El documental de Damián Finvarb y Ariel Borenstein indaga sobre la vida y la obra de Salvador Benesdra, periodista, psicólogo, militante de izquierda y autor de El traductor, que se suicidó a los 43 años. Lo hace de una forma tradicional, con entrevistas y grabaciones caseras de Benesdra. Entre gatos universalmente pardos se beneficiaría con una puesta en escena más original y una edición más ajustada, que evitara testimonios que se van un poco del foco central y resultan un tanto monótonos. Pero la suma del material que se incluye es valiosa. No solo cuenta la vida del escritor y genera interés en acercarse a su obra, sino que también funciona como un retrato del periodismo, el psicoanálisis y la literatura.
El príncipe encantador es otra película de animación infantil que le da una vuelta de tuerca a los cuentos clásicos para adaptarlos a estos tiempos. Es un intento valioso, pero en el film de Ross Venokur la insistencia en la idea principal, resumida en la repetida frase "el amor es un acto de fe", opaca a la diversión de las aventuras y el humor. Al desarrollo no muy entretenido de la historia de un príncipe que debe encontrar al verdadero amor para romper el hechizo del que es cautivo, se suma la ensalada ideológica de la que termina siendo víctima la película, en la que por cada acierto hacia un cuento de hadas más equitativo hay un retroceso, como que la villana sea una mujer enceguecida por los celos.
Retrato de una pieza clave de la fe popular argentina y del fenómeno de múltiples aristas que se genera alrededor de ella, el documental Antonio Gil sorprende en su búsqueda de acercarse a un mito no desde lo informativo, sino a través del uso artístico de los recursos cinematográficos. Los relatos construidos en torno del Gauchito Gil se presentan en forma de narraciones en off de distintas personas que tienen alguna relación con su figura. Tan importante como lo que dicen es la forma en la que lo hacen, con los tonos y las palabras propios del Litoral argentino. La cadencia de sus relatos se transforma en una música que produce un estado casi hipnótico al combinarse con imágenes independientes de las narraciones, pero que completan su sentido. La directora Lía Dansker hace largos travellings que evocan a un viaje para presentar los paisajes en los que se desarrolla la conmemoración al Gauchito Gil, cada 8 de enero, en Mercedes, Corrientes (filmados durante varios años). Así se puede ver la mezcla de la celebración de corte religioso con el comercio oportunista, y la comunión de la religión católica con una fe nacida del fervor popular por una figura considerada por muchos como un santo que hace milagros. Contenida de forma convincente en esas imágenes y relatos en off está la complejidad de la construcción del mito y la forma en la que lo social, económico y religioso se funden en él.
Existe un tipo de películas, muchas veces definidas con frases como "es un canto a la vida", que pretende enseñar lecciones sobre cómo vivir, presentando una historia con una buena dosis de tragedia, pero mirada a través de una lente positiva que celebra la existencia, más allá del dolor. A esta especie de subgénero más preocupado por lo didácticoterapéutico que por lo cinematográfico pertenece Amigos por siempre. Como sucede con los libros de autoayuda, este cine tiene su público, tal como lo demuestra el éxito del film francés original, basado en una historia real, que derivó en esta remake y en una argentina. Amigos para siempre, siguiendo la receta de este tipo de películas, recurre a golpes bajos que buscan la empatía inmediata y sufre de una falta total de sutileza, tanto en las situaciones humorísticas como en las representaciones de sus personajes: un hombre millonario cuadripléjico que ya no quiere vivir y uno que acaba de salir de la cárcel, que terminan aprendiendo el uno del otro y haciéndose grandes amigos. Lo mejor de la película de Neil Burger es el placer de ver actuar juntos a un intérprete brillante como Bryan Cranston y a un muy buen comediante como Kevin Hart. Es casi imposible no imaginar una película en la que pudieran aprovechar mejor esa química perfecta. A Nicole Kidman le toca un personaje con poca gracia que no le da espacio para desplegar su ya probado talento actoral.
El título original de la película protagonizada por Jennifer Lopez refiere a una nueva oportunidad en la vida para alcanzar los sueños cuando estos ya parecen lejanos. Eso es lo que le sucede a Maya Vargas, a quien le vuelven a negar un ascenso a un puesto gerencial en el supermercado en el que trabaja por no tener un título universitario. Gracias a un engaño, consigue una entrevista con el dueño de una gran empresa de cosméticos, que queda impresionado con ella y termina contratándola. Pero la vicepresidenta -que es además hija del director- no está de acuerdo con la decisión, y se genera una rivalidad entre ellas. Por suerte, ya no se pretende que esa rivalidad sostenga la película. Sí les pareció buena idea a sus realizadores mantener esa fachada en un principio. Los problemas del film residen en el resto de los elementos, en especial en una vuelta de tuerca que cambia el foco y complica el tono de la narración. La falta de oportunidades y la necesidad de reconvertir la propia vida, algo que les sucede a muchas mujeres, podrían ser buen punto de partida para una comedia dramática. Pero Jefa por accidente parece hecha a partir de una lista de elementos que hay que incluir sí o sí, sin preocuparse por el espíritu de la historia: amigas divertidas pero menos glamorosas que la protagonista, una escena de compra de ropa que convertirá a la chica de barrio en profesional de Manhattan, y así. Pura fórmula y poco corazón.
