SUPERHÉROES PARA ARMAR La gran disyuntiva de Glass es si se trata de la típica película de superhéroes, o de gente ordinaria que se cree que tiene súper poderes para superar sus traumas. Esta última premisa es la que plantea la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), quien reúne a los tres protagonistas en un instituto neuropsiquiátrico: David Dunn (Bruce Willis), El Centinela que posee una fuerza descomunal después de sobrevivir a un trágico accidente de tren; su archienemigo Elijah Price (Samuel L. Jackson) Mr. Glass, quien tiene una enfermedad degenerativa, en consecuencia los huesos muy frágiles, pero una mente brillante que utiliza en pos del mal; y Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), diagnosticado con un severo trastorno de identidad, y que desarrolla veinticuatro personalidades distintas, entre las cuales se encuentra la más temida, La Bestia. Si, estamos ante la confluencia de El protegido (2000) y Fragmentado (2016), para darle un cierre final a esta historia. Y Glass, más allá de presentar la actualidad de los personajes (Crumb sigue secuestrando chicas y expresando sus múltiples personalidades, mientras que Dunn tiene un negocio de seguridad junto a su hijo), los recluta para tratar la supuesta patología que los incita a creer que son superhéroes (o villanos), cuando en realidad sus estímulos extraordinarios se relacionan a hechos traumáticos que han padecido en sus vidas. La trama es compleja, y la metadiscursividad está al orden del día, ya que Shyamalan realiza una disección del comportamiento/arquetipo del superhéroe con críticas incluidas. Jugando también con varias vueltas de tuercas narrativas, y haciendo entrar en duda al espectador si realmente estamos frente a superhéroes/villanos, o no. Si bien en un principio el filme se dilata y carece de acción, es porque se pone en juego el entramado psicológico de los personajes y las luchas son más verbales, hasta que llega el memorable desenlace, que transcurre en el exterior, más físico y con una mirada cínica y hasta inverosímil. En este examen de conductas en la que se expone el artificio, el realizador pone en crisis la representación “clásica” de la película de superhéroes. Incómodo y polémico, sí. Pero nos hace repensar el género, y lo plantea desde otro punto de vista. Una dialéctica que genera un universo propio alejado de la espectacularidad y los efectos especiales, más ligado a lo cotidiano, pero sin dejar de coquetear con lo sobrenatural. Indudablemente, aquí lo heroico está ligado a una madre que lucha con la enfermedad de su hijo, un padre y su hijo que intentan sobreponerse a la muerte de su ser más querido, o dos víctimas de abuso que se refugian en su dolorosa empatía. Por María Paula Ríos @_Live_in_Peace
Corazón, sudor y puño Luego que en el 2015 se revitalizará con un spin off la querida saga de Rocky Balboa, justamente con el hijo de Apolo Creed, quien legó la misma pasión por el deporte de los puños que su padre, llega una segunda entrega con un Adonis (Michael B. Jordan) campeón del mundo, defendiendo el título y tratando de “hacer historia”, diría el master Balboa (Sylvester Stallone). En la cima de su carrera, asesorado por su tío Rocky y enamorado de Bianca (Tessa Thompson), el joven boxeador recibirá la propuesta para defender el título, nada menos que por parte de Viktor Drago. Si, el hijo de Ivan, quien mató a su padre Apolo arriba del ring peleando sucio. A pesar de que Rocky se resiste al embate, debido al odio que profesa Drago padre, Adonis aceptará el desafío. Pero sin los consejos y entrenamiento de su experimentado coach, las cosas se complicarán. Así se sucederán derrotas y triunfos, aprendizajes, dramas familiares, habrá música acorde a las circunstancias, y sobre todo golpes tanto arriba del ring como emocionales. Adonis también estará en busca de su propia identidad, tratando de despegarse de la sombra de su padre, y como un perro fiel Rocky estará a su lado brindando los consejos que no le pudo dar a su propio hijo. Más allá del entretenimiento, Creed II es sobre todo una especie de manifiesto sobre la paternidad, o el mandato paterno, en todas sus formas. El padre ausente: Apolo, y Rocky con su hijo; el padre sustituto: Rocky con Adonis; el padre presente: Ivan con Viktor y Adonis con su niña recién nacida. Por supuesto que la figura materna es incuestionable, Adrien, Bianca y Mary Anne, son y fueron fuente de contención y amor. Son sumamente respetadas. Vemos como la espectacularidad de las peleas quedan relegadas a un segundo plano, cuando se acentúa en lo que las motiva. A esta altura ya no damos cuenta de que Sylvester Stallone tiene tan claro el universo Balboa, y desde el guion lo plantea de un modo tan honesto, que los clichés y el melodrama, al contrario de molestarnos nos movilizan. Porque le creemos… porque empatizamos; porque de cierto modo, y a través de una puesta escena funcional, la cinta se conecta de forma esencial con las primeras entregas de la saga. Sacudí los guantes y prepara el pañuelo, porque si sos fan de la franquicia no te vas a decepcionar.
