¿Cuán cierta es la frase “lo que no te mata, te fortalece”? es el interrogante que atraviesa la trama de la novela homónima Los que Aman odian escrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en que se basa el presente largometraje del director Alejandro Maci. Esta nueva versión del melodrama no sólo ratifica su admiración por la prosa de Ocampo que lo inspiró a realizar su ópera prima El impostor (1997); sino que mantiene estilísticamente la impronta de época que contextualiza la obra en los años ’40. Sin embargo, en esta ocasión su génesis narrativa y esencia poética se aleja a los parámetros establecidos por los autores, publicados en 1946, y renueva el aire del trillado relato de amores no correspondidos. Lo muta en un impecable thriller de tinte psicótico que roza lo erótico y el morbo con el objetivo de ahondar el paradigma que afirma el teorema los que aman odian. En este sentido, el guión a cargo de Maci y Esther Feldman pivotea dramatúrgicamente con el concepto de tragedia shakespeareano que intenta comprender lo intangible: La pasión. Esta búsqueda retórica es el eje del relato interpretado por la dupla actoral Guillermo Francella y Luisana Lopilato que encarnan una historia de amor anclada en potenciar los efectos contrarios que definen la pasión como sinónimo de goce y plenitud. Este espíritu tiene el propósito de inquietar al espectador y brindarle un viaje introspectivo hacia lo más profundo del ser, invitándolo a reflexionar -cual efecto terapéutico- sobre la angustia que les ocasiona su constante y frustrante ímpetu de descifrar lo irracional del sentimiento que implica la genuina e incondicional entrega hacia el otro. A punto tal que el miedo los paraliza y conduce al accionar contrario: los enfurece y transforma aquella virtud en debilidad, potenciando en su interior el odio y resentimiento… ¿Podrán derribar el mito? A grandes rasgos, este es el hilo conductor y premisa del relato. Entretanto, avanzan los minutos y la trama se tiñe de suspenso. Párrafo aparte para el gran elenco que marca el ritmo y complementa la historia de una familia disfuncional que, por momentos, recuerda la película vanguardista La Bahía (Ma Loute, 2016) del director francés Bruno Dumont, inspirada en el cine de Jean-Luc Godard y distinguida en el Festival de Cannes 2016 por el impecable ensamble de delirio y mística llevada al extremo con las descomunales actuaciones. Algo similar ocurre en esta familia aburguesada, compuesta por dos hermanas huérfanas, Mary (Lopilato) y Emilia (Justina Bustos), que se adoran pero viven discutiendo -cigarrillo mediante- en la lujosa mansión que heredaron en Ostende, la cruda realidad a la que fueron destinadas; plagada de secuelas que replican una relación de dependencia mutua y, a su vez, marca el opuesto enfoque de vida que las distancia como agua y aceite. Emilia es una pianista dueña de un talento formidable para componer sinfonías, pero es insegura, inestable, manipulable y está a punto de casarse con Atuel (Juan Minujin) que vive con ellas y es amante de su hermana. Mary, por el contrario, es transgresora, indisciplinada y traductora de novelas; su gran poder de seducción engatuza a todo hombre que se cruza en su camino. Entre ellos, a su homeópata, el Dr. Huberman (Francella) con quien mantuvo una relación sexual, le duplica la edad y no ve hace años. Un buen día, el destino los reencuentra fortuitamente a raíz de una tormenta de viento y arena que se avecina y obliga a refugiarse juntos… ¿Serán capaces de sobrevivir y revertir el pasado? La respuesta queda sujeta a criterio del espectador que esperemos no caiga en la desdicha de emparentar la dupla a un “incesto” ilógico que circula por las redes sociales y cuestiona el exitoso vínculo padre e hija que lograron transmitir en la tira de la comedia televisiva Casados con hijos. Los que Aman odian logra con éxito posicionarse como una adaptación digna de ver, con un mensaje intrínseco que traspasa la pantalla y a su vez sirve de disparador en materia artística. Cabe destacar la lucidez de su directora, Mercedes Alfonsín, que logra transpolar la épica historia a una única locación: la emblemática mansión en Villa Ocampo de Silvina Ocampo y sus alrededores. Esto en conjunto a la música a cargo de Nicolás Sorin, la utilería, vestuario, iluminación y modismos implementados para marcar el pulso de época supera con creces la media de la industria del cine local y rememoran desde el magnífico Stanley, del director de fotografía Julián Apezteguía, el mítico personaje Hércules Poirot y el espíritu de Marilyn Monroe con vestido exuberante colorado en alusión al deseo y la pasión. En esta línea, otros datillos a tener presentes: Por un lado, al elenco lo completan Marilú Marini, Carlos Portaluppi, Mario Alarcón, Gonzalo Urtizberea y el pequeño Teo Inama Chiabrando. Por otro, y no menos importante, los senos que generaron polémica y se ven al desnudo en plano detalle no son de Luisana, aclaró la actriz el pasado jueves en el junket de prensa del hotel Alvear. No obstante, su rol de femme fatal, frenesí, sigue intacto.
