Una mirada metacinematográfica. Aunque no se puede contar a ¡Salve, César! entre los grandes films de los hermanos Coen (Miller’s Crossing, 1990; Fargo, 1996), la película se destaca por la utilización de un lenguaje vedado hasta hace algunos años al cine norteamericano, por homenajear a la denominada “época de oro” de Hollywood en un tono socarrón y satírico, y principalmente por lograr un gran manejo de un estilo narrativo metadiscursivo, creando una historia con muchos guiños para el público cinéfilo. La historia de centra en el personaje de Eddie Mannix (Josh Brolin), un experimentado ejecutivo de los estudios cinematográficos Capitol Pictures que dirige el negocio empresarial de forma obsesiva, controlando las vidas privadas de los actores, manteniendo ocultas sus excentricidades y desviando la atención de los escándalos. La figura de Mannix, que fue un importante ejecutivo y productor de los estudios Metro Goldwyn Mayer por casi cuarenta años, entre las décadas del veinte y el sesenta, funciona como un catalizador que une todas las historias de un Hollywood en pleno éxito de su sistema de estrellas. Mientras que el protagonista se ve en la disyuntiva de continuar con su agotador trabajo de director del estudio o aceptar la tentadora oferta de Lockheed, una compañía norteamericana fabricante de aviones de guerra y armamento, el protagonista principal de un film sobre Cristo, Baird Whitlock (George Clooney), es secuestrado por una banda de guionistas comunistas dirigidos por un actor de musicales -al estilo de Fred Astaire- y un tal Profesor Marcuse. Las lecciones de materialismo dialéctico se mezclan con historias de actores con cierto talento para géneros específicos promovidos a proyectos para los que no son aptos, directores enervados por las decisiones de los estudios, discusiones extraordinarias entre representantes de todas las religiones que hacen recordar a escenas de La Vida de Brian (Life of Brian, 1979), del grupo cómico inglés Monty Python, o absurdos legales para esconder el embarazo de una estrella de cine. Entre escenas que homenajean a algunos géneros desaparecidos del cine de oro con una pizca de añoranza sarcástica, Joel y Ethan Coen regresan a la construcción de personajes entrañables y de carácter enérgico como Mannix para comparar el cínico presente del cine -que expone pornográficamente los escándalos de las estrellas como santo y seña de su estilo- con la inocencia de la protección de los actores ante sus pequeños deslices producto de la fama y el dinero. Las hermosas y divertidas apariciones de Frances McDormand y Tilda Swinton, y las extraordinarias actuaciones del resto del elenco de actores consagrados, apuntalan esta entretenida parodia de un Hollywood tan ficcional y a la vez tan cercano a la realidad. Las distintas historias que conforman este aleph cinematográfico funcionan como una serie de cuentos que se interrelacionan en tanto proyecciones ilusorias y utópicas de una realidad deformada por la sonrisa y la sátira consciente de su carácter de entretenimiento. El cine de los Coen así mantiene en ¡Salve, César! su búsqueda estética y una frescura ajena a la mayoría de las insulsas producciones actuales.
