Entre tantos estrenos, este jueves llega la singular y personal mirada de Lantéc Chaná de Marina Zeising. Lantéc Chaná sigue la historia de Blas Jaime, jubilado de 71 años, que es considerado el último heredero de la lengua chaná, antiguo pueblo originario del litoral argentino extinguido hace más de 200 años. El documental recrea el camino transitado por Blas Jaime junto con Pedro Viegas Barros, investigador del CONICET, para preservar la cultura chaná y dejar un registro para las futuras generaciones. La directora Marina Zeising recrea a partir del tema indígena un análisis de la memoria y de la identidad. Esta reconstrucción comienza con varias voces en off, contando la historia de los conquistadores o usurpadores de las tierras, acompañadas de imágenes de la arquitectura actual en los pueblos en donde el cristianismo se impuso. Blas Jaime continua el relato pasando por los diversos lugares y contando su propia historia y la de sus ancestros. Incluso una etapa de su vida en la que se hizo mormón y adoptó la religión, aunque después volvió a sus raíces. Su camino y conocimiento lo llevaron a diversos museos donde el documental ahonda, aún más, en la cultura y costumbres de los chaná. En un momento el relato hace un paralelismo entre la dedicación de Blas Jaime en preservar la cultura y los juicios de la última dictadura militar. Mientras que Blas Jaime deja su herencia en el diccionario de chaná-español, él mismo acompaña a la comunidad charrúa que vive en pésimas condiciones y se ha acomodado a la ayuda social que le han dado. Aquí es cuando el trabajo del documental se vierte a una crítica social y política, donde se muestran las pocas oportunidades que tienen los habitantes de esa comunidad y que sólo viven gracias al apoyo entre ellos mismos. Víctimas de la misma industrialización que les quitó las tierras.
Christopher Nolan (La trilogía del Caballero Oscuro, Interstellar) presenta su nueva película Dunkerque filmada en formato IMAX. Durante la Segunda Guerra Mundial, en las playas de Dunkerque, cientos de soldados británicos y franceses se encuentran rodeados por el avance de las fuerzas alemanas. El filme centra su relato en tres historias principales. Por un lado: un padre, un hijo y su amigo que aceptan el llamado para ir al rescate de los soldados en su pequeño barco. Después un grupo de jóvenes que intentan escapar de la guerra cueste lo que cueste. Finalmente un grupo de pilotos que surcan los aires en busca de detener ataques enemigos. Nolan se aleja de los relatos policiales y de ciencia ficción para entrar en el terreno bélico y realista. Aunque este “realismo” es sólo en referencia a su contexto. A diferencia de Mel Gibson en Hasta el último hombre o de Steven Spielberg en Rescatando al Soldado Ryan, Nolan sigue construyendo su trabajo a partir de los detalles y de cómo el producto final será apreciado por el espectador. Todo está calculado en la filmación y la post producción. Es por eso que este exceso de realidad es el que lo aleja de una construcción más general y mantiene presente su impronta de relato moderno. Por otro lado, Dunkerque no tiene un protagonista o un grupo de protagonistas. El film comienza en el medio de la acción y no hay un punto de vista fijo en la historia. No pierde el tiempo introduciendo a los personajes. Aunque hay diálogos, no es la esencia del film. Y por momentos le juega en contra y dispersa al espectador. La imagen y el sonido son un punto a analizar. Desde lo visual el material filmado en cámaras IMAX es impecable. Las tomas aéreas y bajo el agua son un desafío para el director que logra planos y secuencias dignas de ver en un cine capacitado para ese formato. El sonido y la banda sonora (de Hans Zimmer, continuo colaborador) vibran al mismo nivel que el relato que presenta Nolan. La tensión es un efecto común en su filmografía y la mayoría se desarrolla entre el segundo y el tercer acto. El efecto en el sonido y la música está en ascenso continuamente y esto fortalece el suspenso transmitiendo al espectador esta tensión con todas las herramientas que tiene el cine. El director también suele jugar con los saltos en el tiempo. Esa misma tensión que se desarrolla pasada la mitad de la película a veces es acompañada por un cambio temporal que sirve como engaño para el espectador. Algunas veces más evidente como en Memento o Following y en otras más sutiles como en El Origen, Interstellar o El Gran Truco. En Dunkerque hay un salto temporal pero no es funcional al relato y no aporta ningún atributo al film.