Ozzy, rápido y peludo es una película de animación con tinte de comedia ligera, dirigida por la dupla Alberto Rodríguez y Nacho La casa, destinada para todo amante perruno pese a su específico recorte inicial de público infantil que, con el correr de los minutos, seguirá atentamente el ritmo aventurero. La trama narrativamente gira en torno a cómo la vida perfecta del perro Ozzy se transforma en un calvario cuando sus dueños viajan por un mes a una convención animé en Japón y lo dejan al cuidado de un hogar canino que aunque luce como un lujoso spa en un comercial televisivo, esconde detrás del fetiche publicitario un fraude que cambiará sus vidas a un giro de 360 grados apenas Ozzy ponga una pata adentro. A grandes rasgos, la premisa centra su génesis en develar el lado oscuro del emblemático Hotel-Spa canino Blue Creek y el relato pivotea en dos ejes. Por un lado, muestra cómo el spa deviene en una cárcel y denuncia el maltrato animal del que Ozzy, sin justa causa, será rehén. Este beagle encantador al que su guionista define como rápido y peludo tiene una clara misión: No rendirse jamás. Sin embargo, a sabiendas el consentido integrante del clan se ha criado en el ceno de la familia Martin constituida por el matrimonio de Susan y Ted, dos artistas que tienen adoración por su mascota, a punto tal que basan las tiras de sus cómics en la entrañable relación del can y su hija Paula. Ozzy deberá encontrar el valor de superar la separación de su familia y sociabilizar con sus pares caninos, los parlanchines Fronky, Chrester y Doc, para convertirse en aliado de la manada e influenciarlos a planificar el escape y regresar a sus hogares… ¿Será capaz de transformar su tristeza en fuerza y coraje para librarse de su presente? Esta incógnita será el puntapié inicial para que el espectador empatice con los encantadores personajes de diversa raza y carácter que conforman el team: Ozzy caprichoso, alegre e inteligente; Fronky perseverante, jamás dará por perdida una batalla; Doc es dueño de una filosofía de vida hippie y transmite armonía junto a Chrester que, por ser el mayor, aporta sabiduría. Este cuarteto enfrentará a Deckler (la autoridad, militante, de Blue Creek) y al pequeño chihuahua Vito que, irónicamente, lidera la mafia circundante. Por otro lado, fiel al estilo de los cortometrajes españoles en formato 3D que estila realizar Rodríguez, la puesta en escena, falsacionista, tiene como finalidad desenmascarar el mensaje. Así la figura perruna representa los prisioneros, rehenes del trabajo esclavo, en una fábrica que produce juguetes para perros y predica la metodología fordista. En este marco, al estilo George Orwell -cual ojo que todo lo ve- éstos serán vigilados por perros adiestrados, cual policía, para castigar al que desobedece el orden establecido y premiar a quien acate la ley. Es así como intrínsecamente la visión del relato que en un principio aparenta la trillada saga Beethowen, de Brian Levant y sus derivados, se aleja de este clásico y se alista a la frialdad de Disney en El Rey León (1994). En síntesis, el guión es correcto y denota las claras influencias en materia estilística y artística de las películas El Gran Escape (1963) y Fuga de Alcatraz (1979) cuando establece semióticamente el concepto del mensaje detrás del mensaje; un híbrido entre el reino animal y humano donde ambos universos son fuertemente atravesados por mensajes subliminales, como por ejemplo: la inutilidad de los tiempos muertos, el concepto de ser dueño y la impotencia de la esclavitud de un sistema encadenado a la ley del más fuerte. Párrafo aparte para la producción que con un presupuesto de 8 millones de euros realizó un éxito en taquilla española; la artística que logró animaciones convincentes y acentuó los ejes plasmados mediante la mixtura de luz y color que dan impronta al vecindario de los Martins y la prisión Blue Creek; y la banda sonora compuesta por Fernando Velázquez (El orfanato, Un monstruo viene a verme) que da ritmo al relato con música acorde. Sin más preámbulos, Ozzy deja su huella. La dupla Rodríguez-La casa lo convierten en ícono y foto del valor de la amistad, amor y fidelidad. A su vez, este lindo telón de fondo remarca la necesidad de dejar el pasado atrás y enfrentar la realidad para crecer. Partiendo del proceso de liberación, adaptación, aceptación y superación del ser que, en ocasiones, puede ser más llevadero con una mascota aliada. En definitiva ellos son los verdaderos amigos, fieles, que con tan sólo un gesto reconfortan el alma; ayudan a afrontar los problemas y confiar en uno mismo.
Naturaleza muerta En pleno siglo XXI sería un delirio pensar que las ciencias exactas tienen la única respuesta, universal, irrefutable y verificable a los paradigmas que explican la génesis del planeta Tierra y el comportamiento de sus elementos: aire, tierra, fuego y agua. Este planteo es el que atraviesa el documental La Mirada del Colibrí (2017), dirigido por Pablo Nisenson, que retoma el tópico de su cortometraje Informe sobre la Inequidad, que formó parte del documental D-Humanos (2011) para ahondar el estado y la praxis de los derechos humanos en Argentina. Aquí se basa en la teoría de un observador de la naturaleza llamado Francisco Javier de Amorrortu, quien sostiene que “los humedales son santuario existencial para la supervivencia humana porque promueven y retroalimentan la energía que da movimiento a los ríos. Este vínculo conforma los ecosistemas termodinámicos naturales abiertos”. Sin embargo, el sistema capitalista y sus secuaces le dan la espalda, ubicando al hombre como centro del universo capaz de hacer a su antojo y capacidad económica uso y abuso de los recursos naturales permitiendo la compra-venta de terrenos en zonas legalmente inhabilitadas. Tal es así, que un enceguecido grupo de profesionales (ingenieros, arquitectos y hasta ambientalistas) promovieron y aprobaron un incesante desarrollo urbano de barrios cerrados con glamour en tierras despobladas de la zona norte de Campana, Escobar, Tigre y Pilar, sin considerar los daños colaterales que llevaría intrínseca su construcción, tales como las inundaciones del Río Luján en 2015. Con el mismo espíritu de denuncia y lucha por preservar el medio ambiente, promulgado por Francisco desde hace más de 37 años, nace este documental, sumándose como portavoz y herramienta de difusión masiva del mensaje emergente en post de mejorar la calidad de vida en un ambiente sano. A grandes rasgos, la trama gira en torno a descifrar por qué desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable hacen caso omiso a las 40 demandas que presentó Francisco. La premisa es inquietar al espectador frente a estos fenómenos; cuestionar su génesis y relación con la madre naturaleza para propiciar un rol activo a partir del innumerable material de archivo y pruebas empíricas respaldadas por la geóloga Patricia Pintos, el biólogo Pablo Varela y el sociólogo y ambientalista Gastón Deleu. Entretanto, el relato centra su eje en descifrar quién es y cuál es la historia de esta persona/personaje dueña de una capacidad de observación cautivante que vive en un paraíso llamado “El Campito” en la ciudad de Buenos Aires y decidió dedicar su vida a defender el acuífero Puelche, que alberga 300 billones de litros de agua potable, y los humedales de la cuenca baja del río Luján. Para él es inadmisible el “crimen hydrogeológico” que cometió Eidico (Emprendimientos Inmobiliarios de Interés Común, asegura). En su cabeza parece no tener relación alguna más que la surrealista impunidad con que se manejo esa corporación fundada en la teoría de Isaac Newton sobre la ley física de gravitación universal que explica la interacción entre distintos cuerpos con masa, y argumenta que “es la energía entre los humedales y el río en conjunto con el resplandor del sol lo que da movimiento al agua y no las pendientes que creó la sanguinaria mano del hombre para (re)conducir su cause”. En efecto, explica que los ecosistemas fluviales que están en disputa no son territorio del hombre, sino propios de la “madre natura” y sirven para mitigar las inundaciones, mantener el equilibrio climático, preservar el agua potable. ¿Podrá transmitir el mensaje y frenar este avance brutal que liquida nuestra supervivencia? La Mirada del Colibrí logra su cometido: desnuda el detrás de escena del mal llamado “Plan Maestro” que dejó en ruinas a los pueblerinos. Quizás este impecable documental logre romper la grieta. Un buen camino para ver el cambio podría ser difundir este mensaje y abrir el debate en el marco de las Jornadas de Capacitación Ambiental Metropolitanas y Nacionales que se realizan bajo el lema “Desafíos para una matriz energética” donde participan FARN, el Acuerdo de París y el G20.