El juego biopolítico. El último film de Gavin Hood, Enemigo Invisible (Eye in the Sky, 2015), es la respuesta inglesa a la fallida Máxima Precisión (Good Kill, 2014), del director neozelandés Andrew Niccol. La película dirigida por el sudafricano Hood y escrita por el inglés Guy Hibbert es un excelente análisis biopolítico sobre las operaciones militares y la intervención de las nuevas tecnologías en las mismas. La Coronel Katherine Powell (Helen Mirren) dirige las operaciones contra un grupo terrorista que planea un atentado suicida en la capital de Kenia, Nairobi. La misión de Powell es capturar a los líderes de la organización que se reunirán en una casa en el centro de la ciudad africana. Con tecnología de avanzada intentan identificar a los objetivos pero el plan se complica y uno de los agentes debe entrar en el barrio que la organización terrorista controla para confirmar la presencia de todos los implicados. El propósito original cambia drásticamente y los líderes políticos debaten acaloradamente el nuevo plan de acción. El guión hace hincapié en los obstáculos legales a los imponderables de las operaciones militares, llevándolas hasta los límites para cuestionar, ridiculizar y exponer todas las variantes y los discursos sobre el tema. Los debates sobre los daños colaterales llegan hasta el absurdo poniendo en juego una discusión ética, moral y jurídica, contrapuesta de forma brillante a la lógica militar. Los artefactos tecnológicos y el debate sobre la prevención de ataques terroristas conjugan en un mismo paradigma las cuestiones sobre la técnica y la biopolítica, apoyándose ambas una sobre la otra como base tanto del discurso antiterrorista como de las acciones de control. En los restos de la retórica encontramos los deleznables sistemas de valores y los entramados filosóficos que dominan la política del nuevo imperialismo, basada ahora en argumentos legales que se traducen bajo necesidad en acciones militares. Las actuaciones de todo el elenco construyen muy bien tanto el sinsentido como las contradicciones que las políticas antiterroristas introducen en la sociedad, destacándose el gran desempeño de los veteranos Helen Mirren y Alan Rickman como dos militares ingleses de alto rango. El guión hace que cada personaje tenga más que un rol una posición que cumplir en el entramado discursivo del opus de Hood. Enemigo Invisible no deja cabos sueldos. Todos los puntos son diseccionados hasta encontrar sus falencias al contraponerlos con otros discursos, revelando las contradicciones y las paradojas. La política es concebida como un juego en el que la vida está en la balanza esperando por una decisión que nadie quiere tomar. Finalmente, la responsabilidad moral se diluye en los resquicios legales para convertirse en propaganda ideológica mientras las bombas caen.
Crisol de razas. La historia del robo al Banco Río de San Isidro es uno de esos relatos extraordinarios que revelan algunas pistas sobre las peculiaridades de los rioplatenses. Esta historia de los boqueteros que robaron cientos de cajas fuertes a principios de 2006 es la inspiración en la que se apoya el realizador Rodrigo Grande (Cuestión de Principios, 2009) para construir el esqueleto de Al Final del Túnel (2016). Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un solitario paralítico recluido en la casa en la que creció con su anciano y deprimido perro, Casimiro. Cuando Berta (Clara Lago), una bella mujer, se presenta junto a su hija de ocho años para ocupar el piso de arriba de la casa, la monotonía del abatido hombre, que pasa la mayor parte del tiempo en el sótano reparando o experimentando con artefactos electrónicos, cambiará y así comenzará a bajar la guardia. Al escuchar unos ruidos extraños detrás de la pared, Joaquín descubre que unos hombres -liderados por Galereto (Pablo Echarri)- están trabajando en pos de robar el banco de la esquina. Con el transcurso de la película la curiosidad deja paso a la obsesión y el hombre descubre que el organizador del robo es un comisario y que Berta está implicada y es la pareja de Galereto. Joaquín comienza a su vez a planificar cómo sacar partido de todo el asunto para obtener una parte del dinero para poder pagar las deudas que penden sobre la casa. Al Final del Túnel maneja correctamente la sutileza pero el guión se extiende demasiado en la primera parte en cuestiones redundantes demostrando una pobre síntesis argumental. Terminada la introducción, la película cambia de tono y de ritmo para convertirse durante el final en un film diametralmente opuesto al del comienzo, otorgándole agilidad e intensidad a una historia que parecía estancada. La introducción de la actriz española Clara Lago no le aporta nada a la historia y la diluye en la apatía durante la primera parte. A su vez, al ganar protagonismo Echarri y al aparecer Federico Luppi en el papel de un policía corrupto, el opus de Rodrigo Grande cobra vitalidad a través de la buena labor del primero y de la brillante interpretación del experimentado Luppi. El guión es por momentos reiterativo y aburrido, e interesante y sugestivo por otros. La pareja protagónica es absolutamente despareja. Los diálogos de Lago son muy forzados y su personaje poco creíble para la idiosincrasia nacional, mientras que Sbaraglia logra sacar a su personaje adelante interpretando correctamente a este protagonista taciturno y apesadumbrado por la tragedia que destruyó su vida. Al Final del Túnel tiene altibajos y muchas escenas están de más pero la segunda parte del film es vertiginosa y apasionante, a pesar de que Grande extiende innecesariamente el final y que la historia de un robo a un banco ya fue trabajada en otra coproducción entre España y Argentina, 100 Años de Perdón (2016) de Daniel Calparsoro, recientemente estrenada en las pantallas nacionales.
