La adaptación de Christophe Gans de Silent Hill tiene sus imperfecciones, pero al menos es considerada, hasta el momento, como una de las adaptaciones más fieles en lo que a videojuegos respecta. El modesto suceso del film, sin embargo, se ve opacado completamente seis largos años después con la inepta y ofensiva masacre que Michael J. Bassett ofrece en Silent Hill: Revelation, una secuela sin pies ni cabeza que arremete sin piedad contra la historia del tercer videojuego, lo que deja a los fanáticos perplejos y al resto de la audiencia sin saber para donde correr en busca de cobijo. Durante una angustiosa y aborrecible duración de noventa minutos, el director inglés se gana rápidamente el odio de prácticamente todos al adaptar esta historia, una que continúa las ramificaciones del primer juego -y por ende primera película- de una manera simplista y casi criminal, en donde los constantes guiños a los gamers terminan por ofender a raíz de su mala utilización. Los intentos por ingresar nuevos detalles a la mitología se ven obsoletos y cualquier arrojo de inteligencia se opaca con unos valores de producción paupérrimos, que hace que todos los escenarios luzcan como el mismo, pero reutilizado una y otra vez. Al seguir de cerca una secuela tan esperada, ver cómo los diferentes actores que encarnaron a las contrapartidas del juego volvían a por más o al encontrar las fotos del set, todo indicaba que por fin el sueño de continuar la historia se vería plasmado en pantalla. Pero el sueño debe terminar, como dijo el villano en la primera parte, y así fue. La trama retoma unos años después del fin de la original, con un Christopher Da Silva y su hija ya adolescente en plena fuga del culto que pretende tener a la chica de vuelta en sus garras para sus religiosos planes de purificación mundial. Para atraer a la joven Heather nuevamente a Silent Hill, su padre -un Sean Bean de acento fuerte demasiado desarticulado para funcionar apropiadamente- es secuestrado y ella, con la ayuda inesperada del joven Vincent -horrible Kit Harington, al que le faltan varias clases de actuación encima-, debe regresar al pueblo tan temido para rescatar a su papá y liberarse finalmente de las terroríficas pesadillas que la acechan y no la dejan vivir una vida normal. Y hasta ahí puede decirse que Silent Hill 2 es buena. Cuenta nuevamente con una atmosférica banda sonora, cortesía de Akira Yamaoka y Jeff Danna, alguna que otra escena decente -el enfrentamiento sobre la calesita es verdaderamente intimidante e interesante- pero todo se termina cuando el guión acartonado, firmado por el propio Bassett, mastica toda la información por el espectador, sin dejar que uno mismo arme sus propias conclusiones como sí pasaba en la primera parte. Los personajes secundarios actúan como cameos, con un desperdicio de la psicodélica Dahlia Gillespie de Debora Kara Unger, de la triste villana de Carrie Anne Moss o incluso Malcolm McDowell, cuya época de gloria ha pasado y lo ha dejado en la banquina. Sólo puede destacarse que Adelaide Clemens, cuyo parecido con Michelle Williams es impresionante, es la que mejor sale parada componiendo a la sensible pero aguerrida protagonista. Nada más se puede decir de Silent Hill: Revelation excepto que es un clavo en el ataúd de una saga que podía llegar a convertirse en algo más potente que la de Resident Evil pero que luego de una decisión torpe tras otra culmina en un producto olvidable y tonto como el que nos precede. La humillación del fanático dentro mío es demasiado dolorosa por haber esperado tanto tiempo para esto.
