Eli Roth (Hostel, Knock Knock) asiduo a sus temáticas de violencia estrena Deseo de matar, la remake de Death Wish o El vengador anónimo protagonizado por Charles Bronson, ahora con Bruce Willis. Paul Kersey es un médico cirujano que tiene una esposa e hija. Una noche que está trabajando, un grupo de hombres entran en su casa y asesinan a su mujer. En vistas a la lentitud en esclarecer el caso por la policía, Kersey toma la justicia por mano propia. El personaje de Paul Kersey fue interpretado por Bronson en cinco películas y, salvo por estar asociado a la figura del actor, el antihéroe quedo más relacionado al cine de clase B y de bajo presupuesto. James Wan (El juego del miedo, El conjuro) realizó una remake en el 2007 con mayor crueldad pero con otro personaje Nick Hume, interpretado por Kevin Bacon, y mayor producción. Roth vuelve a la base del protagonista pero en vez de comprender las limitaciones del cine clase B, ostenta una película de género con mayor presupuesto que mezcla un exagerado dramatismo por parte de Bruce Willis y un incoherente guión. Las escenas del film están unidas sin ningún tipo de transición, los personajes desaparecen de un lugar y aparecen en otro. El tono de la cinta por momentos maneja la sátira social al presentar una policía inoperante, la obscenidad de una casa de armas y la facilidad de conseguirlas, combinados en un thriller de acción. Según su director en vez de apoyar el uso de armas por civiles (un tema tan presente hoy en día en Estados Unidos) su objetivo era poner el tema en la mesa para generar un debate. Pero en ningún momento hace una reflexión sobre el asunto y se limita a ubicar a la mujer como objeto y a la violencia como otra herramienta para conseguir lo que los personajes quieren.
Del pasado, al presente y el futuro, Una aventura simple construye un relato atípico que por momentos se desinfla y en otros repunta. La historia sigue a María, es el 2021, que pasa gran parte del tiempo viviendo con otros jóvenes. “Recreando” un lenguaje con los árboles, bailando y charlando. El conflicto comienza cuando se entera que está vivo su padre, un arqueólogo obsesionado con una figura que encontró hace 30 años y que todavía sigue perdido en el Amazonas . María junto a un amigo se dirigen hacia allí. Encontrarse con esta película puede ser un desafío para más de uno ya que gran parte de la estructura del film es irregular. Mientras que en la primera parte los chicos experimentan una vida sin rumbo, recién entrado el desarrollo del segundo acto es que la “aventura” comienza a tomar forma. Este paso de un ritmo lento a un violento robo filmado con un travelling, terminando en un archivo de observación del Amazonas, puede ser desconcertante. El punto más interesante del film es el choque entre el pasado y el presente. Los comienzos de la humanidad y sus leyendas en contracara con la monotonía y desapego de la modernidad. También hay un paralelismo en la búsqueda de los orígenes, yendo de algo general (como es el estudio de las viejas civilizaciones) a algo más personal e individual (como el reencuentro de un padre perdido). Hay algunas cuestiones con respecto a la credibilidad del film dentro de la ficción. Adentrarse en el Amazonas sin ningún guía o protección, resta peso, salvo que su intención fuera la de construir intencionalmente un inverosímil.