La potencia del movimiento. A través del formato documental cinematográfico, el realizador Iván Gergolet se propone en Danzar con María la traducción del lenguaje corporal como imágenes en movimiento. Para esta tarea se nutre de la vida y el trabajo de una de las exponentes más importantes de la danza contemporánea, la extraordinaria bailarina y coreógrafa argentina de ascendencia rusa María Fux, haciendo hincapié en su reconocido trabajo como “danza terapeuta”. Habiendo desarrollado su propio sistema de danza terapia, María intenta construir su propio lenguaje no verbal a través del cuerpo siguiendo la filosofía de la bailarina Isadora Duncan y reafirmando el vínculo del cuerpo con el ritmo propio. Como reconocimiento a su trayectoria, Danzar con María incluye fragmentos del cortometraje Gillespiana, a su vez una pieza escrita por el compositor y trompetista Dizzy Gillespie para la Dizzy’s Big Band conducida en vivo por Lalo Schifrin en 1961 en el Carnegie Hall, en función de la cual Fux bailó improvisando como si su cuerpo fuera un instrumento de los ritmos melódicos. A través de los seminarios de la protagonista aparece su trabajo con chicos con capacidades diferentes, su vitalidad y su influencia en la concepción de la danza moderna. La cámara se centra en el movimiento como forma de expresión corporal e incluso como poética. Podemos ver así distintos aspectos de la relación entre la danza y la vida a través de la influencia que esta síntesis ejerce sobre los alumnos de María. La música compuesta por Luca Ciut complementa y fortalece el vínculo entre la danza, el teatro y la energía que rodea a María Fux en su camino terapéutico. La mirada del Gergolet intercala primeros planos con delicadas piezas de improvisación de los alumnos de María, entre los que destacan dos alumnos con Síndrome de Down, Marcos y Macanera, y Diana, una mujer con poliomielitis. Las inspiradoras palabras de María se funden como poesía con los movimientos de su cuerpo cerrando finalmente un círculo que va desde el descubrimiento personal y la experimentación al encuentro de su vocación pedagógica, que incluye una influencia sobre distintos tipos de terapias. Danzar con María no es solo un film sobre danza o sobre terapia, es un homenaje a la trayectoria de una mujer sin igual que, tomando lo mejor de todas las disciplinas, descubrió sus capacidades y dedicó su vida al arte de la danza y a ayudar a otros a desarrollar sus potencialidades corporales. La película de Gergolet llega en un momento clave en el que se discute la Ley Nacional de Danza, una herramienta para que el Estado reconozca a la disciplina como una actividad de inclusión social, además de patrimonio cultural y actividad económica necesitada de subvención. Solo queda definirla como imprescindible para nuestro estado del arte.