Regreso triunfal: Clint Eastwood sigue más vigente que nunca. Sin dudas Clint Eastwood es uno de los mejores narradores del cine contemporáneo, y a pesar de sus casi noventa años, sigue sosteniendo la premisa e incluso la supera. Basada en un hecho real, La Mula, sigue a un hombre de su edad, que cuando se ve envuelto en una situación laboral límite, le proponen llevar envíos de droga en su camioneta. Total ¿Quién va a sospechar de un ex combatiente y conductor modelo, que cultiva azucenas? Separado de su familia por dedicarse de manera obsesiva a la horticultura, con cocardas incluidas, el día que Earl Stone está punto de perder su vivero por “culpa” de internet, en la previa del casamiento de su nieta conoce alguien que le pasa un contacto, porque necesitan un conductor. Es así que casi sin querer comienza a trasladar paquetes con drogas, y se convierte el mayor traficante de un cártel mexicano. Claro que utilizará el dinero para resarcir a sus seres queridos. De a poco comenzará acercarse a su hija, a su nieta y ex mujer. También salvará a sus amigos de la quiebra y demás menesteres; y tendrá roces con algunos de los miembros de la organización delictiva, donde la traición y el hambre de poder está al orden del día. Y así transcurrirá la cinta, entre la redención familiar y la conversión en uno de los mayores criminales de Estados Unidos, con una DEA que lo persigue a paso incierto por sus métodos no convencionales para la distribución. Estamos ante un relato característico de Clint, clásico y muy bien contado, que lo tiene a él como protagonista. Haciendo de sí mismo, en el sentido personal, con su conservadurismo, sus mañas, sus gustos que pasan principalmente por la comida, la música y por supuesto el amor; y muy consciente de su vejez. Al contrario de disimularla con máscaras faciales mágicas, muestras todas sus arrugas al natural, también su andar cansino y su voz carrasposa. Está más allá del bien y del mal, y se nota por la calma con que se toma las cosas. La misma parsimonia que usa para traficar sustancias en la ficción. También utiliza la ironía para referirse a sus ya consabidos prejuicios, como la escena que se encuentra con motoqueras lesbianas y les da un consejo para prender una moto (de origen nacional); o cuando en el camino auxilia a una pareja de color y se refiere a ellos con una expresión demodé y racista. La pareja ya ni se enoja… son otros tiempos, y él lo sabe. Eastwood tiene la virtud de brindar una mirada, distinta y diríamos hasta cotidiana, de una película sobre “drogas”, sin por ello descuidar la tensión narrativa y añadir una fuerte carga dramática. Sin dudas, el viejo cascarrabias sigue más actual que nunca.
De exorcismo y adicciones. Cadáver es una película, se podría decir, de doble lectura. ¿En qué sentido? utiliza el horror como excusa para ahondar en los demonios personales que le toca atravesar a una mujer que está superando su adicción a las drogas. Todo comienza con el exorcismo de una joven, de esos donde la poseída tiene una fuerza inconmensurable, pero que en un momento de debilidad del diablo, el padre de la chica (que está presente en el rito), la asfixia para así poder liberarla del calvario. Fundido a negro, pasan tres meses y nos encontramos con una mujer haciendo footing. Es Megan Reed (Shay Mitchell), una ex agente de la policía que se encuentra en plena recuperación de su adicción. Por lo que su tutora, le consigue un trabajo nocturno en la morgue de un hospital, donde deber recibir cadáveres. Solitaria, indomable… Megan se siente culpable por la muerte de su compañero, y a la vez perdió a su novio. En medio de estas luchas internas, recibe el cuerpo de la joven exorcizada. De más está decir que a partir de allí comenzarán a ocurrir cosas extrañas en el subsuelo del hospital. Ella comenzará a experimentar visiones, y escuchar ruidos de todo tipo. La historia se toma su tiempo para entrar en modo horror. La primera parte se centra en el personaje de Megan, el realizador lo explora, inclusive da cuenta de cómo lucha con su demonio personal: la adicción a las pastillas. El dolor aún está en carne viva, y el duelo en pleno proceso. Cuando el cadáver de la joven poseída ingrese en la morgue, la historia comenzará a virar de drama a horror. El diablo se manifestará en sus formas más terribles, alimentándose de la sangre de inocentes para restituirse físicamente. Es así que Megan se pondrá a luchar cuerpo a cuerpo con el demonio… y con sus demonios. Quizá lo fantástico es una excusa. Shay Mitchell actúa bien y hace algo verosímil la cuota de terror que es bastante endeble y tan poco sugerente que le cuesta alcanzar clima: de posesiones remanidas y clichés. Lo más interesante es la evolución del personaje femenino, su resiliencia; pero lamentablemente, en este cruce de géneros, la ejecución de la idea falla y las buenas intenciones no alcanzan.
