Monstruos del pasado A través de grandes producciones el cine de monstruos ha desatado la furia sobre ciudades, llevando la calamidad consigo a todos los rincones del universo para que la civilización tenga un enemigo común. Ya sean robots, monstruos de otra dimensión o antiguos mitos populares, estos engendros han cautivado el imaginario con su afán por la destrucción. El nuevo film del realizador español Nacho Vigalondo (Extraterrestre, 2011) es una obra que juega con la grandilocuencia de las películas catástrofe pero la combina con un tono de comedia dramática no exenta de un discurso psicoanalítico sobre la neurosis, la psicopatía y la dificultad de los seres humanos para construir relaciones. Gloria (Anne Hathaway) es una escritora desempleada que vive en un estado de fiesta permanente. Cuando su novio Tim (Dan Stevens) decide poner en suspenso la relación debido a su problema con el alcohol para que ella deje sus malos hábitos, la mujer debe abandonar Nueva York para regresar a su casa paterna en un pequeño y anodino pueblo del centro de Estados Unidos. Allí se reencuentra con su mejor amigo de la escuela, Oscar (Jason Sudeikis), que la contrata como ayudante en su bar para revivir los viejos tiempos. Mientras Gloria se emborracha lamentándose de su crisis existencial y se divierte en el bar con Oscar y sus amigos Joel y Garth, un evento trágico brota de la nada y acapara todas las conversaciones. Un monstruo se ha materializado en Seúl destruyendo varios edificios y causando el pánico en la capital de Corea del Sur para desmaterializarse horas después. En medio de esta historia Gloria comienza una relación con Joel a espaldas de Oscar, que parece bastante enamorado de ella desde hace años. Cuando Gloria descubre que las apariciones del monstruo están relacionadas con sus lagunas temporales producto de las borracheras nocturnas, la vida de la mujer parece perder absolutamente el equilibrio, pero pronto descubrirá que su caída es el camino de la sanación. Colossal (2016) narra de esta manera el resurgimiento de un trauma infantil a partir de la fantasía creando una situación de realismo mágico que combina elementos de la indistinguible inocencia y crueldad de la niñez con el odio encarnecido que solo los adultos pueden desatar como producto de las heridas mal cicatrizadas del pasado. La historia del monstruo irrumpe en el relato como una intrusión en la civilización y la física para convertirse en parte de la vida de Gloria y Oscar y de esos temas pendientes no resueltos de su amistad que los acosan. Vigalondo crea un drama en el que las situaciones cómicas, las tragedias, los rechazos y las relaciones de amistad y pareja se entrecruzan para formar un equilibrio de tonos en los que cada elemento aparece en su medida justa sin menoscabar a los otros. El realizador español demuestra aquí que es posible crear personajes que combinan la trivial realidad con la fantasía más disparatada y divertida e insertarlos en una historia en la que el realismo y lo fantástico conviven de forma maravillosa a través de un inconsciente que se hace carne, generando un lugar para que las ilusiones de los niños y el mundo adulto convivan y encuentren sus puntos en común con el objetivo de crecer y dejar atrás al hombre- niño.
Muertos en el mar La saga fantástica del excéntrico y divertido pirata del caribe Jack Sparrow y sus cómplices regresa en una quinta entrega con Piratas del Caribe: La Venganza de Salazar (Pirates of the Caribbean: Dead Men Tell No Tales, 2017), una nueva excusa para que Johnny Depp se disfrace de su famoso personaje y deslumbre con su ampulosidad y versatilidad. Los realizadores de Kon-Tiki (2012), Joachim Rønning y Espen Sandberg, intentan regresar al tono impuesto por el director Gore Verbinski (La Cura Siniestra, A Cure for Wellness, 2016) en las tres primeras entregas de la saga para diferenciarla de la decepción general de la cuarta parte Piratas del Caribe: Navegando Aguas Misteriosas (Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides, 2011), dirigida por Rob Marshall (En el Bosque, Into the Woods, 2014). La historia pone a un costado a Sparrow, quien cede el protagonismo a una generación más joven, en este caso Henry Turner (Brenton Thwaites), el hijo Will Turner (Orlando Bloom) y Carina Smyth (Kaya Scodelario), que cumple un rol similar al de Elizabeth Swann (Keira Knightley). La trama pone a Henry a buscar el tridente del dios del mar, Poseidón, para romper la maldición que tiene a su padre atrapado en la embarcación maldecida, El Holandés Errante. En una batalla naval el hijo de Will Turner sobrevive a la masacre de toda la tripulación por parte de una fragata española hundida gobernada por muertos vivos, bajo el mando del capitán Salazar (Javier Bardem), atrapado junto a sus hombres en un limbo a la espera de que Jack Sparrow se desprenda de su brújula. Para liberar a su padre, Henry se alía con Sparrow y con Carina, una científica sentenciada a muerte por brujería por sus avanzados conocimientos de astronomía y matemática, que también pretende encontrar el tridente de Poseidón para cumplir con las investigaciones de su padre. Cuando Sparrow intercambia su brújula por un trago en una taberna libera accidentalmente a Salazar, quien emprende junto a su embarcación de muertos una cacería de piratas, atacando a los navíos