En una antigua casa de campo, contenida por un paisaje de árboles y montañas que desborda la vista, dónde el tiempo se encuentra inmóvil en un rincón, funciona un instituto que hospeda mujeres con problemas psiquiátricos. Entre las residentes se encuentra Beatrice (interpretada por Valeria Bruni Tedeschi), una integrante de la familia propietaria del lugar, quién debió abandonar la rutina de la alta sociedad italiana por la bipolaridad y los ataques de ansiedad que sufre. Un día, como tantos otros, llega a la casona Donatella (excelente actuación de Micaela Ramazzotti), una paciente que ha perdido la custodia de su pequeño hijo y presenta claros síntomas de inestabilidad. Beatrice, deriva inmediatamente su atención hacia ella y no duda en acercársele para autoproclamarse su guía y mentora. De apoco queda cautivada por la historia de Donatella, quien la conduce a una amistad y apego que no había expresado por ninguna otra integrante del lugar. La relación que forjan las estabiliza y estimula a tal punto que los profesionales que las asisten se convencen en permitirles una salida con fines laborales. Un transporte retrasado y la continua inquietud de Beatrice las hace abordar un colectivo iniciando una serie de aventuras, que van desde compras en un shopping y cenas lujosas, hasta la búsqueda de aquellos de quienes fueron alejados. Paolo Virzi, realizador de El capital humano (2013), en esta ocasión apela a la comedia dramática para describir el recorrido que estas dos mujeres (con orígenes totalmente opuestos) realizan para encontrarse. Con algún punto de referencia en Thelma & Louise de Ridley Scott (1991), las protagonistas son dos mujeres que deciden escaparse un fin de semana para romper con las rutinas que agobiaban sus vidas. Loca alegría insta a vivir la vida ahora, rompiendo reglas, saltando muros, llevando la locura a todos los estratos de la sociedad, aunque sea sólo por un breve momento. Ambas, descubrirán que son las únicas que pueden ayudarse a superar sus propios problemas. Cabe destacar nuevamente las actuaciones de ambas actrices: Valeria y Micaela que no exageran en cuánto a sus interpretaciones, divierten y generan sensaciones de ternura y compasión. Una y otra conforman un dúo que sostiene todo el hilo conductor de la película de principio a fin sin sobresaltos y con un final que explota de emoción. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
El pasado 15 de septiembre se estrenó la tan ansiada película Gilda, no me arrepiento de este amor. La brillante actuación de Natalia Oreiro junto al talento de la directora, productora y guionista Lorena Muñoz, supieron conformar una dupla para componer a la famosa cantante para que tanto, fanáticos y no, conozcamos a la mujer que dio vida a la leyenda. Veinte años pasaron de aquel fatídico accidente en la Ruta Nacional N° 12 en dónde perdieron la vida Gilda, su mamá, su hija mayor, el chofer que conducía el micro y parte de los músicos de la banda. La directora trasladó al cine la historia de una mujer que se dedicaba a la docencia como maestra jardinera y, no satisfecha con la profesión, decidió romper con todas las reglas que la sociedad le imponía tanto en su entorno familiar como en el mundo artístico de las bailantas, para terminar con la complacencia de la rutina, las necesidades de ocasión y los sueños postergados. “Vuelen, vuelen alto” dijo en uno de sus últimos recitales y ella voló tan alto que no lo pudo disfrutar. Lo que comenzó como un juego, una curiosidad, termino convirtiéndose en leyenda, alcanzando aquello que muchos artistas desean pero solo el soporte del publico consigue concretarlo. Un día triste y lluvioso, en un extenso plano secuencia, el féretro es trasladado (una imagen muy poética) y los fans lloran y tocan la puerta del coche fúnebre envueltos en la desesperación sin entender nada de lo que sucedía. Previamente, junto a la visualización de imágenes de archivo, se escucha – en voz en off – a diferentes periodistas informando sobre la tragedia. Y así comienza esta historia de lucha y perseverancia. De pronto viajamos al pasado para conocer a Myriam en su niñez, su intimidad, transitando con ella su nostálgico despertar musical reprimido como la guitarra de su padre (interpretado por el músico Daniel Melingo) guardada en unos de los cuartos olvidados de la casa en la que vivía. La vemos andar por el jardín de infantes y el trato amoroso que tenía con los niños. La relación con su marido (una excelente actuación de Lautaro Delgado) sus