Tres amigas van a pasar un fin de semana al campo. Son tres chicas que quieren divertirse. Superadas, cancheras, rockeras, libres y sin ganas de compromisos, que llaman con un "eu" a los desconocidos. Pero por el camino pasan algunas cosas que parecen señalar que algo pinta mal -a ellas no, porque están distraídas en una serie de diálogos anodinos y "de chicas", sino al espectador-. Lo que sigue es un thriller que cruza leyendas gauchas con esoterismo, drogas alucinógenas, violencia sexual e indias cautivas. Tan duro como tirado de los pelos, que se fuerza para llegar a jugar con imágenes y situaciones icónicas, del cine de terror o el western criollo, mientras sus protagonistas oscilan entre la ingenuidad y el empoderamiento sin mayor continuidad. Ambiciosa, bien realizada y con un buen elenco, La Sabiduría es una propuesta tan potencialmente interesante como fallida.
Un padre le cuenta un cuento a su hija por dormir. Es un relato largo, un plano cerrado, cenital, fijo, de varios minutos. Una escena tierna, íntima, entre un padre y su cría, que lo escucha atenta y cansada. Pero están vestidos y abrigados, no parecen estar en una cama, ni en una linda habitación infantil. La luz del fin del mundo, escrita, dirigida y protagonizada por Casey Affleck, es un relato que se desarrolla en el filo entre dos mundos contrastados. El íntimo, humano, de la relación entre los protagonistas, y el feroz de la sociedad posapocalíptica en la que intentan sobrevivir. En un viaje constante a la intemperie. Durmiendo en carpas en el bosque o metiéndose en casas que parecen abandonadas, ávidos por algún retazo de la civilización perdida, agua que sale de una canilla, un cuarto con juguetes. En un mundo en el que no se puede confiar en nadie ni en nada, el padre hace las veces de maestro y protector, para que su hijo crezca protegido de la violencia. Pero nadie es capaz de tapar todas las grietas de la realidad, y el pasado doloroso, de la madre ausente, también forma parte de un combo duro. Está claro desde la primera escena que La luz del fin del mundo es un relato lleno de sensibilidad y humanidad, aunque cuesta encontrar ahí algo novedoso con respecto a otros films, (originales o basados en novelas, como La Carretera), de tema similar. Su personalidad, en todo caso, y a pesar del muy buen trabajo de la joven Anna Pniowsky, es la del omnipresente Affleck: su presencia, su cuerpo, su voz.
La directora italiana Maura Delpero se inspiró en su experiencia, dictando talleres en hogares para madres adolescentes, o necesitadas, para esta ficción, con aire de documental, que sucede en un hogar. Una palabra con múltiples resonancias. Refugio para estas chicas, embarazadas o con uno o más niños. Hogar de las religiosas encargadas de cobijarlas, y para esos niños, que encuentran entre esas paredes y capillas, una casa en la que crecer. Hay allí dos protagonistas, una de ellas con un embarazo avanzado, la otra con una niña, Nina. Son amigas, pero tienen vivencias diferentes y distintas miradas hacia las monjas. La primera parece sentirse contenida y en paz, la segunda detesta a las religiosas, tiene una actitud de rebeldía y sueña con largarse de ahí. Es con la llegada de una monja nueva, joven, italiana, que Hogar se complejiza para bien. Y lo que parecía un retrato más de caracteres femeninos en un encierro particular, se mete, con sutileza pero con hondura, en la cuestión de la maternidad. En su sentido amplio y diverso: el instinto protector, las contradicciones de los lazos sanguíneos, los mandatos, las regulaciones, el amor maternal. Visto a través de las miradas de mujeres muy distintas, de distintas generaciones, como un estudio sobre deseos cruzados, potente, y a la vez delicado.
El ascendente Rian Johnson (Star Wars, Looper, la próxima explotación de Star Wars) se propone desempolvar a Agatha Christie y las historias de enigma en torno de quién es el asesino. Aunque más que Johnson, lo vistoso de Entre navajas y secretos es el apabullante elenco de estrellas. Los nacidos y avenidos a la familia de un patriarca, un famoso escritor, Harlan Trombey (Christopher Plummer) que vive en una antigua casona en el campo, en la que aparece muerto. El equipo de policías, que incluye a un famoso detective privado (Daniel Craig, con extraño acento impostado), los entrevista uno a uno, mientras intenta armar el rompecabezas, porque el suicidio como explicación no cierra, especialmente para el detective. A su vez, como en los clásicos del género whodunit (quién fue), también es el espectador el que va armando sus propias hipótesis. Mientras observa las contradicciones entre lo que los protagonistas dicen a los investigadores y lo que realmente pasó. En una serie de picantes conversaciones, adornadas por los extraños objetos del misterioso pater familias. Dijimos Plummer y Craig. Sumemos: Jamie Lee Curtis, Chris Evans, Michael Shannon, Toni Colette y Ana de Armas, entre otros. Hijos, cuñados, hermanos, empleados. Todos con algún motivo para desear la muerte del señor, o al menos muy enojados con él. Mientras la cuidadora del escritor (Ana de Armas) aparece como la que estuvo más cerca de él, y más hasta último momento. Concebido para producir el placer de un juego entretenido, plagado de diálogos graciosos, chistes inteligentes, dichos por un elenco tan atractivo, Navajas y secretos cumple con la promesa. Con la dosis de parodia esperable, pero sin pasarse de la raya. Y aunque nunca queda del todo claro si el interés tiene que ver con esa puesta o con descubrir qué pasó con el pobre Harlan.
