INFLAR EL PECHO En su ópera prima, Mariano González toca un tema profundo, intenso y esencial como es la relación entre un padre y un hijo. Lo que difiere de innumerables ejemplos cinematográficos donde hemos visto abordar esta temática, es el punto de vista que el director decide tomar para contar una historia cruda y compleja como puede ser un padre que no quiere (en principio) ni puede tomar el rol que le corresponde. El director, quien también escribió el guión y se puso en la piel de César, protagonista de la historia, narra de manera poética a un hombre que pareciera flotar, sobrevivir, subsistir, reaccionar, a veces de manera autónoma, a veces de manera visceral pero siempre poniéndole el cuerpo a todo lo que la vida tiene para darle, y para quitarle. Sin que sepamos mucho de su pasado, César pasa sus días trabajando en una fábrica de globos bastante venida a menos, hace crossfit en el mismo patio de la casa donde vive (lugar donde también funciona dicha fábrica), y tiene sexo ocasional con distintas mujeres. Sus días cambian cuando su suegro le informa que no puede seguir haciéndose cargo de su nieto (de la madre no sabremos mucho, más que sobre su muerte en un trágico accidente). César a duras penas puede con su propia vida, con lo cual resulta difícil imaginar como hará para poder hacerse cargo de la de un nino pequeño (quien interpreta a su hijo Alfonso en pantalla, es su hijo en la vida real, detalle que se impone y aprecia en las escenas bellas y duras que ambos comparten). El argumento podría no distinguirse por su originalidad, pero allí es donde reside el acierto de González, en no juzgar a sus personajes ni esterioriparlos. Los deja correr libres por el bosque, los perdona y los vuelve a encontrar una y otra vez. Se hablan desde la mirada, la que coincide y la que no, se hablan desde el cuerpo, lleno de polvo, golpeado, provisto casi siempre de la misma ropa y de la misma piel. Otra gran decisión tiene que ver con la manera de narrar, de contar, filmar con cámara en mano, seguir a los personajes, cuasi encerrarlos en esos planos cortos que nos involucran de lleno con César, con su imposibilidad de hacerse cargo, primero de él y luego de su hijo, con los miedos y angustias que asfixian el aire alrededor, el aire de esos globos que no se inflan, que no vuelan, que no se elevan. Una película distinta, con innegable influencia del cine de los hermanos Dardenne, donde queda claro que pueden contarse historias fuertes, secas, sin recurrir al golpe bajo, a la sensiblería barata y demagoga. Con el precedente de haber ganado el premio de la crítica en el Festival de Cine de Mar del plata, Los Globos, se posiciona como una de las mejores películas nacionales que seguramente veremos este año, y como una ópera prima que augura un excelente camino para su director y protagonista. Por María Paula Putrueli @mary_putrueli
Que vuelvan los 80 A pesar que el título intentaba dejar en claro quien sería el protagonista en cuestión de la trama, lo cierto es que desde su primera entrega Mi Villano Favorito (Despicable Me, 2010) causó más furor por esos pequeños personajes amarillos adictos a las bananas, a los que no se les entiende casi nada de lo que dicen, los delirantes Minions, que su personaje homónimo del título, el villano favorito Gru. Dando el lugar a lo que el público -infantil y adulto- pedía, la segunda parte corrió casi de cuajo al villano y nos dio una trama donde los protagonistas exclusivos eran los seres amarillos. Aunque la historia no era del todo entretenida, los despilfarros y torpezas de los amados Minions salvababan un poco las papas que quemaban en cuestiones narrativas. En esta tercera entrega, aquellos fanáticos de los pequeños probablemente se queden con ganas de verlos más en pantalla, ya que Gru vuelve a hacerse dueño del argumento, y los Minions parecieran estar más de decorado, o como excusa para la búsqueda de algún momento cómico, los cuales escasean, y mucho. En una vuelta de tuerca super