Entre el cielo y el infierno. El prólogo de La maldición de la llorona, la nueva película del “Warrenverse” dirigida por Michael Chávez, nos cuenta una versión de las tantas historias que giran en torno a este mito urbano, que ha espantado a más de uno. Allá lejos y hace tiempo, la mujer más bella del condado se casa con un hombre acaudalado, con quien tiene dos hijos. De repente descubre que este la engaña con una mujer más joven, la furia la llevará a cometer una locura: ahogará a sus dos niños en el río. Al caer en cuenta de lo que hizo, se unirá a ellos arrojándose al agua. Cuenta la leyenda, que su espíritu vaga por todos lados, llorando sin cesar y buscando reemplazar a sus hijos. Tras la dolorosa presentación, el relato nos sitúa en Los Ángeles, año 1973, en donde Anna García (Linda Cardellini), una flamante viuda y madre de dos niños que trabaja como asistente social, debe resolver un caso extraño sobre una madre acusada de maltratar a sus chicos. Y todo desencadena de la peor manera: los hermanitos mueren ahogados. De allí que surge de la boca de la madre el nombre de la llorona. Esta historia que parece increíble, de repente se volverá un hecho fáctico cuando Anna sufra en carne propia la presencia de una llorona amenazante queriendo dañar también a sus niños. Acechados por esa presencia fantasmal herida y en busca de desasosiego, recurrirá a un ex sacerdote, ahora chamán, para que los ayude a luchar contra esta alma en pena. La maldición de la llorona, forma parte del universo Warren, y es consciente de ello. Estética y narrativamente, sigue la línea de sus antecesoras, Annabelle y La Monja. La cinta se estructura en base a golpe de efectos, por lo que más de una vez saltaremos de la butaca; su narración es correcta, y aborda todos los tropos del género. El conflicto dramático nos remite a la Dark Water (2002) de Hideo Nakata, con la diferencia que esta bebe del terror psicológico. El mito que cobra vida, si bien no trae nada nuevo bajo el sol, no defraudará a los amantes del género, sobre todo a los fans “conjuristas”.
El reboot del hombre averno llega a pura trompada y sangre. Después de acostumbrarnos a la Hellboy de Guillermo del Toro, interpretada por un Ron Perlman introvertido y escondiéndose en cuevas subterráneas de la humanidad. Llega el remake de la mano de Neil Marshall, que plantea desde el vamos un antihéroe diferente. El nuevo Hellboy, encarnado por David Harbour, aquí maneja otros códigos y lenguaje. Un demonio cotidiano que se muestra a vista de todos tal como es, y que se encuentra bajo las órdenes de su padre adoptivo, el profesor Broom, quien dirige la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal. Su cometido es que las criaturas del averno no emerjan a la superficie para destruirnos. Clara contradicción, dado que Hellboy es un demonio, y por más aburguesado que este (actitud canchera, cuernos limados y lenguaje millennial), la sangre tira señores. Y nuestro chico averno también quiere saber de dónde proviene, cuál es su verdadera identidad. Así nos enteraremos que es producto de un experimento nazi, concebido para ser un súper soldado. Lo cierto es que es rescatado por la AIDP, y sus poderes serán utilizados para cazar demonios malintencionados. Tendrá dos secuaces a la hora de actuar, Alice Monaghan, quien fue rescatada por él de pequeña cuando la secuestraron hadas malvadas; y Ben Daimio, un ex marine que trabaja para las fuerzas, que tiene la capacidad de transformarse en un felino. La nueva Hellboy tiene mucha acción, las batallas son sangrientas y brutales. Aquí no hay nada de poesía, más emparentado con el cómic hay una condición callejera y terrenal. Nuestro héroe es muy físico y se deja llevar por sus impulsos diabólicos reprimidos. Es cierto que el relato tiene muchos baches y delirios, sumado un recorrido grotesco por distintos momentos de la historia mundial; así como abuso del CGI en las peleas, que por supuesto tienen la lógica mecánica del videojuego. Estamos ante una versión tan barroca, narrativa y visualmente hablando, que por momentos pierde emoción y el norte de lo que quiere contar.
