, y eso que su duración es de apenas 87 minutos. La mayor problemática de Walking with Dinosaurs no es su infraestructura. La animación es excelente y, por lejos, uno de los grandes alicientes para darle una oportunidad en el cine, así como también al sistema 3D que utiliza. Texturas ricas y llamativas, casi palpables, hace años que no se ve calidad similar. Si a esto se le suman los bellos paisajes naturales de Nueva Zelanda y Alaska, el resultado es visualmente impactante y sobrecogedor. Los peros se apilan a la hora de mirar la historia y sus personajes. El guión de John Collee -quien ya trabajó con historias infantiles en Happy Feet- se salda con una trama previsible y carente de contenido hasta para los más chicos. Su simplismo es tan abrumadoramente chato que a la media hora ya está perdiendo humos rápidamente. Las voces de conocidas estrellas como John Leguizamo y Justin Long se pierden en el doblaje neutro latino, pero igualmente es de agradecer la fuerza que le otorga a la historia los comentarios del hilarante pájaro Alex. Otro detalle que podría distraer a la pequeña platea son el uso de razas desconocidas para el público. Uno esperaría que los personajes principales sean triceratops antes que paquironosaurios, o T-Rexes antes que gorgosaurios. No está nada mal presentar otro período histórico, ni una variedad fresca de dinos, pero el uso infantil de secuencias en las que se describe a los personajes en pantalla es como mínimo polarizante -si es carnívoro es malo, si es herbívoro es bueno, si es omnívoro es tonto-. Mientras esperamos el estreno de Jurassic World en 2015, volver a ver dinosaurios en la pantalla grande bien valdría la entrada de Walking with Dinosaurs. Su animación es perfecta, pero su pobreza argumental arruina completamente lo que podría haber sido un magnífico documental.
Arrinconarse en su propia mitología de poco y nada le sirvió a la saga, como ya lo demostrara la insípida Paranormal Activity 4. Y, como si una pálida entrega no fuese poco, el podio que todos los octubres le pertenecía a la franquicia se vio vacante, posiblemente tras la desesperación de los productores al no encontrar un nuevo capítulo que valiera la pena y filmarlo en tan poco tiempo. Durante un cierto lapso, confirmado en una pequeña secuencia post-créditos en la cuarta entrega, se quiso capitalizar con uno de los sectores demográficos que más atrapaban película a película, y eso era la religiosidad inamovible de los latinos. Christopher Landon, guionista de todas las secuelas -hasta el momento-, vio la oportunidad y se lanzó de lleno a escribir y posteriormente dirigir este spin-off que está tanto o casi tan ligado a la trama general de la saga como cualquier otra parte. Paranormal Activity: The Marked Ones genera vientos de esperanza para una línea de horror que estaba francamente en decadencia con un sólo paso en falso -cof, PA4, cof- y lo que mejor hace es negar que dicho paso en falso haya ocurrido. Básicamente, Landon creó una pequeña película que se encarga de agregar más interrogantes de los que resuelve, pero a la vez se despacha con una quinta parte no-oficial tan desarticulada y agresiva que es un milagro por partida doble. Primero, porque genera caminos nuevos por recorrer dentro de la mitología, y segundo, porque no recuerdo haber pasado un buen rato con la saga desde hace tiempo, quizás con la terrorífica tercera parte. Desde lo técnico, se dejó de lado las cámaras estáticas para favorecer la dinámica de la cámara en mano, detalle cansador pero dentro de las reglas del juego en la franquicia, funciona. También el cambio de aires pasa de ser una pareja o una familia acechada a un chico común y corriente de origen latino que vive en el barrio de Oxnard, a la legua lleno de compatriotas. Este muchacho, Jesse, acaba de terminar la secundaria y junto con su inseparable amigo Héctor y su interés amoroso, Marisol, investigarán la muerte de una de sus vecinas, que claramente ocultaba secretos en su departamento. La química entre los tres es fresca y, por sobre todo, divertida. Todo sobre The Marked Ones se siente renovado, desde los gadgets -una cámara GoPro, un juego Simón Dice actuando como tabla Ouija- hasta el espíritu jovial del film. Este sentimiento de diversión acompaña a la trama en una simbiosis perfecta y cuando empiezan a llegar los sustos, se mezclan de una manera perfecta y orgánica. La trama avanza hasta un punto en donde elementos de las tres primeras partes confluyen y generan un acto final lleno de expectativas, para culminar con una escena tan sorprendente como confusa. Quizás ese momento, puro fan service a rabiar, haya sido una manera grandiosa de terminar la película de forma grandilocuente, pero en retrospectiva le deja el camino duro para que Paranormal Activity 5 desenmarañe esa secuencia que se convierte así en una rara y a la vez icónica imagen final para la posteridad. Inesperadamente, Paranormal Activity: The Marked Ones le insufla a una saga casi moribunda nuevos motivos por los cuales seguir respirando. Entretetenida y escalofriante al mismo tiempo, este spin-off no tiene nada de tal y no me asombraría que lo incluyan en un box set en un futuro no tan lejano. Una sorpresa del género para empezar el año de la mejor manera.
