La historia del joven pobre y desconocido que de la noche a la mañana se convierte en héroe nacional —parecida a tantos casos de la vida real— es la que da pie a este increíble film, tan original como irónico. Zenitram es una historia fantástica que ocurre en la Argentina del futuro y que habla sobre temas reales: la falta de agua, la incursión de las grandes corporaciones internacionales en el país que van adueñándose de los recursos naturales; la explotación que hacen los medios de comunicación de los casos que salen de lo común y que ayudan a vender más ejemplares; la “avivada criolla” de quien ve en otro la posibilidad de ganar más dinero para sí mismo. Todo contado como si fuera una historieta —lo que permite que la mirada sea más suspicaz, irónica y crítica—, y con un protagonista (Juan Minujín, en el papel de Zenitram) que tiene que lidiar con los poderes que le fueron otorgados y que no sabe manejar muy bien. El héroe sale de los cánones a los que estamos acostumbrados: puede volar pero debe aprender a hacerlo bien; su nuevo papel político y social lo abruma; la fama y su nueva vida lo aturden y pronto acude a la cocaína para sentir que supera todo aquello que le produce miedo o vértigo. La película está basada en el cuento de Juan Sasturaín, quien también participó del guión. Si bien es una coproducción argentina, brasilera y española, Zenitram es argentino desde su origen, y eso queda bien claro a través del uso del lenguaje —tanto verbal como cinematográfico—; de las situaciones y la manera en la que se desarrolla la historia. Las situaciones que se plantean no hacen más que afirmar esta argentinidad. Por otro lado, tiene un elenco bastante heterogéneo; sin embargo, cada uno de los personajes parece haber sido escrito para los actores que los interpretaron. Zenitram es divertida, irónica, diferente; un film que seguramente dará que hablar.
La belleza del mural Ejercicio Plástico, creado por David Alfaro Siqueiros (interpretado por Bruno Bichir) con la ayuda de Lino Spilimbergo (Martín Salazar), Antonio Berni (Nahuel Cano) y Juan Carlos Castagnino (Javier Drolla) en el sótano de la mansión de Natalio Botana (Luis Machín) y todas las circunstancias que rodearon su realización, son el puntapié inicial de esta historia. Ambientada en la Argentina de los años ’30, El Mural relata el tiempo que pasó en nuestro país el extraordinario artista mexicano junto a su mujer, la bella y rebelde poetisa Blanca Luz Brum (Carla Peterson), cuando aquél fuera invitado por Victoria Ocampo a dar una serie de conferencias sobre arte en la Asociación que ella presidía. El muralista, quien además no había podido concretar su sueño de pintar en los silos del puerto, aprovechó la ocasión para exponer sus ideas comunistas y revolucionarias, por lo que las conferencias fueron canceladas. Es entonces cuando el ambicioso fundador del diario Crónica aprovecha la situación; ofrece al pintor casa y comida para que prolongue su estadía en el país y llevara a cabo la famosa obra en el lugar que luego destinaría a sus ratos de ocio. Blanca Luz no tarda en conquistar al mecenas de su esposo, y no duda en traicionar a Siqueiros. Botana se rinde ante la belleza de la escritora y en su propia casa engaña a Salvadora, su anarquista y depresiva esposa, encarnada de manera brillante por Ana Celentano. La densa trama en la que se mezclan infidelidades, pasión por la defensa de los ideales, política y corrupción involucra a muchos personajes. Todos son intensos y fuertes, encarnados por actores de trayectoria compenetrados en sus papeles. Es aquí en donde se evidencia la mano de un director que sabe lo que busca: a pesar de la cantidad de personajes y de sus complejas realidades, la línea argumental no se diluye sino que, al contrario, cobra fuerza y significado en cada uno de ellos. La belleza está presente durante todo el film a través de una puesta en escena impecable. La música, la iluminación, ambientación, el vestuario… Es estética pura cuidada al detalle. Absolutamente todo en este film demuestra el trabajo impecable del consolidado Héctor Olivera —director de La Patagonia Rebelde, El Caso María Soledad, Ay Juancito, entre muchas—, capaz de llevar a la pantalla una verdadera obra de arte.
