Despúes del Oscar al gran documental Citizenfour, de Laura Poitras, Oliver Stone estrena su biografía sobre el soplón informático exiliado Rusia. Son más de dos horas de narración errática con el objetivo claro y expuesto de manera didáctica, de ensalzar la figura de Snowden, como si el ex agente de la CIA, que tomó conciencia y luego decidió denunciar el espionaje sistemático del Estado a los ciudadanos, fuera casi un santo. Hasta el protagonista, Joseph Gordon-Leviitt, se ve poco comprometido, un poco aburrido, en este retrato unilateral y esquemático, que toma de Citizenfour el punto de partida y varias ideas, algunas de las cuales son, increíblemente, de lo mejor de esta película.
Fue el film del que más se habló en Bafici, y con razón, porque la película de Edgardo Castro consigue, con una audacia y una libertad inhabituales, mostrar un mundo que late por debajo de este, cuando las luces se apagan y los negocios cierran. En telos y bares oscuros, travestis, taxy boys, prostitutas, homosexuales solitarios comparten encuentros en un viaje hacia el fin de la noche. Hay mucho sexo explícito, que no está allí porque sí: ni para provocar burgueses ni para decorar vacíos. Y drogas, insomnio, y alcohol. La Noche, de una honestidad brutal, construye con ese material un desolador relato de un hombre solo, de un mundo desesperado. De ahí, de esa gente rota, surge una poética sorprendente, hasta la emocionante escena final, que recuerda a alguna pintura de Edward Hopper, ese que retrataba gente sola, en bares vacíos, en el borde de la noche hacia el día. No será para cualquiera, pero es una gran película.
También es Patagonia, una lejana de la postal, el escenario de la nueva película de José Campusano, un thriller social con la problemática de los pueblos originarios como núcleo. Puyelli, que es sanador, va a la cárcel acusado de matar a una mujer. Con sus actores no profesionales en conflictos cerrados y bellos planos abiertos, Campusano expone una periferia -su territorio favorito- masculina, de gente curtida y dura, en sociedades degradadas y violentas. Ahí Nehuén, que habla como poeta e historiador, parece de otro mundo. Como el mundo que él mismo representa.
El quinto largo de Daniel de la Vega es un logrado thriller de terror centrado en un juego diabólico que se va desplegando frente al espectador y a Virginia (Julieta Cardinali), una mujer que hará lo que sea para recuperar a Rebeca, su hijita secuestrada. Habrá otras en su situación, rituales satánicos, sangre, sierras eléctricas y crueldades varias, todo en una tranquila zona rural donde nada es lo que parece. Con inteligencia, el guión incorpora elementos que suman incertidumbre hacia los mismos protagonistas, sembrando cierta ambigüedad, mientras la historia, cada vez más tremenda, se desarrolla con un ritmo anti distracción y una imaginería con links cinéfilos varios.
Notable film argentino en clave de western y de aventura, en torno a la huida del naturalista Francisco Moreno, el perito que huye de su perseguidor mapuche a través de bosques, montañas y ríos bravos, tratando de esquivar bandoleros. Filmada exteriores de la zona de Bariloche, y aún con sus debilidades -ciertos diálogos, ciertas situaciones-, su puesta en escena del choque de culturas en clave de acción alcanza momentos de enorme potencia. Una rareza valiosa en el panorama del cine nacional.
A los 86, Clint Eastwood vuelve a mostrarse como un maestro de la sobriedad y la sutileza, con esta magnífica recreación de lo que pudo ser catástrofe aérea y no lo fue gracias a la pericia del piloto, que aterrizó en el río en 2009. Con un gran Tom Hanks frente a la cámara, Eastwood cuenta desde el momento después de lo que pasó, para ir armando las piezas, algunas surgidas de la mente de Sully, hombre común en circunstancia -y estrés- extraordinarios, y llegar al momento del accidente. De esa manera, acompañamos a Sully, en manos de los jerarcas que exigen explicaciones y quieren señalarlo como culpable, mientras la televisión lo trata como héroe nacional. Con su elegante clasicismo, Eastwood muestra a Sully y a su esposa (Laura Linney) por teléfono, a la distancia en un momento tan dramático, para dejar claro el afecto, pero también los problemas, que atraviesa esa relación. O apela a los gestos y palabras de aliento de los rescatistas improvisados ("hoy no se muere nadie", dirá uno al pasajero semicongelado al que está subiendo al barco) para abrir una ventana a la humanidad. Asuntos en minúscula que hablan de otros en mayúscula (las Torres Gemelas), pero sin jamás desviar el rumbo de su narración atrapante, justa, impecable. Claro que Sully es también un manifiesto anti burocrático y una potente, humana y conmovedora reivindicación de los que hacen su trabajo lo mejor que pueden, héroes de cada día.