Viajeros posmodernos. Jonás Trueba, el hijo del director Fernando Trueba, es uno de los jóvenes directores que en España impulsan un cine intelectual que representa la cultura romántica española. En este sentido, Los Exiliados Románticos, último opus del madrileño, representa el manifiesto de este anhelo ibérico por encontrar nuevas fronteras de expresión cinematográfica. Una cita y un espíritu de recuperación de la esencia de una gesta romántica revolucionaria animan el tercer largometraje del realizador. Partiendo de la extraordinaria biografía del activista revolucionario ruso Aleksandr Herzen -creador de la publicación opositora al régimen zarista La Campana- escrita por el exquisito e inestimable historiador británico y epígono del pragmatismo historiográfico, Edward H. Carr, la película de Trueba se adentra en las relaciones humanas y amorosas detrás de un viaje a través de España y Francia, recorriendo un camino filosófico posmoderno y confuso. En Los Exiliados Románticos, tres españoles parten de Madrid hacia Francia en una combi en la búsqueda de tres mujeres que aman. En el camino se enfrentan a sus propios sentimientos, afianzan su amistad, suman gente al viaje y van encontrándose a sí mismos, siempre acompañados por la música desgarrada y la presencia de la cantante española de letras áridas Miren Iza, líder de la banda Tulsa. La película representa los ideales y la idiosincrasia de los nuevos españoles; desinteresados por el trabajo, sumidos en la apatía y suplantando la aventura con el viaje y el recuerdo de los amores pasados por encima de cualquier mirada hacia el futuro. Los diálogos son un apéndice de la imagen y de la música instrumental que con un volumen superior entierra las voces. El multiculturalismo y la interacción entre los intercambios filosóficos y la música funcionan como una especie de disociación de la realidad que marca una diferencia entre los que hacen y los que sueñan. El opus de Jonás Trueba indaga con un tono seco y parsimonioso en las relaciones sociales, a la vez que recupera los cuentos de la fallecida escritora italiana Natalia Ginzburg y el pensamiento del arquitecto y diseñador Richard Buckminster Fuller, conocido por patentar la estructura del domo geodésico y sus ideas sobre la sustentabilidad en el capitalismo. Con una visión posmoderna del mundo, los “exiliados románticos” surcan las ideas modernas y discuten sobre exilio e inmigración, entre otras cosas, para no llegar realmente a ningún lugar y celebrar la vida y la amistad como viaje. Los momentos interesantes alternan con la anodina historia mientras el romanticismo del film se disuelve en el aire, dejando una tibia estela de las extraordinarias ideas que lo inspiran.
La guerra y la paz. Mandarinas (Mandariinid, 2013), el último film del realizador georgiano Zaza Urushadze, se sitúa en 1990, en los inicios de los conflictos acaecidos a partir de la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el triunfo de los sectores nacionalistas que desmembraron al gigante comunista. Los inicios del conflicto checheno y los problemas del surgimiento de los estados post soviéticos se encuentran en esta pequeña historia sobre los valores morales y la artesanía como construcción de la personalidad y el carácter. En la zona habitada por los estonios, en una región de Georgia en disputa con los nacionalistas musulmanes chechenos, dos pobladores estonios, Ivo (Lembit Ulfsak) y Margus (Elmo Nüganen), esperan la llegada de un grupo militar que los ayude con la recolección de las mandarinas del segundo, mientras el primero fabrica artesanamente los cajones para transportar el cargamento. Ambos se niegan a abandonar sus casas y partir hacia el nuevo estado estonio en búsqueda de seguridad, cada uno por sus razones. Tras un enfrentamiento armado al lado de la plantación, Ivo logra rescatar a un sobreviviente checheno y a un georgiano, Ahmed (Giorgi Nakashidze) y Niko (Misha Meskhi). Al curarlos y forzarlos a conocerse, los soldados descubrirán que no hay tantas diferencias entre ellos y que el conflicto es una tergiversación de ambas partes de la historia de sus respectivas naciones, una lucha sin sentido que solo beneficia a los poderosos por el control del territorio que otrora compartían pacíficamente. Urushadze combina lo mejor y lo peor de la humanidad para crear un microclima alrededor de este territorio que parece más una zona neutral que un escenario de guerra. Las mandarinas representan un modo de vida que se pierde, un lugar de vida a punto de ser destruido por las bombas y los enfrentamientos. Utilizando de forma extraordinaria los primeros planos, y apoyándose en actuaciones maravillosas y en una fotografía que observa minuciosamente el significado de los gestos, Mandarinas logra, a través de un guión preciso que busca aleccionar y cerrar cicatrices, imponer la necesidad de la paz ante la enajenación colectiva beligerante. Las diferencias religiosas y los argumentos nacionales van deshilachándose de a poco a través de los brillantes y hermosos diálogos y de cada escena que se resuelve en el tiempo justo para hacer hincapié explosivamente en su idea matriz pacificadora. Tan solo enfocando la cámara en una pequeña historia alrededor de una plantación de mandarinas, dos hombres atrapados en su obstinación por vivir en una zona de guerra y dos soldados enfrentados a su propia altivez, el film -nominado recientemente al Oscar a Mejor Película Extranjera junto a las extraordinarias Ida (2013) y Leviathan (Leviafan, 2014)- construye una narración metacinematográfica perfecta que cuestiona al mismo tiempo al cine de guerra, los nacionalismos, la intolerancia religiosa y el chauvinismo.