hijos y las tensas situaciones que atravesaba con su madre (Susana Pampín). La monotonía se quiebra cuándo Myriam encuentra un aviso en el diario en el que buscaban cantantes. Así conoce a Toti Giménez (interpretado por Javier Drolas) productor y tecladista quien llevará a la gloria a quién hasta ese momento era simplemente conocida como “Gil” (tributo personal que Myriam le rendía al personaje Jill Munroe que Farrah Fawcett interpretaba en la serie Los Ángeles de Charlie). A partir de este hecho comienza el cambio, nace Gilda y con ella la valentía de enfrentar los prejuicios que el mundo de la noche y la bailanta le imponía. Una época dónde las cantantes voluptuosas y las canciones carentes de contenido dominaban los escenarios de la movida tropical. Gilda traspasa todo eso y se enfrenta a la mafia del ambiente cumbiero junto a Toti que la resguarda de lo que le haga mal, conformando un papel muy importante en la vida de la cantante. Advertimos cómo “Pasito a pasito” (tal cómo se titula una de sus canciones) Gilda avanza en su carrera, de manera ascendente, en cada recital que brinda. La propuesta que presenta Muñoz no tiene nada que envidiarles a los tanques norteamericanos de musicales jukebox en dónde la banda sonora forma parte del mismo argumento de la historia (como se puede apreciar en películas como Mamma mía (2008), Rock off Ages (2012) o Jersey Boys (2014) entre otras). Natalia Oreiro se mete en la piel de la Myriam ama de casa y de la Gilda leyenda interpretando, en cada escena los gestos, las miradas, los bailes, la tristeza, una borrachera ocasional, un cansancio corporal hasta la culpa por dejar a sus hijos por las noches. Todo se demuestra de manera impecable: el parecido físico, la voz, sus vestidos, peinados y maquillaje hacen de Oreiro una perfecta combinación que no exagera y se encuentra en su justa medida. Todo esto es posible gracias a la investigación que la directora de Los próximos pasados (2006) realizó sobre la vida de la cantante. Con la mirada documentalista que la caracteriza ayudó a alcanzar el alma de Gilda y Natalia Oreiro supo ver más allá del personaje y adentrarse en el corazón de la abanderada de la bailanta. Apreciando los pequeños “guiños” a los fans, escondiendo detalles y colmando la pantalla de referencias, faltó cuidar un poco más al espectador ajeno al fenómeno que se retrata. Teniendo en cuenta que Gilda ha grabado de 1992 a 1996 seis álbumes en estudio, costaba descifrar cuándo avanzaba el tiempo. El mismo se podría haber manifestado mejor, ya que parecía en todo momento que estábamos situados en un mismo año, esto le impide al filme transcurrir sin fisuras. De todas maneras, nos encontramos ante una propuesta perfectamente realizada, respetuosa ante la familia de Gilda, con actores sólidos contando la historia de una mujer que trascendió tanto en la tierra como en el cielo y supo ganarse el corazón del público. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Tendido en el césped con una actitud pensativa y una mirada desafiante (si son las primeras horas de la mañana o el final de la tarde, no lo sabemos), un hombre de unos treinta y pico de años mira con apatía la Iglesia que esta frente a él. Acompañado solo por la decisión que tomó y la mochila que colgará de su espalda durante todo el relato, entra a la Iglesia para apostatarse. Aquí es donde todo comienza. Gonzalo Tamayo (interpretado por el actor no profesional Álvaro Ogalla) es quien le da motivos a su madre (inculcadora de tradicionalismos familiares y católicos) para ocultar situaciones o mentir resultados: su errante desempeño académico, una relación con su prima (interpretada por Marta Larralde) que va más allá de lo platónico, el tener como única fuente de trabajo los favores que le hace a su padre o las clases particulares que le dicta al hijo de una vecina, entre otras cuestiones dignas de una vida dedicada a luchas de imposibles. Empecinado en ser eliminado de todo tipo de registro que la Iglesia Católica posea de él, el protagonista nos obliga a acompañarlo en sus reflexiones (que varían de simples vaguedades a complejos argumentos legales) dedicadas a las obligaciones familiares, las constituciones tradicionalistas, las burocracias, la vida. Este filme de Federico Veiroj (conocido por La vida útil y Acné), muta entre largas y pesadas escenas de Gonzalo en su cotidianidad (a veces en un tono demasiado periódico e intrascendente) y los mundos de fantasía que el protagonista crea consciente o inconscientemente en donde desarrolla planteos que en raras ocasiones ayudan a transitar la trama. Co producción entre Uruguay (País de origen de Veiroj), España y Francia, pero con un marcado acento español, podemos experimentar los paisajes de un centro urbano ibérico, así como la tranquilidad de los suburbios. El Apóstata nos muestra el camino tomado por el protagonista a través del humor, el amor y lo absurdo intentando justificar en todo momento por qué toma esta decisión, con diálogos e imágenes que a veces traspasan la realidad, y otras veces solo sirven para justificar los 80 minutos de película. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