Olor a Muerte Del momento que nos enteramos que Pet Sematary iba a tener un remake, vale reconocer que nuestras expectativas no eran demasiado alentadoras. ¿Era necesario otra adaptación cinematográfica de una de las novelas más perturbadoras de Stephen King? La de los años ochenta fue bastante efectiva en cuanto a climas, y también imprimiendo en el imaginario social el recuerdo imborrable de un niño tan pequeño volviendo de la muerte, modo full killer. Y hay que reconocer que la nueva versión, dirigida por Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, logra mantener el espíritu de la novela y darle una vuelta de tuerca a la historia, cinematográficamente hablando. Agrega detalles funcionales al relato, así como logra fundar otro tipo de tensión diferente a la primigenia, poniendo nuevos intereses en juego. La historia sigue a una familia que se muda a un pequeño pueblo de los Estados Unidos, más precisamente a una casa ubicada al costado de la ruta, alejada de la mundanal ciudad. Una vivienda hermosa, con un terreno extenso y boscoso. El doctor Louis Creed (Jason Clarke), es el padre de familia; Rachel (Amy Seimetz) su esposa; Ellie (Jeté Laurence) la hija de ambos; también están el pequeño Gage y Church, el gato de la familia. En medio de tanta tranquilidad comienzan a suceder cosas extrañas, como descubrir que detrás de su casa hay un tenebroso cementerio de mascotas. Louis tiene pesadillas con un paciente que se murió en sus brazos (que también puede ver el bebé Gage), así como Rachel sufre ataques de pánico recurrentes, relacionados a un hecho traumático de su niñez. Evidentemente algo anda mal. Y todo empeora cuando muere atropellado el pomposo Church, quien volverá de la muerte modo zombie, más diabólico que nunca, y por supuesto que no vamos a exponer la razón. El remake cuenta con muy buenas actuaciones, a destacar la joven Jeté Laurence, tan asertiva y sórdida como perturbadora y angelical; mientras que la historia está cimentada en argumentos más mentales, con una puesta en escena que configura el ambiente enrarecido a la perfección. Se pone en juego la psicología de los personajes vinculada con el lugar, un protagonista más de la cinta. Un lugar que de a poco va consumiendo a cada miembro de la familia, a la par de un clima cada vez más opresivo y angustiante. Rituales, tragedias personales y mitos indígenas… todos símbolos ligados a la pregunta existencial que rodea el fenómeno de la muerte, y a ese eterno terror a que los recuerdos desaparezcan. Sin dudas esta adaptación le hace justicia al material original escrito por nuestro master of horror.
La rebelión de los dobles Persiguiendo la misma línea que ¡Huye!, Jordan Peele nos presenta su nueva creación: Nosotros, cinta en la que horror social también está presente, aunque no de forma tan explícita como en su ópera prima. El prólogo del film se sitúa en 1986, cuando la pequeña Adelaide Wilson (Lupita Nyong'o) padece una experiencia traumática, que básicamente se reduce a que se enfrenta con una niña exactamente igual a ella. Esto ocurre en un parque de diversiones mientras disfruta junto a sus padres de unas vacaciones en la costa. Algo terrible ha sucedido en ese encuentro, pero Peele solo revela las consecuencias. La noción del doppelgänger en la terrorífica 'Nosotros' de Jordan Peele Saltamos al presente, y nos encontramos con un Adelaide adulta que tiene una familia constituida: un esposo y dos hijos. Como cuando era niña, se dirigen a ese pueblo junto al mar a pasar el verano, que por cierto no será para nada idílico. La situación tomará un giro extraño en el momento que cuatro personas aferradas de la mano, acechen la casa vacacional. Apelando al humor y a un tempo de suspense hitchcockiano, el realizador develará algo terrible: quienes los hostigan son iguales a ellos. ¿Sus dobles? ¿Qué quieren? Calzan sandalias, visten monos rojos, hablan extraño y utilizan enormes tijeras doradas como armas. Y algo tengan por seguro: buscan venganza. No sé si Peele será consciente, pero su película, teóricamente, se apropia del concepto de sombra que elaboró y desarrollo el psicólogo suizo Carl Jung (discípulo de Freud). Este postula que la sombra se constituye por nuestras frustraciones, nuestras experiencias dolorosas, los temores, inseguridades y agresividad que se alojan en lo inconsciente. Aquello que nos negamos aceptar, y que a su vez reprime nuestra auténtica personalidad. En Nosotros el inconsciente se corporiza, se rebela y los dobles asumen identidad propia. Esos sentimientos negados, los outsiders, quieren ser reconocidos y manifestarse en el exterior, como un síntoma. Jugando también con otro concepto psicoanalítico como el del chiste, Peele junta todos estos elementos y construye una película de horror que además de ser original y reflexiva, es efectiva. Las persecuciones in house al estilo Funny Games nos mantienen en vilo, el humor negro es necesario y descomprime, y la resolución sectaria pop algo onírica y simbólica, tiene un dejo al cine de género oriental. Ya se lo preguntó el maestro de horror japonés Sono Sion en El Club del Suicidio: “¿Cuál es tu conexión contigo mismo?”. En tiempos de hiperconectividad, quizá Peele quiere dejar entrever cuanto nos cuesta identificar lo que realmente importa… y quizá para hacerlo hay que tocar fondo, o debe suceder algo extraordinario que nos conecte con nuestra esencia. Como diría una amiga, en tiempos de remakes y spin offs, la autoría de Peele es más que bienvenida y meritoria. Invita a tu otro yo al cine, que Nosotros vale la pena.