Llega a las salas Necronomicón: el libro del infierno dirigida por Marcelo Schapces con la complicada tarea de llevar el universo Lovecraft al cine en Argentina. La historia sigue a Luis (Diego Velázquez), un empleado de la Biblioteca Nacional que vive con su hermana en un edificio donde suceden extraños acontecimientos que comenzaron con la muerte de un vecino llamado Dieter. Éste estaba a cargo de cuidar un libro, El Necronomicón, que protege a la tierra de antiguos males. Luis termina involucrado en la búsqueda de este ejemplar que se esconde en su lugar de trabajo, mientras en la ciudad se avecina un clima apocalíptico. Ya sea por cuestiones de traspaso literario o porque el autor no maneja el terror de manera convencional, los cuentos de Lovecraft no son nada comunes de ver en el cine. Se pueden llegar a encontrar algunos cortos en internet o algunos trabajos específicos alrededor del autor como fueron los de Stuart Gordon con Re-Animator (1985) o el capítulo de la serie “Masters of Horror”: Dreams in the Witch House. El miedo a lo desconocido es el tópico de la mayoría de sus historias, causa y consecuencia de la paranoia y locura de sus personajes. El universo que se ha creado alrededor del autor ha producido también leyendas: una de ellas es la localización de una de las primeras copias de El Necronomicón o el libro de los muertos en Buenos Aires, específicamente en la Biblioteca Nacional. Schapces expande este mito y lo convierte en un relato. Una historia que en ningún momento se asemeja al terror que el cine argentino está produciendo hoy en día, sino a una construcción fantástica literaria. Respeta ciertos puntos pesadillescos que se encuentran en Lovecraft. Esta idea de soñar despierto es vista en algunas escenas que parecen desestructuradas del relato clásico. Aunque se podría cuestionar que se queda a medio camino de querer contar aún más sobre este mal que acecha a los personajes (aunque no es mencionada, la figura maligna llamada Cthulhu está presente pero no se desarrolla) y por el otro da por sentado o explica muy rápido cierta información al espectador que trata de asimilar lo que está viendo. Los actores no están mal en sus personajes y cada uno cumple la función que le corresponde pero el problema radica en el registro de sus diálogos rozando por momentos el español neutro y en otros el argentino. Para destacar es que, con el acotado presupuesto, los efectos visuales están correctos. Las figuras monstruosas aparecen muy poco y generan el desconcierto buscado, mientras que la ciudad de Buenos Aires está dibujada en el cielo y en sus edificios de una manera más clásica y menos contemporánea, reafirmando la idea del relato literario de Lovecraft que se ubica a principios del siglo XX.
En las profundidades del océano se desarrollan varias películas de tiburones y cuando se pensaba que el género estaba demasiado explotado llega A 47 metros. La historia sigue a dos hermanas de vacaciones en la costa mexicana. Buscando romper con la rutina se dirigen a un riesgoso avistamiento de tiburones adentro de una jaula en el medio del océano. El cable que las sostiene se rompe y caen en picada hasta el fondo perdiendo comunicación con el barco que las llevaba, rodeadas de tiburones blancos y con el tiempo corriéndoles por la falta de oxígeno. El océano esconde más secretos que cualquier otro lugar en la tierra y es el miedo a lo desconocido lo que fascina al espectador. Herzog lo exploró en sus documentales desde el asombro y la curiosidad en The Wild Blue Yonder, mientras que la ficción ha dado cientos de representaciones marinas del tiburón. Desde la clásica película de Spielberg, a la realista pero poco efectiva Open Water, pasando por las extravagantes Deep Blue Sea o la saga Sharknado. A 47 metros intenta ubicarse en un punto de realismo similar a Open Water, pero sin olvidarse de la construcción de un relato ficcional. Mientras que los primeros 15 minutos sirven para dar un poco de pasado a la historia de las protagonistas, acompañada de una pésima selección musical, el resto del film no para de advertir al espectador que algo está por pasar. Y aunque su título revele el núcleo de la historia, la sorpresa y la tensión que sufren es asimilada por el espectador de igual manera. Desde lo visual la película se acota a su presupuesto y aprovecha el ingenio usado por Spielberg de mostrar lo menos posible al atacante. La inocencia de las chicas sirve aún más para poner nervioso al espectador que espera que alguna se convierta en heroina del relato y que abandone su rol de víctima. El final resuelve este aspecto de manera efectiva con una pequeña vuelta de tuerca. La productora ya confirmó una segunda parte y como toda idea original es posible que se estire demasiado y caiga en lo previsible.
