La princesa que quería leer La canción homónima a la película que pertenece “Bella y Bestia“ dice en sus primeras líneas “Tale as old as time” (“Una historia tan antigua como el tiempo”), y algo de eso hay en este relato, ahora devenido en live action, con muchas y variadas versiones en el pasado. El cuento de hadas original pertenece a Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, una fábula que resaltaba el valor del amor verdadero, la importancia que radica en el interior de cada uno y la capacidad de poder ver más allá de las apariencias, y así, como El Principito, poder ver lo esencial a través de la mirada en nuestro corazón. En el año 1946, el director francés, Jean Cocteau realiza una excelente adaptación, en una propuesta fílmica, con toques surrealistas que enaltecen aún más el conmovedor relato inicial. Luego, ya en manos de la factoría Disney, en el año 1991, llega una deliciosa e inolvidable versión animada, la cual se destaca como la primera película de dibujos animados en ser nominada a los premios Oscar (aún no existía la categoría de films animados) y luego vendría, también de la mano de la empresa del ratón, el musical de Alan Menken, Howard Ashman, Tim Rice y Linda Woolverton, allá por el año 1994. Ahora bien, con tanto material existente presto para las odiosas pero necesarias comparaciones, llega esta nueva propuesta de la historia de la Bella y la Bestia, dirigida por Bill Condon, con actores de carne y hueso, y un reparto secundario notable gracias a los menesteres de la tecnología del CGI. El argumento nada se mueve del original. Bella, una joven mujer, dotada de una curiosidad inagotable y del deseo de conocer más sobre el mundo y salir de la rutina de la aldea en la que vive con su padre, correrá el riesgo de justamente ocupar el lugar de su progenitor como prisionera en el supuesto castillo encantado, donde vive un monstruo, falto de sentimientos y sensatez, al menos en la primera impresión. El desafió es grande para esta pequeña princesa, que destaca de todas las demás marca Disney por ser quizás de las pocas con ideas propias, las cuales van más allá de buscar un príncipe, convivir con enanos, ser la reina del salón o despertar a manos de su enamorado. Nada de eso hay en Bella: la muchacha quiere salir del molde, ser atrevida, intrépida, valiente, y con estas características se embarcará en la épica tarea de doblegar el corazón de aquella bestia hechizada, antes de que caiga el último pétalo de la rosa, y todo y todos en el castillo queden malditos por siempre. La inclusión del famoso personaje gay Le Fou, amigo y/o siervo inseparable del desagradable Gastón (quien busca constantemente conquistar a Bella), se presenta de manera bastante sutil, se define más en los modos amanerados que en el decir o actuar. Sin embargo, es digno de celebrar la apuesta de Disney por darle este giro al personaje, así como la diversidad que puede apreciarse en todo el elenco. Párrafo aparte para Emma Watson. No hay dudas, ella es Bella: desde su aparición envuelve la pantalla de la magia que la fábula convoca, con escenas que remiten al clásico musical La Novicia Rebelde (The Sound of Music, 1965). Watson brilla con su candidez y seducción constante, y es uno de los puntos más fuertes de la película. Su partenaire (Dan Stevens), en el papel del príncipe bajo el hechizo devenido en Bestia, cumple su rol sin nada que podamos criticarle, pero nos deja con alguna sensación de haber podido sobresalir un poco más; posiblemente sus facciones bajo la mencionada tecnología CGI hagan sus rasgos demasiado estereotipados. La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 2017) es una fiesta de colores y canciones que emocionan, impecable trabajo de arte y vestuario para dotar de vida a lo que muchos años atrás disfrutábamos en dibujos animados. Esta nueva versión, quizás pensada un poco más para aquellos niños ya convertidos en adultos que disfrutaron la original, se eleva por sí misma y deja por debajo los intentos de comparación. Es un film impecable en argumento, y un festín para todos los sentidos.