de Héctor Barbossa (Geoffrey Rush), que finalmente se une con Salazar para entregarle a Sparrow y salvar su flota. En esta intrincada historia de vaivenes que no dejan lugar a ningún tipo de reflexión, la producción incesante de entretenimiento inofensivo es la constante, dándose el lujo de incluir una escena con el músico inglés Paul McCartney, aquí un tío pirata de Sparrow. Con una muy buena dirección de parte de los realizadores noruegos, un buen guión de Jeff Nathanson (Robo en las Alturas, Tower Heist, 2011) y una andanada de efectos especiales demasiado invasivos, el film crea una historia compleja, con varios elementos interesantes pero sin mucho desarrollo de los mismos como por ejemplo el de la contraposición entre el mundo mágico y el científico y la vida pirata y la de los capitanes de los imperios marítimos que los perseguían para proteger los mares de los corsarios y bucaneros que los surcaban. Piratas del Caribe: La Venganza de Salazar cumple de esta forma con su premisa de generar un espectáculo para toda la familia sin grandes pretensiones. Con agilidad y muy buenas interpretaciones de un excelente elenco en el que se destacan Johnny Depp, Geoffrey Rush, Javier Bardem y Kaya Scodelario, el opus de Rønning y Sandberg narra con mesura este relato fantástico donde las leyendas y la historia se encuentran para dar rienda suelta a la imaginación y a un componente fantasmagórico.
Lo que subyace A pesar de la caída del socialismo real en Europa del Este, las políticas neoliberales, el fracaso de la promesa de integración continental con el occidente democrático burgués y la situación de la industria cultural en los países con inestabilidad económica y política como dispositivos de expresión del malestar social, han impactado en el cine de los países que integraron el Pacto de Varsovia. En este sentido, el cine rumano, particularmente, se ha consolidado como un faro de cine social de gran calidad con historias incisivas que ponen en cuestión tanto el legado comunista como el presente capitalista. Graduación (Bacalaureat, 2016), el último film del talentoso realizador rumano Cristian Mungiu -(4 Meses, 3 Semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamâni si 2 zile, 2007)- plantea la brecha entre padres e hijos, las contradicciones sociales del país, las diferencias generacionales, la idiosincrasia rumana y la violencia social que subyace a las sociedades bajo el capitalismo financiero. Cuando su hija Eliza es atacada por un preso recientemente fugado de la prisión, a plena luz del día en la calle, sin que nadie la ayude ni intervenga, la vida que su padre, Romeo, planeaba para ella se viene abajo y sus decisiones comienzan a marcar un peligroso camino que lo aleja de su familia y lo acerca al abismo. Debido al intento violación, la beca que Eliza consiguió para continuar sus estudios universitarios en la Universidad de Cambridge en Inglaterra peligra debido a la posibilidad de que no pueda obtener las calificaciones que necesita para ingresar por el trauma de la situación que la lleva a replantearse la necesidad de continuar su vida lejos de su familia, su país y sus seres queridos. El film de Mungiu se centra en el personaje de Romeo (Adrian Titieni), un médico cirujano que ha regresado junto a su esposa a Rumania en el año 1992 tras la caída del régimen de Nicolae Ceausescu, el político que manejó con brutalidad el Gobierno de Rumania desde mitad de la década del sesenta hasta su destitución y ejecución en 1989. El médico idealista llega a una Rumania post revolucionaria para encontrar que las viejas prácticas de favor por favor continúan y la sociedad occidental que él deseaba para su país se diluye bajo el peso de los escombros de la realidad social de los ex países soviéticos, devenidos patios traseros de la nueva Europa liberal. Con muy buenas actuaciones Graduación crea una atmosfera de opresión social de la que los personajes no pueden escapar, inmersos cada vez más en una maraña de corrupción que atraviesa toda la sociedad y representa el fracaso de la generación que creyó que podía cambiar la idiosincrasia rumana según los cánones de comportamiento de las democracias occidentales. Una cuestión muy interesante del film es la violencia latente que pende sobre la sociedad. Todos los días alguien ataca a Romeo y a su familia, ya sea una piedra contra su ventana o contra su auto; algo macabro se cierne, como en Escondido (Cache, 2005), el extraordinario y perturbador film de Michael Haneke. La esperanza de enviar a su hija choca con la realidad, las investigaciones de corrupción de los nuevos funcionarios y el abatimiento ante la derrota de los ideales. Al igual que films estrenados recientemente como Illegitimate (2016), de Adrian Sitaru, Graduación resume el trauma de la nueva Rumania, sus paradojas políticas y sociales, la sensación de subordinación, la mirada y la relación del país con el resto de Europa y su complejo de debilidad e impotencia ante el agotamiento de la revolución, que se consumió en su propia reacción contra el anquilosado y absurdo régimen socialista dirigido por un político megalómano sanguinario y autoritario. Rumania pone al cine social nuevamente ante los problemas de una realidad que necesita de sujetos sociales que la transformen; quedará en el espectador lo que ocurra tras la proyección.
Son treinta mil Más de treinta años transcurrieron desde que la democracia le ganó la primera pulseada a los civiles y militares que impulsaron la entrada de la Argentina en el neoliberalismo en marzo de 1976. Durante una de las épocas más oscuras del país, las madres y familiares de los ciudadanos desaparecidos por luchar contra la desigualdad fueron una de las pocas organizaciones que visibilizaron el entramado ilegal de los secuestros y asesinatos de militantes políticos, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia contra las políticas inmorales, ilegales e inconstitucionales de la Dictadura Cívico-Militar, que se autoproclamaba Proceso de Reorganización Nacional. El presente documental de Ernesto Gut, Una Historia de Madres (2017), narra a través de entrevistas a personajes como Nora Cortiñas, Elia Espen, Mirta Baravalle, María del Rosario de Cerruti, Osvaldo Bayer, Adolfo Pérez Esquivel, Marcela Ledo y Herman Schiller, y material de archivo, los acontecimientos más importantes del derrotero de las Madres de Plaza de Mayo desde su fundación hasta el presente, pasando por la ruptura entre la Asociación Madres de Plaza de Mayo y Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Desde los duros comienzos reuniéndose en una parroquia, las madres descubren que la mayoría de las organizaciones, los medios masivos y los partidos políticos les cierran las puertas. Tan solo el periódico de lengua inglesa The Buenos Aires Herald, dirigido por Herman Schiller, y las organizaciones de Derechos Humanos lideradas por Adolfo Pérez Esquivel, a la postre Premio Nobel de la Paz, apoyan a las madres en su búsqueda y denuncian la desaparición sistemática de personas. Gut hace hincapié en varios momentos que marcaron la historia de la organización, que en este 2017 cumple cuarenta años de lucha, desde el punto de vista de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, a través de los testimonios de Nora Cortiñas, Herman Schiller y Adolfo Pérez Esquivel. Como primer acontecimiento se señala la fundación de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo en 1977, que marca también la intervención de la dictadura secuestrando a tres de las madres, Esther Ballestrino, Azucena Villaflor y María Ponce de Bianco, asesinadas finalmente por el cobarde genocida Alfredo Astiz. La ayuda del socialista libertario Osvaldo Bayer, refugiado en Alemania desde 1975, funciona como un nexo para dar a conocer al mundo la situación de los desaparecidos, lo que hiere duramente a la dictadura a través de la influencia de la opinión pública internacional debido a la falta de respeto de todo derecho humano de parte de los represores. Ya en democracia, las madres fundan su propio periódico con ayuda de Bayer, Vicente Zito Lema, Eduardo Galeano y Schiller, entre otros. De la ruptura entre ambos sectores de Madres, el documental hace hincapié en dos casos durante la presidencia de Néstor y Cristina Kirchner, no sin antes analizar el levantamiento carapintada, el discurso de Alfonsín, las leyes de obediencia debida y punto final y los indultos de Carlos Menem a los genocidas. Aquí se repasan tanto el caso de la desaparición de Julio López, testigo contra el policía genocida Miguel Etchecolatz, como las acusaciones y el arresto de César Milani, ex jefe de Estado Mayor del Ejército durante la última presidencia de Cristina Kirchner, por el encubrimiento de la desaparición del conscripto Alberto Ledo y por participar en los secuestros y torturas de Pedro y Ramón Olivera y Verónica Matta (se presentan testimonios de varios testigos que reconocen a Milani como represor). Una Historia de Madres no es solo un documental con un excelente trabajo de investigación sobre una organización con cuarenta años de historia que impidió que la Argentina caiga en la impunidad, sino un documento sobre la organización de la resistencia a la última dictadura y la prueba sobre el tesón y la valentía que un grupo de mujeres tuvieron y aún tienen para enfrentar a los represores y conseguir que se juzguen y se castiguen los crímenes que cometieron.
Existencialismo cibernético Gracias a films y series que se convirtieron en fenómenos de masas de la cultura pop, el anime cobró notoriedad mundial por la mezcla de delicadeza y sensibilidad artística con historias de gran profundidad filosófica, cibernética y psicológica. Nombres como Hayao Miyazaki, Mamoru Ochii, Katsuhiro Ôtomo o Rintaro se han convertido en iconos de la cultura de dibujo animado que han atravesado las brechas generaciones entre niños, adolescentes y adultos. Ghost in Shell, el manga de ciencia ficción escrito e ilustrado por Masamune Shirow sobre un grupo paramilitar antiterrorista en un Japón futurista, fue editado por primera vez en 1989 y llevado de forma extraordinaria al cine animado dos veces en una distopía lóbrega por el director japonés Mamoru Oshii (Jigoku no banken, 1987), y más tarde, a la televisión por el realizador Kenji Kamiyama bajo el titulo Ghost in Shell. Stand Alone Complex en 2002 y en 2004, en dos temporadas de veintiséis capítulos cada una. El guión de Jamie Moss y William Wheeler no pretende crear una nueva historia dentro del fecundo universo narrativo de la creación de Shirow. En su lugar emprende una combinación de escenas de las distintas puestas originales de los films de Oshii y de las dos temporadas de la serie animada, centrándose en la historia de Kuze y Motoko de la segunda temporada, pero con escenas calcadas principalmente de la primera temporada y de la primera película a modo de homenaje y guiño para los fanáticos. El director inglés Rupert Sanders –Blancanieves y el Cazador (Snow White and the Huntsman, 2012)- intenta reproducir las imágenes de acción de las obras animadas ante todo respetando las escenas originales en una búsqueda constante de aprobación por parte de los seguidores. Scarlett Johansson encarna a la emblemática Mayor de la Sección 9 de Seguridad Pública, Motoko Kusanagi, la entidad dirigida por el experimentado Aramaki, aquí interpretado por Takeshi Kitano. Ambos personajes emulan tanto la severidad castrense de los personajes originales como la relación de compañerismo surgida de la superación de la aspereza a través de la confianza surgida en la sincronía de las misiones militares. Esta confianza que cruza todas las versiones contrasta con la apatía social de una sociedad incapaz de convertirse en comunidad, controlada por sus deseos teledirigidos, en perpetuo estado de excepción en una posguerra fría en la que los refugiados de los países que perdieron buscan escapar de la miseria y la tragedia. El relato comienza con el trasplante exitoso del alma de Motoko, una adolescente que ha perdido todo, su familia y hasta su cuerpo humano, a un cuerpo sintético por parte de la empresa Hanka Robotics, lo que representa una revolución tecnológica que tendrá impacto en el desarrollo de la sociedad gobernada por las corporaciones capitalistas. Una característica que resalta en comparación con la serie y los films animados es el afán del film por eludir lo más posible la cuestión política y económica anticapitalista, presente en todas las versiones de Ghost in the Shell, ya sea de forma subrepticia o explicita. Un año después del trasplante, la Mayor se encuentra combatiendo el terrorismo en la Sección 9 y descubre a un hacker que amenaza a diversos directivos de la corporación cibernética Hanka. El responsa de los ataques cibernéticos a los ciber cerebros de Hanka es Kuze, un enigmático y habilidoso hacker que parece buscar una venganza contra los científicos de la empresa. Con resultados contradictorios, los guionistas unen escenas, diálogos e historias de las dos temporadas de la serie y las películas, introducen ligeros cambios y hasta personajes con el fin de imponer una personalidad propia al opus, que solo cobra vida a través de la fuerza de la historia original como recuerdo y nostalgia de la combinación de sutileza, ternura y violencia del proceso de autodescubrimiento y adaptación a la soledad de los personajes que son interpelados constantemente por componente filosófico existencialista. En comparación con la potencia de la sensibilidad y la delicadeza del abanico de sentimientos auténticos de la serie y los films animados, el guión de Moss y Wheeler representa la pasteurización de los mismos, ya que simplifica todos los conceptos filosóficos de individualidad, alma, desarrollándolos sin gran profundidad ni inspiración en discursos vacíos en lugar de imprimirlos en el estructura de la narración. La película de La Vigilante del Futuro: Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, 2017) queda así como un homenaje correcto, apto para un público masivo de ciencia ficción que prefiere menos filosofía, menos política y más acción. A pesar de la falta de originalidad del guión y la tibia dirección, el film cuenta con varios puntos muy altos como el diseño artístico y los decorados que se asemejan a Blade Runner (1982), de Ridley Scott, o la música del Clint Mansell junto a Lorne Balfe, que intenta conmover y perturbar al igual que las extraordinarias y turbadoras composiciones de Kenji Kawai para los films de Ochii. Las actuaciones logran dar vida a unos personajes fascinantes y Johansson demuestra que la ciencia ficción le sienta de maravilla, al igual que en su interpretación en Under The Skin (2013). Aún así, narrativamente la película de Sanders logra transmitir el espíritu del manga de Shirow, una distopía de ciencia ficción sombría y desesperanzadora sobre la ponderación excesiva de la tecnología sobre la vida, la cibernetización de la humanidad y la pérdida de la individualidad en un mundo hiperconectado en que la diferencia entre las corporaciones y el Estado es cada vez más imprecisa. Tal vez no estemos ante la mejor adaptación de la complejidad de Ghost in the Shell, ya que no hay un cuestionamiento de los valores capitalistas que caracterizaron a la serie y los films como uno de los mejores animes de la historia, ni tampoco hay un villano de valía, pero si al menos logra que algunos espectadores se adentren en la belleza y la profundidad de la serie y los films de Ochii y abandonen su rol de consumidores dóciles que se presuponen apolíticos, habrá valido la pena.
Argentina profunda En su nuevo film, El Otro Hermano (2017), el realizador uruguayo y exponente del cine social, Israel Adrián Caetano (Un Oso Rojo, 2002) recoge algunas de las problemáticas más crudas de la Argentina, analizando con una mirada aguda y rigurosa la pobreza endémica del nordeste, los secuestros, la apatía social, la herencia de la última dictadura cívico militar y la estafa como parte de una cultura de la supervivencia en una tierra baldía arrasada por el neoliberalismo y el neopopulismo. La película se basa en la novela de Carlos Busqued, Bajo un Sol Tremendo (2008), editado por Anagrama, que mezcla, al igual que el film, un tono existencialista con el nihilismo negativo de nuestra época. La trama sigue el derrotero de una tragedia ocurrida en Lapachito, una localidad de Chaco signada por las promesas incumplidas, las obras abandonadas y la pobreza. Tras el asesinato de su madre y su hermano a manos de la pareja de la madre, el hijo que vivía alejado de su familia en Buenos Aires viaja a Chaco para reconocer a sus parientes y realizar los trámites de defunción. Este, Cetarti (Daniel Hendler), es un apático desocupado, ex empleado público sin tareas despedido por no presentarse a trabajar, que se ve envuelto en un contubernio macabro de secuestros extorsivos por parte de Duarte (Leonardo Sbaraglia), el albacea del asesino de su familia y su otro hijo, Danielito, el hermanastro del protagonista. Duarte y el asesino (que se suicida tras cometer el aberrante crimen sin sentido), ambos militares retirados y ex represores durante el Proceso de Reorganización Nacional asignados en Tucumán, representan a una clase social en los márgenes de la ley para la que el crimen es una forma de vida y sustento. Cetarti, en cambio, no tiene ningún prospecto y absolutamente a la deriva a instancias de Duarte, se muda a la caótica casa de su hermano, una morada precaria repleta de porquerías acumuladas bajo el síndrome de Diógenes, mientras comienza a planificar un viaje a Brasil tras leer sobre sus bondades en una revista turística, a la espera de un seguro de vida gestionado por el ex militar. El Otro Hermano oscila entre el drama social, el thriller y el terror constantemente con un posicionamiento de cámara lacónico y severo, creando un clima aplastante bajo el sol chaqueño que sofoca a los personajes, llevándolos hacía una indolencia oscura sobre la vida. Julián Apezteguia (Crónica de una Fuga, 2006) coloca la cámara donde golpea al espectador, en la llaga que representa las heridas abiertas de nuestra sociedad, simbolizando de esta manera las apropiaciones populares de la manipulación y la desidia ante un lugar en el que el tiempo parece detenido. El compositor Iván Wyszogrod (Gatica, el Mono. 1993) vuelve a colaborar con Caetano para crear una banda sonora tan desoladora como atemorizante, aportando un contraste entre una imagen seca y un sonido estridente, que van dejando un rastro narrativo en el que la historia actual choca con la herencia aplastante de un pasado liberal que representa el fracaso de las políticas públicas y el federalismo. Caetano regresa con un opus arrollador en el que los protagonistas son víctimas y victimarios de sí mismos, de sus decisiones y de unas políticas que los condenan a la miseria. Todo el elenco se luce interpretando a unos personajes tan sombríos como impasibles. El Otro Hermano desnuda así las contradicciones argentinas sin necesidad de un discurso explicito, narrando una historia sencilla pero perturbadora en la que no hay verdad, no hay pasado ni memoria, tan solo el resultado de una dialéctica que todo lo quema bajo un sol tremendo.
La cadena de producción El realizador norteamericano John Lee Hancock –El Sueño de Walt Disney (Saving Mr. Banks, 2013)- junto al guionista Robert Siegel –El Luchador (The Wrestler, 2008)- emprendieron una tarea tan importante como interesante: el retrato del empresario detrás de la creación de uno de los últimos imperios multinacionales en Estados Unidos, la cadena de comida rápida McDonald’s. Sin complacencia ni resentimiento, Hambre de Poder (The Founder, 2016) narra sin juzgar el descubrimiento de Ray Kroc del negocio de comida rápida de los hermanos McDonald, Richard (Dick) y Maurice (Mac) y la posterior apropiación de la marca por parte del ambicioso y determinado empresario. Michael Keaton demuestra una vez más que transita un buen momento actoral componiendo extraordinariamente a Kroc, un hombre con miedo al fracaso que sueña febrilmente con el éxito empresarial y sobrelleva como una carga no lograr su cometido: convertirse en un millonario poderoso. La falta de escrúpulos de Kroc es sopesada con su persistencia, para equilibrar su falta de talento para acceder a la cima de la pirámide del paradójico y esquivo sueño americano. A mitad de la década del cincuenta, en plena Guerra Fría, con una industria estadounidense en crecimiento y con el surgimiento de la juventud como sujeto social y de consumo, Kroc abre su primera franquicia de McDonald’s en Des Plaines, Illinois, y firma un contrato que años más tarde rompe con Dick y Mac McDonald, los creadores del concepto de los arcos dorados, el combo hamburguesa, papas fritas y gaseosa y el concepto de comida rápida que hoy conocemos. El film se centra en la personalidad del empresario que nunca logra ponerse de acuerdo con sus socios, por lo que su visión y sus nuevos consejeros legales y comerciales lo empujan a sacar del juego a los creadores del modelo productivo de comida rápida que convirtió a McDonald’s en un estándar del rubro. Hancock y Siegel relatan el nacimiento no solo de McDonald’s como corporación sino que principalmente se centran en el nivel simbólico. El nacimiento de la empresa es la creación de una nueva institución que representa los valores y las creencias de Estados Unidos como Nación e Imperio comercial, destinada a expandirse, invadir y finalmente conquistar el mercado primero norteamericano y después mundial. El film también hace hincapié en la frialdad de Kroc para con su primera esposa, Ethel (Laura Dern), una mujer triste y sola que estuvo con él desde la década del veinte hasta principios de los años sesenta, a la que finalmente abandona para poder contraer dos matrimonios más. Hambre de Poder recrea una historia real y pone en disputa dos modelos de lo que los norteamericanos denominan el sueño americano, que son más bien dos formas de conducir los negocios. Por un lado, la ética y el control de calidad impiden la expansión, y por otro, la necesidad de canalizar la debilidad en conquista para imponerse y demostrar que aún sin ideas se puede ser exitoso. El opus propone que el sueño norteamericano es una lotería en la que la suerte acompaña tan solo a algún afortunado que persiste en el juego, dejando al resto en el umbral. El éxito y el fracaso son así dos caras de la misma moneda que gira sin cesar hipnóticamente, destruyendo los sueños en lugar de realizándolos.
