Durante una cumbre del G8, un grupo de intelectuales es invitado por el jefe del fondo monetario. Entre llos hay un monje italiano que fue el que habló con él por última vez, tomándole confesión. Pero el hombre ha hecho un voto de silencio y cuando el anfitrión desaparece, la investigación entre los involucrados, a lo Agatha Christie, se complica. Con simpatía primero y clima de policial político después, La Confesión parte de una anécdota ingeniosa para hacer lugar a una crítica sobre los manejos de la elite política y económica. Gente que pregunta qué pasará en los mercados ante la muerte de un poderoso, antes de dar el pésame.
Entre varios estrenos de ciencia ficción de esta temporada que miran a los clásicos, a Spielberg, a Kubrick, La llegada se centra en la historia de la experta linguista -la siempre grande Amy Adams- que ha perdido una hija y es llevada al centro donde los expertos intentan encuentros cercanos con los extraterrestres. Pero recién y sólo ella, su llegada, cambiará las cosas, demostrándole al mundo aquello de que la comunicación es lo que hará que la humanidad encuentre algún tipo de salvación. El director Denis Villeneuve (Indencies, Sicario), va y viene entre el progresivo entendimiento con los aliens, las premoniciones y los incesantes flashbacks, dolorosos hasta la incomodidad, de la enfermedad y pérdida de la niña. La llegada le otorga tanto peso a la parábola existencialista con aliens como excusa, que ni la belleza de su puesta ni el encanto extraordinario de su actriz logran alivianar, oxigenar, restar algo de densidad a su asunto.
Es el primer desprendimiento de la saga galáctica más grande que la vida. La precuela de lo que pasó allá lejos y hace tiempo en una galaxia muy lejana llamada planeta tierra 1977. Y lo que sigue a esa gran operación de reanimación que significó el episodio VII. Lo que se cuenta en Rogue One nace casi de una frase, dicha en la primera de las películas: aquello que cambió la vida de tanta gente y se asentó como uno de los grandes hechos culturales de nuestro tiempo. Por lo tanto, hay aquí espacio para la inventiva, resultante en una gran belleza y variedad de puestas y entornos visuales. También una guerrera, interpretada por la convincente Felicity Jones, hecha de abajo, rodeada por un grupo de personajes jugosos, interpretados por gente que parece haberlo pasado bien: el villano de Ben (Bloodline) Mendelsohn, el danés Mads (Hannibal) Mikklesen, el mexicano Diego Luna. En equilibrio entre su historia y LA historia a la que pertenece, Rogue One consigue dos horas largas más que dignas de acción y aventura sólida, y más adulta que episodio VII. Hay guiños para fans, múltiples detalles genealógicos, pero si le sacaras todo eso y la vieras despojada de todo contexto, se la banca como una buena película a secas. El guión es imperfecto y acumula excesos (de minutos, de guiños, de subtramas, acaso de personajes), pero todo se entiende y, en definitiva, como su discurso político (la rebelión es la esperanza) tampoco importa demasiado. Por alguna gracia, nada de eso se interpone en su vuelo y en, sí, su fuerza.
El belga Joaco Van Dormael (Toto el héroe) dirige esta comedia de humor negro, extravagante e inteligente, sobre un dios miserable y maltratador del que se venga su pequeña hija, otrogando a los humanos la información de su fecha, la conciencia de su muerte. Con eso, el mundo cambia, claro. Disparatada, con momentos brillantes, una especie de sátira moderna y lúdica sobre la religión y la fe, con mucho humor negro y momentos absolutamente desopilantes.
Cuando la CEO intenta cerrar la sucursal a cargo de su hermano, el gerente decide realizar una épica fiesta de navidad para negociar y potencialmente salvar la empresa. Mientras tanto, lo que parecía ser la salvación se convierte en un gran dolor de cabeza, toda vez que la fiesta se sale de control.
Con aire de cine independiente norteamericano, esta sensible, estimulante y divertida mezcla de road movie con film de crecimiento sigue a tres adolescentes escapando, con auto y dinero robados a sus familias, de la buenos aires de 2001, cuando las pantallas mostraban que todo se iba al diablo y Kubrick, al espacio. Van en un auto pintado de rosa, el de la abuela de uno de ellos, pero eso parece menos absurdo que lo que está pasando en el país. Que es menos importante, a su vez, de lo que sucede en sus corazones. Una fotografía inspirada aprovecha tanto las locaciones como a sus tres estupendos y bellos actores nuevos, rodeados de figuras conocidas, para una sorpresa, de las buenas, en el cine argentino.
Un patrón europeo, en una planta de explotación forestal en la selva misionera, se enfrenta a la emergencia de un grupo que denuncia las fumigaciones con agrotóxicos, mientras vive una historia de amor con la maestra y líder del movimiento La tierra roja tiene una estructura de épica social clásica, una lograda progresión de peligro y violencia, y la exposición de un tema de interés actual. Quizá no llega a transmitir emociones profundas, desde un guión episódico, demasiado previsible, entre la denuncia política y la historia de amor. Pero sí transmite el vigor y la urgencia de su asunto.
El film de horror de la semana parte de una idea difícil: lo temible es un niño con problemas psiquiátricos y discapacitado. O quizá, dos. Todo está puesto allí para que la dulce psicóloga infantil que interpreta Naomi Watts lo pase mal. Vive sola, en medio del bosque, con el chico, al que cuida con amor de madre y esmero de enfermera. Se viene una tormenta histórica. El niño tiene competencia, y no le gusta. Más allá de los dudosos vaivenes de su argumento, esto asusta poco o nada.
El director alemán Werner Herzog es una especie de leyenda viva. Y muy activa. Este es el sustancioso documental que fiilmó guiado por su incansable curiosidad, preguntando y preguntándose sobre Internet, desde los pioneros que la vieron nacer a sus mejores y peores costados en la vida humana actual. Una indagación personal y fascinante para los más interesados en el tema, pero que invita a todos.
La segunda película del diseñador Tom Ford es, como Un hombre soltero, un ejercicio de estilo y elegancia visual: un producto bello como los ojos azules de Amy Adams, que le soplan vida. Porque la belleza de este film noir, sobre el reencuentro de una mujer infeliz con su viejo amor (Jake Gyllenhall) -a través de la novela que él le envía, "Animales nocturnos" un relato ultraviolento que ocupa en centro de este relato- es de una belleza fría, que desde la provocativa secuencia de títulos apela a un sadismo del que no escaparán sus protagonistas. Hay un incómodo regodeo en el daño, la tristeza o el dolor. Por eso, aún con su logrado clima de pesadillla, en plan De Palma cruzado con David Lynch, Ford consigue un film que se ve con admiración objetiva, pero del que se sale con cierto rechazo y bastante incertidumbre.