El último gran héroe Resulta inevitable una mirada hacia atrás (más precisamente, diecisiete años hacia atrás), cuando Hugh Jackman le daba vida por primera vez a uno de los mutantes más sobresalientes de la saga X-Men: Wolverine, aquel personaje quien por construcción e importancia se hizo merecedor de una trilogía propia, iniciando con X-Men Orígenes: Wolverine (X-Men Origins: Wolverine, 2009), siguiendo con Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013), para encontrar su final, sublime y apocalíptico, en Logan: Wolverine (Logan, 2017). Sin duda, esta última parte ha despertado un gran fanatismo en los seguidores del mundo Marvel, y en esta despedida de la pantalla, cabe decirse, se ha logrado aquello que todos esperaban hace tiempo: una road movie con tintes de western, donde el camino del héroe hacia su esperada redención resulta impecable. Situada en un mundo donde ya no quedan mutantes, nuestro héroe se dedica a conducir una limusina de lujo, mientras cuida de Charles Xavier, aquel fantástico mutante dotado de uno de los cerebros más privilegiados, quien actualmente padece una enfermedad senil, lo que puede convertirlo en una gran amenaza para toda la humanidad. Razón por la cual, es atendido y escondido por Logan y Caliban, otro mutante que no ha tenido opción más que pasarse del lado de los buenos, básicamente porque ya no queda otro bando del cual ser parte. Para dar rienda al conflicto, entra en acción el personaje de Laura (X-23), interpretado a la perfección por la joven actriz Dafne Keen. La niña es perseguida por un grupo de mercenarios cyborgs que quieren hacerse de ella y otros niños mutantes productos de experimentos científicos. En el encuentro entre Laura, Logan y Xavier, comienza la película que todo el mundo estaba esperando. Durante la huída ante el intento de protegerla es donde la acción se vuelve magnética, violenta, precisa y contundente. Un abatido Logan dará lo mejor de sí, en paralelo al actor que lo interpreta, Hugh Jackman. Él es Wolverine: se mete en su piel, en su corte de pelo, en sus heridas que curan solas y en la lucha interna entre un hombre que quiso ser mejor de lo fue y que vivió atormentado por culpas y fantasmas. El director James Mangold logra escenas de lucha y batallas extraordinarias, plagadas de sangre y de una violencia que un personaje como Logan merecía. Una mezcla de la rudeza de Rambo combinada con la inocencia de Peter Pan. Logan lleva a los niños mutantes, a través del bosque, hacia aquel mundo del nunca jamás. Si bien sus garras son su arma letal y no una debilidad, a diferencia del Capitán Garfio, en esta historia y a través de este personaje pueden contarse muchas más historias. Logan podría por momentos ser Drácula, quien vive su inmortalidad como un castigo; podría ser Jekyll y Hyde, preso de esa fuerza benigna y maligna dentro de él (en el film, de hecho, esto queda ilustrado de manera explícita); podría incluso ser un cowboy abatido y cansado de luchar (no es casual que en una escena Charles y Laura miren la película Shane, el Desconocido). Podría ser todo eso y mucho más, pero por lo pronto es uno de los mejores superhéroes que el mundo del comic ha regalado, y esta última entrega cinematográfica le hace todos los honores que merecía.
