Niñato, opera prima del español Adrián Orr, es una sensible “docuficción” que ganó el BAFICI 2017. David, alias Niñato, tiene 34 años y vive con sus padres y tres hijos que educar. Distribuye su tiempo haciendo hip hop y cuidándolos. Oro, el más pequeño de ellos, comienza a requerir más atención cuando no se siente motivado por sus estudios y quiere seguir los pasos de su padre. La vida de David es bastante difícil tratando de encontrar el equilibrio entre su pasión y su rol como padre. Aunque lo que nunca decae es su compromiso, no sólo hacia su música sino también a la enseñanza de sus hijos, que aunque no lo diga quiere que tengan más posibilidades en el futuro de las que él tuvo. La sensación de esta vida sin fronteras que lleva David, está encuadrada a la perfección por su director. El contexto queda en segundo plano y Madrid se convierte en una ciudad gris, fría y sin vida, sin movimiento. Esta falta de posibilidades no afecta al protagonista que en ningún momento levanta la voz o se desespera por su situación. Se usan planos cerrados y algunos fuera de foco. Dentro de la casa la cámara registra los sucesos pero no se mueve, no se involucra con los personajes, le da suficiente libertad para no forzar la actuación y sentirlo como un registro natural. La libertad también es un concepto que se desarrolla en el filme. Por un lado, la idea de confrontar la crianza con las reglas que la sociedad impone, pero por el otro con la capacidad de ser autosuficientes y de enseñarles esta independencia a sus hijos. Hacia el final de la cinta esta idea se nota remarcada, aunque también pone en peligro el rol del padre en pos de no ser más necesitado.
Después de su paso por el Festival de Cine de Mar del Plata, en la Competencia Internacional, Ulises Rosell (El etnógrafo) presenta su nueva película Al desierto protagonizada por Valentina Bassi y Jorge Sesán. El film cuenta la historia de Julia, una empleada de un casino en Comodoro Rivadavia, que trabajando conoce a Gwynfor, un hombre que un día le promete un puesto administrativo en una petrolera. Cuando van en camino, ella advierte algo engañoso e intenta escapar. Al accidentarse el auto donde viajaban, quedan varados a merced del desierto y el calor, refugiándose en cuevas y estructuras abandonadas. A la par, el comisario Hermes Prieto comienza a seguir las pistas para encontrar a la joven desaparecida. Al desierto relata cómo la vida de una persona puede cambiar en una situación extrema. Valentina Bassi interpreta a Julia, una mujer que ya está al borde de la monotonía y acepta escaparse al instante con tal de quebrar la rutina. Jorge Sesán es Gwynfor, un hombre de pocas palabras del cual mucho más no se conoce. Unidos bajo ciertas circunstancias, las acciones que realizan repercuten en su decisiones y su relación. Con el marco de la desolación del desierto de la Patagonia, donde por fuera nada ocurre pero por dentro esconde más de mil historias y huellas en sus tierras, Rosell conforma una fábula de amor en pleno movimiento y transmite el desgaste físico y psicológico de la protagonista al espectador, con tomas generales de la inmensidad infinita del lugar pasando a primeros planos y locaciones cerradas. La historia del comisario sirve más para forzar la estructura del género western que para hacer avanzar el relato principal. Los protagonistas no están huyendo de la ley, están escapando de ellos mismos. Aunque es claro que el guion está construido de esa manera para aumentar la tensión.