Ahora que la fatídica saga Twilight se acabó -al menos por un largo tiempo hasta que los productores juzguen adecuado una re-imaginación- y con Harry Potter terminada hace rato, los estudios buscan incansablemente un paliativo al nuevo tanque que compone The Hunger Games, y Warner Bros. parece haber encontrado el suyo en Beautiful Creatures, otra adaptación de una serie de novelas de fantasía que tiene todos los condimentos necesarios como para funcionar como cordial reemplazo de los vampiros por un aquelarre de pintorescos brujos y brujas. Para un comienzo de una posiblemente portentosa saga, Beautiful Creatures fuerza bastante sus chances de agradar a su público inmediatamente y apenas puede cumplir su cometido de establecer ciertas reglas dentro de su universo fantástico particular. Hay brujos en el mundo, llamados Casters, que se dividen en dos bandos, la Luz y la Oscuridad. Como parangones de la pureza y la negrura total se encuentran en los extremos dos grandes estrellas como Jeremy Irons en la piel de Macon Ravengood, el brujo negro que eligió la luz para guiar a su sobrina hacia la misma, y la inconmensurable Emma Thompson como Sarafine, la Oscuridad encarnada. El nudo en la trama esta vez no está del lado del galán sino de la damisela, un ser muy poderoso por el cual ambas fuerzas cósmicas pelearán con toda la artillería que tengan. El duelo de titanes entre los actores de renombre es uno de los aspectos más inteligentes y logrados del film, ya que claramente ambos se divierten mucho con sus papeles cuasi-esteotipados para los que no tuvieron ningún inconveniente en llevarlos hasta el extremo de lo caricaturesco. Es inútil no caer en la tentación de comparar a la pareja protagónica con la de su contrapartida vampírica, y allá en donde la dupla Stewart/Pattinson fallaron en crear una química convincente, los desconocidos Alice Englert y Alden Ehrenreich compran al espectador con su sencillez y su empatía adolescente. El guión del también director Richard LaGravenese a veces intenta mostrarlos demasiado bajo una halo de rebeldía, como al leer libros prohibidos en la comunidad retrógrada y religiosa en la que viven aunque en verdad sean realmente comunes y hasta de lectura obligatoria en otros lugares, así como también decae en ritmo luego de la primera hora, cuando los conflictos mágicos comienzan a surgir (¿será Lena parte de la Luz o de la Oscuridad?). Los secundarios de Viola Davis y una particularmente sensual Emmy Rossum ayudan a crear un dinamismo que en casi dos horas de metraje se hacen necesarios para sostener una trama que promete demasiado y se queda algo comedida. Con un claro objetivo demográfico en su mira, Beautiful Creatures es una agradable e interesante nueva historia fantástica sobre la que, con tiempo, podría llegar a construirse algo llamativo y vistoso. A la luz de cómo le fue en su atroz primer fin de semana de exhibición en los Estados Unidos, su futuro es incierto, pero al menos una buena base es lo que cuenta.
Caer en la redundancia de bastardear a la película por su nombre es simplemente un hecho demasiado fácil para calificar a Mala, que dicho sea de paso lo es, pero ¿para qué nos vamos a mentir cuando el resultado está a la vista? Lo que resulta poco plausible es que un director de renombre en el país como lo es Adrián Caetano -lo adoptamos como propio cuando es un hermano uruguayo- quien ha hecho grandes cosas tanto en la pantalla chica (las aclamadas series Tumberos y Disputas) como en la grande (Un oso Rojo, Crónica de una Fuga), ofrezca un producto vacío y carente de alma, en el que las buenas intenciones del realizador se ven plasmadas en escena de manera incoherente y algo trágica, en la que casi nada tiene sentido y el elenco queda a la deriva en una historia a medio camino entre la venganza y la nada misma. Hay que concederle a Caetano el recurso de usar a cuatro bellas actrices para encarnar diferentes etapas de un mismo personaje, que podría o no tener una mente fragmentada que la empuja a sentirse una mujer distinta durante ciertas instancias de su vida. En ese apartado, claramente se destaca la aguerrida Rosario de Florencia Raggi, que se dejó el cuerpo en la película -literalmente- y tiene escenas bastante jugadas, con un desnudo íntegro que la muestra despampanante a sus 40 años de edad. La novata María Dupláa también aporta un poco de candor y misterio a su porción del personaje, pero en contraste hacen aguas tanto el pequeño cameo -podría decirse- de Liz Solari (que tiene que volver a las pasarelas urgente) como el importante rol que Brenda Gandini apenas puede llenar en la recta final del film. Detrás de la gran idea de que varias actrices recreen a la misma mujer, la historia de Caetano no esconde ninguna sorpresa ni aspecto interesante en su transcurrir: estamos presenciando, supuestamente, la venganza de una mujer lisiada (una Ana Celentano a la que se nota muy perdida) contra el amor de su vida (Rafael Ferro, otro desperdiciado) que la abandonó por una joven (Juana Viale a la que le sobran calificativos peyorativos por su actuación). Para llevar a cabo dicha revancha se vale de la reciente atrapada Rosario, a la cual su inestabilidad - tanto mental como la del guión- no le permite discernir entre lo que es la realidad y la ficción. Admiro la idea de Caetano de alejarse del cine argentino convencional y apostar por una historia en la que la línea narrativa es tan caótica como la psiquis de la protagonista, pero detrás del mentado homenaje de género con el que se quiso saldar el director, se esconde una atroz edición y una historia que en escasos noventa minutos de metraje no inspira ningún tipo de sentimiento alguno hacia los diferentes personajes, acartonados y de una teatralidad en sus actos demasiado grandilocuente. Por momentos hilarante (sin quererlo, o eso imagino), en ocasiones interesante, pero decididamente un caos narrativo, Mala es uno de los eslabones más flojos en la filmografía de Israel Adrián Caetano, cuya sola existencia ennegrece la reputación de un director audaz y polémico.