Llega a los cines la tercera y última parte de la saga, Maze Runner: la cura mortal dirigida por Wes Ball y basada en las novelas de James Dashner. La historia continúa los sucesos de la segunda parte: Minho es prisionero de la corporación conocida como C.R.U.E.L. mientras que Thomas y Newt, con la ayuda de varios de los rebeldes, intentan salvarlo junto a otros prisioneros inmunes al virus de la “llamarada” que ha transformado a gran parte de la población en las criaturas llamadas cranks. A la par, Teresa parece haberse aliado con C.R.U.E.L. para encontrar una cura. Maze Runner: la cura mortal termina siendo el final de una saga de fantasía que creció a la sombra de éxitos como Los juegos del hambre. Futuros distópicos en donde los jóvenes son los protagonistas y que haya un mañana para la humanidad depende de ellos. El tópico vuelve a ser el mismo: el control de una alta sociedad por encima de los más débiles y olvidados, aunque el aspecto social no es el más fuerte de la saga (comparándola con la mencionada Los juegos del hambre). No cabe duda de que la espectacularidad es el fuerte de Maze Runner. Grandes persecuciones y filmaciones sacudidas por los movimientos de la cámara. La película comienza con los elaborados planes de Thomas y termina de igual manera. Es evidente el trabajo del director Wes Ball que, a la par, se ha encargado de los efectos especiales de muchas otras películas. La película sufre la duración. Con dos horas y media, la idea original era dividir el final en dos partes, pero por cuestiones presupuestarias se acortó sólo a una. Mientras que los fanáticos van a disfrutar de su tiempo, el espectador común va a sentir que lo poco que se está contando se extiende mucho en la trama. El protagonismo cae rotundamente en Dylan O’Brien (Thomas) sin dar espacio al desarrollo de otros personajes de la saga. Ni hablar de la inclusión de nuevos como Lawrence, encarnado por el actor Walton Goggins. Su papel queda al margen y no aporta ningún fundamento importante a la historia.
El equipo detrás de Actividad Paranormal y El Conjuro continúa otra de sus míticas sagas de terror llamada Insidious, titulada en Argentina La noche del demonio. Llega al cine la cuarta parte que funciona como precuela de los eventos de las primeras dos. La historia comienza cuando Elise (Lin Shaye) es una joven que vive con su pequeño hermano y sus padres en una casa cercana a una prisión estatal. El extraño comportamiento de la niña frente a las sucesivas apariciones de fantasmas ponen en contra a su padre que no le cree y la castiga continuamente. Ya en la actualidad, la Dra. Elise Rainier recibe un llamado de un hombre que está viviendo en su antigua casa de la infancia y que pide ayuda después de sufrir diversos encuentros paranormales. Ella accede y va con su equipo a desentrañar el misterio. Aunque de manera menor a El Conjuro, la saga de La noche del demonio supo encontrar un espacio frente a los fanáticos del género. Y mientras que la primera cuenta con dos partes, un spin-off y otras películas por venir, la saga de La noche del demonio llega a su cuarta película manteniendo el elenco original y cediendo la dirección (que siempre estuvo a cargo de James Wan y Leigh Whannell) al primerizo Adam Robitel (La posesión de Deborah Logan). El resultado es de alguna manera un cierre de la saga, que termina uniendo esta última con la primera película. En primer lugar vemos a una Elise frágil y lejos de la construcción de un personaje que no tiene miedo a lo que se enfrenta. Los recuerdos de su infancia la ponen cara a cara con un padre golpeador y a la culpa por los eventos que se fueron desarrollando con su madre y su hermano. La película sirve como excusa para complejizar y dar más relieve a la figura de la protagonista, aunque es verdad que no atrapa tanto como la pareja de los Warren de la saga de El Conjuro. Los compañeros de Elise (Specs y Tucker) se mantienen fiel a su origen, llevando humor a los momentos previos a la tensión, por ocasiones un poco forzado y sin la respuesta buscada. Con respecto al terror, La noche del demonio: la última llave juega todo el tiempo con engañar el susto. Cuando el espectador sabe que algo va a pasar y al final ese momento pasa y nada ocurre, pero segundos después sí. Este estilo, aunque eficaz, puede resultar negativo después de reiteradas veces que ya se entiende el juego. Finalmente uno de los aspectos originales de la saga, la inclusión del más allá como un plano paralelo al terrenal y sus repercusiones en las lineas temporales, queda rezagado para el final del relato y no tiene tanto peso como en las anteriores entregas. Sí hay que destacar que esta vez los escritores no apuntaron sólo a los demonios espirituales sino a los reales que esconden cada uno de los seres humanos.