trillada, aparece en escena un hermano perdido del protagonista, de nombre Dru, antagónico por excelencia a su gemelo: viste todo de blanco, porta una cabellera rubia, es multimillonario, algo tonto y con la intención clara de seguir los pasos de la villanía que heredó de su padre. Esta es una de las tantas líneas argumentales que se lanzan en un guión carente de creatividad. Por otro lado aparece en escena (quizás siendo lo más interesante del film si no se repitiera tanto entre chistes y gag el malo en cuestión), Balthazar Bratt, quien fuera una joven estrella televisiva de éxito en los ochenta. Resentido por la cancelación de su show, y atrapado en esa atmósfera tan perfecta que se vivió en esa década, Bratt se ha convertido en el malvado por excelencia, siendo sus armas más significativas un chicle de goma enorme que envuelve a sus adversarios y unos pases de baile. Mientras Gru intenta atrapar al malvado ochentoso, junto al poco lúcido Dru, Lucy (la mujer del calvo favorito) hará todo lo posible para desempeñar su rol de madre y acercarse a las hijas de él. Y en el medio de todo este relato, los Minions intentarán probar suerte lejos de su amigo, con escenas muy poco interesantes y momentos de comedia muy por debajo de lo que nos vienen regalando. Como todo aquello que produce Illumination Entertainment, el rubro visual es de una animación correcta y a la altura de un trabajo magnífico, pero ya visto reiteradas veces. En esta era es lo mínimo que se espera de empresas de esa talla, y donde se ansía la diferencia de calidad, es justamente donde brilla por su ausencia. La trama no es original, entretiene con lo justo y pareciera estar más avocada a la presentación de nuevos personajes para futuras secuelas que en lograr un producto de calidad pareja.
LOS DE AFUERA SIGUEN SIENDO DE PALO Nadie puede poner en tela de juicio los méritos que ha logrado el director británico Ken Loach para posicionarse como uno de los directores más influyentes de su época y más comprometidos con un cine de índole social y de denuncia. Con su última película, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes del 2016 (premio en el que reincide, dado que ya se había alzado con dicho galardón diez años antes con El viento que acaricia el prado), vuelve a abordar aquellos temas referidos a la falta de empleo, a la burocracia extrema que corre del mapa a quienes menos oportunidades tienen y los deja a un lado de la sociedad, a un costado de un mundo que sigue funcionando solo para aquellos dotados de poder y que convierte en paria a todo aquel que no pertenezca y no pueda jugar bajo las reglas del sistema. El argumento presenta a Daniel Blake, un carpintero de 59 años, que ha sufrido un ataque al corazón, y a quien los médicos aún no lo permiten trabajar. Allí comienza su odisea al intentar dar batalla por los beneficios sociales que le corresponden. En la búsqueda de un seguro de desempleo, se debe enfrentar al inflexible sistema laboral británico, donde hasta que pueda comprobarse su incapacidad física Daniel deberá seguir buscando trabajo, incluso cuando no pueda aceptarlo en el improbable caso de que lo consiga. En paralelo y para dejar aún más en claro la intención del director de dar cuenta del mundo injusto donde se mueven sus personajes, Daniel se hace amigo de una joven mujer, madre de dos hijos, en situación económica precaria, la cual no encuentra mejor opción para poder llevar un plato de comida a sus hijos que comenzar a prostituirse. Otro ejemplo claro de “aquellos que están fuera del sistema” resulta el vecino que se gana la vida vendiendo zapatillas de marca, de manera ilegal claro, y si bien Blake simpatiza con ambos, nunca logra doblegar sus propias convicciones y sigue bajo ese mismo régimen de leyes que parecieran no contemplar derechos para él o su grupo de gente más cercana. La propuesta tiene buenas intenciones desde la construcción de personajes queribles, sin embargo nunca logra una total empatía con el espectador, quizás se deja entrever demasiado una manipulación esquematizada conducida bajo el golpe sensiblero, que denota un maniqueísmo básico y previsible en todo el relato. Dista de la calidad cinematográfica que Loach nos tiene acostumbrados, sin embargo es digno de celebrar la coherencia que mantiene el octogenario realizador a través de sus películas, manteniéndose siempre fiel a una mirada cuestionadora, lo cual resulta siempre necesario. Por María Paula Putrueli @mary_putrueli