Les Misérables es un drama musical que tiene la característica de vivir a pleno todas las emociones que atraviesan a los personajes; dichos personajes a través del marco narrativo le hacen honor al título y son empujados hacia sus límites más bajos, experimentan el amor a primera vista, sacrifican sus vidas por una revolución popular, se pasan décadas en búsqueda de justicia y creen que sus acciones son ordenadas por Dios. El desafío de adaptar un libro convertido en obra de teatro muy bien reconocidos ambos le pareció conveniente y posible a Tom Hooper, radiante después de su premio Oscar por The King's Speech. El resultado final es una obra épica y colosal que lleva al espectador a un viaje en donde reina los sueños, la esperanza y el amor, y la constante lucha por los mismos. Con una estruendosa introducción que orgullosamente anuncia las intenciones a gran escala que posee, Les Mis presenta al casi pelado y escuálido antihéroe Jean Valjean, uno de los muchos prisioneros tirando de un enorme barco para hacerlo entrar al puerto mientras el villano justiciero Javert los observa desde arriba. A partir de ese momento es que los números musicales comienzan y la historia de estas dos almas se verá entrecruzada a lo largo de varios años de diferentes maneras. La línea narrativa del film bien puede dividirse en dos partes, antes de 1832 y durante la Revolución de París. Ambos bloques cuentan el alzamiento y caída de Valjean, y la posterior persecución durante los conflictos sociales en París que lo tienen como personaje secundario mientras la juventud parisina se rebela contra la monarquía reinante. Dichos segmentos se sienten como historias diferentes con algunos personajes como nexos; la primera parte es la más solida de las dos, donde las emociones se perciben más honestas y personales mientras que vemos a Valjean, Fantine y la joven Cosette atravesando un sinfín de vicisitudes con el poder de la piedad y la gracia. La segunda sección ofrece problemas cuando los jóvenes revolucionarios se presentan en escena con los jóvenes Marius (Eddie Redmayne) y Enjolras(un fantástico Aaron Tveit), el pequeño Gavroche y la damisela Eponine (la ascendente Samantha Barks, que con su On My Own nos deja helados en su repetición del mismo papel que la encumbró en teatro), quien está profundamente enamorada de Marius. Las emociones que empujan a este pequeño grupo no se sienten tan sólidas como las del primer grupo de personajes, ya que la historia elige apurar los enfrentamientos bélicos y los amores a primera vista de manera atolondrada. No hay que entrar en pánico, ya que para el final de la cinta, todas las pequeñas trabas en la historia quedan satisfactoriamente cerradas y la escena final le da el toque perfecto a esta penosa pero hermosa fábula parisina. Todos los actores cantaron en vivo mientras la película se filmaba, en contraste a pregrabar las canciones y hacer la mímica correspondiente en escena, lo que le da un aspecto diferente al film, ya que un par de personajes se destacan por encima de otros que encuentran su voz durante la filmación. Sin embargo, hay ciertos momentos donde Hugh Jackman o Anne Hathaway (en los mejores papeles de sus carreras) se tambalean un poco y se traban, lo que añade una capa de profundidad y pasión a sus caracterizaciones, un halo de realismo captado perfectamente en cámara. Hathaway, como era de esperarse, brilla en sus momentos en pantalla, dándole al personaje una de las encarnaciones más frágiles y desesperadas que se hayan visto. Hooper, consciente del poderío tanto vocal como emocional de la actriz, elige desproveer al mayor número de Fantine, la canción I Dreamed A Dream, de cualquier música incidental o sonido, logrando que su voz y la emoción se traguen a la sala entera en un silencio tan conmovedor como aplastante. Quizás el protagonista que ha generado más controversia es el Javert de Russell Crowe: a ojos vista está claro que Crowe no está