El blues es un género musical nacido en el sur de Estados Unidos, derivado de las canciones que los esclavos cantaban como un reflejo amargo y doliente de los conflictos sociales que los rodeaban, así como también, los problemas personales que atravesaban. La palabra blues resume esas sensaciones con su significado: melancolía. Quizá ésta sensación de tristeza es lo que brotó de María Luz Carballo cuando decidió, con tan solo 19 años, ir a probar suerte a la ciudad de Chicago. Aferrada a un papel con el número de teléfono de un importante músico y a su guitarra como única compañía, abandonó su barrio de Devoto. Los roces familiares, un entorno conflictivo y por sobre todo una relación amorosa que entremezcló el exceso y la obsesión, no detuvieron a esta joven artista. Una vez en Chicago, las cosas no suceden cómo las esperaba. Sus llamados no contestados la dejan rápidamente sola en un país extraño con un idioma que no entendía. A partir de ahí, comienza un camino de travesía buscando lugares para sobrevivir, trabajando en las calles para tener un sustento, esquivando la marginalidad de la migración y los suburbios de crímenes y drogas. En esta vorágine de la vida conoce diversos personajes: bluseros de barrio y artistas consagrados. Quince años pasaron y María Blues (así es apodada en Buenos Aires) emprende el retorno a esa casa que una vez la vio partir, pero esta vez, todo es diferente y ella también. Nacho Garassino estrenó en 2015 el policial ContraSangre y actualmente trabaja en la preproducción del largometraje El Fusilamiento de Dorrego. En 2011 fue director del filme El túnel de los huesos. Pegar la vuelta lo embarca en esta aventura blusera que lo encuentra nuevamente detrás de cámara. Nacho conoció a María en Chicago cuando presentaba El túnel de los huesos y, más allá del interés que le despertó su historia, se identificó con ella porque tenían muchas cosas en común. Ambos abandonaron Argentina a fines de los años noventa buscando ese refugio que nuestro país, en ese momento, no les podía dar. Ambos sintieron tristeza y angustia por haber tomado esa decisión. Ambos tuvieron la experiencia de ser inmigrantes y sentir en carne propia lo que es estar en tensión permanente en un lugar sin tus costumbres, que no refleja tu patria. Quizás fue por el cúmulo de todas estas emociones que el director construyó este relato, para mostrar a través de ella lo que es dejar todo atrás en pos de luchar por expresar lo que uno quiere decir, siendo solo fiel a lo que se lleva en la sangre, a lo que uno es. Pegar la vuelta refleja los miedos, las inseguridades, las ganas de volver y no saber con qué te vas a encontrar, el extrañamiento que provoca estar en otro país. Planos detalle, música de fondo de la propia María Blues, narración en primera persona, videos en vhs, testimonios de familiares directos, saltos de un país a otro, todo esto conforma esta gran historia de lucha y perseverancia. María relata de principio a fin toda su historia hasta el día de hoy, no escatima en nada, todo es expresado de tal manera que el espectador quedara asombrado ante cada anécdota. Cómo último detalle vale destacar las participaciones de Pablo “Sarcófago” Cano, Miguel Vilanova (Botafogo) y Lito Epumer. María Luz lleva el blues en la sangre y no es para menos, pertenece a la dinastía de Los Carballo, familia de músicos, de mucho rock y pasión, condimentos sin los cuales el blues no se podría expresar. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