La pequeña Mary Pareciera que el cine de Hollywood tiene predilección o enamoramiento con aquellas películas que cuentan la historia de pequeños niños genios, dotados de una magnífica habilidad, ya sea en matemáticas, en el arte o en cualquier ámbito de especialidades que lejos se encuentran de lo que podría considerarse una infancia normal. Ya por el año 1991, la actriz y directora Jodie Foster, cumpliendo ambos roles en la película Mentes que Brillan (Little Man Tate) daba cuenta de un niño de nueve años con un intelecto superior en las ciencias físicas, que se aburría mucho en clases y que le gustaba mucho tocar el piano. La madre se debatía entre darle una infancia como cualquier chico o potenciar sus dotes de superdotado en las mejores universidades. El mismo cuento llega de la mano del director Marc Webb –500 Días con Ella (500 Days of Summer, 2009) y la saga de El Sorprendente Hombre Araña– con algún cambio en los protagonistas pero con el mismo debate, y en este caso, el intento de un relato conmovedor que no logra la empatía buscada, apelando al guiño cómplice con el espectador, con planos ya vistos una y otra vez y esos mismos modismos que todas estas películas abarcan. En esta ocasión, la protagonista genio es Mary (Mckenna Grace) quien bien podría ser en su papel una metáfora viviente de una niñez vivida de manera atípica, ya que con tan solo diez años ha participado en más de cuarenta proyectos, entre series y películas. Aquí Mary es criada por su tío Frank (un Chris Evans que, por más que intente en una y otra escena, siempre queda a mitad de camino de lograr un papel sentido). Luego de la trágica muerte de la madre de Mary, Frank se hace cargo de la pequeña, brindándole todo lo mejor que puede; a sabiendas de las aptitudes de la pequeña, intenta por todos los medios que crezca feliz y en un ambiente con niños de su misma edad. Por supuesto, al asistir a la escuela, Mary no pasará desapercibida y no logrará encajar. La escuela da aviso a su abuela, una reconocida profesional en el campo de las matemáticas, y una mujer dura, quien solo busca para su nieta lo mismo que quería para su hija: el reconocimiento en el ámbito laboral, obsesión que la llevó a distanciarse drásticamente de su hija, y también de su hijo, con quien no se lleva nada bien. Lo que sigue también lo hemos visto reiteradas veces: la pelea en la corte por quién se queda con la niña, cuál será el mejor futuro para ella, el típico romance del tío con la maestra que también quiere lo mejor para Mary, discusiones sobre ética, un intento de lograr un clima dramático que nunca encuentra el tono ni llega a conmover, muy a pesar de la niña protagonista que, vale decirse, es lo mejor que tiene la película; la suya es una actuación brillante, que quizás haya encontrado inspiración con algunas similitudes de su propia vida. La propuesta encuentra algunos buenos momentos cuando apela a la comedia liviana, y en esto es responsable la gran actriz Octavia Spencer, recientemente nominada por su interpretación en Talentos Ocultos (Hidden Figures, 2016), quien como la vecina y amiga de Mary (sí, su única amiga es una adulta) le da un respiro a un argumento que siempre resulta forzado. Y en términos de forzar situaciones, el final simplemente tira por la borda lo poco que se había logrado durante todo el relato, lo que convierte a la propuesta en una muestra más de dar con una realidad que viven muchos chicos, pero que en este caso arroja un resultado negativo e innecesario.