¡Me asustas mucho Miles! Mirada limpia, cristalina… voz dulce… apariencia angelical, así es el pequeño Miles (Jackson Robert Scott, víctima de Pennywise en It), único hijo de Sarah y John Blume, que posee un coeficiente intelectual elevado. De repente el niño comienza a experimentar cambios abruptos en su comportamiento, y lo que en un primer momento su madre piensa que es un problema de adaptación, cada vez se torna más grave. Conductas preocupantes, que intimidan… como partirle un fierro en la cabeza a un compañero de colegio o lastimar a sus padres y a la mascota del hogar. Conductas que no condicen, ni físicamente, con un pequeño de su edad. Tal fantasma, Miles aparece en lugares inesperados, tiene pesadillas horribles y también habla en otros idiomas. La madre siente que su hijo, no es su hijo… y no está equivocada. Cuando escucha a un psíquico, la teoría de la posesión es la única que se cristaliza en el contexto. Sí, Maligno es una cinta que se ubica dentro del subgénero niños poseídos, y no es ningún spoiler, dado que a mitad de la película ya tenemos en claro el conflicto, así como sus padres comienzan a lidiar con ese ser extraño que se ha apoderado del cuerpo de su hijito. La creencia está en que una vez que ese ser cruel cumpla con lo que dejo incluso en este plano, abandone el cuerpo de Miles. El film se fortalece al momento de generar climas, pero se debilita en el planteo de la historia en general, que cae en lugares harto vistos en cintas de su estilo. Las actuaciones están bien y hay momentos de tensión ¿pero es suficiente para sostener la narración? Están a semi explotar tanto el horror como el drama y la resolución del conflicto de forma tan inmediata quita todo tipo de factor sorpresa, por lo que nos movemos en el terreno de lo predecible. Exclusivo para los amantes del subgénero posesiones.
Morir de pena. Una hermosa canción que acompaña a un adolescente paseando en bicicleta presenta los créditos de Arábia. El joven se llama André y tiene a cargo a su hermano pequeño, dado que sus padres no se encuentran en casa, siempre supervisados por la tía Márcia, la enfermera de un pueblito del Brasil profundo sustentado por una fábrica que produce aluminio. De repente ocurre un accidente con uno de los obreros de la fábrica, por lo que la tía le da la llave de la casa a André, para que le vaya a buscar una muda de ropa para el hospital. Mientras este busca el atuendo, descubre en la mesa un cuaderno escrito. La curiosidad lo vence y se pone a leer esas palabras que se suceden como agua brotando de un manantial. Este será el punto de partida para que nos transportemos a las vivencias de Cristiano, un sobreviviente, un trabajador vapuleado por su propio contexto. A modo de diario íntimo y con una triste voz en off, conoceremos la lucha incansable de este hombre quien hace lo imposible por superarse. Removiendo graba en una obra en la carretera, reparando un burdel que se cae a pedazos, cargando mercadería en camiones, trabajando en la industria textil, hasta llegar a la fábrica de aluminio. Estas son algunas de las tantas labores que conoceremos de Cristiano, quien en el durante hará catarsis cantado melodías con sus amigos y también se enamorará. Arábia comienza morosa, pero a medida a que avanza va adquiriendo una dinámica notable. Queremos saber más de Cristiano, de su vida, de sus inquietudes…de su historia. Un lienzo con escenas cotidianas, que a pesar de dar cuenta de rasgos marginales, jamás cae en el melodrama. Más bien describe de un modo poético las fases emocionales que atraviesa el protagonista: soledad, impotencia, desilusión, melancolía. Una película con vuelo lírico que nos muestra no solo la pobreza que rodea a Cristiano, también la de un alma en pena, derrotada, que se sume en un sueño del que no querrá despertar, ya que se siente más plena en la inconsciencia que en la misma realidad.