Zoe —Jennifer Lopez— es una mujer soltera que no se da permiso de enamorarse y comprometerse seriamente por razones que carga desde su infancia. Sin embargo, quiere una familia y por eso decide someterse a una inseminación artificial. Pero ese mismo día conoce a quien no tardará en conquistarla y convertirse en su pareja perfecta: Stan, encarnado por Alex O’Loughlin. A partir de allí, se desarrolla una historia que comienza al revés de lo recomendable en la vida real. Si bien la idea no es descabellada sino más bien actual y muy posible, el film no pasa de ser una comedia que apenas despierta alguna sonrisa. El guión es bastante endeble y además, abundan las situaciones que rozan el ridículo. Ni los consejos de Mona, interpretada por Watkins (Grey’s Anatomy, Californication), que tratan de traer un poco de cable a tierra a los sentimientos y temores de su amiga Zoe, como tampoco la actuación de O’Loughlin (protagonista, entre otras, de la comedia australiana Oyster Farmer, que le valió dos premios como mejor actor) logran salvar el film. Es que Jennifer Lopez deja claro, durante todo la película, que lo que mejor sabe hacer es música y perfumes. El Plan B es una comedia más, recomendable solamente para aquellos que necesitan pasar un rato mirando algo sin exigir absolutamente nada. Quienes gustan del buen cine, en cambio, se aburrirán casi desde el principio.
Sabrina Farji, directora de Cuando Ella Saltó y también guionista de Felicitas, cuenta en Eva y Lola la historia de dos amigas bien diferentes entre sí, pero con un pasado en común. Ambas son hijas de desaparecidos; Eva lo sabe, vive con un tío sobreviviente de la ESMA, y busca saber más sobre su origen. Lola en cambio, creció en una familia apropiadora y en medio de mentiras. Ambas se esconden en un mundo de fantasías que ellas mismas crearon; pero la verdad no tardará en salir a la luz. Eva lucha por lograr que su amiga asuma su verdadera historia y se haga cargo de su propia identidad. La felicidad, el amor y el saber quién es cada uno las llevará por un difícil camino, en el que se cruzarán antiguos rencores, sentimientos, reencuentros. A medida que la trama avanza, la directora deja bien claro que el olvido de los años recientes no es una opción, y que reunir nuevamente a los hijos y nietos de los desaparecidos debe estar entre las prioridades de la sociedad argentina. Tanto Celeste Cid –la Julia de Resistiré- como Emme –que en cine trabajó en El Niño Pez- en su papel de Lola, logran unos personajes tan creíbles como queribles. Eva es una chica sensible pero fuerte a la vez; sabe lo que quiere y no para hasta lograrlo. Lola también es susceptible y la verdad la aturde; se siente sola y su amiga es para ella una hermana. Eva y Lola tiene una estética muy cuidada, especialmente las escenas del circo en donde los personajes principales dejan volar su imaginación y se sumergen en el ensueño. La música que acompaña al film, sobre todo a los números circenses en los que las mismas protagonistas cantan, tienen una fuerza movilizadora. La historia es buena; sin embargo y sin soslayar su importancia, el tema de los hijos y nietos podría haber sido abordado desde otro punto de vista, más creativo, para evitar caer en una historia más entre tantas.
Vuelve el hombre de la cara llena de cicatrices que acecha en los sueños; otra vez quedarse dormido puede llevar a la peor de las muertes; regresan las peores pesadillas muchos años después de la primera de la saga iniciada en 1984 y que marcó una época del cine de terror. De la mano del director Samuel Bayer (más conocido por dirigir video clips musicales y spots publicitarios de importantes marcas), el famoso personaje de los dedos terminados en cuchillas regresa en una remake bien lograda, en la que los efectos especiales y el derramamiento de sangre abundan. Esta vez es Jackie Earley Haley (Secretos Íntimos)- quien se pone en la quemada y desfigurada piel de Freddie Krueger, que persigue y aterroriza a un grupo de adolescentes. Sus víctimas son los hijos de aquellos que años antes lo quemaron vivo, en venganza por los abusos que aquél cometió contra los entonces niños. Esta vez, el film está enfocado en mostrar quién es Freddy, qué pasó con él, por qué tiene ese aspecto y finalmente, qué busca. Para ello lleva a sus víctimas a través de sus sueños al lugar en donde ocurrieron los hechos. El film es un constante ir y venir al pasado y presente, en donde lo real y lo onírico se mezclan, traspasando todos los límites. Así, ya no hay sueño ni realidad; el sueño es lo real. Con buenos efectos especiales, en donde los avances digitales marcan presencia, el film evoca tomas y escenas que recuerdan a la primera de las Pesadillas. El sonido de las cuchillas y la voz de ultratumba de Krueger hacen lo suyo y aportan terror. Los sobresaltos y sustos son más fuertes al principio; en algunos momentos son bien previsibles, pero aún así logra mantener el suspenso. Pesadilla en la Calle Elm es una buena oportunidad para que los fanáticos de aquella saga de los ochenta revivan el terror en una película con acción y una buena dosis de sangre.
