Anárquicos, disonantes, absurdos y entrañables. Los Jóvenes Titanes en Acción (Teen Titans Go!), el grupo de superhéroes comandado por Robin, que suenan desde la TV en toda casa con niños, se ganan su película. Y bajo la premisa más ingeniosa: los super están demasiado ocupados -y desesperados- haciendo películas como para salvar al mundo. El grupo, que se conforma con Starfire, Chico Bestia, la emo Raven y Cyborg, una cabeza sobre un cuerpo de máquina, se obliga a dejar un poco de lado sus digresiones habituales -dónde se comen los mejores burritos o cómo ganar una competencia de disfraces a La Colmena, sus archienemigos- para acompañar a Robin en su intento por ganarse su propio film, mientras se suceden secuelas programadas para varios años adelante con héroes como el Batimóvil o hasta el bati-cinturón. A contramano de la solemnidad que castiga a buena parte de las adaptaciones al cine de DC cómics, los Teen Titans le toman el pelo a todo, empezando por la mismísima industria de franquicias cinematográficas de superhéroes y siguiendo por los íconos de su casa matriz, su rivalidad con Marvel (¡hay un cameo de Stan Lee!) o el trauma iniciático de los salvadores de la humanidad. Con música, chistes brillantes para grandes y chicos, humor de colegio, inteligencia, y mucho ritmo, los Jóvenes Titanes dicen que nada es tan serio, nunca. Empezando por uno mismo.
Él es un creativo publicitario canchero, mujeriego y un poco oscuro. Ella, una osteópata ciega. Él le escapa a los compromisos, pero se enamora de esa mujer que lo acaricia como una profesional y a la que tiene que acompañar al baño. Sin caer en sentimentalismos ni golpes bajos, el director Silvio Soldini explora ese proceso de encuentro entre dos personas muy distintas de mundos separados -ver y no ver-. A través de encuentros y desencuentros, a los que suman otros personajes secundarios (la novia de él, la amiga de ella, que también es ciega), pero sobre todo el encanto de sus protagonistas, el apuesto Adriano Giannini (hijo de Giancarlo) y Valeria Golino, la chica de Rain Man, perfectos en sus papeles. L'amore con te es una comedia romántica serena, que se ve con placer y tiene el buen gusto de la falta de pretensiones.
A la altura de la sexta, parecen ya infalibles las nuevas entregas de Misión: Imposible, e instalado el consenso crítico de que, desde que Tom Cruise es Ethan Hunt, fueron cada vez mejores. Directores no faltaron: Brian De Palma, John Woo, JJ Abrams, Brad Bird, en la estupenda Protocolo Fantasma y ahora el reincidente Christopher McQuarrie, que filmó la hitchcockiana y excelente Nación Secreta, y que reincide ahora. ¿Obras maestras? Algunas, quizá, pero sin duda unas cuantas secuencias de las últimas, entre las que hay que incluir algunas de la muy disfrutable Fallout/Repercusión. Está claro que McQuarrie y Cruise entienden muy bien de qué se trata esto de cruzar el siglo XXI con el espionaje clásico y, si se quiere, vintage, a la 007, y cómo hacer un espectáculo de acción a gran escala. Fallout es un largo dispositivo de acción, desplegada en una generosa sucesión de secuencias en las que Ethan Hunt/el astro Tom Cruise, que pone su cuerpo en forma y su gracia absoluta-, persigue y es perseguido: por los techos de París, en moto a contramano, por los túneles cloacales, los resbaladizos puentes de Londres, en helicóptero (colgado de afuera o adentro) o volando desde las alturas de una tormenta, también sobre París, en una de las escenas poéticas de la película. La misión es realmente imposible: robarle el plutonio a una peligrosa organización criminal que amenaza con destruir porque hay que sembrar sufrimiento para lograr la paz. A cambio de entregarles a su más peligroso líder, un anarco terrorista preso y blindado. Una misión que vuelve a cruzarlo con la bella Ilsa (Rebecca Ferguson) y en la que lo acompaña su reducido team, Luther (Ving Rhames) y Benji (Simon Pegg). Fallout toma buenas decisiones, como ahondar en la relación entre ellos, divertida y entrañable, mientras los cartuchos puestos en las secuencias de acción, con extras y dobles que van quedando por el camino de escenarios turísticos, ganan con una narración cinematográfica creativa, que usa el fuera de campo, extrema las situaciones más extremas o hace de una pelea física, cuerpo a cuerpo, en un baño de hombres impoluto, una fiesta de juego con la puesta en escena y el humor. Puede ser, como señalan algunos, que Fallout tenga menos humor que Nación Secreta o films anteriores de la saga. Pero cuesta pensar en qué otra cosa cabe pedirle a semejante dosis del más virtuoso y elegante cine de acción.