Los días más felices Tras su exitoso debut en el 19º BAFICI, llega a cartelera nacional Mario on Tour (2017), dirigida por Pablo Stigliani. La trama se acerca a la mística de su ópera prima, Bolishopping (2013), drama que pone en escena la metodología de trabajo esclavo a la que se someten los bolivianos en los talleres clandestinos incrustados, ilegalmente, en los suburbios bonaerenses para ganarse una limosna y sobrevivir al sistema capitalista. En esta ocasión, el eje se centra en el sueño frustrado de un músico que trabaja haciendo tributo del emblemático Sandro para ganarse unos pesos y así cumplir su sueño de cantar temas propios con su banda de rock. Esta premisa rememora a la película El Último Elvis (2011), de Armando Bo, cuando el protagonista se aleja de su familia en busca del camino al éxito. Sin embargo, Stigliani rompe este esquema con una historia que pivotea entre comedia y drama, fusionando a la perfección la buddy movie con la road movie. El carismático Mike Amigorena interpreta a Mario Canes, imitador que, lejos de admirar la figura popular de Roberto Sánchez, lo aborrece y considera causal de su divorcio. Este giro narrativo explica estilísticamente la génesis del título y establece un juego semiótico entre Mario y el concepto “on tour”, cuyo mix de orígenes permiten un tercer significado: el leitmotiv del viaje introspectivo que vivirá Mario en aras de restablecer el vínculo perdido con su hijo Lucas (Román Almaráz) mediante la ayuda incondicional de su amigo y manager Damián, El Oso (Iair Said). El hilo conductor se centra en este triángulo masculino, en los procesos internos que viven sus personajes y la importancia de encontrar en sus vidas el equilibrio de los pilares esenciales, como el valor de la amistad, la familia y la incansable pero necesaria constancia para conseguir el éxito profesional sin resignar los sueños. Stigliani reúne estas aristas mediante la historia de vida de Mario, al que presenta como un loser en los primeros minutos: no supo aprovechar durante su juventud su gracia, talento artístico, pasión e impulso para componer temas propios; jamás produjo un EP y (sobre)vive gracias a los tributos y ventas de un CD con covers de Sandro que El Oso le consigue por Internet, mientras trabaja en su puesto de CD, DVD y juegos piratas en el Parque Rivadavia, y advierte que si no cumple con esas presentaciones lo van a “calificar negativo” en su cuenta de Internet. Entretanto, hay un quiebre: muere la madre de Mario y, cual efecto dominó, se obsesiona por recuperar la relación con su hijo adolescente al que no ve desde hace años. Sin embargo, Lucas está levemente influenciado por su madre, Alejandra (Leonora Balcarce) que tras el divorcio con Mario estableció pareja con un arquitecto cool, Rodi (Rafael Spregelburd), que económicamente le da un buen pasar a ella y al joven. No obstante, convence a Lucas a irse de gira con el padre un fin de semana a Santa Teresita. Así comienza esta aventura que, minuto a minuto, le irá revelando al espectador lo más profundo del ser humano, sin mayores pretensiones que lograr que empatice y se encariñe con ellos. Párrafo aparte para el elenco, en especial para la performance impecable de Román Almaráz, que trasluce la diversión de su personaje que no quiere compartir momentos con su padre, menos con El Oso, ni escuchar esa música a la que define como “mersa”. Román, al mismo tiempo, enternece mediante las miradas cómplices, de adolescente, mientras reconstruye la emotiva figura del vínculo padre-hijo. Su contrapartida y figura central, el simpático actor mendocino Mike Amigorena, también se luce en su faceta de cantante; cabe destacar que la puesta en escena final de la grabación de sus temas es producto fiel de la grabación en vivo, sin retoques ni playback. A la dupla se suma como broche de oro el brillante Iair Said: director, guionista y actor frecuente actor en films de Ariel Winograd, cuyo protagónico aquí es crucial para aportar comicidad. Mario on Tour cumple su objetivo: encuentra el éxito esperado al final del camino. Es una caricia al alma que ahonda los errores y aciertos de los procesos de transformación del ser. Stigliani establece a la perfección un híbrido entre lo “popular” y lo “naif” desde una mirada que oscila entre apocalíptica y risueña a través del contraste de las escenas. La artística de las versiones musicales de “Trigal” y “Dame Fuego”, interpretadas por Amigorena; los planos detalle del uso de la remera de Led Zeppelin que Mario usa de entrecasa y denota su gusto por otra música; el hincapié en rol del celular según el estereotipo de los personajes; junto a las locaciones pueblerinas donde transcurre la gira (Pipinas y Santa Teresita) y el barrio privado donde vive Lucas; y la excesiva pregunta retórica del guión del padre al hijo (“¿Queres un caramelo?”), no sólo son los elementos que le dan vida al relato sino que, al mismo tiempo, mantiene activo al espectador y lo traspola al clima pasatista que propone la película.