Recuerdos del futuro. Desde la apertura de la República Popular China a las leyes del mercado, su entrada a la Organización del Comercio y la recuperación de los territorios de Hong Kong y Macao, el país ha experimentado cambios socioeconómicos y culturales impresionantes que transformaron su visión general. Lejos de Ella (Shan he gu ren, 2015) narra la historia de un trío amoroso en un pueblo minero de China. La trama está dividida en tres partes. El relato comienza en 1999 con tres amigos: dos hombres, Zhang y Liangzi, compiten por el amor de la joven Tao. Zhang es un joven capitalista, soberbio y ambicioso, mientras que su competidor es un trabajador minero pobre y sencillo sin aspiraciones. De los comienzos de la apertura capitalista china pasamos al presente de un país ya dominado por la mentalidad técnica y la ideología de mercado. Tras 15 años de exilio, Liangzi regresa a su pueblo para intentar curarse de un padecimiento pulmonar -debido a su profesión- y debe pedirle ayuda a Tao, su antiguo amor. De allí la historia salta hacia el futuro como un cohete: el hijo de Zhang y Tao, Dollar, se ha mudado junto a su padre de Shanghái a Australia y ya ni siquiera habla mandarín, mientras que su padre no habla inglés. La imposibilidad de comunicación vuelve a padre e hijo extraños, metaforizando la extrañeza de las nuevas generaciones con las de sus padres ante semejantes cambios. La necesidad del joven de romper con su padre se manifiesta en una relación con una señora mayor, que le recomienda volver a China para visitar a su madre y encontrar sus raíces y su vocación en el país donde nació. Zhangke Jia mira hacia el pasado, el presente y el futuro a través del mismo lente, retrotrayéndose a los inicios de la entrada de China en el capitalismo de mercado, observando el aparentemente prometedor presente y los futuros peligros que acechan a la idiosincrasia oriental. China surge en Lejos de Ella como un país en permanente cambio y construcción, apartándose de su pasado para abrazar con fanatismo la ideología de mercado, perdiéndose tras la codicia y enterrando los cadáveres de su contracara. Con mucha esperanza, Jia sitúa el futuro cargado de rebeldía juvenil, con una gran carga de nostalgia hacia el pasado y mucha incertidumbre. El futuro resulta muy parecido al presente y al pasado, sin grandes avances a nivel tecnológico e industrial pero con una imposibilidad de comunicación a pesar -o tal vez, debido- a la explosión de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información y de las redes de la antisociabilidad. Lejos de Ella es una mirada sobre la realidad china y sus posibilidades como nuevo motor económico del mundo capitalista. Tal vez sea la esperanza de un mercado distinto, o la reestructuración de las mismas oprobiosas leyes del mercado para flexibilizar y precarizar lo ya flexibilizado y precarizado, conduciendo finalmente el barco a un naufragio anunciado tras el suicidio de sus anteriores capitanes. La historia dará cuenta de esto…
Presos del pasado. Con un elenco extraordinario, el director Atom Egoyan construyó un opus de suspenso asfixiante y vibrante sobre un anciano sobreviviente del holocausto nazi que tras la muerte de su esposa inicia la búsqueda del oficial de la SS que mató a toda su familia en el campo de concentración de Auschwitz. Al despertar en su habitación preguntando por su esposa, Zev Guttman (Christopher Plummer) descubre que ella acaba de morir y que él sufre de demencia. Su octogenario amigo de salud desmejorada, Max (Martin Landau), le entrega una carta en el funeral en la que le explica que ambos acordaron emprender la persecución del jerarca alemán que mató a sus familias. Basada en las investigaciones del Centro Simon Wiesenthal, la carta explica que el verdugo nazi habría emigrado a Estados Unidos bajo el nombre de un sobreviviente asesinado de nombre Rudy Kurlander. Zev parte -sin informar a su hijo- al acecho de los cuatro inmigrantes alemanes de nombre Rudy Kurlander en Estados Unidos en un viaje planificado por Max, olvidando todos los detalles de la realidad cada vez que se queda dormido para luego despertar leyendo la carta, anonadado y convencido de la necesidad de continuar con su venganza. En su odisea, el frágil y abatido Zev, se encontrará con lo que queda de su juventud y los restos del nazismo en una road movie oscura e inesperada con un protagonista confundido pero decidido. Con cada paso Guttman parece estar más cerca del colapso, aunque siempre dispuesto a levantarse como poseído por una fuerza inconsciente para mirar hacia adelante, cuando en realidad solo está realizando un movimiento centrífugo hacia el origen de