EL MONSTRUO MÁS ABURRIDO DE LA HISTORIA Subidos a la propuesta de seguir buscando dar nueva forma a materiales viejos, los ejecutivos de Universal no quisieron ser menos que los de Marvel y comenzaron con La Momia una serie de películas unificadas bajo el concepto de “Dark Universe” donde veremos desfilar a clásicos personajes tales como La novia de Frankestein (2019), El hombre invisible (a quien dará vida Johnny Deep), Drácula y otros tantos más, a los cuales les deseamos que corran con mejor suerte que la película que nos convoca hoy. La primera de las muchas fallas con las que nos encontramos es que su argumento trata sobre monstruos y dioses, mientras que se promociona como una película de acción y terror. Los momentos para saltar de la butaca nunca se hacen presentes y aquellos donde debe predominar la aventura y el interés por la narrativa brillan por su ausencia. Los dioses sí se hacen presentes, eso es imposible negar, pero como si se considerara al público un zombie más de los que aparecen en pantalla, a cada rato los personajes ponen en palabras todo lo que sucedió y sucede, por lo que el director se encarga de que sepamos todo lo que va a pasar dejándonos sin ese plus extra del factor sorpresa. Como todo film de acción que tiene a Tom Cruise al frente (más Dorian Gray que nunca), el peso argumental cae sobre él. Lamentablemente tanto en los momentos de comedia tonta, como en los que se le exige una actuación más o menos verosímil, el actor fracasa una y otra vez. Eso sí, cada vez corre mejor, es complicado recordar alguna de las últimas películas del ícono de Misión Imposible donde no lo veamos correr, en este caso lo hace sin saber para qué ni por qué. Aquí Cruise interpreta a Nick, un soldado de dudosos valores quien junto a su inseparable compañero Vail (Jake Johnson) se dedican a saquear tesoros, joyas o cualquier elemento que refiera algún tipo de valor para vender en el mercado negro. Su suerte cambia cuando en una expedición en Irak liberan, sin saberlo, una terrible maldición sobre ellos, dando vida a la princesa Ahmanet (Sofía Boutella, lo más digno de la película), quien fue momificada y enterrada viva en una antigua tumba egipcia por haber asesinado a toda su familia, luego de hacer un pacto con el Dios de la muerte, Seth, para alzarse con todo el poder. Desde allí hasta el final, Nick se la pasará huyendo (corriendo) de la princesa, quien lo considera su elegido por haberla liberado. En el medio de esta maratón de excesos de arena computarizada y extraños zombies del antiguo Egipto, entra en escena el personaje del Dr. Henry Jekyll (Russell Crowe) como una justificación para las películas que vendrán, ya que bajo su organización Prodigium, coincidirán todas las bestias mencionadas anteriormente. El doctor, famoso por su dualidad entre el bien y el mal, parece ser una excusa en la historia y es imposible no mencionar lo bochornosa que es la interpretación de Crowe cuando se convierte en Hyde. Quien lleva la contraparte de índole romántica es la egiptóloga Jenny Halsey (Annabelle Wallis), la cual parece estar igual de muerta que los zombies que la persiguen. Su actuación junto a un guión demasiado previsible y carente de interés, son los puntos más bajos de esta nueva versión de La Momia, una película de terror que no asusta, una película de acción que no entretiene. Un primer paso en falso para la gente de Universal, que deberá trabajar mucho para redimirse en la próxima entrega de este “lado oscuro”, que solo se acerca a un tibio grisáceo híbrido. Por María Paula Putrueli @mary_putrueli
MARAVILLA DE MUJER Mientras todos esperan con ansías la nueva película de DC Comics, Wonder Woman (La Mujer Maravilla), emerge entre las profundidades de la cinematografía nacional, una anti heroína descomunal, inesperada. Una joya en bruto encarnizada en la piel de la exquisita actriz Loren Acuña, quien compone un personaje sublime en Madraza, ópera prima de Hernán Aguilar. Antes algunas comparaciones con el cine de la dupla Tarantino – Rodríguez, las cuales sin duda son más que atinadas, Madraza sobresale y destaca con algo que las películas de referencia no tienen: el factor sorpresa. Todos sabemos con que nos vamos a encontrar ante una historia del director de Tiempos Violentos, situación que, también nos sucede habitualmente con muchos directores argentinos, incluso con un tipo de cine que se repite en fórmulas una y otra vez, y es en su originalidad donde Madraza se lleva todos los premios. Su director podría haber caído