El relato del retrato En plena época de elecciones y cambios la cartelera cinéfila se renueva con una propuesta atípica pero acorde a los tiempos que corren. El documental Salvadora (2017), de Daiana Rosenfeld, tiene como misión recuperar y sembrar en el espectador el espíritu de lucha por sus ideales. En esta ocasión, con la misma fuerza de su anterior documental, Los Ojos de América (2014), la directora retoma personajes que son la esencia de nuestra nación. Es así como mediante la figura de Salvadora Medina Onrubia muestra su visión crítica del contexto socioeconómico que atravesó Argentina tras el golpe de Estado de 1930 encabezado por el General Uriburu en oposición a la democracia liberal de Yrigoyen. En este marco, Salvadora es la huella del anarquismo. Es la única voz autorizada para (re)interpretar los ideales de ése movimiento revolucionario que luchó contra los avasallamientos militares y el cuerpo paramilitar fascista que respaldaba la creciente ola de desempleo y caída de salario real. Entre tanta ignominia donde se intentó reformar la Constitución (Legión Cívica) para reprimir política y sindicalmente, picana eléctrica mediante, a los gremios opositores, Rosenfeld cuenta el lado B de la historia. Explora los hechos censurados del Estado cuando la violencia no tuvo límites y atentó indiscriminadamente contra la libertad de expresión y los derechos humanos, fusiló al anarquista italiano Severino Di Giovanni y aprisionó a la destacada periodista, dramaturga, militante. Una figura cuya escritura impregnada de poesía y elementos alquimistas cautivó fervientemente a las masas y, al mismo tiempo, el corazón del empresario más poderoso de la época: Natalio Botana, creador del diario Crítica. Salvadora es un mix entre biopic y ficción. El eje de la trama es unidireccional: recorre el camino que la convirtió en leyenda e ícono influyente del movimiento anarquista mientras, irónicamente, manejaba su Rolls-Royce. Es espejo del libro Salvadora, la Dueña del Diario Crítica (2005), de Josefina Delgado: recopila desde el material de archivo de sus textos aquella belleza lírica, transgresora, de su escritura. Aquí la narración respeta el canon de su impronta. Se elige un estilo directo. Se habla en primera persona al espectador para enaltecer desde las cronologías y discursos de época su amor a la patria. Esta decisión no peca de ingenuidad. A ella se suma un poderoso plano detalle que habla por sí solo: la polémica carta en la que Salvadora, desde la cárcel, insulta al presidente de facto Uriburu al enterarse de que un grupo de notables intelectuales (entre ellos Borges y Arlt) piden magnanimidad. Bajo este espíritu se tiñen las escenas, lentamente, de rojo pasión y elipsis. Se establece un nexo entre el movimiento anarquista y el universo espiritual, como si fuesen complementarios para expresar las emociones. Al mismo tiempo, las correctas decisiones artísticas y testimoniales enfatizan dos ideas: la verdad es imperativa y el dolor, patrimonio de lo poético. A grandes rasgos, en 60 minutos se reconstruye a una mujer que tuvo impronta propia, a la que jamás podría conocérsela como “la mujer de Botana que arruinó la vida del empresario”, como intentaron prescribirla en la hemeroteca. Salvadora fue pionera del movimiento feminista local. Esta afirmación se sustenta en el relato a partir del material fotográfico, música lírica y escenas paisajistas seleccionadas cuidadosamente para formar el árbol de su vida. Fuentes testimoniales de especialistas, como la de Sylvia Saítta, ratifican que el rechazo social fue producto de la época; al respecto explica “Ella nació en La Plata en 1894, fue hija de una sacrificada maestra rural y tuvo el agravante de tener un hijo soltera a los 16 años. Se consideró un acto impuro”. Sin embargo, su reputación cambió cuando viajó a Buenos Aires: consiguió su primer trabajo de periodista en el diario La Protesta, conoció a Botana y se casaron en 1915. Él adoptó a su hijo Carlos –apodado Pitón-, le dio su apellido y tuvieron tres hijos más. Se hizo gran amiga de Alfonsina Storni; juntas llevaban el anarquismo como estandarte y le pidieron a Yrigoyen el indulto de su amigo Simón Radowitzky. También fue una exitosa dramaturga: escribió Las Descentradas, con un personaje principal que parece autobiográfico cuando grita, en referencial al rol de la mujer ama de casa: “¿No hemos convenido muchas veces en que somos mujeres extraordinarias? Las otras deshacen sus dolores con lágrimas. Yo los deshago con palabras”. Salvadora es un documento histórico, digno de ver, sobre todo en el marco vigente de #niunamenos. Es interesante cómo Rosenfeld transmite su mirada en el rol transgresor de la mujer, capaz de vencer cualquier obstáculo. Si bien la voz en off que acompaña las escenas remite una sonoridad oscura, tenue, que pareciera reflexionar desde otra dimensión su indomable ímpetu al que define como locura, denota el sufrimiento que padecía. Y aquí Rosenfeld redobla la apuesta: es objetiva, no juzga pero remarca a las claras que las palabras desmedidas, si se apegan al sentimiento de ira, son capaces de influenciar y causar daños irremediables. Juega con el discurso de madre versus mujer y, en este sentido, contrapone la importancia de develar, o no, la verdad histórica sea cual fuere para la educación de los hijos. Salvadora, sin querer queriendo, forjó un capítulo mítico, retórico, e irreversible en la vida de su hijo, que también se inscribe en El Mural (2010), de Héctor Olivera: cuando estuvo convencida de que Botana le fue infiel con Blanca Luz Brum, le confesó a Pitón su origen y éste se suicidó. Así de crudo el episodio y el dolor de madre que la acompañó hasta su muerte en 1972. Al respecto, Sylvia Saítta recuerda: “Es triste el final de Salvadora, terminó sola viviendo en su departamento. Perdida en éter, a causa de la morfina”. Su vida fue la génesis del esplendor de un emporio, el dolor y la locura.