Un film marcado por la angustia muestra una búsqueda desesperada y una verdad insoportable. Elizabeth Sommers, encarnada por Brenda Blethyn y el señor Ousmane –en una interpretación excepcional de Sotigui Kouyate- pertenecen a culturas y religiones absolutamente diferentes. Inglesa y protestante ella, africano y musulmán él, comparten la terrible experiencia de no saber en dónde están sus respectivos hijos (Jane y Alí). Elizabeth contactó a Jane por última vez dos semanas antes del comienzo de la historia; Ousmane no ve a Ali desde que este tenía seis años, pero su madre le pide ayuda porque no tiene noticias de él desde hace varios días. La historia se desata a partir de los atentados ocurridos el 7 de julio de 2005, en los que extremistas suicidas hacen explotar bombas en medios de transporte público en Londres. A partir de allí comienza una búsqueda que parece interminable, pero con una luz de esperanza siempre prendida. Es entonces cuando Sommers y Ousmane se cruzan, se desencuentran, se juzgan, se comprenden, se acompañan. Y comparten los peores días de sus vidas. London River es un film de búsqueda en muchos sentidos: de los hijos desaparecidos, del equilibrio, de la tolerancia y de la fuerza interior. Los dos protagonistas son completamente dispares entre sí; sin embargo, de a poco descubrirán que esas diferencias son justamente lo que juntas los hace fuertes y capaces de seguir adelante. Una película dolorosa, inquietante; una historia posible. Con excelentes actuaciones y un ritmo adecuado a la historia, London River no tiene desperdicio.
Jean-Christian (Daniel Auteuil) es contador y trabaja para una multinacional. Tiene una vida común, casi intrascendente para el resto de sus compañeros en la firma. Su rutina se ve alterada cuando de repente, luego de protagonizar un accidente, cambia para siempre su vida. El estresado contador descubre que en su cabeza habita alguien más; es Gilles Gabriel, un cantante que en los ’80 tuvo días de gloria, y que supuestamente acaba de fallecer en el mismo accidente que provocara Jean-Christian. Compartir el cuerpo es el primero de los obstáculos que ambos personajes deben sortear; el trabajo y una presentación fundamental para su carrera apremian y presionan a Jean-Christian, mientras que para el huésped que lleva consigo, estar adentro de otro es una sensación liberadora que se convierte en fuente de creatividad. Así, una serie de enredos van cambiando de a poco algunos hábitos cotidianos del contador, quien además, está enamorado de su jefa. Sin embargo, pronto descubren que ambos pueden convivir y complementarse, e incluso, ayudarse mutuamente. Con la ayuda del músico que lleva adentro, Christian descubre que además de ser capaz de convertirse en alguien importante frente a los demás, explotando todo su potencial puede tener todo lo que desea, incluso a la mujer que ama con desmedida obsesión. Con mucho humor Daniel Auteuil se luce en una historia que por momentos, aunque se vuelve algo tediosa y previsible, logra salir adelante gracias a las huellas inconfundibles del cine francés. Dos en uno es una comedia entretenida que no busca profundizar demasiado en temas trascendentales. Con final inesperado, permite pasar un buen rato.