a la altura de sus compañeros, pero su labor no aplasta ni ensombrece a nadie más que su propio inspector. Apenas hay momentos en los que los diálogos no sean cantados o en los que la música no ocupe un lugar de fondo. Para aquello no familiarizados con la obra teatral, la música cuenta la historia en todo tipo de niveles. Cuando un personaje siente cualquier emoción que se le cruza por el cuerpo, la misma será cantada con afección y pasión; si alguno debe tomar una decisión, la letra de su canción será la que revele el plan a seguir. Si lo antes mencionado suena a algo que el espectador no pueda tolerar por más de dos horas y media, no hay razon entonces para disfrutar de Les Misérables en una sala de cine. En cambio, los seguidores de esta enardecida y explosiva historia de Victor Hugo se verán recompensados por una película enorme que es imposible que no deje huella en el corazón de cada uno con cualquiera de los temas que interpreta un elenco entregado en alma y corazón a sus personajes.
No es excusa alguna que la Academia haya nominado en ternas más que importantes a Beasts of Southern Wild sólo porque necesita un chivo expiatorio, sino que realmente el cuento de hadas sureño del director nos permite sumergirnos en un mundo fantástico y rudimentario a la vez que la historia de supervivencia de un personaje querible y sensible como el de una aguerrida niña de nueve años cala hondo el el espíritu feral de cada uno. Difícil de enmarcar en un solo género (aunque apunta mucho por el lado del cine social apocalíptico) Beasts... nos sumerge en un microuniverso entre lo candoroso y lo terrible visto a través de la óptica de una pequeña líder nata destinada a hacer frente a las penurias del mundo con el valor y el coraje que tan sólo la mágica inocencia de la infancia nos permite tener. La mirada de Hushpuppy es la de una Quvenzhané Wallis que ha sido nominada al Oscar con solo nueve años, pero que aporta toda la fragilidad y determinación que su personaje necesita: una criatura que tanto sabe comer a lo bruto marisco y destrozar la casa como llamar afectuosa y tiernamente a su madre o cuidar de su padre enfermo. Suyo es el foco protagónico en este proceso acelerado de maduración en el que tiene que prepararse para la vida y para la muerte, hasta ser capaz de hacer frente a esos animales salvajes cuando haya vencido el miedo y aprendido a encajar su pieza en un mundo que tiene que arreglar cuidando a los suyos. Hushpuppy tiene toda la energía que le da Quvenzhané, y también la que le proporciona una banda sonora que llega cargada de emoción y unas imágenes poderosas e impactantes, como ese deshielo devastador o esos jabalíes gigantes que nos trasladan al imaginario infantil hasta alcanzar una verdadera poesía visual. El film, primer largometraje de Benh Zeitlin, no se lamenta de las condiciones de pobreza extrema ni juzga las actitudes de unos personajes que bordean actitudes suicidas, sino que delimita el espacio residual —y probablemente para muchos, inspirador— en el que la unión comunitaria y la fraternidad entre vecinos son valores consecuentes del vive como quieras. Uno de los méritos de Zeitlin está en saber mirar la miseria material y encontrar detrás toda la belleza y atractivo humano, hasta el punto de que esa chabola se convierte en un hogar o ese club nocturno se transforma en lugar idóneo para encontrar a su mamá. También resulta extraordinariamente sutil y hermosa la manera en que llega la muerte, tan humana como mágica y placentera, porque para la reina de la Bañera no es más que el comienzo para una nueva vida en la que sentirá siempre la compañía de los que se han ido. Beasts of Southern Wild es una potente y visceral propuesta muy indie que ha logrado colarse a la fuerza en los premios anuales gracias a una puesta en escena minimalista pero loable, y un discurso que pone en contraste a la escasez material contra la imaginación y el impulso de la supervivencia.