Una versión pop del justiciero de los desposeídos. Ciento de veces hemos visto en la pantalla grande la leyenda de aquel forajido inglés del medioevo, que impartiendo justicia por mano propia defiende a los pobres y oprimidos, racionando por igual la fortuna de los más ricos. Su virtud, el arco; su refugio, el bosque de Sherwood. Si, nos referimos ni más ni menos que a Robin Hood. Esta nueva reversión de Otto Bathurst nos trae a un Robin pop, bastante alejado de lo señorial y lo clásico, con flechazos más cercanos a las armas de fuego. Aquí Robin de Loxley (Taron Egerton) es un noble de la comunidad de Nottingham, que vive sus días haciendo pastar caballos, hasta que conoce a Marian, una joven plebeya de quien se enamora perdidamente. Todo viene de novela hasta que a Robin es llamado a combatir en las cruzadas. En medio de la guerra descubre otra realidad, y al ver como su gente somete al enemigo de modo brutal, decide ayudar a John, un árabe que se encuentra a punto de ser ejecutado. Destituído del frente, vuelve a su hogar en donde se encuentra que ya nada es como antes. Él fue dado por muerto, sus posesiones están confiscadas por el sheriff de Nottingham y su mujer se encuentra con otro hombre; peor imposible, encima el pueblo está hambreado y cada vez paga más impuestos al clericado corrupto, con el pretexto de la guerra. Por lo que Robin asumirá una nueva identidad, para con sus dones de arquería (y ayudado por John), logre distribuir dinero y justicia a la comunidad. Nos encontramos ante una reinterpretación un tanto básica, que apunta por completo a un público juvenil. Alejada de toda lectura política o existencial, se centra totalmente en la acción. Las secuencias de este estilo son espectaculares; las flechas van y vienen, a veces apelando al recurso del ralentí, con suma precisión. Se nota que el director acude al concepto del superhéroe contemporáneo para delinear el personaje principal: antifaz, capucha y el arma, en defensa de la humanidad. Quizá en este sentido resida lo más endeble de la cinta: el marco histórico es el del medioevo con cruzadas y cristianos poderosos al mando, pero la estética (más allá de la ambientación) y las formas de accionar son modernas, hay una especie de anacronismo no funcional. Por otro lado, está el típico enfrentamiento con el mal; las motivaciones de los personajes “malos” al ser tan clichés quedan desdibujadas. Rostros perversos, ansias de dominio, como si no hubiera nada humanidad en ellos, solo ganas de perjudicar. Una especie de maldad suprema irracional. Nos encontramos ante un Robin Hood millennials, adaptado a nuestros tiempos, con buenas actuaciones pero ninguna novedad.
El día que lo niños se quedaron solos. Iván Fund nos propone una rara avis dentro de la Competencia Internacional. De repente, un grupo de niños que se encuentra en una especie de pijama party, notan que están solos. Los adultos no despiertan, están sumidos en una especie de sueño eterno. A partir de ese instante, se formará una hermandad entre ellos. Y la meta será ir a la casa de una de las invitadas, a buscar a su hermanito, que supuestamente está solo. Así se embarcan en una road movie a pie, en la que atravesarán todo tipo de situaciones, con dos acompañantes caninos incluidos. Ellos se ayudan, son solidarios, con claridad van resolviendo los problemas que van surgiendo. Aquí se describe una naturaleza pacífica de los niños, bien alejada de la crueldad. Una especie de fábula que deviene en fantástica, que saca lo mejor de estas almas. No extrañan a sus padres, y se las apañan solos. Pareciera que todavía no están “contaminados” por las imposiciones sociales. Vendrán lluvias suaves tiene una fotografía increíble, actuaciones infantiles bien dirigidas, y emana cierta pacifidad a través de la pantalla. Quizá lo más endeble sea el guion, que queda en medio de un relato fluido, naturalista, de tipo improvisado; contra un final estilo mainstream, que hace recordar a la Señales de Shyamalan; además de cerrar por completo la historia. Un relato tan suave, como las lluvias del título.