Esta ópera prima de Ana García Blaya es de esas películas que quedan en la memoria. Una historia autobiográfica, en torno de la figura padre de la realizadora, Javier García Blaya, y los recuerdos familiares. Sobre la relación de tres hermanos, a principios de los noventa, con un padre tan afectuoso como inmaduro, y cómo se pone en jaque cuando la madre decide llevárselos a vivir a Paraguay junto a su nueva pareja. Blaya mezcla las imágenes de la ficción con las de sus propios archivos personales, como si fueran recuerdos grabados de los protagonistas, y arma así un mosaico, un eje para un relato que discurre luminoso, fluido y sin duda melancólico. Las buenas intenciones es siempre divertida, sin embargo, con su estupendo elenco llevando adelante una serie de viñetas en las que parecen comprometidos. Una película sobre los vínculos, pero también sobre lo que significa, para distintas generaciones, crecer y hacerse grande.
El director de Ciudad de Dios filma a dos grandes actores en la piel de dos grandes personajes actuales. Jonathan Pryce como Jorge Bergoglio y Anthony Hopkins como Joseph Ratzinger. El argentino liberal y progre, el alemán conservador. Que es Papa cuando convoca al futuro Francisco, en lo que será el preámbulo de un traspaso de poder, las bambalinas de la última fumata blanca del Vaticano. Es ese centro de poder, intrigante y secreto, visto en la intimidad (aunque el Vaticano no autorizó el rodaje) uno de los atractivos de la película, junto a sus dos intérpretes. Dos tipos muy distintos discutiendo sobre casi todo y, acaso, haciéndose amigos. Es mérito de ellos, y de los realizadores, que semejante propuesta, con aire de traducción al cine de una obra de teatro, sea atractiva, entretenida durante dos horas. En sus miradas, sus silencios, sus peleas, hay gracia y encanto, aunque algunos de los muchos temas de debate parecen soslayados (los abusos en la Iglesia, sin ir más lejos). Funcionan menos, en cambio, los flashbacks que, sobre todo en la primera parte, dan cuenta del pasado de Bergoglio. En la Argentina, en blanco y negro, aparecen más como inserts de una biopic para apuntalar la mirada elegíaca hacia el Papa Francisco que tiene la película. Una que, sin embargo, hace bien en no omitir la discusión en torno de su papel en la dictadura.
Llega diciembre y con él las películas navideñas, por supuesto, románticas. Last christmas, otra oportunidad para amar, tiene dos virtudes indiscutibles: la belleza de Londres iluminada y la canción de George Michael como fuente de inspiración. En ella se basó Emma Thompson, guionista, productora y madre de la protagonista, una chica llamada Kate -Emilia Clarke- que trabaja como empleada vestida de elfa y tiene poca suerte como aspirante a cantante. Las cosas le van mal, en parte por su propia torpeza a la Bridget Jones, que se supone muy graciosa. Entonces conoce a Tom, que es lindo, bueno, ayuda a los pobres y la adora. Así que a ella le parece casi demasiado perfecto para ser verdad. Menor, y modestamente simpática.
Entre el homenaje a los viejos films de terror de la productora Hammer, con aquellas neblinas y climas fantasmagóricos, el terror gótico y el festival gore, Boda sangrienta es una buena noticia. En verdad, una comedia negra (muy negra) que arranca en el abismo: el casamiento de Grace con Alex Le Domas, el heredero rebelde de una familia millonaria. El poder de los Le Domas viene de la industria de los juegos de mesa, e incluye un juego macabro: cuando llega un nuevo integrante, como la joven Grace, debe sacar una carta. Un ritual, en un castillo, que se convierte enseguida en una pesadilla cuando Grace saca la carta equivocada y descubre, más pronto que tarde, que las escondidas son en realidad un corre por tu vida, con la familia rica y estirada de su enamorado persiguiéndola con todo tipo de armas antiguas en mano. Son un puñado de personajes tan psicopáticos como simpáticos, entre los que la ambigüedad del novio destaca como elemento inquietante: ¿porqué no le contó a su amada la verdad?, ¿dónde está puesta su lealtad, ¿para quién juega? Si una maldición ancestral amenaza a la familia y les exige sacrificios, no habrá para Grace misericordia. Con mucho humor, negro y autoconsciente, y una fantástica heroína, la australiana Weaving, Boda Sangrienta arma, con poco, una película entretenida, inteligente, y muy graciosa.
Ian McKellen es un veterano estafador, el Buen Mentiroso, que conoce online a una viuda, no sólo rica, sino dispuesta a abrirle las puertas de su casa. Todo parece demasiado fácil como para un nuevo golpe de demasiada suerte. Pero claro, las cosas se van a complicar cuando descubra que siente cosas por ella, al punto de que le importa más de lo que había imaginado. Con la estupenda Helen Mirren junto a McKellen, y una estructura plagada de ambiciosos flashbacks, funciona más como una clase de actuación a cargo de dos grandes que como una película memorable.
Después de la estupenda Verano en Brooklyn/Little men, el director de Love is Strange, Ira Sachs viaja con su estupendo elenco a Portugal. Allí es donde Frankie (Huppert), que es una famosa actriz, ha convocado a su familia ampliada. Hijos, cuñada, nieta, amiga, marido, exmarido, amigo con derechos. Un elenco que será público para las malas noticias de su salud, como en una especie de viaje colectivo de despedida. Pero, con la belleza de la ciudad de Sintra como marco, también escenario de los distintos conflictos entre varios de esos personajes. Con puntos en común con algunas películas del Woody Allen europeo, el de los últimos tiempos, Sachs consigue una película de fuerte tono melancólico que, en sus mejores pasajes, los que tienen a la estupenda Marisa Tomei como figura central, alcanza momentos de belleza y compromiso. Aunque cierta dispersión o, acaso, la resolución algo banal de conflictos que se insinúan como más profundos, impide que Frankie llegue a conmover como parece proponerse.