Un padre hippie pero severo, contradictorio y tierno, cría seis hijos por fuera del sistema. En la naturaleza, crecen según su programa: él es educador, entrenador y guía espiritual. Con un gran trabajo de Viggo Mortensen, muy bien acompañado por el elenco más joven, la película asoma a una utopía fascinante que abre preguntas mientras mira crecer personajes y conflictos. ¿Se puede llevar a cabo un plan familiar tan alternativo?¿Está el mundo preparado para incluir formas tan distintas de vivir? Hacia la segunda mitad, sin embargo, la película presta más atención a dramas familiares menos originales y adopta un tono más sentimental, dejando algunas de sus cuestiones más interesantes en segundo plano, como si cediera ante pautas de receta. De todas formas, Capitán Fantástico mantiene el interés y la intriga acerca de ese personaje central, por momentos fanático y por otros racional, que el bello Viggo pone en escena con enorme encanto.
Con sensibilidad, el director Hernán Fernández pone en foco vida y obra de SV Palma, campeón de box, poeta, cantante y mente lúcida y creativa, aún ahora, frente a su cámara, recuperándose de un accidente cerebro- vascular y con cierta dificultad para hablar. Fernández tenía un gran material para su película, un gran personaje. La elección de permanecer cerca suyo todo el tiempo, acompañándolo en el juego de abrir recuerdos, como capas, de una vida fascinante, es acertada. Porque el presente del ex campeón, que mira con nosotros sus momentos de gloria, sus grandes peleas, pero también sus memorias de infancia, en un campo de algodón en El Chaco, es el de un hombre con una inteligencia y una sutileza subyugantes. Un tipo capaz de interpretar y transmitir emociones. Pero también de dar unos buenos consejos sobre movimientos en el ring, a los nuevos peso pluma que entrenan ahora.
En la línea de Crash, de Paul Haggis, que ganó 3 premios Oscar, esta película desarrolla una historia, la de Walter, profesor de filosofía de Columbia (el gran Sam Waterston) en su día de jubilación. Pero como Crash su estructura es coral, y alterna escenas sobre las historias de vida de otros personajes vinculados a Walter. Algunos de una forma clara -el hijo y su familia; la estudiante autodestructiva- y otros cuyo vínculo, trágico como se sabe desde la primera escena, se irá revelando por el camino. Con todos ellos, en una Nueva York invernal, el director y guionista Tim Blake Nelson no deja tema denso por tocar: cáncer, drogas duras y blandas, relaciones entre padres e hijos adolescentes, adulterio y desamor. Pero el que mucho abarca poco aprieta. Con varios de sus intérpretes desaprovechados, como Glenn Close, Crímenes y virtudes cae en los peores vicios psicologistas de los proyectos premasticados, concebidos para transmitir un mensaje -auch-, una lección o, como se termina por percibir aquí, algún tipo de sermoneo sobre esta sociedad, donde la vida de la más culta, sensible y sofisticada de las criaturas puede acabarse a la vuelta de una esquina. Con una estrategia así de densa, los personajes terminan reducidos a piezas de ajedrez y no bastan, para insuflarle vida, ni el carisma ni el profesionalismo de sus actores. Que es generoso.
El título de este documental dirigido por Alejandra Perdomo refiere al tiempo en que es asesinada una mujer en la Argentina. Cada 30 horas. Para desarrollar su tema, toma tres historias, las de tres madres y las de tres hijas que ya no están: los casos de Wanda Taddei, Julieta Mena y Ángeles Rawson. Pero hay muchas más voces, todas ricas, todas autorizadas, en esta película, que termina por armar una crónica del proceso de desnaturalización de la violencia hacia las mujeres en este país. Cómo se pasó de hablar de crímenes pasionales a femicidio. Cómo aumentó el número de mujeres que antes no decía nada y ahora hace la denuncia. Seguramente oíste hablar, por las noticias policiales, de muchos de los casos de los que se habla en este documental, editado con muy buen ritmo y criterio, en el que nada sobra y todo interesa. Otros quizá te suenan menos pero son emblemáticos, abrumadores, terribles testigos de un sistema que sólo parece funcionar si aparece alguien con buena voluntad para ayudar a quienes lo necesitan, desclasados sin posibilidad de defensa: Gabriela Quidel. En estos tiempos de marchas de Ni Una Menos, cuando esta problemática está fuerte en la agenda, Cada 30 horas resulta un documento valioso que en lugar de bajar línea hace periodismo: pregunta y escucha a expertos y a protagonistas. Con eso es más que suficiente, porque los hechos, expuestos a través de ellos, no precisan editoriales.