Multiversos, asesinatos… y mucha diversión. No esperábamos la hora para ver qué hacía Christopher Landon en esta secuela, y vale confesar que toma un giro más que interesante. Ubiquémonos en el universo de Tree (Jessica Rothe), la protagonista, quien en la primera entrega pasa de ser engreída cool de la universad a liberarse de prejuicios, debido a la experiencia cósmica que le toca vivir: amanece una y otra vez el mismo día, luego de ser asesinada por alguien con la máscara de la mascota del equipo deportivo local. Queda atrapada en un bucle temporal tal efecto mariposa. Luego de descubrir quien la asesinó, el bucle se rompe y sigue con su vida consciente de todo lo que cambió, y enamorada de un “looser”. En esta segunda entrega Tree volverá a quedar encerrada en un loop, y el día de su cumpleaños, pero ya sabiendo qué y quienes lo originaron: un grupo de nerds, que está a cargo de un proyecto científico que genera una alteración en la temporalidad. La cuestión es que a pesar de revivir una y otra vez el mismo día, hay factores alterados. Tree está perdida en otra dimensión, y allí su novio sale con su amiga y su madre vive. Por lo que tendrá dos opciones, romper el “hechizo del tiempo” y quedarse en esa dimensión, o volver al punto de partida; será una decisión más que difícil para nuestra protagonista, tanto desde lo emocional como desde lo moral. Si bien la cinta que inicia la saga quedaba atrapada entre el humor negro y el horror, esta da un vuelco hacia la ciencia ficción. El terror queda relegado a un segundo plano haciendo foco la narración en desentrañar el embrollo temporal. La atención no está puesta en los crímenes ni en descubrir al asesino, sino en ese ir y venir recursivo que transita la protagonista, ya súper consciente de la situación. Esta secuela sabe que dirección toma, y pone el acento en los gags cómicos, muchos más efectivos y logrados que en la entrega inicial. Hay escenas desopilantes, como cuando Tree se tira de un avión en bikini para caer en el patio de la universidad. Además del humor, la película logra un tempo dinámico y sorpresivo acorde a lo que relata, acompañado por unas actuaciones fabulosas. Un grupo con química que se complementa a la perfección. Tal como la premisa que plantea, Feliz día de tu muerte 2 toma de varias realidades preexistentes (Hechizo del tiempo, Volver al futuro, Big Bang theory, Scream), para crear una historia distinta. Que tiene varios déjà vu, pero es nueva. Te recomendamos sumergirte en este mutiverso y dejarte llevar hasta esta dimensión entretenida; ahhh! y quédate hasta finalicen los créditos porque hay una escena que delimita el futuro de la saga.
Juegos (de)mentes La premisa de Escape Room: Sin salida, es similar a la de las tantas otras películas del género “juegos de supervivencia” como por ejemplo El Cubo, y por supuesto El juego del Miedo. En este caso, seis desconocidos son convocados para participar en un juego de escape por la atractiva suma de $10.000. Con base en un edificio moderno y sofisticado, el grupo se embarcará en una aventura de lo más macabra. Vale decir que es una tropa muy heterogénea: la joven nerd, un fanático de la causa, un señor que necesita el dinero para cambiar su estilo de vida, una ex veterana de la guerra de Irak, un looser traumado y un empresario codicioso. Pero a pesar de las diferencias, ellos no saben que tiene algo en común que los une, ni tampoco que detrás de esta elaborada estrategia se encuentra gente poderosa y bien perversa. La acción no tardará en llegar, y nuestros participantes muy pronto se darán cuenta de que la propuesta trasciende lo lúdico. Conforme avancen los retos, más densa y sangrienta se pondrá la cosa. Si bien estamos ante un relato cliché, en cuanto a temática nos referimos, la cinta funciona desde el tempo y la puesta en escena. Los desafíos sorprenden, asfixian, queman y asustan. En un marco de espectacularidad, tienen sentido. Quizá lo más débil sea el trazo grueso para describir a los personajes, lo cual nos aleja de sus motivaciones y de ese extra empático a la hora de desear que alguien se salve. Pero definitivamente la historia se construye elevando como protagonista al juego y sus perversos mecanismos. Podemos decir que dentro de este universo de películas, cumple con las expectativas: entretiene, sugestiona y aterra (más desde lo físico que de lo mental). Si eres fan de los escapes no te vas a desilusionar, y prepárate porque se viene la saga.