en lugares comunes, sean los del género policial, o aquellos que se abocan a un cine realista estereotipando de manera burda a sus personajes acorde a su nivel social, sin embargo esta propuesta dotada de un naturalismo impecable se corre de todo lo visto, se supera en cada escena de violencia y acción (los efectos especiales son de una calidad notable, poco vista en la oferta local), y entrega en primera instancia un personaje femenino avasallante, un regalo que nuestro cine merecía desde hace tiempo. En la misma línea actoral cada personaje se exprime perfecto, todos bailan al compás de la protagonista y cada escena fluye sutil hacia la otra, dejándonos siempre con ganas de más. Loren Acuña interpreta a Matilde, a quien le cabe el apodo homónimo que da título al filme, ya que es madrina de una chica que vive en una de las villas aledañas (Sofía Gala Castiglione). Es justo mencionar el crecimiento actoral de la joven actriz, quien le imprime a su personaje una frescura y naturalidad, convirtiendo las escenas con Acuña en un duelo actoral destacable. En un robo callejero Matilde ve como asesinan a su marido para robarle, pero lejos de quedarse en el rol de víctima, el cual le cabe por donde se mire, ya que no solo queda viuda y sin dinero, sino que también es una mujer engañada, una serie de hechos fortuitos convertirán a esta sensible y sencilla ama de casa en una asesina a sueldo brutal. La investigación policial quedará en manos del detective que interpreta un entrañable Gustavo Garzón, quien, en paralelo, intentará resolver todos los crímenes que se van sucediendo así como conquistar el corazón de esta increíble mujer. Loren Acuña es literalmente madraza, la actriz se apodera de su personaje y lo eleva en cada gesto sutil, en las escenas de tiros, en la violencia explícita, en el abrazo con su ahijada, hasta en una amistad forjada con una mujer, quien aparentemente nada tiene que ver con su nivel social. Su interpretación puede generarnos la misma empatía ya sea que tenga un arma pronta a matar en la mano o una cafetera lista para ofrecer un café. La actriz, de origen paraguayo, compone en cuerpo y alma a Matilde, ya que tuvo que subir veinte kilos para su personaje, los cuales luego fue bajando a lo largo del rodaje. No cabe duda que este es el inicio de un futuro con muchas más propuestas para una actriz que se impone y merece un lugar de mayor protagonismo del que ha tenido hasta ahora. Madraza, es un filme que se mueve cómodo entre varios géneros para no encasillarse en ninguno. La ópera prima de Hernán Aguilar es una soberbia muestra de cómo poder hacer una crítica de la sociedad sin ser hipócrita. Una oportunidad para ver un cine que plantea las pocas posibilidades que pueden tener las personas con menos recursos, pero no los condena ni los juzga, si no que los desafía, y a través del humor, incluso, se anima a romper el molde y pensar en un cine menos condescendiente y mucho más arriesgado. La sorpresa y categoría de estas películas que aparecen de vez en cuando, nos invade en cada vena cinematográfica que nos late y nos envuelve en una estimación invaluable dentro de tanta copia y refrito que anda dando vueltas por allí. Por María Paula Putrueli @mary_putrueli
“Alien: Covenant”: Un espacio sin respuestas. En su tercera entrega como director de la saga Alien, Ridley Scott, nos lleva a un viaje dotado de un aburrimiento y previsibilidad, donde los clásicos xenomorfos, cambian los gritos de terror por bostezos de indiferencia. Como suele pasar últimamente con las películas de ciencia ficción que incluyen una nave y tripulantes abordo en estado somnífero con destino a despertar unos cuantos años después de lo que finalmente lo hacen, todo aquello que pueda fallar , definitivamente fallará. Esta premisa se cumple a rajatabla, a nivel macro incluso, con la nueva, e innecesaria, película de Alien: Covenant. Nos bastan unos pocos minutos de metraje para dar cuenta que aquello que nos fascinó en el film que diera origen a estos bichos amorfos, no lo volveremos a encontrar en pantalla. Incluso cuando el director responsable sea el mismo, ya que Ridley Scott supo regalarnos las más terroríficas escenas de suspenso en Alien: El Octavo Pasajero (1979), película icónica si las hay del género de ciencia ficción, para luego trastabillar con Prometeo (Prometheus, 2012), film que precede en trama argumental, en lo que puede considerarse una de los peores fallidos del cine de género, y sin duda, un desacierto importante en la carrera del