Lee Unkrich, el director de Toy Story 3, estrena su segunda película para Pixar: Coco, con el debutante Adrian Molina. Miguel vive en un típico pueblo mexicano y forma parte de una tradicional familia de zapateros compuesta por su abuela y su bisabuela Coco. En su casa la música está prohibida pero el joven no puede dejar de pensar en su ídolo Ernesto de la Cruz, un famoso cantante y parte de la historia del lugar. En la noche de los muertos, Miguel entra en el mundo del más allá, junto a sus antepasados, mientras intenta descubrir cómo regresar y revelar el misterio que esconde su familia. Con Coco Pixar se arriesga al contar un relato sobre la famosa noche de los muertos en México, algo que El libro de la vida (Jorge R. Gutiérrez, 2014) ya había hecho. Pero, mientras que en esa película el conflicto se apoyaba en una historia romántica, aquí el eje es el valor de la familia y la importancia de las raíces. Unkrich ya había sorprendido a todos al presentar el cierre perfecto para la saga de Toy Story, con una dosis justa entre la aventura y la emoción en la construcción de personajes y situaciones. En Coco vuelve a lograr el mismo balance. Mientras que gran parte de su historia se basa en la delirante aventura de Miguel por el mundo de los muertos, acompañado de una exquisita banda sonora, el director no se olvida que por debajo de esta película animada para chicos hay un conflicto real y humano: el olvido. Curiosamente, el director ya había tocado de cierta manera este tema en Toy Story 3. Los juguetes tenían miedo a ser olvidados por Andy, ser parte del desván o terminar en la basura. Mientras que el recuerdo de nuestros juguetes en la infancia nos trae más nostalgia que otra cosa, en Coco tocan un tema tan delicado como el de aquellos familiares que ya no están y que sólo viven a través de nuestra memoria. En lo que respecta a su apartado visual la película está llena de colores y extravagancia: la noche de los muertos es una fiesta para los mexicanos y en Coco hay un trabajo muy respetuoso por captar la verdadera esencia de esa noche.
Para cierre de fin de año, FOX presenta el estreno del musical El gran showman, opera prima de Michael Gracey, protagonizada por Hugh Jackman. Jackman interpreta a P.T. Barnum, un joven de origen humilde con grandes ideas para el entretenimiento. En su adultez fundó un circo de excentricidades para captar la atención del público. La película también ahonda en su relación con su esposa (Michelle Williams) y sus dos hijas, como también con su colaborador Phillip Carlyle (Zac Efron). Con Bill Condon (Chicago) que oficia de guionista, la película de Michael Gracey se apoya en elementos verídicos pero que retratan la faceta artística de Barnum más que los hechos históricos, utilizando los momentos musicales para ir desarrollando los diversos conflictos que fue teniendo el protagonista. Es el espectáculo del musical el que termina nublando con luces y colores la cruenta vida que llevaban las personas con discapacidades en el circo y el abuso que recibían por Barnum mismo. Aunque en un momento la historia presenta un abandono y una búsqueda por presentar el lado más oscuro de este hombre, no hay cuestionamiento a su figura que vuelve a redimirse con sus empleados y su familia al final de la película. Algunas de las secuencias musicales están muy bien orquestadas. Jackman ya había demostrado sus dotes como cantante en Los miserables y aquí profundiza su actuación. El problema es que los actores secundarios podrían haber aportado mucho más al film. Zendaya y Zac Efron crean un interés romántico sin fundamento ni peso narrativo y Michelle Williams y Rebecca Ferguson no encuentran el dramatismo que sus roles podrían brindar.
La saga de Star Wars sigue con Los últimos jedi, el octavo episodio de la franquicia, ahora dirigida por Ryan Johnson (Looper, Brick, Los hermanos Bloom). La historia de Star Wars: Los últimos jedi continua donde dejo El despertar de la fuerza. Rey se dirige con R2D2 y Chewabbaca a una isla donde encuentra a Luke Skywalker. Poe sigue al mando de un grupo de pilotos rebeldes bajo las ordenes de la General Leia Organa. Finn después de quedar herido tras su batalla con Kylo Ren, despierta curado de sus heridas y queriendo saber que paso con Rey. Mientras tanto la primera orden continua sus ataques contra los rebeldes, a cargo del General Hux, Kylo Ren y el Supremo Lider Snoke. La saga de Star Wars ya era un desafió para J.J. Abrams, quien estaba a cargo de reencontrar a los míticos personajes de la saga (Luke, Leia y Han) con los sedientos fans de la misma. El despertar de la fuerza se consagró como una película bien realizada pero que en ningún momento se atrevió a tomar