Después del éxito de Invasión Zombie, otra película de Corea del Sur llega a estrenarse comercialmente, La villana es la segunda obra de Jung Byung-Gil (Confesiones de un asesino). El film comienza con Sook-Hee buscando venganza por la muerte de su mentor y protector. Entre el caos, en lugar de ser arrestada, es reclutada por una agencia secreta de asesinos. La jefa de la organización le promete que, a cambio de diez años de servicio, limpiarán su registro y podrá tener una vida con su pequeña hija. Entre su coartada como actriz de teatro y la de una asesina, Sook-Hee intenta seguir adelante y cumplir su labor, pero su pasado comienza a perseguirla. Mientras que en Confesiones de un asesino el director combinaba un thriller policial y de suspenso haciendo peso en la intriga y el juego del gato y el ratón, en La villana la acción es el eje del relato apoyado por el peso emocional de los personajes. Sin lugar a dudas la forma de filmar la acción está cambiando y mientras algunas películas mantienen el convencionalismo de secuencias clásicas, otras se adaptan a los ritmos vertiginosos de la modernidad. En Asia las peleas con coreografías sumamente detalladas no son nada nuevo, algunos recordarán The Raid, Ong Bak o las películas de Jet Li y Jackie Chan. Mientras en Estados Unidos fue John Wick que tomó estos precedentes para alejarse de los héroes de acción de Hollywood. Y sin ir más lejos, el año pasado llegaba Hardcore Henry, una producción rusa que mezclaba estos estilos mencionados con la sensación de estar en un videojuego en primera persona. La villana hace uso de estos elementos, al principio y al final del film, con persecuciones bien logradas. Con cámaras en los lugares más originales y la utilización de efectos especiales generados por computadora. Entre medio de ésto coloca un drama romántico, que tampoco es ajeno a la filmografía de Corea del Sur, pero que aquí se mezcla con las traiciones y mentiras del espionaje y los dobles agentes.
Siete años después vuelve la saga de El Juego del Miedo o Saw, aquí llamada Jigsaw: el juego continúa. Tras la aparición de un cuerpo, en el medio de la ciudad, los investigadores comienzan a encontrar pistas que acercan como sospechoso a alguien que lleva más de diez años muerto: John Kramer o Jigsaw. Al mismo tiempo, cinco personas están atrapadas en un juego de vida o muerte. La saga de El Juego del Miedo es el claro ejemplo de una gran idea que comienza a retorcerse para exprimir hasta el último centavo del espectador. Todo empezó en el 2004 con un thriller policial independiente que lanzó la carrera de James Wan (Rapido y Furioso 7, El Conjuro, Aquaman). La segunda y tercera parte parecían ser coherentes y cerrar el ciclo del asesino Jigsaw. A partir de ahí, Lionsgate vio que tenía entre sus manos una franquicia que podía seguir explotando y cada Halloween estrenaba un nuevo film. Esta nueva etapa de la saga se apoyó mucho más en su aspecto gore y de tortura que en el thriller policial original. La séptima película, el capítulo final, debería haber sido el cierre de la historia. Para bien o para mal, Cary Elwes volvió a interpretar al personaje del doctor Gordon y reveló que desde el primer film estuvo trabajando para el asesino todo el tiempo. La octava de El Juego del Miedo, ahora Jigsaw: el juego continúa trata de encontrar su tono entre todo lo visto en las películas anteriores pero se queda a medio camino. Como policial, sus protagonistas no tienen carisma y formulan estereotipos clásicos. Mientras que desde el horror, el gore no es suficiente para los fanáticos de ese estilo. El planteamiento de cambiar el título podría dar a entender que esto es el comienzo de una nueva historia. Una alrededor del personaje de Tobin Bell. John Cramer es el asesino ausente en todos los filmes, tiene pequeñas apariciones y siempre fue lo más interesante de los títulos. En Jigsaw: el juego continúa se mantiene la misma postura que en las anteriores entregas. Los guionistas no se arriesgan. Las vueltas de tuerca también fueron parte de la saga, engañando al espectador con varios recursos. El efecto aquí vuelve a estar presente pero es previsible porque ya se había utilizado y al espectador le cuesta creer que Jigsaw podría estar vivo; el film no da pruebas suficientes para cuestionarlo.