Mi temor más infundado fue que Frozen se pareciese demasiado a Tangled y así sería Disney copiando una fórmula que le sirvió hace unos años para seguir recaudando a puro merchandising. Con mucha felicidad es que reporto que solo dos aspectos permanecen intactos en ambas películas: el primero, una animación de primer nivel, cuidada al cien por ciento, y la segunda, una intención de innovar en las historias de la productora como nunca antes se había notado. No tuve el placer de leer La reina de las Nieves, relato de Hans Christian Andersen en el que se basa el film, pero sé a ciencia cierta que el guión de los escritores y directores Chris Buck y Jennifer Lee distorsiona la historia original para jugar un poco más con los vínculos fraternales y el significado de la aceptación de uno mismo, mientras hacen historia presentando a las princesas de Disney, que ya no son las típicas damiselas en peligro. Mucho se ha hablado de que Frozen es la gran vuelta del estudio hacia las ligas mayores, a su Edad de Oro con producciones como La Sirenita, La Bella y la Bestia o Tarzan, film que Buck co-dirigió en 1999. Siendo no tan fanático de las puestas musicales de la compañía -en mi niñez no paraba de cantar, ahora parece que he perdido esa capacidad de volver a sumergirme en una historia donde los personajes entonan sus penas- debo admitir que el repertorio de temas tiene una frescura (ejem) inesperada, llena de potencia y vigor, muy concisas y con la capacidad de volverse clásicos de acá a unos cuantos años. Mucho del poderío musical del film recae en la fuerza de su historia, donde las princesas hermanas Anna y Elsa se ven unidas por la capacidad de la última de crear y manejar hielo, hasta que un pequeño pero casi fatal accidente las separa de forma irreversible para siempre. El peligro de ser visto diferente por una sociedad temerosa de lo desconocido -algo así como una X-Men vendría a ser la pobre Elsa- hace mella en el espíritu de ambas y así Anna crece con un ímpetu aventurero incapaz de contenerse, mientras Elsa, la sucesora al trono, teme el día en el que finalmente conozca a sus seguidores y sus poderes se salgan de control. Esta relación eclipsa cualquier otra presente en la trama, de tan fuerte que es el vínculo que se expresan las hermanas. Casi no hay lugar para los personajes masculinos como el vendedor de hielo Kristoff o el príncipe irresistible Hans. Simplemente son accesorios a una historia que hace brillar a sus personajes femeninos en vez de reflejarlos bajo una luz tenue y solapadamente machista. La aventura de los mismos, sin adelantar mucho, verá varios contratiempos en su trayecto, con una combinación de narrativa convencional con giros modernos, algo visto recientemente en una de mis favoritas del año pasado, Wreck-It Ralph, la cual contó con un escrito de la aquí presente guionista y directora Jennifer Lee. Esta sensación de imprevisto, el no tener al principio una clara figura de villano, funciona de maravillas, pero Frozen no está desprovista de pequeños escalones hacia abajo. Una vez que el conflicto se presenta, ir construyendo la trama de a poco afecta al ritmo de la película, que finalmente sufre un incremento notable con la presentación de Olaf, el alivio cómico en la forma de un hombre de nieve con vida propia con una propensión rayana en lo suicida por el verano. Desde el momento que aparece en pantalla, es imposible que los chicos no aplaudan con su actitud optimista, con una sonrisa siempre en su cara y con más de un manierismo que hará las delicias de la platea. Amén del excelente uso del recurso 3D -que siempre destaca en las películas de animación-, Frozen se beneficia de una trama interesante, personajes ricos en carácter y un despliegue técnico y musical para la antología. Disney nuevamente vuelve al ruedo y de una manera avasallante. Un verdadero triunfo, en todo sentido.