Mujer bonita de outlet El inexplicable furor y éxito en ventas que cosechó la trilogía 50 sombras de Grey, de E.L. James, fue tema de análisis y discusión por idóneos del sector editorial, cultural, doméstico y posiblemente haya llegado a ser tratado en los pasillos colegiales, ya que si se aprecia bien, el material ante el cual estamos es bastante infantil, carente de sentido y bordeando lo ingenuo. En materia fílmica, con la primera entrega de la saga, la expectativa desbordaba por doquier, desde el elenco seleccionado, la proyección de esa historia prohibida en pantalla, hasta los deseos y tabúes que se le adjudicaban a las “amas de casa ” o “a la señora común”, quienes según varios estudios habían salido enardecidas a comprar los látigos y bolas sexuales en cuestión. Todo ese combo embebido en delirio y prejuicio, dejó como resultado una película pobre, pero mínimamente entretenida, si bien ya la historia era pretenciosa e inverosímil, tal vez la novedad, tal vez el imaginario colectivo, 50 Sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, 2015) no era tan paupérrima y bochornosas como su actual secuela. Bajo el título 50 Sombras más Oscuras (Fifty Shades Darker, 2017), vuelven los mismos personajes vacíos, sin ningún tipo de construcción o justificativo argumental. El cambio de mando en la dirección, ahora a cargo de James Foley (quien tiene en su haber la dirección de la excelente serie House of Cards, así como sendos videoclip de la reina de la seducción, Madonna) lejos de mejorar la propuesta inicial, llega para regalarnos una de las historias menos interesantes que veremos en mucho tiempo. De hecho, puede aseverarse que en cualquiera de los videos musicales dirigidos por Foley hay mucho más sensualidad y erotismo que en las dos horas que dura este compendio de malas decisiones. El guión no puede luchar contra la pobreza del libro en que se basa, pero aún así se sumerge en errores grotescos de continuidad, en diálogos duros, perpetuados por actores que no pueden hacer nada más que muecas sonsas con las palabras que deben pronunciar sus personajes. La historia vuelve al ruedo con Anastasia Steele (Dakota Johnson) y Christian Grey (Jamie Dornan), quien vuelven a unirse en una relación, donde si bien ella plantea algunos cambios en cómo deberán ser las cosas, nada realmente parece cambiar. Él sigue siendo un sádico sexual (según palabras del Sr. Grey, claro) y ella sigue siendo la chica ingenua, que trata de tener un trabajo que la independice y la haga valorarse como persona, todos hermosos objetivos que se esfuman en cuanto su “amo / novio / futuro marido” compra la editorial donde ella trabaja, hace echar a su jefe, y le pide que se mude con él. Se une al reparto Kim Bassinger, aquella rubia sensual, quien sí supo llenar de erotismo la pantalla con el recordado film 9 Semanas y Media (9 1/2 Weeks, 1986). Aquí personifica a Elena Lincoln, mujer responsable de iniciar al pobre Christian en los menesteres sexuales. Su participación es uno de los tantos caprichos en los que cae el film, ya que podría haberse aprovechado para desarrollar algo de la complejidad psíquica del personaje. Sin embargo, queda relegado a unos planos breves, burdos e incoherentes. Bordeando lo irrisorio en muchas de sus escenas, tampoco se priva de copiar (no homenajear, no citar) planos y diálogos de otras películas que sí daban la talla en la relación que se planteaba entre un hombre y una mujer, y el conflicto que eso podía desencadenar. Ejemplo claro: varias escenas emulando Mujer Bonita (Pretty Woman, 1990) (la compra de ropa a tono, la peluquería, ella cual prostituta aquí no paga y sí golpeada usando la camisa del millonario mientras este dormita). Otro error intencionado -asusta pensar que esto fuera sin conocimiento previo- es la escena con el exacto diálogo de Secretaria Ejecutiva (Working Girl, 1988), cuando Ana, le pide a su nueva asistente que la llame por su nombre, y que solo le traiga café si es que ella va a tomar. Quedó pendiente que en algún momento Ana tome su celular y llame a una amiga al son de: “Adivina de dónde te estoy llamando”. La segunda entrega de esta trilogía se convierte en una sombra, no solo de su predecesora, sino del buen cine, de las historias que valen la pena ser contadas; deja de lado el verosimil, el trabajo y cuidado de un plano, la elección de los diálogos, y sobre todo, desmerece y ningunea al público, esperando que todos se conformen con ver sonreir al bueno e incomprendio de Grey. Promocionada como una película de fuertes escenas sexuales, no es menor decir que dichas escenas se vuelven lo más aburrido y ridículo de la propuesta. Como si esto no bastara, aún queda una tercera parte para dar fin a esta tortura visual.