Mezclar Transformers con la nostalgia de los 80 resulta mejor de lo que suena en Bumblebee, una película con espíritu lúdico y noble. Esta nueva incursión en la saga de los robots que se transforman en vehículos le debe gran parte de su atractivo a la heroína que la protagoniza y apuesta todo a ella. Interpretada por la talentosa Hailee Steinfeld, Charlie es una adolescente angustiada y con conflictos como cualquiera, pero el guion de Christina Hodson se encarga de que sea más que un prototipo visto mil veces. Triste y enojada por la muerte de su padre, alejada afectivamente de una madre y un hermano que intentan seguir adelante, Charlie tiene como único objetivo arreglar el Corvette 57 que ha heredado e irse lejos. Pero la adolescente se encuentra entre la chatarra de su tío a un VW Escarabajo amarillo, que es en realidad un robot extraterrestre enviado por Optimus Prime para salvar a su especie. Excepto por las secuencias del comienzo y del final, Bumblebee se parece más a esas películas de los 80 en las que un niño o joven encontraba un amigo peculiar al que debía esconder, como E.T., el extraterrestre y Cortocircuito, que a Transformers. La inspiración en ese cine le da a Bumblebee encanto, pero resulta un poco repetitiva y forzada la insistencia en la nostalgia de aquella época, con referencias constantes a la cultura popular del momento como Alf, El club de los cinco y la música de los Smiths, entre otros.
Como en La novia, el director Svyatoslav Podgaevskiy vuelve a recurrir al folclore ruso para usarlo de punto de partida de una película de terror actual. Esta vez toma una leyenda que presenta a las sirenas como mujeres despechadas que cobran vidas por su amor perdido. Con ese trasfondo, la película cuenta la historia de una joven pareja que está a punto de casarse, cuando él va a la casa de verano de su familia, que está prácticamente abandonada, y cae bajo el influjo de la sirena que acecha en el lago ubicado en la propiedad. El protagonista es nadador y le intenta enseñar a nadar a su novia, que le tiene terror al agua. Ese temor se transforma en algo mucho peor para la joven, que tiene que salvar a su futuro esposo del influjo de la sirena, ayudada por la hermana y el mejor amigo de él. Más allá de algunas secuencias bien logradas, La sirena no consigue construir un suspenso que atrape al espectador, ni asustarlo. El desarrollo del misterio alrededor de la familia del protagonista y la búsqueda de cómo neutralizar el peligro de la sirena resulta tedioso. El problema no es la falta de acción o sustos, hay grandes ejemplos del cine de terror valiosos que no dependen de esos recursos; sino una construcción de personajes y trama esquemáticos y superficiales. La versión que llegó a la Argentina no está en el idioma ruso original sino doblada al inglés, lo cual afecta de forma negativa a las actuaciones.
Paisajes e historias Este documental de Sebastián Deus se centra en el Tren Patagónico, que une Viedma con Bariloche, intentando retratar su espíritu. Lo hace filmando el recorrido y acompañándolo con la lectura de los diarios de Bailey Willis, un explorador norteamericano, que fue contratado a principios del siglo XX para diseñar una línea ferroviaria que uniera los océanos Atlántico y Pacífico (objetivo que no se consiguió). Esto sumado al relato de las leyendas de los pueblos originarios hace que se abarquen en el film distintos aspectos interesantes de la historia, pero que quedan sin profundizarse. La fotografía aprovecha muy bien el paisaje y también el del propio tren y sus pasajeros, que despiertan ganas de saber más sobre ellos.
Esta película de Federico Mordkowicz lucha entre la fórmula y su corazón, entre cumplir con los pasos de la comedia romántica, cayendo en el cliché, y las pulsión por dar rienda suelta total a su sentimentalismo, que se expresa sobre todo en la inclusión de elementos dramáticos que afectan al tono del film. Ariel (Benjamín Rojas) es un personaje cuyo desarrollo permite que el espectador pueda acompañarlo en su camino. Pero su coprotagonista, Noemí (Paula Cancio), está envuelta en un halo de misterio que no permite conocerla con mayor profundidad. Los diálogos, tan importantes en la construcción del enamoramiento en el cine, no logran escapar de los lugares comunes.
Los primeros planos de este film de 2008 muestran un paisaje gris de la zona de los Cotswolds del Reino Unido, seguido por una chica muerta con una jeringa en el brazo rodeada de elementos que indican el uso de drogas. Ese tono lúgubre inicial se desarrollará a lo largo del film de Duane Hopkins, que apuesta por la belleza visual y cierta frialdad. Centrada en un grupo de jóvenes adictos a las drogas y personas mayores que comparten el hastío, la película es un ejemplo de realismo británico con aciertos, pero cuyo trato distante hacia sus personajes evita la emoción. Sin embargo, algunas escenas acercan al público al drama humano a través de imágenes cuya fuerza radica en lo común.