Hagamos correr la voz La génesis del documental Lantec Chaná (2017), dirigido por Marina Zeising, tiene como misión reconstruir la historia argentina. Con esta premisa y el testimonio del último aborigen autóctono de la etnia Chaná, Blas Jaime -oriundo del Litoral argentino-, logra romper 70 años de censura para reivindicar la figura de los pueblos originarios y propone descubrir quiénes somos a partir de quienes fuimos. Esta temática redefine por excelencia el sello de su filmografía desde su primer largometraje documental, Habitares (2014), donde le da voz a los sectores que el sistema intenta silenciar y transformar la sociedad. Así también lo hizo en la serie televisiva Conurbano, que produjo para Canal Encuentro, y en el cortometraje Dolores (2016), donde denota su vocación comunitaria y preocupación por la violencia de género en el marco de la marcha #niunamenos. Su tercer largometraje pone la vara en derribar el falso paradigma impuesto por los conquistadores españoles genocidas que, a mansalva, sepultaron los pueblos originarios de Argentina, su cultura y patrimonio, y los evangelizaron y alinearon a su cultura. Esta denuncia apunta directamente a las doctrinas establecidas por el Estado y la iglesia que apañan la desigualdad de clases sociales y vulneran sus derechos cívicos. Es la contrapartida de los libros de historia para develar las atrocidades que ocultan y, al mismo tiempo, la herramienta para reconocer y rendir homenaje a los primeros habitantes de nuestra nación. Éste es el espíritu que atraviesa el guión. Desde el primer minuto la narración se centra en reivindicar los derechos humanos de la etnia Chaná, nativa de Sudamérica, que se consideraba extinguida. Para ello, Zeising sustenta su tesis con el testimonio del último sobreviviente: Blas Jaime, un ex predicador mormón que en 2005 se animó a desmentir el mito español que enterró su cultura y denunció a los medios que querían convertir el cementerio de su tribu en un estacionamiento de autos. Este hecho polémico fue tapa de grandes diarios y el Estado les dio el visto bueno, permitiendo que se visibilicen los pueblos originarios. Lantéc Chaná da cuenta de esto y pivotea sobre dos ejes cruciales. Por un lado, cuestiona el enorme déficit en materia educación, proponiendo la revisión de la historia y su modelo industrial. Por otro, pone en tela de juicio por qué las tribus se resistieron a asumir su identidad. Y aquí es interesante cómo la directora utiliza conceptos de autor para darle un marco teórico a su propuesta, como Opresores y Oprimidos, de Paulo Freire; Civilización y Barbarie, de Domingo Faustino Sarmiento; Cultura, Contracultura y Subcultura, de Ken Goffman; Base, Estructura, Superestructura, de Karl Marx. Este anclaje semiótico, en conjunción al testimonio del lingüista e investigador del CONICET Pedro Viegas Barros, aporta el conocimiento científico necesario para que su tesis no sea refutada. Juntos reconstruyen, enseñan, perpetúan la esencia aborigen y la materializan en el primer diccionario Chaná del mundo, que convirtió a Jaime en referente de la historia nacional cual enciclopedia viviente y ejemplo a seguir por sus descendientes que con coraje hoy se animan a hablar. A nivel producción, su montaje paisajista se centra en un ecosistema cuyas locaciones, musicalización y utilería reconstruyen a la perfección las huellas de los Chaná. El rodaje se realizó en las provincias del Litoral, sobre todo Entre Ríos, donde llevaron a cabo el trabajo de campo de la investigación. En este sentido, cabe destacar los planos detalle arqueológicos (vestimenta, rituales y vasijas de cerámica gruesa donde decoran con palabras de su lengua nativa), que hoy forman parte de su patrimonio en el Museo Serrano de Entre Ríos, y también arquitectónicos, sus asentamientos y geografía. Lantéc Chaná construye un material educativo para que la sociedad y las nuevas generaciones amplíen su visión de los nativos y, al mismo tiempo, cuestione la credibilidad de los libros de historia.
Aldea rosarina La cartelera porteña se renueva con la película Fontanarrosa, Lo que Se Dice un Ídolo (2017). A diez años de su muerte, el director rosarino Juan Pablo Buscarini centra la génesis del proyecto en capturar y transmitir al espectador la capacidad de observación (visual y auditiva) que convirtió a Roberto Fontanarrosa en emblema de la literatura argentina. Bajo esta premisa Buscarini –El Ratón Pérez (2006), El Inventor de Juegos (2014)- invita a re(descubrir) la impronta, única e irremplazable, del humorista gráfico creador de las famosas viñetas Inodoro Pereyra y Boogie el Aceitoso que dieron origen al género literario de los relatos futboleros. Como así también, replicar su gran talento, pasión, textura y capacidad narrativa para componer personajes sólidos cuyas voces y sentimientos cobren vida en la mente del lector después de haber leído sus populares libros El Mundo ha Vivido Equivocado, No Sé si he sido Claro y Las Malas Palabras. Para ello, Buscarini reúne a cinco colegas rosarinos (entre ellos Gustavo Postiglione, Héctor Molina, Néstor Zapata, Hugo Grosso y Pablo Rodríguez Jáuregui), y bajo el lema Seis cuentos, seis directores, una película, buscan, cual efecto antología de relatos, reproducir la magia de “el Negro” con seis cortos basados en su obra literaria. Cabe recordar que Juan José Campanella fue pionero en llevar sus cuentos a la pantalla grande con Metegol (2013), basada en “Memorias de un wing derecho” donde un jugador de madera cobra vida. La estética fusiona la pasión del autor por las letras con su amor por el fútbol, y sumerge al espectador en la estética de lo popular a través de un mix de relatos ficcionados que reúnen las múltiples visiones de concepción del mundo de Fontanarrosa: su prosa, su amor por la ciencia ficción, las semblanzas deportivas, el absurdo, las charlas de café, las mujeres y el barrio como extensión de la identidad. Este formato, por momentos recuerda a Relatos Salvajes (2014), de Damián Szifrón cuando en seis episodios sus personajes cruzan la delgada línea de la violencia y pasan de civilización a barbarie. Si bien, aquí no hay un género específico, tiene cierto arraigue con la comedia negra, y el producto final reúne los relatos en un simple juego donde la literatura y el fútbol encuentran un punto común: ambos dependen de la exigencia para producir placer. De esta