Virginia, tenemos una solución Con Talentos Ocultos (Hadden Figures, 2016), segunda película en su haber, el director Theodore Melfi confirma aquello que ya podía palparse en su ópera prima, St. Vincent (2014): la habilidad para construir personajes, explotando al máximo cara arista de ellos, algo que pareciera ser requerimiento mínimo y elemental para un director que se precie como tal, pero que últimamente –y, sobre todo, en la competencia por los premios de la academia- no es tan común. En sintonía con los galardones, el elenco del film ha recibido, recientemente, la estatuilla dorada del SAG (el Sindicato de Actores de los Estados Unidos) a Mejor Reparto, y esto apoya la idea planteada al comienzo. Cada personaje impone, cada uno tiene una historia por contar, y todos aquellos que juegan papeles secundarios completan y elevan el argumento. Por supuesto, se destacan las protagonistas del film, quienes personifican a tres mujeres ejemplares, no solo por el trabajo logrado, sino por la tenacidad y entereza con la cual lo hicieron, en un entorno extremadamente hostil. Situándonos en 1961, Virginia, Estados Unidos, donde la segregación era moneda corriente, Katherine G. Johnson (Taraji P. Henson) Dorothy Vaughan (Octavia Spencer) y Mary Jackson (Janelle Monáe), se volvieron piezas fundamentales para que la NASA pudiera llevar un hombre al espacio. Hazaña que pujaba cabeza a cabeza con los logros espaciales que Rusia también estaba consiguiendo. Si bien la historia es guiada a través de Katherine, quien trabajaba codo a codo junto a un grupo de hombres con sutiles detalles racistas, bajo la jefatura de un impecable Kevin Costner, en vías paralelas se desenvuelve el relato sobre Dorothy, la primera mujer de color supervisora, quien tuviera a cargo la programación de las primeras computadoras IBM, y el empeño supremo de Mary por aplicar para estudiar en la Universidad de Virginia (derecho que al sector femenino le era negado), para poder convertirse en una ingeniera de la NASA. La fluidez del relato regala una historia que parece ser sencilla por el modo en que ha decidido contarse (bajo la lupa Disney, podría decirse, aunque la empresa el ratón nada tenga que ver con este film) ya que, si bien estamos ante la presencia de la privación de derechos, de la discriminación deliberada, de la humillación a las que las mujeres -por mujeres y por negras-, debían utilizar el sanitario destinado para “ellas” o no poder compartir una cafetera con hombres blancos, en ningún momento la película cae en la vara aleccionadora, sino que subraya la valentía de este grupo de mujeres, quienes luchan por aquello que quieren, por salir de esa sombra constante a la que parecen haber sido relegadas y, finalmente, dejar al descubierto la capacidad y el talento desbordante que cada una poseía en lo suyo. Mucho tiene que ver el nivel actoral de la terna protagonista para lograr el punto justo que convierte lo que parece una historia pequeña, por el modo en que fue abordada desde la dirección, en una historia que cambió el curso de la humanidad. Aquel “pequeño paso para el hombre”, fue posible gracias a grandes pasos de una mujer.
