El peligro de revivir un pasado siniestro En "La Momia" una antigua princesa se despierta en la época actual, trayendo consigo una maldición que ha crecido hasta límites insospechados con el paso de miles de años. La fórmula es buena, el terror, aunque a cuentagotas, es eficaz y funciona al 100% como entretenimiento. "La muerte es sólo una puerta, y el pasado no puede ser enterrado por siempre". Con esas ínfulas de perpetuidad como factor del miedo, larga "La momia", pero que no es remake de la ya conocida historia, sino que la monstruosidad del muerto que revive miles de años después debido a una maldición es el punto de partida de una nueva saga de filmes de acción, ciencia ficción y una pizca de terror. En busca de algún tesoro que vender en el mercado negro, y con un plano robado a la arqueóloga Jenny Halsey (Anabelle Wallis), el militar/mercenario Nick Morton (Tom Cruise) llega junto a su amigo Chris (Jake Johnson) a una ciudad del Golfo atestada de terroristas. Como no son bien recibidos, piden refuerzos aéreos y, gracias a un misil que abre un hoyo en la tierra, se encuentran con una vieja tumba llena de tesoros. El problema es que el sepultado no es un faraón, sino una princesa que fue momificada viva y sobre la que aún recae una maldición. En el antiguo Egipto, Ahmanet (Sofía Boutella) era la heredera de un poderoso reino, pero cuando su padre tuvo un hijo varón, todo su poder le fue arrebatado. Por ello hizo un pacto con el Dios de la Muerte, que no pudo ser completado. Miles de años después, fuera de su prisión bajo tierra, está lista para continuar con su oscura alianza. Altas y bajas Lo bueno de la premisa y el desarrollo en este filme de 110 minutos (agradecidamente corto en comparación con otras producciones del género) se opaca con la presentación de todo el universo que se quiere introducir. Es que "La momia" es la primera parte de una saga de "monstruos", en la que aparece como personaje secundario el Dr. Jekill (Russell Crowe) para explicar la existencia de una asociación que negocia "quitando" los males y demonios de nuestro mundo. En este sentido, todo es una acumulación de información y efectos especiales, que, por el lado positivo, impactan directamente en el ritmo de la historia, aunque de esta manera empachan al espectador, en algunos casos con subtramas innecesarias. Tom Cruise es el héroe de dudosa reputación enamorándose de la bella chica con la que comparte pantalla y haciendo (o sólo intentando) reír junto al secuaz de turno. Es decir, como en casi todos los filmes de Cruise. Sin embargo, la fórmula es buena, el terror, aunque a cuentagotas, es eficaz y funciona al 100% como entretenimiento. Veremos cómo sigue esta congregación de monstruos y leyendas del cine. Por ahora, el resultado es positivo, aunque estuvo correcto arrancar con la momia pues otra bestia se hubiese comido la película y sería difícil remontarlo en una secuela. De todas formas, antes de comenzar con el rodaje, la producción debería haber leído el metamensaje que expresa lo peligroso que es revivir el pasado. Esperemos que lo tengan en cuenta en los largometrajes de la franquicia por venir.