sus heridas. A pesar de los problemas y frustraciones que genera el recurso de los giros argumentales en el cine actual, Recuerdos Secretos (Remember, 2015) se atreve a introducir el controversial y complejo mecanismo y lo hace justificadamente para enriquecer el relato, intensificando el trauma histórico e individual de los protagonistas. Benjamin August logra así -en su primer guión- lo que muchos escritores han intentado infructuosamente: la simpleza del relato y su redundancia cinematográfica solo refuerzan la calidad de la película, la cual utiliza cada recurso coherentemente y sin abusos. A las extraordinarias actuaciones de Christopher Plummer y Martin Landau, se suman las magníficas apariciones de los inolvidables Bruno Ganz y Jürgen Prochnow y una participación destacada de Dean Norris como un policía demente, hijo de un coleccionista nazi. El último film de Egoyan no solo funciona como una crítica al nazismo, sino también como una alegoría acerca de la indagación sobre el pasado reciente de cualquier persona y la necesidad de redención ante sus propias acciones o inacciones. Recuerdos Secretos es sin duda la mejor película de Atom Egoyan por su gran combinación de calidad actoral, un sólido guión con excelentes diálogos e ideas, y el descubrimiento de un fulgor esencial alrededor de los conceptos de identidad y pasado, en tanto construcciones sociales e individuales de cada ser humano.
La manipulación política de la prensa siempre ha sido una constante en la historia de Estados Unidos. Ya sea en la invasión a Cuba a fines del siglo XIX, en la injustificada incursión genocida en Vietnam o la arbitraria invasión a Kuwait e Irak, en todos los casos los datos y las justificaciones fueron inventadas para manipular a la prensa y a los congresistas para que se aprueben los gastos de empresas bélicas diseñadas en alguna reunión corporativa con el objetivo de exportar los “beneficios” de la tortura, la violación y el asesinato, que vienen en un combo junto a una democracia tutelada sin sociedad civil que no representa las necesidades de los pueblos invadidos. La ópera prima como director del exitoso guionista y productor James Vanderbilt (Zodiac, 2007; The Amazing Spider-Man, 2012), Sólo la Verdad (Truth, 2015), es la adaptación de las memorias de la periodista Mary Mapes, productora de noticias del canal CBS y del conocido programa 60 Minutos, despedida tras la controversia en torno a la documentación que supuestamente probaba que George W. Bush y su séquito habían falsificado el legajo del servicio militar durante la Guerra de Vietnam del entonces presidente y candidato a un segundo mandato. La película narra la investigación que comienza justo después de la revelación por parte de Mary (Cate Blanchett) y Dan Rather (Robert Redford) de los abusos, vejaciones y torturas perpetrados por el ejército estadounidense en las cárceles de Abu Ghraib. En medio de la campaña electoral de Bush y Kerry en 2004 por la presidencia, los ataques por la patética labor de ambos durante la Guerra de Vietnam fueron una de las armas que enarbolaron los partidarios para complicar al oponente. En una sociedad beligerante como la norteamericana, la foja de servicios debe ser intachable y ambos contendientes parecían no tener todos sus papeles al día en este sentido. Tras la divulgación de la información en el programa 60 Minutos, surgen varias irregularidades y se cuestiona la veracidad y la autenticidad de los documentos. Mary y todos los involucrados quedan expuestos por las fallas en la verificación de la información y son sujetos a ataques de diversa índole. La magnífica actuación de Cate Blanchett, acompañada de un gran elenco y un Robert Redford absolutamente consagrado como adalid del progresismo y reconocida voz crítica, apuntalan esta interesante obra sobre la finalidad del periodismo y la necesidad de la búsqueda de la verdad en un momento en el que el entretenimiento vulgar y grosero ha reemplazado a las noticias en los noticieros. Desgraciadamente la película extiende su duración innecesariamente -en términos cinematográficos y narrativos- para ofrecer un homenaje a los protagonistas de la historia, en especial a la carrera de Dan Rather, tras el anuncio de su retiro en 2006. A pesar de esto y de la claridad sin medias tintas de los presupuestos políticos que subyacen a las acciones de los protagonistas, Sólo la Verdad logra hacer llegar su mensaje ético por fuera del manto conspirativo -ese que los norteamericanos tienden a ver debajo de cada piedra- para que las máximas de la honestidad periodística se impongan por sobre la manipulación, las mentiras y el odio que entierran la verdad.