A semanas de un estreno con el título “Amityville” llega otra cinta de terror alrededor de la famosa casa, Amityville: el despertar de Franck Khalfoun. Una mujer viuda se muda a la casa en donde sucedieron las masacres de Amityville hace cuarenta años. La acompañan sus dos hijas y su hijo, en camilla y estado vegetativo. Belle, la mayor, comienza a notar extraños sucesos en la casa y, a medida que esto pasa, su hermano comienza a tener mejorías sin ninguna explicación. Si hace unos días hablamos de una película que tenía Amityville en su título pero no tenía nada en su argumento alrededor de los eventos ocurridos en la casa, esta continuación o expansión de la historia utiliza algunos recursos ya vistos en el género pero no abusa de ellos y logra el efecto buscado. En primer lugar parte de actuaciones creíbles y convincentes. Aunque el protagonismo cae en la adolescente protagonista Bella Thorne, es Jennifer Jason Leigh quien con sus expresiones corporales conforma una desquiciada madre que se destaca. El guion maneja bien esta actitud del personaje, llevando al espectador a dudar sobre cuál es el verdadero poseído de la película. A la par satiriza las previas adaptaciones utilizándolas como pretexto para que los adolescentes conozcan la historia de la casa, mientras ven un fragmento del primer film protagonizado por James Brolin. Aunque no aporta nada a la historia sí suma a darle mayor “credibilidad ” a los hechos, reforzados con la apertura y cierre de un periodista que relata la crónica policial de lo sucedido. Finalmente se destacan los efectos especiales usados: en mayor medida maquillajes prácticos y acotados al presupuesto pero que encuentran el objetivo buscado de asustar o perturbar al espectador.
En la edad de las remakes, secuelas y reversiones llega Línea mortal: al límite, basada en la película de 1990 dirigida por Joel Schumacher. Cinco estudiantes de medicina se obsesionan con revelar el misterio de qué hay después de la muerte. Para hacerlo cada uno detiene su corazón para luego revivirse. El hecho les provoca pesadillas y alucinaciones de los diferentes pecados que realizaron en el pasado. Los años pasan y el público cambia. Línea mortal: al límite se adapta a los tiempos que corren donde el terror se afianza en el gusto del espectador y abandona el estilo de thriller de ciencia ficción con toques pesadillescos que tenía la original. Teniendo como marco este nuevo terreno, no innova y se queda con las emociones básicas. Utiliza los silencios repetidas veces para buscar el susto repentino en el espectador. La primera vez funciona, el resto se hace previsible. El film intenta alejarse del original al presentar nuevos personajes, pero la mayoría de ellos sostienen los mismos problemas de la versión previa. Está el adicto al sexo, la que hizo bullying, las que mataron accidentalmente a una persona y el que se queda al margen de todos los problemas. Los estereotipos ya estaban en la primera película pero la simpatía de los actores originales (Kiefer Sutherland, Julia Roberts, Oliver Platt, Kevin Bacon y William Baldwin) supera en creces a los de la nueva versión con Ellen Page, Diego Luna y un desconocido elenco.
El éxito del género de horror en las salas argentinas brinda un espacio al estreno de El origen del terror en Amityville de Sheldon Wilson. La película sigue a Angela, una joven que, tras la muerte de su madre, vive recluida y sin amigos, víctima del acoso de una pandilla del pueblo. Ella decide tomar un empleo cuidando a Adrian, un niño tímido y callado, que acaba de mudarse con su madre a una casa que el pueblo cree que está maldita ya que en 1997 desaparecieron sus huéspedes sin dejar ningún rastro. En primer lugar cabe aclarar que el título original de la película es The Unspoken (o sea, “lo no dicho”). El cambio genera un gran desconcierto para los conocedores del tema ya que Amityville es una de las casas más populares en lo que respecta a posesiones. Fue adaptada varias veces en el cine, recientemente mencionada en El Conjuro 2. El cambio de título sólo sirve para enganchar a los amantes del terror que están buscando secuelas, reboots o precuelas alrededor de temas ya conocidos. Más allá de esto, la película no aporta nada nuevo al género. Por un lado las escenas de terror son pequeños sobresaltos de puertas que se golpean y apariciones detrás de los protagonistas, recursos utilizados tantas veces que ya han perdido su valor. Hay muy pocos efectos especiales y sólo la primera muerte sorprende -aunque de alguna manera engaña al espectador-. A partir de ese momento todos están esperando un estilo más gore en la cinta pero esto nunca llega. Por el otro, la historia no escala en ningún momento. La protagonista no se encuentra en peligro inminente por esta fuerza del mal y ni hablar de los jóvenes que intentan asesinarla. Tampoco hay un esfuerzo por esconder el misterio que rodea a la casa y la vuelta de tuerca es más que previsible a mitad de la película.