Siempre tiene que haber una opción de terror en la cartelera argentina, La novia es un filme ruso que sólo sirve de excusa y relleno para cumplir con ello. Hay una leyenda rusa que dice que para conservar las almas de las personas muertas había que fotografiarlas pintándoles los ojos en los párpados. El filme comienza con el protagonista llevando a cabo ese procedimiento con su esposa para, a través de un rito tétrico, trasladar en el cuerpo de una joven virgen del pueblo al de su amor perdido. Pero con su regreso a la vida también llega el inevitable mal. Inmediatamente después de este prólogo estamos en la actualidad con una pareja recién casada, Nastya y Vanya, que viaja a una casa en el campo donde vive la familia de este último. Ella acepta adaptarse a las extrañas costumbres de la familia con tal de encajar en la vida de su nuevo marido. El problema comienza cuando Vanya desaparece y ella queda a merced de una cuñada y una mujer amiga de la familia. Posesiones, extrañas apariciones y ruidos en la casa no demorarán en surgir en esta historia que nada aporta al género. En primer lugar hay que aclarar que por algún motivo la película llega doblada en inglés. La sincronización de las voces es tan mala que por momentos se hace imposible tomarse en serio la historia que se está contando. Se convierte en algo más cercano a una parodia que a una cinta de terror. La novia no sale de los lugares comunes. Las pocas escenas de terror son predecibles y aburridas. No tienen ninguno de los tres elementos que se podrían pedir a una cinta de este género: vueltas de tuerca, sustos importantes o alguna gota de sangre. La incoherencia reside tanto en su argumento como en sus protagonistas. Por un lado, la manera de liberarse del espíritu es bastante simple para que ninguno de la familia hubiera hecho nada antes. Convirtiendo todo el desenlace de la historia en algo pobre. La idea de fotografiar a los muertos en una casa embrujada no es algo nuevo, ya se había visto en Los otros de Alejandro Amenábar. Y por el otro, no hay una evolución en los protagonistas. No se nota ese arco que experimentan todas las mujeres en los slasher films (cintas de terror donde hay un asesino suelto), en donde las víctimas pasan a convertirse en rebeldes y sobreviven a sus captores después de cometer alguna atrocidad.
En el auge de las cintas de terror/suspenso de corte independiente llega Viene de noche, de Trey Edward Shults, protagonizada por Joel Edgerton. La historia sigue a una familia recluida en una casa en el bosque en un mundo devastado por un virus. Su rutinaria vida cambia cuando un hombre intenta forzar su entrada a la casa para luego decirles que tiene una esposa y un hijo pequeño que necesitan de su ayuda. Las desconfianzas comenzarán a surgir de ambos lados. Desde La carretera de John Hillcoat hasta la serie The Walking Dead las historias del fin del mundo se siguen explorando y, en cada una de ellas, se discute que el problema que tendrá la humanidad en una situación límite no será con el ambiente sino entre nosotros mismos. Viene de noche incluso presagia en su título la paranoia que tienen los personajes de que algo irreversible está por venir. Está sensación es transmitida al espectador desde el primer momento. Los puntos de vista son claves para el desarrollo del guion. Y mientras la cámara se queda con ciertos relatos, el efecto de no mostrar en exceso los exteriores o el cielo y trabajar el fuera de campo son todos elementos que refuerzan aún más el suspenso. Las actuaciones del elenco principal se sostienen en cada escena. Aunque hay bastantes diálogos, las miradas y gestos de los cinco protagonistas hacen avanzar la historia o fomentan los enigmas que la película no logra contestar. Esta decisión de construir un relato tan encerrado funciona como un arma de doble filo. Ya que mientras el espectador sufre el desconcierto de no confiar en nadie, por otro quiere más información sobre el contexto de este mundo perdido. Finalmente, aunque Vive de noche maneja el suspenso psicológico y la tensión entre los diversos personajes, el terror también esta presente en los sueños de Travis, aunque éste termina siendo el punto más flojo de la película ya que queda en un registro totalmente diferente al resto de los eventos.