De soldados, experimentos nazis y súper hombres. Varios géneros se combinan en esta gran producción apadrinada por JJ Abrams, que a pesar de su despliegue respira todo el tiempo Clase B. Es bélica, también un thriller, un slasher, y tiene sus momentos dramáticos. Y no es para subestimar el hecho de que todos funcionen de manera armónica al mismo tiempo. Vamos a la trama: II Guerra Mundial. Antes del Día D, un grupo de soldados estadounidenses aterriza en las líneas enemigas para realizar una misión de importancia vital, en medio de una aldea francesa tomada por los nazis. Allí, parte del pelotón, que se reduce a cinco uniformados porque los demás murieron, se topan con una mujer y su pequeño hermano, que les otorga refugio para que estos concreten el ataque. Lo que nunca imaginarán es que la torre que tienen que eliminar, es una especie de clínica en donde realizan experimentos nazis con seres humanos. Operación Overlord comienza bélica y a pura estrategia, hasta el momento que ingresan a la aldea. La cosa cambia cuando el protagonista entra camuflado al vil edificio, y allí descubre los peores horrores: personas desfiguradas que caminan como zombies, cabezas parlantes y hombres monstruosos con fuerza animal. Re-animetors. Definitivamente la tropa se encuentra con un infierno más grande, dentro del mismo infierno. ¿Se entiende? Sería encontrarse con algo peor que la guerra. La cinta se construye en base a shocks de adrenalina controlados, hasta que en el último tramo explota en tour de forcé fantástico y sangriento. Se la puede acusar de quedar a medio andar, ya que no ahonda ni el conflicto bélico, ni ese esoterismo nazi de experimentos a lo Mengele. Pero es indudable la cohesión genérica que logra. En cuanto a la construcción de personajes es bueno destacar la resiliencia de nuestro protagonista antihéroe, un hombre totalmente antibélico que logra sobrevivir a lo peor; y a la mujer francesa, que defendiendo a los suyos de golpe y porrazo se convierte en una killing machine. El relato, vale recordar que está inspirado en el cómic homónimo de los 50s, es dinámico y no va a decepcionar a los que busquen que la sangre le salpique el rostro, una pizca de delirio y grandes dosis de tensión.
Derrocando al patriarcado. En la nueva película de Albertina Carri, las mujeres toman el mando e instituyen una nueva forma de vincularse en la sociedad, atravesando con plena libertad el deseo sexual. No, señores, lo siento, pero aquí no hay lugar para el falo, simbólicamente hablando, en cambio sí para algún juguetito sexual de buenas dimensiones para saciar el goce de vaginas insaciables. La trama es simple, a modo de road movie, una pareja de novias, en una furgoneta escolar, irán rescatando mujeres por un camino sin destino definido, y sumándolas a la revolución de un placer físico sin culpas. Nos encontramos ante una película pornopolítica, dado que a través de las escenas explicitas de sexo, entre mujeres de todo tipo, se pone de manifiesto una postura que derriba las convenciones sociales que rodean la imagen de nuestro cuerpo y nuestro sentir. Aquí tampoco hay lugar para lo tabú, la directora filma primeros planos de vaginas, orgasmos húmedos, sexo oral, hasta bondage… por lo que el relato, a medida que avanza la película, va confluyendo en un orgasmo femenino colectivo. Salvando las diferencias genéricas y estilísticas, en un punto, se asemeja a la A Dirty Shame del invitado estrella del BAFICI, John Waters, en la que en las personas de un pueblo pacato de EEUU, sienten la necesidad incontrolable de tener sexo. A través del humor ácido y negro que lo caracteriza, también deja asentada una crítica contra los cánones sociales establecidos. Transgresora, incomoda y provocadora, Las hijas del fuego se despega de la doble moralina, y nos demuestra que es posible un cine honesto, descomponiendo la visión patriarcal del género pornográfico, y reinventándolo con otro tipo de goce y de cuerpos.