Transferencias macabras Luca Guadagnino se animó a realizar un remake de Suspiria, el clásico giallo de Darío Argento, y salió más que airoso. No solo porque le añadió su gesto autoral, sino también porque respeta el espíritu de la original. Si, quizá esta es un poco más compleja, más barroca desde un punto de vista narrativo (aunque no lo crean), ya que está atravesada por lecturas políticas, oníricas, feministas y hasta psicoanalíticas. La trama sigue a Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven estadounidense nacida en el seno de una familia menonita, que decide ir a Berlín, Alemania, a perfeccionar sus estudios de danza en la mejor escuela del mundo, dirigida por Madame Blanc (Tilda Swinton). Una vez allí realiza una audición tan buena, que inmediatamente queda pupila en la institución. Vale destacar que la cinta está ambientada en los años 70´, en medio de una Alemania socialmente agitada, durante el período de la Guerra Fría, sumados los resabios del nazismo. El prólogo ya establece el tono de la historia. Una de las alumnas de la selecta escuela de danza, va a ver a su psicoanalista, también uno de los protagonistas del film, en una especie de estado de delirio persecutorio. Este escucha sus “locas” historias de brujas y sociedades secretas, mientras anota en su cuadernito y se vislumbra un tomo de Jung. Ella sale perturbada del consultorio y después de esa visita desaparece. En este contexto ingresa Susie a la institución. Divida en seis actos y un prólogo, después de este, a medida que avance, el relato se tornará cada vez más rebuscado, onírico y hasta primitivo. Nunca se nos oculta quienes son ese grupo de mujeres que llevan adelante ese lugar tan riguroso. Hay un orden matriarcal establecido y se respeta a rajatabla; así como un alto grado de manipulación, del que no quedan exentas las alumnas, menos la tímida señorita Bannion. La puesta en escena y las actuaciones de todas las mujeres, son elevadas. Funcionan como ese todo orgánico que representan en la película. No queda ajena la situación política de Alemania, que se acopla al tono alucinatorio y perverso de la historia. Es cierto es su ritmo se torna un poco lento, pero es necesario para ir construyendo (y cause mayor impacto) el explosivo capítulo final. Una fiesta para los sentidos y los amantes del gore. Todo lo reprimido detona y el caos reina por un momento ese mundo femenino donde el hambre de poder también es un elemento más del sistema. Guadagnino no tiene miedo a la hora de asumir riesgos, respeta la concepción matriarcal de Argento, pero a su vez es irreverente. Estamos ante una obra excesiva, pretenciosa e imperfecta que toma un camino estético diferente a su referente, pero narra algo similar. Además, la dota con un plus, una mirada tan romántica como descarnada sobre la Europa de esa particular época. Suspiria es un viaje de ida que vale la pena realizar.
Como caída del cielo Su transporte es un paraguas, y el lema de la “nueva” Mary Poppins: un poco de orden y mucho corazón. Lo primero a destacar del regreso de esta niñera mágica, que llega en los momentos en que más la necesita una familia, es la magnífica interpretación de Emily Blunt, como si fuera una prolongación de Julie Andrews. Medida, con la expresión justa, impecable en su modo de actuar. Imposible no amarla. En esta secuela posmoderna, pero que respeta a la perfección el espíritu de los musicales de la época dorada de Hollywood, la trama gira en torno a tres hermanitos ingleses que reciben la visita de esta niñera tan especial, que no solo los ayuda a ellos; sino también cuidó a su padre y su tía de pequeños. Nadie se cuestiona el paso del tiempo, ni de donde proviene Mary Poppins, ella aparece de manera casual, todos la conocen y la adoptan en la familia sin más. Inclusive Jack (Lin-Manuel Miranda), el parteneire ideal para acompañar las aventuras surreales de la niñera. Vendría a ocupar el lugar del deshollinador. Y el conflicto surge a partir de que el banco está a punto de embargar la casa familiar. Por lo que todos harán lo imposible para que esto no suceda. La cinta tiene un dinamismo admirable, todo funciona como un reloj; los cuadros musicales, que son coloridos y muy bien coreografiados, se adaptan como un guante a la narración, al hilo que sigue las historia. Son oportunos y desdramatizan el relato, sin ser autoindulgente o apelar a lo lacrimógeno. Como dijimos en un principio, el espíritu de su antecesora está muy presente en los personajes y las formas. Pero es más que un homenaje, El regreso de Mary Poppins cobra vuelo propio, y utiliza la música, los efectos especiales, y la animación de forma orgánica. Ni por un instante dudamos de ese universo en donde “lo imposible puede suceder”. Solo nos resta abrir el paraguas, o aferrarnos a un globo, y dejarnos llevar hasta el cine para disfrutar de esta comedia mágica y festiva.