Sebastián Caulier (La inocencia de la araña) vuelve a involucrarse en el mundo de la adolescencia con su nueva película El Corral. La historia se ubica en 1998 en Formosa. Esteban es un chico de anteojos que escribe poesía y recibe constante maltrato por parte de sus compañeros. En su casa la familia no le presta atención, o incluso hablan sobre él como si no estuviera. Su vida cambia cuando llega al colegio Gastón, un joven rebelde que no tiene miedo de decir lo que piensa. Entre ambos entablan una extraña amistad que comienza a escalar a niveles peligrosos. Caulier presenta un relato que, con astucia, ubica al espectador en varios géneros cinematográficos, saliendo de lo convencional. Mientras que al principio el film mantiene un tono de comedia negra, apoyado por la narración en pasado del protagonista y las pequeñas “travesuras” que cometen los adolescentes, a medida que avanza la historia el conflicto cambia y, a su vez, el género. El Corral pasa a ser un thriller de suspenso o un drama. Los personajes, a pesar de estar bastante estereotipados, salen de lo convencional especialmente el de Esteban. A diferencia de películas o series modernas que tratan el bullying con un arco argumental en donde al final algo cambia en la vida de los protagonistas, aquí se da a entender que todo sigue igual, que no hay un cambio abrupto en el personaje después de lo que ha vivido. Convirtiendo la historia en un relato cíclico. Finalmente hay un manejo muy logrado del verosímil. Mientras que las situaciones que aborda El Corral parecen extremas o surrealistas, en ningún momento el espectador pierde la credibilidad de que estos eventos pueden pasar: tomando ejemplos como Elephant de Gus Van Sant o, la recientemente estrenada en el BAFICI, Dark Night de Tim Sutton.
Se estrena en la sala del Cine Gaumont el documental argentino Legado del Mar de Gastón Klingenfeld: un paseo por la historia de una familia pesquera en el puerto de Rawson. Legado del Mar centra su atención en la familia de Juan Iglesias: un antiguo pescador en el puerto de Rawson, embarcado en el barco PICA I durante más de 60 años que deja sus enseñanzas a sus hijos y que también presenta la realidad y los cambios que han ocurrido en el mar del sur argentino. El mar se convierte en el contexto que engloba todas estas historias. Desde el comienzo del día con los pronósticos del tiempo en la radio, hasta el final cuando los pescadores descansan en el bar “Miramar”. Mientras que el espectador puede pensar en el esfuerzo que realiza, día a día, la gente que trabaja en el puerto, la cámara de Klingenfeld los enfoca mostrando el orgullo y la pasión con que realizan su tarea. Los relatos de Juan Iglesias -que piensa que la tradición de la familia tiene que seguir en la pesca- entran en choque, pero no en conflicto, con los de su hijo Leonardo que desearía un futuro diferente para los suyos. También está presente la figura de la madre, como un faro expectante, mientras observa como el mar se ha tragado a tantos hombres. Estas anécdotas y testimonios de los protagonistas se intercalan con cámaras fijas que reflejan el estatismo del pueblo y la espera de las mujeres y los niños, frente al continuo movimiento del mar y el peligroso trabajo de los pescadores. Incluso el viejo Iglesias parece no quedarse quieto en ningún momento, acostumbrado al desarraigo en el mar, lejos de la tierra. Legado del Mar es un documental que en su corta duración de una hora presenta las costumbres del pueblo en el puerto de Rawson, las historias de sus barcos y la figura del mar como proveedor de oportunidades, pero también como una fuerza de la naturaleza que los pone en peligro.
