Un técnico de televisión (Esteban Lamothe) al que acaban de echar de casa se instala en un departamento prestado por uno de los socios de su empresa (Alejandro Awada), que es el dueño del edificio. Allí se encontrará, buscando en casettes umatic la bizarra Sangre de Vírgenes, de Emilio Vieyra, con unos videos de porno casero protagonizados por la esposa del señor (Jazmín Stuart), que tiene en el mismo lugar una ong. También hay una encargada (Eleonora Wexler) que parece saber mucho más de lo que aparenta. La atracción que empieza a sentir por esa mujer -bella pero psicótica- parece develarse como una gran trampa. Amateur tiene un buen nivel de realización y la bienvenida osadía de atreverse con un thriller con carga erótica. Pero el guión avanza caprichosa, arbitrariamente y todo se ve forzado, poco creíble, aún para personajes tan retorcidos como estos.
Esta adaptación de Robinson Crusoe en animación 3D cuenta, para los chicos, la desventura del náufrago desde el punto de vista de los animales que viven en la isla a la que llega "una cosa en dos patas" llamada humano. Una buena idea que permite desarrollar escenas llenas de simpatía y ternura basadas en la relación que se establece -primero de desconfianza y temor, después de amistad y afecto- entre Crusoe y sus nuevos amigos. Hay mucha acción y situaciones que incorporan a los temibles piratas y alguna pérdida, pero siempre dentro de un tono alegre pensado para los más chicos. Tiene un ritmo itinerante, más parsimonioso que el de los grandes blockbusters animados y con animales protagonistas -La era del hielo. Esto puede aburrir un poco a los más grandes y adultos, sumado al doblaje neutro. Pero la animación es imipecable y los más pequeños pasarán un buen rato.
El universo Marvel sigue desempolvando personajes menores nacidos de la imaginación de Stan Lee, llevándolos del cómic a la cámara y haciéndolos jugar entre ellos. La última incorporación es Doctor Strange, un nombre fantástico, literario, para una figura está a la altura de la circunstancia. Un cirujano tan brillante como arrogante, que sufre un accidente terrible y pierde, con sus manos heridas, la capacidad para seguir operando. Que es lo mismo que decir que su vida, en plena productividad y éxito, se termina tal y como él la conoce. Interpretado por el talentoso Benedict Cumberbatch (Sherlock), a la cabeza de un elenco con mayoría de acento británico como el suyo -Chiwetel Ejiofor, Tilda Swinton, Benedict Wong-, Strange tiene la, ejem, rareza suficiente como para resultar a la vez atractivo y misterioso, vulnerable y egocéntrico. Cómico, con un gesto mínimo, o intimidante, con esa voz increíble que supo animar al dragón Smaug en El Hobbit. Su búsqueda lo llevará hasta Katmandu donde le han dicho que hay alguien con poderes suficientes como para devolverle los suyos. Allí conocerá a una especie de raro monje que lo llevará hasta una sacerdotisa calva -Swinton-, fuente de sabiduría junto a la que entrena en mágicas artes marciales. Más pronto que tarde lo veremos intentando controlar una capa que levita y enfrentándose, en ida y vuelta por los pliegues de las distintas dimensiones del universo, con el villano Kaecilius -el danés Mads Mikkelsen, de Hannibal, con maquillaje en plan antifaz macabro. El director Scott Derrickson toma con gusto la invitación a la psicodelia colorida que ofrecen el hechicero y su grupo, gente capaz de abrir surcos en la realidad con sólo mover un brazo, o de atravesar una ciudad doblándola en partes, en trucos visuales tomados de Incepction, de Christopher Nolan, pero llevados aquí a un juego más lúdico y espectacular. Con un humor muy particular, que se toma el pelo a sí mismo y a la ridiculez de todo el asunto, Dr Strange consigue, a pesar de la estructura casi obligada de los films de superhéroes hacia la gran acción final, divertir y entretener transmitiendo una sensación fresca, de libertad y desparpajo. Será que los superhéroes menos conocidos y con menos "presión nostálgica" de los fans, pueden permitirse mezclar, sin solemnidades y en un mismo vaso, orientalismo zen, hechicería y vengadores. Y que les quede sabroso.