manera, podemos dividir las temáticas en dos bloques: Lado A, historias de barrio; lado B, la vida misma. Ambos lados forman parte del mismo cassette que refleja la particular estética de Fontanarrosa para hablar de las cinco cosas esenciales en la vida: amistad, amor, pasión, locura y muerte. En esta sintonía, cada director eligió la historia que más marcó su vida con el objetivo de reproducir desde su propia mirada la mística que les aportó. A grandes rasgos, los cortos llevan los nombres de sus cuentos. El lado A es un biopic que representa la “rosarinidad” mediante frases distintivas y los colores con que “El Negro” pinta su aldea. En esta sintonía, Buscarini dirige “No sé si he sido claro”, protagonizado por Dady Brieva, basándose en expresiones tales como “Te digo más”, “Usted no me lo va a creer”, “No sé si he sido claro”, del segundo libro de Fontanarrosa. Por el mismo sendero trasciende “Sueño de barrio”, de Zapata, con actuaciones de Pablo Granados, Chiqui Abecasis y Raúl Calandra, para retratar anécdotas peculiares que transcurren en clubes y comisarías rosarinas. Entretanto, se intercalan tres segmentos animados de “Semblanzas Deportivas”, fiel al estilo de la revista Fierro, dirigido por Rodríguez Jáuregui con la voz de Miguel Franchi. Incluye el cuento imbatible “19 de diciembre de 1971” del libro Nada del otro mundo donde se retrata el día que el equipo rosarino dirigido por Ángel Labruna le ganó 1 a 0 a Newell´s en la semifinal del torneo nacional gracias al famoso gol de palomita del jugador Aldo Pedro Poy. Es formidable la manera en que cinco minutos transmiten la mágica historieta que dio inicio al mito del Viejo Casale, un hincha empedernido, que los “canallas” consideraban amuleto y cábala para ganar los clásicos; motivo por el cual lo secuestran y llevan a la cancha hasta el día más feliz de sus vidas en que salió campeón y el viejo murió feliz de un infarto. El lado B se ancla a historias que reflejan su visión del amor. Por ejemplo, el corto “Vidas Privadas”, dirigido por Postiglione, con Gastón Pauls, Julieta Cardinali y Jean Pierre Noher, inspirados en cómo posiciona a la mujer de su último libro “El rey de la milonga” como un “fastidio” para el hombre, y viceversa en función a sus a objetivos antagónicos. Con el mismo tinte, Grosso realiza “Elige tu propia aventura”, basado en el libro El mundo ha vivido equivocado, donde evoca el mágico momento de la conquista femenina, a través del personaje interpretado por el actor rosarino Luis Machín; mientras observa desde la barra de un bar a dos mujeres (Kate Rodriguez e Ivana Acosta), se (re)pregunta a cuál de las dos acercarse, nace la típica incógnitas peyorativa “¿Y si…?”, en detrimento a las atrocidades que su mente dispara factibles de ocurrir si habla. La situación, a su vez, rememora la mítica mesa de los galanes en el bar El Cairo, donde se encontraba con amigos a charlar y se inspiraba en la gestualidad de las personas para sus personajes. Por su parte, Molina dirige “El Asombrado”, con Darío Grandinetti, para abordar las reseñas del libro El mayor de mis defectos: el complejo de Edipo y de re(conocimiento) frente al espejo. También actúan Claudio Rissi, Catherine Fulop y Mario Alarcón. Párrafo aparte para el elenco, que logra la magia buscada en una obra excepcional, llena de vida. Así, Fontanarrosa, Lo que Se Dice un Ídolo consigue su propósito: introduce al espectador en los ojos de “El Negro”, permitiendo que empatice con su universo literario (tres novelas y más de diez volúmenes de cuentos) y, sobre todo, con Rosario. Sin duda, este futbolero de alma supo captar la esencia de las bellas cosas simples en su tierra natal mediante el contacto permanente con sus calles y su gente para servirse de ellas como fuente de inspiración. Su impronta dejó un legado: un nuevo género literario que creó junto a Osvaldo Soriano en detrimento al pre-concepto de Borges y Cortázar sobre el fútbol como algo trivial. Roberto Fontanarrosa falleció a los 62 años, pero su obra sigue más latente que nunca.
Soñando despierto La directora Ana Piterbarg vuelve al ruedo replicando la mística de su ópera prima Todos Tenemos un Plan (2012), el thriller protagonizado por Viggo Mortensen y Soledad Villamil. Su segundo largometraje, Alptraum (2016) reafirma que la artista utiliza el cine como herramienta para abordar la psiquis de personajes oscuros con desequilibrios emocionales. En efecto, esta palabra de origen alemán significa “pesadilla”. La elección del título fue causal para interpelar el inconsciente, desde una mirada freudiana, que evidencie el rol fundamental que juega en el accionar humano. En 2013 centraba el eje en el concepto de los deseos reprimidos bajo la figura de un hombre cuyo deseo de cambiar de vida lo lleva a desmentir la muerte de su hermano gemelo, tomar su lugar y cambiar su destino, sin imaginar las consecuencias a las que lo sometería la elección de (re)vivir un muerto. Aquí incursiona en el campo de los sueños mediante un joven cuya obsesión por develar si aquello que se manifiesta mientras duerme pertenece al campo imaginario o es una señal del destino que predice su futuro. La génesis del guión es inquietar al espectador en haras de descifrar la mente de Andreas (Germán Rodríguez), un actor y dramaturgo de 38 años que, firme a su filosofía descarteana de “Pienso, luego existo”, se rehúsa a aceptar que su mujer lo abandonó por considerarlo paranoico, producto de las pesadillas recurrentes que padece desde niño con Krampus. Este ser de apariencia diabólica, según la mitología griega, castiga de por vida a todos los niños que se portaron mal. Es interesante como Piterbarg introduce otro concepto freudiano: el adulto ligado a un trauma infantil no resuelto que afecta su conducta, psiquis y valoración moral. Hasta este momento, el tono de la trama recuerda a El inquilino (Le locataire, 1976) o a Repulsión (1965), ambos de Roman Polanski, al combinar el misterio y comedia patética. Entretanto, los minutos avanzan y Andreas, mientras intenta develar si está o no alucinando, se muda al departamento de su tío. Allí conoce a su vecina Hannah, una traductora de alemán cuya vida también comienza a obsesionarlo y la persigue hasta transformarse él mismo en la bestia que tanto teme. La premisa está correctamente enmarcada en una estética expresionista cuyo contraste blanco y negro transmite