La gente ya está cansada del formato metraje encontrado. Ya hace más de diez años que The Blair Witch Project revolucionó al género, y a partir de ese momento hubo una inundación de títulos que opacaron el formato, mientras que de vez en cuando hay excepciones. V/H/S intenta entonces agitar un poco las cosas al añadirle el pequeño giro al subgénero, el look de antología, que hace rato se perdió en el horror. ¿Logra su cometido? Por momentos si, por momentos no, siendo que algunas historias resultan y otras no tanto... El concepto principal, generado por el editor de la página de horror Bloody-Disgusting Brad Miska, tiene como centro a una banda de desadaptados sociales que disfruta de grabar todas sus fechorías; dicha banda se meterá ilegalmente en una turbia casa para recuperar un casete VHS a cambio de dinero de parte de un aún más misterios benefactor. En esta línea narrativa se podrán encontrar embebidos el resto de las historias, una más dispareja que la otra con resultados tan ambiguos como interesantes. La primera historia es simplemente la mejor de todas e involucra a un grupo de amigos cuya noche de ligue se torna increíblemente siniestra. Equipado uno de ellos con una cámera en sus anteojos, los chicos llevan a un par de chicas a un motel de mala muerte para grabarse teniendo sexo, pero no contaban que una de ellas, la rara, tiene un oscuro secreto. Lo que sigue es una intensa revelación que no escatima en sangre y violencia para culminar en un final estrepitoso y terriblemente escalofriante. ¿Lo peor? Que sea la primera y deje el listón demasiado alto para que el resto de las historias le pueda hacer sombra. Después de eso tenemos la aburrida historia de Ti West, un director que supo ganarse un nombre con las geniales House of the Devil y The Innkeepers y que acá falla en presentar una historia interesante en la segunda luna de miel de una pareja perseguidos por una figura desconocida que augura lo peor. Incluso su revelación final no sorprende ni genera expectativa. La historia que le sigue también hace aguas al presentar a un grupo de cinco adolescentes perseguidos en un bosque por un asesino. ¿El giro? Dicho maniático sólo puede verse a través de una cámara. Tan interesante como puede sonar, el ingenio se queda en buenas intenciones en otra dedepción más del montón. Por suerte las cosas remontan con el segmento de Joe Swanberg y su parejita de amantes que chatean vía cámara web; en dichas sesiones, ella, revela que hay algo en su cas y ciertas apariciones indeseadas hacen acto de presencia durante la noche. Revelar más sería arruinar los mejores momentos que presenta el segmento, cuyo final es lisérgico por no encontrar otro calificativo más indicado. Por último, el cierre es un gran homenaje a aquellas películas de horror malas de los '80 ( de hecho, el año en el segmento es 1998), en donde un grupo de amigos en Halloween se dirige a una fiesta en una casa que luego encuentran (aparentemente) abandonada. El colectivo general es una montaña rusa, con resultados disparejos pero que generan ideas interesantes e historias de calidad difusa. Con una duración de casi dos horas, V/H/S promete regrear próximamente con una secuela que, por los primeros comentarios, ha mejorado los errores de esta primera entrega que, con lo que debe haber costado, promete iniciar una longeva saga de pequeños bocados de horror.