Todo en nombre de la verdad "Los padecientes", protagonizada por Benjamín Vicuña y la "China" Suárez y basada en el libro de Gabriel Rolón, trata sobre la relación de un reconocido psicoanalista y su paciente, quien desesperadamente le pide que ayude a su hermano acusado de un homicidio. Hoy se estrena en los cines de todo el país “Los padecientes”, film que protagonizan China Suárez y Benjamín Vicuña, una de las parejas del momento. Repitiendo la fórmula de “El hilo rojo”, en el cual se encontraron como pareja en ficción y detrás de cámara, en esta ocasión los actores se la juegan con un thriller psicológico en el que nada es lo que parece. La historia comienza cuando a Pablo Rouviot (Vicuña), un reconocido psicoanalista, lo visita la bella Paula Vanussi (Eugenia “China” Suárez) para que ayude a su hermano Javier (Nicolás Francella), acusado del homicidio de su padre (Luis Machín). El pedido es para que declaren inimputable al joven, que padece problemas mentales. Sin embargo, Rouviot es un obsesivo buscador de la verdad, y parece apasionarse cuando más enterrada está, por lo que, más allá de caer rendido ante la belleza de Paula, comienza una investigación para saber qué sucedió en la casa de los Vanussi, pues el muerto era un empresario con muchos negocios oscuros. En un laberinto de ocultamientos y abusos, Paula, Javier y su hermana menor Camila (Ángela Torres) deberán conducir a Pablo en su búsqueda, incluso cuando todo se complique con amenazas a él y sus seres queridos. Ya estamos acostumbrados a ver adaptaciones cinematográficas de best sellers, pues la idea de que un éxito literario se transforme en hit de taquilla, a través de una obra que ya funcionó, es tentadora. “Los padecientes” desembarca en las salas argentinas desde ese sitio, basado en la novela del psicoanalista y escritor Gabriel Rolón, y aunque las intenciones y el suspenso se mantienen, el film se malogra al mantener un estilo demasiado literario. Si bien era lógico que sucediera, pues Rolón dio los derechos para el film con la condición de ser parte del equipo de guionistas. Traducido a lenguaje cinematográfico, la narración literaria peca de exagerada y demasiado personal. Hay varias escenas plagadas de vicios de autor, que recuerdan más a un analista describiendo en papel que al desarrollo de la historia audiovisual, y por ello todo está demasiado digerido en la primera mitad del metraje. Este es un error garrafal en un thriller, ya que el principal entretenimiento en el género, para el espectador, es jugar a ser detective a la par del protagonista. En cuanto a las actuaciones, hay que destacar a Nicolás Francella y Ángela Torres, que desde sus roles secundarios son imprescindibles no sólo en la fundamentación del relato, sino en la oscura estética del director Nicolás Tuozzo. Sin embargo, Vicuña suena, con sus pensamientos y formas de hablar, demasiado arraigado a la filosofía y narrativa de Rolón, por lo que no puede descollar. Suárez, en tanto, es perfilada en un papel protagónico pero no aparece en tantas escenas como debería para demostrar desde su posición.
Acción al límite de la realidad En "Rápidos y furiosos 8" una misteriosa mujer intentará seducir a Dom para convencerlo de regresar a la vida criminal que tanto lo acecha, traicionando a quienes lo rodean y enfrentándose a retos nunca antes vistos. La saga prometió entretenimiento que saliera de la pantalla y cumplió en esta nueva entrega. "La realidad está a un nivel, y nosotros... un poco por arriba. No somos superhéroes, pero...". Así definió Dwayne Johnson, más conocido como "The Rock", a la saga de "Rápidos y Furiosos" en una entrevista con el periodista Lucas Baini. Y no hay mejor manera de describir la sucesión de escenas de acción, una tras otra, que se ven en este nuevo largometraje, la octava entrega de la franquicia y primera tras la muerte de uno de sus protagonistas, Paul Walker. Redireccionar un misil con la mano, conducir Lamborghinis y tanques de guerra en el hielo, manipular remotamente cientos de autos en la ciudad, una bola de demolición oscilando como distracción, un rodeo de autos contra autos, y un submarino persiguiendo a la banda de Torreto, son algunas de las tremendas secuencias que se verán en esta locura cinematográfica. Más allá de la acción, el filme, nuevamente, retrata la familia como lo más primordial del mundo, y lo hace forzando sus extremos: Dom traicionará a su equipo por el pedido de Cipher (Charlize Theron), la hacker más peligrosa del mundo, bajo circunstancias extorsivas. Su amigo Hobbs (Johnson), su mujer Letty (Michelle Rodriguez), Roman (Tyrese Gibson), Tej (Ludacris) y Ramsey (Nathalie Emmanuel) deberán capturar a su líder, que escapó con una amenaza mundial bajo el brazo. Uno de sus antiguos enemigos, el inglés Deckard (Jason Statam) se unirá a la cacería. Con escenarios naturales, como Cuba, Nueva York e Islandia, los heroicos forajidos viajarán de un lado a otro en increíbles persecuciones, peleas mano a mano dignas de titanes, y enfrentamientos con muchas explosiones casi pertenecientes a otra dimensión. Del otro lado, una falencia es que, por ampliar la audiencia en cines, bajando la edad de quienes se permite en las salas, el filme carece de veracidad cuando hay escenas apocalípticas, como si nadie muriera a pesar de las explosiones, y evitando mostrar eventos que son cruciales en la trama. Más allá de esos motivos, de poco serviría hacer algún tipo de análisis artístico más profundo, pues la saga siempre prometió entretenimiento que saliera de la pantalla y cumplió en cada entrega.