La ópera prima de Leonardo Bechini toma la novela de Rafael Bielsa sobre la historia de Tucho, dirigente montonero de rango alto que, chupado por los milicos es obligado a infiltrarse en México para entregarles a Firmenich. En el prólogo, la lograda y tensa secuencia inicial, Tucho (Luciano Cáceres con ojos oscuros) se pasea con el pequeño hijo de su pareja, embarazada de mellizos, en una falsa imagen de armonía y paz familiar: él va armado y atento a cualquier señal de peligro. Estas imágenes apunte sobre los integrantes de "la orga" que combinaban la lucha armada con la formación de una familia, convencidos sin duda de un futuro posible -de una victoria-, no requiere de mayor empuje para instalar todo su potencial dramático. El cine argentino último, con películas como Infancia Clandestina o el documental La Guardería ha puesto en foco algunas de esas historias, con resultado siempre conmovedor. Operación México, que no es una excepción, también encuentra puntos fuertes en la descripción de la forzosa convivencia entre militares y militantes secuestrados (¿traidores?) en una estancia santafesina, donde la pareja de protagonistas deberá decidir qué hacer: la vida o la muerte. Patria o muerte. El guión tiende al exceso de explicaciones, en diálogos a veces declamatorios que cuentan lo que estamos viendo y le restan así fuerza a la historia. Una historia que se vale por sí sola y que quizá con una puesta menos recargada, una narración más seca, podría haber brillado más. El tono grave, solemne de lo que se dice, por otro lado, suena preciso en términos históricos. Como drama político, y con sus debilidades, Operación México es la película de un director capaz, y se ve con interés.
Un thriller negro, de estafadores, filmado íntegramente o casi en el maravilloso Hotel Provincial de Mar del Plata es, de movida, una propuesta atractiva. Al hotel llega el misterioso Alejandro Reynoso (Alejandro Awada, contenido), ex jugador y, sabremos, hombre cercano a El Abuelo, una especie de padrino intocable y rey del negocio del cerdo (el fallecido hace pocos días Oscar Alegre) del que se habla desde el primer momento pero tarda en aparecer. Hay una suite ocupada por el nieto díscolo Sergio (Pablo Rago), su novia y su amigo y secuaz. Un trío que no sabe en qué lío está por meterse después de comprarle una gran cantidad de cocaína al temible Mario (Walter Donado, el de Relatos Salvajes). En otra habitación está Paulina, la pispireta hermana menor de Sergio. Basada en la novela de Dostoievski y apoyada en el oficio de sus actores (se nota que lo pasaron bien, parece que disfrutaron de sus personajes), el film apuesta por el género mezclando ironía y noir, a lo Guy Ritchie, en escenas extremas y absurdas como la de una tortura bajo amenaza de pescados malolientes sobre el cuerpo. La falta de códigos es denominador común de todos los personajes, matones y mafiosos de poca monta o siniestros y escurridizos jugadores sin pasado ni futuro. Si El Jugador no es del todo redonda -le sobran minutos, el ritmo cae, va y viene, la única locación resulta algo agotadora y hay algunos excesos de argentinidad, léase actores puteando a los gritos- sí vale como chispeante incursión en el género, made in Argentina.
Una mujer enferma de ELA convoca a su familia para despedirse. Ha decidido, con la asistencia de su pareja, quitarse la vida. En la línea de Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, es esta una crónica tristísima de los últimos momentos de una vida, narrada desde la observación de lo que esto provoca en los demás. El film de Bille August exige mirar, esperar -tampoco mucho, no hay lentitudes exasperantes de esas que irritan a los enemigos del 'cine de arte europeo'- para entrar con ellos a esta casa e ir entdiendo qué sucede. Sin pasarse de la raya pero sin despegarse de su terrible asunto, el film cuenta con un puñado de estupendos actores daneses al servicio de la puesta en escena de una eutanasia. Son personajes desesperados, claro, sobre todo la menor de las hijas, a la que su novio fumón, suerte de comic relief, no sabe cómo acompañar. Entre las tensiones que salen a la luz durante esta convivencia anómala -novios, maridos, hermanas, nietos, ex parejas-, deberán enfrentar la distyuntiva entre respetar el deseo de la madre o no hacerlo y tenerla así por un tiempo más. Sin subrayados ni hallazgos notables, Corazón silencioso es un logrado, elegante y obviamente triste retrato de lo que se pone en juego frente a la pérdida y el desgarro, inevitables antes o después.