En un colosal regreso al live action desde Náufrago luego de incursionar en territorio animado con El expreso polar, Beowulf y Los fantasmas de Scrooge, Robert Zemeckis vuelve más controversial que nunca en este relato que no se parece en nada a lo que ya haya hecho en su destacada filmografía. ¿Queda algo más que decir cuando la escena inicial de Flight nos muestra al capitán Whip Whitaker en la cama durante la mañana, acompañado de una belleza desnuda y tomando el primer trago de cerveza y la primera línea de cocaína del día? Dicha escena nos demuestra varias cosas: que Zemeckis está jugando fuera de su zona de confianza, que está delimitando territorio dentro de la rota psiquis de su personaje principal, que nos presenta la penosa calidad de vida del mismo, y por que derroteros se conducirá la película. Claramente un estudio tridimensional de un personaje conflictivo y aquejado por sus propias elecciones de vida, Flight nos introduce rápidamente al quid de la cuestión, el detonador de la trama, con el malfuncionamiento del vuelo del que Whitaker es piloto. En una escalofriante demostración del poderío visual que puede captar en cámara, el director entrega una de las escenas más recordadas del año: el accidente del vuelo y el casi milagroso rescate por parte del piloto conforman un trago muy duro y angustiante que es sin lugar a dudas el detalle más recordado del film, por el que sólo vale la entrada para disfutar y aterrorizarse en la pantalla grande. A partir de allí, las repercusiones del accidente afectarán al explosivo papel que tiene en sus manos un Denzel Washington en plena forma como no se lo veía hace años, desde Man on Fire; el capitán Whitaker es un personaje enfermo, cuyo espiral no parece tener final, y se necesitaba de un actor de peso para conformarlo, y Washington lo logra con creces; ya sea sintiendo pena o disgusto por las situaciones en las que se ve inmersas el piloto, la composición del papel es impecable y al guión de John Gatins no le tiembla el pulso para enfrentarlo contra momentos difíciles de ver, pero conducidos con maestría por un actor que con apenas gestos dice historias completas. Es para notar que el guión se disuelve un poco cuando entra en escena la fotógrafa drogadicta de una brutal Kelly Reilly (cuyo papel tranquilamente podría haber estado nominado este año), pero recupera su potencia cuando llega el esperado momento de la audiencia en la que Whip deberá encontrarse cara a cara contra su demonio más grande al defender sus acciones heroicas mientras estaba alcoholizado y drogado. Aunque el epílogo se sienta forzado y algo blando, el viaje no desmerece la labor del guionista, que mezcla una visión descarnada del alcoholismo y las adicciones con pinceladas espirituales y religiosas en el camino. Así como Washington tiene el control de la pantalla durante toda la película, ciertos secundarios son bastante vistosos, como la antes mencionada Reilly, y también el dúo de Bruce Greenwood y Don Cheadle (el uno amigo de Whitaker y el otro el abogado defensor) mientras que John Goodman se roba las escenas en las que interpreta a un proveedor de droga amigo de Whip (a quien se lo presenta con la oportuna Sympathy for the Devil de los Rolling Stones) y James Badge Dale conecta a los personajes principales mediante una interesante escena en la cual es el eje como un paciente terminal de cáncer. Robert Zemeckis logra así en Flight un viaje turbulento en el que vuelve a un plano que nunca debió abandonar; con un protagónico explosivo y duro por parte de Denzel Washington, el drama presenta un estudio de un alcohólico cuyo peor enemigo es él mismo.
Hace falta un gran hombre para contar la historia de otro gran hombre, y que mejor que el incombustible Steven Spielberg para retratar el período más fascinante de la presidencia de uno de los monumentos más queridos por el pueblo americano, el de Abraham Lincoln. Como no podía der de otra manera, Spielberg sale airoso en Lincoln, una cálida y afectiva biopic que, a través de un elenco de lujo, narra uno de los momentos claves en la vida de uno de las grandes figuras políticas de todos los tiempos. Con una alborotada duración de 150 minutos, algo que se está volviendo cansino con todas las nominadas al Oscar este año, uno hubiese pensado que Spielberg tomaría el cuadro completo de Lincoln para contar su vida al completo, pero el hábil director nos hace olvidar prontamente que no estamos frente a un a historia de vida sino a un episodio en particular que requiere intimidad y seguimiento, dos características que se vuelven regla en el film. Lincoln se mueve en dos ejes, que en verdad son dos caras de una misma moneda; el primero es la Guerra Civil, que se está llevando la svidas de incontables personas, amén de la discusión del segundo eje, que es la Decimotercera Enmienda de la Constitución, que boga por el derecho de abolir la esclavitud. En este marco en donde la Guerra lo está detruyendo todo y las reuniones en el Congreso se tornan más intensas mientras las facciones republicanas y demócratas encarnizan una batalla política, el foco sobre el presidente Lincoln se establece mediante la muestra de un carácter afable y calmado, lejos del semidios representado en todos los libros de texto y biografías. A través de una potente y humana actuación de parte de un enorme Daniel Day-Lewis que tiene asegurada su próxima estatuilla al interpretar a través de diferentes capas al agobiado y cansado presidente, que nunca dejó a nadie de lado para ser el Abraham Lincoln padre, esposo, político y pilar de una sociedad americana en una de sus peores horas. Es casi imposible no ver a otro actor más que Day-Lewis caraterizado como el altísimo presidente, cuya cordialidad al compartir historias con cualquiera que este alrededor suyo hacía que se ganase el respeto de todos. La calidad actoral no se remite sólo a Day-Lewis, que ocupa un lugar principal en la trama y cuando está en pantalla nadie le roba el momento, sino que también sus pares alrededor tienen su momento de gloria, en particular Sally Fields y Tommy Lee Jones ambos en los papeles de sus vidas como la acongojada esposa fiel del presidente ella y él como Thaddeus Stevens, uno de los grandes políticos a favor de la Enmienda, cuyas razones se van discerniendo a medida que transcurre el film para concluir su historia en una escena emotiva y llena de significado. Más allá de estos grandes actores, todos los secundarios y terciarios son nombres conocidos y que reflejan la calidad que significa estar frente a un producto de Spielberg; nombres como Joseph Gordon-Levitt, David Strathairn, un irreconocible James Spader y más agracian la pantalla con sus pequeñas pero significantes interpretaciones. En conjunción con su colaborador en Munich Tony Kushner, Spielberg logra que durante dos horas y media la cantidad de debates sean interesantes hasta culminar con una verdadera escena llena de suspenso como lo es la votación final en la sala del Congreso; dicha escena tarda en llegar pero hacia allí se dirige toda la fuerza de la película, y el resultado es impecable, si tenemos en cuenta que Spielberg es ayudado en su narrativa con el cinematógrafo Janusz Kami?ski y el compositor John Williams, el resultado es una combinación perfecta. Con un resultado superior al demostrado el año pasado en War Horse, Steven Spielberg logra realizar un sentido homenaje a una de las figuras que lo marcó como persona; de una calidad isuperable y con un elenco de alto nivel, Lincoln es un gran legado en la creciente filmografía del director y una biografía precisa y admirable.
Kathryn Bigelow obtuvo el reconocimiento que siempre se mereció con The Hurt Locker, y ahora que está totalmente enfrascada en la zona de guerra se despachó con un ingente thriller que tiene como epicentro a la polémica captura del terrorista Osama Bin Laden; Zero Dark Thirty entonces narra absorbente persecución durante diez años comandada por una audaz e implacable agente de la CIA que se atrevió a todo para conseguir el premio mayor. Era más que obvio que una película que cuenta la visión americana de la búsqueda de Bin Laden iba a traer consigo un sinfín de pólemicas críticas de patriotismo americano y nacionalismo exacerbante, pero Bigelow está interesada totalmente en presentar a un personaje y girar alrededor del mismo todas las diferentes vicisitudes y giros de una caza que tuvo a dos presidentes al mando; como si se tratase de un episodio de lujo de la serie 24 o la reciente Homeland, Zero Dark Thirty se enfoca en todos los detalles técnicos y los recursos utilizados por la CIA para unir cabos y atrapar a la aguja en el pajar. Bigelow y su colaborador, el guionista Mark Boal no pierden tiempo en presentar su película mediante una tensa y dura escena de tortura, que termina resultando aleccionadora al mismo tiempo que marca el bautismo de fuego de Maya, la protagonista. El desafío de Bigelow al retratar una obsesión personal como la de Maya y a la vez contar la caza y captura del terrorista mediante conexiones, persecuciones y recopilación de información denota una tarea hercúlea que la directora cumple con acierto al entregar como resultado final un film que resulta tenso pero a la vez no se puede dejar de ver. Mientras que no es una película de acción tradicional, Katrhyn crea un impresionante nivel de suspenso en el que por momentos uno sabe lo que sucederá a continuación, pero el ritmo aumenta y aumenta hacia su conclusión de una manera extraordinaria. Aunque dos horas y media puedan resultar excesivas le bastan a la directora para presentar la historia y desarrollar la acción detectivesca del film, a la par de llevar a sus personajes hacia la tridimensionalidad, un detalle más que importante cuando el peso de la historia recae en ellos. Por eso es importante destacar la labor de Jessica Chastain, que cumple con creces un protagónico que demandó nervios de acero y mucha obstinación; sí, Chastain entrega una actuación memorable, pero no termina de cerrar, aunque tiene escenas memorables que justifican una nominación. El resto del elenco a su alrededor reúne a un talento maduro y fresco que complementa la trama, como el reacio y cansado agente de Jason Clarke o la sencilla Jennifer Ehle, aunque hay nombres de peso que no están por más de dos minutos en pantalla pero su participación resulta clave para el desarrollo como Mark Strong, James Gandolfini, Kyle Chandler y la dupla de Joel Edgerton y Chris Pratt, los agente de campo que toman escena casi al final de la película y protagonizan los momentos más asfixiantes del film con el raid final a la fortaleza donde se esconde el terrorista. No hay dudas de que Zero Dark Thirty puede ser vista como un panfleto político oportunista, pero si de algo no se puede dudar es del ojo y la mano de Kathryn Bigelow para gestar una película sólida y sorprendente, con un elenco de primer nivel y una historia polémica pero intensa.