riesgos. Mantenía muchas lineas paralelas con el episodio IV: una nueva esperanza que logró que conformará a los más puristas. Pero tampoco se olvido de dar espacio a nuevos personajes creados por Disney con el objetivo de cautivar al público moderno. Mientras que J.J. Abrahms es el maestro del misterio en el siglo XXI, piensen en Lost o Westworld, y que el guión de El despertar de la fuerza fue escrito junto a Lawrence Kasdan (Star Wars Episodio V y VI, Indiana Jones); Rian Johnson se puso la dirección y el guión de Los últimos jedi en sus hombros, convirtiendo el film en uno de los más elaborados y más lejos del mito Star Wars. Sin lugar a dudas los fans van encontrar montones de guiños a la saga: lugares, personajes y situaciones que recuerdan cada uno de los momentos vividos en La guerra de las galaxias pero no se dejen engañar. La base del film se aleja del ritmo de la mayoría, exceptuando Rogue One: Una historia de Star Wars. El relato clásico de George Lucas y el camino que emprenden sus héroes sigue presente, pero sus lineas son más difusas. Johnson trasmite una sensación molesta para los fans de Star Wars: la de dejar de lado el relato épico o la continua batalla entre el bien el mal. Cuando se hace presente se burla al incluir momentos de gracia, con un humor más astuto que el de Abrahms. Inclusive, la tragedia de sus protagonistas y lo que sufren en Los últimos jedi no es relevante para el continuar de la historia, ningún evento es más importante que otro. Por otro lado, siendo el film de Star Wars más largo de la saga (un poco más de 2 horas y media) la sensación es que por momentos cada una de las escenas esta filmada sin correlación con la anterior, y que son guiadas solo por un gran hilo conductor. El realismo imperante del relato puede cansar a algún espectador que espera que pase más tiempo u otra continuidad. Se suman a la saga Benicio del Toro como el ladrón DJ y Laura Dern como la Vice Admiral Holdo . El primero con un personaje más trillado y estereotipado; mientras que la segunda busca escaparse de los lugares comunes. También está Kelly Marie Tran como Rose, quien oficia de acompañante de Finn y es sin dudas la clave para entender el significado de todos los personajes. ¿Los porg?, los pequeños animales salvajes de la isla donde se encuentra Luke no suman ni restan, son un visible intento de marketing de Disney para vender muñecos a los más chicos. Mark Hamill tiene la oportunidad de construir a un Luke mucho más elaborado y con mayor personalidad que en la antigua saga. Deja de ser alumno y aspirante a jedi, no es el confiado guerrero del Retorno del Jedi, pero tampoco es el maestro al cual podría aspirar o tomar como inspiración en Obi Wan-Kenobi.
El director de la saga REC, Paco Plaza, presenta su nueva película La posesión de Verónica, alejado de los zombies y la acción se adentra en el mundo de las posesiones demoníacas. La posesión de Verónica relata la historia de una joven de quince años que está a cargo de sus dos hermanas menores y su pequeño hermanito, ya que su madre está trabajando todo el tiempo. Un día en el colegio experimenta con dos amigas el juego de la Ouija para contactar a su padre fallecido. Todo sale mal cuando la invocación falla y un espíritu maligno comienza a perseguir a la chica. El cine de terror puede sufrir de ser repetitivo o tener personajes poco originales, pero hay algo en lo cual todas las cintas terminan cayendo: locaciones tenebrosas. Aunque el lugar no es lo único que hace funcionar el género en la pantalla, un director debe saber cómo manejar los espacios y Paco Plaza es uno de ellos. En REC sorprendió al espectador al poner a los personajes encerrados en situaciones extremas en donde los zombies eran el gran peligro. En La posesión de Verónica vuelve a lograrlo, no sólo en un departamento sino también en el espacio interno de su protagonista. Construida desde el punto de vista de Verónica, con una muy creíble interpretación de la joven Sandra Escacena, la película presenta un relato verídico que la acerca a films como El conjuro pero que, en vez de recurrir al conocimiento de expertos como eran los Warren, aquí deja al espectador tan desprotegido como esta pequeña familia. Hay una mirada subjetiva de la protagonista que logra involucrar al espectador en el espacio y hace que sea partícipe de cada uno de los detalles de ese departamento. Pero también hay una construcción interna de Verónica. Ella sufre poco a poco los males que la agobian, sumados a la ausencia de figura paterna, la entrada de la pubertad y el abandono de sus amigas. El drama es la consecuencia de ambos puntos, tanto el abuso de esta presencia maligna como los cambios de una chica de esa edad.