La historia nos aleja de la ciudad y de la vida citadina a la que estamos acostumbrados. La vorágine del día a día y la rutina suelen omitir los innumerables paisajes que la Argentina ofrece. Mientras las máquinas de oficina nos encierran en redes, barullo y estática, en otro lugar muy alejado de la locura urbana, una niña misteriosa (en medio de un vasto y majestuoso horizonte) decide quedarse a vivir entre los habitantes de una colonia alemana. Esta película situada en el interior del país (en la comunidad rural de Valle María – Entre Ríos -) nos recuerda a otros filmes que ya se han estrenado en lo que va del año, como, por ejemplo: El eslabón podrido de Javier Diment y Crespo (la continuidad de la memoria) de Eduardo Crespo, siendo esta última muy significativa, ya que ambos directores, Crespo y Schonfeld, son oriundos de la localidad de Crespo y, a su vez, las historias que cuentan en sus filmes están basadas en un hecho real que cada uno vivió de pequeño. Estos relatos apuestan al extrañamiento del espectador y a romper con la estructura tradicional de contar una historia de la vida del hombre urbano, buscando locaciones naturales y alejándonos de lo que estamos habituados. Maximiliano Schonfeld (director y guionista de esta cinta) elige nuevamente como escenario el paisaje rural, una colonia alemana, un peligro que supone la pérdida de la cosecha y a parte del elenco que ya había participado en su primera película Germania (2012). La helada negra es un fenómeno meteorológico que sucede durante la noche cuándo la temperatura cae por debajo de 0 grados perjudicando la vegetación. Al no haber un punto de rocío las plantas sufren quemaduras quedando impregnadas de un color negro. La pérdida de la cosecha es lo que amenaza a los hermanos Lell, hasta que Alejandra (interpretada por la actriz Ailín Salas) se presenta con una especia de cura, sanando el mal que los está acechando. La helada cesa y pronto los lugareños correrán la voz en todo el pueblo. La película tiene su momento misterioso y religioso acompañado por una increíble fotografía que Soledad Rodríguez sabe mostrar de manera cálida al hacernos sentir correr la brisa en nuestras caras. Durante un largo tiempo no sabemos quién es esta joven misteriosa, qué es lo que hace allí, si es que la retienen, o simplemente no quiere escapar. Este y muchos interrogantes más que son develados casi al final de la película. También se puede apreciar los sentimientos que empiezan a surgir por parte del más joven de la familia, la confusión que siente hacia Alejandra al no querer dejarla ir ya siendo para cuidar los campos o simplemente para que se quede con ellos. El director se detiene, en este caso, en las imágenes (prolijamente filmadas) más que en los diálogos, juega con escenas de montaje como, por ejemplo, el primer plano de la cara de la protagonista fundida con el paisaje del campo. Schonfeld nos invita a entrar en una historia de misterio dónde el espectador tiene que prever todo lo que va sucediendo en una atmósfera de grandes paisajes, pocos diálogos y sugerentes miradas. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Irene Lorenzi (interpretada por Margherita Buy) es una mujer de unos cuarenta años, profesional y soltera. Su vida transcurre en dos planos: por un lado, su familia compuesta por una hermana casada con dos hijas y una antigua ex pareja, por otro lado, el trabajo. Evaluadora de calidad y atención al cliente como mystery shopper, se aloja en hoteles cinco estrellas haciéndose pasar por turista para examinar todo minuciosamente, utiliza todos los servicios posibles: verifica la limpieza, controla la temperatura de la comida, el tiempo que tardan en traer un pedido y duerme en sabanas de seda. Luego, entrega un informe en dónde refleja si ese hotel se encuentra a la altura de su categoría. La soledad, que indica el título, se pone en evidencia cuándo su jefe la contacta para hacer un viaje de último momento poniendo de excusa que la persona elegida se encuentra de licencia por maternidad. Al principio se resiste, pero acepta porque sabe que es la única que no tiene a nadie que la espere en casa. La directora y escritora de este filme Maria Sole Tognazzi, nos invita a acompañar a esta “espía” a través de una variada cantidad de ciudades. En un viaje en taxi del aeropuerto al hotel conocemos, junto a ella, los lugares en dónde se encuentra. La película nos sitúa muy bien en tiempo y espacio, nos instruye del trabajo que realiza Irene y la relación que tiene con su familia. Sin embargo, nunca salimos de la recurrencia de los viajes, los hoteles, el informe, el contacto esporádico con los allegados. Durante un largo tiempo estamos dentro de ese círculo esperando que suceda algo que rompa el equilibrio del relato, lo cual ocurre de manera tibia y ligera inquietando a la protagonista a replantearse el estilo de vida que lleva. Este filme pone al descubierto la rutina de las mujeres que priorizan el éxito profesional y el destaque en un mundo altamente competitivo en el cuál vivimos. Viaggio sola es un contraste entre una vida de éxito y lujo, contra un entorno enfocado en la familia, el matrimonio, un hogar constituido. Y esto se refleja en la contrafigura que es su propia hermana. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Una visita al museo de Ciencias Naturales y la tarea de excavar para encontrar huesos de dinosaurios proyectan en la inocente mirada de una niña las ganas de repetir la experiencia en el jardín de su casa. La foto de su madre sobre la cajita que contiene sus cenizas. Su amigo del colegio y vecino. Una tía preocupada por la educación de su sobrina y fanática de la difunta correa. La vida de esta niña en medio de un barrio industrial. Siendo un buen tema para explotar (a esa edad -entre los 10 y 12 años- comienzan a despertarse ciertos sentimientos. Es la pre adolescencia que brota y con ella todos los cambios que eso significa), la relación de la niña con su mejor amigo no logra cautivar, se pierde entre plano y plano generando una discontinuidad en el relato que nos impide llegar al corazón de la protagonista. En el filme se puede apreciar dos ejes: por un lado, la historia de los infantes y, por el otro el rol que juegan los adultos en medio de ellos. Los diálogos entre los actores son escasos y poco fluidos (tanto de los niños como los adultos), hay silencios en los que el espectador espera una resolución que no aparece. En la trama, Noemí y Sergio (primera película que los tiene como protagonistas a Martina Horack y Joaquín Remedi) por las mañanas van al colegio y a la tarde se embarcan en la aventura de encontrar un tesoro en el jardín de la casa de Noemí, envueltos en un entorno adulto en el que priman las peleas familiares por la lucha de tener un trabajo digno y hay padres ausentes. La ilusión de Noemí es la primera película de ficción del director y guionista Claudio Remedi, quién anteriormente había realizado documentales como La historia invisible (2013) y Agua de fuego (2001) entre otros. Remedi bosqueja una muy linda historia para contar pero lamentablemente no pudo elevarse a planos más interesantes. En la cinta se perciben las ganas de contar y todas las intenciones de expresar el relato de la mejor manera posible, pero el resultado final no alcanza, queda inconexo, sin relevancia. La ilusión queda guardada en la cajita de lata que Noemí descubre en el patio de su casa. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
En algún lugar recóndito del interior provincial existe un pueblo llamado “El escondido”, rodeado de árboles frondosos, sonidos naturales, caminos de tierra y algunas señas particulares en las que pareciera ser que este sitio quedo detenido en el tiempo. La historia se centra en una familia compuesta por la madre llamada Ercilia (interpretada por una correcta Marilú Marini) que padece problemas de memoria debido a su avanzada edad y, presintiendo que su muerte esta próxima, les aconseja a sus hijos lo que deben hacer cuando ya no este. Es considerada la bruja y curandera del lugar. Sus dos hijos son: un varón -el mayor- Raulo (un destacado Luis Ziembrowski) hachero con capacidades no del todo desarrolladas, a quién acompaños a través del recorrido que hace todas las mañanas para repartir la leña, conociendo de esta forma a los diferentes personajes del pueblo y sus atractivas características. Raulo tiene una hermana menor, Roberta (una sugestiva Paula Brasca), prostituta del pueblo a la que todos desean por ser la más joven del burdel. A la relación de estos hermanos tan intimista y costumbrista, se suman a un cóctel conformado por amores no correspondidos, pasiones desmedidas, violencia sexual, cuerpos en alto voltaje, humor negro y mucha sangre. Factores que terminan desarrollando este cuento. La película, si bien, comienza pausada, es notorio sentir el acompañar a Raulo en su camino. El sonido ambiente nos introduce en ese bosque desolado, intrigante y tétrico. La película va subiendo de tono cuando llega la noche y vemos a Roberta en acción, junto a ella las personas que saludan tan amablemente durante el día a Raulo, cambian totalmente dando lugar al morbo y a lo más bizarro de sus emociones. Esta es la segunda película de ficción que dirige Valentín Javier Diment, antes había realizado La memoria del muerto en 2012 y el documental Parapolicial negro en 2010. El director no escatima en contar lo que quiere y mostrarlo como realmente es: desnudo o mutilado como sea necesario. Un cine de género que nos lleva a suponer otras realidades, salir del prototipo de lo normal, corrernos de ese mundo urbano que vivimos a diario.Turbulenta película que muestra el costado sombrío de los humanos. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