Un coming of age fantástico y siniestro. No podríamos resumir mejor esta cinta, que con los términos del subtítulo de la nota; ya que la ópera prima del alemán Fritz Böhm, atraviesa tres momentos (o mutaciones), como su protagonista. Comencemos con la etapa siniestra: al mejor estilo La Habitación, la película nos muestra a una niña, Anna, que vive encerrada en un desván. Su supuesto padre la alimenta, y le enseña a leer; también le cuenta historias amenazantes, como que afuera existe una especie de criatura salvaje que come a pequeños en el bosque. Bajo este influjo, y temor, la niña va creciendo hasta llegar a su pubertad y cada vez hace más preguntas a su captor, quien por momentos no sabe cómo dominar la situación. A tal punto que cuando Anna le pida morir, dado que se encuentra pasada de medicación y semi inconsciente, en un rapto culpógeno el hombre intentará suicidarse. Es así que la policía descubrirá a la joven cautiva. Y aquí pasamos a una segunda etapa, la de la coming of age. Bajo la supervisión de la sheriff del pueblo, Ellen Cooper (Liv Tyler), Anna comenzará a experimentar lo que es la vida “normal”. Comienza a ir al colegio, a relacionarse con sus pares y de esta manera a auto descubrir su cuerpo y sus emociones. También conocerá al hermano de Ellen con quien vivirá toda una historia de amor. En este tramo de la película hay un cambio bastante abrupto de registro, que va de lo perverso y oscuro del rapto a las vicisitudes que puede atravesar cualquier adolescente. Todo para culminar en una odisea fantástica (si, la tercera etapa). Este momento estará signado estrictamente por lo físico, ya que Anna gradualmente irá asumiendo sus cambios corporales y su verdadera esencia salvaje. Irá mutando, transformándose y aceptándose. Se dará cuenta que ella es esa criatura atemorizante que alimentaba sus pesadillas de niña. Y aquí el relato nuevamente cambia de tono. Ahora la transición es de la coming of age a la leyenda, el folclore local, donde la dialéctica entre cazadores y presa estructuran la acción. Este movimiento en tres actos, también se puede leer como una metáfora de los cambios que atravesamos en esa etapa donde debemos tomar decisiones que definirán nuestro comportamiento de adultos. Criaturas Nocturnas es una cinta ambiciosa, tantas idas y vueltas no dejan madurar del todo la historia (narrativamente hablando), así como los puntos de vista. Pero vale rescatar que nunca pierde ritmo y que sus giros nos sorprenden más de una vez. Asume un grado de libertad que le otorga una bocanada de aire fresco al género.
Cuando Jack conoció a Ally. Voz ronca y carraspeante, andar cansino, mirada triste, algún que otro trago en medio y una sensibilidad a flor de piel. Esta es la actitud de Jack (Bradley Cooper), un reconocido cantante que sale todas las noches al escenario, porque lo único que calma el dolor que arrastra su alma es la música. Su fuga, su escape de esa sensación permanente de carencia que no le permite ser feliz, pero a su vez lo hace un artista único. Imposible no quererlo. Y un día conoce a Ally (Lady Gaga) en un bar de drags queens, mientras interpreta La Vie en rose con una voz apabullante. No solo queda pregnado de su talento, la química que surge entre ambos es instantánea y natural… como si se conocieran de toda la vida. Ella será un bálsamo para Jack, quien con una generosidad, autenticidad y fidelidad pocas veces vista, impulsará su carrera como cantante hacia lo más alto. Si, la cosa suena cursi, pero así va la trama de Nace una Estrella, cinta en la que Bradley Cooper debuta como director. Él no reniega del melodrama, y tiene el poder de que lo genuino traspase la pantalla. Realmente sentimos una empatía casi aprehensiva con los personajes. Le creemos todo, su Jack adicto y solitario quien aconseja a Ally sin pedirle nada a cambio, más sororo que cualquier mujer; y el acierto de convocar a la diosa de Lady Gaga, que interpreta a una cantante novata que tal esponja absorbe lo mejor de él, y prodiga talento y amor… aunque este sentimiento a veces no alcance. Para quienes tuvieron la oportunidad de ver el remake, sabrán que la historia vira dramática y apela a conmover, y lo logra. Una historia cercana a un registro más realista, alejada de la espectacularidad de la fama y el capricho; con actuaciones que la mantienen en eje, y canciones que cumplen el cometido de acompañar el tono. La película es esto y muestra esto… ni más ni menos, y Cooper lo tiene bien claro, por lo que logra conceder al film estilo propio. Amamos mucho a Bradley, y sin dudas seguiremos de cerca su carrera como realizador.