A más de 30 años del estreno del film de culto y clásico de Ridley Scott, llega Blade Runner 2049, secuela que cae en manos de Denis Villeneuve (La llegada, Sicario). El agente K (Ryan Gosling) es un blade runner, un policía encargado de atrapar modelos de replicantes (androides que se rebelaron y cuestionan su propósito). A partir del encuentro de un objeto enterrado, comienza a revelar un misterio oculto hace treinta años y el cual sólo tiene respuestas por parte del agente desaparecido Rick Deckard (Harrison Ford). Cuando se anunció la secuela de Blade Runner la expectativa era alta. Y cuando Scott eligió a Villeneuve para continuar su trabajo la decisión generó más interés todavía. El director venía de realizar la cinta de ciencia ficción La llegada y ya había demostrado su talento en La Sospecha y Sicario. En Blade Runner 2049 Villeneuve no se arriesga. No cuestiona el género de ciencia ficción como lo hizo la primera película. Se deja llevar por el respeto y el homenaje que le tiene a la cinta original. La visión del director se pierde en la solemnidad de las imágenes, lo cual es lo más destacable del film con una fotografía impecable. Pero por momentos pareciera que la película está forzada a demostrar su grandeza. No cae en la nostalgia de reverenciar una década o un estilo como si lo han hecho series como Stranger Things o la película Star Wars: El despertar de la fuerza. Blade Runner 2049 es una extensión de la original, tiene escenas y planos calcados, los mismos tiempos narrativos e incluso emula su banda sonora (la mano de Hans Zimmer no se nota y se escucha otra versión del clásico de Vangelis). En lo que respecta a las actuaciones sucede algo similar. En la década del 80 Harrison Ford venía de realizar papeles de héroes simpáticos como Indiana Jones y Han Solo y pasó a ser un gruñón y poco empático detective en Blade Runner. Ryan Gosling pasa por los mismos dilemas habiendo actuado recientemente en La La Land para ser el poco carismático detective K. La interacción entre ambos es poca y para ser un film que recurre a la mítica figura de Deckard, no la aprovecha. El papel de Jared Leto, como un visionario que controla el nuevo universo robótico, tampoco es el de villano del film. Su rol queda rezagado para recalcar la evolución del ser humano y su ceguera queda más como una excusa para presentar espacios oscuros y juegos de luces impresionantes pero que no aportan nada a la trama. Por último, la cinta original estaba basada en el cuento “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick. A partir de esta simple pregunta el relato cuestionaba los límites de la realidad. La película avanzaba en este concepto de lo artificial y lo real como eje de conflicto entre Deckard y los replicantes, especialmente su relación amorosa con Rachel. En Blade Runner 2049 el cuestionamiento es sutil pero está presente entre el agente K y el personaje de Joi (Ana de Armas). Sin revelar detalles del argumento, esta relación se convierte en algo original (quizás ya visto en algún capítulo de Black Mirror) pero sí que avanza a otro nivel del planteado en la cinta original de Ridley Scott.