¿CAUSALIDAD O COINCIDENCIA? El director de este documental nació en Crespo -provincia de Entre Ríos- (un municipio con 22.000 habitantes. Considerada la capital nacional de la avicultura) su apellido es Crespo y, actualmente vive en el barrio porteño de Villa Crespo. En una de sus visitas a su lugar natal una inesperada situación acontece: su padre muere. A partir de ahí comienza la reconstrucción de esta película que inicialmente tenían considerado realizar padre e hijo, en donde la idea original era documentar la historia de Crespo y su actividad económica, la relación que los unía y sobre todo las vivencias del padre, un referente para el distrito. El director reconstruye la memoria en un conmovedor bricolaje a través de fotos viejas, discos, el testimonio de la madre, diapositivas, estampillas, películas en súper 8; viajamos al pasado para conocer a su padre, y es con estos recursos dónde rompe la estructura del relato en una suerte de continuidad discontinua. La película no es cronológica, construye lo que quiere contar al mismo tiempo que se está realizando la filmación, siendo de gran atractivo esta búsqueda de objetos antiguos para acentuar los recuerdos. De esta manera el trabajo es completamente emotivo. Por momentos, cuando intenta conformar un hilo conductor con un tema a tratar, el pueblo lo distrae y aparecen personajes como por arte de magia, como un fotógrafo de tumbas o un artista plástico que vive aislado del pueblo y del tiempo. Ellos dan testimonio de lo que hacen en el lugar, desarrollando de esta forma al Crespo pueblo, retornando luego a la búsqueda de la historia del Crespo padre. Eduardo es quien va relatando -en off– lo que filma para situarnos en tiempo y espacio, pero no son muchas las palabras, hay más imagen y testimonio. La continuidad de la memoria es no olvidar, mantener vivo el recuerdo de su padre, del pueblo que lo vio nacer, de los habitantes del lugar, y transitar el dolor de la perdida homenajeándolo de la manera que mejor pudo, realizando este documental. La muerte, a veces, golpea como un rayo inesperado que tenemos que aprender a enfrentar y, esta fue la manera que el director Eduardo Crespo encontró para sobrellevar su dolor. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
El Jim de esta historia es un adolescente que vive en un pequeño pueblo de Gales, junto a sus padres y una hermana mayor que abandona el hogar para ir a la universidad. Es introspectivo, monótono, rutinario y enfrenta diferentes situaciones con sus compañeros de escuela, la chica que le gusta, sus padres, sus vecinos. Seguimos a Jim a lo largo de todo el día, narrado en un estilo sobrio, sin sobresaltos. Esto cambia cuando en la casa que está junto a la suya se muda un extraño vecino caracterizado muy al estilo de los años 50: campera de cuero, peinado con gomina, un leve jopo asomando, la actitud que muestra ante la vida nos recuerda a un joven Jim Stark (el James Dean de Rebelde sin causa). En ese instante es como si comenzará otra película, en la que el relato se desestructura. Hay diversión, alegría, bailes, todo cambia. En esta etapa el director despliega varios recursos, el más atractivo de ellos es el plano detalle, el cual utiliza para describir las diferentes personalidades de los personajes como un cigarrillo en mano, una boca sonriente o un par de ojos sorprendidos. La musicalización siempre es acorde al relato, en varias escenas las letras de las canciones funcionan como narradoras de la acción. Craig Roberts (conocido por Submarine -2010-) no solo protagoniza esta cinta (en el papel de Jim), además muestra solvencia en su primera experiencia como escritor y director. Cada pieza encaja perfectamente con lo que quiere contar. Construye el relato a través de los ojos de su personaje, de este modo percibimos lo que le sucede en cada situación. Acompañado por el actor Emile Hirsch (en el papel de Dean), quien encarna al nuevo vecino, logran formar una dupla que plantea una constante oposición: la experiencia frente a la inexperiencia, la locura vs el raciocinio y la vergüenza frente a la osadía. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz