El encuentro de Guayaquil está basada en un libro de Pacho O'Donnell. Esta película imagina lo que pasó cuando San Martín y Bolívar se encontraron para diseñar una estrategia revolucionaria conjunta. El resultado tiene varios problemas, en buena parte debido al exceso de texto, largas parrafadas que los intérpretes entregan, cayendo en una sobreactuación notable. La acción se soslaya, o se resuelve con trazos gruesos. En la historia entendida como transmisora de un mensaje, la solemnidad pesa demasiado.
Un matón a sueldo depresivo y un patético detective privado se cruzan en la Los angeles de los setenta para investigar, aunque parecen muy poco idóneos para la tarea, la desaparición de una mujer. El admirado Shane Black -guionista de Duro de Matar, director de Iron Man 3- se da, y nos da, el gusto de sumergirlos en la LA de las novelas negras, cuando el porno era industria floreciente, sonaba la música disco y los investigadores seguían los pasos de rubias lánguidas y misteriosas. En ese marco irresistible, en el que Kim Basinger y Russell Crowe son presencia central y guiño cinéfilo, estos dos sujetos, pareja despareja, generan una comedia, más que divertida, desopilante. El gag, el slapstick y la comedia física clásica marcan el ritmo, pero no con aire de homenaje a nada, sino con un pulso espontáneo y vital, lleno de sorpresas, gentileza del estupendo trabajo de los dos protagonistas, Crowe y el fantástico Ryan Gosling. Hay alguna meseta, hacia la mitad, en la que el brillo se opaca un poco y las situaciones parecen estirarse más de lo necesario. Pero van a pasar los días y te vas a seguir riendo.
Basada en una novela gráfica, Gemma Bovery, que a su vez se basa, claro, en la obra maestra de Flaubert, Madame Bovary. Una Gemma sensual que llega a revolucionar el bello pueblito de Normandía, sobre todo las fantasías dormidas del panadero, que no puede sacarle los ojos de encima. La directora propone un juego en el que la despampanante Gemma es encarnación de la insatisfecha Emma, y producto de la ensoñación de este señor leído. Un juego ingenioso, que se sigue como comedia placentera y soleada, aunque muestre sus cartas con una evidencia demasiado insistente.
Con mucho menos presupuesto que un tanque estadounidense se puede hacer cine catástrofe. Y del bueno. Si tiene dudas, vaya a ver La última ola, que se ocupa del antes, durante y después el desprendimiento del fiordo noruego de Geiranger, que provocó un tsunami devastador. El director se concentra y observa tan bien a sus personajes, el geólogo héroe y su familia, que cuando llega la catástrofe estamos ahí, con ellos. En su simpleza, La última ola llega al hueso del género: una crónica de la naturaleza en estado de furia.
Un ejército de desagradables orcos invade la tierra y los humanos, aliados con algunos de ellos, deben defenderse. Este traslado al cine de un exitoso videojuego respira como película autónoma y hasta entretiene, aunque uno esperaba más de Duncan Jones, hijo de David Bowie y director de la notable En la Luna. Los efectos especiales son desmesurados y comiqueros, el argumento plagado de solemnindades. Entre batallas salpicadas de sangre verde y un grupo de actores solventes, encabezados por Travis Fimmel, de Vikingos, una fantasía con aire de clase B que se deja ver y no quedará en el recuerdo.
Un hombre que ha firmado un contrato para acabar son su vida conoce a una mujer que hizo lo mismo. Así nace esta comedia romántica negra, capaz de meterse con asuntos tan importantes, y difíciles, como el suicidio asistido, la ausencia o el vacío de la riqueza material sin despegarse de su esencia: una historia de amor distinta. Hay una voluntad evidente de esquivar lo trillado, pero también un convencionalismo de base del que no escapa. De todas formas, consigue divertir, lo que no es poco.
Sergio y Noemí juegan, sueñan cosas raras, encuentran una caja bajo la carpa que los refugia en el jardín de su casa. Ella vive con su padre y el recuerdo de una madre que ya no está, también hay una tía devota de la difunda Correa. En Berisso la vida es dura, falta trabajo y cuesta pagar el costo de organizar un cumpleaños infantil. El director Claudio Remedi cuenta así su historia en dos planos, mirando lo social sin miserabilismos, desde la lupa de los chicos. Es bueno el trabajo de Sergio Boris, entre actores debutantes y locaciones atractivas. Sensible primer paso de un documentalista en el largometraje de ficción.
Melodrama romántico como los de antes, en plan Love Story, basada en el best seller del momento y ópera prima de una mujer, una película no apta para los que sufren intolerancia al dulce. Los demás, en cambio, encontrarán aquí unos personajes muy reales que crecen en una relación incómoda, a lo Bridget Jones. Él es un rico heredero que, después de un accidente, está en silla de ruedas sin ganas de vivir. Ella es la chica campanita que viste colores chillones, relegó estudios para ayudar a su familia y toma el trabajo de cuidarlo. Él es el lindo Sam Claflin, de Los juegos del hambre y a ella la interpreta la actriz de moda, la inglesa Emilia Clarke, que estacionó los dragones de Game of Thrones para hacer algunas películas como ésta. El final es polémico, y las lágrimas, placenteras como lo que vino antes.
Para esta secuela de ese hito de la ciencia ficción que fue Día de la Independencia, veinte años son mucho. Ahora, la invasión alienígena llega -vuelve- recargada, y hay una presidenta al frente de la Casa Blanca, que es lo mismo que decir al frente del mundo mundial. La ausencia de Will Smith se nota, el entretenimiento pochoclero está minado de chistes para un público infanto juvenil y las escenas de destrucción y guerra interplanetaria son, cuando no emulan un videojuego de marcianos, tan desmesuradas como divertidas. Y diversión es lo único que se le pide a este tipo de propuestas. Aún sin la chispa y la audacia de la antecesora, con su arco de subtramas, patriotismo y personajes arquetípicos en peligro, se las ingenia para entretener con ritmo y oficio de Roland Emmerich, experto en blockbusters. Pero el esquema no puede evitar sonar viejo. Se ve que, como las fuerzas armadas del espacio sideral, el pochoclismo también ha evolucionado.
Opera prima de una directora chilena, Pepa San Martín, se basa en el caso real de una jueza que perdió la custodia de sus dos hijas por estar en pareja con otra mujer. Con sensibilidad e inteligencia, la directora toma el punto de vista de la mayor de las nenas y hace de la vida de esas chicas el corazón de la película. Una decisión que le permite meterse con un tema social, y político, sin cargar las tintas, moralizar ni bajar línea. Rara se ve con placer y emociona con el que en definitiva es su verdadero tema: el de la naturalidad del mundo infantil sometido a la estupidez, los prejuicios y rigores del mundo adulto. Los trabajos de las cuatro actrices principales son un aporte fundamental.