El lado oscuro de Hollywood. Un año después de la muerte de Dalton Trumbo en 1976, el periodista Bruce Alexander Cook publicó su biografía del gran guionista y escritor norteamericano. Esta historia es la que fue adaptada por John McNamara, un guionista de series televisivas, para que el director de comedias pasatistas Jay Roach (Meet the Fockers, 2004) se adentrada en el drama histórico de esta genial figura del arte y la política que combatió contra las listas negras de Hollywood impulsadas por la oprobiosa organización presidida por John Wayne, “The Motion Picture Alliance for the Preservation of American Ideals”. La importancia de la película reviste en la recuperación de la militancia comunista de Trumbo desde la década del treinta, la cual se radicalizó a principios de los años cuarenta. Tras el comienzo de la Guerra Fría y la persecución de artistas dirigida por algunos congresistas a través de la “House Un-American Activities Committee”, Trumbo termina en la cárcel junto a otras figuras de Hollywood. Al salir enfrenta como puede la lista negra que le impide firmar sus trabajos, ofreciendo sus guiones a amigos o a la productora King Brothers Productions hasta que logra que Otto Preminger y Kirk Douglas lo incluyan en los créditos de Éxodo (Exodus, 1960) y Espartaco (Spartacus, 1960) de Stanley Kubrick. La película narra el disciplinamiento de los ideales sobre los artistas y la cruzada de John Wayne y de la actriz y columnista de chimentos Hedda Hopper, interpretada magistralmente por Helen Mirren, contra cualquier cosa que reflejara los valores del comunismo. Este proceso terrible dio vuelta la moneda del sueño americano por su contracara de pesadilla de miedo y desesperación, abierta por la lista negra de los primeros diez artistas silenciados por su militancia política. Tanto McNamara como Roach retoman el documental de Peter Askin de 2007 y no temen incluso agregar personajes ficticios a la historia de un protagonista de trato difícil e ideales enérgicos. El relato va desde el establecimiento de una estrategia para combatir la percusión hasta la aceptación de la derrota y la recuperación tras la flexibilización de la censura haciendo hincapié en la relación del guionista con sus colegas y con su familia. Con el boicot de los estudios a la cada vez más grande lista negra de actores, guionistas, directores, etc., las alianzas de Trumbo se van disolviendo. El personaje de Arlen Hird funciona como contrapeso del ego del protagonista y como un álter ego que expresa las dudas, los temores, el compromiso y las contradicciones del gran escritor norteamericano que solo dirigió una película, Johnny Got His Gun (1971), una obra basada en la novela homónima escrita por él mismo antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Las excelentes actuaciones de todo el elenco, con un Bryan Cranston genial interpretando al ampuloso Trumbo y una Diane Lane de gran carisma, son parte de lo mejor de este rompecabezas que indaga en la paranoia que asoló a Estados Unidos durante las primeras décadas de la Guerra Fría. Trumbo se erige así como una película insoslayable para entender la historia de Hollywood, el sustrato que subyace en sus películas, la idiosincrasia norteamericana y la lucha que se libró en torno a la cultura y particularmente el cine en la segunda mitad del siglo XX.