Basada en el best seller del momento, llevado al cine en tiempo veloz, La chica del tren es un thriller femenino que, como la novela -y como ha declarado su autora, Paula Hawkins- explota desde el policial básicamente hitchcockiano, todos los tema que pueden generar empatía y gancho contemporáneo. El voyeurismo de la gente sola, impulsado por las redes sociales y los mensajes de whatsapp, la reivindicación de lo femenino, La protagonista es Rachel (Emily Blunt), una mujer alcohólica que viaja en tren todos los días y desde allí observa a una pareja, la de Megan y Scott (justo pasa siempre cuando están haciendo el amor o casi). Como su marido Tom la dejó por la rubia Anna con la que tiene un hijo después de que ella cayera en el alcoholismo por no poder embarazarse, Rachel idealiza a los desconocidos. Como diario de una mujer borracha, rota, que no puede recordar qué hizo la noche anterior, La chica del tren tenía un potencial interesante, pero la película no lo explora. En cambio, acumula giros folletinescos en los que alterna situaciones de estas tres hermosas mujeres con idas y vueltas en el tiempo arbitrarias y, sobre todo, enemigas de la progresión dramática, del crecimiento del suspenso. Así como los nombres propios de los personajes, que también dividen los capítulos del libro, las escenas, como episodios de una serie, saltan a tres meses antes, uno, o "el viernes anterior", como si tal dato agregara algo. Cuando la rubia Megan desaparece, Rachel tiene todas las fichas para ser una sospechosa. Pero claro, con el rimmel corrido (borracha) o sin ojeras (sobria), deberá resultar una heroína tranquilizadora y su blackout, los huecos en su memoria, darán paso a la epifanía freudiana a la carta: basta con volver al lugar del trauma para que el mundo recobre su sentido. Quedan, por si el espectador distraído no lo vio venir aún, los personajes masculinos. En La chica del tren, los chicos conforman el mundo ideal de cualquier mujer heterosexual: sexys, atentos, enamorados, regalan flores y siempre tienen ganas. El folletín no ahorra truculencias y subrayados burdos en torno a la maternidad, tema que atraviesa a las tres mujeres con la fuerza de todos sus clichés. El resultado tiene un efecto paradojal: cuanto más melodramático e "intenso" se pone el relato, más mueve a la risa. Suerte de continuadora de Perdida, basada en otro best seller de otra mujer, La chica del tren viene a confirmar la voracidad del mercado por el género "thriller con chica desaparecida". Una receta que lleva sexo, drogas o alcohol, sangre y mujeres bonitas. Todo en pequeñas dosis, apto para el consumo rápido, inmediato y volátil. Como un mensaje de WhatsApp.