Es un monstruo grande y pisa fuerte Luego de El Orfanato (2007) y Lo Imposible (2012), el director español J.A. Bayona vuelve con una apuesta superior: el relato de un drama sobre la infancia, la pérdida de nuestros seres más queridos, y la manera que encontramos para lidiar con dicha pérdida. Un Monstruo viene a Verme (A Monster Calls, 2016), remite y encuentra muchas similitudes (de las que se disfrutan, no de esos plagios que se disfrazan de homenaje) a variadas películas donde los niños son protagonistas exclusivos, y donde la imaginación y fantasía se convierten en el medio que encuentran para poder subsistir en un mundo demasiado adulto, demasiado cargado de dolor. Contemporánea en tiempos de producción, se encuentra la subvalorada El Buen Amigo Gigante (BFG, 2016), del experimentado director Steven Spielberg. Dato no casual: por un lado nadie ha sabido mejor retratar el mundo de los niños y sus miedos, personificados, ya sea en un extraterrestre lejos de casa (E.T.) o como en este caso citado, en un gran amigo gigante que acompaña a una niña solitaria. Por otro lado, el director españól se declara fan y seguidor del estadounidense, y el futuro los encuentra unidos, debido a que Bayona será el director de la secuela de Jurassic World (2015) Si de monstruos hablamos, es imposible dejar de lado el film Donde viven los Monstruos (Where the Wild Things Are, 2009), de Spike Jonze, donde otra vez el niño era un protagonista, solo que aquí su relación con los monstruos se volvía algo complicada, pero el punto en común seguía siendo escapar de una realidad agoviante. El argumento de Un Monstruo Viene a Verme trata sobre Connor O` Malley, un niño de 12 años, callado, tímido, a quien la vida se le ha puesto demasiado compliacada: en el colegio sufre de bullying, su padre ha formado otra familia y vive lejos de él en otro país, la relación con su abuela es tensa y distante, y siendo el punto disparador de la historia, su madre tiene cáncer y parece tener un pronóstico muy poco favorable. Connor, interpretado por un sorprendene y prodigioso actor (Lewis MacDougall) quien lleva toda la película sobre sí. Es un excelente dibujante, y de esa manera realiza su catarsis para poder desaparecer del mundo real y adentrasre en un modo de aventuras. Una noche, mientras dibuja, un árbol (un tejo, precisamente) que puede verse desde la ventana de su cuadro y cobra vida, convirtiéndose en un gigantesco monstruo. Al dirigirse a la ventana del niño, le advierte que lo visitará tres noches más para contarle tres historias distintas, y que en la cuarta noche, será él quien deba contarle una historia. La voz del tejo es interpretada por Liam Neeson, quien aporta una credibilidad perfecta, conjugada con un trabajo de animación y arte que convierteten al tejo en un personaje que nunca desentona en el verosímil del relato. Aquellas tres historias que se cuentan se hacen mediante el recurso de animación con acuarelas, la misma manera en que Connor realliza sus dibujos, y es un regalo visual en cuanto a colores y calidez, ya que el film en sí se mueve en una paleta de oscuros y grises. Felicity Jones y Sigourney Weaver componen a la madre y abuela, respectivamente, ambas con una versalitiidad que ya no sorprenden, sobre todo en la veterana Weaver; mantienen el relato fuera del lugar comun de la lágrima fácil, y sus personajes se alejan de cualquier punto bajo en el que se pudiera caer con un argumento tan cargado de emoción. El poder narrativo arrasa y permite el disfute de una pelicula emotiva, donde no solo se enfrenta aquella idea que todos tenemos frente al miedo de la muerte, sino que probablemente aquí lo que esté muriendo sea la ninez de su protagonista, y las recursos con que el director lo expone son brilllantes. Mucho tendra que ver el gran guión en el que se apoya: fue adaptado por el mismo autor de la novela, Patrick Ness, publicada en 2011. Con un aviso de llevar pañuelos al asistir a verla, sería mejor descartar ese prejuico, y entregarse sin reparos a una historia bien construida, perfectamente interpretada y de una visual intensa. Lo cual en épocas tan faltas de originalidad no es poca cosa.