El español Nacho Vigalondo (Los cronocrimenes, Open Windows) presenta su nueva película Colossal, protagonizada por Anne Hathaway y Jason Sudeikis: una sátira sobre el alcoholismo mezclada con la pelea de un monstruo y un robot. Gloria es una joven que se la pasa de fiesta en fiesta, con problemas de alcohol y sin trabajo. Su novio la echa de la casa y ella vuelve a su pueblo natal. Allí se encuentra con Oscar, un amigo de la infancia que, ahora, es dueño de un bar. Comienza a trabajar para él pero en varias ocasiones tiene pérdida de memoria y descubre que en esos lapsos un monstruo gigante atacó Seul y lo más extraño es que ella parece tener algún control sobre el mismo. Vigalondo utiliza las leyendas asiáticas de los kaijus (monstruos gigantes como Godzilla) y los robots gigantes como Evangelion o Titanes del Pacífico para presentar otra lucha constante del ser humano: las adicciones. Colossal puede leerse en un principio como una comedia negra. La desorganizada vida de Gloria la lleva a tomar malas decisiones a medida que el espectador observa cómo reconstruye su vida. En el medio de todo esto se da cuenta de que es capaz de controlar a un monstruo que aterroriza Corea del Sur. La ilógica situación es la clave de la comedia pero a medida que ella comienza a tomar responsabilidad, al perder el conocimiento en estado de ebriedad, el film cambia su registro. La comedia negra se transforma en una sátira trágica sobre al abuso. Y aunque ciertos elementos están en la primera hora del film, nadie puede anticipar el engaño del tono que presentan los trailers y la campaña de marketing de la película. Lo ingenioso es que no hay héroes o villanos en la historia. Gloria es víctima de la situación que afronta, pero el espectador en ningún momento siente empatía por ella, ni siquiera al final del film. A su vez, Colossal pone su visión en los traumas de la niñez como causantes de las decisiones en la adultez. Reconstruyendo las escenas del pasado de los personajes y ubicando el enfrentamiento en el parque infantil de una plaza. Finalmente profundiza en otros elementos como el control, no sólo en la idea de Gloria tomando posesión de la criatura, si no el control que varios de los personajes masculinos tienen sobre ella.
Disney presenta la quinta parte de la saga de Piratas del Caribe protagonizada por Johnny Depp. El joven Henry Turner (Brenton Thwaites) emprende la misión de rescatar a su padre Will, condenado por la maldición del Holandés Errante. Para eso necesitará del tridente de Poseidón y de la ayuda de Jack Sparrow, quien está siendo perseguido por el Capitán Salazar (Javier Bardem) y su ejército de muertos. La saga de Piratas del Caribe continúa buscando nuevos horizontes, después del cierre de la trilogía original y una cuarta parte que pretendía presentar nuevos personajes aunque sin éxito. Llega la quinta película que retoma las bases del primer film de la saga. Jack Sparrow está siendo perseguido por un ejército de muertos. Y se une con un joven Turner quien se enamora de una mujer (Kaya Scodelario). Ambos tienen asuntos pendientes con sus padres. Hay un soldado que los persigue (un desaprovechado David Wenham) y una maldición que romper. El argumento general es un calco de La maldición del Perla Negra. Y mientras algunos elementos funcionan, otros se sienten forzados. El éxito en general de la saga se debe a su protagonista el Capitán Jack Sparrow. Johnny Depp no agrega nada nuevo a su personaje, aunque el espectador espera lo habitual. Muchas gesticulaciones, diálogos y situaciones hilarantes que le suceden más por suerte que por capacidad. Vuelve el Capitán Barbosa (Geoffrey Rush) más como guiño para los fanáticos de la serie que como eje fundamental de la historia. A su vez hacen apariciones dos personajes de la trilogía original, que podrían abrir el abanico a más películas por venir. Henry y Carina (las jóvenes caras de este nuevo film) quedan a medio camino a la hora de emular a Will y Elizabeth. Aunque los actores pongan lo mejor de su carisma, el problema radica en el guion. El joven Henry tiene una gran introducción cuando intenta salvar a su padre pero a medida que avanza el film su personaje comienza a perder peso y estructura. En menor medida sufre lo mismo el personaje de Carina, que está impuesto como una brújula para que la película se siga moviendo de locaciones. Lo que si logra este film es tener un villano bien construido, que se aleja del romanticismo imperante de Barbosa, Barba Negra y Davy Jones. El capitán Salazar sólo tiene un objetivo: la venganza contra Jack Sparrow. La crueldad con la cual lleva a cabo su plan incluso parece excesivo para un film de Disney.