el suspenso buscado e indudablemente rememora el cine de Lynch. Sin embargo, pintar el cuadro del inconsciente a través de constantes guiños de manual y fusiones artísticas saturadas, anexando escenas con excesivas elipsis y planos detalle con la cabeza del minotauro, resulta poco convincente, denota falta de creatividad y brillo propio. Este encauce, contrariamente al objetivo inicial, no permite que el espectador se pierda al ritmo del espacio-tiempo buscado, y lo mete en un eterno espiral donde no distingue qué ocurre. Lo más relevante del film es la formidable actuación de Germán Rodríguez, quien logra la performance justa para transmitir la mística que la incesante demarcación artística, incluso musical, no logra. Sus matices introducen al espectador en la piel de Andreas y lo elevan a su estado de confusión extremista de alusiones, sueños y realidad. En este sentido, su actuación eficaz recuerda a Ricardo Darín en el largometraje Un Cuento Chino (2011), dirigida por Sebastián Borensztein, donde era él la base del todo. En ambos casos, al tratarse de un guión lineal que atraviesa la vida de un hombre atrincherado en su propio mundo los actores son la clave del éxito. Pero, al mismo tiempo, este hilo conductor queda trunco y tiene más formato teatral que cinéfilo. Alptraum es una película atípica que roza lo artesanal. Sin duda, esta apuesta de Piterbarg fue intencional: transmite la ilógica de una mente enferma y abre correctamente las puertas del universo abstracto desconocido. Pero ahondar el terreno del inconsciente no justifica que su encauce incruste permanentemente elementos que entran y salen sin sentido. Hubiese sido bueno darle un cierre a esta propuesta y encauzarla la reflexión que propone. Indudablemente la directora se dejó llevar por un camino del que no obtuvo la respuesta buscada y deja atrapado a Andreas en un callejón sin salida. Esperemos que Piterbarg comience a obsesionarse con nuevos temas y se aleje del espiral elíptico que lejos de aclarar, oscurece y deja un sabor amargo en el público.
Naturalidad Innata El director estadounidense Marc Webb, a sus 42 años, lleva más de una década exitosa de trayectoria audiovisual donde abarca desde innovadores videoclips a renombradas bandas, como Green Day, hasta el notable debut fílmico 500 Días con Ella (500 Days of Summer, 2009), cuyo género de comedia romántica indie retoma en este largometraje producido por Fox, luego de dirigir las dos películas de El Sorprendente Hombre Araña (The Amazing Spider-Man). Bajo el mismo sello del personaje atípico que tiene un don, cuenta la historia de una niña prodigio a la que titula Gift (regalo, en inglés), y la cartelera argentina rebautiza Un Don Excepcional; tres palabras unidas por una misma tangente que remiten al concepto único. En efecto, la palabra Gift en inglés también significa don e implica una celebración, mientras que en español la traducción tiene su misma connotación. En esta sintonía Webb aprovecha la ocasión para homenajear a su padre –profesor de matemáticas de la Universidad Wisconconsin, Madison- tal como hizo con su madre, bióloga, fuente de inspiración para su versión de Spider-Man. El guión de Tom Flynn queda trunco al abordar el conflicto remixando las películas Matilda (1996) de Danny DeVito, y Mentes que Brillan (Little Man Tate, 1991), de Jodie Foster, ambas protagonizadas por niños prodigio cuyo debate se centra en decidir si deben recibir una educación que estimule sus cualidades o asistir a una escuela pública para disfrutar su infancia y sociabilizar con sus compañeros. En esta ocasión, la trillada trama gira en torno a enfatizar la psiquis de sus personajes y descifrar si la pequeña Mary (McKenna Grace) de tan solo siete años, continuará con su vida normal bajo el cuidado de su tío, Frank Adler (Chris Evans), un hombre bohemio y soltero que tras el suicidio de su hermana queda a cargo de su sobrina en un barrio costero de Florida y que, para mantenerla, toma trabajos temporales. Hasta aquí, nada nuevo. Flynn denota su nula inspiración, sobre todo cuando, por arte de magia, amenaza esta entrañable relación tío-sobrina con la aparición –cual villano de turno- de la abuela de Mary, Evelyn (Lindsay Duncan), que al descubrir el don de su nieta pretende potenciar sus habilidades y alejarla de Frank. Así se enfrentan -justicia mediante- y la narración pivotea sobre cómo la capacidad de resolver cálculos de álgebra y matemáticas ponen en juego el destino de Mary. Esta figura-fondo rememora el drama Mi Nombre es Sam (I´m Sam, 2001) protagonizado por Sean Penn y Dakota Faning, cuando la pequeña Lucy sufre horrores la decisión de la corte al separarla de su padre, que padece discapacidad mental. Esta metodología impuesta por la industria de Hollywood, plagada de historias nostálgicas, reabre el eterno debate entre el público espectador y los críticos ante el previsible desenlace: ¿Atrapante? Los minutos avanzan, y recursos como el montaje, la fotografía y la música (a cargo de Rob Simonsen) que dan ritmo al relato, también reforzado por el gran trabajo del elenco. McKenna Grace brilla y sorprende por su notable parecido físico con la versión más joven de Dakota; a sus once años tiene una formidable carrera actoral. A ella se suma Chris Evans (el Capitán América de Marvel), quien, esta vez sin escudo, intenta sacar a flote esta familia disfuncional junto Octavia Spencer. La actriz, vista hace poco en Talentos Ocultos (Hidden Figures, 2016), interpreta a Roberta, una especie de nanny y mejor amiga de Frank, que resulta convincente cuando juntos enfrentan a la grandiosa Lindsay Duncan (The Leftlovers) y le plantean que la familia trasciende los lazos sanguíneos. Un Don Excepcional instala un debate social que no profundiza ni cierra cuando, quizá, con tan solo sumar la voz autorizada de un psicólogo hubiese ayudado a delinear cómo proceder ante un niño prodigio para brindarle un presente próspero, exento de presiones sociales y marginalidades. Si bien el enfoque de Webb y Flynn es bueno, recae en el típico daño que ocasiona en ellos la presión social de ser una “promesa y el devenir de una humanidad perfeccionista”. Esperemos que esta historia sirva para renovar guiones con trasfondos dignos de ver y, sobre todo, soluciones que exploren aristas nuevas. De lo contrario, ver una más con personajes superdotados sería un fiasco cinéfilo.