El miedo, la maldición y la paranoia persiguen a un grupo de amigos "Nunca digas su nombre" trata sobre una pareja y un amigo que se mudan a una casa en la que comienzan a pasar cosas extrañas luego de que invocan a "El hombre del adiós". Algunos sustos provocan saltar de la butaca, pero las malas actuaciones y falencias de continuidad quedan al descubierto. Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas) y John, el amigo de ambos (Lucien Laviscount), se mudan a una casa en los suburbios de la ciudad en la que estudian, y a pesar de no estar en buenas condiciones, la comodidad y la imposibilidad económica los dejan sin mucha opción. En el sótano encuentran los muebles de la casa, y deciden utilizarlos. Entre ellos hay una extraña mesa, de la que todo el tiempo cae una vieja moneda y una inscripción a modo de mantra, que dice: "No lo pienses, no lo digas". Quitando la cubierta de papel, Elliot lee el nombre "The bye bye man" (El hombre del adiós). Cuando hacen la fiesta de inauguración de la casa llega una amiga de Sasha, que dice ser médium y les regala una limpieza espiritual, aunque las cosas se descontrolan tras nombrar "The bye bye man". A partir de esa invocación, los inquilinos de la casa y todos los que digan ese nombre estarán bajo una maldición, que generará paranoia y alucinaciones. Con un monstruo que podría ser una derivación de la Parca, tanto por su aspecto como por su poder, "Nunca digas su nombre" deja de lado el terror psicológico que suele copar las salas de cine, y quiere devolver la magia de antaño de los viejos monstruos que daban pesadillas en los 80 y los 90. Si bien es buena la intención, los resultados son irregulares: algunos sustos que hacen saltar de la butaca, pero el miedo no va más allá de unos segundos, destapando falencias de continuidad, malas actuaciones y otros vicios de autor a la hora de hacer terror clásico.
El dolor de un padre para mitigar su culpa Si bien la estructura inicial es la de un thriller policial, sin rozar el melodrama, "Maracaibo" es una producción sumamente sensible: se sumerge en la tristeza de un hombre que perdió un hijo y que le provoca un profundo sentimiento de venganza. Ningún padre está preparado para la pérdida de un hijo, mucho menos cuando es en circunstancias nefastas. Desde esa oscuridad parte "Maracaibo", para sumergirse en el inmenso dolor de un padre cuando no concibe consuelo y debe conciliar el perdón y el entendimiento para mitigar su propia culpa. Gustavo (Jorge Marrale) es un cirujano a punto de convertirse en jefe de su área, en un hospital en el que también trabaja su esposa Cristina (Mercedes Morán), oftalmóloga. Su acomodada vida sufre un cambio drástico cuando su único hijo (Matías Mayer) es asesinado por uno de los ladrones (Nicolás Francella, Luis Machín) que entraron a su casa para robar. La tragedia cambiará sus rutinas y comenzará, de a poco e inefablemente, a mostrar las miserias de su relación y la que mantenían con su hijo. En primer plano estará Gustavo, que más allá de la conmoción buscará la venganza, a pesar de que el asesino se haya entregado a la policía. Constituida como una película de pocas palabras, en la que el silencio no es ausencia sino, por el contrario, una carga de tensiones y desconsuelo inexpresables. Si bien la estructura inicial es la de un thriller policial, sin rozar el melodrama, "Maracaibo" es una producción sumamente sensible y un viaje de conocimiento, pues esencialmente las culpas de Gustavo no parten del asesinato de Facundo, sino del vínculo que él no supo crear con su hijo. Uno de los puntos fuerte del filme es el simbolismo, recurso que el director Miguel Ángel Rocca utiliza como comparación y en algunos casos por contradicción. En primer lugar, poniendo otra relación traumática entre padre e hijo, para rever la que -no- unió al protagonista con el suyo. La elección de profesiones ceñirán las probabilidades y formas de ver el mundo. Cristina es la que hace ver a los demás, Gustavo, que se dedica a salvar vidas, deberá enfrentarse al mayor de sus miedos, y Facundo se dedica al arte, a comunicar más allá de las palabras. Marrale logra una de sus mejores actuaciones -en una carrera con muchas excelentes interpretaciones-, pues la profundidad emocional no se da con diálogos sino con gestos y sutileza, logrando trasmitir, aunque la manifestación física sea apenas perceptible. Morán, que viene de racha tras haber estrenado "Neruda", acompaña el camino de Marrale, dando clase sobre la construcción de un personaje que no es una cuestión únicamente individual, sino una creación desde el antagonismo.