Daniel Hendler presenta su nueva película El candidato: comedia negra que retrata la tesitura a la hora de crear un político. Martín Marchand (Diego De Paula) está armando una campaña política en una casa de campo. Lo acompañan los que trabajan junto a él, además de un músico, un diseñador y una publicista. Mientras presentan algunas ideas sobre el proyecto, el pasado de Martín comienza a relucir: la relación con su padre y el choque que tiene con los naturistas. El poder y la política van de la mano y mientras que algunos intentan atacarlo con insultos por las redes sociales, por el otro el ataque es más físico y directo. La película de Hendler apuesta a la comedia, y a esa risa que, al salir de la sala, el espectador se plantea si es correcta o no. Martín vive en otro mundo, desinteresado por aquellos que lo rodean y que espera representar (algo claro queda en cómo se acerca y se aleja finalmente del personaje de Matías Singer). Trabaja el doble discurso como todo político y esto se acopla con la doble línea que Hendler impone a la cinta: por un lado, una comedia de situaciones con unos increíbles diálogos y remates y por el otro, el drama en donde el espectador entiende la manipulación de los medios frente a una figura. De Paula no usa muchas palabras, ni siquiera puede armar un discurso improvisado, pero no lo necesita; su rostro lo dice todo, de la prepotencia a la indiferencia. Un excelente trabajo del actor para componer el personaje. Caben destacar también los personajes secundarios muy bien construidos por Ana Katz, Matías Singer, José Luis Arias, Roberto Suárez, César Troncoso, Alan Sabbagh y Verónica Llinás. El director y el guion les brinda el espacio justo a cada uno de ellos.
Guy Ritchie (Sherlock Holmes, El agente de C.I.P.O.L.) incursiona en la fantasía medieval y pone su propio sello en la nueva versión de El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada. Charlie Hunnam (Sons of Anarchy, Titanes del Pacífico) es Arturo, antes de que fuera Rey. La historia comienza cuando su tío Vortigern (Jude Law) traiciona a su padre el rey Uther (Eric Bana) y toma el reino para sí mismo. El joven Arturo queda perdido y crece en las calles, entre prostitutas y tramposos. Cuando la famosa espada Excálibur queda expuesta nuevamente a la vista de todos, el pueblo clama por el retorno del legítimo heredero, que será aquel que pueda desprenderla de la roca en la que está clavada. Muy pocos directores pueden mantener su impronta cuando los grandes estudios les proponen proyectos de presupuestos enormes. Guy Ritchie confeccionó un particular Sherlock Holmes con Robert Downey Jr. y Jude Law en una atmósfera steampunk moderna pero a su vez clásica y repitió su éxito con El agente de C.I.P.O.L. manteniendo el respeto por la serie original y dotando de humor y carisma a la cinta. En El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada el terreno de la fantasía y lo épico lo pierde un poco, pero Ritchie hace de las suyas con varias escenas de su factoría. En primer lugar el espectador que no conozca al director no entenderá qué pasa en el principio del filme. El ritmo de edición (que en general tienen sus trabajos) resume veinte años de la vida de Arturo en pocos minutos. Las escenas son narradas anticipando lo que va a pasar, intercalando presente y futuro, algo también visto en películas anteriores del director. A Charlie Hunnam le cuesta despegarse del héroe rebelde sin causa y la premisa que construye el director sobre la construcción de este nuevo rey Arturo, parece armada alrededor de él y no en base a la historia original. Por momentos aquellos que seguían la serie Sons of Anarchy van a ver a Jax Teller manejando su banda en la época medieval. Algo que no vuelve a conseguir con éxito el director es la inclusión de un sidekick. Los personajes secundarios no tienen peso en la historia, no producen empatía con el espectador y muy pronto sus nombres se pierden alrededor de las idas y vueltas del guion. Viniendo del videoclip y siendo un hábil conocedor de la música, el filme se nutre de una banda sonora rítmica y muy a tono con la velocidad de los cortes en la historia. En cuanto a los efectos especiales, quedan fuera de tono y forzados en la película que apuesta más al estilo ya mencionado de Ritchie y sus juegos de diálogos.