Con una mirada crítica y una gran carga de humor que raya lo siniestro, El Hada Buena. Una Fábula Peronista es una sátira cargada de significados. La ficción se centra en la Argentina de Perón, pero en un momento en que la situación del país llegó a tal punto que las familias subastan a sus hijos a cambio de bienes. Así, los niños (a los que generalmente les faltan brazos o piernas o sufren alguna deformidad) son cambiados por licuadoras, heladeras y cuanto elemento pueda ser reutilizado en el hogar. Los hijos adoptados son adoctrinados por las familias que los adquieren, con el objetivo de que luego de rendir un exhaustivo examen, solo uno por familia pueda acceder a una beca que el Presidente otorga para que estudie en uno de los diez colegios del Estado. El film pone el foco en una familia formada por mamá, el tío, la empleada y los cuatro hijos adquiridos en la subasta. Es una mezcla de espectáculo circense, en donde lo grotesco y lo siniestro se combinan con resabios expresionistas. Los personajes, que incluso parecen freaks, recuerdan mucho a las películas de Fellini. A través de textos muy buenos y tomas especialmente cuidadas, en las que planos y ángulos enriquecen cada segundo del relato, Casabé cuenta la historia de manera creativa y arriesgada. Si bien el film tiene momentos que se tornan monótonos, estos tienen una duración ínfima. Por otro lado, la directora aprovecha los recursos y lenguaje cinematográfico, lo que lo convierte en un producto rico, fuera de lo común, divertido e imperdible.
Varias son las historias de vida que recorre este documental. Algunas ocurren en un neuropsiquiátrico; otras, en un ex internado de leprosos (el hospital Baldomero Sommer, que antiguamente fuera una colonia de quienes sufrían lepra y en donde aún viven Adolfo, Angélica y Aníbal); unas tras las murallas de la cárcel y otras en un hogar de ancianos. Todos personajes reales, bien diferentes entre sí, de todas las edades, pero con una cosa en común: la soledad y la necesidad de sentirse vivo. Fortalezas relata la manera en que cada uno de los habitantes de estos lugares –que por cierto, son bastante poco cotidianos para la gente común- busca la forma de sentirse vivo, útil, querido y aceptado por los demás. Y todos tratan, además, de hallar la manera de sobrellevar la soledad. Fortalezas son testimonios duros, actuales, mostrados en tiempo real y con sonido directo. Son la evidencia de los grupos sociales que están pero de los que no nos acordamos; son anónimos, relegados, temidos e incluso discriminados. El film va alternando las imágenes y experiencias en cada uno de los lugares elegidos, y los mismos personajes que los habitan van contado sus historias y mostrando cómo viven, qué sufren, qué esperan, a qué se aferran. A medida que la película transcurre, la tristeza y el ahogo invaden y movilizan. Un grupo de estudiantes secundarios que visita el ex leprosario agrega un poco de frescura al relato; sin embargo, da la sensación de que este recurso podría haber estado mejor aprovechado para lograr enriquecerlo más. Si bien los temas tocan en lo profundo de los sentimientos y logran hacer tomar conciencia de una realidad que está presente, aunque miremos para otro lado, el film no aprovecha recursos estéticos que lo harían más ágil. Se torna por momentos monótono y repetitivo.
María del Carmen –María Oneto- llegó a los cincuenta años y se da cuenta de que su vida de ama de casa no la llena lo suficiente. Con dos hijos crecidos y un marido (Juan, interpretado por Goity) acostumbrado a tenerla en casa ocupándose de los quehaceres, descubre que armar rompecabezas es un entretenimiento interesante. Muy pronto, el hobby se convierte en obsesión. Buscando uno de estos juegos con muchas piezas para comprar, se encuentra con el anuncio de Roberto (Arturo Goetz), que busca compañero para participar en un campeonato nacional, de rompecabezas. Es entonces cuando se conocen. Así, y como consecuencia de sus reuniones con Roberto, la protagonista va de a poco descubriendo que puede ocupar un nuevo lugar. Como en el mismo juego, María va armando y rearmándose ella misma, probando una y otra pieza, generando así una nueva imagen en su familia y provocando distintas reacciones. El relato es lineal y los primeros planos son fuertes y contundentes. Tanto Oneto como Goity dejan traslucir las emociones, los miedos y los sentimientos de sus personajes en un trabajo impecable. La rutina agobiante de María se refuerza en un ambiente perfectamente recreado, en el que la escenografía y el vestuario son elementos decisivos. Rompecabezas es un film inteligente que, con humor, plantea la necesidad de cada ser humano de ser valorado, sentirse libre y ser capaz de tomar sus propias decisiones. Es ágil, llevadero, divertido y profundo. Muy recomendable.