gran Scott. La historia nos trae, como mencionamos inicialmente, a la nave Covenant, en la cual viajan distintas parejas de pilotos, científicos, religiosos, biólogos, quienes recién deberán despertar cuando lleguen al planeta Origae-6, para establecerse allí y fundar colonias. Llevan consigo, dos mil colonos criogenizados y 1400 embriones. Por supuesto, un desperfecto aleatorio, como todos los que se suceden allí en el espacio, provocará severos daños en la nave, e irreparables pérdidas en la tripulación. Aquí el primer problema de tantos que padece el guión, en ningún momento podrá el espectador lograr empatía con alguno de estos personajes, las relaciones entre ellos, todos se presentan como un desfile de estereotipos sin definición, nada sabemos de ellos y todos parecen actuar a la par del único androide presente, Walter (Michael Fassbender), quien es por lejos lo mejor de la película, o al menos quien le pone una cuota de interés para que el espectador no se tiente en abandonar la butaca prematuramente. Un fallido importante que no debe dejar de mencionarse es la elección de la actriz Katherine Waterston, quien interpreta Daniels, una mujer que al comenzar la historia pierde trágicamente a su novio, y desde allí todo lo que tenga que ver con ella será un manojo de nervios, malas decisiones, y una histeria constante que un personaje como la comandante a cargo de Covenant no merecía para nada, menos aún si caemos en la tentación de compararla con la soberbia actuación que nos brindara Sigourney Weaver, en el papel de Ripley, en la primera entrega. Ahora bien, luego de los desastres tecnológicos sucedidos, el equipo escuchará una señal humana proveniente de un planeta desconocido, en el cual por supuesto aterrizarán para encontrarse con la que ya todos sabemos, o al menos esperamos, pasados los primeros cincuenta minutos de película: la presencia de estos seres amorfos y perturbadores que darán pie a algunas escenas que pueden definirse entre una mezcla de gore, sátira involuntaria, mucha pero mucha sangre, corridas por todos lados, gritos frenéticos y no mucho más. Con abundantes y forzosas referencias a su antecesora, por supuesto repitiendo la fórmula mortal de cómo se originan estos bichos dentro del cuerpo de los humanos hasta el sonido clásico de Jerry Goldsmith, todo parece un reciclaje chato, con una excelente calidad fílmica pero con groseros agujeros en el guión. La “sorpresa“ que los guionistas John Logan y Dante Harper, preparan para el giro final, se adivina si están muy atentos casi a la mitad de la película, si están algo distraídos con la doble interpretación de Fassbender, como los androides Walter y David, respectivamente, es posible que media hora antes del final, ya todos sepan lo que va a suceder. Algunas referencias bíblicas, diálogos filosóficos que nada aportan al argumento, personajes flojos de coyuntura, un alienígena que parece llevarse más al plano de una mascota que al verdadero terror que infringía en las anteriores entregas. Todo entonces, convierte a Alien:Covenant en la peor de toda la saga, pero como el optimismo impone, seguramente el final abierto que propone traerá una nueva marca negra en una de las mejores historias de ciencia ficción que el cine nos supo regalar.
EN BUSCA DEL POLÍTICO PERDIDO La trama presenta a Martín Marchand (Diego de Paula) hijo de un millonario, quien quiere correrse del ala protectora de su padre y comenzar un nuevo partido político. Para lograr dicho cometido, llevará durante todo un fin de semana, a su casa en el campo, a un equipo completo de expertos, para dar imagen, forma y propuesta a su nueva figura pública. Entre asesores, diseñadores y hasta un músico, intentarán hacer que este desconocido y vale decirlo, ignorante personaje logre un lugar en el mundo que tanto ambiciona. El estereotipo que compone De Paula, sobre un hombre que poco conoce de política, que ni siquiera sabe si su partido será de derecha, centro o izquierda, (aunque claramente esta última opción es muy poco viable), dice todo. Su preocupación por cada tema a definir es banal, solo quiere dar con un buen spot publicitario que venda aquello que no es. La coincidencia posible con el hijo de un millonario que ha llegado al poder político, parece no haber encontrado mejor momento para estrenar El Candidato en las pantallas nacionales. Hendler conoce y maneja bien los tiempos de suspense en este trhiller, el cual podría, en un primer análisis, considerarse liviano o que no apuesta a fondo a mostrar el