Apóstatas A esta altura es indiscutible que el realizador norteamericano Martin Scorsese –La Invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011)-, además de tomar riesgos, tiene como premisa combinar su pasión por el rescate y la difusión de films poco conocidos en Estados Unidos a un público actual con la dirección, una profesión en la que se destaca como un artesano en la puesta en escena de dramas en los que los grandes conflictos de las relaciones humanas cobran forma a través de las instituciones actuales. Silencio (Silence, 2016) es la remake del film homónimo japonés, Chinmoku (1971), la obra maestra de Masahiro Shinoda, basado en la extraordinaria novela publicada en 1966 por el escritor nipón, Shûsaku Endô, uno de los más refinados exponentes de la literatura japonesa de posguerra, que participó junto a Shinoda en la adaptación de la historia al cine. El film de Scorsese se centra en la llegada de dos sacerdotes jesuitas de La Compañía de Jesús a las aldeas alrededor de Nagasaki, en el suroeste de Japón, tras las persecuciones contra los creyentes cristianos producto de los levantamientos de Shimabara por el aumento de los impuestos a los campesinos por parte del señor feudal durante el periodo del shogunato Tokugawa, en el Siglo XVII. En este contexto de persecución, dos curas jesuitas portugueses, Rodrígues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) arriban a Japón para buscar a su antiguo mentor, Ferreira (Liam Neeson), desaparecido en medio de las purgas, a través de Macao, con la ayuda de un atormentado pescador alcohólico, Kichijiro (Yôsuke Kubozuka). Allí los campesinos los reciben con grandes esperanzas que superan las expectativas de los jóvenes sacerdotes idealistas, pero los inquisidores feudales no tardarán en descubrir que los misioneros están predicando nuevamente en la isla. Scorsese regresa con un homenaje cinematográfico que cobra valor propio gracias a escenas realmente estremecedoras y de gran belleza, en un film que plantea la cuestión del nacionalismo, la colonización y las misiones religiosas desde un punto de vista crítico y analítico que desglosa los discursos para contrastarlos con las ideas y la fuerza en una lucha ideológica encarnizada entre la tradición budista, sostenida por el orden Shogun, y la fe católica jesuítica, representada en la brutal historia del calvario de Jesús. Con gran delicadeza, el director de fotografía Rodrigo Prieto (Argo, 2012) trabaja cada escena de forma umbría y elegiaca para transmitir la distancia cultural, la aflicción y la desesperación ante la persecución y el tomento ante la tortura física y psicológica. Las actuaciones son extraordinarias, al igual que la adaptación de la obra de Endô y Shinoda por parte de Jay Cocks –Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002)-, Kenneth Lonergan –Manchester Frente al Mar (Manchester by the Sea, 2016)- y Steven Zaillian (Moneyball, 2011), que demuestran un gran talento al respetar la obra original a nivel discursivo y artístico, pero agregando maravillosas sutilezas y detalles tan magníficos como perturbadores. El film se destaca por su sobriedad estética y su narración parca y mesurada, que busca en los detalles de la imagen y las profundas argumentaciones de los discursos la construcción de un sentido dialéctico entre lo espiritual y lo material, creando así una obra de gran complejidad que modera la intensidad de su interpelación de acuerdo a la necesidad artística para crear escenas de gran trascendencia y valor estético, lo que demuestra una vez más que Martin Scorsese es uno de los grandes artistas de nuestra época.
Recuerdos del rock Casi Leyendas (2017), el nuevo film del realizador argentino Gabriel Nesci, es una coproducción argentino-española que retoma las mismas obsesiones sobre la música, los sueños olvidados, los amores de juventud y las oportunidades perdidas que también marcaron el relato de su primer opus, Días de Vinilo (2012). La acción comienza cuando Axel (Santiago Segura), un experto en sistemas con problemas de comunicación y socialización, regresa de Madrid a Buenos Aires cuando descubre, gracias a una señal de su padre convaleciente, un concurso de una radio para conmemorar sus veinticinco años. Ese mismo año, 1992 marca también casualmente el abandono de los sueños musicales de Axel cuando regresó a España para cuidar de su padre. En Argentina, Axel se reencuentra con sus compañeros de Auto Reverse, la banda de su adolescencia: Javier (Diego Peretti), el bajista, cantante y compositor de letras, y Lucas (Diego Torres) el baterista, que en un principio critican la idea de participar en el concurso y regresar a los ensayos, pero la insistencia del español y los problemas personales de ambos los convencen de sumarse al regreso de la mítica banda que nunca llegó a consagrarse. Nesci construye así una cálida historia sobre los sueños de la generación amante del rock que tuvo su adolescencia y juventud en