El amor puede llegar de cualquier manera, incluso cruzando la mirada con una desconocida de pelo azul que camina por las veredas parisinas con su novia. Así conoce la joven y sensible del título a Emma, una artista que la ayudará a redescubrirse a sí misma en La Vie d'Adèle, la historia de amor más tierna y absorbente que verán en sus vidas. Es imposible no rendirse a los pies de la musa del director Abdellatif Kechiche, la jovencísima Adèle Exarchopoulos, quien ocupa la pantalla durante los 179 minutos de metraje, que se dividen en capítulos uno y dos. Si bien en algún momento se había planeado dividirla en dos partes, es un factor que se olvida al sumergirse en la historia de esta chica que no sabe qué es lo que la satisface en la vida, hasta que llega el momento de quiebre, cuando su despertar sexual la empuje a caer rendida bajo el encanto de esa muchacha desconocida, la del pelo color azul, el color más cálido, según la novela gráfica en la que se basa el film. Durante más de una hora en la cual Léa Seydoux brilla por su ausencia, exceptuando ese encuentro fortuito en la calle, todo se basa en la vida cotidiana de Adèle, en sus amistades, su primer novio, su relación familiar y escolar, y sus primeros intentos azarosos en probar algo diferente. Todo este tratamiento cotidiano no resulta cansino ni pesado, sino que es una demostración orgánica del hábitat de la protagonista. Con más de 800 horas de metraje filmado, Kechiche tuvo que elegir lo mejor de todas las interacciones de su actriz, pero la cámara ama de tal modo a Exarchopoulos que es imposible despegarle los ojos de encima, ya sea que esté comiendo, durmiendo boca abajo o prestando atención en clase. Pero no sólo es una jovencita de buen ver, Adèle es una actriz a la que le sobra talento, y lo demuestra cargándose la mochila del peso narrativo. Ésta es la vida de Adèle, su paso de la precocidad de la secundaria a la adultez de seguir su sueño de ser maestra jardinera, y el de convivir con su gran amor, esa chica que le robó la respiración la primera vez que la vio. Bajo la total falta de un experto en maquillaje o un estilista en el set, toda la naturalidad de las protagonistas es un toque más que realista, que transmite una sensación de convencionalidad absoluta, teniendo que recurrir a sus dotes naturales para llevar a buen puerto esta historia de amor. Mucha agua pasó bajo el puente desde su estreno y posterior Palme d'Or para el director y sus dos actrices, algo nunca antes visto. Sobre todo, la cantidad de comentarios que generaron las subidas escenas de sexo entre Adèle y Léa, motivo por el cual el ente calificador de Estados Unidos le calzó la aplastante calificación NC-17, más que nada por lo puritano que les debe resultar ver escenas de sexo lésbico. Que si se ven reales o no, que si son más gratuitas que otra cosa, la verdad es que los momentos íntimos entre las chicas son los que cimentan la relación que tienen, Adèle por el lado de la exploración de su sexualidad, y Emma por demostrarle a esta joven intrigante todo el amor que le tiene. Lejos de caer en la casilla de película romántica gay, La Vie d'Adèle genera un trazo de realismo tan puro que los límites de la sexualidad se desdibujan, y hasta cuando la película termina, uno piensa que acaba de ver la historia de dos amigas que uno conoce de toda la vida. Sin lugar a dudas, La Vie d'Adèle es una experiencia cinematográfica en pura regla, un festival minimalista de amor que trasciende cualquier barrera. Intensa, cruda y honesta por sobre todas las cosas, la nueva película del director francés es un hito fílmico y una de las mejores maneras de comenzar el año a puro buen cine.
Hace unos días me puse a revisar películas que en su momento se me pasaron de largo y caí en Margin Call, la ópera prima de J.C. Chandor que le valió una nominación a Mejor Guión Original por su sugerente y habilidosa historia sobre la codicia que genera Wall Street. Días después, y por pura coincidencia, Martin Scorsese aparece cual caballo desbocado con su contracara de ese mismo fenómeno en The Wolf of Wall Street, una explosiva comedia que golpea sin miramientos al culto al dinero del cual el país del Norte no puede separarse. No se es capaz de demostrar el exceso sin volverse excesivo y es por eso que Scorsese se ensucia las manos y, durante tres violentas y divertidas horas, vemos el ascenso de un criminal como lo es Jordan Belfort, en la piel de un maravilloso y casi irreconocible Leonardo DiCaprio. Digo irreconocible no por su apariencia física, sino porque nunca se vio al actor sumergirse de lleno en un personaje tan carismático y furibundo, con una potencia inigualable que hacen de su aproximación al Jordan Belfort de carne y hueso -quien hace un pequeño cameo al final del film- uno de los personajes más destacados de los últimos tiempos. Sólo piensen en un fiestero empedernido como el Jay Gatsby de hace unos meses, pero adicto a cualquier droga posible, y multiplicado por sus intensos sentimientos de avaricia. Más, más y más, eso es lo que grita la historia y eso es lo que el espectador obtendrá. En The Wolf of Wall Street, ya la trama pasa poco tiempo por los comienzos del personaje de DiCaprio, y hasta su lanzamiento a la fama no es nada comparado con las vicisitudes que conllevarán crear la compañía Stratton Oakmont, donde tendrá lugar la mayor parte del descontrol. De por medio, Scorsese se despacha con las escenas más turbulentas y cargadas de iconicidad que encontrarán en la pantalla grande durante mucho tiempo. Grandes productoras como Warner Bros. no pudieron contra semejante demostración bacanal, así que todo lo que se puede apreciar en la película completa se lo debemos a Red Granite Pictures. Incluso con el comentado corte que se le tuvo que instigar a la película para que finalmente tenga una calificación apropiada, desde luego que el resultado final dejará a más de uno con la boca abierta. Ayudado por el rutilante guión de Terence Winter, el foco narrativo parece no acabarse nunca, encontrando de una escena a otra diferentes niveles de depravación que convierten a Belfort y sus seguidores en meros universitarios pasados de edad, adictos a la cocaína y cualquier otra droga a su alcance, intentando siempre hacer más dinero del que pueden gastar. Que resta decir de Martin, un director de 71 que con su última película acaba de desmostrar que tiene el ímpetu jocoso y desvergonzado que un chico de 25 años. Lejos de crear una consciencia moral, Scorsese se ríe de los ejecutivos de Wall Street en esta fábula ridícula sobre los excesos. Incluso uno de los momentos álgidos del film, en donde una sobredosis de pastillas crea un efecto alucinógeno en el protagonista, debería causar estupor y horror en la platea, pero en cambio el timing preciso del director no permite más que carcajear ante tamaña demostración de ineptitud y temeridad. No sólo es el show de DiCaprio, alcanzando alturas inimaginables en su carrera, sino que también el director logró exprimirle el jugo a un comediante nato como lo es Jonah Hill y exponerlo a un sinfín de situaciones como la mano derecha de Belfort, en un papel totalmente diferente a lo que demuestra por costumbre el joven actor y por el cual debería obtener una nominación al Oscar y no por el fiasco que logró en Moneyball. La percepción de Hill cambiará para muchos después de ver a su desternillante Donnie Azoff. Además de la dupla protagónica, el elenco es feroz como cualquier película de Scorsese que se precie y Matthew McConaughey se pasea con unas pequeñas pero importantes escenas al comienzo, mientras que la poco conocida Margot Robbie arrasa la pantalla con su belleza despampanante y una escena infartante con la teddy-cam para el recuerdo. Mención especial se llevan en pequeños pero significantes papeles Kyle Chandler como un agente del FBI asignado a seguirle la pista a Belfort, y Jean Dujardin, como un banquero suizo cuyas actividades no son del todo legales. Es imposible no sentirse rodeado de la desmesurada vida de fiesta que presenta Martin Scorsese en The Wolf of Wall Street. Armado de una acelerada edición y una banda de sonido, el Tío Martin está en el pináculo de la vida, y nos ofrece a los pobres mortales un vistazo al paraíso. Pero, ¿estamos seguros de que es el paraíso deseado?
De no ser por el explícito titulo Ritual Sangriento que recibió en nuestro país, We Are What We Are podría haber guardado la sorpresa de su trama bajo un manto de sugerencia, en ese lema intrigante y misterioso que significa su título original: Somos lo que somos. Surgido desde los bajofondos del indie internacional, el americano Jim Mickle viene haciéndose de un nombre, sobre todo con su historia mínima de vampiros Stake Land, película que no tuve el agrado de ver pero que cosechó buenas críticas en los festivales donde circuló. Aún sin haber visto sus dos anteriores creaciones, uno puede apreciar el porqué de su fama. Mickle es un detallista, anteponiendo una historia suntuosa y personajes dimensionales por sobre el efectismo barato del género, lo que convierte a cada uno de sus proyectos en algo digno de tener en cuenta a la hora de buscar frescura en la aridez del horror. Por cada momento lento y por cada minuto que la película se toma para construir a los personajes y sumergir al espectador en el desolado y húmedo paraje donde tiene lugar la acción, el resultado final de tal construcción bien lo vale. La implosión de una familia agobiada por el yugo patriarcal al que se ve sujeta desde hace años, sumado a una malsana costumbre que data desde sus ancestros, son condimentos especiales para un desarollo en espiral descendente para los integrantes de la familia Parker. Cada uno de ellos tiene su momento apropiado y su línea argumental que seguir, y todos cumplen su rol con propiedad y peso, en una solidez en conjunto abrumadora. Cabe destacar que las jóvenes hermanas Iris y Rose, interpretadas por una fantástica Ambyr Childers y una ascendente y suave Julia Garner respectivamente, acaparan la atención durante la mayor parte del metraje, en una lucha interna y personal que las empuja hacia diferentes lugares oscuros de su propia psique. Grandes actores las rodean en roles secundarios, como Kelly McGillis como su comprensiva vecina Marge o Michael Parks como el afable doctor del pueblo, pero secundarlas con buenos papeles complementarios ayuda a las jóvenes a pulir aún más sus contradictorios personajes. Horror gótico americano en su más puro estado, We Are What We Are demuestra que no todo el cine de género es una fórmula gastada, y que hasta puede producir más de una sorpresa. Filmada de una manera lacónica y por demás bella, dejará más de una problemática sobre el rol de la familia y la obligación para discutir luego de terminada. Y dejar pensando al espectador nunca es malo.
Cycle es una película que redefine el mote de "rara". Virtualmente inclasificable, a medio camino entre la animación experimental y la chatarra espacial, la ópera prima del húngaro Zoltan Sostai es una experiencia cinemática que divide aguas, ya que desde el minuto uno se decide si uno debe odiarla u amarla por sus extravagantes componentes técnicos. En el centro de este embrollo cibernético se encuentra Jack, un astronauta cuya misión no parece compleja pero que se irá tornando cada vez más peligrosa con el correr de los minutos. Perseguido por una niebla de origen desconocido y por humanos que no aportan ni la menor pizca de sentido a la búsqueda, él retoma el mismo camino una y otra vez, en búsqueda de una variable -el punto de fuga, según el guión de Sostai- que le permita volver a la base lunar, donde sus compañeros están siendo asediados por la niebla. Darle un contexto a Cycle es casi imposible, con su narrativa no-lineal y sus diálogos ampulosos y rellenos de teorías y frases filosóficas para enriquecer la trama. La misma tiene el estilo de una larga escena introductoria de un videojuego de hace quince años y la acción dentro del film también se siente de esa manera. Con una cámara que prácticamente nunca queda estática -quizás para que Sostai esconda varios errores técnicos de por medio, uno nunca sabe- y un héroe más perdido que turco en la neblina, cada pieza de información es vital para resolver de alguna manera este enigma en tres dimensiones que generará más de un quebradero de cabeza. Para quien les escribe, el rompecabezas fue demasiado abstracto como para construirlo en el camino, y eso es tanto la belleza como la perdición de la película de Sostai: o uno se ve inmerso de lleno en la propuesta o quedará categóricamente afuera del juego que propone el húngaro. Cycle tiene un margen de espectador muy pequeño, una rendija por la cual pocas personas se animarán a meterse para resolver el enigma cuántico planteado. Muchos pasarán de largo con su faceta artística al extremo y la odiarán por no tener respuestas claras y concisas, pero solo unos pocos podrán apreciar el salto de fe que representa una película de este estilo. Sólo para fanáticos del cine fuera de lo común.
En papel, la idea de un viaje épico estilo The Hangover pero con personajes entrados en edad debe haber funcionado de maravillas para los productores. Si a eso luego le sumamos el casting de cuatro estrellas ganadoras del Oscar en algún momento de sus vidas -con catorce nominaciones entre todos-, el combo parecía sumamente interesante y arrasador, teniendo en cuenta el auge que están teniendo por estos días las películas con personajes en la tercera edad. ¿Cual es el problema entonces de Last Vegas? Prometía desde su tagline que éste sería un viaje legendario y, más allá de las leyendas que son su cuarteto protagonista, el film está lejos de ser memorable, incluso cuando su elenco le entrega lo mejor de sí a estas costosas vacaciones en la Ciudad del Pecado. Un moderno híbrido entre ¿Qué pasó ayer? y Stand by Me, cuatro amigos inseparables que se conocen desde pequeños reciben la noticia de que uno de ellos va a casarse -a estas alturas- y no se lo pensarán dos veces para reunirse como en los viejos tiempos y lanzarse a la aventura en la alocada ciudad. Cada uno de ellos recae en un estereotipo diferente: Michael Douglas es el mujeriego empedernido que finalmente ha sido cazado, mientras que la contra se la lleva un desgastado Robert De Niro, el cual todavía carga un problema de polleras desde hace años. Por otro lado, Morgan Freeman y Kevin Kline son dos viejos sobreprotegidos por sus familias, que encontrarán la oportunidad para salir de fiesta y descontrolarse sin que nadie los esté vigilando. El director Jon Turteltaub presenta la historia tratando la amistad y la vejez como temas fundamentales, lo que hace que el humor adquiera cierto cariz dramático en algunos tramos. Hay puntos cómicos y escenas hilarantes -Freeman se roba cada una de ellas mientras está ebrio- pero la dirección y ritmo empleados no es tan alocada, sacrificando comicidad por entrañabilidad. Esto hace también que el público potencial aumente de rango, desde jóvenes hasta gente cercana a la edad de los protagonistas. Por el contrario, la trama escrita por Dan Fogelman no ofrece nada nuevo para considerarla atractiva, ya que los conflictos que arrastran los protagonistas, que ya de por sí suenan poco atrayentes, se resuelven de forma previsible y convencional. Se puede decir que el argumento no arriesga, se queda atado a sus propias limitaciones al revivir esquemas gastados y arquetipos ya vistos hasta el cansancio, pero no se puede decir que su elenco no salve las papas del fuego con sus interpretaciones, sintiéndose como una verdadera reunión de amigos que hace añares que no se ven y que sacan a relucir todas las aventuras compartidas. El quid de Last Vegas está en simplemente dejarse llevar y disfrutar con el carisma que desprende el elenco y sus varias escenas relevantes. Pasando por alto la floja historia, la adecuada duración y la no repetición de chistes, la sonrisa complaciente del espectador es una constante para apreciar.
Me resulta curioso que una película del estilo de Policeman haya ganado el premio mayor del BAFICI 2012 en la competencia internacional, siendo como pretende ser un fuerte alegato contra la violencia que engendra más violencia que se vive en Israel. Lisa y llanamente, la película del israelí Nadav Lapid genera polémica allí donde se estrene, y los comentarios oscilan entre la obra maestra y la nada misma. El amor y el odio. Sencillamente, Policeman es prácticamente inclasificable. Durante la media hora inicial presenciamos la vida de Yaron, un policía de una brigada antiterrorista, mientras espera que su esposa de a luz, uno de sus colegas y amigos enfrenta una enfermedad terminal, y se desarrolla una sucesión de eventos sociales que tienen un ritmo bastante monótono y corriente. Con dejos fuertemente machistas y costumbristas, el personaje de Yiftach Klein se asoma a la idea de su naciente paternidad, el conflicto interno de una misión que salió mal y en la cual murieron personas, y hasta su sexualidad quejumbrosa por la falta de relaciones con su esposa, que lo lleva a flirtear descaradamente con una mesera adolescente. Hasta aquí, realismo puro y sin muchos matices. Pero con la llegada de una escena en particular, el ataque vandálico de una pandilla al auto de una temerosa estudiante, todo cambia. Este rotundo cambio de foco, pasando de la vida del policía a un grupo de jóvenes, le insufla un aire nuevo a la trama. Entre ellos está Yaara Pelzig, cuyo primer acto de aparición -el antes mencionado ataque a su vehículo- dispara instantáneamente una fuerte resemblanza a una Jessica Chastain más joven aún. Repasando la vida anárquica de estos jóvenes idealistas, empecinados en cambiar el orden social de su país, es donde se cuenta la otra cara del film, tomándose su tiempo para establecer las dos líneas argumentales que confluirán en el clímax de esta propuesta. Policeman, sin embargo, es una meseta narrativa constante y no tiene grandes pinceladas morales con las cuales pintar a sus protagonistas. Aunque la situación es tan antagónica que se puede cortar de un simple golpe de tijeras, la empatía para con uno u otro grupo de personajes es cuasi nula. Tampoco funciona como moraleja contra el terrorismo en un país tan caótico como Israel y menos que menos tras ver el cúmulo de despropósitos que arrastra el guión, donde el joven grupo de terroristas de poca monta y muchas ínfulas logra secuestrar a tres poderosos multimillonarios que por ninguna razón establecida cuentan con cero custodia en un evento nupcial familiar. Una vez que los caminos se crucen, el tercer acto se despacha rápida y sencillamente, con un nivel de tensión escaso por la carencia de expresión del trío secuestrado y por la inesperada y casi tragicómica actitud de una novia vestida de blanco que por momentos sobrepasa en energía y autoridad al grupo comando juvenil. En ese preciso instante es en el cual Lapid debería descargar toda su artillería pesada, pero elige un final inocuo pero no menos certero, con un fundido a negro que llega demasiado pronto y no deja lugar para secundar ideas prometedoras. Policeman tiene buenas propuestas, pero el nivel narrativo que elige su director afecta bastante al ritmo natural de la trama, dando mucho espacio para que la vida de sus personajes circule de forma convencional, sin lugar para grandes aciertos que nos hagan querer estar de un lado u el otro. Ni fu ni fa.