Cuando una observa las películas nominadas a los premios Oscars este año, no es difícil destacar del patrón que Silver Linings Playbook es lo que podría llamarse la comedia optimista por decantación que siempre tuiene su lugar en la terna; entrar a la sala a verla con este prospecto solo puede significar una impresión más que positiva, ya que la película rompe con varios esquemas en una historia que no escatima en toques de comedia ni en un drama sensible y realista, sin olvidar una de las relaciones románticas más entrañables de los últimos años. La primera inmersión en el mundo narrativo de David O. Russell (me saltée The Fighter incluso tras su fragor en los Oscars) no puede ser más que agradable y estruja el corazón con las situaciones en las que se ven entrometidos sus personajes, basados en el libro homónimo de Matthew Quick. El eje fundacional de la película es la relación entre dos mercancías dañadas, tanto por el lado del profesor bipolar Pat Solitano que está a un paso de perder la mente definitivamente luego de ocho largos meses de reclusión como por el lado de Tiffany Maxwell, una joven viuda con más problemas mentales de los que ella está dispuesta a aceptar. El camino de estas dos almas en pena se verán irreversiblemente cruzados para lograr una de las químicas más explosivas y creíbles vistas en pantalla recientemente; sin duda alguna, la elección de un Bradley Cooper lleno de potencial y explosivo en su caracterización como el atribulado Pat y la de Jennifer Lawrence como la carismática y cándida Tiffany funcionan como columna vertebral de esta comedia que cuando quiere se comedia tiene diálogos incisivos geniales, y cuando le toca el turno de generar empatía por las situaciones dramáticas, lo hace con un timing preciso y de relojería. Todos los personajes resultan interesantes, aunque la luz este enfocada en la pareja, quienes tienen los momentos más logrados y de peso en la trama. Más allá de un manejo increíble de los diálogos, que realmente tienen profundidad y fuerza propias, la dirección de Russell genera una inestabilidad que refleja sin miramientos el estado mental de la pareja protagónica, pero que nunca marea ni confunde; su manera de encarar a un elenco que no tien desperdicio es sutil y logra sacarle el jugo al máximo, con un Robert De Niro que reluce como hace rato que no lo hace como el combativo padre de Pat, quien podría haber heredado a su hijo con ciertos toques de locura propia, además de una correcta Jacki Weaver que ameniza como la matriarca Solitano; por un lado festejo la nominación de De Niro y espero que gane, pero en esta oportunidad no le veo sustancia mayor a la nominación de Weaver, por ejemplo. Sí festejo el pequeño papel secundario de Chris Tucker, insufrible desde las Rush Hour pero que bajo una buena dirección se acerca al grado de comedia de lo que fue su papel más memorable, el Ruby Rhod de The Fifth Element. Maniobrando entre el pesar y la positividad, entre la esperanza y la locura, entre el amor y el resentimiento, las emociones fluyen descontroladas; dirigida con proeza y tino por un director que sabe de relaciones humanas, y un elenco soberbio y bien sostenido, Silver Linings Playbook se va colando poco a poco en la mente y el corazón del espectador, hasta liberar su radiante luz desde dentro. Y no está nada mal sentirse realizado al salir de la sala.