oscuro y patético mundo del marketing político, pero cumple a la perfección el objetivo que planeta desde el inicio. El guión es preciso, metódico y no tiene fallas, todos los personajes secundarios componen una actuación coral versátil y natural, todo aquello que busca el protagonista y no logra. Verónica Llinas, como una mujer ambiciosa amiga del padre de Martín, es el punto más alto a nivel interpretativo, el cual dota de un humor negro, que flota en el filme casi todo el metraje, pero encuentra su punto álgido de la mano de la actriz. Estamos ante una muy buena propuesta que reafirma las condiciones de Hendler como director, donde la fluidez narrativa nunca se detiene y el resultado es más que satisfactorio. Por María Paula Putrueli @mary_putrueli
El Rey Arturo y la leyenda de la espada: Por el poder de Excálibur. El británico Guy Ritchie vuelve a las andanzas, esta vez de la mano del Rey Arturo, en la historia mítica sobre su ascenso al trono. Con una saga garantizada, que incluye a los caballeros de la mesa redonda, uno de los directores de estilo más modernos viaja al pasado medieval para su nueva aventura. La leyenda sobre el Rey Arturo tiene suficiente peso narrativo, como para imponerse como una historia atrapante, la cual es muy difícil no saber contar. Este rey, destacado personaje de la literatura inglesa se encuentra ahora en manos de otro destacado de sangre británica, el siempre interesante director Guy Ritchie. Quien con películas como Snatch, cerdos y diamantes, Rocknrolla, Sherlock Holmes y Juegos, trampas y dos armas humeantes, entre otras ha sabido alcanzar un lugar privilegiado en lo que se considera la elite de los buenos, y por qué no, distintos, directores actuales. Para llevar a la pantalla esta historia reunió una dupla de actores más que interesante, en el rol de Arturo, Charlie Hunnam, y como su malévolo tío Vortigern, Jude Law, quien hay que decirlo, es uno de los puntos más interesantes que propone la película. La historia se centra en Arturo y como ha sobrevivido en las calles, luego a temprana edad quedar huérfano, luego de ver morir a su padre (siempre correcto Eric Bana) a manos del ambicioso Vortigern, quien desea más que nada en el mundo el trono de Rey y hacerse de todo el poder posible para gobernar un pueblo bajo su tiranía. Corre en paralelo, la historia sobre la famosa espada Excálibur, aquella que ha quedado enterrada en una piedra, y quien solo aquel que sea el heredero legítimo al trono podrá sacarla de allí. Por supuesto, el protagonista llega a tal situación y logra hacerse de la ansiada espada, destinado entonces a convertirse en algo que rechaza constantemente, el nuevo rey de Londinium. Un dato interesante, no por lo prodigioso sino por lo cuasi vergonzante de la escena donde logra sacar la espada, es que uno de los soldados del ejército negro, más precisamente el que le ordena que lo intente, es el jugador de fútbol David Beckham, a quien ni todo el maquillaje del mundo lo puede ayudar a componer una caracterización más o menos digna, y termina rosando el ridículo con un cameo, que obedece solo y exclusivamente a la amistad entre el deportista y el director inglés. Retomando el argumento, Arturo, a pesar de no querer ocupar el lugar para el cual ha nacido, se enfrenta por un lado a la persecución por parte de su tío, quien no podrá seguir reinando si no elimina al verdadero rey, y por otro lado a un grupo de extraños quienes quieren enseñarle como dominar el poder de su espada y como encontrar el camino correcto para dar fin a la tiranía establecida. Las actuaciones, salvo el cameo mencionado, son correctas, destaca por supuesto Jude Law, en un papel que lo encuentra cómodo sin demandar mucho de todo el caudal versátil que puede demostrar. Como mencionábamos al principio, la historia se vale por sí misma, y quizás el hecho de que el director haya hecho uso y abuso de un montaje extremadamente histriónico, dotando algunas escenas de un vértigo que no resultaba necesario, deja a mitad de camino lo que podría haber sido una conjunción perfecta de una excelente historia contada por un gran director. El hecho es que alguna escenas parecen más del mundo del comic o de un símil de artes marciales que desentonan con el relato épico, aunque vale decir el riesgo y vértigo que siempre propone Ritchie es digno de ver, y con seguridad garantiza el entretenimiento del público, pero no pidan más que eso, y alguna que otra escena de con una fotografía y arte que merece ser vista en pantalla grande.