los noventa. La ilusión de la banda mítica, la consagración, el club de fans y todo el contexto que emanaba del rock antes de la masificación de internet y el cambio de paradigma empresarial y tecnológico digital son algunos de los temas que aborda Casi Leyendas, un film que utiliza los clichés del rock y la retromanía para crear un ambiente tan nostálgico como actual. Con gran perspicacia, el realizador coloca en primer plano una cuestión preocupante de la sociedad argentina: el contraste entre la realidad y los sueños en una clase media que se hunde en la apatía, el cinismo y la decepción. Axel se podría considerar un trabajador con un buen pasar, pero su vida personal es patética y quedó suspendida en el momento en que abandonó la banda. Javier es un triste docente de biología sumido en la decadencia del sistema de educación disciplinario, recientemente viudo e incapaz de afrontar la muerte de su esposa y poner orden en su vida. Lucas, a su vez, es un exitoso abogado que no le quiere firmar el divorcio a su esposa, con una vida social signada por el cinismo, despedido de la firma en la que trabaja por defraudación, lo que lo coloca a un paso de la cárcel. En los tres casos, el fracaso musical destruyó sus sueños, dejándolos ante la dura realidad del trabajo profesional en la era del neoliberalismo salvaje y la frustración endémica Para crear esta historia de sueños recuperados, Casi Leyendas se nutre de un gran elenco que entrega muy buenas interpretaciones, una gran banda sonora con temas clásicos de músicos consagrados y canciones propias de Nesci interpretadas por la banda ficticia Auto Reverse y un agradable y sensible guión con mucha sátira que genera sonrisas tiernas, cómplices y afables a través de divertidos diálogos y guiños para los nostálgicos que buscan recordar su juventud con anhelo y regocijo. Nesci encuentra de esta manera en los sueños perdidos de la juventud argentina uno de los grandes problemas sociales y lo convierte en una comedia tanto para disfrutar como para analizar el realismo capitalista y su paradigma de la relación entre cultura y vida.
¿Sueñan los humanos con apocalipsis eléctricos? El último film de la realizadora canadiense Patricia Rozema se sitúa en un futuro cercano con algunos cambios virtuales en la tecnología actual que decantan en el inicio del colapso de la civilización industrial debido a un gran apagón repentino. La confusión inicial da paso al pánico, y más tarde, a la violencia en una sociedad que se derrumba rápidamente, sin entretenimiento y gasolina. Anegados en su casa en el bosque, un padre y sus dos hijas jóvenes se las arreglan para sobrevivir hasta que el padre sufre un accidente. Nell es una jovencita enamoradiza que estudia para sus exámenes y debe recurrir a los libros para aprender debido al colapso energético que ha convertido su pantalla interactiva en un cacharro sin utilidad. Su hermana mayor, Eva, es una bailarina que estudia danza moderna y practica para convertirse en una profesional. Sin electricidad, se ve obligada a bailar al ritmo de un metrónomo sin poder sentir el estimulo de la música. La falta de electricidad y de nafta genera un aislamiento forzoso para protegerse de los posibles desmanes típicos del caos social. De a poco los protagonistas comprenden la necesidad de regresar a la cultura escrita y a una interacción con herramientas y técnicas de la era predigital. Rozema crea a partir de un acontecimiento distópico un relato sobre el regreso al núcleo familiar, los lazos fraternos, el aprendizaje y el regreso a una relación física con los aparatos en un ambiente que cada día se torna más hostil con el correr del tiempo. En lo Profundo del Bosque (Into the Forest, 2015) explota los temores de una sociedad que depende absolutamente y cada vez más de la electricidad, sobre las consecuencias de un catástrofe energética con una historia claustrofóbica acerca de un forzado retorno a la naturaleza. A pesar de la previsibilidad de la historia, la narración mantiene el interés con un guión sólido que indaga en los problemas de nuestra sociedad hiperconectada y dependiente de los artefactos eléctricos, unas buenas actuaciones de todo el elenco y una dirección correcta capaz de crear situaciones apremiantes en un contexto de aislamiento total. La gran banda sonora melancólica, a cargo de Max Richter, crea una armonía lánguida a partir del lamento de un violín principal que acompaña la contemplación de este apocalipsis eléctrico que propone Rozema. A pesar de la previsibilidad de muchas escenas y resoluciones argumentales, el film demuestra ser una propuesta con un planteo alarmantemente realista que interpela al espectador y lo conmueve a través de situaciones límites que los protagonistas deben enfrentar. En lo Profundo del Bosque no es una obra maestra del género distópico, pero resulta claramente superior a los opus de acción adolescentes gracias a una severidad argumental que vale la pena rescatar.