Si vivís en un pueblo donde casi todo el mundo cura, o sabe cómo curar alguna dolencia, ¿para qué vas a ir al médico? Los cineastas Pablo Aparo y Martín Benchimol demuestran, con El Espanto, la cantidad de historias más que buenas, increíbles que hay ahí afuera, esperando ser contadas. Con ese afán, recogen testimonios de los vecinos de un pueblo, El Dorado, vecinos que no siempre salen bien parados, porque la operación (registrarlos con una cámara para un film destinado a gente muy distinta a ellos) subraya sin remedio su extrañeza, conservadurismo y, en última instancia, ignorancia. Entre esos testimonios, se construye una verdadera trama, un vademecum de remedios caseros que vienen de lejos y de los que escuchamos hablar, como leyendas rurales, acaso imaginando que pertenecen al mundo de la literatura. Entre los vecinos de El Dorado, sin embargo, la curandería es una realidad muy palpable, capaz de aliviar el empacho o el mal de ojo, la intoxicación y casi cualquier enfermedad. Claro que también creen, sin dudas o por las dudas, en los poderes de otro tipo de males, como el espanto, que sólo trata un tipo extraño llamado Jorge. El espanto quiere ser más que un documental de registro de costumbres, con resultado no siempre redondo.
La película italiana de la semana es una historia de desamor. O el registro, en distintos tiempos, de la vida de esa pareja después de la separación. Ella no puede ni quiere olvidar, él necesita seguir adelante. La directora, Francesca Comencini, apela a la comedia, su su protagonista femenina, un buen trabajo de Lucia Mascino, como centro. Una neurótica bastante exasperante y exasperada, que no para de gesticular y hablar a los gritos casi sin filtros. Irascible, mandona, compulsiva: apasionada. El problema es, claro, que cuesta empatizar con las formas de su pasión, al punto que uno se pregunta, más bien, por las elecciones de ese hombre, amante victimizado.
El guionista de El Orfanato, el asturiano Sergio Sánchez, dirige su primer largo en la línea de los clásicos films de fantasmas en casas con secretos. Una familia, tres hijos y una madre, se instala en un caserón en el campo decididos a borrar el pasado, casi literalmente, y empezar de nuevo. Está claro que algo terrible les pasó, algo que no termina de irse: mantienen tapado un gran espejo, disimulan una mancha de humedad sospechosa en el techo, acceden a extraños tesoros ocultos que les permiten sobrevivir. Aislados de todo excepto por el vínculo con una vecina, interpretada por Anya Taylor-Joy, la estupenda actriz de La Bruja, que es medio argentina. Pero nada es lo que parece en Secretos Ocultos, gentileza de una serie de vueltas de tuerca que terminan por dejar al espectador por el camino, sobre una historia cada vez menos verosímil. Ni de fantasmas, ni de casa embrujada, sino drama. O mejor dicho, todo eso junto es Marrowbone, tal su título en inglés. El que mucho abarca poco aprieta o, al menos en este caso, la pretensión de sumar esos registros termina por anular el potencial de cada uno. Secretos Ocultos, a pesar de la belleza de sus imágenes y de su muy buen elenco, que incluye al intenso Charlie "Stranger Things" Eaton, amaga con asustar y no asusta, con conmover y no conmueve. Una experiencia frustrante.