La ley primera Diez años después de su ópera prima, La Señal (2006), en codirección junto a Ricardo Darín, Martín Hodara vuelve a dirigir y escribir un film con excelentes intenciones y aportes al género, pero con algunos altibajos entre la historia que cuenta y cómo la cuenta. En esta ocasión, Darín encarna a Salvador, un hombre solitario, iracundo, silencioso, quien vive apartado en una casa en las montañas, lejos de cualquier contacto con el mundo, el cual pareciera haberle dado la espalda desde temprana edad. Tras la muerte de su padre, llegan al pueblo su hermano, Marcos (Leonardo Sbaraglia) acompañado por su mujer Laura (Laia Costa) para intentar convencerlo de que venda la propiedad y así poder repartir una suma millonaria. Este encuentro dará lugar a un secreto que los hermanos guardan hace tiempo, algo que ha transformado la vida de ambos, que los ha separado y enemistado tiempo atrás y que generará un desenlace inesperado. Las actuaciones están correctas, la dupla argentina se mueve cómoda con personajes que no exigen un trabajo distinto al que vienen realizando en su exitosa carrera. Tal vez Darín destaque por el resto al interpretar un rol distinto al que nos tiene acostumbrados. La incorporación de la actriz española Costa es de lo más acertado en materia actoral: brinda aire en un guión asfixiante por momentos, pero con algunos baches de coherencia que llevan a no lograr empatizar nunca con la historia e incluso con el desenlace sorpresivo. Completan el elenco Federico Luppi, quien hace un papel que calza justo en él, y Dolores Fonzi como la hermana menor, con muy poco tiempo para poder lucirse. El recurso del flasback, utilizado para dar cuenta de aquel pasado que condena a los personajes, es un gran acierto; está realizado de manera precisa y sin caer en lo simple. Acompañado por una excelente fotografía, a cargo de Arnau Valls Colomer, y un impecable trabajo de edición, sobresale el aspecto técnico por encima del aspecto narrativo. Con una música incidental que punza en los momentos de mayor tensión, Nieve Negra (2017) podría ser una exposición empírica de cómo abordar el género de suspenso. Sin embargo, no lograr salir airosa de tal objetivo, ya que existen demasiados pisadas en falso en el tratamiento del argumento, que la vuelven predecible y demasiado lineal.
Un viaje a ninguna parte El director Morten Tyldum, responsable de excelentes películas tales como Cacería Implacable (Hodejegerne, 2011) y El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), aterriza en las pantallas con un film híbrido que oscila entre una propuesta de ciencia ficción y un drama romántico, sin lograr poder llevar a buen puerto ninguno de los géneros. La premisa es sencilla, y su desenlace aumenta en un inverosímil de mediocres actuaciones, por parte de sus protagonistas; dejando una película vacía en contenido y en formato. Si bien todo aquello que tiene que ver con el diseño artístico y estético sobresale, tal vez el único punto fuerte del film, gracias al extraordinario trabajo de fotografía del mexicano Rodrigo Prieto (Argo, Babel, El Lobo de Wall Street) y a logrados efectos visuales, no alcanza para lo que se espera de un director del talento de Tyldum. La historia sucede en la nave espacial Avalon, donde viajan 258 tripulantes y 500 pasajeros, todos dormidos en suspensión criogénica, con el fin de despertar 120 años después y habitar un idílico planeta llamado Homestead II. Sin embargo, algo sale mal y uno de sus pasajeros, Jim Preston (Chris Pratt), despierta noventa años de lo establecido. Completamente solo, en una nave desierta, habitada solo por un barman androide interpretado por Michael Sheen (de lo mejor en reparto). Aquí es donde entra en juego la noción de un estudio sobre la soledad humana, las decisiones egoístas que pueden tomarse cuando nos sentimos desesperados y solitarios. Esto desemboca en el despertar de Aurora Lane (Jennifer Lawrence), una escritora de buena posición en busca de nuevas experiencias. Una bella durmiente -no será casual su nombre de pila-, despertada por un príncipe no del todo valiente. Lo que sigue en el argumento encuentra a la pareja compartiendo momentos románticos, conociéndose, y tratando de encontrar una salida ante la situación de estar anclados en el tiempo y con una amenaza de peligro en camino. La presencia de la tecnología es tal que lleva a niveles irrisorios creer que semejante emprendimiento no cuente con ninguna asistencia, en el caso de alguna falla posible. Completan el reparto Laurence Fishburne y Andy García, en papeles sin ninguna relevancia ni desafío para tremendos actores. Un fallido intento, desperdiciando mucho talento en todos los rubros, para no contar absolutamente nada interesante.