Crónica de una muerte anunciada El director surcoreano Kim Ki-duk vuelve a las pantallas argentinas con una clara misión: denunciar a través de La Red (Geumul, 2016) las atrocidades cometidas -y silenciadas- por las fuerzas especiales de la península coreana y evidenciar la inexistencia de la unidad asiática. Aquí no hay grises: se es Comunista (Norte) o Capitalista (Sur). Dos polos, antagónicos, que coexisten en la República Oriental y utilizan el cine como herramienta propagandística para amurallarse -aún más- y (trans)formar la ideología vecina. Como es sabido, en un principio Corea del Norte tuvo las de ganar en el séptimo arte mediante el revolucionario ex líder Jucge, Kim Jong-il, que incursionó exitosamente en la materia pero quedó trunco cuando su obsesión por alcanzar reconocimiento y poner en un pedestal al cine norcoreano lo llevó a secuestrar dos actores de renombre para rodar sus películas. El caso salió a la luz y el tablero se inclinó a favor del cine surcoreano que retomó la partida de la mano del realizador vanguardista Ki-duk, que en 2003 subió a la cresta de la ola cuando se estrenó Primavera, Verano, Otoño, Invierno…. y otra vez Primavera (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom, 2003), con sus personajes practicantes del budismo que promovían “Paz y Amor” bajo el lema “Namasté”. Hoy su amplia trayectoria, que tiene como íconos los thrillers La Isla (Seom 2000) y Piedad (Pieta, 2012), marcaron el pulso de su carrera. Ahora es el turno de La Red, que a diferencia de los trabajos precedentes, no se destaca por la fotografía ni la creatividad del guión, pero encuentra brillo propio. Por primera vez, Ki-duk incursiona el terreno político. El guión es claro y conciso: intenta ir contra el dicho “El pez por la boca muere” y apela, netamente, a mostrar cómo un ciudadano asiático queda atrapado en una red monstruosa que, a toda costa, lo acusa de espía. Muestra cómo, a veces, el destino desgraciadamente se manifiesta en detrimento a los más débiles. El realizador intenta desenmascarar las dos caras de la misma moneda: en ambos extremos hay corrupción y nulo respeto a los derechos cívicos. La trama gira en torno a cómo un pescador norcoreano, Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum), de arraigado patriotismo comunista, sobrevive en plena jornada pesquera a una tormenta brutal que rompe el motor de su lancha; la da vuelta, lo deja semiinconsciente y es arrastrado por la corriente al Mar del Sur. Al despertar en terreno capitalista, decide reparar su lancha y regresar lo más pronto posible, junto a su familia. Pero las fuerzas adversas -“Seguridad Estatal”- lo descubren y acusan de espionaje, sometiéndolo a constantes interrogatorios y torturas para que declare cómo llegó allí. ¿Podrá Nam cumplir su anhelo? En esta línea, monótona, avanza el film: Nam, falsamente acusado, queda atrapado en la red del capitalismo. Recorre sus imponentes calles plagadas de cosplayers –fieles al estilo Pokémon– y, abrumado por las vidrieras plagadas de objetos electrónicos, inimaginables, en su acotado universo, intenta huir. Aquí es interesante el parate que hace el realizador: cuando las luces se apagan y el sol se esconde, desaparece la lujuria y con ella nace el lado oscuro. Emerge la noche, y con ella sus vicios, las drogas y los innumerables excesos, como la prostitución. Ki-duk materializa en una escena donde Nam conoce, fugazmente, a una joven que -al igual que él- también está atrapada en la red y vende su cuerpo para salvar a su familia. Ella le deja una inolvidable lección: “El dinero no es todo. El mundo desarrollista no implica felicidad para el pueblo”. Acto seguido, podría haberse echo una elipsis y ponerle punto final a la cuestión, pero el realizador va por más y, pese al ritmo lento que acompaña el relato, mecha mensajes que estratégicamente funcionan. La Red intenta rescatar al pez que, erróneamente, fue cautivo. En efecto, esta pesadilla que vive el norcoreano mientras sueña con la libertad deja un sabor amargo y abre una incógnita: ¿Es, quizás, otro ataque a las reglas del líder Kim Jon-Un? O simplemente, ¿Querrá calmar las aguas entre la península occidental? Lo cierto es que logra que el público se ponga los zapatos de Nam y sienta compasión por él mientras desliza la idea que ningún extremo de La Red es bueno. El relato tiene impronta: incomoda, inquieta y abruma frente a las injusticias que padece Nam para probar su inocencia ante la “autoridad” que se abusa de su “poder” en el centro clandestino de detención. Los personajes interpelan a la perfección la psiquis del espectador unidireccionalmente para ridiculizar la compleja y alocada política ideológica que promulgan los dos bandos de Corea mediante una dictadura absurda. Kim-duk logra su objetivo: atrás quedó el universo plagado de violencia explicita visto en Hierro 3 (Bin-jip, 2004), y abre paso a la violencia implícita, focalizado en un grito de socorro, para derribar la eterna muralla que afecta la península coreana que no ve que en conjunto está provista de armas para reinar y atemorizar a Occidente. Esperemos que La Red no corra con la misma suerte de su colega Dan Sterling, director de The Interview (2014), quien fue demandado por el líder Kim Jon-Un al sentirse burlado por la industria hollywoodense, y pueda ser vista metafóricamente como un intento más de abrir la puerta al diálogo y la reflexión. Esta claro que si hay algo para rescatar de esta trama es que es, gracias a los medios, y en este caso el cine, esta cuestión se visibiliza. ¿Servirá para tender puentes entre el régimen de Kim Jon-un y el mundo?