El hombre de Newt Scamander aparece, como autor de un libro de texto que deben estudiar los aprendices de mago en Hogwarts, en Harry Potter y la piedra filosofal, el primer libro de JK Rowling. Scamander es autor de una guía darwiniana, Animales fantásticos y dónde encontrarlos. Y un personaje misterioso y legendario. Ahora, después de la despedida de la saga Potter en el cine, con las últimas dos películas en el podio de las más taquilleras de la historia, Scamander se transforma en protagonista de un spin off que no será trilogía, como se había anunciado primero, sino cinco (¡cinco!). El británico David Yates vuelve a dirigir. "El protector del reino", como lo definió Colin Farrell, experto en el universo mágico de Rowling después de adaptar sus libros, trabaja ahora codo a codo con la millonaria autora, que esta vez es guionista. Su universo, imaginativo y vasto, enciclopédico, cruza ahora el atlántico y se traslada a Nueva York y a los años veinte, cuando Scamander (un chaplinesco Eddie Redmayne) llega a la isla Ellis con una maleta de dimensiones mágicas llena de animales fantásticos, unos más inofensivos que otros. Lo que sigue es una aventura abigarrada, llena de personajes y subtramas, en la que el mundo de la magia y el de los muggles (no-majs, en americano) volverán a mostrarse los dientes. Con todos los ecos biempensantes que esto conlleva. Los temas que ya estaban presentes en el mundo Potter: tolerancia, diversidad, aceptación del diferente y, en este caso con mayor fuerza, la protección y defensa de la naturaleza. El congreso de magia, MACUSA, enfrenta a un enemigo, hijo adoptivo de una mujer fanática enemiga de los segregados magos, mientras Newt se hace amigo de un pastelero no-maj, Jakob Kowalski que deja sin querer libres a sus criaturas, forzando la persecución del poderoso mago Percival Graves (Colin Farell, muy divertido). A ellos se sumará Propertina "Tina" Goldstein y su bella hermana Queenie, que lee la mente: un grupo muy simpático en el que rápidamente crecen la amistad y el amor. Los nuevos Ron, Hermione y Harry, para los desconsolados fans, el público al que en buena parte está diridiga esta nueva saga. Aún así, perteneciendo a los fans o no, el universo Pottermore tenía en la historia de Scamander una joya para pulir, una caja de pandora de buenas historias con tremenda potencia cinematográfica. Yates y Rowling le sacan provecho, y Animales fantásticos logra momentos realmente encantadores, aún entre la excesiva y algo agotadora mezcla de subtramas y acción fantástica durante más de dos horas. La Nueva York de los veinte aporta belleza, la mirada huidiza de Redmayne, si desconcertante al principio, suma misterio a un personaje que deja con ganas de conocer mejor. Y el paso de comedia, con el personaje de Kowalski -un gracioso Dan Fogler- aporta humor, ternura y simpatía marca de la casa. Párrafo aparte para las bestias y sus muy definidas morfologías y personalidades. Algunas entrañables pero temibles como elefantes en un bazar, empezando por el amigo parecido a un topo, adicto a todo lo que brilla. O el delicado híbrido entre vegetal y mantis religiosa que Scamander adora. Su indestructible amor por estas bestias -"le interesan más los animales que las personas", le dirá Tina- y la relación que tiene con ellas es uno de los motores centrales del corazón de la película. Que es grande.
Después de su paso por Cannes y de ganar en el último Bafici porteño, se estrena la ópera prima de Andrea Testa y Francisco Márquez. Basada en un relato de Humberto Constantini publicado en 1984, tiene un título con doble eco: la larga noche de la dictadura, en cuyos años sucede la historia, y la que vive su personaje, un oficinista gris al que el pasado militante viene a buscar. Francisco es un padre de familia procupado por un ascenso que no llega cuando se reencuentra con una compañera que le pasa un dato. Los militares van a llevarse a una pareja y él puede salvarlos si les avisa. Entre el no te metás y el deber moral, el solitario y tironeado Sanctis (un muy buen trabajo de Diego Velázquez) contagia tensión mientras el eco de sus pasos, en una ciudad anónima, deliberadamente oscura e impersonal, hace de su periplo una especie de viaje expresionista. Es en ese paso a la acción donde está lo mejor de esta película, que aprovecha el potencial cinematográfico de su historia, mínima y mayúscula, argentinísima y universal.
Un joven director de cine que fue niño apropiado y ha recuperado su identidad imagina a una mujer que fue su madre mientras su pequeña hija sufre una crisis de identidad ella misma. Por otro lado una mujer llamada Delfina vuelve a su pueblo para descubrir a una mujer ya muerta que era igual a ella. El protagonista, que ahora es Juan y antes Ezequiel, se cruzará con abuelas reales y otras con aire fantasmagórico que parecen acechar a la nena. Todo en Hija única es teatral, declamativo y, como se desprende de esta breve e inevitablemente confusa sinopsis, tremendamente pretencioso. La niña habla como una adulta, los adultos dicen cosas como "sueño en capítulos" mientras la cámara los toma en planos inclinados, por algún motivo. Quizá -no está claro, nada lo está- el director Santiago Palavecino quiso hacer una película sobre las consecuencias de las identidades robadas. Pero la grandilocuencia de este proyecto confuso, subrayado en la realización por una música clásica solemne y monumental, hace de Hija única una experiencia para el olvido.