Canción animal De un tiempo a esta parte, las propuestas de películas infantiles, en materia de animación, encontraron su fuerte en dos aspectos principales: animales como personajes protagonistas (Zootopía y La Vida de tusMascotas, por citar dos de 2016) y el recurso musical preponderante a lo largo de todo el film (Trolls, de 2016, es un fiel exponente de este punto). Sing, el nuevo largometraje animado de Illumination Studios –Mi Villano Favorito (Despicable Me, 2010)-, conjuga de manera precisa ambos factores y los aprovecha al máximo, convirtiendo el film en una amena y agradable propuesta, pero con poco para aportar al género, y tal vez no mucho para destacar. En esta ocasión el grupo de animales que llevan adelante la historia, está compuesto por un koala llamado Buster Moon (voz de Matthew McConaughey), quien quiere reflotar el viejo teatro venido abajo, que ha heredado de su padre. Con el fin de lograr un espectáculo exitoso, realiza una convocatoria, donde por un error, se ofrece un premio de cien mil dólares, dinero que no existe y que le traerá más de un dolor de cabeza, conseguir. A dicha convocatoria se presenta una basta y variada fauna, dando lugar a las escenas más cómicas y, claro, musicales, en ese desfile maratónico donde podemos escuchar clásicos de Cat Stevens, Beatles, Queen, Sinatra, Stevie Wonder, Elton John, entre muchos más. La selección final presenta a los futuros protagonistas del show, un grupo algo dispar, entre ellos, un gorila proveniente de una familia de delincuentes (Taron Egerton), una cerdita devota esposa y ama de casa (Reese Witherspoon), un ratón engreído que imita a Frank Sinatra (Seth MacFarlane) un chica puercoespín con un estilo rock and pop, (Scarlett Johansson) y una elefante tímida, dotada de una voz inigualable (Tori Kelly). En la versión latina las voces del ratón y la elefanta están a cargo de Leonardo Sbaraglia y la China Suárez, respectivamente. Por el lado femenino hay un gran trabajo de parte de la actriz, quien vuelve a probar sus dotes musicales. Con respecta al trabajo del actor, su acento no termina nunca de encontrar el punto exacto, y eso le juega en contra al personaje del ratón sabelotodo, con un acento aportenizado algo extraño. La acción es llevadera entre los momentos de humor, breves y efectistas, y la cantidad de canciones que desfilan. Sin embargo, se vuelve demasiado lineal la historia, carente de sorpresas y de momentos que destaquen. Aunque sí debe dedicarse una líneas al mensaje claro de seguir los sueños propios, animarse a cumplirlos y poder tal vez, encontrar nuestra propia voz.
Reina de corazones La historia basada en la vida de la joven ajedrecista Phiona Mutesi, podría ser una propuesta melodramática por parte de la compañía Disney, de quien se sabe tiene devoción por los relatos lacrimógenos con algún golpe bajo, afortunadamente, esto no sucede con Reina de Katwe (Queen of Katwe, 2016). En primera medida porque la historia llevada a la ficción se sostiene por sí misma, abanderada siempre en la idea de mostrar aquello de lo que somos capaces, qué decisiones tomamos frente a lo que el destino nos impone y cuál jugada podemos realizar para salir victoriosos. En segunda y no menor medida, la dirección de la cineasta india Mira Nair (Salaam Bombay, 1988) nominada al Oscar como mejor película extranjera; aporta una calidad estética y veraz, y un compromiso con el relato que lo eleva de la clásica historia de superación personal. Nair sabe como adentrarse en lo qué quiere contar y más aún en cómo, usando como locación verídica, el pueblo de Katwe, de condiciones extremadamente pobres, ubicado al sureste de Kampala. Como tercer punto a destacar, todo el elenco aporta y equilibra la historia que bordea entre momentos de risa y momentos de un drama en algunos puntos visceral. La debutante Madina Nalwanga despliega todo su carisma para componer a Phiona, una niña de 11 años condenada a vender maíz para poder llevar algo de dinero a su casa, quien gracias a su hermano, descubre un grupo de chicos que se dedican a practicar este juego. En base a una iniciativa de Robert