Un clásico renovado "La Bella y la Bestia" es una adaptación de acción real de la película animada, que revive a los queridos personajes del cuento de Disney para una audiencia contemporánea. Una correcta superproducción para toda la familia, los nostálgicos y los eternos románticos. El mundo de fantasía de Disney quiso materializar la famosa historia de “La Bella y La Bestia” sin que el relato perdiera magia. Un romance imbatible, que va en contra de las apariencias, fue el favorito de los niños allá lejísimo en 1991. El éxito se transformó en clásico y Bella fue una de las princesas más queridas, por lo que la expectativa no sólo es infantil, sino de aquellos que se emocionaron con la versión animada y hoy quieren revivir esa infancia, ese amor inocente, esa historia inolvidable. La nueva versión no modifica, en general, a la original, pero sí se diferencia de todos los otros filmes de Disney por ser la primera que muestra un personaje abiertamente homosexual. Bella (Emma Watson) vive en una aldea junto a su padre Maurice (Kevin Kline), quien se pierde en el bosque y al ser atacado por lobos busca refugio en un palacio en apariencia abandonado, donde habita Bestia (Dan Stevens). Por ser un intruso, el príncipe lo encierra y por ello su hija corre a buscarlo. Cuando lo encuentra en un calabozo, le propone al dueño del castillo un intercambio y ella decide quedarse tras las rejas y bajo su dominio. Aparecerán los famosos Din- Don, Lumiere, la Sra. Potts y su hijo, Fifi, Madame Garderobe, y algunos personajes nuevos, como el piano Cadenza, como los objetos animados (no se menciona a los actores porque es divertida la sorpresa al final) que ayudarán a romper el hechizo que los mantiene en esa forma: si alguien puede enamorarse de Bestia más allá de su apariencia antes de que caiga el último pétalo de una rosa que dejó aquella bruja que lo hechizó, el encanto se acabará. Algunos aportes La remake sólo agrega algunas escenas y amplifica las ya famosas, por lo que el metraje sobrepasa las dos horas de duración, y algunas secuencias serán calcadas de la versión animada, como la de baile y algunos musicales. Con respecto a las partes cantadas, pueden resultar un poco excesivas, aunque no por ello menos disfrutables. “La Bella y la Bestia” es una correcta superproducción para toda la familia, los nostálgicos y los eternos románticos. Aire fresco para un clásico en el que se mantendrá la mística, esta vez en carne, efectos especiales y hueso.