Con un partido como excusa, Clarisa Navas desarrolla las íntimas historias de un grupo de chicas, en un barrio del litoral, en Hoy partido a las 3. La historia arranca con el entrenamiento de un equipo de fútbol femenino “Las indomables”. Con peleas y algunos rencores, se preparan para jugar al día siguiente un torneo contra otros barrios. La espera las impacienta pero no pierden el tiempo, sino que lo dedican a mirar otros partidos y conocer gente. Mientras que, de fondo, un vocero alienta la campaña de un candidato a intendente. Filmado con actrices y jugadoras de fútbol, el engaño logra que el espectador se pierda entre el registro documental y la ficción. La cámara fomenta mucho más esta naturalidad, sin interferir en las miradas de cada personaje, con diálogos que se pisan y planos que no están del todo encuadrados en la acción. Además la historia fluye con un tiempo casi realista. A la par explora varios temas durante la espera del comienzo del partido. Por un lado, el lesbianismo. Las chicas están más interesadas entre ellas que en los hombres (ausentes en la mayor parte de la película). Manejan códigos en donde, a pesar de que sus intereses amorosos son de conocimiento en sus grupos, no lo explicitan (en general), sino que lo mantienen en secreto. Por el otro, la posición del hombre frente a la mujer: a veces fuera de campo, como los policías o los chicos que le piden la cancha al principio. A medida que avanza la historia se hacen más presentes: el novio de una de las chicas, los que las “apuran’ y se ríen en el medio del partido y esa figura que roza lo caricaturesco que es el que maneja el “marketing” del candidato político. Contrasta el choque entre la pasión que le ponen las chicas a su actividad y los intereses políticos y económicos que mueven la organización del torneo.
Después de varios años, y cambios en el guión y la dirección, llega la adaptación de La Torre Oscura, basada en la saga escrita por Stephen King. La historia comienza con Jake Chambers, un joven de Nueva York, que hace varios años tiene recurrentes sueños sobre un pistolero, un hombre de negro y una torre oscura. Su madre y su padrastro no le creen y buscan ayuda psiquiátrica para el chico. A la par en Mid-World la pelea entre Roland, el pistolero y Walter, el hombre de Negro, continua acrecentándose cuando este último utiliza las mentes de los chicos para operar una máquina capaz de destruir la torre oscura, el eje y vínculo de todo el universo. Cuando Jake se escapa y decide, a toda costa, encontrar el mundo de sus sueños, cae bajo la tutela de Roland quien deberá protegerlo del Hombre de Negro. Una saga de siete libros, con continuaciones en formatos de cómic y videojuegos y un universo tan vasto que mezcló los géneros de ciencia ficción, fantasía, terror y western, podría haber funcionado mejor en un formato serie de tv. La idea original de Ron Howard (aquí productor de la película) era dirigir una serie de películas y temporadas para tv para abarcar lo mayor posible el trabajo de Stephen King. Finalmente se optó por ir a lo seguro. Nikolaj Arcel (A Royal Affair) se puso detrás de las cámaras en un film de una hora y media que resume poco las aventuras de El pistolero. Dejando de lado las diferencias narrativas entre la novela y esta adaptación, el film padece el querer contar, de manera abrupta, al espectador un universo de fantasía similar al del Señor de los Anillos. En su primera media hora resume el conflicto que llevará a la acción y confrontación de los personajes, pero todo esto queda desligado a una puesta en escena y un contexto que necesitaba más tiempo para que el espectador procese. En lo actoral, la decisión de tener a Idris Elba y Matthew McConaughey fue acertada, pero sus roles quedan rezagados a esquemas clásicos de personajes buenos y malos, y no hay facetas. Roland es consumido por la venganza y abandona su cargo de protector pistolero, pero no pasa mucho tiempo hasta que vuelve a serlo. Mientras que El Hombre de Negro busca destruir la torre oscura para liberar la oscuridad que se encuentra fuera del universo, sin ningún tipo de motivación alguna. La acción y su apartado visual cumplen pero no asombran. Todo está acotado a un justo presupuesto, previendo una posible mala recaudación en la taquilla.