Katende (David Oyelowo), un ex futbolista devenido en misionero y maestro de ajedrez, quién no sólo enseña el deporte sino también los convida con un plato de comida a aquellos que asisten. Esta es la razón primordial por la que Phiona comienza a participar, sin saber que sería el inicio para dar un cambio radical a su vida, la de su familia y todo el pueblo marginado de Uganda. Aplauso sostenido para la ganadora del Oscar por 12 años de esclavitud (12 years a slave, 2013), la acríz Lupita Nyong`o, quién interpreta a Harriet, la madre de Phiona, una mujer de fuerza arrolladora, quién sin estudios y a base de sacrificio, logra darle a sus hijos la seguridad para ir en busca de lo que quieren, en especial a su hija, apoyándola en lo que parecía ser un sueño disparatado de querer convertirse en maestra de ajedrez. En este argumento que destaca cómo un simple peón puede llegar a coronarse reina, dentro y fuera del tablero, se aloja una historia de vida profunda, llevada a la pantalla de manera precisa, con el plus de contar para su musicalización con la colaboración de Alicia Keys con la canción “Back to Life“, la cual seguramente recoja una candidatura en los premios de la academia. No abandonen la butaca apenas termina el film, ya que el cierre de créditos es el jaque mate de esta historia.
El amateur que entendió todo Conocido en la industria del cine nacional, como un excelente productor (Fase 7, 20.000 besos Camino a la paz, El hijo buscado, entre otras) Sebastián Perillo debuta en el rol de director con su ópera prima Amateur, y lo hace de manera más que satisfactoria. El film no sólo es una película de género consistente, sino que también convoca y homenajea a grandes maestros del suspenso y del manejo de los tiempos y climas en pantalla, como Di Palma, Hitchcock, y en un referencia más local Emilio Vieyra, realizador del primer film de vampiros en el cine argentino, incluyendo escenas donde exponía sangre, humor y sexo. Ese mismo cóctel es el que prepara Perillo y no puede hacerse más que degustárselo intensamente. La trama se sitúa inicialmente en un canal de televisión, donde trabaja Martín (Esteban Lamothe), editor y pseudo productor de un programa sobre fenómenos paranormales, el cual ya nos adentra en el clima oscuro que se sostendrá a lo largo de todo el film. En búsqueda de un material antiguo (casualmente la película Sangre de Vírgenes, de Vieyra) encuentra un video erótico de una mujer, Isabel, quien resulta ser la esposa del dueño del canal (Alejandro Awada). A raíz del video Martín se obsesiona con esa mujer (Jazmín Stuart) hasta acostarse con ella, y grabar también un video casero sobre ese encuentro sexual. Allí la trama entra directamente en un policial con tintes de suspenso y erotismo de alto nivel (Stuart seduce desde las mirada y el silencio). Se incorpora a la línea argumental, Eleonora Wexler, quien interpreta a Laura la encargada del edifico donde vive Martín, y casualmente tiene sus oficinas Isabel. Laura es una mujer seria y sencilla en apariencias, pero al descubrir el video en cuestión, pondrá sus intereses en juego y cambiará su destino de manera definitiva, al intentar un chantaje hacia los implicados. Un personaje exquisito en el film es Saslavsky (Daniel Kargieman), como el detective policial a cargo de resolver todos los misterios que la trama pone de manifiesto. El film encuentra en sus interpretaciones su nivel más alto, todos el elenco es excelente, apoyados en un guión trabajado, pensado, así como cada en plano se nota la obsesión de su realizador por encontrar la mejor forma de contar una historia, si se quiere algo macabra. Se nota y mucho la formación cinematográfica de Perillo, y aún más su costado cinéfilo, en reiterados homenajes y referencias al cine y a sus directores emblemáticos, sumado a los ya mencionados, la impronta de Luis Buñuel también se siente a lo largo de todo el metraje. Amateur es una película de género policial y de suspenso concreta, concisa, una oda al voyeurismo, y es sobre todo un excelente exponente de un cine nacional, cada vez más comprometido con la calidad que entrega.