Construir el miedo "En presencia del diablo" trata sobre un pueblo coreano en el que ocurren una serie de asesinatos salvajes y misteriosos. Los rumores se propagan a causa de la presencia, desde hace poco tiempo, de un anciano extranjero que vive como un ermitaño. Pero un policía cuya familia está directamente amenazada, cree que se trata de crímenes sobrenaturales. La ansiedad social de la que solemos ser víctimas; el tener todo ya; el llegar ya, antes que los tres de adelante, en el subte; escalar rápido; tener la primicia; competir sólo para ganar: el camino es olvidado y sólo evaluamos según la respuesta al estímulo. Es por ello que nos acostumbramos a ver filmes de terror en los que apenas importa que sean aterradores, a fuerza de sobresaltos, monstruos que den miedo o efecto “gore”, que salpique sangre y nos obligue a quitar la mirada de la pantalla. La vanguardia cinematográfica de Oriente, específicamente de Corea del Sur, no sólo se basa en lo novedoso, sino en reestablecer las bases artísticas o de género que están en el otro extremo de la búsqueda ansiosa de asustarnos instintivamente. De esta forma, “En presencia del diablo”, en sus dos horas y media de duración, construye el miedo, lo planta con escenas fuertes y lo fortalece más con situaciones policiales y de desesperación. En la tormenta, como en la quietud, no deja de crecer. La historia La policía de un pequeño pueblo rural debe investigar un extraño asesinato con rasgos de brujería. Un japonés llegado hace tiempo al bosque vive como ermitaño y es señalado como sospechoso (en Corea del Sur no quieren mucho a sus vecinos japoneses, lo que hace más lógico el prejuzgamiento espontáneo). El agente Jong-Goo (Kwak Do-won) cree que ese asesinato y otros hechos extraños que suceden en el pueblo están vinculados a algo sobrenatural, y cuando su familia se vea amenazada por algo que escapa a su comprensión, hará todo lo posible por resolver el misterio. Subidos al caballo victorioso de “Invasión zombie”, que se estrenó en enero y logró gran repercusión mundial, Corea vuelve al ataque con el cine de género aunque con una propuesta que se aleja bastante de la ya estrenada, porque en vez de mirar hacia Occidente, se concentra en su forma de filmar. Resulta extravagante, compleja, en constante ascenso en el suspenso y, del mismo modo, atractiva.
Un ocaso visceral "Logan", el capítulo final de la saga de Wolverine, trata sobre la decadencia de los mutantes en el futuro, donde el protagonista deberá ayudar a una valiosa niña a escapar de un poderoso mercenario. El filme comprueba que una película de superhéroes también puede ser conmovedora. El capítulo final de la saga de Wolverine es especial, porque se trata de uno de los personajes más queridos, no sólo de los comics, sino también de la pantalla grande. El director James Mangold, la producción y el mismo protagonista, Hugh Jackman, entendieron esto y, sin caer en la demagogia, ofrecen una de las mejores películas de superhéroes que se hayan estrenado. “Logan” es un bicho raro y hermoso, por ser más una mezcla de western y drama más que una clásica aventura comiquera. Logan (Jackman) es un alcohólico conductor de limusinas en un futuro en el que los mutantes han desaparecido casi en su totalidad. Además de la extinción, los poderes de los que aún se mantienen en pie ya casi se han desvanecido. Logan sobrevive una rutina miserable sólo para comprar un barco, que supone será su salvación y la del anciano senil que tiene a cargo suyo, Charles Xavier (Patrick Stewart), antes conocido como El profesor X. Más allá de su intención de escape, una mujer contactará a Logan para que la ayude con Laura (Dafne Keen), una niña mutante que está muy relacionada a él. El viaje no será nada fácil, pues detrás de ellos estarán fuerzas armadas, a cargo del mercenario Pierce (Boyd Holbrook), que desea capturar a la pequeña, porque sabe lo valiosa que es. El filme se va dividiendo en etapas, en las que la violencia cobra un sentido diferente cada vez, pero nunca es arbitraria: en el comienzo, se trata de supervivencia y muestra la falta de control sobre los actos de uno y otro personaje. Luego, será el drama y el dolor la consecuencia de las escenas de alta brutalidad y, sobre el epílogo, la necesidad de conquistar el destino que durante el hilo argumentativo se nos presentó como urgente. Triste y despiadado, el largometraje ofrece una paleta de emociones que probablemente no se haya visto en algún otro personaje ni obra del género, que muchas veces parece sobreponer la necesidad de acaparar público antes que lo visceral. Con suerte, el esquema y la propuesta de “Logan” sirva de referencia para más filmes de igual estética y género, demostrando que además de ser un tanque, también puede ser una película conmovedora.