¿Quién es capaz de pasarlo mal con las canciones de Abba a todo trapo, de no mover aunque sea la pierna cruzada al ritmo de Dancing Queen? Diez años después de la primera película, basada a su vez en uno de los musicales más exitosos y estrenados del mundo, el elenco vuelve a cantar, a bailar y a divertirse con esos temazos de la historia del pop que para cada uno remiten a algo. La buena noticia es que esta secuela propone puro musical autoconsciente de su disparate kitsch: imágenes de postal en las paradisíacas playas griegas, o sus versiones de estudio, íntimos y románticos o entregados a coreografías multitudinarias y vintage, con los personajes cantándole al amor desprejuiciado, al de la primera noche, como no se debe pero mejor sí. En dos tiempos paralelos, Vamos otra vez funciona como precuela y secuela. Por un lado, la historia de la joven Donna (Lily James), el personaje que interpretó Meryl Streep. La rubia que baila entre playas soleadas soñando el sueño dorado de dejarlo todo para vivir libre en el paraíso. Por otro, en el presente, su hija Sophie (Amanda Seyfried) que prepara la inauguración del hotel en homenaje a su madre, y espera, no muy convencida, la llegada de sus tres padres. Entre ambas, un catálogo de atardeceres cantados frente al mar turquesa, al servicio de un argumento que no sólo profundiza la pavada general, sino que la reivindica, en su artificio casi onírico, levantando la bandera del desenfado como respuesta a todo. Uno se asoma a esta segunda parte, a priori tan innecesaria, con escepticismo. Pero el pastiche nostálgico es tan dulce y delirado, con la inclusión de la icónica Cher y un clímax emotivo -¡My love, my life!-, que obliga a rendir las armas. Y a salir cantando. Sin culpas.
Interesante y pulcra biopic del escritor alemán Stefan Zweig, que se opuso al nazismo, durante el último tramo de su vida, en Latinoamérica. Adiós a Europa parte, precisamente, de su admirada fascinación, casi idealizada, de lo que veía por estas pampas, escuchando sus breves discursos, sus respuestas en reportajes periodísticos y armando, con sus palabras, un retrato de personaje. Como vehículo para plasmar el pensamiento de Zweig y su mirada del mundo, más que interesante. Aunque las largas secuencias estáticas, de gente hablando de cosas importantes, la convierten en pieza de digestión pesada para quien no se acerque a ella movido por el genuino interés en el intelectual.
Como habrán adivinado por el trailer o el póster promocional, Rascacielos guiña Duro de Matar. Aunque ahora es un ex militar el que no sólo se ocupa de la seguridad, sino que vive, con su familia (la noventosa Neve Campbell e hijos) en el edificio de marras, un monstruoso conglomerado hongkonés propiedad de un rico oriental. El combo incluye al héroe de acción del momento, el gran Dwayne "La Roca" Johnson, que siempre está bien. Y la catarata de fx vertiginosos esperable. Si la fórmula no funciona es, quizá, por los villanos poco memorables y un guión que va y viene del piloto automático hasta que Rascacielos termine por aburrir.
La fórmula puede estar un poco agotada, pero el ingenio y la imaginería del talentoso Genndy Tartakovsky se mantiene. Ahora con Drácula en busca de amor para paliar la soledad, con los imaginables links a la cultura de la cita online, y viaja de vacaciones. Crucero gigante y lleno de monstruos divertidos, triángulo de las bermudas, buenos chistes y una capitana rubia que puede ser una trampa, tendida por el cazador Van Helsing, que no se cansa nunca. Claro que, aún en busca de una chica, algunas cosas se mantienen, como la relación de Drácula con su hija, entrañable corazón de la saga.