Los Padecientes: Una verdad sin remedio. La pareja Benjamín Vicuña y María Eugenia “La China“ Suarez vuelven a compartir protagónico en una película, esta vez, de tinte psicológico. Una de las apuestas nacionales más fuertes del año, con producción de 20th Century Fox. La nueva película del director Nicolás Tuozzo (“Próxima Salida“, “Horizontal Vertical“) basada en la novela homónima de Gabriel Rolón, intenta definirse como un thriller psicológico. Aquí, encontramos la primera falla de la película, ya desde su pretensión de categorizarse dentro de un género que no puede sostenerse a lo largo del film. Cuando hablamos de thriller, damos por supuesto una historia que nos mantendrá atrapados y nos generará una expectativa que irá en modo creciente, bueno, esto no sucede en ningún momento con Los Padecientes, ya que desde el inicio si el espectador presta atención a mínimos detalles, es posible que descubra el desenlace de la historia en la primera parte de la película. La trama presenta al psicólogo Pablo Rouviot (Bejamín Vicuña) quien es contratado por Paula Vanussi (María Eugenia “China Suarez) para que firme un documento, donde debe calificar de inimputable a su hermano Javier (Nicolás Francella), quien sufre distintos desórdenes mentales, y es culpado por el asesinato de su padre. El trío de hermanos se completa con Camila (Angela Torres) quien también será parte de un misterio a develar en una familia completamente disfuncional, con una madre muerta hace varios años y un padre con negocios demasiado sucios y perversos. Todo gira en torno a la investigación que lleva a cabo Rouviot (perfectamente pensable como un alter ego del analista Gabriel Rolón, ambos comparten en ficción y realidad una fama literaria y algunos Best Seller en su haber). Mientras intenta descifrar si realmente Javier ha sido el asesino de su padre, deberá enfrentar amenazas de todo tipo, una investigación policial truncada por presiones de gente poderosa e influyente, y por supuesto historias amorosas del pasado y el presente. El peor crimen del film, entre varios que comete, es tomar un tema como el abuso y el maltrato de una manera demasiado tibia, las escenas que implican el sexo en relación a abuso y poder, no apuestan por una carnadura fílmica, si no que se dejan ver con una liviandad que el tema en cuestión no necesita (si la apuesta es mostrar la cruda realidad de fiestas salvajes con abusos de menores, la decisión de ciertos planos y detalles de esas escenas oscilan en un híbrido entre mostrar algo sutil o exponerlo de manera concreta). Otro punto que resta mucho es la necesidad de todo aquello que pasa, piensan y sienten sus protagonistas expresarlo a través de un discurso, el cual en varias situaciones lejos de provocar empatía en el espectador, lo alejan, dando lugar a una sensación de risa incómoda, ante diálogos acartonados y filosóficos que nada tienen que ver con la construcción del verosímil. Las actuaciones de Angela Torres, cada vez más establecida como un joven talento del cine nacional, y el siempre preciso Luis Machín (un trabajo de hombre convertido en bestia excepcional), son los puntos más destacados de esta propuesta. La dupla protagonista no logra convencer, Benjamín Acuña sigue esa línea acartonada, donde pareciera un personaje más literario que cinematográfico, y la “China” Suárez no tiene escenas que demanden un trabajo superlativo como le hemos visto en Abzurdah. El resto del elenco acompaña sin desentonar, Pablo Rago (como el gitano, amigo de Rouviot), le pone la cuota de humor, a una película que pide a gritos ser rescatada de un vacío narrativo poco feliz. Imposible no hacer mención al personaje de Rolón en una aparición casi caricaturesca, no solo por su caracterización sino por estos diálogos que mencionábamos antes carentes de fluidez. Los Padecientes, podría haber sido mucho más de lo que finalmente es, una película acertada en su estructura, visualmente correcta y prolija pero falta de alma, carente de verosimilitud y demasiado predecible desde sus primeros minutos.