La condena del sufrimiento "Manchester junto al mar" narra la historia de un plomero que debe regresar de Boston a su pequeño pueblo natal tras enterarse de la muerte de su hermano. Allí se encuentra con su sobrino, del que tendrá que hacerse cargo, mientras se ve obligado a enfrentarse a un pasado trágico que ha mantenido en secreto durante mucho tiempo. Se estrena una de las grandes candidatas para los Oscar de este año. Ternada como mejor película, mejor director y mejor guión original, el largometraje de Kenneth Lonergan es un drama que nos mete en lo más profundo del dolor. Lee (Casey Affleck) es un plomero correcto y apático que vive en Boston, sin nada que hacer más que tomar cerveza y pelearse con desconocidos en los bares. Su hermano Joe (Kyle Chandler) muere y él debe hacerse cargo de su hijo Patrick (Lucas Hedges), en medio del duelo y el frío invierno de la ciudad de Manchester (Estados Unidos). El extenso filme pone a Lee como protagonista absoluto, y a través de flashbacks va contando cómo fue que terminó teniendo una vida miserable, una tristeza condenatoria, llevando de a pedazos la historia principal a varios momentos de su vida, con una tragedia que lo marca para siempre. El protagonista deberá verse la cara con el pasado en su vuelta a Manchester, por los fantasmas familiares, del amor de su vida y el pueblo en el que es tristemente célebre. La afición que busca la historia, en vez de llegar a través del golpe bajo, es el entendimiento: desde la primera escena notamos que el desencanto por la vida de Lee esconde dolor, no lo vemos como el malo, sino el sufrido, aunque no sepamos cuál es la causa del sufrimiento. Por eso es que la actuación de Affleck es digna de Oscar. Oscuro encanto que no sólo se nota en él, sino en los diálogos y silencios del guión, que explica las causas y consecuencias del padecimiento en pocas tomas y palabras.
Elogio de la locura "Fragmentado" narra la historia de tres adolescentes que son secuestradas por un hombre que alberga dentro de él a 23 personalidades distintas, pero una más poderosa pondrá a todos en peligro. Tras algunos fiascos, M. Night Shyamalan regresó para cautivarnos. Tres adolescentes son secuestradas por un hombre y encerradas en una habitación. No pasará mucho tiempo hasta que se den cuenta de que su captor es esquizofrénico y cada intento de escapar o movimiento que planeen no será posible de realizar, por las diferentes personalidades que viven dentro del cuerpo de Kevin (James McAvoy). La psiquis del secuestrador será desnudada para nosotros por la psiquiatra (Betty Buckley) del hombre, una profesional que cree que las múltiples personalidades son una especie de evolución de la mente humana y el tratamiento que le ofrece no es más que una manera de escarbar dentro de su cerebro para demostrar su teoría. Sin embargo, lo impredecible de su comportamiento, más las inquietudes de su doctora significarán un cóctel peligrosísimo para sus víctimas. Tras algunos fiascos comerciales, M. Night Shyamalan sorprendió en 2015 con "La visita", un filme de bajo presupuesto con el que volvía a llamar la atención del público y la crítica gracias a su particular visión del género thriller. Por ese motivo y por el misterio que ofrecía desde el trailer, "Fragmentado" era una de las películas más esperadas del año, y afortunadamente está a la altura de las expectativas. Manipulando las mentes -como es su gusto- de su audiencia, el largometraje aumenta la tensión a medida que van surgiendo las disímiles personalidades de Kevin. Altas y bajas El tono cambia a mitad del metraje, cuando el libreto cuenta cuáles son los motivos del secuestro y las intenciones del esquizofrénico. Sin embargo, lejos de encontrar la calma, la variación hace más entretenido el cuento, porque si bien se devela información, se percibe que no existen límites en la propuesta, que en el caso de Shyamalan, puede derivar en cualquier tipo de delirio. Sin embargo, las vueltas del guión, que no llegan a ser quiebres, mantienen una línea -sinuosa en todo caso- y el director especula demasiado en los caminos a los que quiere llegar. De todas formas, el valor del riesgo es mejor que la opacidad, y en una historia de suspenso psicológico es mejor excederse que quedarse a mitad de camino. Las "entidades" dentro del personaje de McAvoy están muy bien contenidas, y el actor se destaca en sutileza y versatilidad a la hora de componer cada una de las personalidades.